-EN PRO DE LA MISA LATINA –

Dietrich von Hildebrand (Traducción del inglés por Beltrán María Fos)

 

 

 

          Nota previa : DvH murió el 26 de enero de 1977, así que este escrito es anterior al indulto de 1984 y al Motu Proprio "Ecclesia Dei", de 1988; pero conserva su esencia a todos los efectos prácticos, incluso ante la obstinada resistencia actualmente ofrecida por la mayor parte de los obispos de todo el mundo al Motu Proprio "Summorum Pontiificum" (2007) de Benedicto XVI.

          Próximamante publicaremos una breve biografía del autor, nacido en 1889, sin perjuicio de incluir una corta autobiogría en inglés en una entrada aparte. Sus escritos autobiográficos, editados por su segunda esposa, Alice Jourdain, fueron publicasdos en 2000 por Ignatius Press; y ella escribió, además, una bibliografía de sus obras: Die Seele eines Löwen: Dietrich von Hildebrand (Prefacio de Joseph Kardinal Ratzinger) ISBN 3-936755-15-9 . Fue llamado por Pío XII el filósofo católico del siglo XX.

 

 

 

 

 

          Los argumentos a favor de la Nueva Liturgia han sido expuestos en detalle, y pueden conocerse ahora claramente:

           La nueva forma de la Misa está diseñada para comprometer al celebrante y al fiel en una actividad comunitaria. En el pasado el fiel asistía a Misa en un aislamiento personal, haciendo cada adorador sus devociones privadas, o siguiendo los procedimientos con su misal. Hoy en día los fieles pueden comprender el carácter social de la celebración; pueden aprender a apreciarla como una cena de la comunidad. En el pasado, el sacerdote murmuraba en una lengua muerta, lo que creaba una barrera entre el sacerdote y el pueblo. Hoy en día todos hablan en inglés, lo que tiende a unir entre sí al sacerdote y al pueblo. En el pasado el sacerdote decía misa de espaldas al pueblo, lo que creaba el ambiente de un rito esotérico. Hoy, porque el sacerdote está de cara al pueblo, la misa es un acontecimiento más fraternal. Antes el sacerdote entonaba extraños cantos medievales. Hoy la asamblea entera canta tonadas fáciles y letras familiares, e incluso está experimentando con música popular. El argumento a favor de la Nueva Misa se reduce a éste: hace que el fiel se sienta más en casa en la Casa de Dios.

 

 

          Por otra parte, se dice que estas innovaciones tienen la sanción de la autoridad: son presentadas como una respuesta obediente al espíritu del Concilio Vaticano Segundo. Esto se dice resistiendo que la Constitución Conciliar sobre la Liturgia no va más allá de permitir la lengua vernácula en los casos en que el obispo local así lo crea deseable; la Constitución claramente insiste en la conservación de la misa latina y aprueba enfáticamente el canto gregoriano. Pero a los “progresistas” litúrgicos no les impresiona la diferencia entre permitir y ordenar. Ni dudan ellos en autorizar cambios, tales como la recepción de la Sagrada Comunión de pie, que la Constitución no menciona para nada. Los progresistas arguyen que pueden tomarse estas libertades porque la Constitución es, después de todo, sólo el primer paso en un proceso evolutivo. Y parecen estar saliendo con la suya. Es difícil encontrar una misa Latina hoy en día en algún lugar, y en los Estados Unidos son prácticamente inexistentes También las misas conventuales en monasterios son dichas en lengua vernácula, y el glorioso Gregoriano es reemplazado por melodías insignificantes.

          Mi preocupación no es acerca del estatus legal de los cambios. Y enfáticamente deseo que no se me entienda como si yo me lamentara de que la Constitución haya permitido que la lengua vernácula complementara el Latín. Lo que deploro es que la nueva misa está reemplazando la Misa Latina, que la antigua liturgia está siendo imprudentemente descartada, y negada a la mayor parte del Pueblo de Dios. Me gustaría hacer varias preguntas a quienes están fomentando este emprendimiento: ¿acaso la nueva misa, más que la antigua, mejora el espíritu humano – acaso evoca un sentido de eternidad? ¿Ayuda a nuestros corazones a elevarse de las preocupaciones de la vida diaria, de los aspectos puramente naturales del mundo, a Cristo? ¿Aumenta la piedad y el aprecio de lo sagrado? Por supuesto, estas preguntas son retóricas, y tienen su respuesta. Las he formulado porque pienso que todo cristiano pensante debe querer medir su importancia antes de llegar a una conclusión acerca de los méritos de la nueva liturgia. ¿Cuál es el papel de la piedad en una vida verdaderamente cristiana, y sobre todo en una verdaderamente cristiana adoración a Dios?

          La piedad le da al ser la oportunidad de hablarnos: la grandeza última del hombre es la de ser capax Dei. La piedad es de capital importancia para todos los ámbitos fundamentales de la vida humana. Puede ser correctamente llamada “la madre de todas las virtudes” , porque es la actitud básica que todas las virtudes presuponen. El más elemental gesto de piedad es una respuesta al ser mismo. Distingue la autónoma majestad del ser de la mera ilusión de la ficción; es un reconocimiento de la consistencia íntima y positividad del ser, de su independencia de nuestros arbitrarios humores. La piedad le da al ser la oportunidad de manifestarse, de hablarnos; de fecundar nuestras inteligencias. Por lo tanto, la piedad es indispensable para un adecuado conocimiento del ser. Su profundidad y plenitud, y sobre todo, sus misterios, nunca serán revelados más que al alma piadosa.

          Hay que recordar que la piedad es un elemento constitutivo de la capacidad de “asombro”, que Platón y Aristóteles afirmaban era condición indispensable para la filosofía. Más aún, la impiedad es una principal fuente del error filosófico. Pero si la piedad es la base necesaria para un conocimiento confiable del ser, es, más aún, indispensable para comprender y sopesar los valores arraigados en el ser. Sólo el hombre piadoso, que está dispuesto a admitir la existencia de algo superior a él, que desea estar en silencio y dejar que el objeto le hable, y que se abre a sí mismo, es capaz de entrar al sublime mundo de los valores. Además, una vez que ha sido reconocida una graduación en los valores, surge una nueva clase de piedad –una piedad que responde no sólo a la majestad del ser como tal, sino al valor específico de un ser específico y a su rango en la jerarquía de valores. Y esta nueva piedad permite todavía el descubrimiento de otros valores.

