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San Pío X. Modelo de Pastor.

 

Queridos hermanos y hermanas: Hoy quiero detenerme a hablar de la figura de mi predecesor San Pío X, de quien el (3 de septiembre se celebra la memoria litúrgica), subrayando algunos rasgos que pueden resultar útiles también para los pastores y los fieles de nuestra época.

Giuseppe Sarto -este era su nombre-, nació en Riese (trevieso) en 1835 de familia campesina. Después de los estudios en el seminario de Padua fue ordenado sacerdote a los 23 años. Primero fue Vicario parroquial en Tómbolo, luego párroco en Salzano, después canónico de la Catedral de Trevieso con el cargo de canciller episcopal y director espiritual del Seminario Diocesano. En esos años de rica y generosa experiencia pastoral, el futuro Romano Pontífice mostró profundo amor a Cristo y a la Iglesia, la humildad, la sencillez y la gran caridad hacia los necesitados, que fueron características de toda su vida. En 1884 fue nombrado obispo de Mantua y 1893 patriarca de Venecia. El 4 de agosto de 1903 fue elegido Papa, ministerio que aceptó con titubeos, porque consideraba que no estaba a la altura de una tarea tan elevada.

 

El Pontificado de San Pio X dejó una huella indeleble en la historia de la Iglesia y se caracterizó por un notable esfuerzo de reforma, sintetizada en su lema Instaurare omnia in Christo: “Renovarlo todo en Cristo.” En efecto, sus intervenciones abarcaron los distintos ámbitos eclesiales. Desde los comienzo se dedicó a la reorganización de la Curia Romana. Después puso en marcha los trabajos de redacción  del Código de Derecho Canónico, promulgado por su sucesor Benedicto XV. Promovió también la revisión de los estudios y del itinerario de formación de los futuros sacerdotes, fundando así mismo varios seminarios regionales, dotados de buenas bibliotecas y profesores preparados.

Otro ámbito importante fue el de la formación doctrinal del pueblo de Dios. Ya en sus años de párroco el mismo había redactado un catecismo y durante el episcopado en Mantua había trabajado a fin de que se llegara a un catecismo único, si no universal, por lo menos italiano. Como autentico pastor había comprendido que la situación de la época, entre otras cosas por el fenómeno de la emigración hacía necesario un catecismo al que cada fiel pudiera referirse independientemente del lugar y las circunstancias de la vida. Como Romano Pontífice preparó un texto de doctrina cristiana para la Diócesis de Roma, que se difundió en toda Italia y en el mundo. Este catecismo llamado de San Pio X”, fue para muchos una guía segura a la hora de aprender las verdades de la fe, por su lenguaje sencillo, claro y preciso, y por la eficacia expositiva.

 

“Habrá santos entre los niños.

 A Cien Años de la Encíclica: “Quam Singulares” de San Pío X.

 

El pasado 8 de Agosto se cumplieron cien años del importantísimo decreto, “Quam Singulares” del Papa San Pío X., por el cual se admitía a los niños a la primera comunión en torno a los 7 años de edad. Con esta ocasión el Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Antonio María Cañizares, ha publicado en L’Osservatore Romano el siguiente articulo, cual nos complacemos en reproducir.

 

“Dejad que los niños se acerquen a Mi.”

 

Cien años atrás, con el decreto “Quam Singulares” siguiendo fielmente las enseñanzas de los Concilios Lateranense IV y Tridentino, Pío X fijó la primera Comunión y la Primera Confesión de los niños a la edad del uso de la razón, es decir, en torno a los siete años. Esta disposición implicaba un cambio muy importante en la practica pastoral y en la concepción habitual de entonces, que por diversas razones habían retrazado este acontecimiento tan fundamental para el hombre.

 

Con este decreto Pío X, el gran y santo Papa de la piedad y de la participación

Eucarística, con el deseo de renovación eclesial que inspiró su pontificado, enseñó a toda la Iglesia el sentido, en el momento, el valor y la centralidad de la santa Comunión para la vida de todos los bautizados, incluidos los niños. Al mismo tiempo subraya y recordaba a todos el amor y la predilección de Jesús por los niños ya que El, además de hacerse niño, manifestó su amor hacia ellos con gestos y palabras, al punto de decir: “Si no os hacéis como niños, no entrareis en el Reino de los Cielos.” :Dejad que los niños vengan a mi y no se lo impidáis porque el Reino de los cielos pertenece a quienes son como ello.” Ellos son siempre amigos muy especiales del Señor.

