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Cuaresma y Semana Santa.

 

AVE CRUX, SPES UNICA!

 

 

Precisiones sobre el Ayuno y la Abstinencia

 

 

Desde tiempo inmemorial es práctica en la Iglesia observar ciertos días de penitencia. No se pretende en este artículo comentar la historia de la penitencia en la Iglesia, sino explicar la disciplina vigente.

 

Es una doctrina tradicional de la espiritualidad cristiana que el arrepentimiento, el alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye alguna forma de penitencia, sin la cual al cristiano le es difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado (Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38 ). Cristo mismo dijo a sus discípulos que ayunaran una vez que Él partiera (Lc. 5:35 ). La ley general de la penitencia, por lo tanto, es parte de la ley de Dios para el hombre.

 

 

PENITENCIA

 

La Iglesia, por su parte, ha especificado ciertas formas de penitencia, para asegurarse que los católicos, de alguna manera realicen, esta práctica, como lo requiere la ley divina, y a la vez hacerles más fácil el cumplir con esta obligación. El Código de Derecho Canónico de 1983 especifica las obligaciones de los católicos de Rito Latino (los católicos de Rito Oriental tienen sus propias prácticas penitenciales, como se especifica en el Código Canónico de las Iglesias Orientales).

 

 

Canon 1249 – Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen.

 

Canon 1250 – En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.

 

Canon 1251 – Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

 

Canon 1252 – La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden, sin embargo, los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia.

 

Canon 1253 – La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad.

 

 

La Iglesia tiene, por lo tanto, dos formas oficiales de prácticas penitenciales –tres si se incluye el Ayuno Eucarístico antes de la Comunión:

 

 

Abstinencia

 

La ley de abstinencia exige a un católico de 14 años de edad y hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los viernes, en honor a la Pasión de Jesús del Viernes Santo. Como carne se considera a la carne y órganos de mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas las sopas, caldos, cremas y salsas que se hacen a partir de ellos. Los peces de mar y de agua dulce, anfibios, reptiles y mariscos están permitidos, así como los productos derivados de animales como margarina y gelatina sin sabor a carne.

 

Para los viernes fuera de Cuaresma, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos obtuvo permiso de la Santa Sede para que los católicos de ese país pudieran sustituir esta penitencia por un acto de caridad o algún otro de su propia elección.

 

De igual modo, la Conferencia Episcopal Argentina promulgó la siguiente legislación complementaria el 19 de marzo de 1986: «A tenor del canon 1253, se retiene la práctica penitencial tradicional de los viernes del año consistente en la abstinencia de carnes; pero puede ser sustituida, según libre voluntad de los fieles por cualquiera de las siguientes prácticas: abstinencia de bebidas alcohólicas, o una obra de piedad, o una obra de misericordia». Otras Conferencias Episcopales (como la de España o México) han dado normas semejantes.

 

Con respecto a las obras de piedad que pueden reemplazar la abstinencia, se encuentran el rezo del Via Crucis, el Santo Rosario y la adoración prolongada al Santísimo Sacramento. En cuanto a las obras de misericordia, pueden ser las espirituales y corporales.

 

Obras de misericordia espirituales:

 

1- Enseñar al que no sabe.

2- Dar buen consejo al que lo necesita.

3- Corregir al que yerra.

4- Consolar al triste.

5- Perdonar las injurias.

6- Soportar los defectos del prójimo.

7- Rezar por los vivos y los difuntos.

 

Obras de misericordia corporales:

 

1- Dar de comer al hambriento.

2- Dar de beber al sediento.

3- Vestir al desnudo.

4- Recibir al peregrino.

5- Libertar al cautivo.

6- Visitar enfermos y presos.

7- Enterrar a los muertos.

 

Sin embargo, para la mayoría de las personas, la práctica más conveniente para cumplir correctamente con esta ley divina, sería la tradicional de abstenerse de comer carne todos los viernes del año. En Cuaresma, la abstinencia de comer carne los viernes es obligatoria.

 

 

Ayuno

 

La ley del ayuno requiere que el católico, desde los 18 hasta los 59 años de edad, reduzca la cantidad de comida usual. La Iglesia define esta práctica como una comida principal más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la primera en cantidad. Este ayuno es obligatorio el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o se toma algún líquido considerado como “comida” (por ejemplo batidos; pero está permitida la leche). Las bebidas alcohólicas no rompen el ayuno; sin embargo, se las considera contrarias al espíritu de hacer penitencia.