          El hombre refleja su carácter esencialmente receptivo como persona creada exclusivamente en la actitud piadosa; la grandeza última del hombre es la de ser capax Dei. En otras palabras, el hombre tiene la capacidad de comprender algo más grande que él mismo, de ser afectado y fecundado por el, de abandonarse a el por su propio bien – en una respuesta pura a su valor. Esta habilidad de trascenderse a sí mismo distingue al hombre de la planta o el animal; éstos últimos luchan por desplegar su propia entelequia. Ahora: sólo el hombre piadoso puede conscientemente trascenderse y por ello conformarse con su condición humana fundamental y su situación metafísica.

          ¿Nos encontramos mejor con Cristo remontándonos hacia Él o buscándolo en nuestro mundo cotidiano?

          El hombre impío, por el contrario, se acerca al ser bien con una actitud de arrogante superioridad bien con falta de tacto o hueca familiaridad. En ambos casos se ve perjudicado; es el hombre que por acercarse tanto al árbol o al edificio, ya no puede verlo. En lugar de mantenerse a una apropiada distancia espiritual, y mantener un piadoso silencio para dejar que el ser hable, se obstruye y, de esa manera, en efecto, silencia al ser. En ningún dominio es la piedad más importante que en la religión. Como hemos visto, afecta profun-damente la relación del hombre con Dios. Más aún, domina íntegramente la religión, especialmente el Culto Divino. Hay un lazo íntimo entre piedad y sacralidad: la piedad nos permite experimentar lo sagrado, elevarnos de lo profano, la impiedad nos enceguece frente a todo el mundo de lo sacro. La piedad, incluso la admiración –verdaderamente, temor y temblor– es la respuesta específica a lo sagrado.

          Rudolf Otto ha elaborado claramente este punto en su famosos estudio, "La Idea de lo Sagrado". Kierkegaard también llama la atención sobre el papel esencial de la piedad en el acto religioso, en el encuentro con Dios. ¿Y acaso no temblaban los judíos en profunda admiración cuando el sacerdote llevaba el sacrificio dentro del sancta sanctorum? ¿No fue golpeado Isaías con temor divino cuando vio a Yahweh en el templo y exclamó, “¡Quién soy yo, estoy perdido! pues mis labios están sucios ... y mis ojos han visto al Rey?” ¿Acaso las palabras de San Pedro luego de la pesca milagrosa, “apártate de mi, Señor, porque soy un pecador,” no atestiguan que cuando la realidad de Dios se nos impone somos golpeados por el temor y la piedad? El Cardenal Newman ha mostrado en un sermón alucinante que el hombre que no teme y venera no ha conocido la realidad de Dios.

          Cuando San Buenaventura escribe en Itinerum Mentis ad Deum que sólo un hombre de deseo (como Daniel) puede entender a Dios, significa que una cierta actitud del alma debe ser alcanzada en orden a comprender el mundo de Dios, hacia el cual Él quiere guiarnos.

          Este consejo es especialmente aplicable a la liturgia de la Iglesia. El “sursum corda”, la elevación de nuestros corazones es el primer requisito para una verdadera participación en la misa. Nada puede obstruir mejor el encuentro entre el hombre y Dios que la noción de que “vamos al altar de Dios” como si fuéramos a una agradable y relajante reunión social. Por ello la Misa Latina con canto Gregoriano, que nos eleva hasta una atmósfera sagrada, es bastamente superior a una misa vernácula con cantos populares, que nos dejan en una atmósfera profana y meramente natural.

          El error básico de la mayor parte de las innovaciones es imaginar que la nueva liturgia trae el santo sacrificio de la misa más cerca del fiel, que podada de sus antiguos ritos la misa entra ahora en la sustancia de nuestras vidas. Porque la cuestión es si encontramos mejor a Cristo en la misa remontándonos hasta Él o arrastrándolo hacia nuestro propio pedestre y cotidiano mundo. Los innovadores reemplazarán la sagrada intimidad con Cristo por una impropia familiaridad. La nueva liturgia amenaza actualmente con frustrar el encuentro con Cristo porque desalienta la piedad frente al misterio, excluye la admiración y casi extingue el sentido de lo sacro. Lo que realmente importa, con seguridad, no es si los fieles se sienten en casa durante la misa, sino si son sacados o no de sus vidas ordinarias al mundo de Cristo, si su actitud es o no la respuesta de mayor piedad: si están o no imbuidos de la realidad de Cristo.

          Aquellos que hacen una rapsodia de la nueva liturgia hacen que a través de los años la misa haya perdido su carácter común y se haya convertido en una ocasión de culto individualista. La nueva misa vernácula, insisten, restaura el sentido de comunidad al reemplazar devociones privadas con participación comunitaria. Sin embargo olvidan que hay distintos niveles y especies de comunión con otras personas. El nivel y la naturaleza de una experiencia común está determinado por el tema de la comunión, el nombre o causa porque los hombres se reúnen. Cuanto más alto es el bien que el tema representa, y que une a los hombres entre sí, más sublime y profunda es la comunión. El ethos y naturaleza de una experiencia común en el caso de una gran emergencia nacional es, obviamente, radicalmente diferente de la experiencia común de un cocktail. Y, por supuesto, las diferencias más chocantes entre las comunidades, se encontrarán entre aquellas cuyo tema es sobrenatural y aquellas en que es meramente natural. La actualización de las almas que están verdaderamente tocadas por Cristo es la base de una comunidad única, una sagrada comunión, una cuya calidad es incomparablemente más sublime que aquella de cualquier comunidad natural. La auténtica comunión del fiel, que la liturgia del Jueves Santo expresa tan bien con las palabras ”congregavit nos in unum Christi amor” , sólo es posible como el fruto de Mi-Vuestra comunión con Cristo mismo. Sólo una relación directa con el Dios-Hombre puede actualizar esta unión sagrada entre los fieles.

 

La impersonal “experiencia común” es una perversa teoría de la comunidad.

