Santos y venerables cubanos.

 

-Beato José Lopez Piteira.

-Beato Olallo Valdes.

Siervo de Dios Felix Varela.

 

 

EN CONSTRUCCION

+ Ad Maiorem Dei Gloriam +

Esta página es obra de La Sociedad Pro Misa Latina -Una Voce Cuba-

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Así habló San Antonio Mª Claret.

Obispo Primado de Cuba.

 

 

*Sobre el hábito talar

 

«(…) Bien sabemos todos nosotros, por una fatal y cotidiana experiencia, que los sacerdotes que no visten el hábito talar, lejos de infundir veneración, se merecen la burla y el desprecio, mayormente si tienen la desgracia de caer en los vicios a que regularmente vienen a parar tales eclesiásticos.

 

Hemos dicho que los sacerdotes que andan sin hábito talar no se merecen veneración; y esto se entenderá mejor con una comparación o semejanza: Así como una imagen de María Santísima, si está bien vestida y alumbrada, la gente acude a postrarse delante de ella y la venera; y, por el contrario, no la mostraría tal veneración si viera a tal imagen sin luz alguna y tal cual salió de las manos del escultor; esto mismo pasa a un sacerdote a quien, por razón de su grande dignidad, según San Bernardo, se llama Madre de Cristo; porque, en virtud de las palabras de la consagración, en sus manos toma Dios el ser eucarístico. Pues, si a este sacerdote le ven vestido con hábito talar modesto, limpio y grave, sin lujo, pero tampoco sucio ni estropeado, como dicen los sagrados cánones, adornado de virtudes, que son otras tantas velas, según dice el Evangelio: Sic luceat lux vestra, toda la gente le venera, y a él acudirá como a su medianero y abogado para con Dios. Pero muy lejos estarán de venerarle, si le ven ropa que usa otro hombre cualquiera; en cuyo caso le mirarán como un seglar, sus faltas e imperfecciones serán más notadas y criticadas; y más y más subirá de punto esta crítica, si le ven caer en alguna falta vergonzosa o de impureza, en que

indispensablemente ha de incurrir; porque Dios, por los sagrados cánones, le ha dado al sacerdote la sotana para conservarse casto, como a las frutas la corteza. ¿Qué sería del melón, de la sandía, de la naranja, etc., si se les quitara la corteza? Al momento se pudrirían, sin poderse conservar. Pues tampoco se conservarán los sacerdotes que andan sin la corteza de la sotana o hábitos talares. Después de una larga experiencia que tenemos en dirigir eclesiásticos pública y privadamente, en diferentes partes del mundo católico en que hemos vivido, os podemos asegurar que los sacerdotes que dejan los hábitos talares, dejan tras ellos el espíritu eclesiástico, la castidad y demás virtudes. Se excusan diciendo que tienen calor; mas Nos les respondemos que más calor tendrán que sufrir en el infierno, a que indispensablemente irán, ya porque caerán en mil pecados, ya por el desprecio que hacen de las disposiciones y mandatos de los sagrados Concilios y Santos Padres, ya también porque son el deshonor de la Iglesia y la desedificación de los fieles.»

 

*Sobre el catecismo

 

«(…) Ya tendréis presente que os decíamos que una de las cosas en que puede ocuparse todo cristiano, y singularmente un sacerdote, más de la gloria de Dios, provecho propio y utilidad de sus semejantes, es sin duda la instrucción de la doctrina cristiana. Y, a la verdad, de ella redunda la mayor gloria de Dios, pues por medio de esta santa instrucción se adquiere mayor conocimiento de Dios y, por consiguiente, se le ama más, se cumple su santa ley, se hace su divina voluntad, se imita al mismo Dios humanado, que no se desdeñaba de practicar y enseñar esta celestial doctrina, y se satisface a su santo mandamiento de enseñarla a los demás. Es asimismo muy provechoso al que la enseña, porque se ejercita en una de las más grandes obras de misericordia cual es instruir al ignorante. El mismo Dios por uno de sus profetas nos hace saber que aquellos que se ejercitan en esta grande obra resplandecerán como estrellas en perpetuas eternidades; y Jesucristo, predicando su santo Evangelio, decía que aquel que practicare y enseñare a los demás esta celestial doctrina será grande en el reino de los cielos. En fin, los teólogos enseñan que en el cielo, a más de las corona esencial de gloria que se da a cada uno de los bienaventurados, rodeará una especial aureola a los que hayan enseñado la celestial doctrina a los demás.»