 

 

Quiénes están excluidos del ayuno y la abstinencia

 

Además de los que están excluidos por su edad, también se incluyen a los que tienen problemas mentales, los enfermos, quienes se encuentran en estado de debilidad, mujeres embarazadas o en la etapa de lactancia de acuerdo a la alimentación que necesitan para alimentar a sus hijos, obreros de acuerdo a su exigencia física, invitados a comer que no pueden excusarse sin ofender gravemente o sin causar enemistad, u otras situaciones morales o físicas que imposibiliten mantener el ayuno.

 

 

Dispensa y conmutación

 

El canon 1245 establece unas facultades de dispensa amplias. Por lo tanto, pueden dispensar tanto el Obispo diocesano para sus súbditos como también el párroco. En este caso, sin embargo, se debe matizar que sólo puede dispensar en casos particulares: no puede, por lo tanto, conceder una dispensa general. También puede dispensar el Superior de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostólica clerical de derecho pontificio para las personas indicadas en el canon. En todos los casos, se debe tener en cuenta el canon 90: debe haber justa causa para conceder la dispensa.

 

 

Conviene indicar que las obligaciones de las que se habló en este artículo son jurídicas. Los fieles están obligados, desde el momento en que queda recogida en el Código de derecho canónico, por la fuerza de la norma. Vale por lo tanto esta consideración para hacer ver que, si bien muchas veces el cumplimiento de la norma no supone sacrificio y penitencia, no por ello los fieles puede ingerir estos alimentos. El fiel al que no le cueste sacrificio abstenerse de carne, ha de abstenerse de todas maneras: y entonces el valor de su acción será la de la obediencia a la norma de la Iglesia. No supondrá sacrificio, quizás, la abstinencia de carne o el ayuno, pero tendrá el mérito y el valor ejemplar de la obediencia a la ley y a la Iglesia.

 

Como ya se dijo, la Iglesia tiene establecidos tiempos de penitencia que incluyen el ayuno y la abstinencia. Pero se debe tener en cuenta que los fieles están obligados cada uno “a su modo”: las prácticas que se establecen no dispensan de la obligación de hacer penitencia, la cual es personal, y no se debería limitar a las pocas prácticas comunes a todos los católicos.

 

Aparte de todos estos requisitos mínimos penitenciales, los católicos son llamados a imponerse algunas penitencias personales a sí mismos en ciertas oportunidades. Pueden perfectamente estar basadas en la abstinencia y el ayuno. Una persona puede aumentar, por ejemplo, el número de días de abstinencia. Algunas personas dejan completamente de comer carne por motivos religiosos (al contrario de aquellos que lo hacen por razones de salud u otras). Algunas órdenes religiosas nunca comen carne. De la misma manera, es posible hacer más ayuno de lo requerido. La Iglesia primitiva practicaba el ayuno los miércoles y sábados. Este ayuno podía ser igual a la ley de la Iglesia (una comida principal más dos pequeñas) o aún más estricto, como sólo pan y agua. Este ayuno libremente escogido puede consistir en abstenerse de algo que a uno le gusta –dulces, refrescos, cigarrillos, ese cocktail antes de la cena, etc. Esto queda a elección de cada individuo, siempre, en lo posible, aconsejados por un Director Espiritual.

 

 

Una consideración final

 

Antes que nada estamos obligados a cumplir con nuestras obligaciones y deberes de estado. Cualquier abstención que nos impida seriamente llevar adelante nuestro trabajo como estudiantes, empleados o parientes serían contrarias a la voluntad de Dios.

 

Tomado de Tradición Católica

Homilía de Miércoles de Ceniza

"Acuérdate, hombre, que eres ceniza, dice Dios; acuérdate del pecado que te consumió y del fuego que te tornó ceniza; acuérdate de que para remediar esos males, hizo Dios por ti lo que hizo. Para remediar esto vino Dios y Él mismo fue abrasado de amor y hecho ceniza, fue trabajado, sudó, cansó, fue perseguido y afrentado, crucificado por ti.

