Sagrada Liturgia.

 

¿Qué es la liturgia? Sus definiciones son numerosas. Creo que una de las más profundas y más completas es la de Pío XII en Mediator Dei: ―La santa liturgia es (pues) el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia; es también el culto rendido por la sociedad de los fieles a su jefe y, por El, al Padre Eterno; en una palabra, es el culto integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, o sea, de la Cabeza y de sus miembros‖. Existe, por lo tanto, en la liturgia, un doble aspecto: el aspecto interno, que es, como también lo dice Pío XII en una frase retomada por la Constitución Conciliar sobre la liturgia, ―el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo‖ (C.L. § 7), y el aspecto externo, constituido por el conjunto de los medios del culto público, Estos dos aspectos se hallan íntimamente ligados, como bien lo expresa la antigua fórmula: lex orandi, lex credendi. La ley de la oración y la ley de la fe son una sola cosa. Por eso puede decirse muy sencillamente que la liturgia es la oración de la Iglesia. Podría decirse, en forma más erudita, que es el idioma de nuestras relaciones públicas con Dios. Surge por sí solo que, en tanto cristianos, nos interesa directamente la liturgia. Pero, si así puede decirse, nos interesa aún más directamente como laicos, en el sentido de que ese culto público, ese culto ―rendido por la sociedad de los fieles a su Jefe‖ concierne a la inmensidad del mundo laico. ―La Madre Iglesia —leemos en la Constitución Conciliar— desea en alto grado que todos los fieles sean llevados a esa participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas exigida por la naturaleza de la liturgia misma y que, en virtud del bautismo, constituye un derecho y un deber para el pueblo cristiano, ―linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo redimido‖ (C.L., § 14). Ese deseo de la Iglesia es también el nuestro. Porque si bien ―la reglamentación de la liturgia es de la competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica‖ y ―reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el obispo‖ (C.L., § 22), no podríamos recibir con indiferencia o apatía la parte que nos toca del ejercicio de ese gobierno. En lo referente al contenido de las reglas, resulta normal que demos a conocer a la autoridad competente nuestros sentimientos, va sea de alearía, de agradecimiento y de aprobación, o eventualmente de pesar y de inquietud: y en lo que concierne a la aplicación de las reglas, hemos de cooperar para que se respeten. Ahora bien, en este último punto, sobre todo, nos sentimos hoy bajo el peso de una enorme responsabilidad. Un viento de desorden y de subversión sopla sobre la liturgia. La letra y el espíritu de la Constitución Conciliar se ven alterados o manifiestamente violados. La ley de la oración y la ley de la fe están por igual amenazadas. Nos sentimos obligados en conciencia a lanzar un grito de alarma con el propósito de que sea escuchado sin tardanza.

Liturgia

 

«Las diversas fases de la reforma litúrgica han dejado que se introduzca la opinión de que la liturgia puede cambiarse arbitrariamente. De haber algo invariable, en todo caso se trataría de las palabras de la consagración; todo lo demás se podría cambiar. El siguiente pensamiento es lógico: si una autoridad central puede hacer esto, ¿por qué no también una instancia local? Y si lo pueden hacer las instancias locales, ¿por qué no en realidad la comunidad misma? Ésta se debería poder expresar y encontrar en la liturgia. Tras la tendencia racionalista y puritana de los años setenta e incluso de los ochenta, hoy se siente el cansancio de la pura liturgia hablada y se desea una liturgia vivencial que no tarda en acercarse a las tendencias del New Age: se busca lo embriagador y extático, y no la «logikè latreia», la «rationabilis oblatio» de que habla Pablo y con él la liturgia romana (Rom 12,1). Admito que exagero; lo que digo no describe la situación normal de nuestras comunidades. Pero las tendencias están ahí. Y por eso se nos ha pedido estar en vela, para que no se nos introduzca subrepticiamente un Evangelio distinto del que nos ha entregado el Señor -la piedra en lugar del pan». Conferencia en el encuentro de presidentes de comisiones episcopales de América Latina para la doctrina de la fe, celebrado en Guadalajara (México). Noviembre 1996.

 

 

Recomendamos descargar  la obra de Mons. Klaus Gamber)

 

¡Vueltos hacia el Señor!

La reforma de la Liturgia Romana

Ritus romanus y ritus modernus

 

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+ Ad Maiorem Dei Gloriam +

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“Si la liturgia se enferma, se enferma toda la Iglesia.”

Benedicto XVI

 

El importante escritor alemán Martin Mosebach ha concedido una entrevista a The European sobre el pontificado de Benedicto XVI, la reforma de la Liturgia y la Iglesia Católica. Polémico en algunas de sus afirmaciones, la entrevista es, sin embargo, sumamente interesante.

Personalmente, ¿cómo valora los cinco años en que Benedicto XVI ha estado en el cargo?

 

Benedicto XVI ha elegido la misión más difícil. Quiere sanar las nefastas consecuencias de la revolución del `68 en la Iglesia de un modo no revolucionario. Este Papa no es precisamente un Papa dictador. Él invoca la fuerza del mejor argumento y espera que la naturaleza de la Iglesia sepa superar lo que es inadecuado para ella si se le proporciona una mínima forma de asistencia. Este plan es tan sutil que no puede ser presentado en declaraciones oficiales, ni entendido por una prensa vulgarizada de un modo casi increíble. Es un plan que mostrará sus efectos sólo en el futuro – probablemente sólo claramente después de la muerte del Papa. Pero ya ahora podemos reconocer la valentía con que el Papa define la reconciliación más allá de los límites angostos del derecho canónico (a través de la integración de la Iglesia patriótica en China, en relación a la Ortodoxia rusa y griega) o de la fusión original de la teología bíblica tradicional y la ilustrada, que nos saca del callejón sin salida de la crítica racionalista de la Biblia.

 

¿Debemos prepararnos para casos de abusos en institutos católicos en otros países? En su opinión, ¿cómo debería reaccionar ante esto el Papa Benedicto?

 

La Iglesia, naturalmente, debe estar siempre preparada al hecho de que educadores individuales puedan abusar sexualmente de estudiantes en sus escuelas y en los colegios. Esta es la naturaleza de las cosas. Dondequiera que se instruyan niños, se han encontrado personas con inclinaciones pedófilas. Debemos preguntarnos, sin embargo, por qué precisamente en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II se han verificado muchas veces crímenes sexuales cometidos por sacerdotes. No hay modo de evitar la amarga conclusión: el experimento del “aggiornamento”, la asimilación de la Iglesia al mundo secularizado, ha fracasado de un modo terrible. Después del Concilio Vaticano II, la mayor parte de los sacerdotes han abandonado su hábito talar, han dejado de celebrar la Misa diaria y de rezar el breviario diario. La teología post-conciliar ha hecho todo cuanto estaba en su poder para hacer olvidar la imagen tradicional del sacerdote. Todas las instituciones que habían ayudado al sacerdote en su vida solitaria y difícil fueron cuestionadas. ¿Deberíamos asombrarnos si muchos sacerdotes, en estos años, ya no han podido considerarse sacerdotes al modo tradicional? La disciplina del clero, que ha sido eliminada deliberadamente, había sido formulada en gran parte por el Concilio de Trento. En aquel tiempo la urgencia era también resistir a la corrupción del clero y despertar la conciencia de la santidad del sacerdocio. Es bueno que los líderes de la Iglesia pidan perdón a las víctimas de un abuso pero será todavía más importante que tomen las riendas de la disciplina, en el sentido del Concilio de Trento y de un retorno al sacerdocio de la Tradición católica.

 

¿Cómo será la Iglesia Católica que Benedicto dejará un día detrás de sí?

 

Uno espera que este Papa pueda percibir por sí mismo las primeras manifestaciones de una sanación de la Iglesia. Pero este Papa es tan modesto y privado de vanidad que difícilmente verá tales señales como el resultado de las propias acciones. Yo creo que él quiere ahorrar a su sucesor ingratas pero necesarias fatigas, asumiéndolas él mismo. Esperamos que este sucesor utilice la gran oportunidad que Benedicto ha creado para él.

 

La “reforma de la liturgia” ha modificado radicalmente la Iglesia Católica, ¿de qué modo?