 

          La comunión en Cristo no tiene nada de la autoafirmación que encontramos en las comunidades naturales. Respira gracias a la Redención. Libera a los hombres de toda auto-centralización. Más aún, tal comunión no despersonaliza al individuo; lejos de disolver la persona en esa vaguedad cósmica, panteísta, recomendada tan a menudo a nosotros en estos días, actualiza la verdadera identidad de la persona en una forma única. En la comunión en Cristo el conflicto entre la persona y la comunidad que está presente en todas las comunidades naturales no puede existir. Por lo tanto esta experiencia de la sagrada comunión está realmente en guerra con la impersonal “experiencia común” encontrada en las asambleas masivas y reuniones populares que tienden a absorber y evaporar lo individual. Esta comunión en Cristo que estaba tan plenamente viva en los primeros siglos Cristianos, en la que todos los santos ingresaron, que encontró una expresión sin par en la liturgia hoy atacada, esta comunión nunca ha mirado a la persona individual como un mero segmento de la comunidad, o como un instrumento a su servicio. Con relación a esto vale la pena notar que la ideología totalitaria no está sola al sacrificar lo individual por lo colectivo; algunas de las ideas cósmicas de Teilhard de Chardin, por ejemplo, implican el mismo sacrificio colectivista. Teilhard subordina el individuo y su santificación al supuesto desarrollo de la humanidad. Al momento en que esta perversa teoría de la comunidad gana adeptos, incluso entre los católicos, hay muchas y urgentes razones para insistir vigorosamente en el carácter sagrado de la verdadera comunión en Cristo. Yo propongo que la nueva liturgia sea juzgada por este examen: ¿Contribuye a lograr esta auténtica comunidad sagrada? Dando por sentado que busca un carácter de comunidad, ¿es este el carácter deseado? ¿Es una comunidad basada en el recogimiento, contemplación y piedad? ¿Cuál de las dos –la nueva misa o la Misa Latina con el canto gregoriano- evoca estas actitudes del alma con más efectividad y por lo tanto permite una más profunda y verdadera comunión? ¿No es claro que con frecuencia el carácter de comunidad de la nueva misa es puramente profano, que, como otras reuniones sociales, su mezcla de relajación casual y actividad bulliciosa excluye un piadoso y contemplativo encuentro con Cristo y el inefable misterio de la Eucaristía?

          Por supuesto nuestra época está dominada por un espíritu de impiedad. Se lo nota en una noción distorsionada de la libertad que exige derechos mientras rechaza obligaciones, que exalta la propia indulgencia, que aconseja el “déjate llevar”. El habitare secuni de los Diálogos de San Gregorio -el vivir en la presencia del Señor- que presupone la piedad, es considerado hoy antinatural, pomposo o servil. Pero, ¿no es la nueva liturgia un compromiso con este espíritu moderno? ¿De dónde viene ese menosprecio por la genuflexión? ¿Por qué la comunión debería ser recibida de pie? ¿No es el estar arrodillado en nuestra cultura, la clásica expresión de la adoración piadosa? El argumento de que en una comida debemos pararnos antes que arrodillarnos es a penas convincente. Primero, esta no es la postura natural para comer: nosotros nos sentamos, y en tiempos de Cristo se comía acostado. Pero más importante, es una específica concepción irreverente de la Eucaristía el recalcar su carácter de comida en perjuicio de su carácter único como misterio sagrado. El subrayar la comida a expensas del sacramento traiciona, con seguridad, una tendencia a oscurecer la sacralidad del sacrificio. Esta tendencia aparentemente tiene su origen en la creencia infortunada de que la vida religiosa se hará más vívida, más existencial, si está inmersa en nuestro mundo de todos los días. Pero ello hace correr el peligro de absorber lo religioso en lo mundano, de borrar la diferencia entre lo sobrenatural y lo natural. Temo que representa una intromisión inconsciente del espíritu naturalista, del espíritu más plenamente expresado en el inmanentismo de Teilhard de Chardin.

 

          Nuevamente, ¿por qué la genuflexión en las palabres “et incarnatus est” del Credo han sido abolidas? ¿No era una noble y bella expresión de la adoración piadosa al profesar el misterio de la encarnación? Sea cual fuere la intención de los innovadores, ciertamente han creado el peligro, aún cuando sea sólo psicológico, de disminuir la conciencia del fiel y la admiración frente al misterio. Hay aún otra razón para dudar en hacer en la liturgia cambios que no son estrictamente necesarios. Los cambios frívolos o arbitrarios son aptos para erosionar un tipo especial de reverencia: pietas. La palabra latina, como la alemana Pietaet, no tiene equivalente en Inglés, pero puede ser comprendida como respeto por la tradición; honrar lo que nos ha sido legado por las generaciones pasadas; fidelidad a nuestros ancestros y sus obras. Nótese que la Pietas es un tipo derivado de reverencia, y por lo tanto no debe ser confundida con la reverencia primaria, a la que hemos descrito como una respuesta al misterio mismo del ser, y fundamentalmente una respuesta a Dios. Se sigue que si el contenido de una tradición dada no se corresponde con el objeto de la reverencia primaria, no se merece la reverencia derivada. Así si una tradición encarna elementos malvados, tales como el sacrificio de seres humanos en el culto Azteca, entonces esos elementos no deben ser respetados con piedad. Pero ese no es el caso del Cristianismo. Aquellos que idolatran nuestra época, que se emocionan con lo moderno simplemente porque es moderno, que creen que en nuestros días el hombre finalmente ha llegado a la “mayoría de edad”, carecen de piedad.

             El orgullo de estos “nacionalistas del tiempo” no es sólo irreverente, es incompatible con la verdadera fe. Un católico debe respetar su liturgia con piedad. Debería reverenciar, y por lo tanto temer abandonar, las oraciones, posturas y música que han sido aprobadas por tantos santos a lo largo de la era cristiana y que nos han sido dados como preciosa herencia. Para no ir más lejos: la ilusión de que podemos reemplazar el canto Gregoriano, con sus inspirados himnos y ritmos, no ya por música igualmente buena, sino mejor, traiciona una ridícula autosuficiencia y una falta de conocimiento de uno mismo. No olvidemos que a lo largo de la historia de la Cristiandad, el silencio y la soledad, la contemplación y el recogimiento, han sido consideradas necesarias para alcanzar un encuentro real con Dios. Este es no sólo el consejo de la tradición Cristiana, que debería ser respetada por piedad; sino que está arraigado en la na-turaleza humana. El recogimiento es la base necesaria para una comunión verdadera tanto como la contemplación, que provee la base necesaria para la verdadera acción en la viña del Señor. Un tipo superficial de comunión –la jovial camaradería de una reunión social– nos lleva hacia la periferia. Una verdadera comunión cristiana nos lleva a las profundidades espirituales.