Toma la ceniza de Cristo; toma la memoria de su Pasión; acuérdate que el obedeció más al Padre que tú pecaste; que agradó El más que desagradaste tú. Toma la memoria de Jesucristo crucificado; júntala con agua viva. No se te pide sino que te sujetes a la Iglesia, digas a Dios que pequé contra ti, pésame de haber ofendido a mi Dios, que eres, Señor, incomprensible bien. El pone los sacramentos; pon tú un poco de agua viva de contrición. ¿Cómo no te pesará de haber ofendido a quien se puso por ti en la cruz?"

SEMANA SANTA

 

Domingo de Ramos.

 

Las piedras hablarían…

¡l0 de Nisán y vísperas de Pascua en Jerusalén! La Ciudad Santa y la fiesta que reúne la raza dispersa para adorar a Yahveh en su único Templo.

Judíos y prosélitos vienen de Egipto, de Cirene, de Libia, del Ponto, de Capadocia, de Macedonia ; vienen los que viven en Roma... Grupos reducidos salen de cada uno

de los pueblos de Galilea, se unen a los otros por  los caminos, y formando caravanas, fluyen a la ciudad. Los que tienen parientes y amigos se alojan con ellos  los demás

arman sus tiendas en el campo. La ciudad se ensancha con el pintoresco enjambre de millones de peregrinos que acampan en sus alrededores y por las laderas de los

caminos, escogiendo y disputándose los mejores emplazamientos.

Se encuentran conocidos de Pascuas anteriores, cambian impresiones; las de tierras lejanas, ávidos de noticias, escuchan los relatos de los judíos y galileos establecidos

en el país. Reviven las esperanzas del Reino mesiánico. A la noticia de la muerte del Bautista, muchos que no habían hecho caso de sus invitaciones a la penitencia, se indignan de que un reyezuelo extranjera haya dado su cabeza como premio a una danza impúdica. En sus comentarios salpicados de odio se mezcla el orgullo de raza con la esperanza del Rey Mesías, que los libertará de la dominación extranjera. Toda la atención la llenan los preparativos para la fiesta religiosa. En todas partes hay bullicio y animación.

Un rumor más elevado que el de los habituales ruidos

de la multitud acampada, se percibe algo lejano; va creciendo, cesan las conversaciones, los peregrinos salen de las tiendas, escuchan, miran. Por Betfage, montando en un pollino, rodeado de sus apóstoles, viene Jesús. Le aclaman porque ha resucitado a Lázaro, hermano de Marta y Marta, que viven allí cerca, en Betania. Los que han sido testigos del suceso, lo cuentan con todos los detalles; la noticia corre con rapidez. Todos recuerdan

al Rabí de Galilea que, hace tres años, arrojó a los mercaderes del Templo sin que nadie osara impedírselo; que, hace dos años, curó a un paralítico y anonadó con su sabiduría a los escribas y fariseos que le reprochaban haberlo hecho en sábado. Ahora manifestaba que podía vencer a la muerte. Habla multitud de testigos que lo afirmaban. Esto, sólo el

Mesías podía hacerlo. Los comentarios se hacen más  vivos, se afirman en

la convicción de que es el Rey Libertador, el «que ha de venir», el Rey Ungido, que arrojará a los romanos y levantará a Israel, hallarlo, pero no vencido; adormecido,

pero no muerto, y le dará el dominio del mundo.

El entusiasmo prende y se contagia rápidamente; tienden sus mantos por el camino por donde ha de pasar, cortan ramos de olivo y estalla en miles de voces el grito

que encierra toda la esperanza y la razón de ser de aquel pueblo: ¡Hosanna al Hijo de David, Bendito el Rey que viene en nombre del Señor, Bendito el Reino que llega de

nuestro padre David! Jesús no se oculta como otras veces, no impone silencio

a los que le aclaman. Se animarían los apóstoles, el juicioso Pedro pensarla que el maestro se había equivocado en sus tristes presagios, Tomás creerla que eran

excesivos sus temores, esperaría Judas el próximo cumplimiento de sus ambiciones; pero Juan, mirando al Maestro, ve que llora, a la vista de la ciudad amada, aún lejana,

y del Templo que resplandece al sol como una montaña de nieve y oro. Entre el estrepitoso entusiasmo de la multitud, Jesús dice: « ¡Jerusalén, Jerusalén!  Si conocieras,

siquiera en este día, lo que te daría la paz! Mas, ¡ay! , que esto está oculto a tus ojos. Días vendrán sobre ti en que te cercarán tus enemigos, te sitiarán y te estrecharán  por todas partes, y te asolarán, y no quedará en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita». Los apóstoles se mirarían desconcertados al oír tan

terrible anatema, precisamente en aquellos momentos en que la multitud corta los ramos de palmas y los agita triunfales, acompañando a sus vítores. Quieren interrogar

al Maestro, pero la manifestación crece, les empuja, les arrastra, y el pueblo, vibrante de fe en el destino glorioso que anima a su raza, aclama a Jesús como Mesías,