 

Las intervenciones de Pablo VI en una liturgia de más de 1500 años son llamadas sólo “reforma de la liturgia”. En realidad, se trató de una revolución que no ha sido autorizada por la directiva del Concilio Vaticano II de revisar “delicadamente” los libros litúrgicos. La “reforma litúrgica” ha centrado sobre el hombre una celebración que había estado orientada, en los últimos dos mil años, a la adoración de Dios. De este modo, ha sido amenazado el sacerdocio y se ha oscurecido en gran parte la doctrina de la Iglesia sobre los sacramentos.

 

Al final de los años ´60, hubo numerosas agitaciones: la revolución cultural en China, la Primavera de Praga en Checoslovaquia, las revueltas estudiantiles aquí en casa, la guerra de Vietnam - y el Concilio Vaticano II. ¿Podemos considerar todos estos trastornos en un mismo contexto?

 

En mi opinión, 1968 es un fenómeno que no ha sido aún suficientemente comprendido. Aquí, en Alemania, nos gusta ocuparnos, en este contexto, con recuerdos felices de comunas y de batallas sobre la correcta interpretación de Marx. En realidad, 1968 es un “año axial” de la historia, con los movimientos anti-tradicionalistas en todo el mundo que están sólo en apariencia completamente separados uno del otro. Estoy convencido de que, cuando se puedan ver con suficiente distancia, la revolución cultural china y la reforma litúrgica romana serán entendidas como conectadas cercanamente.

 

El Papa Benedicto XVI participó en esta agitación como teólogo del Concilio. ¿Cómo experimenta hoy el compromiso del Papa para revivir elementos litúrgicos individuales de la Iglesia pre-conciliar?

 

Benedicto XVI ve como una de sus principales tareas el hacer más claramente visible la esencia de la Iglesia – para los católicos y luego también para los no católicos. El Papa sabe que la Iglesia está indisolublemente unida a su Tradición. La Iglesia y la revolución son contradicciones irreconciliables. Intenta intervenir donde la imagen de la Iglesia ha sido distorsionada por medio de un quiebre radical con el pasado. Ahora bien, la Iglesia, como su Fundador, tiene exactamente dos naturalezas: histórica y eterna. Ella no puede olvidar de donde ha venido y no puede olvidar a dónde va. Especialmente la Iglesia en Occidente tiene problemas con esto. Ya no tiene ni el sentido de su evolución orgánica histórica, ni el sentido de su vida en la eternidad.

 

La reintroducción del antiguo rito permitió nuevamente la petición por la conversión de los judíos, como estaba en uso previo al Concilio. ¿Fue éste un paso correcto?

 

Cuando se permitió nuevamente la liturgia orgánica (que había sido suprimida, muy a menudo violentamente, bajo Pablo VI), también fue nuevamente admitida la petición por la conversión de los judíos en los libros litúrgicos oficiales de la Iglesia. Se remonta al cristianismo primitivo, y forma parte de las peticiones del Viernes Santo Esta antigua petición cristiana, basada en las palabras del Apóstol Pablo, contiene la frase de que Dios libere a los judíos de “su ceguera” y “quite el velo de sus corazones”. Estas expresiones parecían permitir, para el Papa, el equívoco del desprecio por los judíos debido a la historia reciente. Por consiguiente, cuando el rito tradicional fue nuevamente autorizado, intervino y ordenó una nueva formulación en el antiguo rito. También se pide a Dios que guíe a los judíos a Jesucristo, pero excluye la interpretación del desprecio hacia ellos. El Papa ha sido condenado porque permite rezar por la conversión de los judíos a Jesucristo. Pero, ¿se puede esperar que la Iglesia de los judíos Pedro y Pablo renuncie a tal intención?

 

¿Cómo evalúa las relaciones del Papa con los judíos e Israel?

 

Benedicto XVI es probablemente el primer Papa desde Pedro en comprender la cristiandad tan estrechamente desde el judaísmo. Su libro sobre Jesús revela en muchos pasajes el intento de leer el Nuevo Testamento con los ojos del Antiguo Testamento. La relación del Papa con los judíos no es superficial, política, o meramente una simpatía derivada de un filosemitismo de moda, sino que es teológica y enraizada en la fe. Uno tiene, a veces, la impresión que si Benedicto no fuera cristiano, sería judío. Acusar a este Papa de antisemitismo deja ver una ignorancia e incompetencia que debería excluirlo a uno del discurso público.

 

La controversia que rodea a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X no ha dado resultados visibles para el Vaticano hasta ahora. Según su opinión, ¿qué es lo que este grupo trae a la Iglesia Católica además de su amor por la antigua liturgia?

 

¿Además de la antigua liturgia? ¿Qué hay más importante para la Iglesia que la liturgia? La liturgia es el cuerpo de la Iglesia. Es la fe hecha visible. Si la liturgia se enferma, se enferma la Iglesia entera. Esto no es meramente una hipótesis, sino una descripción de la situación actual. No podemos presentarlo con la suficiente radicalidad; la crisis de la Iglesia ha hecho posible que su mayor tesoro, su Arcanum, fuera barrido del centro hacia la periferia. A la FSSPX, y especialmente a su fundador, el Arzobispo Lefebvre, se les debe la gloria histórica de haber preservado por décadas y mantenido vivo este importantísimo don. Por lo tanto, la Iglesia le debe a la FSSPX, sobre todo, gratitud. Parte de esta gratitud es trabajar para sacar a la FSSPX de todo tipo de confusión y radicalización.

 

La FSSPX no parece estar dirigiéndose hacia Roma.

 

En las discusiones con la FSSPX, lo que es importante es la paciente labor de la persuasión, tal como es apropiada en las cuestiones espirituales. Las discusiones parecen estar procediendo en una muy buena atmósfera. Si un día logran integrar una vez más a la FSSPX en la unidad plena de la Iglesia, el papado de Benedicto XVI habrá obtenido un logro cuya importancia excede por mucho el número de los miembros de la FSSPX.

 

El cristianismo es uno de los fundamentos de Europa. En el futuro, ¿seguirá siendo relevante para el continente?

 

El cristianismo es el fundamento de Europa – yo no veo ningún otro. Todos los movimientos intelectuales de los tiempos modernos, incluso cuando se oponen al cristianismo, le deben a él sus orígenes. También hemos recibido la filosofía antigua y el arte de manos del cristianismo. Si la sociedad europea se alejara totalmente del cristianismo, significaría nada menos que la negación de sí misma. Lo que uno no sabe o no quiere saber, de todos modos igual existe. La represión no puede ser la base para un futuro con esperanza.

 

Usted estuvo en Turquía durante un tiempo. ¿Enriquecería Turquía a la Unión Europea como un miembro pleno, o es difícil integrar una tierra dominada por el Islam en una comunidad occidental de valores?

 

Seguramente comprenderá que no pueda darle una respuesta política o legal. Sólo puedo ver que Turquía – especialmente la Turquía anti-islámica, modernizante – ha tenido enormes dificultades con sus minorías cristianas europeas. Hasta los años ’50, existía aún una Constantinopla de dominación griega. Pero vivir junto a los cristianos era intolerable para los turcos modernos, por lo que pusieron fin a esto. Ahora parecen encontrar deseable el acercarse a Europa por motivos económicos sin repensar, sin embargo, en sus políticas internas de combate contra los cristianos. Creo que estamos muy lejos de lo que usted llama “integración en la comunidad occidental de valores”.

 

Fuente: Una Fides

 

 

 

 

Los Libros Litúrgicos


Se llaman libros litúrgicos a los que contienen las preces y ceremonias determinadas por la Iglesia católica para la administración de los Sacramentos, celebración de la Misa y ejercicio de las demás funciones sagradas.

En un primer momento las comunidades cristinas no contaban con libros litúrgicos. El período de la formación de los libros litúrgicos empieza en los primeros siglos. Tuvo un impulso particular durante la época carolingia, cuando Carlo Magno mandó hacer un sacramentario que poco a poco se fue extendiendo por todo el Imperio.