Con la misma predilección, la misma mirada amorosa y la misma atención y solicitud especial, la Iglesia mira, sigue, cuida y se preocupa de los niños .Por eso, como Madre amorosa, desea que sus hijos pequeños, los primeros en el Reino de los cielos, participen pronto, con la debida disposición, del don mejor y mas grande que Jesús nos ha dejado en su memoria: su Cuerpo y su Sangre, el Pan de la Vida. Gracias a la Santa Comunión, Jesús en persona, Hijo único de Dios, entra en la vida de quien lo recibe y hace memoria en él.

 

Cristo es necesario para crecer y madurar.

 

No existe amor mas grande ni regalo mas grande. Ese es un don de amor que vale mas que cualquier otra cosa en la vida de cada hombre. Estar con el Señor; que el Señor esté con nosotros, dentro de nosotros, que nos alimente y nos sacie; nos tome de la mano y nos guíe, que nos vivifique y que nos mantengamos fieles en la comunión y en la amistad con El: es, sin duda, lo mas grande, mas gratificante y mas alegre que puede suceder. ¿Cómo retrasar, entonces, para los niños, este encuentro con Jesús, visto que son sus mejores amigos, aquellos que son amados de modo especial por Dios Padre, objeto de los cuidados especiales de la Iglesia, la Santa Madre?

 

La primera comunión de los niños es como el inicio de un camino junto a Jesús, en comunión con El: el inicio de una amistad destinada a durar y reforzarse para toda la vida con El. El inicio de un camino porque con Jesús, unidos sin separarnos, procedemos bien y la vida se convierte en algo bueno y alegre; con El dentro podemos ser, sin duda, personas mejores. Su presencia entre nosotros y con nosotros es luz, vida y pan en el camino. El encuentro con Jesús es la fuerza que necesitamos para vivir con alegría y esperanza. No podemos, retrazando la primera Comunión, privar a los niños -el alma y el espíritu de los niños-  de esta gracia, obra y presencia de Jesús, de este encuentro de amistad con El, de esta participación singular con el mismo Jesús y de este alimento del cielo para poder madurar y llegar así a la plenitud. Todos, especialmente los niños, tienen necesidad del Pan bajado del cielo, porque también el alma debe nutrirse y no bastan nuestras conquistas, la ciencia, las técnicas, por mas importantes que sean. Tenemos necesidad de Cristo para crecer y madurar en nuestras vidas.

 

Esto es todavía mas importante en los momentos en que vivimos y lo es de modo especial para los niños, cuya grandeza, pureza, sencillez , “santidad”, actitud hacia Dios y amor, que los caracterizan, desgraciadamente son con frecuencia, manipulados y destruidos. Los niños viven inmersos en miles de dificultades, rodeados por un ambiente difícil que no los  anima a ser lo que Dios quiere de ellos; muchos son victimas de la crisis de la  familia. En este clima son todavía mas necesarios para ellos el encuentro, la amistad, la union con Jesús, su presencia y su fuerza. Ellos son, gracias a su alma inmaculada y abierta, aquellos que están mejor dispuestos, sin duda, para este encuentro.

 

!No los privemos del don de Dios!

 

El centenario del decreto “Quam singulari” es una ocasión providencial para recordar e insistir en tomar la primera Comunión cuando los niños tienen la edad del uso de la razón, que hoy parece incluso haberse anticipado. Por lo tanto, no es recomendable la praxis, que se está introduciendo cada vez mas, de elevar la edad de la primera comunión. Al contrario, es todavía mas necesario anticiparla. Frente a todo lo que está ocurriendo con los niños y al ambiente tan adverso en que crecen, no los privemos del don de Dios: es la garantía de su crecimiento como hijos de Dios, generados por los sacramentos de la iniciación cristiana en el seno de la Santa Madre Iglesia. La gracia del don de Dios es mas poderosa que nuestras obras, y que nuestros planes y programas.

Cunado Pío X anticipó la edad de la Primera Comunión, insistió también en la necesidad de una buena formación, de una buena catequesis. Hoy debemos acompañar esta misma anticipación  de la edad con una nueva y vigorosa pastoral  de iniciación cristiana. Las líneas trazadas por el Catecismo de la Iglesia Católica, por el Directorio general de la catequesis y por el Directorio para misas con niños son una guía imprescindible de esta nueva o renovada  pastoral de iniciación cristiana, tan fundamental para el futuro de la Iglesia, la Madre que, con la ayuda de la gracia del Espíritu genera y hace madurar a sus hijos a través de los sacramentos de iniciación , la catequesis  y toda la acción pastoral que le acompaña.