Cristo Rey de Israel y del mundo. Así llegan a la ciudad. Dominan las voces agudas de

los niños en continuados Hosannas. Todos se asoman a las terrazas. Preguntan: «!Qué es esto? ¿ Quién es e1 Triunfador?” Y contestan: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.» Muchos ya le conocen, han presenciado sus milagros y controversias, saben que es objeto de mil conciliábulos secretos en el Sanedrín y aun se susurra que el más alto tribunal de Israel ha decretado su muerte. A pesar de ello, una fuerza secreta les impele, y se suman a la manifestación que se dirige nI Templo. Allí están, pálidos de ira, los príncipes y los sacerdotes, viendo que sus órdenes son violadas y sus cuidados inútiles; y comentan entre sí, con rabia mal reprimida: «No hemos conseguido nada; ved que todo el mundo va tras El! " Y al oír allí mismo los hosannas que proclaman su realeza, su rabia impotente rompe toda prudencia y se dirige al mismo Jesús. diciéndole: «,: No oyes lo que dicen éstos?" Jesús, mirando a los niños, que, como siempre, están en primera fila, y apoyándose en la Escritura, responde: «De la boca de los niños sale la verdad." No quieren darse por vencidos. Furiosos, se revuelven contra la realidad de aquel triunfo que los aplasta y que han de contemplar impotentes. Están desorientados. Si Jesús, aun esquivándose siempre que algún acontecimiento o prodigio de los suyos suscitaba manifestaciones que podían darle algún poder efectivo, de tal manera los anulaba, ,:qué sería de ellos ahora, en que aceptaba aquellas aclamaciones espontáneas que le proclamaban Mesías, Rey de Israel, Hijo de David? No saben lo que hacen.

En su ceguera, se dirigen al mismo Jesús pidiéndole una especie de milagro: el de acallar a una multitud desbordada. Y con una mezcla de desesperación e insolencia, le dicen: «i Hazles callar!" Jesús, con la serena;¡ majestad del que se sabe omnipotente, contesta: "Os digo que si estos callaren, hablarían las piedras."

Viernes Santo

 

Las piedras hablaron …

¡15 de Nisán! Callaron los hosannas. Las altas jerarquías de Israel, en el intervalo de pocos días, azuzando

a la plebe más abyecta y asegurándole la impunidad con su protección, habían conseguido la sentencia ele

muerte contra Jesús, atemorizado a sus discípulos y paralizado a los simpatizantes. Clavado en la cruz, vencido, agonizante, es objeto de sus sarcasmos el que había sido su obsesión durante tres años.

«"A otros ha salvado y a sí no puede salvarse", dicen con ironía. «Si es Rey de Israel, si es Hijo de Dios, baje  de la cruz y creeremos en El.  No hablan muy alto; es como si lo dijeran entre sí, pero saben que el pueblo escucha y quieren provocar su desdén después de haber explotado su odio. La chusma quiere congraciarse con los vencedores. Los más cínicos y los más aduladores se encaran con Jesús y le dicen: «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo reedificas,  ¡sálvate  a ti mismo! Si eres Hijo de Dios, si tú eres el Rey de los judíos, sálvate  a ti mismo.” A todo pueden atreverse. No hay que temer al que ha sido condenado por todos los poderes y en quien se han agotado todas las crueldades y todas las injusticias.

