La Brújula:

 

Para nadie es secreto que vivimos tiempos recios. Tiempos de crisis de fe. Tiempos de confusión y errores.  Ante los cuales hemos de ser  portadores de la verdad, pues  el ambiente social de nuestro tiempo, impregnado de materialismo, de naturalismo y de ateísmo en sus múltiples  y diversas formas, provoca aún en los hijos fieles de la Iglesia, un aprecio indebido de los valores puramente humanos, y la consiguiente desestima y también olvido de los valores sobrenaturales. De hecho el hombre de hoy, como explícitamente lo han puesto de relieve los Romanos Pontífices, mira a la tierra: riqueza, bienestar, progreso científico, libertad e independencia, con olvido y menoscabo de las realidades celestes, así como de las verdades eternas, incluso con autonomía absoluta del mismo Dios, no pocas veces intentando establecer un orden contrario al establecido por las leyes naturales y divinas. Si a esto añadimos las doctrinas erróneas que niegan los valores evangélicos y tradicionales de la ascesis cristiana como lo son: el valor de la oración, la mortificación, la modestia de los sentidos, el recogimiento y la separación del mundo, indispensables para encontrar a Dios, descubrimos que es necesario y mas que necesario imprescindibles trabajar en pro de Instaurar todas las cosas en Cristo.

En este marco no es de extrañar que en el interior ya no de la sociedad sino también de la Iglesia  todo el tema de la tradición católica  parezca  en los últimos años "escandalizar" a cierto número de pastores y fieles,  que reaccionando frenéticamente contra ella; en no

 

 

pocos casos con viseral odio, -el que solo se debería tener al pecado- no dudan en  arremeter  incluso en abierta y contumaz desobediencia  contra el propio Vicario de Cristo; SS. Benedicto XVI o la Santa Sede, si estos llegan a contradecir sus teorizantes modernistas, en defensa del dogma católico. ¿Que ha sucedido…?¿ Por qué lo genuinamente católico, lo que ha sido la expresión viva de la cristiandad tanto en su “lex credendi” como en su  “lex orandi” durante  estos dos mil años, sufre ahora persecución y suscita tanto encono de parte de quienes deberían prodigarle  el mayor amor y respeto? Sin lugar a dudas una poderosa fuerza adversa está detrás de todo esto.  Siniestro mal que ha conseguido  penetrar  en el interior de la Iglesia torciendo caminos y confundido a muchos y que el Papa Pablo VI denominó :  “humo de Satanás.” Y lo mas característico de esta crisis de la Iglesia post conciliar es que no se debe a persecuciones exteriores, sino a contradicciones internas. Cuantos hay que dicen ser fieles al Concilio y que en cambio aforrándose a un inventado “espíritu conciliar”, -que no es otra cosa que un catolicismo liberal y aprotestantado , en abierto pacto con el mundo, –  desprecian todo lo tradicional. "El tradicionalismo es contrario a la pastoral actual de la Iglesia". Se les oye argüir…

¿Para cuantos fieles se ha vuelto traumático querer comulgar de rodillas o en su legítimo derecho optar por la celebración de la Misa según la Forma Extraordinaria del Rito Romano? ¿Cómo la Misa de siempre, la Misa de los santos va estar prohibida o vedada, sujeta a restricciones ? ¿Cuántos abusos de toda índole se han cometido al respecto …? Cuantos sacerdotes y fieles que se muestran favorables y vivamente interesados por vivir y celebrar su fe en el marco de la Tradición Católica, se ven amenazados y  no pocas veces presionados por las jerarquías locales, a abandonar sus postulados a costa de perder sus puestos, ser mal vistos  o simplemente pasar a  ser marginados. ¡Ciertamente, el discípulo no es mas que su maestro! ¡Es tiempo ya, que los tradicionalistas dejen de ser  tratados como leprosos! Pues después del Concilio Vaticano II, debido a sus malas interpretaciones  y puestas en práctica, en varios sectores y ambientes de la Iglesia de Cristo, se ha producido una grave ruptura con la tradición, ya que no se ha entendido la reciente historia de la Iglesia en la línea de la hermenéutica de la continuidad, sino de la ruptura.

Mas dejemos sea el mismo Pablo VI que  sufrió mucho al ver difundirse tantos errores, herejías y abusos en el tiempo posterior al Concilio Vaticano II, sin tener a éste, por supuesto, como causa, hable de esta terrible realidad. Sus más graves diagnósticos de situación comenzaron a producirse con ocasión de los rechazos, incluso episcopales, a  su encíclica Humanæ vitæ, de 1968.

