Españoles en Chartres

Crónica de la peregrinación Paris-Chartres 2010

 

Para ver fotografías de la peregrinación, pinche en este enlace: http://www.flickr.com/photos/13486217@N05/sets/72157624016839813/

 

La peregrinación París-Chartres -en cualquiera de sus dos direcciones- ha traspasado su carácter de acontecimiento de referencia entre quienes han preferido permanecer bebiendo de las fuentes de la Iglesia en sus formas seculares, para convertirse en un importantísimo acontecimiento de la Iglesia de Francia. Prueba de ello ha sido la presencia en la misma del Cardenal de París, Mons. Vingt-Trois, el domingo de Pentecostés.

El 22 de mayo, entre los miles de peregrinos llegados de toda Europa y América, un pequeño grupo de españoles - cada uno con una idea diferente acerca de la famosa peregrinación -, se acogía al manto de la explanada de Nuestra Señora de París en la vigésimo octava edición del evento.

Tras la víspera en que los españoles tuvieron la suerte de gozar de la extraordinaria hospitalidad tradicionalista francesa entre retratos vandeanos y estanterías honradas con las letras de Reynald Sécher o del Abate Barruel, hay que levantarse con el sol.

Al llegar al punto de partida sus somnolientas miradas recorren pausadamente la abigarrada multitud, compuesta en su mayor parte de jóvenes, que llenaban el aire de la mañana con un agradable concierto de notas estridentes y alegres.

Todo estaba preparado.

El Capítulo de los Mártires de Septiembre, con el que los españoles caminarían durante toda la peregrinación, les acoge con efusivos y simpáticos saludos haciéndoles entrega del libro de la peregrinación, que los hispanos guardarán con cariño, a pesar de una cierta inicial francofobia por parte de alguno de ellos. Un miembro del Capítulo Español del año anterior, que no puede caminar este año, acude al lugar y les abraza emotivamente, mitigando la decepción de no poder caminar junto a ellos con la alegría del reencuentro.

Comienza la procesión de entrada a Notre Dame de Paris para la bendición inicial con los estandartes en alto, el de la bandera española entre ellos.

Ante los miles de peregrinos que superan con exceso la capacidad de Nuestra Señora de París, el enviado del Cardenal, junto con el cabildo de la Catedral, saludan a los asistentes. Se dibuja la sonrisa en los labios de los cuatro peregrinos cuando oyen el mensaje de acogida pronunciado en su lengua materna.

Finalizada la bendición, parte en procesión desde el Altar la pequeña imagen de Nuestra Señora, escoltada por las miradas reverenciales de la muchedumbre, que la siguen en silencio. Un grupo de scouts la llevará en andas durante toda la peregrinación hasta su destino.

Con calma, pero con diligencia los peregrinos se desperezan y comienzan a agruparse en sus respectivos Capítulos para comenzar la primera etapa. Vemos a nuestros amigos españoles desentumeciendo su esquemático francés durante la larga salida de París, y preguntando a sus compañeros de capítulo por todo aquello que no comprenden. Niños y adultos caminan a la par dentro del mismo.

A lo largo del día el pequeño grupo ibérico comprueba cómo numerosos seminaristas hispanos ensotanados de la Fraternidad San Pedro de Wigratzbad se acercan a saludarles muy efusivamente al ver ondear la bandera española con el Sagrado Corazón, pues la presencia de allende los Pirineos es muy apreciada en el país vecino y celebrada especialmente por ellos.

Aquí vemos a uno de los españoles que entretiene las horas de salida de París hablando de todo un poco con un navarro de 5º curso en el seminario tradicionalista: de cánones y prohibiciones, de semipelagianismo, de las noticias de España que no traspasan los muros del colegio alemán ...

Otro se ha hecho con la bandera española y la portará orgulloso durante toda la etapa, y más allá los otros dos intercambian mutuamente impresiones aisladas.

La organización de la marcha es muy eficaz, con transporte y avituallamientos de comida y bebida muy frecuentes, aunque este año la Orden de Malta, encargada de la asistencia médica, solamente atiende urgencias graves, para evitar el colapso en sus mermados servicios por profusión de casos menores, ya que este año el terremoto de Haití, Chile y otras misiones han obligado a un esfuerzo extra a la organización hospitalaria.

A media mañana se llega al claro de bosque donde tendrá lugar la primera Misa de campaña. Los padres se colocan las estolas y se aprestan a confesar, sufriendo resignadamente la dictadura del astro rey sobre sus cabezas. La Santa Misa, oficiada sobre un altar de campaña protegido con una carpa, con las banderas de la Francia Cristianísima flanqueando el lugar, es acompañada de bellísimos cánticos que mueven a piedad.