 

El camino para una verdadera comunión cristiana: piedad, ... recogimiento,  ... contemplación.

          Por supuesto, deberíamos deplorar la devoción excesivamente individualista y sentimental, y saber que muchos católicos la han practicado. Pero el antídoto no es una experiencia común como tal, lo mismo que la cura para la pseudo-contemplación no es la actividad como tal. El antídoto está en fomentar la verdadera piedad, una actitud de auténtico recogimiento y contemplación devota de Cristo. Fuera de esta actitud no puede tener lugar una verdadera comunión en Cristo.

          Las leyes fundamentales de la vida religiosa que gobiernan la imitación de Cristo, la transformación en Cristo, no cambian de acuerdo a los modos y hábitos del momento histórico. La diferencia entre una experiencia común superficial y una profunda experiencia común es siempre la misma.

          Recogimiento y adoración contemplativa de Cristo que sólo la piedad hace posible será la base necesaria para una verdadera comunión con los otros en Cristo en todas las edades de la historia humana.

 

 

 

 

-AUTODEMOLICIÓN –

ENTREVISTA CON LA DRA. ALICE VON HILDEBRAND

 

AUTODEMOLICIÓN: El demonio odia la Misa Antigua porque es la más perfecta reformulación de todas las enseñanzas de la Iglesia - Reportaje a la Dra. Alice von Hildebrand. 

 

 

          THE LATIN MASS: Dra. von Hildebrand, en la época en que el Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II ¿usted ya percibía la necesidad de una reforma en la Iglesia?

          ALICE VON HILDEBRAND: La mayor parte de las percepciones sobre esto fueron obtenidas por mi esposo. Él siempre decía que los miembros de la Iglesia, debido a los efectos del pecado original y del pecado actual, están siempre en necesidad de reforma. La enseñanza de la Iglesia, sin embargo, viene de Dios. Ni una nota puede ser cambiada o considerada en necesidad de reforma.

 

 

 

 

 

          TLM: Con relación a la presente crisis, ¿cuándo comenzó Ud. a percibir que algo andaba mal en la Iglesia?

         AVH. “En Febrero de 1965 estábamos con mi marido en Florencia, aprovechando el año sabático. Dietrich estaba leyendo un libro y de pronto lo escuché sollozar. Como tenía problemas cardíacos, pensé que algo andaba mal y corrí para ver qué pasaba. Lo encontré con los ojos llorosos y con una revista en la mano. Le pregunté que pasaba y me dijo que acababa de leer un artículo que para él era prueba de que el diablo había entrado en la Iglesia. Debo decir que mi marido ya se había dado cuenta, muchos años atrás, de que se estaba perdiendo el sentido de lo sobrenatural, pero que la belleza y la sacralidad de la liturgia tridentina habían ocultado el fenómeno. por lo menos hasta el Concilio.

Además, tenía en claro que después de la condenación de San Pío X, los modernistas habían pasado a la clandestinidad, adoptando técnicas mucho más sutiles de infiltración. Sobre este asunto, escribió “The Devastated Vineyard”, (La Viña devastada), señalando que el Vaticano II había sido como un huracán para la Iglesia (1)

          Con la pérdida del sentido de lo sobrenatural, también se perdió la necesidad del sacrificio. El Vaticano II provocó que muchos obispos y sacerdotes dijeran que la Iglesia tenía que adaptarse al mundo. Grandes Papas como San Pío X afirmaban exactamente lo contrario: el mundo debía adaptarse a la Iglesia.

          TLM: ¿Entonces Ud. cree que la acelerada pérdida del sentido de lo sobrenatural no es un accidente en la historia?

          AVH: De ninguna manera y mi marido opinaba igual que yo: en la Iglesia se había verificado, durante la mayor parte del siglo XX, una infiltración sistemática de los enemigos diabólicos. El era optimista por naturaleza, pero durante los últimos años de su vida, a veces la tristeza lo consumía: “Han destruido la Santa Esposa de Cristo”, solía repetir, refiriéndose a “la abominación del lugar santo”, de que habla el profeta Daniel.

          TLM: El Papa Pío XII lo denominaba a su marido como el Doctor de la Iglesia en el siglo XX. Con ese título ¿no podía tener acceso al Papa Pablo VI para expresarle sus temores?

          AVH: Fue lo que hizo. Nunca olvidaré la audiencia privada que tuvimos con Pablo VI, el 21 de junio de 1965, poco antes de que terminase el Concilio. El Papa nos recibió de pie y en cuanto mi marido empezó a suplicarle que condenase las herejías que desembozadamente se manifestaban, lo interrumpió bruscamente, diciéndole “¡Escríbalo, escríbalo !”. Pocos momentos después, mi marido, por segunda vez, le insistió sobre la gravedad de la situación, recibiendo la misma respuesta. El Papa estaba sumamente incómodo y pocos minutos después hizo un gesto a su secretario, el P. Capovilla, para que nos trajese rosarios y medallas, señal de que la audiencia había finalizado.

          Cuando volvimos a Florencia, mi marido escribió un largo documento -aún no publicado- que fue entregado a Pablo VI en septiembre de 1965, el día anterior a la última sesión del Concilio. Releyéndolo cuidadosamente, le dijo a su sobrino Dieter Settler, entonces embajador alemán ante la Santa Sede, que el documento era “un poco duro”. Razón no le faltaba: había pedido una clara y completa condenación de todas las declaraciones conciliares heréticas.

          TLM: Supongo que Ud. se dará cuenta de que, al hablar de infiltración, muchos pondrán los ojos en blanco, exasperados, diciendo ¡No queremos oír hablar de conspiraciones!

