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+ Ad Maiorem Dei Gloriam +

Esta página es obra de La Sociedad Pro Misa Latina -Una Voce Cuba-

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Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat.

   ¡Ad veniat regnum tuum!

Al escuchar esta frase, no ha de faltar quien se extrañe entre nosotros, y más aun, en nuestros días… Días republicanos, cargados de ideologías democratizantes y mentalidades secularizada, que inclusive, han invadido bastos sectores de la cristiandad y penetrado el interior de la Iglesia. En fin, tiempos modernos en que la figura del rey y de los reinos han pasado. Más, por encima de toda esta hojarasca, de opiniones particulares, de realidades históricas e incluso del sentir de aquellos que se le oponen o no lo comprenden: Jesucristo es Rey del Universo.

 

Así, le proclama la Iglesia, su Esposa y lo creemos firmemente nosotros los católicos. Cuantos mártires, en el pasado siglo XX , a través de las múltiples persecuciones religiosas en el mundo; por solo mencionar las de España y México, murieron con los brazos en cruz, y derramaron su sangre confesando esta verdad;  bajo el grito de: ¡Viva Cristo Rey!  Y todo ello porque: !Christus  vincit, Christus regnat, Christus imperat!

 

 Es la promesa que en otro tiempo hiciera  a Santa Margarita Maria de Alacoque: “Reinaré a pesar de aquellos que se me opongan” En algo presintieron bien sus asesinos, pues aquellos gloriosos mártires luchaban por su Rey, un rey eterno y terrenal que sobre los sanguinarios también extendía sus reales manos enclavadas, y cuyo cetro se extiende desde las cosas del cielo a todas las creadas, sin excepción.

 

Claro, todo esto es comprensible que suceda de una y otra parte y mas aun cuando ha sido desde antes ya anunciado por el Señor.

 Recordemos ese diálogo entre Cristo y Pilatos, poco antes de la Pasión, luego que Pilatos sumido por la curiosidad ante  aquel reo enigmático pregunta: ¿Rexes tuo? Y a lo que Ntro. Sr. respondió según se nos narra en el Evangelio: «Tu lo has dicho: Yo soy Rey. Para esto nací, y para esto he venido al mun­do…” (Jn. 18.37) “…Pero mi reino no es de este mundo.” (Jn. 18,36)

 

 El Padre Castellani, en un brevísimo comentario sobre la realeza de Cristo, nos recuerda que cuando Cristo afirma ante Pilatos que Su reino no es de este mundo, no dice que no se extienda hasta aquí abajo, sino, que no está causado ni originado aquí en la tierra, pero que Su potestad alcanza a este mundo, en el cual el también es Rey de Reyes, con toda justicia, ya que  para esto ha nacido y venido; por lo cual no ha querido dejarse coronar por  aquellos  que lo  buscaban para hacerlo Rey, pues no necesitaba un título pasajero como el que da el mundo, como tampoco aceptó el que le ofreciera el demonio en el Desierto, ya que, porque  por su condición de verdadero Hombre y  de Verdadero Dios, es decir por su unión hipostática, era causa suficiente y muy elevada para ser Rey por toda la eternidad y no, acaso, por el brevísimo término de una vida.

 

Una vida que, por eso mismo, gustoso daba Él —que no se la quitarían de no haberlo permitido— por obediencia al Padre, para satisfacción de su Justicia y rescate de nuestras almas. Los mismos pensamientos que tendrían luego  nuestros santos los  mártires.

Y seguro, víctimas del mismo odio ruin y desesperado del enemigo asechante y fracasado.

 

Pilatos no sabe la diferencia, como muchos de nuestros contemporáneos. Las palabras de Jesús han resonaron en sus oídos   sin ser comprendidas; escena que se,  repite ante los nuevos Pilatos que solo  le contemplan como un enemigo a sus intereses, de quienes  se cierran ya en su incredulidad que les ciega, o en su ambición y ansias de poder que les ensordece, para no escuchar la dulce voz de la verdad, pues por el contrario: “Todo hombre que está de parte de la verdad, es­cucha su voz.» (Jn 18,37)  Este es en efecto uno de los secretos revelados a los sencillos, a los mansos y humildes de corazón, precisamente de quienes es el reino.

