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El Santo Sacrificio de la Misa según la Forma Extraordinaria del Rito Romano

La Santa Misa Tridentina: “La Misa de siempre... La Misa de los Santos… La Misa eterna.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Oh, amor tierno y generoso de todo un Dios para con tan viles criaturas como nosotros, que tan indignos somos de su predilección!, ¡cuánto respeto deberíamos tener a ese grande Sacramento, en el que un Dios hecho hombre se muestra presente cada día en nuestros altares!

                                                                                                         (  San Juan Ma. Vianney.)

 

Como bien es sabido; Ntro. Sr. Jesucristo, la noche del Jueves Santo, después de celebrar la Pascua Judía,  -símbolo de la Antigua Alianza y figura de la nueva, que sellaría con su entrega al derramar su sangre en la Cruz, poco antes de su pasión, instituyó en el Cenáculo Eucarístico, junto a sus Apóstoles, el Santo Sacrificio de la Misa, al tiempo que les confiaba a estos perpetuarle por los siglos. Realizaba así de manera anticipada el gesto  oblativo y propiciatorio que poco después llevaría a cabo en la Cruz en pro de la salvación y restauración del género humano. Desde entonces y hasta la fecha; Ntra. Santa Madre la Iglesia Católica ha cumplido fielmente y sin reservas el mandato de su Señor: “Haced esto en conmemoración mía.”

Cada día en el mundo se celebran miles de misas, lo que nos da a entender que, este sacrificio se celebra ininterrumpidamente sobre la faz de la tierra no hace mas que terminar en un sitio y comienza en otro. Y en cada lugar, en cada momento es el mismo Jesucristo que se vuelve a ofrecer al Padre por nosotros los hombres, por el perdón de nuestros pecados y por la salvación que esperamos.

La Misa se celebra en nuestros pueblos y ciudades, en nuestros barrios y calles, en medio de nuestros hogares. Allí existe, una Iglesia abierta y en ella unas campanas que repican y llaman a Misa, hay un altar, un  sagrario y un sacerdote  dispuesto a realizar el oficio más grande que puede llevar a cabo y ser testigo un hombre; a reproducir en ese altar el mismo sacrificio de Cristo, un milagro ciertamente mayor que la creación del mundo: Jesucristo que se hace presente, por  las palabras de la consagración  con su Cuerpo y su Sangre en el Pan y en el Vino, que por el misterio de la transustanciación han dejado de ser pan y vino y se han convertido en  su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, verdadera comida y  bebida, alimentos para el cristiano.

De lo anteriormente dicho, se desprende en seguida que la Misa es un acto santísimo, o  mejor dicho, el acto más sagrado que existe, pues es el sacrificio que hizo de El mismo Ntro. Sr. Sin embargo, ¿Conocemos y valoramos profundamente este gran misterio, vínculo de caridad y unión fraterna, en que se juntan el cielo y la tierra, lo humano con lo divino, inmenso detalle del Señor, que ha querido  permanecer con nosotros?

Lamentablemente no, o al menos no lo suficiente. Aun hay muchos sagrarios abandonados y  misas con poca o casi ninguna asistencia, o en su defecto mal vividas y celebradas; la Santa Misa resulta para muchos católicos, un tesoro que desconocen.

La Santa Misa es la celebración del sacrificio incruento de la Cruz, es la renovación y  la actualización en el tiempo de la obra de la redención. Al participar en ella alcanzamos y se nos aplican por los méritos de Jesucristo Ntro. Sr. las gracias y dones de la salvación.

La santa Misa vino a suplir los antiguos sacrificios, como el único, verdadero y definitivo  culto supremo de latiría que tributamos a Dios y mediante el cual nosotros la Iglesia militante nos unimos a la Iglesia purgante y triunfante en un solo canto de alabanza al Dios Uno, Trino y Verdadero. Por tanto los afectos y sentimientos que nos han de llenar han de ser de profunda reverencia, admiración, piedad y temor. Así como la preparación tanto interior como exterior han de ser óptimas.

La Misa es verdadero Sacrificio pues instantáneamente después de la Consagración las substancias del pan y del vino se cambian en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. La persona del sacerdote desaparece y es Cristo quien habla por labios de su ministro  y se ofrece por manos de él a su Padre por nosotros. ¿Cómo muere ahora Jesús  y como renueva su sacrificio? En el calvario murió físicamente por la separación de su Cuerpo y de su Sangre. En  el Altar muere místicamente, puesto que las palabras de la Consagración son como una espada, que místicamente separan su Cuerpo de su Sangre por las dos consagraciones distintas. De aquí el que se denomine a la Misa sacrificio y a Jesucristo Víctima Inmolada. En verdad: «El augusto Sacrificio del altar, no es pura y simple conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo, sino que es un sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote se inmola incruentamente y renueva lo que ya realizó en la Cruz, ofreciéndose enteramente al Padre eterno como víctima gratísima.» (Pío XII, Encíclica Mediátor Dei.)

La Santa Misa se ofrece por cuatro fines: Adoración. Reconocimiento de la majestad, omnipotencia y supremacía de Dios, a quien debemos amar y servir sobre todas las cosas. Reparación. Impetrar de la Divina misericordia el perdón, la indulgencia y la remisión de todas nuestras faltas y culpas con las que  hemos ofendido a Dios, todo ello acompañado de la firme intención de desagraviarle. Petición. Rogar por los vivos y los difuntos, por nuestras necesidades e intenciones, al tiempo de obtener de la Divina Bondad todas aquellas gracias que necesitamos para santificarnos, para el desarrollo de nuestra vida ordinaria y para perseverar en su santo servicio hasta la muerte .Acción de gracias. Por todos los beneficios recibidos de sus liberales manos, cada día y a lo largo de nuestra vida.

La Misa es anticipo de la Gloria celeste, en la que nos unimos a millares de Ángeles en adoración. Ya al empezar el Sanctus debemos prepararnos, como se preparan los Ángeles para adorarle, porque poco después el estará en la cruz. Las palabras de la consagración las pronuncia desde la cruz, que esta en el altar frente a nosotros. En la Consagración es el sacerdote quien alza la cruz  y lo hace quedando al pie de ella y ante ella. Cuando Jesús termina de pronunciar estas palabras, debemos pedir al Padre Eterno que derrame sobre un alma determinada la Sangre de la Víctima que se esta Inmolando: Jesucristo Ntro. Sr.

El mismo en su misericordia no quiere dejarnos tristes, y en la comunión nos espera resplandeciente, para morar en nosotros enteramente. La comunión a no ser en casos excepcionales debe hacerse bajo una sola especie, porque en la sagrada Forma están el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La forma adecuada de recibir la Sagrada Comunión es de rodillas y en la boca de manos consagradas. La practica de la comunión en la mano sin licencia de la Santa Sede constituye un abuso y una irreverencia. Para acercarse a comulgar es imprescindible haber observado el ayuno eucarístico y haberse confesado.

La Misa con frecuencia se celebra en honor y memoria de los santos para que los mismos santos de quienes hacemos memoria en la tierra, se dignen interceder por nosotros en el cielo. El valor de la Santa Misa es incalculable, cual es incalculable la obra de la salvación y el precio de nuestro rescate.

Las gracias qué alcanza la persona que asiste a Misa devotamente son estas: Goza como si estuviera en el cielo de maravillosa compañía, porque en la Misa se hace presente Jesucristo, junto a los ángeles y a los santos. Se alcanza la benevolencia de Dios y se  perdonan los pecados veniales. Recibe ayuda  en los trabajos y negocios, mientras aleja y fortalece al alma en el combate contra al enemigo infernal. Es iluminado en las cosas que ha de discernir y determinar por su inteligencia. Se llena de santos deseos e intenciones. No morirá ese día de desgracia ni sin confesión. En su muerte estarán presentes tantos santos cuántas misas haya oído devotamente. Recibe al Pan de los Ángeles dador y fuente de todo bien. Vivifica al alma y al cuerpo    y aumenta mientras aumenta en el alma la gracia santificante.

La  santificación de nuestra alma está en la unión con Dios, unión de fe, de confianza y de amor. De ahí que uno de los principales medios de santificación sea el más excelso de los actos de la virtud de religión y del culto cristiano: la participación en el sacrificio de la Misa.

La Santa Misa debe ser, cada mañana, para todas las almas interiores, la fuente eminente de la que desciendan y manen las gracias de que tanta necesidad tenemos durante el día; fuente de luz y calor, que, en el orden espiritual, sea para el alma lo que es la aurora para la naturaleza.

Después de la noche y del sueño, que es imagen de la muerte, al levantarse el sol sobre el horizonte, la luz inunda la tierra, y todas las cosas vuelven a la vida. Si comprendiéramos a fondo el valor infinito de la misa cotidiana, veríamos que es a modo del nacimiento de un sol espiritual, que renueva, conserva y aumenta en nosotros la vida de la gracia, que es la vida eterna comenzada. Mas con frecuencia la costumbre de asistir a Misa, por falta de espíritu, degenera en rutina, y por eso no sacamos del santo sacrificio el provecho que deberíamos sacar.

La Misa ha de ser,  el acto principal de cada día , y en la vida de un cristiano, y, más, de un religioso, todos los demás actos no deberían ser, sino el acompañamiento de aquél, sobre todo los actos de piedad y los pequeños sacrificios que hemos de ofrecer a Dios, a lo largo de la jornada. Todo católico bautizado mayor de siete años tiene el deber de asistir a Misa todos los domingos y fiestas de precepto. Así como de comulgar y confesarse al menos una vez al año por Pascua de Resurrección y en peligro de muerte.

«El santo sacrificio de la Misa es un acto de culto público rendido a Dios en nombre de Cristo y de la Iglesia, cualquiera que sea el lugar o el modo de celebrarse. El sacerdote celebrante preside toda la acción litúrgica. Todos los demás participan en la acción litúrgica de la forma que les es propia. Los fieles tienen una participación activa en la liturgia en virtud de su carácter bautismal, de modo que en el santo sacrificio de la Misa ofrecen también a su manera la divina Víctima a Dios Padre con el sacerdote.» (Instrucción de la Sagrada Congregación de Ritos, 3 de septiembre de 1958).

“Haz, pues, todos los esfuerzos posibles, para asistir todos los días a la santa Misa, con el fin de ofrecer con el sacerdote, el sacrificio de tu Redentor a Dios, su Padre, por ti y por toda la Iglesia. Los ángeles, como dice San Juan Crisóstomo, siempre están allí presentes, en gran número, para honrar este santo misterio; y nosotros, juntándonos a ellos y con la misma intención, forzosamente hemos de recibir muchas influencias favorables de esta compañía. Los coros de la Iglesia militante, se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino acto, para cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para hacer enteramente nuestra su misericordia. ¡Qué dicha para el alma aportar devotamente sus afectos para un bien tan precioso y deseable!” (San Francisco de Sales.)