Los capítulos almuerzan rápidamente antes o después de la Misa, según su hora de llegada al lugar, procurando respetar el ayuno preceptivo, con la bendición de la mesa cantada por el Choir Montjoie, mientras una buena botella de Rioja llevada como regalo al Capítulo es celebrada con sinceros acentos de admiración, mientras su contenido se vacía aceleradamente de mano en mano.

Un poco a la derecha de los españoles, una formación de scouts con guantes blancos se mantiene en posición de firmes durante toda la Misa aguantando disciplinadamente sus estandartes enhiestos, sólo rendidos en el momento de la Consagración. Tras las advertencias sobre las condiciones necesarias para poder recibir la Santa Comunión (estar bautizado católico, no estar en pecado mortal y no haber comido durante una hora antes), los padres, asistidos por los scouts, se reparten entre las largas filas de centenares de fieles arrodillados para repartir la Santa Comunión.

Es paradójico -piensa uno de los españoles- cómo este rito al que se objeta su falta de comunicación con los fieles por la utilización del simbolismo y el lenguaje sacros no parece hallar obstáculo para transmitir el Misterio, sino más bien todo lo contrario. De hecho, el recurso a lo gestual y simbólico facilita enormemente la comunicación en una Misa multitudinaria de campaña como ésta.

A pesar de la paz que se respira, es preciso ponerse en marcha a toda velocidad, sorprendiendo la salida a muchos de los presentes con el embutido y el cuchillo en la mano.

La disciplina de oración y meditación se va imponiendo poco a poco en el grupo a medida que pasan los kilómetros. Aunque se trata de conservar la calma a los nuevos, la primera etapa se hace un poco larga y se ceba en las plantas de los pies y las rodillas de algunos. Ni el rezo del Rosario, con Jacques, el Jefe del Capítulo, como director, ni las contínuas y bonitas canciones que los españoles se van aprendiendo, ni las frecuentes paradas de descanso logran amortiguar el sufrimiento provocado por las ampollas, de forma que se hace precisa en algún caso la asistencia motorizada para llegar al final de la etapa.

Una reconfortante sopa caliente es repartida por los voluntarios de la organización a la llegada al campamento, entre el pasillo de aplausos y ovaciones que espera como premio final a los que han conseguido completar a pie la jornada. Los españoles se ocupan en atender a uno de sus miembros, en cuyos pies ha hecho mella la dureza del asfalto.

En la cena se descorchan varias botellas de vino y se encentan buenísimos quesos y embutidos de uno y otro lado de los Pirineos, dedicándose los miembros del Capítulo en esta singular competición a perorar sobre las excelencias de los caldos y las viandas de ambas naciones, mientras van desapareciendo rápidamente.

Grupos scouts preparan un simpático fuego de campamento con una representación teatral que tiene un desigual seguimiento. En la tienda del Santísimo, varios grupos scouts se arrodillan en adoración un rato antes de retirarse a descansar.

El segundo día amanece radiante, como el primero, bajo las potentes notas gregorianas de la megafonía de la organización, con los españoles descansados, aunque alto tocados. Posteriormente los españoles se enteran de que mientras el campamento se despereza y desayuna, los padres dicen su Misa diaria discretamente, con el levantar del sol.

El Capítulo Mártires de Septiembre sale muy pronto esta vez, encaminándose a su peculiar destino: en un pequeño claro del bosque se encontrarán con la otra mitad del Capítulo, escindida por los acontecimientos de 1988, que peregrina en sentido contrario. Allí rezarán, cantarán y compartirán generosa comida y bebida. El miembro tocado de la expedición hispana tiene que ser trasladado hasta el lugar del encuentro por la asistencia.

Al llegar al lugar, el Cercle Franco-Hispanique del simpático Olivier Martínez ha preparado un pequeño gran recibimiento a los españoles: una bandera desplegada con la Cruz de San Andrés, y también otra con el Águila de San Juan reciben al grupo. Tras los rezos y cánticos en común, con L'Abbé Pozzeto, capellán general de la peregrinación durante 20 años, honrando el encuentro como testigo de excepción, inmediatamente los españoles se ponen a intercambiar impresiones con ellos, y son invitados a participar el año próximo en los actos tradicionalistas en España.

Olivier Martínez hace entrega de una medalla en prueba de aprecio a Jacques, el Jefe del Capítulo, gesto muy celebrado por todos los presentes.