          AVH: Yo solamente puedo hablarle de lo que conozco. Es de público conocimiento, por ejemplo, que Bella Dodd, la ex comunista reconvertida al catolicismo, se refirió expresamente a la infiltración comunista en los Seminarios. Ella nos contó que cuando era miembro activo del Partido, tenía frecuentes contactos con no menos de cuatro cardenales que trabajaban para el comunismo.**

          Muchas veces escuché decir en los EE.UU. que “los europeos olíamos conspiraciones en todas partes”. Pero desde el principio, el Maligno ha conspirado contra la Iglesia, tratando de destruir la Misa y de socavar la creencia en la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía. Este es un hecho innegable y absolutamente real.

          Por otra parte, como europea que soy, tentada estoy de decir que muchos estadounidenses son ingenuos y como no saben mucho de historia, suelen ser prisioneros de la ilusión. Rousseau tuvo mucha influencia en este país. Cuando en la Última Cena Nuestro Señor les dijo a sus apóstoles que uno de ellos lo traicionaría, se quedaron desconcertados. Judas había hecho su juego tan arteramente que nadie sospechaba de él. Un conspirador astuto y avezado sabe como ocultar sus propósitos, dando muestras exteriores de ortodoxia.

                   TLM: Antes de que yo comenzase con mis preguntas, Ud. me habló de dos libros muy importantes. ¿Esas obras tenían documentación probatoria de la infiltración comunista en la Iglesia?

          AVH: Los libros que le mencioné aparecieron en 1998 y en 2000, y fueron escritos por el Padre Luigi Villa, de la diócesis de Brescia, quien, por expreso pedido del Padre Pío había dedicado muchos años de su vida a investigar la posible infiltración de masones y comunistas en la Iglesia. Mi marido y yo lo conocimos al Padre Villa en los años 60. Él insistía que ninguna afirmación suya carecía de fundamentos. Cuando apareció "¿Pablo VI, Beato?" lo envió a cada uno de los obispos italianos. Ninguno acusó recibo ni refutó nada de lo que se decía.

          En ese libro el Padre Villa se refiere a las desobediencias de Monseñor Montini, entonces Subsecretario de Estado, respecto a las directivas de Pío XII, que tenía clara conciencia de la amenaza comunista y había prohibido que los funcionarios del Vaticano anduviesen en tratos con Moscú. Para su consternación, se enteró a través del Obispo de Upsala (Suecia) que sus órdenes estrictas no habían sido acatadas. Al principio, se resistía a creerlo, hasta que le llevaron pruebas concluyentes de que Montini mantenía frecuentes contactos con los soviéticos.

          Entretanto, Pío XII, siguiendo la conducta de Pío XI, había enviado clandestinamente a sacerdotes para que reconfortasen a los católicos que vivían tras la Cortina de Hierro. Esos sacerdotes fueron sistemáticamente detenidos, torturados y asesinados. A otros los mandaron a los gulags. Fortuitamente se descubrió que en el Vaticano había un topo: se trataba del jesuita Alighiero Tondi, un estrecho consejero de Montini. Tondi era un agente de Stalin y su misión era mantenerlo informado acerca de los sacerdotes que eran enviados a la Unión Soviética.

          Pero Ud. debe agregar a esto el trato que Pablo VI le dispensó al Cardenal Mindszenty, quien no quería salir de Hungría, después de la revuelta de 1956. El Papa le mandó abandonar Budapest, pero el Cardenal se refugió en la embajada de los EE.UU. El Papa le había prometido solemnemente que conservaría el Primado de Hungría hasta su muerte. Cuando el Cardenal, que había sido torturado por los comunistas, llegó a Roma, Pablo VI lo abrazó cálidamente, pero acto seguido lo hizo marchar a Viena. Al poco tiempo, el Cardenal fue depuesto y se nombró en su lugar a otro, que contaba con el beneplácito del Partido Comunista húngaro. Cuando el Cardenal murió ningún representante de la Iglesia concurrió al funeral.

          Más tarde, el Padre Villa recibió otra prueba de la infiltración, suministrada por el entonces Arzobispo (luego Cardenal) Gagnon, a quien Pablo VI le había encomendado una investigación sobre la infiltración dentro de la Iglesia.

          El Cardenal armó un voluminoso dossier, con muchos datos preocupantes y pidió audiencia con el Pontífice para entregárselo en mano, petición que le fue denegada. El Papa le hizo llegar un aviso de que el documento estaría depositado en las oficinas de la Congregación para el Clero, bajo doble llave. Pero al día siguiente la cerradura fue violada y el dossier desapareció. El asunto se trató de tapar, pero la prensa se enteró del robo. Monseñor Gagnon, que se había guardado una copia, solicitó una audiencia privada con Pablo VI, pero no se la concedió.

          Entonces decidió volverse al Canadá. Más tarde, Juan Pablo II lo hizo venir a Roma y le otorgó el cápelo.

 

          TLM: ¿Por qué el Padre Villa escribió esos libros criticando a Pablo VI?

 

          AVH: Debo decirle que el Padre era reticente en cuanto a su publicación. Pero cuando varios obispos impulsaron la beatificación de Pablo VI, se decidió a imprimirlos. En definitiva, lo que hizo fue nada más que seguir las instrucciones de la Curia, acerca de que cualquier hecho negativo respecto de los candidatos a la beatificación debía ser entregado a la Congregación respectiva.

          Teniendo en cuenta el tumultuoso pontificado de Pablo VI, y las confusas señales que había dado, refiriéndose a que el “el humo de Satanás había entrado en la Iglesia”, pero negándose a condenar oficialmente las herejías; la encíclica Humanae Vitae -honra de su pontificado - aunque eludió su proclamación ex cátedra; la promulgación del Credo del Pueblo de Dios en 1968, pero sin ordenar su carácter obligatorio para todos los católicos; su desobediencia a las órdenes de Pío XII sobre no mantener contacto alguno con Moscú y su política de apaciguamiento con el gobierno de Hungría, renegando de la solemne promesa hecha al Cardenal Mindszenty; su desconsideración hacia la persona del bendito Cardenal Slipyj, que había pasado 17 años en el gulag y finalmente su actitud con el Cardenal Gagnon. En fin, todo esto hablaba contra la beatificación de Pablo VI y el libro del Padre Villa finalmente apareció con el titulo de Paolo Sesto, Mesto (Pablo Sexto, el amargo).