 

El reino; no es solo la Patria Celeste como fin que nos aguarda, sino que comienza, se construye y alcanza desde esta vida, con la acogida y apertura al mensaje evangélico y salvador, y con su consecutiva puesta en práctica, mediante  la fe  y las buenas obras. Únicos elementos capaces de hacernos merecedores, por los meritos infinitos de Cristo, de herencia tan imperecedera  como lo es el Cielo; nuestro verdadero hogar, donde con verdaderas ansias se nos espera. De aquí, el que varios santos, entre ellos la carmelita francesa, Teresita de Liseux, quisieran y nos animasen a comenzar a vivir nuestro Cielo desde aquí en la tierra. Este el misterio que sobrepasa la realidad, y la gracia que supera a la naturaleza, pues Dios reinara entre nosotros, en nuestra sociedad, en la medida, en que reine en cada una de nuestras vidas, en la medida en que reine en cada una de nuestras almas. En la medida en que yo le acepto como Señor, Rey, y Salvador.

 

Más no solo es preciso que el reinado del Corazón de Jesús se haga efectivo  en cada alma, sino también es necesario que se extienda y establezca  en la entera sociedad; en cada uno de sus órdenes: civil, político y social. Es preciso que reine: en el Estado; para que busque en Su autoridad la consagración de la suya propia, en las leyes; donde la Suya sea la regla soberana, en la familia; para que siendo constituida bajo su amparo reciba  su bendición, en la escuela; donde su enseñanza, sea el alma de la educación, en las ciencias donde  reciba el homenaje como autor y creador, principio y fin de todas las cosas.

 

Claro, que esto no es cosa fácil, pues se supone la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad de las  tinieblas. Primero el pecado que trata de socavar nuestro espíritu y busca sacarle de nuestras almas. Luego las mentalidades racionalistas y ateas, de pequeños grupos y sectores, que tratan de imponerse estableciendo un orden desacralizante y liberal, bajo falsas excusas de respeto, tolerancia  y bien común. ¡Engaños! Y solo engaños…, La sociedad moderna, progresista y asesina desprecia a la Iglesia que engendró con su fe y con su esfuerzo titánico la cristiandad que se regia por la Ley de Dios. La modernidad luciferiana ha generado una sociedad amorfa y hedonista soberbiamente encerrada en si misma que, grita frenéticamente: ¡“No serviam”!, antiguo grito rebelde, que recoge el eco de los labios de los que crucificaron a Cristo: ¡ No queremos que este reine sobre nosotros”! Son los mismo, ayer unos; otros hoy. Hoy los parlamentos que legalizan el aborto, la eutanasia, el divorcio, la homosexualidad, la pornografía y la prostitucion como oficio. Que bien puede haber en ausencia del sumo bien, que libertad y respeto puede existir, sin aquel que es el camino, la verdad y la vida, de aquel que siendo Dios se hizo hombre y muriendo en una cruz a precio de su sangre nos rescato de la muerte y del pecado. De a aquel que es el amor y que nos a amado hasta el extremo….

Los hijos de la Iglesia a las órdenes del Sumo Pontífice debemos combatir los nobles combates de la fe,(1 Tm.  ) hasta conseguir que Cristo reine en los corazones, en las familias, en las naciones y en el mundo entero.

 

La necesidad de este reinado, es la base de nuestra felicidad, de la felicidad del género humano, por lo que ha de ser empeño de todos y cada uno de nosotros, el que Cristo reine, y que nuestro mundo sea un mundo cristianizado. Solo así podrá llegar a ser una sociedad más justa, más equiparable, más fraterna para todos.  Vuelve el Papa a iluminarnos con su magisterio inequívoco: “Porque el mundo ha sufrido y sufre este diluvio de males; porque la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Cristo, y su santísima ley en la vida privada, en la vida de familia y en la vida publica del Estado; y es imposible toda esperanza de una paz segura internacional verdadera mientras los individuos y los Estados nieguen obstinadamente el reinado de nuestro Salvador… No nieguen pues los Estados el culto debido  de veneración y obediencia al poder de Cristo, tanto personal como públicamente, si quieren conservar incólume su autoridad y mantener la felicidad y la grandeza de sus patrias.”( Beato Pío XI  en la encíclica  Quas primas)

 

El papa Pío XI afirma en su Encíclica Quas Primas, por la cual se instituye la Fiesta de Cristo Rey,  que Cristo es rey de este mundo por tres motivos, a saber: por filiación y derecho de primogenitura, por derecho de conquista a precio de sangre y por derecho de rescate a precio de Su Vida, y por derecho de excelsitud, en cuanto es el hombre más perfecto que haya existido jamás y en quien existe una muy elevada Caridad, propia de la Unión Hipostática, como Dios y Hombre verdadero, y  que lo eleva por encima de todo lo creado y lo hace merecedor, en justicia, del reino terrenal.