 

Maneras de participar en la Santa Misa.

Tomado de Una Voce México.

 

 

Por su naturaleza de acto comunitario del pueblo fiel, la Misa exige la participación de todos los asistentes. Esta participación puede ser:
a) Interna, uniéndose con atención y afecto al Sacrificio de Cristo y ofreciéndose con Él;
b) Externa, acomodando los gestos rituales y posturas del cuerpo (de rodillas, de pie, sentado) y, sobre todo, las respuestas, oraciones y cantos al desarrollo del Sacrificio;
c) Sacramental, que es la más perfecta, recibiendo la comunión.

Participación en las Misas cantadas.

«La Misa solemne es la forma más noble de celebración eucarística » (Instrucción de la S. Congregación de Ritos). En ella la participación activa de los fieles puede darse en tres grados:

 

 

 

 

 

1º Cantando todos las respuestas litúrgicas más fáciles: Amén, Et cum spíritu tuo; Glória tibi Dómine; Habémus ad Dóminum; Dignum et iustum est; Sed libera nos a malo; Deo gratías.

2º Cantando todos los fieles las partes del Ordinario de la Misa: Kyrie eléison, Gloria in excélsis Deo, Sanctus-Benedictus y Agnus Dei. Es necesario que el pueblo aprenda a cantar estas partes, especialmente en los tonos gregorianos más sencillos

3o Cantando también todos las partes del Propio de la Misa. Los mismos grados de participación son aplicables a la misa cantada con el celebrante solo.

 

Participación en la Misa rezada.

 Los fieles no deben asistir a la Misa rezada «como extraños o espectadores mudos». También pueden participar en ella en diversos grados:

1º Prestando su atención individual interna a las partes principales, y la externa, según las costumbres. « Es muy de alabar la práctica de quienes, con un misal adaptado a su capacidad, rezan con el sacerdote empleando las mismas palabras de la iglesia.» (Instrucción de la S. Congregación de Ritos). Pueden igualmente participar meditando en los misterios de Cristo o con otros actos de piedad, como rezando; pero siempre en privado.

2º Rezando o cantando en común y procurando que las preces y cantos se acomoden a cada parte de la Misa (pero está prohibido recitaren alta voz con el celebrante el Propio, el Ordinario y el Canon).

3° Respondiendo litúrgicamente al sacerdote, dialogando los fieles con él y diciendo con voz clara las partes que les corresponden. Esta es la participación más perfecta y puede hacerse de cuatro modos gradualmente implantados:

a)Los fieles dan los respuestas más fáciles : Amén; Et cum spíritu tuo; Deo grátias; Gloria tibí, Dómine; Laus tibi, Chríste; Habémus ad Dóminum; Dignum et iustum est; Sed libera nos a malo.
b) Los fieles responden al celebrante tal como lo hace el ayudante o ministro, según las rúbricas; y, si se da la comunión durante la misa, dicen tres veces : Dómine, non sum dignus.
c) Los fieles recitan al mismo tiempo que el sacerdote el Glória in excélsis, el Credo, el Sanctus- Benedictus y el Agnus Dei.
d) También junto con el sacerdote, recitan los fieles el
Propio de la Misa : introito, gradual, ofertorio y comunión.

 

Consejos prácticos para seguir la Santa Misa

Hay dos partes en la Misa : la primera es fija y se llama Ordinario de la Misa. La segunda varía cada día y se compone de diversas oraciones (Introito, Colecta., Epístola, etc.). — Estas oraciones están tomadas del Propio del Tiempo, o del Propio o Común de ¡os Santos.

El guía seguro que da día por día todas las indicaciones necesarias, concernientes a la Santa Misa, es el Calendario local. ¿Como se procederá para servirse útilmente del Misal ? Antes de ir al templo, se prepara en casa la Misa que se va a seguir se abre el Calendario local en la fecha del día.

Supongamos que éste sea un domingo con Conmemoración de un Santo. En el Ordinario que se sigue para la parte invariable, cada vez que se encuentren títulos gruesos, se recitan las oraciones del domingo (buscarlas en el Propio del Tiempo).

Para la conmemoración del Santo se añade, después de la Colecta, Secreta y Poscomunión del domingo, una segunda oración que se torna de la Misa de este Santo (del Propio de los Santos). Toda conmemoración en la Misa se hace de la misma manera : es decir, que se recita después de la Colecta, Secreta y Poscomunión, una segunda Colecta, Secreta y Poscomunión de la Fiesta que se conmemora.

Puede ocurrir que según las circunstancias sea preciso decir un prefacio particular.

 

San Francisco de Sales

                        La santa Misa y cómo participar. 

                                                                 Extracto del libro "Introducción a la vida Devota -Fliotea-"

 

 

1. Todavía no te he hablado del sol de las prácticas espirituales, que es el santísimo y muy excelso sacrificio y sacramento de la Misa, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio inefable, que comprende el abismo de la caridad divina, y por el cual Dios, uniéndose realmente a nosotros, nos comunica magníficamente sus gracias y favores.

2. La oración, hecha en unión de este divino sacrificio, tiene una fuerza indecible, de suerte, Filotea, que, por él, el alma abunda en celestiales favores, porque se apoya en su Amado, el cual la llena tanto de perfumes y suavidades espirituales, que la hace semejante a una columna de humo de leña aromática, de mirra, de incienso y de todas las esencias olorosas, como se dice en el Cantar de los cantares.

3. Haz, pues, todos los esfuerzos posibles para asistir todos los días a la santa Misa, con el fin de ofrecer, con el sacerdote, el sacrificio de tu Redentor a Dios, su Padre, por ti y por toda la Iglesia. Los ángeles, como dice san Juan Crisóstomo, siempre están allí presentes, en gran número, para honrar este santo misterio; y nosotros, juntándonos a ellos y con la misma intención, forzosamente hemos de recibir muchas influencias favorables de esta compañía. Los coros de la Iglesia militante, se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino acto, para cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para hacer enteramente nuestra su misericordia. ¡Qué dicha experimenta el alma al unir sus afectos a un bien tan precioso y deseable!

 

 

 

 

 

4. Si por fuerza no puedes asistir a la celebración de este santo sacrificio, con una presencia real, es necesario que, a lo menos lleves allí tu corazón, para asistir de una manera espiritual. A cualquiera hora de la mañana ve a la iglesia en espíritu, si no puedes ir de otra manera; une tu intención a la de todos los cristianos, y, en el lugar donde te encuentres, haz los mismos actos interiores que harías si estuvieses realmente presente a la celebración de la santa Misa en alguna iglesia.

5. Ahora bien, para oír, real o mentalmente, la santa Misa, cual conviene:

1) Desde que llegas, hasta que el sacerdote ha subido al altar, haz la preparación juntamente con él, la cual consiste en ponerte en la presencia de Dios, en reconocer tu indignidad y en pedir perdón por tus pecados.

2) Desde que el sacerdote sube al altar hasta el Evangelio, considera la venida y la vida de Nuestro Señor en este mundo, con una sencilla y general consideración.

3) Desde el Evangelio hasta después del Credo, considera la predicación de nuestro Salvador, promete querer vivir y morir en la fe y en la obediencia de su santa palabra y en la unión de la santa Iglesia católica.

4) Desde el Credo hasta el Padrenuestro, aplica tu corazón a los misterios de la muerte y pasión de nuestro Redentor, que están actual y esencialmente representados en este sacrificio, el cual, juntamente con el sacerdote y el pueblo, ofrecerás a Dios Padre, por su honor y por tu salvación.

5) Desde el Padrenuestro hasta la comunión, esfuérzate en hacer brotar de tu corazón mil deseos, anhelando ardientemente por estar para siempre abrazada y unida a nuestro Salvador con un amor eterno.

6) Desde la comunión hasta el fin, da gracias a su divina Majestad por su pasión y por el amor que te manifiesta en este santo sacrificio, conjurándole por éste, que siempre te sea propicio, lo mismo a ti que a tus padres, a tus amigos y a toda la Iglesia, y, humillándote con todo tu corazón recibe devotamente la bendición divina que Nuestro Señor te da por conducto del celebrante.

Pero si, durante la Misa, quieres meditar los misterios que hayas escogido para considerar cada día, no será necesario que te distraigas en hacer actos particulares, sino que bastará que, al comienzo, dirijas tu intención a querer adorar a Dios y ofrecerle este sacrificio por el ejercicio de tu meditación u oración, pues en toda meditación se encuentran estos mismos actos o expresa, o tácita o virtualmente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Instituciones católicas Missale Romanum 1962

 

 

La Santa Misa Tridentina viene siendo dentro del augusto misterio eucarístico  la forma extraordinaria de la celebración litúrgica de La Misa según el rito Romano de la Iglesia Católica, como está descrita en las sucesivas ediciones del Misal Romano que fueron promulgadas desde 1570 a 1962. Y recientemente reestablecido por SS Benedicto XVI mediante el Motu Proprio: Summorum Pontificum”

 

El calificativo de "tridentina" proviene de su origen, ya que fue tipificada, reformada y uniformizada a perpetuidad para toda la Iglesia latina por iniciativa del Concilio de Trento. También se la llama Misa de San Pío V, el Papa que la codificó permaneciendo inalterada hasta 1962 en que fue editada por última vez luego de unos retoques por parte del Beato Papa Juan XXIII. Otros nombres que recibe son Misa Gregoriana, Misa latina, Misa preconciliar (es decir, de antes y durante el Concilio Vaticano II), Misa clásica o de siempre, tradicional, o simplemente, "Misa en latín".

 

El rito del que estamos tratando, no ha sido la obra ni de un solo hombre ni de un solo día. En palabras de Pablo VI, “la ordenación general (del misal de S. Pío V) remonta, en lo esencial, a S. Gregorio Magno”1. El cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI) explica que, de hecho, no existe una liturgia tridentina y que esta expresión no era usada por nadie antes de 1965. Y añade que, en sentido estricto, tampoco existe un Misal de san Pío V. El Misal publicado en 1570 por orden de S. Pío V, salvo en

pequeños detalles no se diferencia en nada del primer misal impreso un siglo antes, el cual a su vez era copia de los misales manuscritos usados en la curia romana.