 

No cerremos, entonces, los oídos a las palabras de Jesús: “Dejad que los niños vengan a Mi, no se lo impidáis.” El quiere estar  en ellos y con ellos  porque “el reino de los cielos pertenece a los niños y a quienes son como ellos.”

 

+ Antonio María, Cardenal Cañizares Llovera.

 

 

 

 

Hoy como Ayer.

 

Nos complacemos, en reproducir un fragmento de la carta dirigida por el Papa San Pío X al entonces obispo de Vic; Mons. José Torras i Bages, con motivo de su pastoral motivada por la política antirreligiosa del gobierno español (1-V-1911) El texto, pese a los años conserva toda su frescura y esplendor, además de una actualidad abrumadora.

 

 

 

 

 

 

 

 

Al Venerable Hermano: José, Obispo de Vic.

 

Venerable Hermano: Salud y Bendición Apostólica.

 

En medio de las amarguras, que cada día nos apenan mas, por los males que afligen y por los que amenazan a la Iglesia Católica en la nación española, Nos ha servido de gran consuelo, ciertamente, la carta pastoral que recientemente dirigiste al pueblo. Realmente en ella te muestras obispo, tal como lo describe el apóstol, “guardador de las verdades de la fe según le han sido ensenadas, a fin de ser capaz de instruir en la sana doctrina y argüir a quienes la contradigan”. Y, en verdad, que con sana doctrina y perfectamente acomodada a las circunstancias de la sociedad has instruido al pueblo que te fue confiado, exponiendo e ilustrando magníficamente los principios, conforme a los que deben componer sus mutuas relaciones ambas potestades, eclesial y civil; y, a los contradictores, no solo les has rebatido brillantemente, sino que, además, has puesto al descubierto los planes ocultos que conciertan y has desvanecido y pulverizado los sofismas del falso liberalismo.

Realmente, los prejuicios, que con dolor recuerdas, causados a la fe católica, provienen, como de su fuente principal, de que los gobernantes del bien publico creen estar investidos de una autoridad no circunscripta a limite alguno, ni siquiera en lo concerniente a la religión.  Tu exposición convence, terminantemente, de cuan lejos esta esto de la verdad, cuando fundándose en aquella sentencia del Evangelio: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, demuestra que, tanto por derecho natural como por derecho divino, los gobernantes tienen constituidos limites, y que no les es licito resolver por su cuenta y sin el consentimiento y autoridad de la Cabeza Suprema de la Iglesia ni tan solo aquellos asuntos llamados de materia mixta. Porque en ninguna ocasión es licito prescindir de la autoridad del Romano Pontífice al tratarse de negocios de todo un pueblo pertenecientes a la Iglesia; y, menos aun, cuando tales asuntos se encuentran entre las causas llamadas comúnmente mayores, o cuando pactos solemnes obligan a mantenerlos firmes y válidos.

Y, en verdad, si desentendiéndose del Romano Pontífice, el Gobierno de vuestra nación presumiese de legislar  en materia religiosa (cosa a la que no se atreven ni los mismos príncipes no católicos) , por este mismo hecho se separaría de su profesión de católico; y aun abdicaría de los mayores timbres de gloria que heredó de sus antepasados, y destruiría la organización misma del Estado; ya que, sin lugar a dudas, es la fe católica la que, por encima de todo, hace una sola nación de los pueblos de España.

 

PIO PP. X

San Pío X.

Glorioso Papa de la Eucaristía, San Pío X, que te has empeñado en “restaurar todas las cosas en Cristo”. Obtenme un verdadero amor a Jesucristo, de tal manera que solo pueda vivir por y para El. Ayúdame a alcanzar un ardiente fervor y un sincero deseo de luchar por la santidad, y a poder aprovechar todas las riquezas que brinda la Sagrada Eucaristía. Por tu gran amor a María, Madre y Reina de todo lo creado, inflama mi corazón con una tierna y gran devoción a ella. Bienaventurado modelo del sacerdocio, intercede para que cada vez hayan más santos y dedicados sacerdotes, y se acrecienten las vocaciones religiosas. Disipa la confusión, el odio, la ansiedad, e inclina nuestros corazones a la paz y la concordia, a fin de que todas las naciones se coloquen bajo el dulce reinado de Jesucristo. Amén.