«La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto demolición. Es como la inversión aguda y compleja que nadie se habría esperado después del Concilio.  La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (Discurso al Seminario Lombardo en Roma  (7-XII-1968 ). “Parece que por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios. Se ven en el mundo signos oscuro, pero también en la Iglesia reina este estado de incertidumbre. Se creyó que después del Concilio vendría una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Ha llegado sin embargo, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad.” Es lamentable «la división, la disgregación que, por desgracia, se encuentra en no pocos sectores de la Iglesia. Por eso la recomposición de la unidad espiritual y real, en el interior mismo de la Iglesia, es uno de los mas graves y de los mas urgentes problemas de la Iglesia.» (30-VIII-1973). «La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia. Así  ésta  ahora se debilita y pierde fuerza y fisonomía propias: tal vez hemos sido demasiado imprudentes.» (23-XI-1973).-“ “!Basta con la disensión dentro de la Iglesia! ¡Basta con la disgregadora interpretación del pluralismo! ¡Basta con la lesión que los mismos católicos infligen a su indispensable cohesión! ¡Basta con la desobediencia calificada de libertad!” (18-VII-1975)

Según escribe el prestigioso sacerdote e  historiador español Ricardo de la Cierva, «la conciencia de la crisis ya no abandonó a Pablo VI hasta su muerte. Se atribuía una seria responsabilidad personal y pastoral en ella, que minaba su salud y le hacía envejecer prematuramente. Ante su confidente Jean Guitton hizo, poco antes de morir, esta confesión dramática: “Hay una gran turbación en este momento de la Iglesia y lo que se cuestiona es la fe. Lo que me turba cuando considero al mundo católico es que dentro del catolicismo parece a veces que pueda dominar un pensamiento de tipo no católico, y puede suceder que este pensamiento no católico dentro del catolicismo se convierta mañana en el más fuerte. Pero nunca representará el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista una pequeña grey, por muy pequeña que sea”. Años después Guitton comentaba: “Pablo VI tenía razón. Y hoy nos damos cuenta. Estamos viviendo una crisis sin precedentes. La Iglesia, es más, la historia del mundo, nunca ha conocido crisis semejante… Podemos decir, que por primera vez en su larga historia, la humanidad en su conjunto es a-teológica, no posee de manera clara, pero diría que tampoco de manera confusa, el sentido de eso que llamamos el misterio de Dios”» (La hoz y la cruz, Ed. Fénix 1996, Pág. 84).

Las famosas y horrorosas verificaciones de Paulo VI sobre el ingreso del “humo de Satanás” a la Iglesia de Cristo, estaban dirigidas sobre todo a las devastaciones en la Liturgia y a los efectos del Concilio, preferentemente. Pocos días ha, el ahora anciano cardenal Virgilio Noé, ex ceremoniero del Papa Paulo VI, ha confirmado estas hipótesis con mayor extensión a la sospechada sobre los efectos de la reforma litúrgica. Leamos algunos pasajes descollantes: “Montini por ‘Satanás’ quería clasificar a todos aquellos sacerdotes u obispos y Cardenales que no rinden culto al Señor al celebrar mal la Santa Misa debido a una errada interpretación y aplicación del Concilio Vaticano II. Habló de humo de Satanás, porque sostenía que aquellos sacerdotes que hacían paja de la Santa Misa en el nombre de la creatividad, en realidad estaban poseídos de la vanagloria y de la soberbia del Maligno. Por lo tanto, el humo de Satanás no era otra cosa que la mentalidad que quería distorsionar los cánones tradicionales y litúrgicos de la ceremonia Eucarística.”

“Él condenaba los ánimos de protagonismo y el delirio de omnipotencia que siguieron a la liturgia del Concilio. La Misa es una ceremonia sacra, repetía a menudo, todo debe estar preparado y estudiado adecuadamente respetando los cánones, nadie es el ‘dominus’ de la Misa. Desgraciadamente, muchos después del Vaticano II no lo han entendido y Paulo VI consideraba el fenómeno un ataque del demonio.”

“Después, vendrían cosas aún peores, como la Sagrada Comunión en la Mano, práctica que Paulo VI detestaba con toda el alma, y consideraba especialmente provocada por ataques de soberbia demoníaca que intentó contener como pudo.”

Se puede consultar la Instrucción sobre la prohibición de la Comunión en la mano de los fieles, conocida como Memoriale Domini, en la cual el Papa Paulo VI denuncia esta práctica como ilegal y abusiva, además de considerarla peligrosa para la veneración y respeto debidos al Santísimo Sacramento y expuesto a profanaciones; como, en efecto, se ha comprobado con inmensa tristeza todos estos años. En su ya recordada Encíclica Mysterium Fidei, la cual todos deberían  leer , el Papa Montini expondrá su doctrina, la de la Iglesia, sobre este tristísimo abuso litúrgico:

“Ni se debe olvidar que antiguamente los fieles, ya se encontrasen bajo la violencia de la persecución, ya por amor de la vida monástica viviesen en la soledad, solían alimentarse diariamente con la Eucaristía, tomando la sagrada Comunión aun con sus propias manos, cuando estaba ausente el sacerdote o el diácono. [Cf. S. Basilio, Ep. 93 PG 32, 483-6]. No decimos esto, sin embargo, para que se cambie el modo de custodiar la Eucaristía o de recibir la santa comunión, establecido después por las leyes eclesiásticas y todavía hoy vigente, sino sólo para congratularnos de la única fe de la Iglesia, que permanece siempre la misma.”

Como se desprende de este breve estudio, el drama de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX se ciñó a una rigurosa centralidad bimilenaria: la Presencia Real de Cristo en medio de su Iglesia; y tuvo por calificadísimo testigo crítico al propio Papa Paulo VI; en muchos sentidos, autor él mismo de unas cuantiosas reformas que, apresuradas o no, exageradas o atrevidas, solamente dieron lugar a que su autor sufriera en vida la triste y horrenda decepción de haber sido, por lo menos, causa oportuna de su derrame sobre toda la Iglesia.

