+ Ad Maiorem Dei Gloriam +

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De la Sagrada Comunión y del Santo Sacrificio de la Misa.

“Una recopilación y adaptación, a partir de los textos de San Alonso Rodríguez de la Compañía de Jesús.”

Elaborada por Javier Luis Candelario Diéguez.

  

 

 

Punto 1º. Beneficio inestimable y gran amor que nos ha mostrado el Señor al instituir este Sacramento.

Punto 2º.  Excelencias maravillosas que por la fe se nos ha revelado y creemos acerca de este Sacramento.

Punto 3º. Preparación que exige la grandeza y dignidad de este Sacramento.

Punto 4º. Limpieza de alma a la hora de acercanos a este Sacramento; no solo en cuanto a pecados mortales sino también veniales y toda imperfección.

Punto 5º. Otras consideraciones a la hora de recibir la Sagrada Comunión.

Punto 6º. ¿Qué hacer después de haber comulgado?

Punto 7º. Acción de gracias.

Punto 8º.   Frutos que hemos de sacar de la Comunión.

Punto 9º. La Comunión frecuente remedio de todos los males, particularmente del pecado de impureza.

Punto 10º. Efectos de la Comunión diaria.

Punto 11º. El Santo Sacrificio de la Misa.

Punto 11º. Maneras de participar en la Misa.

Punto 12º. Ejemplos de la devoción y asistencia diaria a la Santa Misa.

 

Beneficio inestimable y gran amor que nos ha mostrado el Señor al instituir este Sacramento.

 

“Anunciad a las gentes sus invenciones.” (Isaías 12. 4)

 

Entre todas las obras de Dios, - que ciertamente son muchas- dos de ellas sobresalen por pasmar y atajar los juicios de los hombres: La Encarnación  y la Institución del Santísimo Sacramento del Altar,   frente a las que no podemos mas que quedar confundidos y admirados, pues como en ninguna se ha mostrado el tan comunicador y derramador de Si mismo.

En la obra de la Encarnación, el Verbo del Padre, asumió nuestra naturaleza humana y su unión  fue tal, que quedó en una persona Dios y Hombre. Nudo ciego a toda la razón del mundo, y solo a El claro, a todos tiniebla y oscuridad, y a El solo luz y claridad: nudo indisoluble que lo que una vez juntó, nunca jamás desatará ni desató. Bien dice San Dionisio* ( De div. Nom., c. 4.) que el amor es virtud unitiva, que transforma al amante en el amado y hace de los dos uno. Pues lo que jamás pudo hacer amor alguno que hubiese sobre la faz de la tierra, eso hizo el amor de Dios por el hombre. Jamás se vió debajo de los cielos que el amor hiciese verdaderamente uno al que amaba y al amado, mas arriba en los cielo bien se ve; la misma naturaleza del Padre es la del Hijo, y son uno, pero debajo de los cielos jamás tal unión se hizo. Fue tan grande el amor que Dios tuvo al hombre, que se juntó y unió con el hombre, de tal suerte que de Dios y del hombre quedó solo una persona; y tan una que el hombre es verdadero Dios, y Dios es verdadero hombre: y todo lo que es propio de Dios, con verdad y con propiedad se dice del hombre. Y por el contrario lo que es propio del hombre, se dice también de Dios. De manera que el que veían los hombres era Dios; el que veían hablar con instrumento de boca corporal, era Dios; el que veían comer,  andar y afanarse, era Dios. Tenía operaciones humanas y realmente naturaleza humana, y el que las hacía era Dios. “Quién jamás vio y oyó tal cosa?” (66. 8)  –comenta el profeta Isaías- ¡Dios niño, Dios envuelto en pañales, Dios llorar, Dios tener flaqueza, cansarse y sufrir dolores y tormentos! David, el profeta real cantó: “Señor que pusiste vuestro asiento tan alto, que no llegaría a Vos azote ni trabajo” (Salmo 90. 10); pero ahora, Señor, vemos que han llegado a Vos los azotes, los clavos, las espinas, para terminar poniéndoos una cruz; cosa tan ajena de Dios, concluye Isaías (28, 1), cosa peregrina, obra que pasma y ataja los juicios de los hombres y de los ángeles.

En obra de la Institución del Santísimo Sacramento –invención propia de su infinito amor-  En la primera cubre su ser divino, con una cortina de carne para que le pudiésemos ver; ahora en esta no solo cubre lo divino, sino también lo humano, con la cortina de los accidentes del pan y del vino, para que le podamos comer. En la primera entrañó Dios al hombre, uniendo la naturaleza humana con el Verbo Divino; entróle en las entrañas de Dios,  en esta segunda quiere que nosotros le entrañemos a El en las nuestras. Antes estaba el hombre unido con Dios, ahora quiere Dios y Hombre unirse con nosotros. En la primera, la comunicación y la unión fue con una sola naturaleza singular, que es la sacratísima humanidad de Cristo Ntro. Sr., que personalmente esta unido con el verbo Divino, en esta segunda unense una cosa con el, ya no por union hipostática y personal, que no convenía por la unión mas íntima, sino por la unión mas intima y estrecha que se puede imaginar fuera de aquella. Esta es: “El que come mi carne y bebe mi sangre, está en Mi y Yo en el.” (Jn 6. 57) A lo que Santo Tomás de Aquino califica de obra maravillosa;* “No solo es la mayor de las maravillas, sino es una cifra y recopilación de todas ellas.”* –concluye diciendo.(Salmo 110.4)(Sern. Festi Corporis Christi)