 

Es necesario hacer notar que  no se trata de un rito nuevo rito elaborado o creado por san Pío V, sino tan solo codificado por el. ¿en que consistió dicha codificación? Sencillamente en lo siguiente:  Hasta san Pío V no había en ningún altar del mundo un misal impreso, cosa que a nosotros nos puede resultar un tanto curiosa. Repetimos hasta 1570, no había en ningún altar del mundo un misal impreso; todos los misales eran manuscritos, muchos de ellos venerables y ya antiguos, pues la imprenta todavía no había sido empleada para la liturgia. San Pío V encargado de homogenizar  en todas partes el venerabilísimo Misal Romano,

 

 

 

 

debido a las inevitables pequeñas diferencias entre copia y copia manuscrita, decidió volcar el texto del Misal –basándose para ello en los mejores manuscritos de las iglesias de Roma- al molde de la imprenta logrando así hacer de un solo golpe miles de copias perfectamente idénticas, que podían hacerse llegar a las diversas naciones de la cristiandad, para que a su vez copiaran el mismo e idéntico texto. El respeto por este legado de la tradición es tan grande como el que se le concede a la Sagrada Escritura: “nihil innovetur  nisi quod traditum est”. Se trata de un rito cuyo últimos añadidos se debían a San Gregorio Magno (+604) San Pío V no creo ni elaboro rito alguno, sino que transmitió en imprenta el  texto manuscrito de la tradición. Por lo tanto un misal de Pío V –como suele denominársele- creado por él, no existe realmente. Existe sólo la reelaboración por él ordenada como fase de un largo proceso de crecimiento histórico.

La novedad, tras el Concilio de Trento, fue de otra naturaleza: la irrupción de la reforma protestante había tenido lugar sobre todo en la modalidad de ‘reformas litúrgicas’. No existía simplemente una Iglesia católica junto a otra protestante; la división de la Iglesia tuvo lugar casi imperceptiblemente y encontró su manifestación más visible e históricamente más incisiva en el cambio de la liturgia que, a su vez, sufrió una gran diversificación en el plano local, tanto que los límites entre lo que todavía era católico y lo que ya no era se hacían con frecuencia difíciles de definir. En esta situación de confusión, que había sido posible por la falta de una normativa litúrgica unitaria y del pluralismo litúrgico heredado de la Edad Media, el Papa decidió que el ‘Missale Romanum’, el texto litúrgico de la ciudad de Roma, católico sin ninguna duda, debía ser introducido allí donde no se pudiese recurrir a liturgias que tuviesen por lo menos doscientos años de antigüedad. Donde se podía demostrar esto último, se podía mantener la liturgia precedente, dado que su carácter católico podía ser considerado seguro. No se puede, por tanto, hablar de hecho de una prohibición de los anteriores y hasta entonces legítimamente válidos misales” .

Así San Pío V publicó, en el año 1570, una edición del Misal Romano, que ordenó fuese usado en toda la Iglesia Occidental, excepto , como ya hemos dicho, en aquellas regiones y órdenes religiosas que tenían misales anteriores al 1370, es decir más de dos siglos de antigüedad. La mayoría de esas regiones y órdenes adoptaron desde entonces el Misal Romano, quedando sólo el rito ambrosiano, el mozárabe, el de Braga, y el de los cartujos. Algunos pocos individuos y comunidades conservan todavía ritos de otras familias religiosas, como el Orden de los Hermanos Predicadores y los Carmelitas. Las formas de la Misa romana que existían previas a la Misa tridentina, se conocen como 'Misas pretridentinas', y la forma que entró en vigencia a partir del año 1970, fruto de la Comisión Litúrgica Internacional se conoce como Misa de Pablo VI, "Novus Ordo Missae", post conciliar o "nueva misa", entre otros nombres.

La Misa Tridentina constituye el máximo esplendor litúrgico del dogma católico; numerosas son las expresiones que a lo largo de la historia han confirmado tal cosa. El mundo católico abraza su liturgia con especial devoción, en tanto ella es la renovación del sacrificio de la Cruz. Por las palabras del Canon Romano, en la Misa Tradicional, la oblación de Cristo como Hijo de Dios, y Víctima Divina es renovada realmente, al punto que la Iglesia enseña que así como en el Calvario Cristo se ofreció como Víctima para la salvación de los hombres, de manera cruenta (es decir, con efusión de sangre), asimismo en el Altar, en cada Misa, se renueva verdaderamente ese acto, sólo que de manera incruenta (es decir, no hay efusión de sangre).

El Canon Romano único existente en  la Misa Tradicional data de los primeros tiempos del cristianismo y conserva las mismas palabras con que Jesucristo instituyó en la Última Cena el Sacramento y nos une espiritualmente mediante la plegaria a los mártires y santos de todas las épocas. El Canon Romano es como el cuaderno central y más venerable del Misal, donde se encierra como el Sancta Sanctórum del augusto Sacrificio de la Misa. Por eso se debe escuchar con suma devoción y reverencia.

A tal punto representa la liturgia tridentina la doctrina católica, que muchos fueron los acatólicos que la combatieron, como Lutero cuando decía "destruyamos la Misa, y destruiremos a la Iglesia", así como numerosos los que la apreciaron por su solemnidad y belleza, incluso desde el punto de vista artístico o cultural, tales como el famoso historiador alemán Leopold von Ranke.

La Misa es la Adoración pública ofrecida por la Iglesia entera a Dios a través de Jesucristo, quién, como el Sumo Sacerdote Eterno se ofrece de nuevo a su Eterno Padre como lo hiciera en la Cruz. Él es el Cordero de Dios, la Víctima sin mancha cuyo sacrificio lava los pecados del mundo. La Misa, es entonces el cumplimiento de la profecía: “De Levante a Poniente, grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se sacrifica y se ofrece al Nombre Mío una ofrenda pura.”(Mal. I,11)

Es la acción más preciada por los cristianos, y el centro sobre el que gira la Fe católica.

 

 

 

Los Santos hablan de La Misa.

San Francisco de Asís: "El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote".
Santa Teresa de Jesús: "Sin la Santa Misa, ¿que sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio".

“Una característica muy importante del varón apostólico es amar la Misa.” (san Josemaría Escrivá)

"Una sola Misa da más gloria a Dios, que todas las santas acciones de los hombres", dice San Alfonso María de Ligorio en su libro "De la santidad y dignidad sacerdotal".

El Sacrificio de la Misa según los santos:

 “Si conociéramos el valor de La Santa Misa nos moriríamos de alegría”.(San Juan María Vianney)

“La celebración de la Santa Misa tiene tanto valor como la muerte de Jesús en la Cruz”. (Santo Tomás de Aquino)

 “Qué feliz es ese Ángel de la Guarda que acompaña al alma cuando va a Misa”. (Santo Cura de Ars)

“Cuando oigan que yo no puedo ya celebrar la Misa, cuéntenme como muerto”. (San Francisco Javier Bianchi)

“No podemos separar la Sagrada Eucaristía de la Pasión de Jesús”.(San Andrés Avellino)

“Una sola misa ofrecida y oída en vida con devoción, por el bien propio, puede valer más que mil misas celebradas por la misma intención, después de la muerte.” (San Anselmo)

 “El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote”. (San Francisco de Asís)

“Sin la Santa Misa, ¿que sería de nosotros? Todos aquí abajo pereceríamos ya que únicamente eso puede detener el brazo de Dios. Sin ella, ciertamente que la Iglesia no duraría y el mundo estaría perdido sin remedio”. (Santa Teresa de Jesús) En cierta ocasión, Santa Teresa se sentía inundada de la bondad de Dios. Entonces le hizo esta pregunta a Nuestro Señor: “Señor mío, “¿cómo Os podré agradecer?” Nuestro Señor le contestó: “ASISTID A UNA MISA”.

“El mismo Dios no puede hacer una acción más sagrada y más grande que la celebración de una Santa Misa”. (San Alfonso de Ligorio)

“Sería más fácil que el mundo sobreviviera sin el sol, que sin la Santa misa”... “La Misa es infinita como Jesús... pregúntenle a un Ángel lo que es la misa, y El les contestará, en verdad yo entiendo lo que es y por qué se ofrece, mas sin embargo, no puedo entender cuánto valor tiene. Un Ángel, mil Ángeles, todo el Cielo, saben esto y piensan así”. (Padre Pío de Pieltrecina)

“El sacrificio del altar será a nuestro favor verdaderamente aceptable como nuestro sacrificio a Dios, cuando nos presentamos como víctimas”. (San Gregorio Magno)

“La Misa es la devoción de los Santos”. (Santo Cura de Ars)

“Nunca lengua humana puede enumerar los favores que se correlacionan al Sacrificio de la Misa. El pecador se reconcilia con Dios; el hombre justo se hace aún más recto; los pecados son borrados; los vicios eliminados; la virtud y el mérito crecen, y las estratagemas del demonio son frustradas”. (San Lorenzo Justino)

“Oh gente engañada, qué están haciendo? Por qué no se apresuran a las Iglesias a oír tantas Misas como puedan? Por qué no imitan

a los ángeles, quienes cuando se celebra una Misa, bajan en escuadrones desde el Paraíso y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración, para interceder por nosotros?”. (San Leonardo de Port Maurice)

 “Yo creo que sí no existiera la Misa, el mundo ya se hubiera hundido en el abismo, por el peso de su iniquidad. La Misa es el soporte poderoso que lo sostiene”. (San Leonardo de Port Maurice)

San Leonardo de Port Maurice: “una misa antes de la muerte puede ser más provechosa que muchas después de ella…”

“Con oraciones pedimos gracia a Dios; en la Santa Misa comprometemos a Dios a que nos las conceda “. (San Felipe Neri)

“Sí supiéramos el valor del Santo Sacrificio de la Misa, qué esfuerzo tan grande haríamos por asistir a ella”. (Santo Cura de Ars)

“Sepan, oh Cristianos, que la Misa es el acto de religión más sagrado.

No pueden hacer otra cosa para glorificar más a Dios, ni para mayor provecho de su alma, que asistir a Misa devotamente, y tan a menudo como sea posible”. (San Pedro Julián Eymard)

“Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en peregrinación”. (San Bernardo)

“La Santa Misa es una obra de Dios en la que presenta a nuestra vista todo el amor que nos tiene; en cierto modo es la síntesis, la suma de todos los beneficios con que nos ha favorecido”. (San Buenaventura)

Cuando Santa Margarita María Alacoque asistía a la Santa Misa, al voltear hacia el altar, nunca dejaba de mirar al Crucifijo y las velas encendidas. ¿Por qué? Lo hacía para imprimir en su mente y su corazón, dos cosas: El Crucifijo le recordaba lo que Jesús había hecho por ella; las velas encendidas le recordaban lo que ella debía hacer por Jesús, es decir, sacrificarse consumirse por El y por las almas.

"Uno obtiene más mérito asistiendo a una Santa Misa con devoción, que repartiendo todo lo suyo a los pobres y viajando por todo el mundo en peregrinación".  San Juan Ma. Vianney.

