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JEAN GUITTON, AMIGO Y CONFIDENTE DE PABLO VI, EN UNA ENTREVISTA PROFÉTICA

PARIGI: “Aquél día tremía con la emoción. Toda la vida había soñado un Concilio que afrontase las grandes cuestiones del Novecientos, el ecumenismo, el progreso, los derechos de la mujer… Y ahora estaba allí, y hablaría, primer laico en la historia, a un Concilio de la Iglesia Católica. Han pasado treinta años…”.

Jean GUITTON, 91 años, la conciencia crítica de la cristiandad’, el amigo de Juan XXIII, el confidente de Pablo VI, está conmovido. Mira por la ventana de su pequeño apartamento parisino, sobre los jardines del Luxemburgo. Mueve una mano frágilmente,y comienza. “El Concilio ha sido perfecto. Pero su aplicación… cuántos errores. Ha disminuido la fe. Ha perdido vigor la verdad. La Iglesia Católica ha renunciado a proclamarse la única verdadera Iglesia. Ha rezado junto con los protestantes, y a las otras religiones. En los seminarios Freud, Marx, Lutero han ocupado el puesto de Tomás, Ambrosio, Agustín”.

-¿Por esta razón Lefebvre se ha ido?
Pablo VI y después Papa Wojtyla me habían encargado encontrar una solución, evitar el cisma. He fallado. Hablar de Econe es para mí muy doloroso. Porque, en el fondo, Lefebvre tenía razón.

 

 

-¿En qué sentido tenía razón?
La verdad no puede cambiar. Si es blanca, no puede volverse gris, roja o marrón. Y si la Iglesia posee la verdad, permanece idéntica a sí misma a lo largo de la historia. Cuando Lefebvre decía que el Concilio no podía cambiar las afirmaciones solemnes de la Iglesia sobre la verdad, decía algo que deberíamos compartir. Pero Lefebvre lo sostenía de manera torpe. Confundía la adhesión a la Iglesia con la adhesión a un partido. Era un espíritu cerrado.

-¿Cuáles son las otras sombras del post-Concilio?
La anarquía. Los feligreses que no obedecen más al párroco, el párroco al obispo, el obispo al cardenal. La catequesis confiada a la gente que pasa por la calle. Cerca de mi casa hay dos parroquias, Saint-Sulpice y Notre Dame des Champs. Y no enseñan las mismas cosas. Piense qué coherencia puede tener una catequesis confiada al primero que llega.

-¿El nuevo catecismo resolverá el problema?
Ahí es donde está el mal. ¿Cómo es posible que los católicos hayamos tenido que esperar treinta años para saber qué es justo hacer, qué es justo creer y lo que no? El nuevo catecismo debería haber llegado tres minutos después del Concilio, no después de treinta años.
- ¿Ve todavía otras sombras?
La crisis de las vocaciones. Finalizado el Concilio, se pensaba que los seminarios se llenarían. Por el contrario… Luego, hemos llegado a pensar que basta la sinceridad para ser cristiano. También si se es un ladrón, también si se es homosexual. Necesitamos la Verdad. Arrepentimiento. Y fe.

-¿ Tiene nostalgia de la Misa en latín?
Sì. En latín he expresado las emociones de 60 años de mi vida de católico. También Pablo VI sufrió por el cambio de la liturgia. Me dijo: debemos sacrificar nuestros sentimientos, para hacer comprensible el Evangelio a todos. Tenía razón. Pero el Concilio no abolió el latín: Dejó libertad de liturgia. Seguidamente la Misa tridentina fue considerada como una pieza de museo.

-¿Y cuáles son las luces?

El diálogo. En los dos mil años antes del Concilio la Iglesia Católica sólo había condenado. Ahora ha cambiado el método: no condenar, escuchar. El diálogo con los no católicos continúa hoy: con los anglicanos, con los protestantes; con los ortodoxos, ahora que la Rusia soviética se ha convertido en la Rusia de San Petesburgo. También las relaciones con el inmenso mundo de los no creyentes nunca han sido tan intensas.

-¿ Cuál ha sido la innovación más bella del Concilio?

La libertad religiosa. Recuerdo a los cardenales divididos en dos partidos. Los progresistas decían: la religión debe estar fundada sobre un acto de libertad. Yo estaba de acuerdo. Sabía que Sartre había afrontado el problema, pero sin resolverlo: porque no hay libertad sin Dios, no hay Dios sin libertad. Venció la línea progresista.