Mas, veamos como otras voces continuaron denunciando el mal:

–Juan Pablo II, en un discurso a misioneros populares el 6-II-1981, afirmaba que  hacia ya tres décadas que la Iglesia católica sufría en su interior falsificaciones doctrinales muy frecuentes, y éstas no habían  disminuido en los años más recientes:

«Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia. Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva».

Por su parte el Cardenal Ratzinger, -hoy nuestro amado Pontífice-  en su Informe sobre la fe, de 1984, señalaba al periodista italiano Vittorio Missouri  esa misma proliferación innumerable de doctrinas falsas, tanto en temas dogmáticos como morales (BAC, Madrid 1985). «Gran parte de la teología parece haber olvidado que el sujeto que hace teología no es el estudioso individual, sino la comunidad católica en su conjunto, la Iglesia entera. De este olvido del trabajo teológico como servicio eclesial se sigue un pluralismo teológico que en realidad es, con frecuencia, puro subjetivismo, individualismo que poco tiene que ver con las bases de la tradición común» (80)… Así se ha producido un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica» (114). Entre los errores más graves y frecuentes, en efecto, pueden señalarse temas como el pecado original y sus consecuencias (87-89, 160-161), la visión arriana de Cristo (85), el eclipse de la teología de la Virgen (113), los errores sobre la Iglesia (53-54, 60-61), la negación del demonio (149-158), la devaluación de la redención (89), y tantos otros errores relacionados necesariamente con éstos.

Pero acaso, también, todo esto pueda llegar a ser causa de un florecimiento futuro nunca visto, presentido pero no prometido, mas en esta ocasión verdadero, milagroso, hecho desde el Cielo y no desde los gabinetes asfixiantes de los teólogos de biblioteca y los liturgistas de salón; después de todo, para Dios sacar bienes de males es más fácil que robarle sonrisas a los chicos; o mucho más fácil que eso. Y será digno de verse, si llegamos a tiempo y rezamos lo suficiente.

Pero, no nos quedemos en el pasado, veamos en la actualidad del problema. Muchos juzgan, acicateados por la prensa en general y guiados por el criterio particular de algunos teólogos pseudo católicos y clérigos ídem, que la liberación total del Misal de San Pío V dispuesta por S.S. Benedicto XVI sería una manera de religarse, por un lado, a cierta forma de continuidad tradicional con la Iglesia pre-conciliar; o bien, una herramienta de complacencia con los sectores católicos integristas y con el propósito de introducirlos plenamente en la disciplina eclesiástica. Hablando en plata: La reciente carta Apostólica Summorum Pontificum en forma de Mutuo Proprio sería en realidad un gesto oportunista (bien sabido que el ladrón, a todos cree de su condición ...), un anzuelo para con la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, o una moneda de transacción con la Iglesia nacional china (que, como pocos saben, sigue celebrando el Rito Tradicional), cuando en verdad se trata de un acto de justicia y de apego a la tradición de la fe que ha decidido SS Benedicto XVI con relación a la historia  litúrgica pasada de la Iglesia que, es cierto, él siempre admiró y quiso ver repuesta. Pero de ninguna forma debe pensarse en una vuelta atrás en la “reforma del Concilio.”

Vale aquí recordar que Tradición Católica es: creer y practicar lo que siempre, por todos y en todas partes ha creído y practicado la Santa Madre Iglesia. “La Tradición no es la transmisión de cosas o palabras, como una colección de acciones viejas y muertas, por el contrario es un río vivo que nos une a los orígenes, es el gran río que nos conduce al puerto de la eternidad.” (SS. Benedicto XVI, en la catequesis impartida durante la audiencia general del pasado miércoles 7 de enero del 2009.)

La Iglesia vive de la Biblia y la Tradición en pie de igualdad. La Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición se equiparan como fuentes de la revelación Divina. Como dice el Concilio Vaticano II; “ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción” (DV 9). En este sentido, en una Iglesia sana, fuerte y católica, los términos bíblico y tradicional son calificativos que gozan de un prestigio igual y máximo. Por el contrario en una Iglesia en la que el termino tradicional: moral tradicional, espiritualidad tradicional del sacerdocio, misiones y teología tradicional  etc.… adquieren una tonalidad despectiva, peyorativa, es una iglesia gravemente enferma, tan enferma como si en ella misma se menospreciara lo bíblico. Después de todo lo bíblico nace de la tradición –“quo traditum est-“ (Cor.11,23), y sin la luz de está aquella no valdría para nada.

Sin embargo todo esto aun no lo parecen tener claro  algunos obispos que han resultado algo más combativos, urgidos por lo que adivinan como una verdadera catástrofe, y se han puesto más que colorados de rabia contra el regreso de la Misa Tradicional fulminando jupiterinas amenazas a diestra y siniestra, llegando en algunos casos a provocar sínodos locales para “moderar” el motu proprio pese a la expresa prohibición allí contenida; como en Italia conato abortado con energía por un valiente cardenal— o Polonia o Alemania o Suiza. También ha ocurrido, como en la mayor parte de Hispanoamérica, que se ha preferido guardar un distante y desdeñoso silencio, teñido casi siempre de algún gesto discreto de autoritarismo crematístico o, simplemente, mostrando su absoluta y silenciosa desaprobación a quien atente la celebración de la Misa Tradicional.