Los españoles pueden encontrarse este año con uno de los personajes más apreciados y simpáticos del grupo, el señor González Cárdenas, con el que hablan durante un buen rato entre trago y trago. El señor González Cárdenas, que no ha querido nacionalizarse francés, divierte durante un rato a los españoles con sus diatribas contra la Masonería y el indigenismo con su inconfundible acento mexicano. Un francés de origen canario les sorprende con su simpático español ceceante, declarándose “español de nacionalidad francesa” y “en conflicto” por conocer sus raíces hispánicas.

El tiempo apremia y el encuentro tiene que llegar a su fin. Tras las despedidas, el Capítulo pone marcha al lugar donde tendrá lugar la Santa Misa, en pleno bosque, con maravillosos cánticos, que es seguida en un silencio sobrecogedor por miles de personas.

Tras ella, el Capítulo se pone en marcha rápidamente para completar el segundo día de etapa, el más largo de los tres. El Capítulo Mártires de Septiembre lleva varios años acostumbrado a la presencia de los españoles y las oraciones por la Católica España, así como algunas oraciones en español, menudean cada vez más entre los miembros del grupo.

Las frecuentes paradas de los Capítulos para guardar la separación preceptiva con los grupos anteriores y posteriores que les permitan mantener su propio ambiente de meditación y oración en la larga llanura verde de pastos y maizales hacen mella en los caminantes. En un momento dado, se da la orden de alto y los Capítulos se arrodillan ante la lejana visión de las borrosas agujas de la Catedral de Chartres, rezando una Salve.

En esos momentos los pensamientos de los españoles se elevan hacia lo alto, hacia el regazo de Nuestra Señora que espera unos kilómetros hacia el horizonte, acordándose de su patria y sus gentes. Puedo asegurar que el pensamiento de hacer algo parecido en España revolotea por las cabezas de todos ellos al contemplar el magnífico espectáculo de ese animoso pequeño resto, cada vez más numeroso con el paso de los años, que reverdece las promesas de una Cristiandad decrépita en el corazón de Francia serpenteando por la llanura hasta más allá del horizonte.

En los momentos más rudos de la marcha la organización tiene la encantadora idea de colocar a ambos lados del camino a capítulos de niñas que animan a los peregrinos cantando entusiastamente los nombres de los capítulos y dando palmas, lo que arranca indefectiblemente una sonrisa de simpatía y satisfacción en todos los peregrinos.

Un pequeño y revolucionado “lobezno” scout de no más de 6 años arma un cierto revuelo entre los suyos celebrando el paso de la comitiva tradicionalista al prorrumpir en gritos de « - ¡Vive la Chretiénté! », mientras levanta una estrepitosa polvareda correteando y pateando el suelo como un caballo desbocado.

Mientras, aquí vemos al seminarista navarro de 5º curso que aparece entre la larga fila de grupos para interesarse con una sonrisa por el estado de los españoles. Otro seminarista costarricense de 1º curso aprovecha una parada para hacerse una fotografía con la bandera española. Los españoles combaten la monotonía de los kilómetros entablando diálogo con un simpático bretón larguirucho llamado Jennique que se ha incorporado al grupo y que declara con una amplia sonrisa que vive en el campo, para envidia de todos los que le escuchan.

Los últimos kilómetros de la segunda etapa se alargan un poco más de lo esperado, pero el Capítulo Mártires de Septiembre los combate con una breve parada que se ha hecho tradicional en los últimos años en un bar que les provee de fresquísimas cervezas.

Tras un último esfuerzo, finalmente se llega al “Bivouac”, donde se anuncia la llegada del Cardenal de París, Mons. Vingt-Trois, a presidir la vigilia de oración que tendrá lugar en unas horas, con el ruego de que se le honre como a un Príncipe de la Iglesia. Tras el mensaje del año pasado del Cardenal Castrillón Hoyos, es la primera vez que se da un respaldo tan importante a la peregrinación con la presencia de un miembro tan señalado de la Jerarquía de la Iglesia francesa. Aunque acuden a la Vigilia de Oración centenares de peregrinos que se arrodillan al paso del Cardenal, no todos tienen interés en acudir a saludar a Monseñor Veintitrés, pues recuerdan las numerosas ocasiones en que la jerarquía francesa se ha posicionado abiertamente en contra de la peregrinación.

En ese momento, uno de los miembros de la expedición española tiene que volverse a España, a las puertas de Chartres, para su decepción, por cuestiones laborales, despidiéndose con disimulada pena de todos los miembros del grupo.