 

*Sobre el confesionario

 

«(…) Si deseamos que seáis celosos en catequizar y predicar, esperamos que no seréis menos asiduos en el confesionario, bien persuadidos de que la gente frecuentará los santos sacramentos según la oportunidad que vosotros les diereis. Haceos a ellos encontradizos, no los huyáis; porque, como dice San Buenaventura: Si medicus fugit aegrotos, quis curabit eos? Si el médico espiritual, que es el confesor, huye de los pecadores, ¿quién los curará?, ¿quién los confesará?

 

En espíritu de caridad os ofreceréis espontáneamente a oír las confesiones sacramentales, siempre que os sea posible; y habéis de procurar que el pueblo os vea como buenos pastores, solícitos de la salvación de sus almas, dispuestos y preparados para recogerlas en el divino tribunal, como en un lugar que lo es de gracia. Veréis entonces cómo por vuestra caridad y santo celo se conservará la frecuente recepción de los santos sacramentos que han empezado a gustar en la santa misión suministrada por Nos o por nuestros colaboradores. Así será como perseverarán y se perfeccionarán y, por último, se salvarán

 

**Otros enemigos del Papa y de la Iglesia

 

«Los peores enemigos que quizá tendrá la Iglesia en estos últimos tiempos, serán los malos eclesiásticos. En Francia se vio la muestra en pequeño de lo que por mayor tal vez sucederá [Se refiere a la Constitución civil del Clero durante la Revolución Francesa, por la cual los sacerdotes pasaban a ser funcionarios del Estado. Fueron muchísimos los sacerdotes que fueron martirizados por oponerse a esta ley.] Se levantó la persecución, quién sufrió, quién no.

 

El clero francés fue calumniado, escarnecido de todas maneras y por todos los medios posibles; se habló contra él en prosa y en verso, en la historia y en las novelas.

 

(…)

 

El pueblo dijo que no quería más culto público que el de la libertad y el de la igualdad: “yo me someto a su voluntad, y depongo mi cruz y mi anillo sobre el altar de la patria”. Después de estas palabras, Govel y su cismático clero arrojaron al suelo las insignias de sus funciones, y el obispo, en lugar de la mitra, se puso en la cabeza un gorro encarnado. Gran parte del clero constitucional se casó. Uno de sus individuos llegó al extremo de pisotear el crucifijo, exclamando: “No basta aniquilar al tirano de los cuerpos, aniquilemos también al de las conciencias”.

 

Si nos remontamos a los primeros tiempos de la Iglesia, hallaremos que cuando vino Jesucristo estaban los sacerdotes hebreos, por la mayor parte, llenos de malicia, de dolo, avaricia, ambición, respetos humanos y de hipocresía, por manera que Jesucristo los reprendía, y les amenazaba que se les quitaría el reino de Dios y se daría a gente que lo haría fructificar; ellos le hicieron crucificar y fueron abandonados de Dios.

 

En la primera era cristiana la gente era muy fervorosa, y no falta quien dice que Dios dilató las persecuciones por el espacio de tres siglos para bien de los fieles, porque tenían buenos pastores y sacerdotes. En el Martirologio se leen cada día pastores martirizados; eran ellos los primeros en sacrificar su vida, su honor, sus intereses. Mas ahora por desgracia se ven algunos eclesiásticos enemigos de la cruz de Cristo, que su Dios es su codicia, su lujuria, su gula, su ambición, su tibieza y su relajación. ¡Ay de los tiempos en que se verá en el lugar santo la abominación profetizada por Daniel!…

 

(…)

 

Estos, pues, son muy grandes enemigos del Papa; son los mayores adversarios de la Iglesia, y son el descrédito de los buenos sacerdotes, porque los malos hombres tienen mala lógica; de premisas singulares y particulares infieren conclusiones generales; verbi gratia, un clérigo es malo, luego, dicen, todos son malos; y así hablan, así murmuran, así critican de todo el Estado, así le desacreditan y le desautorizan, y despreciado el maestro es despreciada la doctrina.»

 

 

*Carta pastoral que D. Antonio María Claret y Clara, Arzobispo de Cuba, dirige al venerable clero de su Diócesis (1852)

** Apuntes de D. Antonio María Claret y Clara