El cardenal Castrillón Hoyos consideró conveniente, en medio de tanto lío y previendo el que se veía venir, salir a decir otra vez que, aunque la Carta Apostólica no cercena el derecho de los Obispos en materia litúrgica, lo cierto es que ni la Santa Sede ni los Obispos pueden coartar, ni moderar, ni entrometerse, en el derecho y consiguiente libertad de cada presbítero y fieles, de celebrar y participar en la Santa Misa según el rito tradicional, cómo quiera, dónde quiera y a la hora que le plazca. Y que el Papa desearía que existiera una Misa tradicional dominical en todas las parroquias de la tierra.

Desde luego, no sin una evidente intencionalidad se sigue hablando del “Misal del beato Juan XXIII”, olvidándose que la primera disposición del Motu Proprio expresa, textualmente, que lo que jamás ha sido abrogado es, en realidad, el “Misal de San Pío V” el cual, por lo tanto, solamente ha sido promulgado nuevamente por S. S. Juan XXIII.

Consta, en cambio, de cierto que Paulo VI jamás promulgó con solemnidad —precisamente él, tan afecto como era a las fórmulas solemnes y hasta pomposas, como demostrara durante el Concilio Vaticano II al sancionar los distintos documentos votados por los padres conciliares— el nuevo rito conocido como Novus Ordo, y que ningún documento formalmente expedido por él como ley de la Iglesia universal y publicado en el boletín oficial de la Santa Sede, tuviera por propósito derogar la Misa Tradicional o reemplazarla con el Nuevo Misal; ni tampoco, la finalidad de imponer su exclusividad.

Entonces ¿Qué pensaba Paulo VI de la reforma litúrgica emprendida por él mismo a partir de 1967? ¿Derogó él el Rito Tradicional, o lo reemplazó formalmente...?

Hay otra forma de abordar la cuestión, y sería: ¿es que es cierto entonces, que nunca estuvo derogado el Misal de San Pío V? El Papa felizmente reinante, S. S. Benedicto XVI, afirma sin hesitación alguna en su reciente motu proprio que, de derecho, nunca estuvo prohibido ni abrogado; aunque resulte incontestable que, de hecho, estuviera reprimido su uso, lo que vino a justificar la necesidad del dictado de Summorum Pontificum. El Papa Paulo VI, en el Consistorio del 24 de mayo de 1976 afirmará por su parte que, en principio, el Misal antiguo está llamado con el tiempo a ser reemplazado totalmente por el Novus Ordo y por eso se permitirá, de momento, su vigencia restringida a ciertos casos especiales.

Sin embargo, lo cierto es que el Novus Ordo jamás fue formalmente promulgado como ley exclusiva de la Iglesia en materia litúrgica, ni tampoco fue decretada la abolición del rito antiguo, lo cual consta de la lectura de la colección de los boletines de AAS de la época; y no deja de sorprender que el Papa llame a todos a adoptar el nuevo rito únicamente en nombre de la Tradición y no en nombre de la disciplina eclesiástica, como debió haber sido de estar promulgado el Novus Ordo en toda y debida forma; de todas maneras, Paulo VI padecía con relación a este asunto algún error, pues a renglón seguido afirmaría:

“Non diversamente il nostro santo Predecessore Pio V aveva reso obbligatorio il Messale riformato sotto la sua autorità, in seguito al Concilio Tridentino”, cuando en realidad, no fue así, pues San Pío V ni fue reformador del Misal, al cual solamente compiló y purificó en cuestiones tan nimias que solamente un especialista podría distinguirlo del utilizado en los siglos IV y V, ni lo impuso tampoco obligatoriamente, sino que lo benefició con todo clase de privilegios, excepciones, indultos y ventajas para que nunca, nadie, pudiese reformarlo ni prohibirlo algo que, suponemos, Paulo VI tuvo en su mente siempre, evitando tanto una derogación impiadosa como una promulgación sospechosa. Por otra parte, el Misal de San Pío V no tenía vigor sino allí dónde no existiese un derecho particular o donde no estuviesen en uso Misales con una antigüedad superior a los 200 años; de manera que al principio y en la práctica, el Misal Romano únicamente tuvo vigencia inmediata en la propia ciudad de Roma, casi exclusivamente. Las misiones, especialmente las americanas y africanas que alcanzarían su mayor esplendor en pocos lustros más a partir de 1570, utilizarían este Misal por devoción al Papa y por tratarse de diócesis nuevas sin privilegios ni derechos particulares que excusasen el uso del Misal de San Pío V.

Esta afirmación de Paulo VI era, pues, incomprensible en el contexto litúrgico conocido y, de hecho, era demostrable exactamente la verdad contraria; sin embargo, si se repasa la totalidad del discurso pronunciado en aquel Consistorio, se verá que su propósito era, en realidad, quejarse contra monseñor Lefebvre, a quien nombra varias veces, pero sin refutar uno sólo de los argumentos y puntos que le fueran propuestos tanto por el arzobispo emérito de Dákar, como por los cardenales Ottaviani y Bacci en su conocidísimo: “Examen critico al Novus Ordo Missae”, o por el Abbe de Nantes, entre muchos otros. Esta actitud papal que sin embargo y a pesar de todo no era jurídica ni tenía fundamento jurídico universalizó, a la vez, la masiva conducta adoptada en la Iglesia desde 1970 con relación a este problema litúrgico: un negacionismo obtuso y cerril con referencia a la Misa Tradicional. Y que recién con el papa reinante, Benedicto XVI, han encontrado algún cauce, todavía en ciernes, de fraterna y amable solución.