          Pero el Padre pagó un precio muy duro por sus dos libros, ocasionándole enormes aflicciones. Es que el común de los católicos tiene veneración ilimitada por el Pontífice. Pero Nuestro Señor nunca prometió que tendríamos Papas perfectos. Lo que sí prometió es que las puertas del infierno no prevalecerían. No olvidemos que, a pesar de que hubo Papas malísimos, y algunos muy mediocres, la Iglesia fue bendecida con grandes Pontífices. Ocho de ellos fueron canonizados y varios beatificados, historia triunfal que no tiene parangón con lo que sucedió en el plano secular.

          TLM:  ¿Entonces Ud. tiene un juicio negativo sobre el pontificado de Pablo VI?

          AVH: Sólo Dios puede juzgar a Pablo VI. Pero no puede negarse que su pontificado fue complicado y trágico. Bajo su gobierno fueron introducidos muchísimos más cambios en quince años, que durante todos los siglos anteriores. Por cierto que es sumamente intranquilizador leer los testimonios de ex comunistas como Bella Dodd y estudiar los documentos masónicos del siglo XIX, y también por ejemplo, conocer las actividades de personajes como el cura apóstata Paul Roca (1). Allí se puede apreciar en toda su amplitud cómo se cumplieron los objetivos de las logias: el éxodo de sacerdotes y monjas después del Vaticano II, la aparición de una corriente teológica con graves errores nunca censurados, el feminismo, la presión para que se abandone el celibato, la inmoralidad en los clérigos, las liturgias blasfemas [véanse los artículos de David Hart en "First Things", abril de 2001, see articles by David Hart in First Things, April 2001, "The Future of the Papacy"].

          Y desde luego están los tremendos y radicales cambios hechos en la sacra liturgia, junto con un ecumenismo absolutamente falaz. Nadie más que un ciego puede negar que los planes del Enemigo se cumplieran. Muchos se sorprendieron por lo que hizo Hitler, aunque no mi marido, que había leído concienzudamente “Mein Kampf”. Pero los dirigentes prefirieron no creer …

          Pero por más grave que sea la situación, ningún católico fiel debe olvidar que Nuestro Señor prometió permanecer junto con su Iglesia hasta el fin de los tiempos. No viene mal una pequeña meditación sobre el relato evangélico, cuando Cristo dormía, mientras la barca de los Apóstoles zozobraba, en medio de una feroz tormenta. Aterrorizados los despertaron y Él les reprochó: ”¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” e hizo que la tempestad cesase de inmediato.

            TLM: Veo por sus referencias sobre el ecumenismo que a Ud. no le cae nada bien la actitud de “convergencia” con otras religiones. Antes la Iglesia tenía la misión de convertir …

           AVH: Le cuento algo que le causó enorme tristeza a mi marido. En 1946, enseñando en Fordham, se presentó en una de sus clases, un estudiante judío que había servido en la Armada durante la guerra. Al terminar la exposición lo abordó a Dietrich para decirle que él había vivido una singular experiencia en el Pacífico, contemplando una bellísima puesta de sol. Ese espectáculo lo llevó a preguntarse sobre Dios. El muchacho venía de Columbia, donde no encontró la respuesta a su inquietud.

          Pero un amigo le habló de Fordham y del profesor Dietrich von Hildebrand, a cuyas clases empezó a concurrir regularmente. Al finalizar una de ellas, salieron a caminar juntos y durante el paseo le contó a Dietrich que muchos profesores, al enterarse de que era judío, le aseguraron que no tratarían de convertirlo. Mi marido, estupefacto, detuvo la marcha y le preguntó:”¿Qué le dijeron?”. Al repetirle la anécdota, Dietrich le aseguró que “iría hasta el fin del mundo, con tal de que Ud. se haga católico”. Al poco tiempo, el estudiante judío se convirtió e ingresó a la Cartuja, ordenándose luego de sacerdote.

          TLM: Ud. pasó muchos años enseñando en Hunter College.

          AVH: Así es y le podría hablar de los numerosos estudiantes que se convirtieron, atraídos por la Verdad. Pero no fui yo quien lo hizo: simplemente recé para ser un instrumento de Dios y para que Él me ayudase a vivir según el Evangelio. Eso únicamente se obtiene con la gracia de Dios. Lamentablemente, algunos católicos que se dicen tradicionalistas, creen que la Verdad es una posesión personal y no un don de Dios. Semejante actitud los puede conducir al fanatismo. La Fe no es un juguete intelectual ni tampoco una partida de ajedrez. Deberían procurar cambiar de postura, sobre todo si defienden la Misa tradicional. Lo que todos debemos intentar es tratar de ser santos.

          TLM: Entonces, ¿Ud. cree que esa es la única solución para remediar la crisis de la Iglesia?

          AVH: No olvidemos que estamos luchando no sólo contra la sangre y la carne, sino también contra “Potestades y Principados”. Esto debería servir para causarnos temor y hacernos redoblar el esfuerzo para ser santos, y rezar para que la Esposa de Cristo salga de esta crisis espantosa más radiante que nunca. La respuesta católica es siempre la misma: fidelidad absoluta a las enseñanzas de las Iglesia y a la Santa Sede, recepción frecuente de los Sacramentos, rezo del Rosario, lectura espiritual diaria y agradecer el que hayamos recibido la plenitud de la Revelación. “Gaudete, iterum dico vobis, Gaudete”.

          TLM: No quiero terminar la entrevista sin conocer su opinión sobre la Misa en latín. ¿Sería su restablecimiento una solución para la crisis?

           AVH: El diablo odia la misa tradicional, y la odia porque es la más perfecta reformulación de todas las enseñanzas de la Iglesia. Y sobre esto Dietrich me dio la clave. Porque, mucho antes del Concilio, los sacerdotes que la rezaban ya habían perdido el sentido de lo sobrenatural y trascendente. La recitaban rapidísimo, casi murmurando y sin articular bien las palabras, señal de que intentaban introducir en la Misa su propia secularización (2). La misa tradicional no permitía irreverencia alguna y por eso muchos malos sacerdotes se alegraron cuando se la dejó de celebrar.