Los sacramentarios

El libro litúrgico de más importancia en la antigüedad era el Sacramentario, pues bajo este nombre se entendía una especie de Misal incompleto que reunía las preces u oraciones comunes para la confección de la Eucaristía y que fueron recopiladas y fijadas por los Sumos sacerdotes.... El sacramentario 'veronense' o 'leoniano' es una recolección de textos litúrgicos de diversas fuentes (por ejemplo, hay unos treinta formularios para la misa de san Pedro y san Pablo). Dado que la mayoría de las fórmulas provienen de tiempos del Papa León I el Magno ha tomado ese nombre. Está incompleto pues
no ofrece textos para las celebraciones de Cuaresma, Pascua y tampoco el canon.

El sacramentario gelasiano atribuido impropiamente al Papa Gelasio I, se conserva en la Biblioteca Vaticana. Se sabe que fue elaborado en un monasterio cerca de París hacia el año 750. Contiene propuestas de misas para todo el año y para algunas otras celebraciones como ordenaciones sacerdotales y diaconales, penitencia, bautismo, etc. La base es la liturgia romana pero influida por oraciones y plegarias galicanas.

El sacramentario gregoriano llega a nosotros a través de las recopilaciones que se hicieron a fines del siglo VIII. Sin embargo, se trata
de una colección de sacramentarios que se usaban ya en tiempos de Gregorio Magno. Sus textos son el modelo de las formas litúrgicas posteriores al Concilio Vaticano II debido a su sobriedad y sencillez.

Leccionario


Es el libro empleado en las celebraciones litúrgicas para proclamar textos de la Sagrada Escritura.

En los primeros tiempos del cristianismo, al inicio de las celebraciones, se leían los libros de los profetas y del Pentateuco pero no de manera sistemática ni según un orden dado por alguna autoridad. Seguramente se seguía el método de las sinagogas donde cada persona que pasaba a leer continuaba
el texto desde donde se habían quedado la vez anterior. Ya en la Apología de Justino y en las Constitutiones apostolicas (del siglo III) se indica que tras la lectura de algún texto del Antiguo Testamento se procedía a leer alguna epístola o los hechos indicando expresamente que el evangelio era leído solo por el sacerdote o el diácono.

Los libros usados en este período eran transcripciones completas de los textos sagrados con indicaciones al margen para el día o el período en que debían ser usados. Por ello, se prepararon también listas o enumeraciones de los textos para
encontrar más fácilmente la lectura que correspondía cada día. A estas listas se las llamó “Capitularia Evangeliorum” o “Capitularia lectionum”.

Durante el siglo IV y tras la formación todavía incipiente del calendario litúrgico, se comienza a elaborar una sistematización de los textos de acuerdo con los períodos y las fiestas. El texto de la peregrina Egeria (hacia el año 384) contiene una expresión de la admiración porque en las celebraciones litúrgicas de Jerusalén se hacen lecturas adaptadas al día y a la zona.

A partir de las colecciones de homilías de Ambrosio de Milán y Agustín de Hipona se ha podido
reconstruir el leccionario en uso en aquellos tiempos. Para el pontificado de León Magno el leccionario se encuentra completamente fijado.

En el siglo VI nacen propiamente los leccionarios al realizarse libros para uso litúrgico con los textos de lecturas para cada día. Se incluían en ellos los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, pero el evangelio se colocaba aparte en libros llamados “Evangeliarios”.

Hacia el siglo XI los leccionarios comenzaron a desaparecer pues se publicaron libros que contenían toda la misa, incluidas las lecturas.

Después de la reforma litúrgica solicitada por el Concilio Vaticano II y teniendo en
cuenta el mayor realce que se da en ella a la lectura de los textos, se comenzaron a imprimir nuevamente los leccionarios y evangeliarios de manera que pudieran ser usados en procesión al inicio de la Santa Misa.

Otros textos

el Antifonario, con los introitos, gradual, ofertorio, etc. Cuyo principal autor es el citado San Gregorio.
el Misal, que en un principio era el Sacramentario y que después fue completándose con los otros libros enumerados, hasta constituirse en Misal plenario hacia el siglo IX y quedar en esta forma, único para las iglesias menores. Actualmente, el Misal ya no
es plenario, pues contiene las oraciones de la Misa, pero no las lecturas. Estas están recogidas en el Leccionario.
el Bendicional, que reúne las bendiciones de la Iglesia y se atribuye en gran parte a San Gregorio Magno
el Pontifical romano y el Ritual, que abrazan respectivamente las oraciones y prácticas de los obispos o de los párrocos en la administración de los Sacramentos que les incumbe.
el Liber oratorium u Officiarium, libro primitivo de rezo.
el Breviario, o libro del rezo eclesiástico para la Liturgia de las Horas, llamado así por haberse determinado en forma breve desde el siglo
XI por San Gregorio VII y más aún por San Pío V en el siglo XVI
el Martirologio, que contiene la lista de santos canonizados con una breve reseña de cada uno, y que en forma sencilla viene de los primeros siglos de la Iglesia y que, reducido a un códice regular, data de San Jerónimo, siglo IV.
En España, se usaban durante los primeros siglos de la Reconquista libros litúrgicos según el rito mozárabe el cual no era sino la continuación del visigodo, fijado por San Isidoro en el Concilio IV de Toledo (año 633) y descendiente de tradiciones
apostólicas. En el último tercio del siglo XI se abolió el rito mozárabe para toda España, sustituyéndolo por el romano, que mandó San Gregorio VII. Pero quedaron algunos restos de aquella liturgia inicial.

 

Publicado por INFO LATIN

Sábado 6 de octubre de 2007

Joseph Ratzinger, la reforma litúrgica de 1969 y el odio a la Misa Tradicional (I)

 

El reciente desembargo del Misal tradicional ha suscitado la desgraciada, pero previsible, ventura de la aparición contemporánea de corifeos, catilinaristas, comentariólogos, expertos e intérpretes de toda laya. Junto al temido, temible y ya presente cisma provocado por (y desde) las filas progresistas, que ahora y según su mentalidad episcopalista protestante, quieren sobrepujar al poder papal sobreponiéndose ilegal e insidiosamente a la suprema autoridad pontificia —que les ha quitado expresamente una competencia que ellos ahora reasumen de propia mano— se encuentran las distintas tesis con que se busca ocultar el pavoroso hecho.

 

La ley papal contenida en la Carta Apostólica Summorum Pontificum, en el sentimiento de muchas conferencias episcopales debe ser “interpretada”, “moderada” o en general —según sea el término que el ingenio circunstancial permita hallar— revisada o pasada por los sínodos locales —a la manera de la facultad implícita de los antiguos parlamentos o cabildos locales medievales respecto a las órdenes reales— contrariando el texto expreso y el sentido de la regla pontificia, otorgada por el Pastor Supremo Universal, así como el carácter divino de la institución petrina. En la Iglesia, donde el Papa tiene esta jurisdicción suprema, plena, inmediata y universal, es imposible la revisión de sus decisiones por parte de un Concilio particular o Ecuménico; y la simple apelación en ese sentido, acarrea ordinariamente la pena de excomunión o entredicho, cánon 1372, como se sigue además de los cánones 331, 333, § 3 y 1404 CIC. Esto visto ¿No serán cismáticos los obispos desobedientes (¿o les llamaremos simplemente disidentes?), que pretenden extender su potestad a cuestiones, o situaciones, por encima de decisiones ya adoptadas por el Romano Pontífice? Y sin embargo, es exactamente lo que está sucediendo en Alemania, Polonia y Suiza; y lo que pudo pasar en Italia, según informáramos días pasados.