Dedicó notable atención a la reforma de la Liturgia, en particular de la música sagrada, para llevar a los fieles a una vida de oración mas profunda y a una participación mas plena en los sacramentos. En el Mutuo proprio “Tra le sollecitudini”, de 1903, primer año de su Pontificado, afirma que el verdadero espíritu cristiano tiene su primera e indispensable fuente en la participación activa en los sagrados misterios y en la acción publica y solemne de la Iglesia (cf. ASS 36 [1903} 531). Por eso recomendó acercarse a menudo a los sacramentos, favoreciendo la recepción diaria de la Sagrada Comunión, bien preparados y anticipando oportunamente la primera comunión de los niños hacia los siete anoos de edad, “cuando el niño comienza a tener uso de razón” (cf. S. Congr. De Sacramentis, decreto Quam singulari: ASS 2 [1910]  582).

Fiel a la tarea de confirmar a los hermanos en la fe, San Pío X, ante algunas tendencias que se manifestaron en el ámbito teológico al final del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, intervino con decisión, condenando el “modernismo”, para defender a los fieles de concepciones erróneas y promover una profundización científica de la revelación en consonancia con la tradición de la Iglesia. El 7 de Mayo de 1909, con la carta apostólica “Vinea electa”, fundó el Instituto Bíblico. La guerra ensombreció  los últimos meses de su vida. El llamamiento a los católicos del mundo, lanzado el 2 de agosto  de 1914, para expresar “el profundo dolor” de la hora presente, fue el grito de sufrimiento del padre que ve a sus hijos enfrentarse los unos contra los otros. Murió poco después el 20 de agosto, y su fama de santidad comenzó a difundirse enseguida entre el pueblo cristiano.

Queridos hermanos y hermanas, san Pío X nos enseña a todos que en la base de nuestra acción apostólica, en los distintos campos en los que actuamos, siempre debe haber una intima union personal con Cristo, que es preciso cultivar y acrecentar DIA tras día. Este es el núcleo de toda su enseñanza, de todo su compromiso pastoral. Solo si estamos enamorados del Señor seremos capaces de llevar a los hombres a dios y abrirles a su amor misericordioso, y de este modo abrir el mundo a la misericordia de Dios.

 

Benedicto XVI.

(18 de VIII de 2010)

Motu Proprio: “Sacrorum antistitum”

del 1 de septiembre de 1910-San Pío X.

 

JURAMENTO CONTRA LOS ERRORES DEL MODERNISMO

 

Yo…, abrazo y acepto firmemente todas y cada una de las cosas que han sido definidas, afirmadas y declaradas por el Magisterio inerrante de la Iglesia, principalmente aquellos puntos de doctrina que directamente se oponen a los errores de la época presente.

Y en primer lugar: profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser ciertamente conocido y, por tanto, también demostrado, como la causa por sus efectos, por la luz natural de la razón mediante las cosas que han sido hechas, es decir, por las obras visibles de la creación.

En segundo lugar: admito y reconozco como signos certísimos del origen divino de la religión cristiana los argumentos externos de la revelación, esto es, hechos divinos, y en primer término, los milagros y las profecías, y sostengo que son sobremanera acomodados a la inteligencia de todas las épocas y de los hombres, aun los de este tiempo.

En tercer lugar: creo igualmente con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, fue próxima y directamente instituída por el mismo verdadero e histórico Cristo, mientras vivía entre nosotros, y que fue edificada sobre Pedro, príncipe de la jerarquía apostólica, y sus sucesores para siempre.

Cuarto: acepto sinceramente la doctrina de la fe transmitida hasta nosotros desde los Apóstoles por medio de los Padres ortodoxos siempre en el mismo sentido y en la misma sentencia; y por tanto, de todo punto rechazo la invención herética de la evolución de los dogmas, que pasarían de un sentido a otro diverso del que primero mantuvo la Iglesia; igualmente condeno todo error, por el que al depósito divino, entregado a la Esposa de Cristo y que por ella ha de ser fielmente custodiado, sustituye un invento filosófico o una creación de la conciencia humana, lentamente formada por el esfuerzo de los hombres y que en adelante ha de perfeccionarse por progreso indefinido.

Quinto: Sostengo con toda certeza y sinceramente profeso que la fe no es un sentimiento ciego de la religión que brota de los escondrijos de la subconsciencia, bajo presión del corazón y la inclinación de la voluntad formada moralmente, sino un verdadero asentimiento del entendimiento a la verdad recibida por fuera por oído, por el que creemos ser verdaderas las cosas que han sido dichas, atestiguadas y reveladas por el Dios personal, creador y Señor nuestro, y lo creemos por la autoridad de Dios, sumamente veraz.

También me someto con la debida reverencia y de todo corazón me adhiero a las condenaciones, declaraciones y prescripciones todas que se contienen en la Carta Encíclica Pascendi y en el Decreto Lamentabili, particularmente en lo relativo a la que llaman historia de los dogmas.