(Christian Order, marzo de 2007)

 

Artillero: Prof. Augusto Padilla

 

Tomamos este reportaje a la Dra. ALICE VON HILDEBRAND del sitio www.catapulta.com.ar, allí traducido desde "Christian Order" www.christianorder.com

Notas catapúltica: 1 - Paul Roca (1830-1893). Nacido en Francia, se ordenó sacerdote en 1858 y comenzó a vincularse con círculos gnósticos y esotéricos. Pese a la suspensión de Roma, siguió presentándose como si aun fuese miembro de la Iglesia, anunciando el advenimiento de una “divina sinarquía”, bajo la autoridad de un Papa convertido al “cristianismo científico y socialista”. (Cfr. La masonería dentro de la Iglesia, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1968, pp.39-59. El prólogo es de Julio Meinvielle). 2 - Dietrich von Hildebrand ya había detectado ese espíritu de secularización, que lo llevó a publicar en 1953 "The New Tower of Babel", obra nunca traducida al castellano.

 ** Bella Dodd (1904-1964), nacida en Italia, se llamaba María Asunta Isabella Visono. Abogada, fue una de las principales dirigentes del Partido Comunista de los EE.UU., del cual fue expulsada en 1949. Se reconvirtió al catolicismo en 1951 y luego escribió "School of Darkness".

 

 

+ Ad Maiorem Dei Gloriam +

Esta página es obra de La Sociedad Pro Misa Latina -Una Voce Cuba-

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El letargo de los Guardianes de la Fe

 

 

   Este es el primer Capítulo del libro "The devastated Vibeyard", de Dietrich von Hildebrand, versión inglesa del original en alemán "Der verwuestete Weiberg", 1973. Reedición en inglés de "Roman Catholic Books", New York, USA, 1985. Traducción al español de Santiago Zervino.

 

         Una de las enfermedades más horripilantes y difundidas en la Iglesia de hoy es el letargo de los Guardianes de la Fe de la Iglesia. No estoy pensando aquí en aquellos obispos que son miembros de la “quinta columna”, que desean destruir la Iglesia desde adentro, o transformarla en algo completamente diferente. Estoy pensando en los obispos mucho más numerosos que no tienen esas intenciones, pero que no hacen ningún uso de la autoridad cuando es el caso de intervenir contra teólogos o sacerdotes heréticos, o contra prácticas blasfemas de culto público. O cierran los ojos y tratan, al estilo de las avestruces, de ignorar tanto los tristes abusos como los llamados al deber de intervenir, o temen ser atacados por la prensa o los mass-media y difamados como reaccionarios, estrechos de mente o medievales. Temen a los hombres más que a Dios. Se les pueden aplicar las palabras de San Juan Bosco: "El poder de los hombres malos reside en la cobardía de los buenos”.

 

 

 

 

 

 

          Es verdad que el letargo de aquellos en posición de autoridad es una enfermedad de nuestros tiempos que está ampliamente difundida fuera de la Iglesia. Se la encuentra entre los padres, los rectores de colegios y universidades, las cabezas de otras numerosas organizaciones, los jueces, los jefes de estado y otros. Pero el hecho de que este mal haya penetrado hasta en la Iglesia es una clara indicación de que la lucha contra el espíritu del mundo ha sido reemplazada por dejarse llevar por el espíritu de los tiempos en nombre del "aggiornamento". Uno se ve forzado a pensar en el pastor que abandona sus rebaños a los lobos cuando reflexiona sobre el letargo de tantos obispos y superiores que, aun siendo ortodoxos ellos mismos, no tienen el coraje de intervenir contra las más flagrantes herejías y abusos de todo tipo tanto en sus diócesis como en sus órdenes.

 

          Pero enfurece aún más el caso de ciertos obispos, que mostrando este letargo hacia los herejes, asumen una actitud rigurosamente autoritaria hacia aquellos creyentes que están luchando por la ortodoxia, ¡haciendo lo que los obispos deberían estar haciendo ellos mismos! Una vez me fue dada a leer una carta escrita por un hombre de alta posición en la Iglesia, dirigida a un grupo que había tomado heroicamente la causa de la verdadera Fe, de la pura, verdadera enseñanza de la Iglesia y del Papa. Ese grupo había vencido la “cobardía de los buenos” de la que hablaba San Juan Bosco, y de ese modo debían constituir la mayor alegría para los obispos. La carta decía: como buenos católicos, ustedes deben hacer una sola cosa: ser obedientes a todas las ordenanzas de su obispo.

 

          Esta concepción de “buenos” católicos es particularmente sorprendente en momentos en que se enfatiza continuamente la mayoría de edad del laico moderno. Pero además es completamente falsa por esta razón: lo que es apropiado en tiempos en que no aparecen herejías en la Iglesia que no sean inmediatamente condenadas por Roma, se vuelve inapropiado y contrario a la conciencia en tiempos en que las herejías sin condenar prosperan dentro de la Iglesia, infectando hasta a ciertos obispos que sin embargo permanecen en sus funciones. ¿Qué hubiera ocurrido si, por ejemplo, en tiempos del arrianismo, en que la mayoría de los obispos eran arrianos, los fieles se hubieran limitado a ser agradables y obedientes a las ordenanzas de esos obispos, en lugar de combatir la herejía? ¿No debe acaso la fidelidad a la verdadera enseñanza de la Iglesia tener prioridad sobre la sumisión al obispo? ¿No es precisamente en virtud de la obediencia a la verdad revelada que recibieron del magisterio de la Iglesia que los fieles ofrecen resistencia a esas herejías? ¿No se supone que los fieles se aflijan cuando desde el púlpito se predican cosas completamente incompatibles con la enseñanza de la Iglesia? ¿O cuanto se mantiene como profesores a teólogos que proclaman que la Iglesia debe aceptar el pluralismo en filosofía y teología, o que no hay supervivencia de la persona después de la muerte, o que niegan que la promiscuidad es un pecado, o inclusive toleran despliegues públicos de inmoralidad, demostrando así una lamentable falta de entendimiento de la hondamente cristiana virtud de la pureza?