¡Qué hombre contradictorio era Paulo VI! En el Concilio, se había decretado que las formas litúrgicas tradicionales no debían ser tocadas en su sustancia y, en todo caso, eran merecedoras de respeto y conservación; debía conservarse el latín como lengua litúrgica propia de la Iglesia sin perjuicio de adoptarse la lengua vernácula para algunas porciones menores de la Santa Misa, como las lecturas (aún no existía lo que hoy se llama “Liturgia de la Palabra”) o algunas oraciones; además, el sínodo especial convocado para analizar las reformas denominadas como Misa Normativa, la había rechazado por el voto casi unánime de los prelados asistentes por no responder a las

 

 

instrucciones de los Padres conciliares y apartarse notablemente de la teología católica; pero ahora, contrariando este importantísimo hecho y su propia opinión anterior volcada en la Encíclica Mysterium Fidei, Paulo VI substituye el rito litúrgico que el concilio le había recomendado preservar, con las innovaciones de los audaces, y hasta pretende que, en algún futuro, reemplace por completo la Liturgia tradicional.

Pero entonces, él ¿qué piensa? Pues el texto parece bastante claro a este respecto: En 1976, cuando dirige este discurso al Consistorio, afirma que la Misa de San Pío V alguna vez deberá ser reemplazada por el Novus Ordo, lo que implica que tiene in mente hacerlo alguna vez durante su reinado. Sin embargo, es un hecho que jamás se promulgaría tal reemplazo, como tampoco se había promulgado formalmente (al menos, con la misma solemnidad con que promulgara San Pío V el Misal que lleva su nombre) el llamado Novus Ordo. Esta aquí la historia...

Como se desprende de este breve articulo, el drama de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX se ciñó a una rigurosa centralidad bimilenaria: la Presencia Real de Cristo en medio de su Iglesia; y tuvo por calificadísimo testigo crítico al propio Papa Paulo VI; en muchos sentidos, autor él mismo de unas cuantiosas reformas que, apresuradas o no, exageradas o atrevidas, solamente dieron lugar a que su autor sufriera en vida la triste y horrenda decepción de haber sido, por lo menos, causa oportuna de su derrame sobre toda la Iglesia.

Pero acaso, también, todo esto pueda llegar a ser causa de un florecimiento futuro nunca visto, presentido pero no prometido, mas en esta ocasión verdadero, milagroso, hecho desde el Cielo y no desde los gabinetes asfixiantes de los teólogos de biblioteca y los liturgistas de salón; después de todo, para Dios sacar bienes de males es más fácil que robarle sonrisas a los chicos; o mucho más fácil que eso. Y será digno de verse, si llegamos a tiempo y rezamos lo suficiente.

!Si, vivimos tiempos recios! Son tiempos de tempestad y lid. No debemos estar tristes por vivir en estos tiempos de gran tribulación y apostasía y porque haya quien no desee tener nada que ver con la tradición de la fe.  De hecho debemos regocijarnos. Es un tiempo fantástico para ser cristianos hoy, porque es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para mostrar su verdadero rostro. No son buenas las divisiones pero son inevitables. El tema es: ¿que nos debería unir y que debemos hacer nosotros? La respuesta católica es siempre la misma: oración y apostolado, dos fases de un único remedio; -la regeneración católica-,  cuya base es: fidelidad absoluta a las enseñanzas de la Iglesia y a la Santa Sede, Juramento Antimodernista para preservarnos del error, confesión semanal y recepción frecuente de los Sacramentos, rezo diario del Rosario, lectura espiritual y agradecer al Señor, el que hayamos recibido la plenitud de la Revelación. “Gaudete, iterum dico vobis, Gaudete” convirtiéndonos  por su gracia en  dóciles instrumentos propagadores de la  doctrina sana y segura, con la acertada caridad cristiana que indica: Orar por los vivos y difuntos, dar buen consejo al que lo necesita, instruir al ignorante y corregir al que yerra. En resumen, vivir en gracia de Dios y en constante empeño por  aumentar la gracia santificante en nuestras almas, evitando toda ocasión de pecado y solo buscando, tratar de agradar a Dios, y servir al prójimo. Tenemos que formar a nuestros hijos como hombres recios -actos para estos tiempos-  fuertes, libres y espirituales. Nuestras familias deben ser como aquellos monasterios de la Edad Media que, frente a la invasión de los bárbaros, preservaron la fe y la cultura de todo un continente. Lugares de oración y de trabajo interno, callado, constante, que sea el germen del hombre nuevo. La regla a seguir la de san Benito: “Ora et Labora.”
¡Tenemos un gran tesoro que compartir con todos y este es el de la belleza y verdad de la fe católica! En Una Voce Cuba, asociación católica  hasta la médula, nos proponemos imitar aquello que decía el Apóstol San Pablo: “ tradidi quod accepi” -"he transmitido lo que recibí"- para mediante ello servir al Papa, a la Iglesia y a las almas todas. Como católicos aceptamos el carácter vinculante del Concilio Vaticano II, pero somos fieles al verdadero Concilio;  no al inventado por ciertos
teólogos y liturgistas, el cual rompe con el Magisterio y la doctrina católica anterior.