CARACTERES DE LA SANTA MISA

El sacrificio es un acto de culto externo, un acto 1atréutíco; es la acción de gracias por los favores recibidos del Señor; y así es Eucarístico. Finalmente, dada la existencia del pecado, el sacrificio aplaca a Dios ofen­dido y por eso mismo lo hace propicio a nuestras súplicas las cuales atiende y despacha favorablemente; y así es el sacrificio, propiciatorio.

El de la Cruz fué satisfacción cumplida y causa univer­sal de nuestra redención. La Misa no realiza satisfacción y mé­rito, sino que impetra la aplicación particular de la satisfacción y mérito de la cruz, para aquellos por quienes se ofrece; y en este sentido se dice sacrificio propiciatorio. Es la enseñanza del Concilio de Trento: "cuyo fruto de la oblación cruenta, [de la cruz] por esta oblación incruenta se percibe abundantemen­te". (Ses. XXII - cp. 2) (1)

La aplicación de los frutos es algo que pertenece exclusi­vamente a la Iglesia, como bien suyo. De la manera que los sacramentos no pueden administrarse sino a los que son de la Iglesia, así el fruto de la Misa no puede aplicarse directamente a los que están fuera de ella. Este motivo hace de ella un sa­crificio propiciatorio por los vivos. Entendiendo por éstos, a los que son miembros de la Iglesia visible. " Por esta razón — dice Santo Tomás — en el canon de la misa no se ora por los que están fuera de la Iglesia". (2) Sin embargo no cabe dudar que indirectamente, aun aquellos que no están en la Iglesia, se benefician por la impetración que se hace a favor de ella.

Pidiendo por la paz, prosperidad y propagación de la Iglesia, manifiestamente los frutos de la misa derivan indirectamente sobre aquellos que quitan la paz, la prosperidad y li­mitan la extensión de la Iglesia, como los perseguidores, herejes ,excomulgados e infieles. De modo que con toda verdad dice el oficiante al rezar el ofertorio del cáliz: " Te lo ofre­cemos Señor ... por nuestra salud y la de todo el mundo".

 

 

 

En cuanto a los difuntos, les corresponde la aplicación directa del fruto propiciatorio de la misa, a todos aquellos que partieron de este mundo con la fe viva, es decir, en gracia de Dios. Igualmente deben contarse aquellos, que bautizados per­tenecían, por error y sin culpa, a alguna secta separada de la verdadera Iglesia. Las demás almas que se hallan en el purgatorio, aunque no tengan el carácter sacramental, perteneciendo a la Iglesia paciente, participan también de esa aplicación, pues simplemente son parte del cuerpo místico de Cristo.

La propiciación se ejerce con respecto a los pecados y a las penas. Los pecados : son las culpas tanto mortales como ve­niales. A este respecto dice Santo Tomás: "La Eucaristía en cuanto es sacrificio, tiene su efecto en aquellos por quienes se ofrece, en los cuales no requiere la vida espiritual actual, si no sólo en principio; y así, sí los encuentra dispuestos, les obtie­ne la gracia en virtud de aquel verdadero sacrificio del cual des­ciende a nosotros toda ella; y por consiguiente borra en ellos los pecados mortales, no como causa próxima sino en cuanto implora para ellos la gracia de la contrición ". (3)

Las penas, no son ciertamente, las eternas, unidas inse­parablemente al pecado grave, sino las penas temporales que deben pagarse después de la condonación de la culpa en el purgatorio. Estas penas se pagan directamente con el sacrificio, por cuanto la impetración da a Dios la solución justa corres­pondiente a la pena debida, la cual es perdonada por Dios al aceptar la compensación ofrecida por el sacrificio.

La satisfacción por el pecado, se entiende la obra de pe­nitencia con que los justos en esta vida redimen las penas de sus pecados. Y en lugar de estas satisfacciones puede ofrecerse el sacrificio como sustituto de ellas.

Las demás necesidades que ocurren a los hombres, son los bienes temporales y espirituales que desean obtener en orden a la vida eterna.. Por estas necesidades, obra el sacrificio como impetración para obtener su remedio y satisfacción.

La santa Misa es pues, no sólo el sacrificio latréutico y eucarístico, sino que además, en cuanto impetra la aplicación del sacrificio satisfactorio de la cruz es también por sí mismo propiciatorio. Se ofrece a Dios, por los pecados de los vivos, por sus penas debidas, satisfacciones y necesidades, y por los fieles difuntos en Cristo, que aun no han cumplido plenamen­te sus deudas en el purgatorio, según ha sido siempre la ense­ñanza de la Iglesia y la Tradición.

Fácil es reconocer el carácter l a t r é u t i c o de la Misa, pues es verdadero sacrificio que ante todo es un acto externo significativo de la interna adoración o latría del que lo ofrece.

Es al mismo tiempo el sacrificio Eucarís­tico , o de acción de gracias, por todos los beneficios reci­bidos de Dios, la Redención en particular. Se colige con cuanta rectitud se celebra a honor de los santos, para dar gracias por la victoria obtenida por ellos. Como ya están totalmente uni­dos al Señor, su honor y grandeza se aprecian en Dios, a quien se agradece el triunfo de ellos, y con esto mismo se los glori­fica. De modo que nada mejor se puede ofrecer por ellos en acción de gracias, que la víctima divina que fué con su obla­ción el principio de su santificación y triunfo. Por eso dice el canon: "Recibe, oh Santa Trinidad, esta oblación que te ofre­cemos a honor de la Santísima siempre Virgen María, de San Juan Bautista, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y de estos y de todos los Santos..." La intención no es otra que agradecer y bendecir a Dios en sus Santos como se indica en la oración Secreta de los Santos Basílides, Cirino y Nabor: " Te inmolamos, Señor, solemnemente estas hostias, para hon­rar la sangre derramada de tus mártires y celebrando las mara-villas de tu poder por el cual ellos han reportado una tan gran victoria". Y en otra oración Secreta, se dice: " Te ofrecemos Señor en la muerte preciosa de tus mártires, este Santo Sacrificio de donde ha tomado su fuente el martirio mismo". (Fe­ria Vª p. Dom. III - Quadrag.).

Es EL SACRIFICIO PROPICIATORIO. — Indicado en las mismas palabras de Cristo al instituirlo; pues que la sangre se ofrece " en remisión de los pecados". San Cirilo, la llama " hos­tia de propiciación " y el Canon expresa: " Acuérdate Señor de tus siervos y siervas... por quienes te ofrecemos o ellos mismos te ofrecen este sacrificio de alabanza... por la redención de sus almas...

PROPICIATORIA POR LOS VIVOS. — Las palabras de la Institución declaran que el sacrificio se ofrece " en' remisión de los pecados". Remisión que implica la condonación de la pena y el valor supletorio de la satisfacción (en el sentido arriba ex-puesto) por cuanto la remisión completa de la culpa dice también la remisión de la pena. Por otra parte, si satisface por los fieles difuntos, como diremos de igual modo puede compensar las satisfacciones (obras de penitencia) de los vivos, que están, por lo menos, en igualdad de condiciones respecto a la capacidad de recibir esta compensación por sus deudas con Dios.

Con relación a las demás necesidades, temporales y espi­rituales, alcanza la impetración de la santa Misa, puesto que si logra la remisión del pecado, cuánto más puede obtener la solución de las necesidades que de él se originan. Si Dios, con sus enemigos (pecadores) se aplaca por la hostia ofrecida en la Misa, con mayor razón abrirá sus manos generosas, con los amigos que le ofrecen la misma victima divina. Por eso dice San Ambrosio: " Todas las demás cosas dice el sacerdote se da alabanza a Dios, pide la oración por el pueblo, por los reyes, por los demás " . (De Sacramentis L. IV-4). (4)

Y si aún en la ley de las figuras sin realidad y eficacia, hubo siempre sacrificios de propiciación, en la ley de gracia, al sustituirse todas las oblaciones figurales por esta hostia que encierra en si la perfección anunciada en todos ellos, no debe faltar el remedio a los que una vez han sido redimidos por la ofrenda cruenta de Jesús.

PROPICIATORIA POR LOS FIELES DIFUNTOS. En la ley antigua los sacrificios ofrecidos aprovechaban a los di­funtos como leemos en el IIº Libro de los Macabeos que encontrando " debajo de las ropas de los que habían sida muertos algunas ofrendas de las consagrados a los ídolos. . cosas prohibidas por la ley de los judíos, ... en seguida poniéndose en oración rogaron [a Dios] que echase en olvido el delito que se había cometido... y habiendo recogido en una colecta que mandó hacer [Judas Macabeo] ... envió a Jerusalén a fin de que se ofreciese un sacrificio por los pecados de estos difun­tos. . . porque consideraba que a los que habían muerto des­pués de una vida piadosa, les estaba reservada una grande mi­sericordia". (IIº Macabeos. c. XII - 40-45) Con mayor razón el sacrificio de la Ley Nueva ha de ser provechoso a aquellos que han muerto en Cristo, y por quienes Cristo inmolado, se ofrece de nuevo en la Misa. Lo cual se hace en la santa Iglesia desde el comienzo de sus días como abundantemente lo de-muestra la unánime tradición de los Santos Padres.

" Hacemos, dice Tertuliano, oblaciones por los difuntos. cada año". (De Corona - III). (5)

San Cirilo de Jerusalén dice: " Sobre esa hostia de propi­ciación, rogamos a Dios por la paz común de la Iglesia ... por los que sufren enfermedad, por los angustiados en la tribula­ción y universalmente por todos aquellos que tienen necesi­dad, rogamos todos nosotros y ofrecemos esta víctima. Luego nos acordamos también de aquellos que murieron: primero de los patriarcas, profetas, apóstoles y mártires, para que Dios por sus ruegos e intercesiones reciba nuestra oración; después por los difuntos santos padres y obispos y en general todos aquellos que vivieron entre nosotros, creyendo que ha de ser-les éste el mayor auxilio para aquellas almas, por quienes se ora, mientras yace aquí [en el altar] la santa y tremenda víc­tima " . (Catechesis Mystagogica - V 8 9) (6)

Y luego añade esta hermosa consideración sobre la fe perpetua de la Iglesia en la propiciación de su sacrificio: " Por medio de un ejemplo quiero demostraron eso: [lo anterior-mente dicho] pues conocí que muchos hablan así: ¿Qué apro­vecha al alma que sale con pecados o sin ellos de este mundo, que se haga mención de ella en la oración? ¿Por ventura si el rey mandare a destierro a algunos por quienes había sido ofen­dido y después los parientes de éstos haciendo una corona'" se la ofreciesen para conseguir la remisión de la pena infligida por el rey, no conseguirían la remisión de los suplicios?- Del mismo modo, nosotros ofrecemos preces a Dios, por los difun­tos, aunque sean pecadores; no hacemos una corona, sino que ofrecemos a Cristo sacrificado por nuestros pecados, procuran-do aplacar a Dios así para ellos como para nosotros ". (7)

San Juan Crisóstomo recordando a los que murieron, hace remontar la costumbre del sufragio a la tradición a p os­tólica. "No en vano ha sido esto establecido por los Apóstoles, que en los venerados y grandes misterios se haga memoria de los que murieron. Conocían que de esto podían reportar mucha utilidad, mucha ganancia. En aquel tiempo en que todo el pueblo está con los brazos extendidos y está presente la mul­titud de sacerdotes y se está celebrando aquel tremendo sacri­ficio ¿cómo no aplacaremos a Dios rogando por esto? Mas esto en favor de los que muriendo profesaban la fe " . (In Epist: ad Philippenses. III - 4)

 

Notas:

(1) (D. B. N" 940). 35. (III - 79 - 7). (2) (III – 79 – 7) (3) (In. IV - Distínct: 12 - q. 2 - a 2). (4) (R. J. 1339).(5) (R. J. 367).(6) (R. J. 851 - 852).