 

Una síntesis algo grosera de las grandes explicaciones, brindadas por aquellos a quienes nadie les ha preguntado nada —y a expensas del hecho de que se les haya quitado la facultad, que ahora emplean, de responder a ciertas preguntas molestas— podría exponerse así: Un primer grupo, considera que la finalidad de Summorum Pontificum sería conceder un gesto de condescendiente benevolencia hacia la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, es decir los lefebvristas, con el propósito de reintegrarlos plenamente a la comunión católica; la consecuencia más inmediata de este razonamiento es que los obispos, juzgando por sí mismos que en sus respectivos territorios no existiría ningún problema litúrgico que merezca la atención especial del Motu Proprio, prohíban, restrinjan o tuerzan la celebración de la Santa Misa según dicho Misal plenamente reconocido, o sancionen y persigan a quienes, haciendo uso de un derecho pontificio singularmente privilegiado, celebren la Santa Misa según el rito de 1570 nuevamente promulgado en 1962. Un segundo grupo —que, provisoriamente no considera conveniente emplear el argumento anterior, por considerarlo algo infantil y, sobre todo, por que entraña en lo formal una flagrante desobediencia al Sumo Pontífice pretende que esta novedad jurídica no es de ninguna forma —ni debe entenderse así— un regreso al pasado; demostrando de esta manera, además de que su comprensión de la Sagrada Liturgia es apenas moderadamente terrenal y prácticamente nada celestial, aunque sí razonablemente luterana, que apunta más cerca del corazón de la cuestión. Si la Liturgia es la celebración del Cielo en la tierra dada por Dios mismo, no existe un antes o un después ni un atrás ni un adelante adonde ir ni desde dónde referirse, por que es el Sacrificio continuo de Cristo ante el Padre, realizado una vez para siempre en la Cruz e instituido en el Cenáculo para todas las edades, hasta el fin del mundo y continuado en la Santa Misa. Veamos algo de todo esto, porque, modestamente, pensamos que serán los argumentos por venir.

 

 

La causa de la discordia. La inocultable preocupación episcopal se cursa generalmente hacia una interpretación del reciente desembargo de la Misa Tradicional que no condice ni con el texto de la Letra Apostólica, ni con su sentido, ni con la Carta adjunta que Su Santidad plegara al acto legislativo, para ilustración y consejo de sus lectores. El problema es bastante agudo, porque muchos obispos saben que los derechos repromulgados por S. S. en esta Carta Apostólica, reconocen como causa motiva próxima, política o prudencial, su propia negligencia en el campo litúrgico y el general desafecto con que fuera recibido, en 1988, el motu proprio de Juan Pablo II Ecclesia Dei afflicta, cuyo acatamiento hubiera evitado, tal vez, esta verdadera desposesión de competencia de que les hace objeto ahora por medio de Summorum Pontificum.

 

Detengámonos en la más frecuente e ilícita interpretación —no se olvide que el intérprete auténtico de una norma cualquiera es el mismo que la dictó, y no quienes deben acatarla o aplicarla— en la cual se sostiene que, tratándose de una diligencia que la generosidad del Papa ha dispensado a los lefebvristas para intentar una reconciliación, no tiene sentido aplicarla allí donde no exista, o donde los forzados intérpretes no vean o no quieran ver, la “cuestión” de la Fraternidad San Pío X o la existencia de una feligresía de número aparente suficiente, que se encuentre a la búsqueda de las formas litúrgicas tradicionales. Por lo cual, muchos obispos han resuelto perseguir violentamente a los sacerdotes diocesanos que atenten la celebración de la Misa Tradicional, persuadidos que no se daría, en esos casos, aquel interés principal que, juzgando la situación por ellos por sí mismos, habría tenido Su Santidad en miras al equiparar ambas formas rituales. Si hacemos abstracción del hecho que la Carta Apostólica no dice una sílaba sobre esta supuesta intención del Santo Padre que la sanciona, lo cierto es que las distintas manifestaciones de adhesión a la Tradición Litúrgica, como quiera que sea y tal como lo recordó el cardenal Castrillón Hoyos en su inesperada intervención en la Conferencia de Aparecida, no se limitan a la Fraternidad San Pío X y concitan hoy a algo más de 2.000.000 de fieles a lo largo y ancho del mundo, en forma inorgánica y dispersa, la mayoría de las veces. En cuanto a los lefebvristas, que suman algo menos del tercio del total de esta cifra, están presentes prácticamente en todas las grandes arquidiócesis y diócesis del mundo, y muchísimas otras pequeñas. El problema de la Misa Tradicional ha dejado de ser, pues, un fenómeno local europeo, o de Francia, Suiza o Roma o de algunas diócesis americanas como Washington, Buenos Aires o Nueva York, para convertirse en una especie de clamor universal bastante bien conocido con casi 40 años de “militancia”, que requiere desde luego una solución, y no un palo; pero que, sin embargo y a pesar de todo ello, que es como un efecto, pero no la causa misma, no es el motivo principal que el Papa tuvo en vista cuando sancionó el motu proprio.

 

Los más perspicaces o menos audaces o, tal vez, más calculadores, comprenden que no es de su resorte ni conveniencia intentar explicar negativamente un acto pontificio, sin desacreditarse simultáneamente ellos mismos, viciando de este modo su propia autoridad episcopal. Por ello, recurren a explicaciones bien diversas y ocurrentes (como aquella que circulara hace dos meses, en al cual se suponía que Su Santidad tenía en miras con el motu proprio, solucionar el conflicto con la Iglesia de China; que ciertamente, no es litúrgico) pero, como quiera que sea, cuidándose de aclarar que esto no debe suponerse jamás, nunca, de ninguna manera, ni entenderse, como un “regreso al pasado” o un temible y temerario (más bien: temido) “salto para atrás”. Como adelantamos unas líneas antes, la Liturgia es, por esencia, atemporal, “eternidad en el tiempo”, y no está circunscripta ni determinada por el pagano dios Cronos; sus tiempos —que ciertamente los tiene, justa modo— son más bien celestiales, en cuanto aunan misteriosamente el Cielo y la tierra. Pero como el argumento queda rozado por aquel axioma de que excusa no pedida, verdad admitida, ha de prestársele alguna atención, porque como decimos antes, raya más alto y, por consiguiente, ronda más cerca de la verdad. Luego, esta explicación tampoco es la verdadera, pero solamente por incompleta.

 

¡Pero que serio ha de ser todo esto, para que tantos, se atrevan a tanto!

 

—¿Y Usted qué sabe, me puede decir?

 

Yo no sé nada; pero el Papa sabe por qué ha hecho esto; y vamos a preguntarle. En unos días, pues, la respuesta. Así que: ¡paciencia!.

 

Escrito por Ludovico ben Cidehamete

Tomado del Ultimo Alcázar.

 

Comprender la liturgia

Desde "Pontifex" traducido por "La Buardilla de Jerónimo:

 

Entrevista realizada por Bruno Volpe a Monseñor Nicola Bux.

“Pero… ¿qué fiesta? La Liturgia es un drama”: lo afirma Monseñor Nicola Bux, teólogo y liturgista de reconocida fama. Con él, hemos afrontado el tema del sentido de lo sagrado en la Liturgia.

 

 

 

 

 

 

 

 

Creo que este sentido de lo sagrado se podrá recuperar cuando comprendamos que la Misa no es nunca un espectáculo, un entretenimiento o una propiedad de cada sacerdote, sino un verdadero y propio drama. A menudo nos llenamos la boca con la palabra “fiesta”, pero… ¿qué fiesta? En la Misa recordamos el sacrificio de Cristo, ésta es la verdad. Cristo se ha inmolado por nosotros y luego se usa la palabra fiesta… Es correcto hablar de fiesta sólo después de haber comprendido y aceptado el concepto de que Cristo ha dado la vida por nosotros. Sólo entonces es lícito hablar de fiesta, pero nunca antes.

 

Luego añade:

Una buena Liturgia debe tener en su centro la cruz pero, al ser colocada frecuentemente a un lado o en lugares poco visibles, ésta ha perdido su significado verdadero y auténtico. Parece mucho más un objeto accesorio que un centro de adoración. A veces tengo la sensación de que una cruz en el centro del altar produce fastidio, casi incomodidad. Para ser duros: la mayoría de las veces, no la mira nadie.

 

Monseñor Bux habla del concepto de devoción:

 

Para volver a dar a la Liturgia el sentido de lo sagrado, es necesaria la devoción. Basta de Misas celebradas como acontecimientos mundanos y entretenimiento. Es necesaria la devoción, el encuentro con el rostro de Dios. Pero desgraciadamente esto ocurre muy pero muy raramente. Sin un encuentro con el verdadero rostro de Dios, sin devoción, la Misa se convierte en un ritual, en una auto-celebración del sacerdote que no tiene ningún sentido.