 Recuerda el Papa que, siendo Cristo Ungido del Padre y Uno con Él, es por justa causa supremo legislador y  juez, y que como tal, lo confiesan las Sagradas Letras. En efecto, lo vemos legislando y premiando a quienes lo obedecen: Quienes guarden sus mandatos demostrarán que lo aman y permanecerán en su amor (cfr. Jn 14,15; 15,10).

Continúa diciendo el Papa Pío XI:  “... erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales, el que da los celestiales. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: “El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la unidad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.” Concluye el Papa en su comentario.

 

Doctrina católica ratificada por todos los Papas y por el Concilio Vaticano II es esta.

Por ejemplo: El beato Juan XXIII, en su encíclica Mater et Magistra, dice: “El aspecto mas siniestramente típico de la época moderna consiste en la absurda tentativa de querer construir un orden temporal sólido y fecundo prescindiendo de Dios, único fundamento en que puede sostenerse… Sin embargo la experiencia cotidiana, en medio de los desengaños mas amargos y aun entre formas sangrientas, sigue atestiguando lo que afirma el libro inspirado: Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles.” (Sal 26)

Y Juan Pablo II que también sufrió en sus propias carnes la violencia modernista del comunismo y del nazismo, nos ha dicho:”Servid al hombre y a la humanidad entera. No temáis. Abrid mas todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo. Abrid a su potestad salvadora los confines del Estado, tanto los sistemas económicos como los políticos, los campos extensos de la cultura, de la civilización y el desarrollo. No temáis”

No temamos, como hijos de la Inmaculada, luchemos bravamente por los derechos de Cristo y de su Iglesia.

Ya en Fátima, la Sma Virgen Maria, nos dio el remedio, nos dio los medios para alcanzar tan dichoso y dulce fin: el Santo Rosario unido a la devoción a su  Inmaculado Corazón. Pero la elección siempre será nuestra…Nosotros hagamos lo que no toca, cumplamos con exactitud con nuestros deberes, busquemos a Dios con todo el corazón y amémosle con renovado entusiasmo. Renovemos nuestras promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, esforcémonos por ser sembradores del reino, haciendo valer por nuestros medios y en la medida de nuestras posibilidades los legítimos derechos de Dios y de su Iglesia.

¡Vuelva Cristo de su destierro y del olvido a la vida pública y social, surja del fondo de las conciencias individuales en que se le ha querido arrinconar! ¡Reine Jesús por siempre, reine su Corazón, en cada alma, en la sociedad, en nuestra patria, en nuestro suelo; sea de Maria la Nación!

 

Cada día hemos de dar seguros y certeros pasos en pro de estos santos fines y tan nobles ideales. ¡es una necesidad de nuestro tiempo! El sano y noble combate por la instauración de la Tradición Católica  han sido nuestra respuesta a su llamada: ¿Vosotros también queréis abandonarme? ¡No, Señor! Puesto que solo tu tienes palabras de vida eterna! Nosotros hemos creído que Tu eres el santo de Dios.

Eco de grito cruzado: ¡Dios lo quiere! ¡Hágase! Adoremos , reparemos, seamos fieles…También ha imitación de María nuestra Madre en la Anunciación, al pronunciar su Fiat. Ciertamente el mundo nos odiará, pero ya primero le ha odiado a El, mas su palabra es clara: "Si el mundo los odia…no teman…yo he vencido al mundo."

 

Desde este día, desde hoy, no cese nuestra  adoración  al Dios y Rey Oculto, que está bajo estas formas escondido, a quien contemplamos ahora bajo el velo de la fe, pero que un día le contemplaremos tal cual es. El nos esperara cada semana, lo lleva haciendo cada día  durante 2000 años y lo continuará haciendo hasta el final de los tiempos.

Que hoy quede definitivamente senado nuestro pacto de amor, de alianza eterna con El. ¡Correspondamos a su amor! Seamos sus fieles súbditos! Así sea.

 

                           Javier Luis Candelario Diéguez.