- Y los conservadores fueron vencidos. ¿Quiénes eran?
Su cabeza era Ottaviani. Un espíritu claro, bello, pulido. Hablaba muy bien en latín. Recuerdo que debíamos establecer cuándo una familia católica es numerosa. Alguien dijo: es numerosa si hay cuatro hijos. “¡No, si hay doce!, gritó él. “De lo contrario yo no habría nacido”. Lo dijo en latín, obviamente.
- ¿ Qué otra figura le ha quedado impresa?
Wiszinsky. El primado de Polonia era un hombre excepcional. Y de derechas.

- ¿Y Wojtyla?
Era su discípulo. No sé cómo fue desplegado. Nadie podía imaginar que llegaría a ser Papa.

- ¿Por qué Pablo VI quiso que usted, un laico, tomase la palabra?

Entre nosotros había un gran amor, una gran amistad. Es el misterio de los encuentros. La primera vez que le ví era un 8 de septiembre, él era todavía obispo… fue como un rayo. Me hizo prometer que todos los 8 de septiembre nos encontraríamos. Lo hice durante 27 años. Cuando llegó a Papa le dije: Eminencia, le hago llegar mi despedida. Y él, gritando: pero cómo, ¿acaso no tengo un corazón? ¿No puedo más amar? ¿No tengo necesidad de sus consejos más que antes?.
- ¿Qué le decía durante el Concilio?
La tarde de mi intervención me regaló un reloj, diciendo: “Hoy ha sido una jornada histórica. Usted llevará este reloj para recordar que el tiempo no es más que un soplo frente a la eternidad”. Qué emoción. Qué alegría.

- ¿Qué más le reveló?
Que sufría. Seguía los trabajos a través de un circuito cerrado de televisión. Sentía en su corazón la división de los cardenales, sabía de las maniobras.

- ¿Quiénes maniobraban, los conservadores o los progresistas?
Ambos. Eran dos mil obispos. En todos los Parlamentos hay hombres hábiles que intentan con sistemas más o menos correctos influir en los otros.

- ¿Qué recuerda del final del Concilio?
Ahora que me queda poco de vida puedo hacerle una confidencia. Pablo VI soñaba morir en el campo de batalla. La responsabilidad lo aplastaba. Un día me dijo: “Dejemos un encuentro para después de la muerte”. Era el hombre más solo del mundo. Estaban solos, él y Dios. Lo entiendo, el Concilio había sido el evento del siglo. Me lo dijo también De Gaulle. Yo lo alababa: usted ha salvado Francia. Y él: pero usted ha participado en el Concilio.

- Han sido treinta años difíciles para la Iglesia. ¿Hoy podemos todavía decirnos cristianos?

Nuestros años son el triunfo de la violencia, la apoteosis del sexo, de la televisión, del dinero. El más grande enemigo del cristianismo no es el ateismo. Este se ve, se toca. El enemigo invisible es la indiferencia.

- ¿Y el consumismo, el capitalismo?
El capitalismo es como su corbata. Puede usarla para embellecer su traje. O para estrangular.

- Usted ha dicho que el comunismo no ha muerto, y resurgirá en cualquier otra forma.

Le diré aún más. El comunismo no está por sí contra el cristianismo. Lo está cuando sostiene el ateismo. Los primeros cristianos tanían los bienes en común.

- ¿El cristianismo, corre el riesgo de morir?

La Iglesia atraviesa una crisis terrible. Pero la crisis es su condición existencial. Dios lo quiere así. La Iglesia estaba en crisis ya cuando Juan escribía el Apocalipsis. Pero cuando en el mundo quedase un solo cristiano, la Iglesia viviría con él. La nuestra es la edad de la degradación. Es como tirar con el arco. La flecha debe tensarse hacia atrás para salir con fuerza hacia adelante. Así, nosotros hoy estamos tensados hacia atrás. Pero estamos en la vigilia de grandes cambios. El próximo siglo será la era de la nueva evangelización, y la luz volverá a iluminar la Iglesia. Pero mis ojos no tendrán tiempo de verlo.