Del rey Asuero,  cuenta la Sagrada Escritura en el libro de Ester, (1.4) que hizo un gran y solemne convite, que duró ciento ochenta días, para mostrar sus riquezas y la gloria de su poder. Cristo Ntro. Redentor en cambio quiso hacer un convite real, en el  cual mostrarnos la grandeza y riqueza  de sus tesoros, junto al poder y majestad de su gloria, porque el manjar que se nos da en este convite es el mismo Dios. Y no dura este convite ciento ochenta días como el del rey Asuero, sino ya casi 2000 años, y durará hasta el fin del mundo, y aunque comemos de el, nunca se agota. En el desierto los israelitas admirados se preguntaban frente al maná ¿Qué es esto?* (Éxodo 16.15). Luego al pasar de los siglos se dirán frente a la nueva maravilla “¿ Es posible que comamos su carne?* (Jn. 6.53). Con razón anuncia  el Salmo:“Venid y ved las obras del Señor, los prodigios que ha hecho sobre la tierra.” (45.9) Asombra la cautela y la sabiduría de los consejos que Dios tomó para la salud de los hombres.

Ya en su Evangelio, el glorioso apóstol san Juan,  tratando de la institución del Santísimo Sacramento nos habla: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” Lo que significa que nos hizo mayores beneficios y nos dejó mayor prenda de amor, en la que hemos de contar el Santísimo Sacramento en el que se quedó y permanece  real y sustancialmente con toda su majestad, declarándonos bien el amor que nos tiene, porque la condición del amor verdadero es tener siempre presente al que ama, y buscar y gozar siempre de su compañía. Así al tener que partir de este mundo al Padre, quiso en tal manera hacerlo que marchándose permaneciera con nosotros, y al irse también se quedara. Así repetía su anterior acción; cuando salió del cielo sin dejar el cielo, así ahora marcha de la tierra sin dejar la tierra, así también salió del Padre sin dejarle,  así ahora sale de sus hijos sin dejarlos,  al contrario permaneciendo en ellos. (Cfr. Jn. 16.17)Mas también es condición del amor, desear vivir en la memoria del amado, y querer que siempre se acuerde de el, para lo cual usan de darse los que se aman, cuando se separan, cosas que aviven y conserven la memoria del uno en el otro. Cristo por su parte para que no nos olvidemos de él, nos dejó por memorial este Sacramento, en el que se queda y da el mismo en persona, no deseando que entre El y nosotros halla otra prenda que el mismo en persona. Prueba de ello son sus palabras: “Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío.»*  (Lc 22, 19 y 1 Corintios 11. 24)

Hablaba Moisés al pueblo: ¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos? * (Deuteronomio 4.7) Y Salomón por su parte, habiendo edificado  el templo se espantaba y decía: “¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido!” * (1 Reyes. 8.27) Con cuanta mayor razón nosotros podemos decir esto, en cuanto ya no poseemos la sombra o la figura sino, sino al mismo Dios como compañía. Confirmado por la palabra infalible del Señor: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»* (Mateo 28.20) Gran consuelo lo constituye el que Cristo Ntro. Sr. y Redentor halla querido quedarse en nuestra compañía para consuelo y alivio de nuestra vida, mientras dure la peregrinación por esta tierra. Si acá la compañía de un amigo nos reporta gran consuelo  en los trabajos y aflicciones, ¿qué será tener en nuestra compañía al mismo Jesucristo, y ver que Dios entre por nuestras puertas, y se pasee por nuestros barrios y calles, y se deje llevar, y le tengamos por asiento en nuestros templos, pudiéndole visitar muchas veces; a todas horas del día y de la noche, tratando allí con El de nuestros negocios cara a cara, dándole cuenta de nuestros quehaceres, y comunicándole nuestras tentaciones, al tiempo de pedir remedio para ellas y favor para todas nuestras necesidades, confiando en quien nos amó tanto , que quiso estar tan cerca de nosotros, no estará lejos para remediarnos? “Estableceré mi morada en medio de vosotros y no os rechazaré. Me pasearé en medio de vosotros, y seré para vosotros vuestro Dios, vosotros seréis para mí un pueblo.”* (Levítico 26. 11-12) ¿Qué corazón puede haber que no se enternezca e inflame viendo a Dios tan casero y familiar?