CRISTO REI

Oración a Cristo Rey.

Oh, Cristo Jesús, yo os reconozco como rey Universal. Todo cuanto ha sido creado, a sido hecho para voz: ejercer sobre mi todos vuestros derechos.

 Renuevo mis promesas del Bautismo renunciando a Satanás a sus pompas y a sus obras y prometo vivir y morir como buen cristiano.

Particularmente me comprometo hacer triunfar según mis medios los derechos de Dios y de vuestra Iglesia. Corazón Divino de Jesús, os ofrezco mis pobres acciones, para obtener que todos los corazones os amen y reconozcan vuestra sagrada realeza y así se establezca en todo el universo el reinado de vuestro amor.

Palabras del Papa Juan Pablo II el 19 de diciembre de 1997.

 

“El nuevo siglo estará envuelto por el amor de Dios, como un tiempo de gracia, como el cumplimiento de un plan de amor para toda la humanidad y para cada uno de nosotros. No tengáis miedo, no será el fin de un viejo mundo , sino el inicio de un mundo nuevo.”

 

-“Hoy he visto al Señor Jesús como Rey en gran majestad, que miraba hacia la tierra con mirada severa, pero por la suplica de su Madre ha prolongado el tiempo de la Misericordia.”     (Santa Faustina Kowaslka)

 

-"Luego tú eres rey"... -Sí, Cristo es el Rey, que no sólo te concede audiencia cuando lo deseas, sino que, en delirio de Amor, hasta abandona ¡ya me entiendes!¡el magnífico palacio del Cielo, al que tú aún no puedes llegar, y te espera en el Sagrario.

 -¿No te parece absurdo no acudir presuroso y con más constancia a hablar con El?

(Forja 1004. San Josemaría Escrivá.)

Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey

 

"Sí, Yo soy Rey -dijo Jesús a Pilatos-, para eso precisamente he nacido y venido a este mundo: para dar testimonio de la Verdad". Su reino no es de este mundo, es decir, no es un reino temporal; "es el reino de la Verdad y de la vida, el reino de la gracia y de la santidad, el reino de la justicia, del amor y de la paz". (Prefacio). Es el reino divino de la Santa Iglesia, en el que se proporciona la salud a los enfermos, la luz a los ciegos, la libertad a los cautivos. Sus habitantes tienen poder para hacerse hijos de Dios, para vivir una vida divina, para gozar de la libertad; aparta del yugo de Satanás y nos comunica los bienes divinos. Todo ello, en virtud de nuestra unión vital, de nuestra unidad de ser con Cristo, que es nuestra Cabeza, el Fundador de este reino, el que lo constituyó con sus enseñanzas, con sus ejemplos y, sobre todo, con su muerte de cruz. "Adquirió la Iglesia con su sangre". "Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir poder y riqueza, y sabiduría y fortaleza, y honor. A Él la gloria y el imperio por todos los siglos de los siglos amén."

Este debe ser un día de acción de gracia al Padre, por haber constituido Rey y Señor de todo a su divino Hijo; un día de homenaje y acatamiento y de acción de gracias al Hombre-Dios, que se dignó trasladarnos a su reino. Y, con la Redención, con la liberación del dominio del pecado, poseemos también la vida de la gracia, la filiación divina, el poderío sobre el mundo, sobre la carne, y sobre el poder de las malas pasiones y, con todo esto, la esperanza de ser admitidos un día en el futuro reino de la bienaventuranza eterna. Debemos, por tanto, decir con San Pablo: "Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar de la herencia de los santos en la luz. Él nos arrancó de la potestad de las tinieblas, y nos trasladó el reino de su amado Hijo".

 

 

 

 

Epístola:

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Colosenses. (Col. I, 12-20) : Hermanos: Gracias damos a Dios Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la suerte de los Santos, iluminándonos con la luz (del Evangelio); que nos ha arrebatado del poder de las tinieblas, trasladándonos al reino de su Hijo muy amado; por cuya sangre hemos sido nosotros rescatados y recibido la remisión de los pecados; el cual es imagen (perfecta) del Dos invisible, engendrado ante toda criatura; pues por Él fueron criadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, sean Tronos, o Dominaciones, o Principados, o Potestades: todas las cosas fueron criadas por Él y en atención a Él. Y así tiene ser ante todas las cosas, y todas subsisten en Él. Y Él es la Cabeza del Cuerpo (místico) de la Iglesia y el principio de la resurrección, el primero que renació de entre los muertos, para que en todo tenga Él la primacía; pues plugo al Padre poner en Él la plenitud de todo ser y reconciliar por Él todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el cielo y la tierra, por medio de la sangre que derramó en la cruz, en Jesucristo, nuestro Señor.