Aldo Cazzullo

*Entrevista publicada en La Stampa de Turín 11 de octubre de 1992

 

Jean Guitton (un íntimo amigo de Pablo VI) escribió: La intención del Papa Pablo VI en relación a lo que comúnmente se llama [Nueva] Misa, fue reformar la liturgia católica de tal manera que casi debería coincidir con la liturgia protestante. Esto era con una intención ecuménica de Pablo VI de eliminar, o, al menos corregir, o, al menos mitigar, en la Misa, lo que era demasiado católico en el sentido tradicional y, repito, hacer que la Misa católica se acercase más a la misa calvinista”

Pablo VI eliminó lo que era demasiado católico en la Misa con el fin de hacer de la Misa un servicio protestante.

Un estudio de las características y las oraciones de la Misa tradicional versus la Nueva Misa revela una masacre de la fe tradicional. La Misa tradicional contiene 1182 oraciones. Cerca de 760 de ellas fueron retiradas completamente de la Nueva Misa. Aproximadamente el 36% de lo que se mantuvo, los revisores alteraron más de la mitad antes de introducirlas en el nuevo Misal. Por lo tanto, solo el 17% de las oraciones de la Misa tradicional se mantuvieron intactas en la Nueva Misa. Lo que también llama la atención es el contenido de las modificaciones que se hicieron a las oraciones. Las oraciones tradicionales que describen los siguientes conceptos fueron específicamente abolidos con el nuevo Misal: la depravación del pecado; los lazos de la maldad; la grave ofensa del pecado; el camino a la perdición; el terror ante la furia del rostro de Dios; la indignación de Dios; los golpes de su ira; la carga del mal; las tentaciones; los malos pensamientos; los peligros para el alma; los enemigos del alma y del cuerpo. También se eliminaron las oraciones que describen: la hora de la muerte; la pérdida del cielo; la muerte eterna; el castigo eterno; las penas y el fuego del infierno. Se hizo especial énfasis en suprimir en la Nueva Misa las oraciones que describen el desapego del mundo; las oraciones por los difuntos; la verdadera fe y la existencia de la herejía; las referencias a la Iglesia militante, los méritos de los santos.

Los seis ministros protestantes que ayudaron a diseñar la Nueva Misa fueron: los doctores George, Jasper, Shepherd, Kunneth, Smith y Thurian.

“Verdaderamente, si a uno de los demonios en «Cartas del Diablo a su Sobrino» de C.S. Lewis se le hubiese confiado la ruina de la liturgia, él no lo podría haber hecho mejor”  Dietrich Von Hildebrand 

LA ORACION.

Del libro: “Silencio sobre lo esencial” de Jean Guitton.

 

Los padres del Concilio reflexionaron, primero, sobre la “ley de la oración”, la liturgia: LEX ORANDI.

Todos sabemos, tanto los marxistas como los cristianos, que nuestros actos son pensamientos implícitos. Es así como la “ley de la oración” contiene ya la le de la creencia” ; LEX CREDENDI. Los símbolos los gestos y las palabras son una liturgia profana.

            Ya han pasado veinte años desde la admirable Constitución sobre la Sagrada Liturgia, que comienza así: “Puesto que el Concilio se propone  aumentar la fe, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones sujetas al cambio, favorecer lo que puede contribuir a la union de los que creen en Cristo,  robustecer todo lo que conduce a todos los hombres al seno de la Iglesia, estima que le corresponde de modo especial velar por la restauración y el desarrollo de la liturgia por la cual (especialmente en le divino sacrificio de la Eucaristía) se ejerce la obra de nuestra redención, contribuye en el mas alto grado a que los fieles expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza autentica de la verdadera Iglesia.”

           En 1963, en una inter sección del Concilio, Pablo VI me había rogado que expusiera mediante un escrito cómo se presentaba a los ojos de un filosofo laico el problema, constante en la historia litúrgica, de una “reforma de la oración”. La idea que me había inspirado, la había sacado yo de Newman: a través de los siglos, la iglesia modifica a veces las formas y los usos, para presentar una identidad profunda. Nihil innoventur, nisi quod traditum  est. Ahora bien, en el plano del culto divino, la dificultad es conciliar, superando las dos exigencias, aparentemente contrarias.

             “La primera de estas exigencias, decía yo, es salvar el carácter sacral y místico del culto: lo que se puede llamar lo NUMINOSO (del termino latino numen). Pero no se puede menospreciar lo que debemos llamar lo LUMINOSO (lumen)”

En el primer caso, la lengua latina no es un obstáculo: mediante su música, su densidad, su poesía, preserva el carácter sagrado del culto, incluso cuando no es distintamente comprendida; es entre las naciones un signo de la unidad de la fe. Pero, de cara a la catequesis y en especial en las Iglesias silenciosas y amordazadas, allí donde la liturgia es el único medio de enseñar al pueblo, el uso de una lengua desconocida debe ser desechado, dado que no se puede ser iluminado por la oscuridad, aun cuando la oscuridad sea sagrada. Las dos tendencias deben encontrar un equilibrio. La liturgia será de algún modo el punto culminante (culmen) de donde brota la vida de la Iglesia.

            Dos mil doscientos Padres se han puesto de acuerdo en unir esas dos vías, en solicitar un esfuerzo de cara a establecer, bajo el control de los episcopados, una liturgia fundada sobre el Sacramento y sobre la Palabra, que sea mas inteligible, mas formadora, mas vital, no rebajando la liturgia a una manifestación teatral o mágica, sino por el contrario, elevándola hasta el misterio de la vida divina comunicada, de la Encarnación redentora, que el sacrificio de la Misa aplica y continua.” (1)

             Releyendo este texto 20 años después, examino el alcance y la posteridad de las modificaciones introducidas en el culto por la liturgia post-conciliar.

 

Según la apariencia y a los ojos del pueblo de nuestras parroquias, los cambios son considerables. Como sucede en todas las “revoluciones”, estos cambios afectan primero al lenguaje. Ahora ya no osamos hablar a lo que desde hace siglos se llamaba el “sacrificio de la Misa”. Los términos mas consagrados por el uso han sido súbitamente reemplazados. Así  no se hablara mas del altar, sino que se hablara de mesa; ya no se hablara de cáliz, sino de copa; ya no se hablara de hostia, sino de pan. Sobre todo ya no se hablara de sacrificio sino de compartir.

Ahora bien, una ley no escrita y que nadie puede abolir (ley reconocida por los marxista, tanto como por los cristianos) quiere que todo lo que es acción, gesto, rito y vocablo contenga un pensamiento implícito: la ley de la oración es la ley de la fe.

He consagrado una parte de mi vida al acercamiento de los cristianos. Durante el Concilio y desde el punto de vista ecuménico, me alegraron ciertos cambios litúrgicos: Todo lo que se acerca a las confesiones separadas prepara a la reconciliación. Pero la reflexión, la experiencia y la historia, me han persuadido que las “reconciliaciones”, incluso tras los “Concilios” son inciertas cuando se llevan a cabo en un clima de ambigüedad. Para preparar un entendimiento (entente)  autentico, es importante no poner (las diferencias fundamentales). Cuando se hace pasar lo esencial bajo un velo de silencio, se paga caro.

Las transformaciones de la liturgia se han llevado a cabo demasiado rápidamente. Permítaseme, citar la opinión de un observador grave, extraño al catolicismo,  Andreé Chevrillon  (que era sobrino de Taine) Hablábamos de la reforma litúrgica. Con la gran calma que caracteriza a los prudentes, me hizo esta observación : “Las mutaciones profundas en el plano biológico o histórico se han producido de un modo imperceptible y mediante una serie de cambios mínimos. Vd. es joven, pero algún día se dará cuenta que este nuevo modo que tienen los católicos de celebrar su misa tendrá consecuencias importantes. Pronto el catolicismo difícilmente se distinguirá del protestantismo.”

Respondí a Chevrillon; “La Eucaristía Católica tiene dos caracteres que parecen oponerse, pero que se completan en una verdadera estructura. La Eucaristía es, en primer lugar, un sacrificio, que  reitera el sacrificio de Jesucristo. La Eucaristía es también un sacramento, y en el se propone a los fieles reunidos en una comida mística los frutos de este sacrificio. Si quisiera traducir todo eso a mi lenguaje, diría que la Eucaristía es numinosamente un sacrificio  y luminosamente un sacramento. Ahora bien, la liturgia conciliar nunca ha querido restringir la parte del sacrificio. Ha ilustrado mas el sacramento. Pero, en la estructura, permanece que el sacramento es consecuencia del sacrificio, que la Luz brota del Misterio. La liturgia del concilio otorga un espacio de mayor luz. La Palabra de Dios se expone de un modo inteligente, mas bíblico.”

Pero, reflexionando más, al recoger las experiencias de unos y de otros, planteándome los problemas ecuménicos, me he preguntado en ocasiones si la demasiada rápida aplicación de la reforma no corría el riesgo de alterar un elemento esencial, que es la estructura de la Eucaristía. Llamo estructura al orden, a la jerarquía, a la proporción de las partes. No pongo en el mismo nivel y en el mismo plano la liturgia de la Palabra y la liturgia del Sacrificio. Entre estos dos aspectos fundamentales, el segundo es a mi juicio mas esencial. El primero anuncia al segundo. El luminoso introduce al numinoso. Y en el numinoso sólo se oculta y se manifiesta la esencia, que es el misterio de la fe, el MYSTERIUM FIDEI.

Permítame el lector confesar mis impresiones y  mis pensamientos respecto a la nueva liturgia. Ello exige realizar un esfuerzo penoso debido a la magnitud de la dificultad de ser sincero en estos planos íntimos. Puedo movilizar mi atención con facilidad, pero si deseo mantenerla mucho tiempo, se cansa bastante pronto. ¡Cómo gozo al oír en lengua vernácula, haciéndose accesibles a todos, esos textos sagrados que yo había conocido por privilegio en latín o en griego, a veces en hebreo; al comprenderlos mediante los comentarios de un sacerdote instruido en la exégesis, y que pone al alcance de todos lo que era patrimonio de los especialistas! Me hace feliz el que toda la historia de la salvación sea recogida en una corta duración, gracias a las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, que preceden al Evangelio, que lo iluminan, del mismo modo que él los ilumina a la vez. La  “oración universal” me trae a la actualidad en que la eternidad se refleja y se encarna en el momento presente de la historia, pues “Cristo es ayer, hoy y siempre.”

Pero miro el lento, el inexorable reloj. Mi maquina nerviosa esta cansada. Sacerdote y fieles se apresuran.

La Palabra ha ocupado la mejor parte del tiempo. Y he aquí venir el instante sublime, la Hora plena del misterio para siempre, en la que el Acontecimiento singular, “cumplido una vez por todas”, se reproduce misteriosamente para la fe. Es tan diferente de un símbolo o de un memorial. O wonderful solemnity decia Newman: ! Oh, solemnidad plena de asombrosa maravilla! Dice San Pablo que la Eucaristía “anuncia la muerte del senor hasta que vuelva.” Con razón retoma la nueva liturgia estas extrañas palabras, que parecen telescopiar el pasado y el futuro menospreciando el presente. Sin embargo, está claro que para san Pablo, lo que ha sido, lo que debe volver, no es lo esencial. Lo Eterno es aquello que, en este lugar, en este momento (numinosamente , diría yo) es.

Este problema de estructura, es decir, de equilibrio y de proporción, seria desdeñable a mi juicio (y aun mas, el malestar del cansancio) Si no adivinara, bajo estos cambios litúrgicos, una dificultad que está en el centro del dialogo, con mis hermanos de la Reforma

Católicos y protestantes admiten que la Santa Cena se divide en dos partes, una de las cuales esta ocupada por la palabra y la otra por el rito de consagración y de comunión. La diferencia entre las confesiones cristianas consiste en lo que yo llamo la estructura, esto es, en disimetría de las dos partes. Nadie ignora que los teólogos reformados hicieron prevalecer la Palabra, y que los católicos, concediendo su parte a la Palabra, no la tienen por esencial. Así, en la Víspera de una batalla, o en los campos de exterminio, el sacerdote rompe el pan, sin ninguna palabra previa.

De esta suerte, la estructura de la Eucaristía no es la misma en Lutero que entre los católicos. Y hasta con leer a Kart Barth, para convencerse de la diferencia entre las dos confecciones. Me complace ver disminuir las diferencias de nuestros puntos de vista: pero tengo miedo de que, en la practica parezcamos haber cedido en aquello que, para el Católico, sigue siendo esencial.

Quiero presentar, otros deseos, que ponen sobre el tapete un problema sobre el que se extiende el silencio. Si la antigua liturgia insistía en el sacrificio consumado sobre el altar por un sacerdote al que no se le veía el rostro; sin la nueva liturgia insiste sobre el sacramento y sobre el compartir (estando así más cerca de la Cena); si los fieles pueden ver el rostro del sacerdote vuelto hacia ellos; sino hay incompatibilidad entre ambos usos ni progresos del uno sobre el otro sino, al contrario complemento y armonía, ¿por qué no es posible permitir ambos ritos, y sobre todo mantenerlos en el periodo de transición? Y por ello una razón profunda que afecta la fe del pueblo.

De modo inevitable, al pueblo que  abre los ojos en nuestras viejas iglesias que ve yuxtapuestos el antiguo altar y la mesa de la liturgia nueva, le parece que el cambio es una corrección. Quien dice progreso dice devaluación: el vapor ha reemplazado al caballo, la electricidad ha reemplazado al petróleo, y, mañana, el átomo va a reemplazar a la electricidad. ¿Cómo hacer comprender al pueblo, que contempla en silencio ese magnifico altar abandonado, que la fe en el sacrificio no es una etapa ya superada, una costumbre ya periclitada?

Consideremos la liturgia de la muerte.

Era justo abolir la alianza de lo pomposo y de lo fúnebre, las cortinas negras, las calaveras, las tibias cruzadas. Pero nuestros contemporáneos (al menos en Occidente) han desacralizado la muerte. “Todo iremos al paraíso” han cantado.

Callando sobre el Juicio, se corre el riesgo de arrebatar a la existencia ese aspecto patético y sublime, que consiste en ser un drama temporal, cuya apuesta es la eternidad.

Y, por vía de consecuencia, arrebatar  a nuestra muerte su esplendor mudo, su majestad. Ha hecho bien el Concilio poniendo que el rito de los funerales exprese de modo mas manifiesto el “carácter pascual de la muerte cristiana.” Con razón se ha renunciado a las carabelas, al “tártaro”, a “la sibila” , “al catafalco”, ¿Se ha encontrado el justo equilibrio entre la solemnidad y la vulgaridad entre el estupor y el triunfo?

Deseo que se devuelva a los funerales su esplendor grave. En esta hora en la que oramos ante su ataúd, el nuevo muerto, que se ha vuelto un recién nacido (liberado del espacio y del tiempo, reducido a su solo esencia), comparece ante el Juez para rendir cuentas …. La antigua liturgia asociaba los dos aspectos de justicia y de misericordia, haciendo prevalecer la misericordia sobre la justicia. “ Tu me buscabas; te has sentado, lleno de cansancio…  ¡Que tanto trabajo no sea en vano!”  Deseo que la nueva liturgia no seda a la moda que nos empuja a hacer morir a la muerte.

Estoy convencido que mi sensibilidad. Concuerda con la del pueblo, en el sentido, que Michelet. El pueblo es la fuente de toda nobleza. Nuestro pueblo es un pueblo cristiano. Este viejo país no puede despojarse en un día de su modo intimo de orar de sentir y de sufrir. Cuántas veces desde hace veinte años, he oído al hombre del pueblo decirme en confidencia: “Esto es no es aquello que creía mi padre. Voy abandonar la Iglesia de puntillas.”

Y es que no somos inteligencias puras. Tenemos raíces, vísceras, recuerdos de infancia, viejos y lentos hábitos, convertidos en una segunda naturaleza. Lo que llamamos pasado no está rebasado: ¡la esencia del pasado está completamente presente en Dios! San Agustín, san Juan de la Cruz, Newman, -Proust- me han hecho comprender que la memoria es la profundidad del presente; que anuncia, en una mezcla misteriosa, a la vez el porvenir y la eternidad. Para ser duradera, una reforma de la oración debe encarnarse en uno hábitos. Y eso no puede hacerse por decreto.

Permítaseme, decir lo que siento en torno a un doloroso “asunto”  que en Francia, ha retrasado y estorbado la aplicación de la reforma Conciliar. El trama está todavía envuelto de silencio. Yo he estado contra mi voluntad, mezclado en él.

Pablo VI me había dicho que mío deber era, cito, “ir a Econe, en mi propio nombre y hablar allí según mi conciencia”: pues esta secesión era cito aun, “la llaga de su pontificado”. Mas tarde el Juez laico, me pidió que fuera “mediador” en el conflicto San Nicolás de Chardonet. Este modo, y contra mi voluntad he tenido dos veces el deber de reflexionar sobre este problema. He encontrado dos aspectos, uno que es una “peripecia”  de la que habla en publico; otro que toca a la unidad de la Iglesia, a su “credibilidad”.