Tras un reconfortante aseo, por la noche algunos miembros del Capítulo permanecieron en corros charlando y dando cuenta de las provisiones restantes para poder completar el último día en óptimas condiciones. La velada se hace simpática, con algunos comentarios políticos, pero la gente está agotada y se retira pronto a descansar, no sin detenerse unos instantes ante la Tienda del Santísimo, expuesta en medio del campamento en lugar de honor, donde siempre permanecerá en compañía durante toda la noche.

A las 5:30 de la mañana, la organización trata de regalar los oídos de los “amigos peregrinos” haciendo menos duro el madrugón con la voz de Sara Brightman en su interpretación de “Pie Iesu” y gastando alguna que otra broma a los más remolones.

Apostados a la salida del Campamento para ver desfilar a los Capítulos en su salida, los españoles conocen esa mañana a una simpática hispanofrancesa de Vitoria que se interesa muchísimo por todos ellos y se ofrece para todo lo que necesiten. La amabilidad extrema y la franca simpatía son la norma en todos los peregrinos que se acercan a los españoles.

Ese último día, con un crecidísimo número de peregrinos que se han ido incorporando al camino a lo largo del trayecto hasta alcanzar probablemente los 10.000, se reza y se canta con mayor ánimo a medida que se acerca el final. Incluso las iniciales reticencias de algunos españoles se disipan del todo haciendo coro francamente con los miembros femeninos del Capítulo en sus cánticos.

Jennique, el simpático bretón, entabla chistosa conversación con uno de los españoles, gastando alguna que otra broma, teniendo que ser reconvenidos por el Jefe del Grupo.

Ya entrando en Chartres, el Capítulo se detiene a un kilómetro escaso de nuestro destino final ante un enorme mural donde están esculpidos los nombres de los muertos de la villa en ambas guerras mundiales, particularmente la primera, sus estandartes se ponen en formación y les rinden honores. Particularmente emocionante es el canto de “La Cavalcade”, el equivalente al “Yo tenía un camarada” español. Jacques informa de que los peregrinos que quieran pueden descalzarse para hacer honor a la costumbre secular de que los peregrinos entren descalzos en la Catedral en señal de humildad, mientras se oyen pasar las agudas notas del “Chartres sonne”, himno de la peregrinación, emitidas por las gargantas de numerosos grupos de jóvenes francesas.

Al final de un recodo, aparece majestuosa la Catedral de Chartres con su singular silueta y sus campanas saludando jubilosas la llegada de los peregrinos. La mayor parte de ellos tiene que quedarse fuera de la Catedral soportando aún el fuerte calor, pero los afortunados españoles tienen la suerte de ser introducidos en el interior de la misma, cuyos arcos y elaboradas vidrieras no dejan de contemplar admirados. Las bóvedas centenarias acogen la procesión de entrada de la imagen de Nuestra Señora de Chartres traída en andas por los scouts, seguida por los centenares de estandartes, entre ellos el de la bandera española, y embellecen con ecos sonoros los cánticos del coro que acompañan a la Santa Misa oficiada por Mons. Wach, superior del Instituto Cristo Rey, y presidida por Mons. Pansard, Obispo de Chartres, ataviados con preciosos vestidos litúrgicos.

Son momentos de reflexionar sobre el sentido de las dificultades pasadas, y de concebir propósitos mientras se enjuga el cansancio en el regazo de Nuestra Señora y mientras miles de gargantas se disponen a honrarla con el “Chez Nous, Soyez Reine”, sin que ni una sola permanezca en silencio, para la vuelta a la prosaica realidad. Las imágenes y los recuerdos se suceden ante la mirada de los españoles, que ya siempre los conservarán en un lugar preferente en su corazón. Mientras salen para reencontrarse con el grupo, alegres y reconfortados, pero tristes al mismo tiempo porque en unas horas tendrán que abandonar aquellas tierras y aquella compañía, van rumiando en su interior todo lo vivido con una sonrisa dibujada en el rostro, sin dejar de mirar de soslayo hacia el cielo al que apuntan las torres de la Catedral.

Aún después de terminada la peregrinación tienen ocasión de gozar de la extraordinaria amabilidad de los tradicionalistas franceses y de conocer a magníficos compañeros, como Tomek, el simpático tradicionalista polaco y su hijo, pero temo cansar al lector, que, además, justo es que se quede en este punto con las ganas de venir a la peregrinación el próximo año, si es que no conseguimos hacer antes algo similar en España.

Laus Deo Virginique Matri