(7) (R. J. 853).

 

PROPIEDADES DE LA MISA

 

Las gracias qué alcanza la persona que oye misa devotamente son estas:

Primera: Quien celebra la misa ora especialmente por quien la oye.

Segunda: Oyendo la misa se goza de maravillosa compañía, porque en la misa está Jesucristo, tan grande como en el árbol de la cruz, y por concomitancia está también la divinidad, la Trinidad santa. Además, está en compañía de los ángeles santos. Y, según escribe un doctor, en el lugar en donde se celebra el santo sacrificio de la misa hay muchos santos) y santas, especialmente por aquello: Son vírgenes que siguen al Cordero doquiera que va (Apoc., 14, 4.).

Tercera gracia que alcanza la persona que oye devotamente la misa: Que le ayuda en los trabajos y negocios. Se lee de un caballero, que tenía costumbre de oír misa sumido en gran devoción, que cierta vez salió del mar con sus compañeros y estaba preparándose en una capilla para oír misa. Los compañeros le anunciaron que la nave iba a darse a la vela y que se diese prisa. El caballero contestó que primero quería oír misa. Por lo cual le dejaron en tierra v partió la nave) Después de haber oído la misa, el caballero se durmió, y cuando despertó se halló en su propia tierra. Después de muchos días llegaron los de la nave, y se maravillaron al verlo.

Y de otros casos se leen cosáis maravillosas. Además, la persona que oye misa disgusta mucho al diablo; pues interrogado cierta vez qué era lo que más le desagradaba contestó que tres cosas: los sermones, es decir, la palabra de Dios, la misa y la penitencia.

Cuarta gracia que alcanza la persona que oye misa devotamente: Que será iluminada en las cosas que ha de discernir y determinar por su inteligencia. Se dice de San Buenaventura, de la Orden de frailes menores, que ayudaba las misas frecuentemente y con harta devoción. Y un día, sirviendo la misa, Santo Tomás de Aquino vio una lengua de fuego sobre la ca¬beza del dicho fray Buenaventura, el cual, de entonces en adelante tuvo ciencia infusa.

Quinta gracia: Que la persona que oye misa devota y benignamente, no morirá ese día de desgracia ni sin confesión. Sexta gracia: Que en su muerte estarán presentes tantos santos cuántas misas haya oído devotamente. Dice San Jerónimo que a las almas por las que está obligado a orar el que oye la misa -su padre, su madre, sus parientes y bienhechores-, durante el espacio de tiempo en que oye la misa, les serán atenuadas las penas del purgatorio. Dice San Ambrosio que después que la persona haya oído la misa, todo lo que coma en aquel día hará más provecho a su naturaleza que si no hubiese oído la misa. Si la mujer en estado oye la misa, dará a luz sin gran trabajo, si lo hiciere en aquel día.

San Agustín escribe en el libro De civitate Dei que a la persona que oye misa devotamente nuestro Señor le dará en ese día las cosas necesarias. La segunda gracia que tendrá es que sus palabras vanas le serán perdonadas. Tercera, que aquel día no perderá ningún pleito. Cuarta, que mientras oye la misa no envejece ni se debilita su cuerpo. Quinta, que si muere en ese día la misa le valdrá tanto como si hubiese comulgado. Sexta, que los pasos que da yendo y viniendo a la misa, son contados por los santos ángeles y remunerados por Dios nuestro Señor. Además, más vale una misa que se oye en vida devotamente, que si después de la muerte oyera otro mil. Se lee que oír misa con devoción aprovecha para remisión de los pecados y crecimiento de gracia más que otras oraciones que el hombre pueda decir o hacer, pues toda la misa es oración de nuestro Señor y Redentor Jesucristo, infinitamente dulce y piadoso, que es cabeza nuestra y todos los fieles sus miembros. Dice San Gregorio que mientras se celebra la misa se perdonan los pecados de los muertos y de los vivos. Y San Crisóstomo escribe que vale tanto la celebración de la misa como la muerte de Jesucristo, por la que nos redimió de todos nuestros, pecados. Finalmente, la salvación de la humanidad está cifrada en la celebración del santo sacrificio de la misa, porque todo el esfuerzo del malvado anticristo se orientará a quitar de la santa Madre Iglesia este santo misterio, en el que se maneja el precioso cuerpo de Jesucristo, en memoria de su santa pasión, por medio de la cual los fieles cristianos de buena vida, aunque sean ignorantes y sin ciencia, podrán ver las astucias y malicias del mal vado anticristo y de sus seguidores.

San VICENTE FERRER

Extracto de "San Vicente Ferrer" Ed. B.A.C.

 

LOS LÍMITES DE LA EFICACIA DE LA SANTA MISA

En sí la Santa Misa no tiene límites en su eficacia, pero la medida del fruto que produce debe computarse según el modo de aplicación a las diversas personas y la devoción de las mis-mas.

Esto significa simplemente que la eficacia propiciatoria del Sacrificio no se agota al ser aplicada a distintas y numero¬sas personas, puesto que siempre tiende a producir mayores frutos y en mayor cantidad de personas. En lo cual existe una gran diferencia con el sacramento que no se aplica sino a una persona; al paso que la misa es en remisión " por muchos " .

Sin embargo, los frutos son limitados, en su percepción por las personas. Santo Tomás dice que " aun cuando esta oblación por su cantidad baste para satisfacer por toda pena, sin embargo, es satisfactoria a aquellos por quienes se ofrece o que la ofrecen según la cantidad de su devoción " (1) y además, se sobreentiende, según la medida en que la Misa es aplicada a los mismos. El fruto de la Santa Misa depende pues, de estas dos condiciones juntamente; la forma de aplicación a las personas, y la devoción de las mismas. De suerte que en igualdad de condiciones en la devoción, aquella persona recibirá más provechosa eficacia de la Misa, por quien fuere más perfectamente aplicada; y en igualdad de aplicación, percibe más provecho quien tiene más devoción.

La aplicación de la Misa es tanto más perfecta, cuanto más concreta y particular se hace a cierta y determinada persona. La medida de la devoción, según la cual se miden los frutos espirituales de la Misa, en los fieles difuntos, es la mayor ca¬ridad que actualmente poseen, o la medida de devoción con que procuraron mientras vivían, la aplicación de la Misa por sus almas.

En los vivos, debe atenderse . la mayor devoción en la cooperación al sacrificio, procurando su celebración, asistiendo o concurriendo a él de alguna otra manera; igualmente la mayor fe, y esperanza de resurrección espiritual en virtud del sa¬crificio, y demás afectos que disponen el alma a mayor unión con Dios.

Fácil es entender que la eficacia propia de la Misa no tiene de su parte límites, en razón de la víctima que en ella se ofrece, no siendo otra que Cristo mismo.

Los Sacramentos, como medios de aplicación de los mé¬ritos de Jesús, no tienen de suyo límite en su eficacia. sino que su efecto es limitado por la menor disposición del que los re¬cibe. De igual manera, pues, no debe ni puede coartarse la efi¬cacia de la Misa, en cuanto de ella dependa, sino solamente por las condiciones de aplicación y devoción de las personas por quienes se ofrece.

Atendida esta condición debe sin embargo atenderse a la manera de los frutos espirituales que en la misa se perciben.

Uno es, el provecho general proveniente de la aplicación a toda la Iglesia militante y paciente, según los fines del sacrificio mismo.

Otro es el fruto especialísimo proveniente de la aplicación al celebrante mismo, según aquello de San Pablo que, " primero debe ofrecer las hostias por sus propios pecados y después por los del pueblo". (Hebreos - VII - 27)

Finalmente el fruto especial proveniente de la aplicación que el sacerdote hace a determinada persona.

" Si se considera — dice Santo Tomás — el valor de los sufragios en cuanto son ciertas satisfacciones aplicadas a loa difuntos [y también a los vivos] por medio de la intención del que los hace [del que celebra el sacrificio] entonces vale más el sufragio para alguien en cuanto por él singularmente se hace, que si solamente se le aplica en general, o por muchos a la vez ". (2)

Pues si para Dios es lo mismo condonar la deuda de uno que de muchos, como el perdón se hace mediante la aceptación del sufragio ofrecido por la deuda, es claro que la aplicación de uno hecha por muchos, no puede valer igual que si toda se aplica por uno solo. Porque, como antes se dijo, no sólo debe atenderse al valor infinito de la víctima ofrecida, sino a la aplicación que de ella se hace, Y así es que la Iglesia ha establecido los sufragios para todos y para cada uno singularmente.

Notas: (1) (III-79 -a.5). (2) (Suplementum - 71 a. - 1 3) .

 

LA ESENCIA DEL SACRIFICIO DE LA MISA

 

La esencia de la Misa consiste en la consagración de ambas especies, a lo cual se añade la comunión del sacerdote, no como lo que constituye el Sacrificio, sino como algo unido naturalmente al Sacrificio, ya que la consagración coloca a Cristo víctima bajo los signos de manjar y bebida y así significa la recepción de la víctima como complemento natural de ese trato santo que establecemos con Dios al sacrificar en su honor y alabanza.

La misa por ser un verdadero sacrificio cuyo principal sacerdote es Cristo, no es un acto librado, en su determinación esencial, a los hombres, sino a Dios su autor. De consiguiente, sólo será la esencia del sacrificio, aquello que Dios, por Cristo, ha señalado como la verdadera inmolación de su cuerpo y sangre. El sacerdote en el altar, obra en nombre de Cristo, hace lo que Cristo hizo, en virtud del poder de Cristo mismo. Lo que en el altar se hace en nombre de Cristo y su poder, es la sola consagración de las especies sacramentales, por la cual Cristo es inmolado de manera incruenta, y ofrece a Dios el sacrificio de adoración perfecta.

La comunión del sacerdote, en la Misa, no se hace en nombre de Cristo, antes bien es la participación del sacrificio ya realizado, a cuya víctima se acerca para recibirla, como señal de unión con la inmolación ya hecha a Dios. El carácter representativo de la Pasión de Cristo, que la Misa tiene en sí, según el cual "se representa aquél [sacrificio] cruento realizado una vez en la cruz" (Conc. Trident), nos indica que ella es verdadero sacrificio en aquello mismo en que es la viva imagen del único sacrificio cuya memoria perpetúa entre J os hombres.

Es precisamente la consagración quien representa de un modo incruento la separación del cuerpo y sangre de Cristo, derramada en su Pasión, al dividir bajo especies sacramentales distintas, la sangre y el cuerpo de Jesús.

Esto nos enseñan los Santos Padres, como G r e g o r i o de N y s a cuando dice: " Quien con su poder dispone todas las cosas. . . no espera la inicua sentencia de Pilato, para que su malicia sea la causa y principio común de la salvación de los hombres ;sino que con su resolución se adelanta y con un modo misterioso de sacrificio. que no podía ver el hombre, se ofrece como hostia por nosotros e inmola la víctima... ¿Cuándo hizo esto? Cuando dió a sus discípulos congregados, a comer su cuer¬po y beber su sangre, entonces claramente manifestó que el sacrificio del Cordero ya estaba realizado. ya de un modo invisible y misterioso su cuerpo había sido inmolado, como plugo al poder del que operaba el misterio " . (In Chti: Resurrect). (1)

Y San Cirilo de Jerusalén luego de exponer como se invoca al Espíritu Santo para que realice la Consagración, añade: " Luego que ha sido realizado el Sacrificio espíritual , el culto incruento sobre aquella hostia de propiciación rogamos a Dios. . ." (Catech: Myst: V). 20: V). (2)

¿En qué forma realiza la consagración la inmolación in-cruenta de modo que constituya la Misa en su ser de Sacrificio? La Teología Católica ha orientado su especulación en diversas maneras de explicación sobre este adorable misterio de la fe.

"¡ Qué simplicidad dice Bossuet la del Sacrificio cristiano! No veo sobre el altar sino un pan, algunos panes a lo sumo, y un poco de vino en el cáliz; no se necesita más para hacer el más santo sacrificio, el más augusto... ¿Pero no habrá carne, no habrá sangre en este sacrificio? Habrá carne, pero no la de animales degollados; habrá sangre, pero la sangre de Jesucristo, y esta carne y esta sangre serán místicamente separada. ¿De donde vendrá esta carne? ¿de donde vendrá ésta sangre

Se hará de ese pan y de ese vino: vendrá una palabra omnipotente que hará de este pan la carne del Salvador y de este vino hará su sangre; todo lo que esta palabra profiere, será tal como lo dice en el momento en que haya sido pronunciada; pues es la misma palabra que hizo el cielo y la tierra... esta palabra pronunciada primeramente por el Hijo de Dios ha hecho de este pan su cuerpo y de este vino su sangre. Pero ha dicho a sus apóstoles: Haced esto; y los apóstoles nos han enseñado que se haría hasta que El volviese . . . El dice: Este es mí cuerpo; ya no es más pan, es lo que El ha dicho. El dice: Esta es mí sangre: ya no hay más vino en el cáliz; es lo que el Señor ha proferido; es su cuerpo, es la sangre. La palabra ha sido la espada, el cuchillo cortante que ha hecho esta separación mística. En virtud de la palabra allí no estaría más que el cuerpo, nada más que la sangre; sí el uno se encuentra con el otro, es porque son inseparables desde que Jesús ha resucitado. Porque de entonces acá, El va no muere. Pero para imprimir sobre este Jesús que no muere, el carácter de la muerte que verdaderamente sufrió, viene la palabra , que pone de una parte el cuerpo y del otro la sangre, y cada uno bajo signos diferentes. Helo ahí revestido del carácter de la muerte, a ese Jesús otrora nuestra víctima por la efusión de su Sangre, y aún hoy día nuestra víctima de una manera nueva por la separación mística de la sangre y del cuerpo " .(3) Así se expresa San Gregorio Nazianceno: "No tardes en orar y ejercer por nosotros tu legación, cuando con tu verbo hayas atraído al Verbo, cuando con un corte incruento hayas dividido el cuerpo y la sangre del Señor, usando la palabra por espada " . (Epíst: ad. Amphílochíum). (4)

Esta inmolación misteriosa, es lo que se opera bajo los sig¬nos sacramentales, en cuanto el cuerpo de Cristo y su sangre, en la Eucaristía, se ofrecen a Dios sacramentalmente separados; el cuerpo bajo el signo del pan, la sangre bajo el signo del vino y de esta manera se coloca a Cristo en el altar, se lo presenta a Dios revestido de los caracteres de la Pasión que una vez por todos sufrió en la Cruz. (5)

" Bajo la especie de pan dice Santo Tomás está el cuerpo de Cristo en virtud de la consagración; la sangre bajo la especie de vino; pero ahora por cierto, cuando realmente la sangre de Cristo no está separada de su cuerpo, por la concomitancia real también la sangre de Cristo está bajo la especie de pan juntamente con el cuerpo, y el cuerpo bajo la especie del vino juntamente con la sangre. Pero si en tiempo de la Pasión de Cristo, cuando realmente su sangre estaba separada de su cuer¬po, hubiese sido consagrado este Sacramento, bajo la especie del pan estaría solo el cuerpo y bajo la especie del vino solamente la sangre " . Igualmente. . . " no hubiese estado el alma de Cristo bajo este sacramento, no por defecto de poder en las palabras sino por la disposición distinta de la cosa". (6)

 

Notas:

(1) (R. J. 1063). (2) (R. J. 850-51). (3) (Meditatioss sur l'Evangile. La Céne. LVII journée. Ed. Vives - vol: VI). (4) (R. J. Nº 1019). (5) (C. Billot. De Ecles: Sacramentis - T. I - 1924 - pág. 632-637). (6) (III - 81- 4).

 

    EL CANON DE LA MISA

 

    10. A continuación de los Prefacios, los Misales actuales traen un gran grabado, de Jesús Crucificado y, al comienzo de la siguiente página, una viñeta con un título en caracteres gruesos, que dice: "CANON MISSAE", o sea: "CANON DE LA MISA". Contiénense, efectivamente, en este cuaderno los cánones o reglas, juntamente con los texos, prefijados por la Iglesia desde la más remota antigüedad, para la inmolación y consumación de la sagrada Víctima. Es éste como el cuaderno central. y más venerable del Misal, donde se encierra como el Sancta Sanctórum del augusto Sacrificio de la Misa. Por eso hay que entrar a estudiarlo con suma devoción y reverencia.

    El grabado de Jesús Crucificado es un elemento puramente decorativo. Recuerda las escenas con que los monjes miniaturistas e iluminadores solían adornar la T inicial de la primera palabra ("Te ígitur") del Canon, aprovechando la forma crucífera de, esa letra. En los viejos manuscritos, solamente se ve unas veces la imagen del Santo Cristo, y otras el cuadro, más o menos completo, de la 'Crucifixión. Lo propio ocurre hoy en los Misales impresos.

    La viñeta que encabeza la página es también puramente decorativa y trae el mismo origen que el grabado.

    La palabra "Canon" significa, en griego, la regla de madera que usa el carpintero, y, por metáfora, norma legítima y segura, "regla disciplinaria": de ahí que a las leyes de la Iglesia se les llame "cánones", y "canónicos", a los libros que tiene ella por inspirados.

    El texto del Canon es antiquísimo; a principios del siglo VII existía ya íntegro. Es lo más primitivo, apostólico y patrístico de la Misa. Gira todo él en torno del relato evangélica de la Cena. Su estilo es casi bíblico. Alienta en todas sus líneas el soplo del Espíritu Santo. Es que todo en él es santo y misterioso, y el mismo silencio que, por prescripción, se observa ahora al recitarlo, acrecienta la unción y el misterio.

    Después de la Biblia, nada inspira tanto respeto a la Iglesia como el Canon. Ni un vocablo, ni una tilde ha innovado desde los días de S. Gregorio Magno. Al recitarlo hoy, secretamente y con los brazos en alto, parécenos estar suspendidos entre la tierra y el cielo, escuchando plegarias de Catacumba o ecos del paraíso.

 

    11. Plan general del Canon. Para que mejor se comprenda el CANON, comenzaremos por trazar un plan general del mismo, señalando la concatenación de sus partes.

    Antes de la Consagración:

    1. Oración "Te ígitur", ofreciendo la Oblación por intenciones generales; seguido del "Memento" de vivos y del "Communicántes" o mención de los Santos, y terminando estas tres plegarias, como si sólo fueran una, con una misma conclusión.

    2. "Hanc ígitur" y "Quam oblatiónem", recomendando la Oblación, a Dios Padre para que la acepte de buen grado.

    3. "Qui prídie" o relato de la institución y rito de la CONSAGRACIÓN.

    Después de la Consagración:

    1. "Unde et mémores", o "anamnesia", que dicen los griegos, o conmemoración de la muerte y resurrección del Señor; "Supra quae", o evocación de los sacrificios bíblicos más famosos, y "Súpplices te rogámus", confiando el sacrificio al Ángel del Señor. También terminan estas tres oraciones con una misma conclusión.

    2. "Memento" de difuntos, que corresponde al de "vivos" antes de la Consagración, y "Nobis quoque", que continúa la mención de los Santos comenzada en el "Communicántes".

    3. "Per quem", o doxología solemne, acompañada de ocho cruces, terminando el CANON.

    No todas estas oraciones han ocupado siempre el lugar que hoy en la Misa; algunas, como los "mementos", ni siquiera pertenecieron, en cierta época, al CANON. Eso no obstante, hoy forman todo un conjunto armónico.

 

    12. El "Te ígitur". Es la oración que hoy abre el CANON, en el Misal romano. Al empezarla, el celebrante levanta las ojos al cielo, dirigiéndolos hacia el Crucifijo, se inclina profundamente, besa el altar y bendice tres veces el Cáliz y la Hostia; significando con todos estos gestos el profundo respeto y devoción que le inspira esta nueva fase de la Misa.

    La expresión "Te ígitur" ("A Ti, pues") sirve para salvar la interrupción establecida por el "Sanctus" entre el "Prefacio" y el CANON actual, unidos primitivamente.

    Esta primera oración tiene por objeto recomendar a Dios los dones presentes en el altar y pedirle los bendiga y acepte, como ofrecidos que son por la Iglesia Católica, por el Papa reinante, por el Obispo diocesano y por todos los ortodoxos g fieles católicos. `Esta es la primera aplicación del fruto general de la .Misa. Adviértase, de paso, que la Iglesia y el Papa son los primeros mencionados, y que la devoción a ellos debe ser de las primeras del cristiano.