Todo fiel tiene un deber de obediencia a la autoridad de los sucesores de los apóstoles. Como decía Bossuet  en un famoso sermón sobre la unidad de la Iglesia, Pablo, por muy grande que fuese, se sometió a Pedro “a fin de dar la norma a los siglos futuros”. Los que son indóciles hacen daño a la Iglesia con su critica, y se exponen a ser separados. Pero como el Concilio a puesto de manifiesto, en la separaciones, los daños no pueden ser colocados en un solo lado. Ahora bien aun en nuestros días, los fieles ligados a la llamada “Misa de San Pio V” son tratados como espíritus retrasados, como niños o “viejos”  a los que por mansedumbre, se hace una concesión.

En el siglo XXI, que se aproxima a grandes pasos y que va a juzgarnos  ¿cómo haremos comprender a los observadores ecuánimes, que la forma de la Misa

 

que, desde la Edad Media, había durado tantos años, la Misa que todos los obispos del Concilio habían celebrado, la Misa que el Concilio no había abolido, la Misa de tantos siglos, la Mis de tantos espirituales y santos ( La Misa de Pascal, la Misa del Cura Ars, o del P. Foucauld ), la Misa de tantos de mis muertos se había vuelto súbitamente sospechosa! No hablo en nombre de la Fe, sino de la equidad, del respeto a las conciencias, del respeto a los plazos. En esta mutación de los ritos ¿han sido “consultados” los laicos, en el pueblo o en las elites? Y, mientras que la Liturgia Antigua, parecía rechazada, ¡cuantas ceremonias anormales! ¿No hay en estas materias tan graves para la piedad, la oración, las fuentes de la fe, dos medidas y dos pesos diferentes: la incomprensión para la continuidad y la indulgencia para los cambios?

A mi modo de ver, el problema de la verdad, estaba substancialmente presente en estas disputas sobre los ritos. Y siempre envuelto por el silencio.

Pero deseo presentar una inquietud mas personal, porque afecta al problema ecuménico, en un punto esencial. Se trata de la lealtad católica.

¿Cómo puedo hacer comprender a mis hermanos separados que nuestra Iglesia Romana sea tan acogedora respecto a ellos viéndola tan dura para cierto fieles? ¿Cómo no temerían mis hermanos separados que, cuando estuvieran reunidos en la Iglesia Romana, ésta no manifestara otro rostro? ¿Cómo dejarían de pensar que la que les llama en nombre de la caridad ecuménica posiblemente les corregirá mañana en nombre de la verdad católica romana? Es difícil abrir los brazos, a los de fuera y cerrarlos a los de dentro, acoger al hermano separado y castigar al hijo indócil. Existe una lealtad, una lógica del amor. Ahora bien, el ecumenismo es por excelencia una obra de amor. Y el amor no puede tener dos caras, es indivisible, como la luz. Conflictos análogos a este no han sido raros en la historia de la Iglesia galicana. Fueron apaciguados por la autoridad del Papado, que restableció lo que se llamaba en tiempos del Jansenismo “la paz de la Iglesia”. Cerremos aquí este paréntesis.

Enfrentémonos de nuevo al porvenir del Concilio y saquemos a la luz lo que ha menudo se pasa so capa de silencio y siempre como –“subentendido”- : que el Concilio obliga a una “conversión”. Un cierto numero de cristianos habría podido creer que este Concilio iba a dispensarnos del esfuerzo, pero no ha sido un gran Concilio, mas que porque nos fuerza a echar mas adentro en alta mar. Antiguamente los tiempos del ayuno estaban fijados: en adelante, habrá que elegir los lapsos. Antiguamente, los niños recitaban las respuestas del catecismo. Ahora, el niño debe comprender lo que recita. Antiguamente se obedecía a la autoridad sin preguntar los motivos. Ahora habrá que informarse, y lustrar nuestra conciencia. Antes la religión era a menudo una costumbre. Ahora debe convertirse cada vez mas en una luz.

Ahora bien, no hay método para hacer fácilmente las cosas difíciles. Los fieles no podrán pasar del estado de niñez al de adultos sin trabajo, sin esfuerzo y sin lagrimas.

La belleza es el anuncio de la verdad, al mismo tiempo que su explosión, su esplendor. El Concilio, no ha deseado que se reduzca en la liturgia la parte de la belleza. Bien al contrario, a querido que el pueblo participe en ella como en los tiempos de las catedrales. Y la reforma de la Liturgia fracasaría si disminuyera la parte del misterio en que termina toda luz.