Asimismo repruebo el error de los que afirman que la fe propuesta por la Iglesia puede repugnar a la historia, y que los dogmas católicos en el sentido en que ahora son entendidos, no pueden conciliarse con los auténticos orígenes de la religión cristiana.

Condeno y rechazo también la sentencia de aquellos que dicen que el cristiano erudito se reviste de doble personalidad, una de creyente y otra de historiador, como si fuera lícito al historiador sostenerlo que contradice a la fe del creyente, o sentar premisas de las que se siga que los dogmas son falsos y dudosos, con tal de que éstos no se nieguen directamente. Repruebo igualmente el método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, sin tener en cuenta la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe y las normas de la Sede Apostólica, sigue los delirios de los racionalistas y abraza no menos libre que temerariamente la crítica del texto como regla única y suprema.

Rechazo además la sentencia de aquellos que sostienen que quien enseña la historia de la teología o escribe sobre esas materias, tiene que dejar antes a un lado la opinión preconcebida, ora sobre el origen sobrenatural de la tradición católica, ora sobre la promesa divina de una ayuda para la conservación perenne de cada una de las verdades reveladas, y que además los escritos de cada uno de los Padres han de interpretarse por los solos principios de la ciencia, excluida toda autoridad sagrada, y con aquella libertad de juicio con que suelen investigarse cualesquiera monumentos profanos.

De manera general, finalmente, me profeso totalmente ajeno al error por el que los modernistas sostienen que en la sagrada tradición no hay nada divino, o lo que es mucho peor, lo admiten en sentido panteístico, de suerte que ya no quede sino el hecho escueto y sencillo, que ha de ponerse al nivel de los hechos comunes de la historia, a saber: unos hombres que por su industria, ingenio y diligencia, continúan en las edades siguientes la escuela comenzada por Cristo y sus Apóstoles.

Por tanto, mantengo firmísimamente la fe de los Padres y la mantendré hasta el postrer aliento de mi vida sobre el carisma cierto de la verdad, que está, estuvo y estará siempre en la sucesión del episcopado desde los Apóstoles; no para que se mantenga lo que mejor y más apto pueda parecer conforme a la cultura de cada época, sino para que nunca se crea de otro modo, nunca de otro modo se entienda la verdad absoluta e inmutable predicada desde el principio por los Apóstoles.

Todo esto prometo que lo he de guardar íntegra y sinceramente y custodiar inviolablemente sin apartarme nunca de ello, ni enseñando ni de otro modo cualquiera de palabra o por escrito. Así lo prometo, así lo juro, así me ayude Dios…»

+ Ad Maiorem Dei Gloriam +

Esta página es obra de La Sociedad Pro Misa Latina -Una Voce Cuba-

TODOS  LOS DERECHOS RESERVADOS.

 

 

Sin María no hallamos a Cristo.

 

 

Insiste el Papa San Pío X en la absoluta necesidad de hallar a Cristo por medio de María, y a no prescindir nunca de nuestra Madre sobrenatural y mística en la continua búsqueda de Jesús. Y se lamenta de los que equivocan tristemente camino. Pocas veces leeremos en un documento pontificio una frase tan dolorosa como la siguiente: “!Desgraciados los que abandonan a María bajo el pretexto de rendir honor a Jesucristo! ¡Cómo si se pudiese encontrar al hijo de otra manera que con María su Madre!”

El Pontífice hace una clara alusión al texto evangelio de Lucas (2,16) donde se nos narra que los pastores hallaron en Belén a María y al Niño. Pero conviene advertir que la queja del Papa es un severo reproche a los que comenten el gravísimo error de querer servir a Cristo ignorando o marginando a su santa madre. Esta denuncia fue formulada hace ya un largo siglo, pero continua siendo actual por una obcecada insensatez de quienes pretenden ser “cristianos” renunciando a ser “marianos”. Y duele mas todavía en cuanto este error produce de quien más obligados están a enseñar con la mayor fidelidad la doctrina de la Iglesia.

Olvidan estas equivocadas personas en oficio de María en la Iglesia, y sus funciones maternales en le desarrollo de la vida cristiana, que no es posible sin su eficaz mediación. Una piedad mariana privada del influjo mediador de María está condenada al fracaso mas estrepitoso, y así lo confirma constantemente la experiencia. Pio X vuelve a utilizar la doctrina de la Tradición católica que el Santo Montfort resumen admirablemente en este convincente razonamiento: “Es voluntad de Dios que nos santifiquemos mediante el ejercicio de las virtudes. Para ello necesitamos del auxilio de la gracia que solo hallaremos a través de María. Así lo ha dispuesto el Señor en la sapientísima providencia salvífica.”