    Las tres cruces (sobre los dones, lbs presentes y sacrificios) probablemente se repartían antiguamente entre las tres divisiones que se hacía, en el Ofertorio, de las ofrendas, y que se colocaban a ambos lados del altar y en medio. Este mismo triple gesto repite la Iglesia en otras bendiciones, como para repartir sobre todo lo presente la única bendición.

 

    13. El "Memento de los vivos". Hecha en la anterior oración la aplicación del fruto general de la Misa, hácese ahora la aplicación del fruto especial de la Misa por determinadas personas de la Iglesia militante. El celebrante enmudece y se recoge un momento para recapacitar y nombrar mentalmente, en primer lugar, a la persona o personas que han encargado la Misa, y después a otras de su particular devoción. A estos nombres privilegiados sigue la mención global de todos los asistentes a la Misa y de aquellos por quienes tanto el sacerdote como los asistentes (que son sus concelebrantes) ofrecen a Dios este Sacrificio de alabanza.

    Este recuerdo íntimo de determinadas personas vivas, o "memento de vivos" como se llama ordinariamente, reemplaza a la pública lectura que el diácono o el mismo celebrante hacían antiguamente de los nombres de ciertos personájes y de los bienhechores más acreedores a la gratitud de la Iglesia, escritos en dos tablillas plegadizas llamadas "díptycos". Cuando no se leían en voz alta, como sucedió por lo menos desde el siglo XI al empezar a desaparecer la costumbre de hacer las ofrendas, se colocaban los "díptycos" sobre el altar, lo que equivalía a una buena recomendación de aquellos nombres a Dios.

 

    14. El "Communicantes". A continuación de los "díptycos" de los vivos, leíanse antiguamente los de los difuntos, y después una lista de los Santos Mártires más ilustres y recientes, interponiéndolos como intercesores. Así entraban en juego las tres iglesias: militante, purgante y triunfante. En el CANON actual la memoria de los difuntos se ha dejado para después de la Consagración, pero en cambio viene ahora el "Communicantes",que es como si dijéramos el "Memento de los Santos". En él se hace mención particular de la Santísima Virgen, Madre de Dios; de los doce Apóstoles, substituyendo a San Matías por San Pablo; de doce Mártires muy célebres en Roma en los siglos III y IV, y termina con una conmemoración global de Todos los Santos.

    El "Communicantes" es un texto variable y movible. Primitivamente emplazábase fuera del CANON, de ahí el título, que todavía conserva, de "infra Actionem", para indicar que se debía decir "dentro del CANON". Hoy el texto ordinario entra ya en el Canon y forma parte del mismo. La fórmula sólo varía en las fiestas de Navidad, Epifanía, Pascua, Ascensión, Pentecostés y Jueves Santo.

    El hecho de no figurar más que santos Mártires indica que el "Communicántes" es anterior al siglo V; pues hasta el IV la Iglesia no celebraba otros santos que los Mártires: Posteriormente se empezó a inscribir a otros Santos, los que, por el hecho de admitirlos en el CANON, eran considerados entonces por la Iglesia como canonizados. De ese modo cada iglesia particular y cada nación fué añadiendo sus Santos, hasta que, por fin, volvióse a la, lista primitiva, que es la que subsiste en el Misal.

 

    15. Prosigue la Oblación. Interrumpida unos momentos la Oblación, para dar lugar a las anteriores recomendaciones, el celebrante vuelve de nuevo sobre ella, pidiendo 'a Dios la acepte propicio y la bendiga, convirtiéndola finalmente en el Cuerpo y Sangre del Señor. Este es el sentido de las dos últimas oraciones: "Hanc ígitur" y "Quam oblatiónem", que preceden. a la Consagración.

    En el "Hanc ígitur" se pide que acepte Dios la Oblación que se le ofrece a título de servidumbre del celebrante y sus ministros (servitutis nostrae) y de todo el pueblo cristiano (cunctae, f amiliae tuae) para conseguir la paz de cada día.

    Al rezarla, el celebrante tiene ambas manos extendidas sobre el Cáliz de la Hostia, imitando el gesto del sacerdote judío de la antigua alianza, que imponía sus manos sobre la víctima antes de sacrificarla, para significar que la inmolaba en sustitución suya y del pueblo y para expiación de los pecados de todos. Esto mismo expresa el rito cristiano, introducido en el siglo XV. Al extender el celebrante sus manos sobre la oblata, es como si la colocase sobre la cabeza misma de Jesucristo, en cuyo Cuerpo se va a convertir enseguida, para hacer recaer, sobre Él los pecados de todo el mundo y sacrificarlo a' Él solo, como único culpable, en sustitución de los pecadores, que debiéramos ser las verdaderas víctimas.

    La oración "Quam oblatiónem" tiene, por objeto pedir la gracia sacramental de la transubstanciación de las especies eucarísticas, por lo cual muchos liturgistas la consideran como la epiclesis latina. Pasma considerar la sencillez con que aquí se pide un milagro tan estupendo como el de la transubstanciación.

    Hablando con toda propiedad, no puede decirse que esta oración sea realmente una epiclesis, ya que ni siquiera se invoca al Espíritu Santo, cosa esencial para ello. Para los efectos, no obstante, es como si en realidad lo fuera.

    Las cinco cruces que hace el celebrante mientras reza esta oración, tres sobre la Hostia y el Cáliz a la vez y dos por separado, sirven para indicar que el milagro de la transubstanciación se va a operar en virtud de los méritos de la Cruz de J. C.

 

    16. El rito de la CONSAGRACION. La Misa llega a su punto culminante. Todo está ya preparado para la gran Acción. Cielos y tierra están pendientes de ella. ¿ Cómo proceder en esta obra tan divina y tan trascendental? La Iglesia no ha creído poder hacerlo más dignamente que reproduciendo casi literal y mímicamente el mismo rito practicado por Nuestro Señor en la última Cena.

    Veámosla.

    El celebrante límpiase delicadamente en el corporal las yemas de los dedos pulgar e índice de ambas manos, y procede a la Consagración de la Hostia, diciendo y haciendo lo siguiente

    "JESUCRISTO, LA VÍSPERA DE SU PASIÓN, TOMÓ EL PAN (y toma la hostia) EN SUS VENERABLES Y SANTAS MANOS, Y LEVANTANDO LOS OJOS (y los levanta) AL CIELO HACIA TI, OH DIOS, SU PADRE OMNIPOTENTE, DÁNDOTE GRACIAS, LO BENDIJO (y l0 bendice), LO PARTIÓ Y DIÓLO A SUS DISCÍPULOS (lo partirá y lo dará después, al llegar la Comunión), DICIENDO: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTE ES MI CUERPO."

    El sacerdote, al pronunciar las palabras e imitar los gestos del Señor, realiza también lo que ellos significan. Habla y obra en primera persona, porque realmente personifica aquí a Jesucristo. Así es cómo, en virtud de sus palabras y de sus poderes, la Hostia que antes tenía en sus manos se convierte en el verdadero CUERPO de Jesucristo.

    Consagrada la Hostia y hecha la elevación de la misma, el celebrante procede a la CONSAGRACIÓN DEL CÁLIZ, diciendo y haciendo lo siguiente

    "Del mismo modo, TOMANDO también este- precioso Cáliz (y lo toma) en sus santas y venerables manos, dándote de nuevo gracias, lo BENDIJO (y lo bendice) y lo dió a sus discípulos, diciendo Tomad y bebed de él; PORQUE ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO, MISTERIO DE FE, LA CUAL SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS EN REMISIÓN DE LOS PECADOS" (8).

    Ipso facto, el vino conviértese en la verdadera SANGRE de Jesucristo; de modo que, desde este instante, ya no hay en el altar pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, juntamente con su Alma y su Divinidad. Los ojos creen ver todavía pan y vino, pero se engañan, puesto que sólo subsisten de ellos los accidentes y apariencias.

 

    17. La Elevación. Después de cada una de las dos consagraciones, el celebrante hace una genuflexión, muestra al pueblo la Hostia y el Cáliz, separadamente, elevándolos a la altura de la cabeza, y vuelve a repetir la genuflexión. Entretanto, un acólito tañe la campanilla, el turiferario inciensa el Cáliz y la Hostia y el pueblo, de rodillas, los adora y los mira con fe viva. En esto consiste el rito de la elevación, que en algunos países también se llama el alzar y también ver a Dios.

    Háse dicho comúnmente por los liturgistas que el rito de la Elevación nació como una reacción piadosa, contra los errores de Berengario (s. XI), que negaba la "transubstanciación", sin negar por eso abiertamente la presencia real en la Eucaristía. Esta teoría, en realidad, carece de fundamento histórico. En primer lugar, porque los textos en que primero se habla de este rito no aluden siquiera al error de Berengario, y además porque los documentos con él relacionados son un siglo posteriores a la famosa controversia. Lo más probable es que la Elevación nació, principalmente, del ansia de ver a Dios en la Hostia, que, propagada por los escritores místicos del siglo XII, adquirió forma práctica por primera vez, en un decreto de Eudes de Sully, obispo de París (1196-1208), mandando que el celebrante elevara la Hostia, no al "qui prídie", como hasta entonces se hacía con peligro de hacer creer al pueblo que había lo que no había todavía, sino en seguida de la Consagración del pan, en que ya se podía mirar realmente a N. Señor. Así se empezó a practicar, en efecto, en París, y de ahí cundió la costumbre por doquier (9).

    Este afán de ver la Hostia, recomendado por Santa Gertrudis como muy grato al Señor, fué el que obligó a colocar en la mesa del altar la vela suplementaria, que todavía se usa; a poner detrás del altar en algunos sitios, un paño oscuro, para que mejor resaltara la blancura de la masa; a prohibir levantar demasiado humo en el incensario, etcétera.

    Eso por lo que se se refiere a la elevación de la Hostia. La elevación del Cáliz es posterior, pues empezó en algunas partes en el siglo XV, y no se generalizó hasta el XVI.

    Ello se debió a que las ansias del pueblo sólo se dirigían a ver la Hostia, no el Cáliz, y además a que los herejes tan sólo asestaban sus golpes contra aquélla, no contra éste. Quizá también fué debido a la forma de los cálices antiguos, cuya copa ancha y poco profunda ponía el líquido en peligro de derramarse.

    De todo esto deben sacar los fieles, como conclusión, „ la devoción de mirar la Hostia, tanto en el momento de la Elevación como en las Bendiciones con el Santísimo.