Los príncipes y los sacerdotes comprueban que las cosas han tomado para ellos mejor cariz, que morirá pronto y todo acabará satisfactoriamente. Va a establecerse la tranquilidad que había alterado aquel

profeta de Galilea que, sin estudios, sin buscar su favor y aquiescencia, predicaba

doctrinas que alteraba la meticulosidad de sus costumbres, descubría ante el pueblo la inmundicia de sus corazones y, con sus prodigios, provocaba manifestaciones que resumían en El las esperanzas de liberación del pueblo, que le aclamaba como Cristo Rey, Hijo de David, comprometiéndoles ante los

romanos. Por fin le han vencido y ya no sucederá nada de esto. Caifás  recibe parabienes

y se felicita por su acierto al haber dicho que era preciso que muriera un hombre para que se salvara la nación. «Todo acabará con su muerte, que extinguirá su memoria, y nadie se atreverá ya a desobedecernos. ¡Nada en el mundo se nos opone! Pero el sol se oscurece, de pronto, de un modo completamente

insólito. A todos sobrecoge la turbación. Los mas cínicos son los más miedosos y los que huyen primero.

Los más significados disimulan el temor con una actitud digna, pera creen que deben retirarse. Queda sólo

la gran multitud, cuyo principal delito ha sido la pasividad. Se aproximan a la cruz y contemplan al que días

antes han aclamado Rey, l1evados del entusiasmo, pero al que, faltos de convicción, no han defendido. Han visto sus milagros, oído sus parábolas y admirado su sabiduría, pero no le han comprendido.

No han comprendido que, para llegar a la liberación y al reino, son precisas

la expiación y la penitencia, que ya predicaba el Bautista. Los príncipes y fariseos conocen esta ideología, que es también la suya; y para desvirtuar el poder del que había arrastrado al pueblo, con hábiles maniobras le han convertido en un rey de burlas que muere ajusticiado, mientras la multitud que cinco días antes le aclamara, calla, muda de estupor.

La profecía de Jesús se cumple: hablan las

piedras. y su lenguaje resuena dentro del corazón del Centurión, obligándole

a decir: “Verdaderamente, este Hombre era el Hijo de Dios!”

« Terra mota est, et  patrae scissae sunt.” “La tierra tembló y las piedras se  agrietaron.”

 

María Asunción López.

 

 

 

 

 

Stabat Mater, según traducción y recreación de Lope de Vega.

1. La Madre Piadosa estaba
junto a la Cruz, y lloraba
mientras el Hijo pendía;

2. cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa
fiero cuchillo tenía.

3. ¡Oh cuán triste y afligida
estaba la Madre herida,
de tantos tormentos llena!

4. Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

5. ¿Y cuál hombre no llorara
si a la madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?

6. ¿Y quién no se entristeciera
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

7. Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.

8. Vio morir al Hijo amado
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

9. ¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor,
para que llore contigo.

10. Y que, por mi Cristo amado
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.

11. Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.

12. Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

13. Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;

14. porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.

15. ¡Virgen de Vírgenes santas!
Llore yo con ansias tantas
que el llanto tan dulce me sea;

16. Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.

17. Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;

18. Por que me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

19. Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;

20. porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria.
Amén

1. Stabat mater dolorosa
juxta Crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.

2. Cuyus animam gementem,
contristatam et dolentem,
pertransivit gladius.

3. O quam tristis et afflicta
fuit illa benedicta
Mater Unigeniti.

4. Quae moerebat et dolebat,
Pia Mater cum videbat
Nati poenas incliti.

5. Quis est homo qui non fleret,
Matrem Christi si videret
in tanto supplicio?

6. Quis non posset contristari,
Christi Matrem contemplari
dolentem cum Filio?

7. Pro peccatis suae gentis
vidit Jesum in tormentis
et flagellis subditum.

8. Vidit suum dulcem natum
moriendo desolatum,
dum emisit spiritum.

9. Eia Mater, fons amoris,
me sentire vim doloris
fac, ut tecum lugeam.

10. Fac ut ardeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.

11. Sancta mater, istud agas,
crucifixi fige plagas
cordi meo valide.

12. Tui nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum divide.

13. Fac me tecum pie flere,
crucifixo condolere,
donec ego vixero.

14. Iuxta crucem tecum stare,
et me tibi sociare
in planctu desidero.

15. Virgo virginum praeclara,
mihi iam non sis amara:
fac me tecum plangere.

16. Fac ut portem Christi mortem,
passionis fac consortem,
et plagas recolere.

17. Fac me plagis vulnerari,
fac me cruce inebriari,
et cruore Filii.

18. Flammis ne urar succensus
per te Virgo, sim defensus
in die judicii

19. Christe, cum sit hinc exire,
da per matrem me venire
ad palmam victoriae.

20. Quando corpus morietur,
fac ut animae donetur
Paradisi gloria.

Amen.