 

Provocadoramente, Monseñor Bux plantea una pregunta:

 

¿Cuántos actualmente, celebrando la Misa, dirigen la mirada a Dios y a la cruz? Pocos. Y por eso el sentido de lo sagrado va disminuyendo en nuestras Misas.

 

Y entonces, ¿qué se puede hacer?

 

Pienso que una buena idea podría la ser siguiente: en la segunda parte de la Misa, desde el ofertorio en adelante, el sacerdote podría celebrar dirigido hacia la cruz, ad orientem.

 

¿Por qué razón ad orientem?

 

De este modo, los fieles no verían ya la figura del sacerdote, que no es el protagonista, sino que junto con él contemplarían la cruz, el misterio.

 

Por lo tanto, una posición ad orientem en la segunda parte de la Misa…

 

Me parece conveniente. De esta manera, la Liturgia adquiriría un valor mucho más escatológico, de misterio y adoración; la gente misma comenzaría a comprender y apreciar el valor escatológico, por usar una palabra difícil, de la Liturgia. Mirar a oriente equivale a contemplar al Señor que viene. Pienso que esta posición, que por otro lado es la que usan los orientales, puede ayudar a encontrar mayor recogimiento. He aquí mi modesta propuesta para una reforma gradual y sensata: mirar a oriente en la segunda parte de la Santa Misa.

 

En una entrevista que nos ha concedido algunos días atrás, el historiador Franco Cardini ha hablado de crisis del sentido de lo sagrado…

 

Es necesario ver en qué sentido ha dicho esta afirmación. Pero el sentido de lo sagrado es Dios. Aparentemente, este sentido de lo sagrado, es decir, de cercanía y de búsqueda de Dios, hoy parece ofuscado, es cierto. Pero yo no sería tan pesimista. En el fondo, el hombre busca siempre, por naturaleza, a Dios. Muchas veces también por comodidad personal o con formas corrompidas y equivocadas como la superstición o la magia, pero a fin de cuentas ese contacto es buscado. La alianza con Dios, incluso egoístamente, es conveniente para el hombre.

 

 

(1). Recomendamos, en castellano: La Santo Misa explicada, por Dom P. Guéranger, Abad de Solesmes, trad. por L. Acosta. - La Misa y su Liturgia, por el R. P. Agustín Rojo del Pozo, benedictino de Silos. - Y en francés: La Sainte Messe, Notes sur sa liturgie, por Dom. E. Vandeur, O. S. B. - La Messe, étude doctrinale, por E. P. Bourceau. - Leçons sur la Messe, por Mons. Batiffol. - La Sainte Messe, sens véritable des priéres et des céremonies, por Decrouille. -La titurgie de la Messe, por Dom Jean de Puniet, O.S.B.-Le Saint Sacri f ice de la Messe, por N. Gihr, 2 vols. - Liber Sacrainentorum, IX vol., por el Card. Schuster, O.S.B., y los libros de Dom Léfébvre y de Pius Parh. - Para la explicación de la Misa del pueblo, puede ser útil nuestra Guía Litúrgica del Catequista (Buenos Aires).

 

 “La flor de la liturgia".

Por el R.P. Andrés Azcárate.

 

NOCIONES PRELIMINARES

 

1. Noción del Sacrificio. El Sacrificio, estrictamente considerado, suelen definirlo así los teólogos: Es la ofrenda que se hace a solo Dios, por medio de un ministro legítimo, de una cosa sensible, destruyéndola o transformándola en otra, para, reconocer y dar testimonio del suprema dominio de Dios sobre todas las cosas, y expresar nuestro acatamiento.

Dícese ofrenda de una cosa sensible, porque el Sacrificio pertenece al culto externo de Dios, pudiendo ser materia de él tanto una cosa animada como inanimada.

Por legítimo ministro se entiende una persona especial legítimamente delegada para ello.

Se dice a sólo Dios, porque el sacrificio es propiamente un acto de latría, que a Él solo se dirige.

Añádese destruyéndola o transformándola, porque no solamente se le debe a Dios él uso de la cosa, sino la sustancia misma de ella, de suerte que la cosa misma debe dejar de existir física o moralmente, y, por lo tanto, inutilizarse para sus usos naturales...

Con las palabras reconocer y dar testimonio del supremo dominio de Dios, etcétera, se expresa cl fin del sacrificio, que es confesar que todo viene de Dios y a Él se le debe todo, incluso la vida humana, la cual debiera ser, en realidad, la materia propia del Sacrificio; pero como de ordinario no es lícito sacrificar la vida, sustitúyese ésta por la sustancia de otra cosa de su pertenencia.

2. Antigüedad y universalidad del Sacrificio. El Sacrificio, en una o en otra forma, ha existido desde el principio del mundo y en todos los pueblos, en donde, en alguna manera, se han practicado actos de religión. La existencia del hombre, de la religión y del sacrificio, son, puede decirse, simultáneas e inseparables; ya que no puede darse un hombre que no reconozca algún ser superior a sí, y al cual no exprese, de alguna manera, su acatamiento, que es, en último término, a lo que tiende el sacrificio.

Es un hecho demostrado que todos los pueblos, civilizados y no civilizados, han practicado el sacrificio. Los hindúes, toda su religión la practican a base de sacrificios, a tal punto que sus libros sagrados, los "Vedas", definan el hombre: "el primero de los sacrificadores". Los griegos, de civilización refinada, en todo hallaban pretexto para sacrificar: en las calamidades públicas, en las enfermedades individuales, en las bodas, en los nacimientos, en las expediciones, etcétera. Los romanos todavía eran más pródigos en sacrificar, hasta el extremo de constituir, entre ellos, el comercio de las víctimas un verdadero tráfico, y de no poder sustraerse de ellos ni siquiera los hombres más cultos. De Juliano el Apóstata, por ejemplo,' se cuenta que más de una vez inmoló en el altar del sacrificio a más de cien toros, carneros, ovejas y cabritos en cantidad fabulosa, y un sinnúmero de pájaros de blanco plumaje, de mar y de tierra (1).

3. Los sacrificios bíblicos. La Biblia, desde los sacrificios de Caín y Abel, no cesa de hablar de numerosos sacrificios ofrecidos a, Dios por los Patriarcas, Profetas, Reyes y gente del pueblo. Moisés consagra todo un libro, el Levítico, para regular minuciosamente todo el ritual relativo a los sacrificios. Son celebérrimos, los sacrificios de Abel, de Noé recién salido del Arca, de Abrahán y de Melquisedech, y asimismo lo son todos los de la Ley mosaica, los principales' de los cuales clasificábanse en cruentos e incruentos.

Estos sacrificios cruentos consistían en inmolar animales. Ofrecíanse, unos en calidad de holocausto, y eran los más excelentes; otros por el pecado, con carácter expiatorio; otros por el delito, con carácter expiatorio también, pero privado; y otros, finalmente, en calidad de hostia pacífica, con carácter eucarístico e impetratorio a la vez y como fruto de algún voto personal.

Los sacrificios incruentos consistían en ofrecer, no animales, sino materias sólidas o líquidas. Ofrecíanse, ora en privado y por razones personales, ora en público y por motivos generales.

Todos estos sacrificios del Antiguo Testamento agradaron y aplacaron a Dios hasta que, en el Nuevo, apareció Jesucristo y aboliólos con su Sacrificio, sucediendo la realidad a las figuras.

4. El Sacrificio de la Misa. En la Nueva Ley sólo hay un sacrificio, del cual eran figuras todos los de la Antigua, y él sólo cumple todos los fines de aquéllos: es el Sacrificio cruento de Cristo en la Cruz e incruento en el altar; es decir, el Santo Sacrificio de la Misa. La Misa, por lo tanto, es el Sacrificio de la Nueva Ley, en el cual se ofrece Jesucristo y se inmola incruentamente por toda la Iglesia, bajo las especies del pan y del vino, por ministerio del Sacerdote, para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos a nosotros las satisfacciones y méritos de su Pasión. Representa, pues, la Misa, renueva y continúa, sin disminuirlo ni aumentarlo, el sacrificio del Calvario, cuyos frutos nos está continuamente aplicando. "Es, dice Pío XII, como el compendio y centro de la religión cristiana y el punto más alto de la Sagrada Liturgia (2).