En consecuencia, necesitamos de María. Aparte de la razón fundamental aducida existen múltiples motivos: Porque solo Ella ha hallado gracia ante Dios, porque solo ella es nuestra Madre en el orden la gracia y la posee con entera plenitud y llenumbre, porque para tener a Dios por

 

 

 

 

Padre hemos de tener a María por Madre, porque los miembros de Jesús deben de ser formados por la Madre de Cristo, porque María ha recibido el encargo y misión de nutrir las almas haciéndolas crecer en gracia delante de Dios, porque si María engendró biológicamente a Jesús, Ella se ha convertido en el “molde viviente” de todos los santos y discípulos de Cristo. ¡hermosa doctrina Monfortina!

El aviso de San Pío X a los “contestatarios” del culto mariano vale para todos los tiempos, dadas las frecuentes desviaciones  doctrinales que venimos padeciendo. Un Pontífice más reciente, como es Pablo VI, tuvo que recordar en una ocasión solemne que para ser cristianos necesitamos ser marianos, sin que valgan vanas excusas e impresentables pretextos. Vivamos en total sintonía con el Magisterio de la Iglesia.

 

Andrés Molina Prieto. Pbro.

SAN PÍO X Y EL ECUMENISMO

 

por José Andrés Segura Espada

 

Cuando el 15 de julio de 1905, el Papa San Pío X mandó publicar el Catecismo Mayor, para la diócesis de Roma, quiso que fuera de carácter obligatorio tanto para el uso público como privado de la Provincia romana, y con el deseo de que a lo menos fuera un texto unificado para toda Italia.

 

En él pues, tenemos una guía segura y clara para la exposición de los rudimentos de nuestra fe, que, como ya he indicado, quiso el santo Papa que fuera de uso obligatorio en el corazón de la cristiandad.

 

En su apartado Breve noticia de la Historia Eclesiástica, encontramos algunos pasajes que ponen bien de manifiesto cuál es el carácter de los herejes y cismáticos y cómo ha obrado siempre la Iglesia respecto a ellos, y por lo tanto cuál debe ser el verdadero camino a seguir en el ecumenismo.

 

 

 

Paso a exponer algunos fragmentos de dicho Catecismo Mayor, en su versión castellana con aprobación pontificia publicada en Madrid el año 1906:

 

“Ya en los tiempos apostólicos había habido hombres perversos que, por interés y ambición, turbaban y corrompían en el pueblo la pureza de la fe con abominables errores. Opusiéronse a ellos los Apóstoles con la predicación, con los escritos y con las infalibles sentencias del primer Concilio que celebraron en Jerusalén”.

 

En el siglo V ya escribía San Vicente de Lerins: “fue costumbre muy arraigada siempre en la Iglesia, que cuanto más religioso era uno más pronto se mostraba en salir al encuentro de las nuevas invenciones” (Commo. VI, 2).

 

Es decir, que frente a los herejes que corrompían la fe de los sencillos, los Apóstoles se opusieron defendiendo la Santa Fe con palabras, escritos y condenas. Nada de diálogos con los “hermanos separados”.

 

“Desde entonces acá, no ha cesado el espíritu de las tinieblas en sus ponzoñosos ataques contra la iglesia y las divinas verdaderas de que es depositaria indefectible; y suscitando constantemente nuevas herejías, ha ido atentando uno tras otro contra todos los dogmas de la cristiana religión”.

 

El “espíritu de las tinieblas”. Ese es el maléfico inductor de todas las herejías.

 

El Protestantismo o religión reformada, como orgullosamente la llaman sus fundadores, es el compendio de todas las herejías que hubo antes de él, que ha habido después y que pueden aún nacer para la ruina de las almas”.

 

¡Para ruina de las almas, son las herejías!

 

“Con una lucha que dura sin tregua hace veinte siglos, no ha cesado la Iglesia Católica de defender el depósito sagrado de la verdad que Dios le ha encomendado y de amparar a los fieles contra la ponzoña de las heréticas doctrinas”.

 

La Iglesia desde siempre “lucha” no dialoga-, “defiende” –no entrega- el tesoro de la fe que Dios le ha confiado, y protege a los fieles del veneno de los herejes.

 

“A imitación de los Apóstoles, siempre que lo ha exigido la pública necesidad, la Iglesia, congregada en Concilio ecuménico o general, ha definido con toda claridad la verdad católica, la ha propuesto como dogma de fe a sus hijos y ha arrojado de su seno a los herejes, lanzando contra ellos la excomunión y condenando sus errores”.