Es necesario convencernos que la defensa de la Tradición Católica va mas allá de la reivindicación de la Santa Misa Tridentina, ya que no es en absoluto una cuestión  nostálgico sentimental , afectiva sensible , sino que es el firme propósito de mantener la perfecta armonía entre la lex orandi y la lex credendi.

“Nada hay en el mundo tan peligroso como decir la verdad, precisamente porque el mundo esta puesto bajo el poder del maligno (1Jn.50) Y el maligno es homicida desde el principio; el es mentiroso y padre de la mentira (Jn. 8). El testimonio de la verdad divina entre los hombres, ese testimonio que hace mártires e implica dos aspectos fundamentales: la afirmación de la verdad y la negación de los errores que le son contrarios. Estos dos aspectos se exigen y se potencian mutuamente y de los dos nos da Cristo un ejemplo perfecto en su ministerio evangelizador. La capacidad para dar testimonio de la verdad es una capacidad que procede la  Cruz de Cristo, de su ejemplo y de su asistencia. El enviado por Dios entre los hombres para dar testimonio de la verdad puede ser fiel a su misión siempre que de su vida por perdida, es decir, siempre que no tenga nada propio que conservar, que proteger o guardar, siempre que permita a Cristo seguir entregándose a través de él, como se entregó por nuestra salvación, predicando libremente el Evangelio y finalmente en la  Eucaristía; en la Cruz. Por eso allí donde disminuye el amor a la Cruz y a la Eucaristía allí necesariamente cesa la fuerza apostólica para dar testimonio de la verdad. El vigor espiritual ya no alcanza sino para proponer a los hombres ciertos valores que el mundo mismo acepta, al menos en teoría, pero ya no da de si la posibilidad de predicar el escándalo y la locura de la cruz, es decir el evangelio de Cristo. Santa Teresa echa de menos en la iglesia la palabra fuerte de los profetas y de los apóstoles, la palabra encendida en el fuego poderoso del Espíritu Santo y así leemos en el capitulo XVI del libro de su vida: “Lo se usa ya este lenguaje, hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar, no están con el gran fuego de amor de Dios como lo estaban los apóstoles y así calienta poco esta llama. Sabe vuestra merced en que debe de ir mucho la cosa: en tener ya aborrecida la vida y en poca estima la honra, que no se les daba mas a cambio de decir una verdad y sustentarla para gloria de dios perderlo todo que ganarlo todo.” Así es efectivamente de la cruz de Cristo, viene la fuerza para predicar a los hombres la verdad, lo único que puede salvarles y hacerles libres. Y si la fuerza sobrehumana del Espíritu Santo es precisa para poder afirmar la verdad entre los hombres, todavía esa asistencia del Espíritu santo es mas necesaria para denunciar y rechazar los errores. La historia de Cristo y lógicamente la historia de la Iglesia nos asegura que la refutación de los errores presentes es mucho mas peligrosa  que la afirmación de las verdades de Dios y que por tanto requiere una mayor fuerza espiritual. Los mártires de hecho sufren persecución y muerte no tanto por las verdades que afirman , sino por los errores y pecados que denuncian. Pues bien debemos ser muy concientes que no se da testimonio de la verdad si al mismo tiempo no se señalan y rechazan los errores que le son contrarios.” (P. José Mª Iraburu)

La situación del mundo moderno es preocupante. Les transcribo las palabras del Cardenal Louis – Edouard Pie, que creo les servirán de gran consuelo y estímulo, como para mí lo han sido:

“La Iglesia mantendrá el Espíritu de Dios, solo al precio de estar en guerra con el espíritu contrario, el espíritu del hombre. Siendo atacada debe defenderse: es su derecho y su deber. Lo que se dijo de su Divino Esposo es también su historia : “Domina en medio de tus enemigos.” Siempre es Reina, siempre es amenazada, en la tierra debe ser militante.

Mas de una vez  ha parecido derrotada. En los últimos tiempos que su reino exterior aparecerá en decline . Los profetas dijeron: “Lucharán contra ti pero no  prevalecerán .” (Jeremías 1, 49) Pero el profeta de los últimos tiempos habla de otra manera: “Le fue permitido a la bestia hacerle guerra a los santos y vencerlos.” ( Apocalipsis 13, 7); con todo esto esta victoria de ultimo momento será el preludio de su derrota inminente y de su ruina definitiva.

Hermanos míos: si estáis  condenados a ver el triunfo del mal, nunca lo elogiéis, nunca digáis al mal: eres el bien; a la decadencia: eres el progreso; a la noche: eres la luz; a la muerte: eres la vida. Santificaos en la época que Dios os ha hecho vivir: gemid ante el mal y los desordenes que Dios tolera, oponeos a ellos con la energía de vuestras obras y esfuerzos, y de toda vuestra vida, libre de errores, libre de malas inclinaciones.”

Demos testimonio de la verdad, frente a un cúmulo de acontecimientos ocurridos en los últimos años, donde hay algo que permanece insoslayable:  los juicios y opiniones de los hombres son muy a menudo equivocados faltos de ponderación, cuajados de pasiones varias e interesados en innumerables casos. Por eso cuando se actúa para la mayor gloria de Dios y la defensa y el bien de la Iglesia hay que permanecer serenos y llenos de confianza en el poder y la justicia de nuestro Señor, en su misericordia y en su juicio inapelable. Se lucha, por lo que se ha luchado siempre, se lucha por la defensa de la Tradición y exaltación de la Fe Católica, la integridad del dogma y moral católicas, los derechos inalienables de Nuestro Señor Jesucristo o lo que es lo mismo la realeza social de Nuestro Salvador. La paz de Cristo en el reino de Cristo. Y solo en Ntro. Sr. esta la salvación de todos y la regeneración de los miembros de la Iglesia, en especial de su jerarquía, el esplendor sin mancha alguna de su doctrina y de su acción redentora.