 

          La tontería de los herejes es tolerada tanto por sacerdotes como por  laicos; los obispos consienten tácitamente el envenenamiento de los fieles. Pero quieren silenciar a los fieles creyentes que toman la causa de la ortodoxia, aquella propia gente que debería de pleno derecho ser la alegría del corazón de los obispos, su consuelo, una fuente de fortaleza para vencer su propio letargo. En cambio de esto, estas gentes son vistas como perturbadoras de la paz. Y en caso de que expresen su celo con alguna falta de tacto o en forma exagerado, hasta son excomulgados. Esto muestra claramente la cobardía que se esconde detrás del fracaso de los obispos en el uso de su autoridad. Porque no tienen nada que temer de los ortodoxos: los ortodoxos no controlan los mass-media ni la prensa; no son los representantes de la opinión pública. Y a causa de su sumisión a la autoridad eclesiástica, los luchadores por la ortodoxia jamás serán agresivos como los así llamados progresistas. Si son reprendidos o disciplinados, sus obispos no corren el riesgo de ser atacados por la prensa liberal y ser difamados como reaccionarios.

 

           Esta falta de los obispos de hacer uso de su autoridad, otorgada por Dios, es tal vez por sus consecuencias prácticas, la peor confusión en la Iglesia de hoy. Porque esta falta no solamente no detiene las enfermedades del espíritu, las herejías, ni tampoco (y esto es mucho peor) la flagrante como insidiosa devastación de la viña del Señor; hasta les da vía libre a esos males. El fracaso del uso de la santa autoridad para proteger la Sagrada Fe lleva necesariamente a la desintegración de la Iglesia.

 

         Aquí, como con la aparición de todos los peligros, debemos decir "principiis obsta" ("detengamos el mal en su Origen"). Cuanto más tiempo se permite al mal desarrollarse, más difícil será erradicarlo. Esto es verdad para la crianza de los niños, para la vida del estado, y en forma especial, para la vida moral del individuo. Pero es verdad en una forma completamente nueva para la intervención de las autoridades eclesiásticas para el bien de los fieles. Como dice Platón, “cuando los males están muy avanzados nunca es agradable eliminarlos”.

 

          Nada es más erróneo que imaginar que muchas cosas deben ser autorizadas a irrumpir y llegar a su peor punto y que uno debería esperar pacientemente que se hundan por su propio peso. Esta teoría puede ser correcta a veces respecto a los jóvenes que atraviesan la pubertad, pero es completamente falsa en cuestiones referentes al bonum commune (el bien común). Esta falsa teoría es especialmente peligrosa cuando se aplica al bonum commnune de la Santa Iglesia, que involucra blasfemias en el culto público y herejías que, si no son condenadas, continúan envenenando incontables almas. Aquí es incorrecto aplicar la parábola del trigo y la cizaña.

Debería rechazarse la Comunión en la mano

Por Dietrich von Hildebrand:

Este artículo fue publicado el 8 de Noviembre de 1973.


 


          No puede haber duda, que la Comunión en la mano, es una expresión de la tendencia hacia la desacralización en la Iglesia en general, así como, de la irreverencia en aproximarse a la Eucaristía específicamente. El misterio inefable de la presencia corporal de Cristo en la hostia consagrada, pide una actitud profundamente reverente. (Tomar el Cuerpo de Cristo en nuestras manos no consagradas – como si fuese un simple pedazo de pan-, es algo que en sí es profundamente irreverente y perjudicial para nuestra fe). Tratar este misterio insondable,
así es como si estuviésemos tratando simplemente y nada más que con otro pedazo de pan, algo que hacemos naturalmente todos los días con un simple pan, y hace que sea más difícil el acto de fe en la verdadera presencia corporal de Cristo. Dicho comportamiento hacia la Hostia Consagrada corroe lentamente nuestra fe en la presencia corporal y alimenta la idea que es únicamente un símbolo de Cristo. Decir que el tomar el pan en nuestras manos aumenta el sentido de la realidad del pan es un argumento absurdo. La realidad del pan no es lo que importa – también es visible para cualquier ateo- pero el hecho que la Hostia es en realidad el Cuerpo de Cristo – el hecho que se ha llevado a cabo en la transubstanciación – es el tema que debe enfatizarse.
No son realmente válidos los argumentos sobre la Comunión en la mano basados en que esta práctica se ha encontrado entre los primeros cristianos. Pasan por alto los peligros y lo inadecuado de volver a introducir la práctica hoy en día. El Papa Pío XII habló en términos muy claros e inequívocos en contra de la idea que uno puede volver a introducir hoy en día las costumbres de la época de las catacumbas. Ciertamente, deberíamos tratar de renovar en las almas de los católicos de hoy el espíritu, el fervor y la devoción
heroica que se encuentran en la fe de los primeros cristianos y en los muchos mártires entre sus rangos, pero simplemente adoptar sus costumbres es, de nuevo, algo distinto; las costumbres pueden hoy en día asumir una función completamente nueva y no podemos ni debemos simplemente tratar de reintroducirlas.
En la época de las catacumbas no estaban presentes el peligro de la desacralización y la irreverencia que amenazan hoy en día. El contraste entre el saeculum (lo secular) y la Santa Iglesia estaba constantemente en las mentes de los cristianos. Así, una costumbre que en esos tiempos ya no estaba en peligro puede constituir un grave peligro pastoral en nuestros días.
Tómese en cuenta cómo consideró San Francisco la extraordinaria dignidad del sacerdote, la cual consiste exactamente en el hecho que se le permite tocar el Cuerpo de Cristo con sus manos consagradas. Dijo San Francisco: “Si llegase a encontrarme al mismo tiempo con un santo del cielo y un pobre sacerdote, primero mostraría mi respeto al sacerdote y rápidamente le besaría sus manos y luego diría: ‘Esperad, San Lorenzo, porque las manos de este hombre tocan la Palabra de la Vida y sobrepasan por mucho todo lo que es humano.’”
Alguien podría decir: pero, ¿no distribuyó San Tarciso la Comunión a pesar que él no era sacerdote? Ciertamente ninguno se escandalizaba por el hecho que tocaba la hostia consagrada con sus manos. Y en una emergencia, se le permite a un laico hoy en día darle la Comunión a los demás, pero esta excepción para los casos de emergencia no es algo que implique una falta de respeto al Santo Cuerpo de Cristo. Es un privilegio que está justificado por la emergencia – que debería aceptarse con un corazón tembloroso (y debería permanecer como privilegio, reservado únicamente para emergencias).

Comentario: ¿Cuándo llegará el día, en que por fin, veamos desaparecida esta detestable práctica?