 

Siempre en conformidad con los Santos Padres: “Anatematizar a aquellos que anuncian algo fuera de lo que ya ha sido una vez recibido, nunca dejó de ser necesario; nunca deja de ser necesario; nunca dejará de ser necesario” (S. Vicente de Lerins, Commo. IX, S)

 

“El concilio que condenó el protestantismo fue el Sacrosanto Concilio de Trento, denominado así por la ciudad donde se celebró. Herido con esta condenación, el protestantismo (…) encierra un amontonamiento, el más monstruoso, de errores privados e individuales, recoge todas las herejías y representa todas las formas de rebelión contra la Santa Iglesia Católica”.

 

Conclusión: Siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, la Iglesia siempre a condenado las herejías y expulsando de su seno a los herejes. Nada de diálogo, ni de “alabar la unidad en la legítima diversidad” del falso ecumenismo, o confraternizar públicamente en actos reprobables con los herejes.

 

El verdadero ecumenismo, la verdadera caridad con los que están en el error, es mostrarles la verdad plena, y rezar por ellos –no “con” ellos- para que se conviertan a la verdadera fe, tal y como rezaba toda la santa Iglesia en la sagrada liturgia del Viernes Santo:

 

“Oremos también por los herejes y cismáticos, para que Dios nuestro Señor los saque de todos sus errores, y se digne volverlos a la santa Madre Iglesia Católica y Apostólica”.

 

“Oremos también por los incrédulos judíos; para que Dios nuestro Señor aparten el velo de sus corazones, y, ellos también reconozcan a nuestro Señor Jesucristo”.

 

“Oremos también por los paganos, para que Dios Omnipotente quite la perversidad de sus corazones; y abandonando sus ídolos se conviertan al Dios vivo y verdadero y a su único Hijo y Señor nuestro Jesucristo”.

 

CONVERSIÓN de judíos, mahometanos y paganos; y RETORNO de herejes y cismáticos.

Esta sí es nuestra fe de siempre; la fe de los apóstoles; la fe que nos gloriamos de profesar.

¡Gloria y adoración sólo a Ti, Santísima Trinidad único y verdadero Dios!

Recuerdos…

 

Nos habíamos hecho solemne compromiso de no transgredir el receso navideño, por varias razones poderosísimas: La primera, que por una suerte de pacto implícito entre todos nosotros, la noticia que todo el mundo espera no debería ser reemplazada por ningún artículo de blog, ni bueno ni malo, y esperarla en santa espectación no se veía nada mal. La segunda, que por estos días, los atareados habitantes del hemisferio Sur (que no son nuestro únicos lectores pero sí los más concernidos) se encuentran cerrando su año laboral, familiar, militar y social, para dedicarse a sus vacaciones anuales ... con buenas noticias.
En
general, este mundo puerco no ofrece muchas oportunidades de recibir buenas noticias; queremos decir buenas en serio. Así que preferíamos dejar correr estos días de amable trajín.

 