 

    La Elevación del Cáliz

 

    Momento de la Elevación del Cáliz

 

    18. Preces que siguen a la Elevación. Entre la Consagración y el Memento se encuentran en el Canon tres oraciones sublimes, aunque muy breves, independientes entre sí, pero bajo una conclusión común. Estas oraciones son, lo mismo que las que preceden a la Consagración, oraciones de presentación, pero presentación no ya como aquéllas de la ofrenda material del pan y del vino, sino del Cuerpo y Sangre del Señor. Hacen resaltar con toda claridad el acto sacerdotal de Jesucristo ofreciéndose a Dios por nosotros y apropiándonos su sacrificio. Dichas tres oraciones son: "Unde et mémores", "Supra quae" y "Súpplices te rogamus".

    La oración "Unde et mémores" responde al mandato del Señor: "Haced esto en memoria de Mí", que acaba de repetir el celebrante al hacer la elevación del Cáliz. Es una "conmemoración" de la Pasión, Resurrección y Ascensión del Señor, que los griegos llaman "anamnesis", en recuerdo de cuyos misterios ofrece a Dios "la Hostia pura, santa e inmaculada, el Pan sagrado de la vida eterna y el Cáliz de la perpetua salvación". Estas palabras las subraya el celebrante con cinco bendiciones, tanto para acompañar -según es de práctica. en la Misa- las expresiones "hostia", "pan", "cáliz", etc., con ese gesto, como para recalcar bien, por medio de las cruces, la identidad del Sacrificio del Altar con el del Calvario..

    La segunda oración "Supra quae" pide a Dios que mire propicio y acepte el Sacrificio de Cristo y nuestro, como miró y aceptó los sacrificios del niño Abel, de Abrahán y de Melchisedec. Alude a los corderillos ofrecidos por Abel (Gén., IV, 4), al sacrificio de su hijo Isaac por Abrahán (íd., XXII), padre de los creyentes, y al pan y al vino ofrecidos por el Sumo Sacerdote Melchisedec (íd., XIV, 18). Son éstos los tres más famosos sacrificios del A. Testamento y los más figurativos del Sacrificio de la Cruz y del Altar.

    La tercera oración "Súpplices te rogamus", es de las más misteriosas del Canon. Para rezarla, el celebrante se inclina profundamente sobre el altar, como movido por su mismo contenido. Pide a Dios que "ratifique" en el Cielo (que es su "sublime altar") este Sacrificio de la tierra, en cuanto al fruto personal y a la eficacia subjetiva del sacramento; y para expresar esta idea de una manera sugestiva, pide le, sea transportado y presentado por manos de "su Ángel". Este "Ángel" han creído algunos que es el mismo Jesucristo, otros que el Espíritu Santo, otros que un Ángel especial de Dios que presidiría el Santo Sacrificio. Lo más probable es que recuerda al Ángel del Apocalipsis (VIII, 3-5) que vio San Juan ofreciendo incienso y perfumes en el altar del cielo, y al que se le apareció a Zacarías mientras ejercía su ministerio (Luc., I, II). En realidad no se hace aquí más que imitar a la Escritura, en la que se estila confiar a los Ángeles, como mensajeros de Dios, la misión de presentarle las oraciones y los méritos de los santos. Lo que de ninguna manera puede considerarse esta oración es cómo una "epiclesis" o fórmula sacramental de la transubstanciación, equivalente a la de la anáphora griega, puesto que la transubstanciación ya se ha realizado.

 

    19. El "Memento de los difuntos". Así como antes de la Consagración se hizo memoria de los "vivos" y llamó en su socorro a los Santos del Cielo en el Communicantes (n° 14), del mismo modo se hace ahora una conmemoración especial de los "difuntos", interponiendo, en el Nobis quoque, una nueva intercesión de los Santos en favor de los pecadores. Aquí el paralelismo es patente. Aunque ambos Mementos, el de los vivos y el de los difuntos, interrumpen la unidad del Canon -como ya hemos advertido-, hay que reconocer que están discretísimamente insertados y que forman con el conjunto una sabia armonía.

    En los "dípticos" primitivos figuraban los nombres de los difuntos más esclarecidos, los cuales se escribían en las gradillas del altar. La liturgia romana, con su habitual discreción, fue suprimiendo los nombres de unos y otras, y tan sólo conservó una mención general, que es la actual. Reza así:

    "Acuérdate también, Señor, de tus siervos y tus siervas "N. y N. (se nombra mentalmente a algunos) que nos " han precedido con la señal de la f e y duermen el sueño "de la paz. A ellos, Señor, y a todos los que descansan "en Cristo, te rogamos les concedas el lugar del refrigerio, " de la luz y de la paz. Por el mismo J. C. N. S. Así sea."

    La oración Nobis quoque peccatóribus, que el celebrante recita a continuación del Memento, dándose al principio un golpe de pecho y elevando (por primera y única vez en el Canon) la voz, es para pedir a Dios, por intercesión de los Santos, una participación para todos en el reino de los Cielos. Así es como se reafirma en el Canon el dogma consolador de la Comunión de los Santos.

    Se hace mención especial aquí, de S. Juan Bautista y de otros 14 Mártires, 7 varones y 7 mujeres, a saber: 1 diácono (S. Esteban), 2 Apóstoles (S. Matías y S. Bernabé), 1 Obispo (S. Ignacio de Antioquía), 1 Papa (S. Alejandro), 1 Sacerdote (S. Marcelino), 1 Exorcista (S. Pedro), 2 mujeres casadas (Sta. Perpetua y Sta. Felicitas), 5 Vírgenes (las Santas Agueda, Lucía, Inés, Cecilia y Anastasia).

 

    20. Un rito caído en desuso. Al "Memento" de los difuntos y a la invocación de los Santos, que acabamos de explicar, síguese esta breve fórmula, que el celebrante acompaña con tres cruces sobre el Cáliz y la Hostia

    "Por quién, oh Señor siempre creas estos bienes, los santi † ficas, los viví † ficas, los bendi † ces, y nos los otorgas."

    Dom Cagin, que ha estudiado a fondo el CANON, cree que esta fórmula ha de enlazarse con la conclusión de la oración "Súpplices te rogamos" que precede al Memento de los difuntos y con la cual primitivamente iba unida. Su opinión tiene muchos visos de verosimilitud, según se desprende de sus pruebas (10); pero hoy no es ya compartida por la mayoría de los liturgistas:

    Los mejores liturgistas creen que esta fórmula es el final de una oración que antiguamente se decía, en este momento, para bendecir, en ciertos días señalados, los nuevos frutos de la tierra; el trigo, el vino, el aceite, las habas, etc., el óleo de los enfermos, y las primicias que los fieles presentaban a la bendición del sacerdote; a todos los cuales bienes han de referirse las palabras "estos bienes" de dicha fórmula, palabras que, de lo contrario, quedarían incomprensibles (11). Al desaparecer de aquí esta rito, desapareció con él la oración correspondiente, de la que solamente quedó esta breve conclusión, la cual, lo mismo que las cruces que la acompañan, hánse referida después a la Hostia y al Cáliz.

    Recuerdo de esta antigua bendición es la Bendición y Consagración de los Santos óleos, reservada ahora al Jueves Santo, y también lo es la nupcial de la Misa de esponsales, si bien esta última tiene hoy su lugar después del "Paternoster".

    Adviértase, de paso, "que este lugar, reservado antiguamente, en el CANON eucarístico, a las diversas bendiciones incluso a la nupcial, estaba muy bien elegido, y servía para poner mejor en evidencia este carácter íntimo de unidad que dominaba antaño toda la liturgia, cuando el Sacrificio del altar era el centro del culto cristiano, al cual estaban asociados todos los demás ritos, y del cual brotaban todos como de un manantial desbordante de gracia" (12).

 

    21. La "Doxología" final y la "Elevación" menor. El CANON propiamente dicho termina hoy aquí, con una solemne "Doxología", durante la cual el celebrante bendice cinco veces el Cáliz con la sagrada Hostia, elevándolos, al fin, a ambos unos centímetros sobre los corporales.

    La "Doxología" reza así:

    "Por Quién † y con Quién † y en Quién † te pertenece a Ti, oh Dios Padre † Omnipotente, en la unidad del Espíritu † Santo, todo honor y gloria. Por los siglos de los siglos. Así sea."

    "Esta famosa Doxología, con sus señales de la cruz multiplicadas, con la elevación del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, que fué durante mucho tiempo la principal y única elevación de la Misa, y, en fin, con sus términos sacados de San Pablo (Rom., XI, 36), es la más solemne de todas las doxologías, distinguiéndose por su majestad y sublimidad sobre todas las demás conocidas y terminando dignamente el CANON romano" (13).

    El "Amén" final con que, en las misas cantadas, responde el pueblo y, en las rezadas, el monaguillo, es una ratificación solemne y un asentimiento general de la asamblea a todo lo que acaba de realizar, en nombre de todos y en secreto, el celebrante, en todo el transcurso del CANON.

    Este "Amén" final es muy célebre, por ser él la única intervención que tenía el pueblo en todo el CANON. Se encuentra ya en el siglo II, y señala la conclusión del CANON y el principio del "Paternoster", o preparación para el Banquete eucarístico, que es lo que ahora sigue.

 

    NOTAS

    (8) Explicación de algunos términos:

    Hoc: "Esto" que tengo en mis manos y que ahora todavía es pan, es lo que pasa a ser el Cuerpo de Cristo, desapareciendo su substancia de pan.

    Est: "Esto es mi Cuerpo", es decir, lo es de verdad, no en imagen o símbolo.

    Mysterium fidei: "Misterio de fe". Primitivamente, cuando se usó el tender un velo, durante el Canon entre el altar y el pueblo, en las misas solemnes el diácono decía esas palabras en voz alta, en el momento de la Consagración, para llamar la atención. En las rezadas decíalas el mismo celebrante con las demás de la Consagración, de donde vino la costumbre de incluirlas en la fórmula, aunque poniéndolas entre paréntesis.

    Pro multis: "Por muchos" quiere decir, por un gran número de personas, si bien en el griego la expresión "o¡ pollo¡" significa todo el género humano.

    (9) Quest. parois. et liturg. (Mont-César, junio 1931, p. 129).

    (10) Cf. Batiffol: ob. cit., p. 274.

    (11) Cf. Card. Schuster: Liber Sacr. t. II, c. III

    (12) Cf. Card. Schuster: Liber Sacr. t. II, c. III.

    (13) Dom Cabrol: Liturgia (Encicl. pop.), Bloud et Gay (París, 1930), p. 549.

 

 

 

 

"Este Misal* podrá ser seguido en su totalidad..., sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y... podrá válidamente usarse libre y lícitamente y esto a perpetuidad... jamás nadie, quienquiera que sea, podrá contrariarles a cambiar de Misal... Si alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo". (Bula "Quo Primum" de San Pío V, 19 de Julio de 1570) *El Misal Tradicional.

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