 

Javier Luis Candelario Diéguez.

Presidente de Una Voce Cuba

 

 

 

“Ecclesia Dei adflicta.”

 

¡Señor, no estas solo!

Cuenta con nosotros.

Una Voce Cuba: ¡Semper Fidelis!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alerta! El mal esta en casa.

 

1- Lugares donde la celebración de la Eucaristía se ha convertido en una simple reunión comunitaria de corte fraternal-social, donde casi todo cabe, despojándola así de su profundo y trascendental carácter sagrado y divino. Olvidaron que la liturgia no es un festival, ni es una reunión placentera para solamente convivir y pasar un rato agradable. Los fieles se sienten engañados cuando el misterio perdiendo su sentido se convierte en diversión, cuando el centro de la acción litúrgica ya no es Dios, sino el sacerdote, el coro o el animador litúrgico, transformado en actor principal. La Santa Misa es el Sacrificio de la Cruz, que se renueva y actualiza en el altar, por manos del ministro sagrado, validamente ordenado, donde Ntro. Sr. Jesucristo vuelve a ofrecerse místicamente al Padre Eterno por la salvación de los hombres y a quien venimos a adorar y recibir sacramentalmente, porque verdadera y realmente se ha hecho presente por las palabras de la doble consagración en el pan y en el vino, que son ahora su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

2- Las arbitrariedades en la fe y sobretodo en la liturgia. Cuando se llega a pensar que hay que hacer la celebración novedosa inventando formas a diestra y siniestra para hacerla mas “atractiva”. Esto lleva a muchas personas a preguntarse si la Iglesia de hoy es realmente todavía la misma de ayer... La única manera de hacer creíble el Vaticano II es presentarlo claramente como lo que es: una parte de la entera y única Tradición de la Iglesia y de su fe. No somos dueños del misterio que celebramos, -ha advertido Juan Pablo II- solo se nos ha confiado y como tal hemos de celebrarle. La Misa es de invención e institución divina.  No podemos por tanto añadir, cambiar ni suprimir nada a nuestro atojo, conveniencia, gusto o la sentimentalidad del momento. ¡Esto sería sacrílego! ¡Una profanación de los sagrados misterios!

3- Es verdad que, en el movimiento post-conciliar, se dio muchas veces un olvido, incluso una supresión de la cuestión de la verdad. La verdad apareció de pronto como una pretensión demasiado alta, un triunfalismo.... los católicos comenzaron a sentir vergüenza de vivir en la verdad. Esto se verifica de modo claro en la crisis en la que han caído el ideal y la praxis misionera. Ya no hay necesidad de convertir a nadie, todos los caminos “son rectos/validos” y todas las religiones “verdaderas…” dictaban los aires post-conciliares, no sin el escándalo de los santos mártires, confesores y misioneros. Es necesario superar el relativismo doctrinal y moral.  Hay que perder el miedo a señalar la Verdad sobre el hombre, sobre la Iglesia y sobre Dios.

4- Hay que reconocer los graves errores del liberalismo y del progresismo introducidos heréticamente como novedades renovadoras y que solo  han conducido a una concepción liberal neo modernista errada de la teología, de la filosofía y de la ascesis de vida religiosa y cristiana, que ha traído como consecuencia un rechazo abierto y desmesurado a la tradición, y al magisterio. La Iglesia avanza en la línea de la hermenéutica de la continuidad no de la ruptura. El Concilio Vaticano II,  no es el superconcilio, ni la Iglesia es Iglesia a partir de el. Este no puede desligar, ni restar importancia a los anteriores tan válidos e importantes como él en la historia de la Iglesia. Lo nuevo no es automáticamente valido por el hecho de serlo, ni lo antiguo despreciable por no serlo.

Si queremos evitar que esto suceda hay que luchar siempre por vivir la fe de una manera radical, pero sin manipulaciones y sin perder la visión integral-católica que posee.

5- No en último lugar, hay que señalar la falta de justicia y la falta de caridad de la que hacen gala, de hecho, los abusos de algunos promotores de la renovación y del progreso, llegando al ensañamiento con aquellos que no comparten sus teorías. Históricamente los llamados "integristas conservadores o tradicionalistas" aparecen como una reacción ante las gravísimas actitudes -en la doctrina y en los hechos- del progresismo. En palabras más sencillas, “ojo” o cuidado con cierto tipo de “liberadores” que pretendiendo liberar terminan oprimiendo al querer imponer sus ideas. De liberadores se convierten en opresores. Que no nos seduzca el comodín mundano de jugar al hombre sensato y equilibrado, “al vivo” que no se compromete buscando el punto medio que no existe para siempre situarse ante el plato de las buenas pitanzas, reclamando integraciones que sabe de cierto no son posibles. Que no propinemos la anestesia de los tópicos mentirosos que parlotean de tensiones, problemas generacionales, mentalidades y sectores cerrados, con todo el gárrulo embuste que se oculta en las hegelianas discriminaciones entre conservadores y avanzados, abiertos y excluyentes, preconciliares y posconciliares, jóvenes y viejos. Que por encima de toda esa hojarasca adivinemos que el dilema es taxativo entre fe y ateísmo, entre razón y absurdo, entre libertad cristiana y esclavitud, entre castidad y corrupción, entre Dios e infierno.