Pero no se contentó el Señor con que le tuviéramos en nuestros templos y casas, sino que también quiso le tuviéramos dentro de nosotros mismos; quiso entrañarse en nuestro corazón, quiso que tú  y yo mismo fuésemos el templo y el cáliz, la custodia y relicario donde estuviese y depositase este Santísimo Sacramento. Cosa anunciada ya desde antiguo al  decir la  Esposa  en el Cantar de los Cantares: “Yo le daré morada entre mis pechos.”* (1. 12) Ciertamente, no nos lo dan a besar aquí como a los pastores y reyes, sino para recibirle en nuestras entrañas. ¡Es amor  inefable! ¡Dulzura y largueza nunca vista! ¡que reciba yo en mi pecho, muy dentro de mi alma, al mismo Dios en persona!! Al mismo que concibió y trajo al mundo la Bienaventurada Virgen María, Reina de los Ángeles! Si, al entrar  la Virgen Santísima, que llevaba en su seno al Salvador,  en casa de  su prima  santa Isabel, Madre de san Juan Bautista, esta exclamó: “de donde a mi que me visite la Madre de mi Señor? *(Lc. 1. 43) ¿Qué diré yo que viendo que no por las puertas de mi casa material sino de mi cuerpo y de mi alma, entra el Señor, Hijo del Dios vivo? Con cuanta razón diré: ¿de dónde a mi? ¿A mí que durante tanto tiempo he sido morada del demonio? ¿A mí que tantas veces os he ofendido? ¿A mí, tan desconocido e ingrato? ¿De donde a mí, sino de la grandeza de vuestra misericordia, de ser Vos quien sois bondad infinita?

Con razón añaden y ponderan los santos que si el Señor,  concediera este beneficio solo a los inocentes y limpios, aun continuaría siendo dadiva inestimable. ¿Qué diremos si por comunicar a estos sus gracias se dejo tratar y pasar por las manos de malos ministros, así como permitió ser crucificado en manos de aquellos perversos verdugos por nuestro amor, así permite ahora ser tratado por malos y perversos sacerdotes y entrar en las bocas y cuerpos sucios, de hediondos pecadores por visitar y consolar a sus amigos? A todo esto se expone el Señor, y es otra vez vendido,  escarnecido, crucificado y puesto entre ladrones, cumpliéndose  así lo que dice  apóstol San Pablo: “Los que pecan vuelven a crucificar a Cristo.”*  (Hebreos. 6.6) Miremos si tenemos bien que agradecerle y servirle. Canta la Iglesia y asombrase de que no tuviese horror, este buen Señor,  de entrar en el vientre de una doncella, al comparar la pureza de aquella y la indignidad nuestra. Veremos así cuanta mayor razón tenemos para no espantarnos que tenga horror de entrar en el pecho de un pecador.

 

Excelencias maravillosas que por la  fe se nos han revelado  y creemos acerca de este Sacramento.

 

Muchas cosas extraordinarias nos enseña la fe católica acerca del milagro que obran las palabras de la consagración.

La primera que hemos de creer es que; acabando de pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración sobre la hostia esta allí el verdadero Cuerpo de Cristo Ntro. Redentor; el mismo que nació de la Virgen María, el mismo que murió en la Cruz y resucitó, el mismo que ahora esta sentado a la derecha de Dios Padre en los cielos. De igual modo, acabado de pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración sobre el cáliz está allí su verdadera y preciosa Sangre. Y diciéndose a una misma hora cien mil Misas, en toda la Iglesia, siempre de igual modo Dios obra esta maravillosa conversión, estando en todas ellas real y verdaderamente presente el Cuerpo y la Sangre del Señor. En unas le están consagrando, en otras consumiendo, pero aquí y allá es uno y siempre el mismo Jesucristo. La segunda cosa que hemos de creer es que después de las palabras de la consagración no quedan allí ni pan ni vino, aunque a nuestros ojos, tacto, gusto y olfato parezcan que si, pero la fe claramente nos dice que no.

Dijo el Patriarca Isaac a su hijo Jacob, cuando para alcanzar la bendición y el mayorazgo este se cubrió con una piel de cabrito, y así parecerse a su hermano Esaú: «La voz es la de Jacob, pero las manos son las manos de Esaú.»*(Génesis 27. 22) Algo parecido ocurre durante la consagración en la Santa Misa. Lo que palpamos y tocamos con nuestros sentidos parece pan, parece vino, pero la voz que es la fe (Romanos 10.8) otra cosa nos dice. Ella suple la falta de los sentidos. También en el mana, sombra y figura de este sacramento, ocurrió esto: sabia a perdiz y no era perdiz, sabia a trucha y no era trucha; así de similar manera este divino maná sabe a pan y no es pan, sabe a vino y no es vino.

En ninguno de los restantes sacramentos instituidos por Cristo ntro. Sr. se cambia o se muda la materia en otra. El agua del Bautismo permanece siendo agua, el óleo del sacramento de la confirmación o de la extremaunción continua siendo óleo, pero en este Santísimo Sacramento del Altar todo cambia y queda trocado, de manera que lo que parece pan no lo es, ni lo que parece vino, alcanza a serlo. La sustancia del pan se muda en el Cuerpo de Cristo y la sustancia del vino en su preciosísima Sangre. Acerca de lo cual dice muy bien San Ambrosio: “Quien pudo hacerlo todo de la nada, creando los cielos y la tierra, mucho mas podrá hacer una cosa de otra.”* (De sacramentis, lib.4 c.4)

En construcción.

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