Sin embargo, una mano amiga nos ha acercado un libro de reciente publicación que no hemos podido resistir la tentación de criticar, en el mejor sentido de la palabra. Parecía un desafío en el Día de los Santos Inocentes, que son los primeros Mártires
El librito se llama «El Papa San Pío X: Memorias», y su autor es el cardenal Rafael Merry del Val, quien habiendo nacido español en el Londres de los primeros años de Disraeli, escribió esta obra en inglés, hasta que fue publicada en castellano en Madrid, en 1946, poco más de 15 años después del fallecimiento del cardenal. La
presente, parece ser la primer edición argentina, realizada sobre esta otra anterior en castellano.
Rafael Merry del Val murió en 1930 también con fama de santo, y su causa de beatificación está iniciada. Conoció al cardenal Giuseppe Sarto recién en el Cónclave de 1903 —el mismo en el cual fue vetado el cardenal Rampolla del Tindaro por decisión del Emperador de Austria y del cual saldría Papa el cardenal Sarto— mientras oficiaba de Secretario. León XIII lo había hecho Arzobispo apenas pasados los 30 años de edad y lo había conservado como funcionario en el Vaticano, apreciando de esta forma sus inmensas
dotes de trabajador fiel, incansable e inteligente. Antes de la elección de José Sarto para ocupar la Silla de Pedro, había intercambiado con él solamente unas diez palabras en la propia capilla del Cónclave, donde el adolorido cardenal pedía al Señor que el cáliz que se le venía, pasara de largo ... Merry del Val, por encargo del Decano del Colegio de Cardenales, se acercó a Sarto para pedirle que lo autorizara a anunciar que jamás aceptaría el Solio Pontificio; decisión que, gracias a Dios, esa misma mañana revocó ante la insistencia de sus pares. Merry del Val, concluido el Cónclave, corrió a despedirse del nuevo Papa, quien con una sonrisa triste, algo burlona también, y no exenta de reproche, le pidió que se quedara con él como Pro Secretario de Estado, hasta tanto resolviera qué hacer.
El gesto intuitivo fue definitivo; el arzobispo Merry fue creado cardenal poco tiempo después y confirmado como Secretario de Estado en un emocionante episodio, conservando el cargo durante los once años del pontificado de Pío X. Lo cual es un caso casi único en la Historia del papado.
No era posible imaginar dos vidas más opuestas: el cardenal, descendiente de nobles españoles e
ingleses, hombre de vastísima cultura y hasta de notable erudición, empeñoso trabajador y acostumbrado ya a todos los ronroneos de la vida. El Papa Sarto, hijo de un modesto funcionario imperial de familia italiana y de una bondadosísima mujer analfabeta, pobre desde siempre, cura rural, obispo de a caballo y Patriarca de Venecia: una inteligencia despierta, diríase aún preclara, dueña de esa exacta comprensión instantánea de situaciones, hombres y cosas, que le permitía un ejercicio preciso, caritativo y humorístico de la autoridad, que era irresitible. Les unía, eso sí, una fe indoblegable, un amor a la Iglesia parejo y esa sincera, franca y masculina atracción mutua de lo que es opuesto, pero afín. En el Cónclave, el cardenal Sarto halló un amigo y una columna de sostén, no teniendo cómo consolarse de esa impactante novedad que era el Papado. El aristócrata Merry del Val, al fin y al cabo de la raza del Cid, encontró un Señor a quien servir hasta el final.
Fue tal la compenetración de los ideales y de la comprensión del mundo, que pocos podrán jamás explicar de cuál de los dos, del rey o de su ministro, eran las medidas y acciones de gobierno
que electrizaron a una Iglesia con casi centenarios prejuicios de derrota, al compás desacorde de los sonsonetes de modernidad. ¡El Modernismo ... ! Algunos, creyeron ver en el nuevo Papa un hombre de aspecto físico semejante a Pío IX, de quien temían hasta el nombre. Su advenimiento no fue bien recibido por todos; más bien, algunos de sus actos de gobierno fueron repudiados y comentados con odio en las Logias que circundaban al Pontífice. Pío X temía a los enemigos de fuera, pero más le preocupaban los de adentro, lo que maquinaban desde la sombre de algún despacho vaticano. Y en esta lucha tremenda, contabilizada por algunos escritores como semejante a la del Gran Pedro Fundador, se encontraron dos almas de gemelas espadas.
El Modernismo, ahora llamado Progresismo, y la gran Guerra (“il guerrone”) fueron los dos grandes tormentos de Pío X; el sabía que no vería la segunda, sobre cuya vecindad estaba completamente seguro. Y conocía el satánico carácter del primero, que también sabía no sería vencido en sus días.
La biografía de Pío X escrita por Merry del Val no puede ser sino apasionada, compuesta durante los varios años en que el autor sobrevivió a su Papa, con los
aportes documentales e historiográficos propios, y aquellos que le fueron allegando todos los que conocieron al santo Papa.
Pío X fue una personalidad excepcional, cautivante en extremo, como atestiguara la totalidad del cuerpo diplomático acreditado en el Vaticano durante sus años; y, acaso, poseedora de esa extraña fascinación que ejercen sobre sus contemporáneos aquellos que tienen, junto a una vida psíquica, moral e intelectual excepcional y atractiva por sí misma, una santidad notoria que agrega vuelo sobrenatural a las más elevadas dotes terrenales. Es un hecho conocido que muchos diplomáticos, aún de naciones no católicas, pidieron ser removidos del Vaticano
tras la muerte del Papa Sarto; tal era su estado de ánimo.
El libro incluye las versiones castellanas de los discursos y homilía del Papa Pío XII, en ocasión de beatificar primero, y canonizar finalmente en 1954, a su admirado Papa San Pío X, en cuyo homenaje tomó ese nombre al ser aclamado pontífice él mismo.

«El Papa San Pío X: Memorias», cardenal Rafael Merry del Val, Ediciones Fundación San Pío X, Buenos Aires, 2006; 200 páginas 21 x 15 cm., ISBN 950-99434-6-0