6- Implementar buenas catequesis y en pastoral contenidos apologéticos es decir en defensa de la fe que clarifiquen y ayuden a dar una verdadera identidad al católico en este mundo donde el pluralismo religioso es un hecho. Las verdades dogmáticas como lo son el cielo, el infierno, el purgatorio, la inmaculada concepción y virginidad perpetua de María, la resurrección de Cristo, la transustanciación, el pecado original, los sacramentos por él instituidos etc... no son punto ni negociables, ni rebajables. Y cuando esto se ha hecho se ha pagado caro.

7-.  Un ecumenismo ingenuo y falso desprovisto de las directrices que ha marcado el magisterio de la Iglesia.  Si bien la unidad es una prioridad en la Iglesia, y a lo cual no debemos renunciar nunca, es preciso recordar  que más obra nuestra depende del Espíritu Santo. Es falso y viciado, el ecumenismo que oculta o disimula la verdad mientras ha caído en la confusión y en el proselitismo agresivo de la sectas fundamentalistas.

Lo ideal sería una práctica ecuménica y apologética al mismo tiempo como elementos complementarios en la pastoral. Cada una con sus objetivos propios pero complementándose en la búsqueda de la Unidad. O bien como personalmente le llamo: desarrollar un ecumenismo apologético: Diálogo con identidad y una apologética ecuménica: Identidad con diálogo. Tal como lo viene desarrollando SS Benedicto XVI y que le ha denominado presentar la verdad con caridad, pero sin renunciar nunca a esta.

8- Otro signo importante a meditar es acerca de la "libertad religiosa". La fe debemos trasmitirla, que es muy diferente a imponerla a la fuerza. Un judío nace judío, al igual que un musulmán, un católico no, este se hace cristiano al recibir el bautismo. Por aquí es que va la cosa. Desgraciadamente no es poco común encontrar a quienes llegan a confundir este término con el de la indiferencia religiosa. Piensan, dicen y actúan como si todo fuera lo mismo. Frases como: todas la religiones son buenas, lo importante es vivir bien, cada quien según sus creencias, es el mismo Dios, hay que dejarlos que escojan cualquier Iglesia, hay que esperar a que sean adultos para que decidan... y otras por el estilo son fruto de una desconocimiento de el verdadero sentido de la "libertad religiosa", del documento y directrices que sobre esto ha emitido el magisterio de la Iglesia y de una sana eclesiología.

9- Hay que reconocer y deplorar algunas desviaciones de diferentes grados que algunos realizan a la  hora de aplicar la reforma litúrgica: ritos inventados, homilías improvisadas, cantos que no favorecen el sentido de lo sagrado, coros convertidos en artistas litúrgicos, ministerios de liturgia con deficiente formación, lectores instantáneos (¿a ver quién quiere leer? ¿Donde quedaron las disposiciones internas y externas?), falta de catequesis litúrgica, descuido e indiferencia o desprecio hacia la religiosidad popular y su relación con la vida litúrgica... esto no es malo, es pésimo. Es urgente entender y valorar lo sagrado de la liturgia y en especial de la Eucaristía. Es Dios mismo manifestándose sacramentalmente, es para honrar y adorar al Dios verdaderos y santificarnos al estar en comunión con él.

10- Respecto a la colegialidad episcopal es conveniente anotar en relación con esto, la presentación del Motu Propio del Papa Juan Pablo II titulado "Apostolos Suos" sobre las Conferencias episcopales. En el sínodo de 1985, numerosos obispos pidieron que se aclarara el status teológico y la autoridad doctrinal de las conferencias episcopales; sobre todo para evitar la confusión que lleva a muchos católicos a ver las conferencias de obispos como instancias instituidas para el "gobierno pastoral" de toda una nación y por encima de la autoridad de cada obispo e incluso del Papa. En el mismo sínodo, los obispos habían reconocido que las conferencias episcopales eran valiosas instancias que permitían a cada obispo residente desarrollar mejor sus tareas y responsabilidades. Sin embargo, señalaban que éstas enfrentaban tres posibles riesgos que debían ser evitados: convertirse en estructuras burocráticas con capacidad de decisión en lo pastoral, coartar la libertad de los obispos para actuar con pleno derecho y autoridad en su propia diócesis, elevarse como entidades autónomas e independientes a la autoridad de la Santa Sede. Solamente ex cátedra y en materia de fe, moral y buenas costumbres el Papa es infalible, los obispos participan de esta condición e cuanto su enseñanza esta unida a la fe católica de siempre y adheridos al Romano Pontífice y su magisterio.

 

Concluyo: El Concilio Vaticano II nos dice: "Los fieles católicos deben considerar con sinceridad y diligencia todo lo que debe renovarse y hacerse en la propia familia católica, para que su vida dé un testimonio más fiel y más claro de la doctrina y de las instituciones entregadas por Cristo a sus apóstoles" (UR 4). Precisamente este es y no otro el objetivo en esta artículo.

 

 

+ Ad Maiorem Dei Gloriam +

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