Entre el sacrificio de la Misa y el de la Cruz, sólo hay estas diferencias: que Jesucristo_ se inmoló allí dé un modo real, visible, con derramamientos de sangre, y personalmente, mientras que aquí lo hace en forma invisible e incruenta, bajo las especies sacramentales, y por ministerio del Sacerdote; allí Jesucristo nos mereció la Redención, y aquí nos aplica sus frutos.

En la Misa Jesucristo es la Víctima y el principal oferente; el segundo oferente es la Iglesia católica, con todos los fieles no excomulgados; y su tercer oferente y el ministro propiamente dicho es el Sacerdote legítimamente ordenado.

Ofrécese la Misa, primeramente, por toda la Iglesia militante, pero secundariamente también por toda la Iglesia purgante, y para honra de los Santos de la Iglesia triunfante.

5. Los fines de la Misa. Toda la Liturgia, según dejamos dicho, y principalmente la Misa, se propone cuatro grandes fines a) dar a Dios el culto superior de adoración, para reconocer su infinita excelencia y majestad, y a este título la Misa es un sacrificio latréutico; b) agradecer a Dios todos sus inmensos beneficios, por lo que la Misa es también un sacrificio eucarístico; c) pedir a Dios todos los bienes espirituales y temporales, y a este respecto es la Misa, además, un sacrificio impetratorio; y d) satisfacer a Dios por todos los pecados y por las penas merecidas por los pecados, así propios como ajenos, de los vivos y de los difuntos, por cuya razón es la Misa, finalmente, un sacrificio propiciatorio y expiatorio.

Todos estos cuatro fines -advierte el Papa Pío XII- los cumplió Cristo Redentor durante toda su vida y de un modo especial en su muerte de Cruz, y los sigue cumpliendo ininterrumpidamente en el altar con el Sacrificio Eucarístico.

Cuando se asiste, pues, a la Misa, débense tener siempre en cuenta estos cuatro fines, entre los cuales se puede repartir toda su liturgia, pues toda ella ha sido compuesta en vista de esas grandes y generales intenciones. Por eso la Misa llena todas las necesidades y satisface todas las aspiraciones del alma y resume en sí toda la esencia de la Religión. En ella es Jesucristo mismo el que actúa: Él es el que adora a su Padre por nosotros. Él el que le agradece sus beneficios, Él el que le pide gracias, Él el que le aplaca. De ahí que sea la Misa la mejor adoración, la, mejor acción de gracias, la mejor oración impetratoria y el mejor acto de expiación. Ninguna práctica de piedad puede igualar a la Misa, y ningún acto de religión, público ni privado, puede ser más grato a Dios y útil al hombre; de ahí que deba ser ella la devoción por excelencia del cristiano.

6. Valor y frutos de la Misa. El valor de la Misa, tomado en sí mismo, considerando la Víctima ofrecida y el Oferente principal, que es Jesucristo mismo, es infinito, tanto en la extensión como en la intensidad; si bien, en cuanto a la aplicación de sus frutos, tiene siempre un valor limitado o finito.

La razón de esta limitación es, porque nosotros no .somos capaces de recibir una gracia infinita, y, además porque la Misa no es de mayor eficacia práctica que el Sacrificio de la Cruz, el cual, aunque de un valor infinito en sí mismo considerado, fue y sigue siendo, en su aplicación, limitado. Así lo dispuso Jesucristo, para que de ésta suerte se pudiese repetir frecuentemente este Sacrificio que es indispensable a la Religión, y también para guardar el orden de la Providencia, que suele distribuir las gracias sucesiva y paulatinamente, no de una vez. De ahí el poder, y aun la conveniencia, de ofrecer repetidas veces por una misma persona el Santo Sacrificio.

Los frutos de la Misa son los bienes que procura el Sacrificio, y son, con respecto al valor, lo que los efectos con respecto a la causa. Tres son los frutos que emanan de la Misa

a) el fruto general, de que participan todos los fieles no excomulgados, vivos y difuntos, y especialmente los que asisten a la Misa y toman en ella parte más activa;

b) el fruto especial, de que dispone el Sacerdote en favor de determinadas personas e intenciones, en pago de un cierto "estipendio"; y

c) el fruto especialísimo, que le corresponde al Sacerdote como cosa propia y lo enriquece infaliblemente, siempre que celebre dignamente.

Los frutos general y especialísimo se perciben sin especial aplicación, con sólo tener intención de celebrar la Misa o asistir a ella, según la mente de la Iglesia; pero, para más interesarse en la Misa e interesar más a Dios en nuestro favor, es muy conveniente proponerse cada vez algún fin determinado, en beneficio propio o del prójimo, o de la Iglesia en general.

Para poder alcanzar el fruto especial es necesaria la aplicación expresa del celebrante, ya que él, como ministro de Cristo, puede disponer libremente de ese fruto en favor de quien quisiere.

7. Aplicación de los frutos de la Misa. Los méritos infinitos e inmensos del Sacrificio Eucarístico no tienen límite y se extienden a todos los hombres de cualquier lugar y tiempo, ya, que por él se nos aplica a todos la virtud salvadora de la Cruz. Sin embargo, el rescate del mundo por Jesucristo no tuvo inmediatamente todo su efecto; éste se logrará cuando Cristo entre en la posesión real y efectiva de las almas por Él rescatadas, lo que no sucederá mientras no tomen todas contacto vital con el Sacrificio de la Cruz y les sean así trasmitidos y aplicados los méritos que de él se derivan. Tal es, precisamente, la virtud del Sacrificio de la Misa: aplicar y trasmitir a todos y cada uno los méritos salvadores de Cristo, sumergirlos en las aguas purificadoras de la Redención, que manan desde el Calvario y llegan hasta el altar y hasta cada cristiano.

"Puede decirse -continúa Pío XII- que Cristo ha construido en el Calvario una piscina de purificación y de salvación, que llenó con la sangre por Él vertida; pero, si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellos las manchas de su iniquidad, no serán ciertamente purificados y salvados" (3). Por eso es necesaria la colaboración personal de todos los hombres en el tiempo y en el espacio, la que se efectúa por medio de la Misa y de los Sacramentos, por los cuales hace la Iglesia la distribución individual del tesoro de la Redención a ella confiado por su Divino Fundador. Por eso no puede faltar en el mundo la renovación del Sacrificio Eucarístico, que actualiza e individualiza el de la Cruz.

8. El estipendio. Los fieles que desean que: el Sacerdote aplique la Misa, o mejor dicho el fruto especial de la Misa a su intención particular, dánle en pago una limosna o "estipendio", cuyo monto varía según las diócesis episcopales y sus correspondientes tasas o aranceles. Es ésta una práctica católica fundada en la razón y en la tradición y aprobada por la Iglesia.

Es justo y racional que quien sirve al altar viva del altar, y que quien a él está totalmente consagrado, perciba de él lo necesario para su honesto sostenimiento. Lo mismo que el sacerdote de la antigua Alianza recibía para su mesa una ración de carne de la víctima inmolada, así es justo que los fieles, que tienen para su servicio espiritual al Sacerdote y desean que éste les ceda el fruto especial de la Misa, contribuyan con algo para su mantenimiento. Este algo, tratándose de la Misa, es el "estipendio", y con respecto a algunos ministerios sacerdotales, son los llamados honorarios o, mejor, "derechos de estola".

El "estipendio" ha sucedido a la vieja y hermosa costumbre de los fieles de ofrecer pan y vino para el 'Sacrificio; pan y vino que, en los primeros tiempos, no se destinaba a sola la Consagración y Comunión, sino también a constituir un depósito o fondo sagrado para la sustentación del clero y de los pobres. Al pan y al vino fueron agregando los fieles, en el andar de los siglos, el aceite, la leche, la miel, los frutos de la tierra, etcétera, y por fin, el dinero, depositado ora en el gazofilacio, ora en el mismo altar o en las propias manos de los sacerdotes. Mas cuando el uso de estas oblaciones voluntarias y de los diezmos y primicias fue decayendo, la Iglesia hubo de proveer a las necesidades más apremiantes de sus ministros, creando, muy a pesar suyo, los derechos parroquiales e introduciendo, hacia el siglo VIII, el "estipendio"' de la Misa, en la misma forma casi que ahora se practica.

9. Las intenciones. Los fieles, al encargar una Misa y dar por ella el correspondiente "estipendio", señálanle al Sacerdote una intención, la cual tiene él en cuenta al celebrar. Esta intención puede ser una o varias, según la voluntad del donante.

Al encargar una Misa, conviene sepan los fieles que puede ofrecerse el Santo Sacrificio por los vivos. y por los difuntos. De los vivos a 'nadie excluye el Derecho Canónico (4), ni siquiera a los infieles y acatólicos; si bien por los excomulgados sólo permite aplicar la Misa en forma privada, es decir, sin público anuncio y sin nombrar para nada al interesado, y precaviendo el escándalo.

También pueden celebrarse misas por los privados de sepultura eclesiástica, como son, entre otros, los suicidas y los duelistas; pero no la Misa exequial ni la de aniversario ni otro cualquier funeral (5).

Tratándose de los Santos y Bienaventurados, la Misa se aplica, no "por ellos", ya que ellos nada necesitan, sino "en su honor", para dar a Dios gracias por sus victorias y para interponer su intercesión.

Hay no pocas ni pequeñas ventajas en hacer celebrar misas por uno mismo, o por otros, durante la vida, sin esperar a que se le apliquen después de la muerte. Así lo enseña el Breve "Sodalitatem" del 31 de mayo de 1921, del Papa Benedicto XV, que dice: "Los frutos de la Misa son de mayor eficacia durante la vida que después de la muerte, porque la aplicación hecha en vida a los fieles bien intencionados y bien dispuestos, es más directa, más cierta y más abundante. En consecuencia: la Misa, además de la virtud de asegurarnos la gracia de la perseverancia final, tiene la de ofrecernos, ya en vida, el medio eficaz de aplacar la justicia de Dios y de cancelar enteramente, o a lo menos de abreviar notablemente, la expiación de las penas del Purgatorio. Gran número de fieles ignora, con perjuicio de sus intereses espirituales, que el Sacrificio de la Misa les sería de mayor provecho, si en vida lo hiciesen ofrecer por sí, en lugar de dejar a sus herederos el cuidado de hacerlo celebrar, después de la muerte, para alivio de sus almas."

Las misas aplicadas a un alma después de la muerte ya no contribuyen, como antes, a ayudarle a la salvación; ni le acarrean la plenitud de los frutos: adoración de Dios, acción de gracias e impetración, y sí sólo la expiación o sufragio; ni le aumentan los méritos para la vida eterna y la ayuda actual para ésta; ni implican sacrificio o desprendimiento, puesto que se pagan con dinero que ya no es propio, sino de los herederos.

10. Los nombres de la Misa. El -nombre clásico del Santo Sacrificio es "Misa", palabra latina que viene a significar "envío", licencia para retirarse, "despedida". Proviene de que primeramente, durante su celebración, hacía el diácono dos solemnes despedidas: una a los Catecúmenos y penitentes, después del Evangelio, y otra a todos los Fieles, al fin del Sacrificio. En ambos casos decíales el diácono: Ite, dimissio est, "idos, que ha llegado la despedida"; frase que se transformó en el actual "Ite, Missa est".

San Gregorio Magno y Santo Tomás dánle otra interpretación mística. Según ellos, la Misa llevaría ese nombre por efectuarse en ella una como transmisión de votos y de súplicas del pueblo a Dios, por mediación del Sacerdote; o también, porque en ella se remite o envía a Dios una víctima, que es Jesucristo.

En el transcurso de los siglos la Misa ha sido designada con los nombres siguientes: Los griegos llamábanla "Sagrada Liturgia" o simplemente "Liturgia", o sea, función o ministerio público; "Synáxis" o reunión de personas de unas mismas creencias y sentimientos, para participar de un mismo banquete espiritual; "Anáfora" o sacrificio que eleva hasta Dios los `corazones del sacerdote y de los asistentes, etcétera.

Los latinos usaban las expresiones de "Colecta" o asamblea solemne y fraternal; "Acción" y "Agenda", para significar que era la Acción por excelencia de la Religión; "Oblación" o acto por el cual Jesucristo, el Cordero inmaculado, se ofrece y se inmola a. Dios en el altar; "Comunión", para significar la íntima unión del alma con Jesucristo mediante la recepción de su Cuerpo santísimo; "Fracción del pan" o elaboración y reparto del manjar eucarístico, etcétera.

11. Diversas clases de Misas. La Misa es, y siempre ha sido, esencialmente una. Ninguna diferencia esencial hay entre la Misa dicha por el Papa y, por el último sacerdote católico; por un sacerdote santo, y por un apóstata; en la basílica Vaticana con pomposas ceremonias, o en la ermita más solitaria de las montañas; en el siglo 1 del cristianismo, o en el siglo XX. Todas tienen el mismo valor, y siempre es el mismo Jesucristo el que celebra, se inmola y se ofrece a los fieles. La diversidad de misas proviene de la mayor o menor solemnidad con-que se celebran, del ministro que oficia y de otras circunstancias.

Por razón de la solemnidad del rito, la Misa se clasifica en solemne, simplemente cantada, y rezada; o bien en pública y privada.

La solemne pide ministros, canto e incienso; la simplemente cantada, sólo requiere uno o dos monaguillos, y cantos; y la rezada, un ayudante, como mínimum.

Si el que oficia en la Misa solemne es un abad, la Misa se llama "abacial"; si un obispo o un prelado, la Misa se llamada "pontifical"; y si el Papa, "papal". La nota distintiva más principal de esta última es que en ella hay dos diáconos y dos subdiáconos de oficio, representando el rito griego y latino y cantando la Epístola y el Evangelio en ambos idiomas.

De ordinario, la Misa diaria corresponde al Santo o Misterio que se celebra en el día, y cuando no. la Misa toma el nombre de votiva. Hay misas votivas que tienen por fin honrar un Santo, o Misterio, o una Advocación; otras, pedir, gracias especiales, alejar calamidades públicas, etcétera; otras, finalmente, aliviar a las almas del Purgatorio. Las misas votivas en honor de la Santísima -Virgen suelen llamarse, a veces, misas de., Beata; las que se dicen por necesidades públicas, misas de rogativas; las de las bodas, misas nupciales o de esponsales; las por los muertos, misas de difuntos o de réquiem. La característica de todas estas misas es que se suprime el "Gloria" y el "Credo". El color de los ornamentos es el correspondiente al Santo o Misterio que se honra, o el que demanda el carácter peculiar de la misa que se celebra.

Otra división clásica de la Misa es en conventual y parroquial. La conventual es la que se celebra todos los días, conforme al Oficio del Breviario, en las iglesias catedrales, colegiatas, monasterios y conventos de Regulares, con asistencia de los canónigos, del clero o de los religiosos adscritos a dichas iglesias. Tratándose de catedrales y colegiatas, la misa conventual recibe también el nombre de capitular, por llamarse a la reunión de los canónigos cabildo o capítulo. La misa parroquial es la que están obligados a aplicar por su grey, los días de precepto y las fiestas suprimidas, todos los qué tienen cura de almas: obispos, párrocos, administradores, vicarios. Llámase también misa pro pópulo, y es a la que con preferencia deben asistirlos feligreses.

12. Su número. Son innumerables las Misas que cada día se celebran en el mundo, hasta el punto de que no hay instante del día ni de la noche en que no se esté diciendo alguna. Cada sacerdote no impedido celebra una todos los días. Donde el clero escasea, los domingos y fiestas muchos sacerdotes, con la competente autorización, dicen dos y aun tres misas, para facilitar el cumplimiento del precepto.

Antiguamente sólo había misa los domingos. En seguida se añadió los miércoles, los viernes y los sábados; y finalmente todos los días. Actualmente las hay todos los días .del año, a, excepción del Viernes Santo, que la substituye la ceremonia llamada "Misa de presantificados". Hubo tiempo en que fue permitido celebrar varias veces al día; y se sabe del Papa León II, en el siglo VIII, que celebraba hasta siete y ocho misas diarias. Solamente la escasez de sacerdotes y la extraordinaria devoción de algún particular podían justificar entonces esta práctica. Ahora tan sólo el día de Difuntos y el de Navidad pueden celebrar tres misas todos los sacerdotes, sin especial licencia.

En Europa y África se dice Misa desde las 12 de la noche del reloj de Buenos Aires, hasta las 6 de la mañana.

En América, desde las 5 de la mañana del reloj de Buenos Aires hasta las 2 de la tarde.

En Oceanía, desde las 11 de la mañana del reloj de Buenos Aires, hasta las 9 de la noche. En Asia, desde las 6 de la tarde del reloj de Buenos Aires, hasta las 3 de la madrugada. Desde el Oriente hasta el Occidente mi nombre es grande entre las naciones y en todo lugar se sacrifica y ofrece en mi nombre una oblación pura. (Malach., I, 11.)

13. La participación de los fieles en la Santa Misa. Es un deber y a la vez una dignidad -dice el Papa Pío XII- la participación del fiel cristiano en la Santa Misa. Esta participación no debe ser pasiva y negligente, sino activa y atenta. Aún sin ser los fieles, sacerdotes -pues de ninguna manera lo son-, ellos también ofrecen la Hostia divina de dos modos: primero, uniéndose íntimamente con el sacerdote en ese Sacrificio común, por medio de las ofrendas, por el rezo de las oraciones oficiales, por el cumplimiento de los ritos y por la Comunión sacramental; y segundo, inmolándose a sí mismos como víctimas. A ello nos conduce toda la Liturgia de la Misa y a ello tiende la participación activa en la celebración de la misma.

14. Tres medios principales de participación. El Papa Pío XII señala tres medios principales, que podríamos llamar clásicos, de participación activa en el Sacrificio de la Misa: 19, el uso del Misal, con el cual los fieles siguen al celebrante rezando sus mismas oraciones y abundando en los mismos sentimientos; 2°, el canto de la Misa solemne, "la cual goza de una particular dignidad por la majestad de sus ritos y el aparato de sus ceremonias, y reviste el máximum de esplendor cuando asiste a ella, como la Iglesia lo desea, un pueblo numeroso y devoto"; y 3°, la práctica legítima de la "Misa dialogada", sea en su forma normal respondiendo todos ordenadamente a las palabras del celebrante, sea combinando ambas cosas, rezo y canto.

Todos estos modos de participar activamente en la Misa son dignos de loa y de recomendación, cuando se acomodan estrictamente a las prescripciones de la Iglesia y a las normas de los sagrados ritos y se encaminan a unir y no a separar a los fieles con Cristo y su ministro visible, que es el sacerdote. Cualquiera de estas formas de participación en la Misa, en unión con el celebrante, es eficaz para fomentar la solidaridad cristiana en el pueblo; pero, como muy bien advierte el Papa, ninguna de ellas puede reemplazar a la Misa cantada, que es en la que el Sacrificio del altar campea con toda su majestad. Es, por lo tanto, deber de todos restablecer la Misa dominical cantada por el pueblo, sobre todo la .Misa parroquial, que es la de la familia, de la feligresía.

15. Otros medios legítimos de participación. Más como quiera que esos tres medios clásicos de participación señalados por el documento pontificio no son siempre ni para todos posibles ni ventajosos, se puede recurrir legítimamente a otras maneras más sencillas, por ejemplo: al rezo del Santo Rosario, a la meditación de los divinos Misterios, o al uso de otras oraciones. Todo esto -dice el Pontífice-, aunque diferente de los sagrados ritos en la forma, concuerda sin embargo con ello por su misma naturaleza.

Es un .error, tratándose de la participación de los fieles en la Liturgia, hacer tanto caso de las circunstancias externas de la misma que se crea que si ellas se descuidan la acción sagrada no puede alcanzar su propio fin. En realidad, lo que importa sobre todo es que los asistentes a la Misa se unan del modo más íntimo posible con el Divino Redentor, que crezca cada día en ellos su grado de santidad y se aumente la gloria del Padre Celestial.

16. La Misa "entera". El precepto eclesiástico de "oír Misa entera los domingos y días de obligación", se cumple hoy estando presente a ella, por lo menos desde el Introito hasta el último Evangelio; si bien nos parece a nosotros que también deben incluírse, aunque no pertenezcan a la integridad de la Misa ni obliguen en rigor, las oraciones finales, añadidas a ella por voluntad expresa de la Iglesia. El que no puede asistir a toda la Misa "entera", está obligado, si puede, a asistir por lo menos a la parte esencial e integral, es decir, a la Consagración y a la Comunión, por lo menos del celebrante; mas el que no puede asistir a esto, está dispensado del precepto, aunque pudiera asistir a las otras partes accidentales.

Omitir voluntariamente alguna parte de la Misa, en los días de precepto, es pecado, grave o leve, según sea más o menos notable lo que se omite.

No satisface al precepto el que no llega hasta pasado el Ofertorio; o el que llega al empezar el Evangelio, y sale en seguida de la Comunión; o el que omite la Consagración y la Comunión, aunque asista a todo lo demás; ni tampoco el que simultáneamente oye la primera mitad de una Misa y la segunda de otra.

En cambio, satisface al precepto quien completa la Misa con las partes de dos Misas sucesivas, siempre que en una de ellas no se separe la Consagración de la Comunión.

El que llega hecha ya la Consagración, debe asistir a lo que sigue, por cuanto está obligado, pudiendo, a asistir a una parte notable del culto público cual es ése.

17. Dos "medias" Misas. En rigor, de verdad: ¿pueden dos "medias" misas hacer "una" Misa "entera'? Ciertamente no, porque la Misa no es una cosa material, resultante de la yuxtaposición de varias partes, sino un acto espiritual, una unidad mística moralmente indivisible. Aunque, es cierto, que la Misa se compone de actos sucesivos, no constituye su esencia la sucesión de esos actos, sino la oblación de Cristo que los acopla, los vivifica y los unifica y hace de ellos un solo Sacrificio, cuyas dos partes principales son la Consagración y la Comunión., Ambas son necesarias para la integridad del Sacrificio, y ninguna de las dos es la Misa propiamente dicha. Por eso, dividir la Misa es destruirla, y no basta juntar de nuevo los fragmentos para reconstruirla en su integridad:

Desde el punto de vista del Sacrificio, el principio de una Misa trunca, es cero, y lo mismo el final: y cero más cero es cero, y no una unidad. Dos "medias" misas no forman, pues, una Misa "entera"; luego el que las oye, no oye ni la una ni la otra,: no oye propiamente Misa; aunque la Iglesia, que obliga al cristiano a honrar a Dios, los domingos y fiestas, por lo menos con una parte notable del culto público, considere cumplido su precepto con dos "medias" misas, en la forma antedicha.

Dos ejemplos aclararán y probarán esta doctrina: Una unidad puramente material, que resulta de la unión de partes homogéneas, puede dividirse, y luego reconstruírse un kilómetro puede dividirse en metros; un decálitro en litros; un montón de tierra en montoncitos, etc. Una unidad orgánica, formada por partes heterogéneas, no puede dividirse sin destruírse : un árbol dividido en dos, ya no es árbol; un hombre decapitado, ya no es hombre; porque ni el árbol ni el hombre son un simple compuesto de moléculas, sino organismos vivos, cuya división produce su muerte. Una unidad espiritual tampoco puede dividirse sin destruirse: dos medias verdades no constituyen una verdad, sino dos errores; dos medios dogmas, dos herejías; dos medias virtudes no equivalen a una virtud.

Todo esto, aunque sólo sean comparaciones, prueba que las cosas espirituales no se rigen por la aritmética ni por la geometría, y que el Sacrificio y los Sacramentos no se miden con regla ni con metro. Dos mitades, pues, no siempre constituyen un entero. Luego no es extraño que dos medias misas no formen una Misa entera.

NOTAS

 

(1) P. Allard: Julien L Ápostat, t. II, p. 54. (2) Enc. "Mediator Dei", 2ª parte, I.(3) Enc. "Mediator Dei", 3ª parte, 1. (4) Canon 809.

(5) Canon 1241.(6) Id., íd., II.