 

Evangelio:

Continuación del Santo Evangelio según San Marcos ( Mc VII, 31-37): En aquel tiempo: Dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres Tú el Rey de los Judíos? Respondió Jesús: ¿Dices esto tú por cuenta propia, o te lo han dicho otros de Mí? Replicó Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo(1); si de este mundo fuese mi reino, mis vasallos me defenderían para que no cayese en manos de los judíos; mi reino, pues, no es de aquí. Díjole, pues, Pilatos: ¿Luego Tú eres Rey? Respondió Jesús: Así es: Yo soy Rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la Verdad; todo aquel que es amigo d la Verdad, escucha mi voz.

LETANÍAS A JESUCRISTO REY

 

 

Señor, ten misericordia de nosotros,
-Cristo, ten misericordia de nosotros,
-Señor, ten misericordia de nosotros,
-Cristo óyenos,
-Cristo escúchanos,

-Dios, Padre celestial,
Ten misericordia de nosotros
-Dios Hijo, Redentor del mundo,
-Dios Espíritu Santo,
-Trinidad santa, un solo Dios,

-Jesús, Rey, verdadero Dios y verdadero hombre,
Ten piedad de nosotros
-Jesús, Rey de los cielos y de la tierra,
-Jesús, Rey de los ángeles,
-Jesús, Rey de los apóstoles,
-Jesús, Rey de los mártires,
-Jesús, Rey de los confesores,
-Jesús, Rey de los vírgenes,
-Jesús, Rey de todos los santos,
-Jesús, Rey de la santa Iglesia,
-Jesús, Rey de los sacerdotes,
-Jesús, Rey de los reyes,
-Jesús, Rey de las naciones,
-Jesús, Rey de nuestros corazones,
-Jesús, Rey y esposo de nuestras almas,
-Jesús, Rey, Salvador y Redentor nuestro,
-Jesús, Rey, y Dios nuestro,
-Jesús, Rey y Maestro nuestro,
-Jesús, Rey
y Pontífice nuestro,
-Jesús, Rey y Juez nuestro,
-Jesús, Rey de gracia y santidad,
-Jesús, Rey de amor y justicia,
-Jesús, Rey de vida y de paz,
-Jesús, Rey de la verdad y de la sabiduría,
-Jesús, Rey del universo,
-Jesús, Rey de la gloria,

-Jesús, Rey Altísimo,

-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Perdónanos, Señor.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Escúchanos Señor.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Ten misericordia de nosotros.
V. Bendecid vuestro pueblo, oh Jesús Rey; gobernadnos y protegednos.
R.
Vivid y reinad en nuestros corazones y en los corazones de todos los hombres.


Oración.

Omnipotente y sempiterno Dios, que en vuestro amado Hijo, Rey del universo, resolvisteis renovar todas las cosas, conceded benignamente que todos los hombres pecadores se sujeten a su suave yugo y dominio, quien vive y reina con Vos por los siglos de los siglos. Amén.


-Jesús, Rey Todopoderoso,
-Jesús, Rey invencible,
-Jesús, Rey sapientísimo,
-Jesús, Rey benevolentísimo,
-Jesús, Rey pacientísimo
-Jesús, Rey flagelado,
-Jesús, Rey coronado de espinas,
-Jesús, Rey crucificado,
-Jesús, Rey gloriosamente resucitado,
-Jesús, Rey de amor en el Santísimo Sacramento,
-Jesús, Rey nuestro amantísimo,

FUERA DE CRISTO NO HAY QUE BUSCAR LA SALVACIÓN EN NINGÚN OTRO

 

CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO

 

a) Triple potestad

 

Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer. Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad. El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo. En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.

 

b) Campo de la realeza de Cristo

 

a) En Lo espiritual

Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Así misrno, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal título de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?

 

b) En lo temporal

Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.

 

c) En los individuos y en la sociedad

 

El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos.

El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido».

En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres.

 

Y si los príncípes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.

¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.

 

* De la Encíclica Quas Primas del Papa Pío XI

Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina