SEVILLA: MISA TRADICIONAL MIÉRCOLES DE CENIZA

Nos es grato informarles que el próximo día 06 de marzo, Miércoles de Ceniza, -D.m.- se bendecirá y se impondrá la ceniza, y se celebrará la Santa Misa,  según el rito romano tradicional, a las 8 de la tarde, en el Oratorio Escuela de Cristo de Sevilla, sito en el Barrio de Santa Cruz.

Se recuerda la obligación de guardar ayuno y abstinencia en este día de penitencia según la disciplina vigente.

UNA VOCE SEVILLA

TEXTO DE LA DECLARACIÓN DEL CARD. MÜLLER ANTE LA CRECIENTE CONFUSIÓN EN LAS ENSEÑANZAS DE LA DOCTRINA DE LA FE CATÓLICA

El pasado 10 de febrero, el Cardenal Gerard Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe entre los años 2012 y 2017, publicó un documento de suma importancia para comprender la crisis en la que se encuentra actualmente la Iglesia Católica, una Declaración pública de Fe, ante la petición de «muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos» de dar testimonio de la verdad de la Revelación.

A continuación, el texto íntegro de la Declaración de Fe del Cardenal Müller:


«¡No se turbe vuestro corazón!» (Juan 14,1)

«Ante la creciente confusión en la enseñanza de la doctrina de la fe, muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de la Iglesia Católica, me han pedido dar testimonio público de la verdad de la Revelación. Es tarea de los pastores guiar a los que se les ha confiado por el camino de la salvación. Esto sólo puede tener éxito si se conoce este camino y ellos mismos siguen adelante. Acerca de esto la palabra del apóstol nos indica: «Porque sobretodo os he entregado lo que yo también recibí» (1 Co 15,3). Hoy en día muchos cristianos ya no son conscientes ni siquiera de las enseñanzas básicas de la fe, por lo que existe un peligro creciente de apartarse del camino que lleva a la vida eterna. Pero sigue siendo tarea propia de la Iglesia conducir a las personas a Jesucristo, luz de las naciones (cf. LG 1). En esta situación se plantea la cuestión de la orientación. Según Juan Pablo II, el Catecismo de la Iglesia Católica es una «norma segura para la doctrina de la fe» (Fidei Depositum IV). Fue escrito con el objetivo de fortalecer a los hermanos y hermanas en la fe, cuya fe es ampliamente cuestionada por la «dictadura del relativismo»1.

1. El Dios uno y trino, revelado en Jesucristo

La personificación de la fe de todos los cristianos se encuentra en la confesión de la Santísima Trinidad. Nos hemos convertido en discípulos de Jesús, hijos y amigos de Dios por el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La diferencia de las tres personas en la unidad divina (254) marca una diferencia fundamental con respecto a otras religiones en la creencia en Dios y en la imagen del hombre. En la confesión a Jesucristo los espíritus se dividen. Él es verdadero Dios y verdadero hombre, engendrado según su naturaleza humana por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María. El Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, es el único redentor del mundo (679) y el único mediador entre Dios y los hombres (846). En consecuencia, la Primera Carta de san Juan describe como Anticristo al que niega su divinidad (1 Juan 2,22), ya que Jesucristo, el Hijo de Dios, es desde la eternidad un ser con Dios, su Padre (663). La recaída en antiguas herejías, que veían en Jesucristo sólo a un buen hombre, a un hermano y amigo, a un profeta y a un moralista, debe ser combatida con clara determinación. Él es ante todo el Verbo que estaba con Dios y es Dios, el Hijo del Padre, que asumió nuestra naturaleza humana para redimirnos y que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Lo adoramos sólo a Él como el único y verdadero Dios en unidad con el Padre y el Espíritu Santo (691).

2. La Iglesia

Jesucristo fundó la Iglesia como signo visible e instrumento de salvación, que subsiste en la Iglesia Católica (816). Dio una constitución sacramental a su Iglesia, que surgió «del costado de Cristo dormido en la Cruz» (766), y que permanece hasta su consumación (765). Cristo Cabeza y los fieles como miembros del Cuerpo son una persona mística (795), por eso la Iglesia es santa, porque el único mediador la ha establecido y mantiene su estructura visible (771). A través de ellos, la obra de la redención de Cristo se hace presente en el tiempo y en el espacio en la celebración de los santos sacramentos, especialmente en el sacrificio eucarístico, la Santa Misa (1330).

La Iglesia transmite en Cristo la revelación divina que se extiende a todos los elementos de la doctrina, «incluida la doctrina moral, sin la cual las verdades de la salvación de la fe no pueden ser salvaguardas, expuestas u observadas» (2035).

3. El orden sacramental

La Iglesia en Jesucristo es el sacramento universal de salvación (776). Ella no se refleja a sí misma, sino a la luz de Cristo que brilla en su rostro. Esto sucede sólo cuando no la mayoría ni el espíritu de los tiempos sino la verdad revelada en Jesucristo se convierte en el punto de referencia, porque Cristo ha confiado a la Iglesia católica la plenitud de la gracia y de la verdad (819): Él mismo está presente en los sacramentos de la Iglesia.

La Iglesia no es una asociación fundada por el hombre cuya estructura es votada por sus miembros a voluntad. Es de origen divino. «El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad» (874). La amonestación del apóstol sigue siendo válida hoy en día para que cualquiera que predique otro evangelio sea maldecido, «aunque seamos nosotros mismos o un ángel del cielo» (Gal 1,8). La mediación de la fe está indisolublemente ligada a la credibilidad humana de sus mensajeros, que en algunos casos han abandonado a los que les fueron confiados, los han perturbado y han dañado gravemente su fe. Aquí la palabra de la Escritura va dirigida a aquellos que no escuchan la verdad y siguen sus propios deseos, que adulan a los oídos porque no pueden soportar la sana enseñanza (cf. 2 Tim 4,3-4).

La tarea del Magisterio de la Iglesia es «proteger al pueblo de las desviaciones y de las fallas y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica» (890). Esto es especialmente cierto con respecto a los siete sacramentos. La Eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (1324). El sacrificio eucarístico, en el que Cristo nos implica en su sacrificio de la cruz, apunta a la unión más íntima con Cristo (1382). Por eso, las Sagradas Escrituras, con respecto a la recepción de la Sagrada Comunión, advierten: «’El que come del pan y bebe de la copa del Señor indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor’ (1 Co 11,27). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar» (1385). De la lógica interna del sacramento se desprende que los fieles divorciados por lo civil, cuyo matrimonio sacramental existe ante Dios, los otros Cristianos, que no están en plena comunión con la fe católica como todos aquellos que no están propiamente dispuestos, no reciben la Sagrada Eucaristía de manera fructífera (1457) porque no les trae la salvación. Señalar esto corresponde a las obras espirituales de misericordia.

La confesión de los pecados en la confesión por lo menos una vez al año pertenece a los mandamientos de la iglesia (2042). Cuando los creyentes ya no confiesan sus pecados ni reciben la absolución, entonces la redención cae en el vacío, ya que ante todo Jesucristo se hizo hombre para redimirnos de nuestros pecados. El poder del perdón que el Señor Resucitado ha conferido a los apóstoles y a sus sucesores en el ministerio de los obispos y sacerdotes se aplica también a los pecados graves y veniales que cometemos después del bautismo. La práctica actual de la confesión deja claro que la conciencia de los fieles no está suficientemente formada. La misericordia de Dios nos es dada para cumplir sus mandamientos a fin de convertirnos en uno con su santa voluntad y no para evitar la llamada al arrepentimiento (1458).

«El sacerdote continúa la obra de redención en la tierra» (1589). La ordenación sacerdotal «le da un poder sagrado» (1592), que es insustituible, porque a través de él Jesucristo se hace sacramentalmente presente en su acción salvífica. Por lo tanto, los sacerdotes eligen voluntariamente el celibato como «signo de vida nueva» (1579). Se trata de la entrega en el servicio de Cristo y de su reino venidero. En cuanto a la recepción de la consagración en las tres etapas de este ministerio, la Iglesia se reconoce a sí misma «vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación» (1577). Asumir esto como una discriminación contra la mujer sólo muestra la falta de comprensión de este sacramento, que no se trata de un poder terrenal, sino de la representación de Cristo, el Esposo de la Iglesia.

4. La ley moral

La fe y la vida están inseparablemente unidas, porque la fe sin obras está muerta (1815). La ley moral es obra de la sabiduría divina y conduce al hombre a la bienaventuranza prometida (1950). En consecuencia, «el conocimiento de la ley moral divina y natural es necesario para hacer el bien y alcanzar su fin» (1955). Su observancia es necesaria para la salvación de todos los hombres de buena voluntad. Porque los que mueren en pecado mortal sin haberse arrepentido serán separados de Dios para siempre (1033). Esto lleva a consecuencias prácticas en la vida de los cristianos, entre las cuales deben mencionarse las que hoy se oscurecen con frecuencia: (cf. 2270-2283; 2350-2381). La ley moral no es una carga, sino parte de esa verdad liberadora (cf. Jn 8,32) por la que el cristiano recorre el camino de la salvación, que no debe ser relativizada.

5. La vida eterna

Muchos se preguntan hoy por qué la Iglesia está todavía allí, aunque los obispos prefieren desempeñar el papel de políticos en lugar de proclamar el Evangelio como maestros de la fe. La visión no debe ser diluida por trivialidades, pero el proprium de la Iglesia debe ser tematizado. Cada persona tiene un alma inmortal, que es separada del cuerpo en la muerte, esperando la resurrección de los muertos (366). La muerte hace definitiva la decisión del hombre a favor o en contra de Dios. Todo el mundo debe comparecer ante el tribunal inmediatamente después de su muerte (1021). O es necesaria una purificación o el hombre llega directamente a la bienaventuranza celestial y puede ver a Dios cara a cara. Existe también la terrible posibilidad de que un ser humano permanezca en contradicción con Dios hasta el final y, al rechazar definitivamente su amor, «condenarse inmediatamente para siempre» (1022). «Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti» (1847). El castigo de la eternidad del infierno es una realidad terrible, que -según el testimonio de la Sagrada Escritura- atrae hacia sí a todos aquellos que «mueren en estado de pecado mortal» (1035). El cristiano pasa por la puerta estrecha, porque «ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella» (Mt 7,13).

Ocultar estas y otras verdades de fe y enseñar a la gente en consecuencia, es el peor engaño del que el Catecismo advierte enfáticamente. Representa la prueba final de la Iglesia y lleva a la gente a un engaño religioso de mentiras, al «precio de su apostasía de la verdad» (675); es el engaño del Anticristo. «Él engañará a los que se pierden por toda clase de injusticia, porque se han cerrado al amor de la verdad por la cual debían ser salvados» (2 Tesalonicenses 2,10).

Invocación

Como obreros de la viña del Señor, tenemos todos la responsabilidad de recordar estas verdades fundamentales adhiriéndonos a lo que nosotros mismos hemos recibido. Queremos animar a la gente a caminar por el camino de Jesucristo con decisión para alcanzar la vida eterna obedeciendo sus mandamientos (2075).

Pidamos al Señor que nos haga saber cuán grande es el don de la fe católica, que abre la puerta a la vida eterna. «Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles» (Mc 8, 38). Por lo tanto, estamos comprometidos a fortalecer la fe, en la que confesamos la verdad, que es el mismo Jesucristo.

Estas palabras también se dirigen en particular a nosotros, obispos y sacerdotes, cuando Pablo, el apóstol de Jesucristo, da esta amonestación a su compañero de armas y sucesor Timoteo: «Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: »Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio. (2 Tim 4,1-5).

Que María, la Madre de Dios, nos implore la gracia de aferrarnos a la verdad de Jesucristo sin vacilar.

Unido en la fe y en la oración»

Gerhard Cardenal Müller

Notas

1. Los números que aparecen en el texto corresponden al Catecismo de la Iglesia Católica.


LISTADO DE INSTITUTOS Y COMUNIDADES RELIGIOSAS TRADICIONALES AHORA DEPENDIENTES DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

A través de un motu proprio de 17 de enero de 2019, el papa Francisco decidió suprimir la Pontificia Comisión Ecclesia Dei (núm. 1), confiando su cometido a una sección creada al efecto al interior de la Congregación para la Doctrina de la Fe (núm. 2). La competencia de esa sección es continuar con la función de vigilancia, promoción y tutela que tenía dicha comisión (núm. 2).

Las comunidades tradicionales reconocidas por la Santa Sede

Por fuerza de las facultades dadas por los Sumos Pontífices, la sección existente en la Congregación para la Doctrina de la Fe ejerce jurisdicción sobre los distintos institutos y comunidades religiosas erigidas por la Sede Apostólica, que tienen como uso propio la forma extraordinaria del rito romano y conservan las tradiciones precedentes de la vida religiosa.

Se encuentran bajo su dependencia:


1. Administraciones territoriales.


Administración Apostólica Personal de San Juan María Vianney, situada en la diócesis de Campos, Brasil (véase aquí la entrada que le dedicamos en su oportunidad).


2. Sociedades de vida apostólica.


(a) Internacionales. 
(i) Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (véase aquí la entrada respectiva).

(ii) Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote (véase aquí la entrada respectiva). Su rama femenina son las Adoratrices del Real Corazón de Jesucristo Sumo Sacerdote (véase aquí la entrada respectiva). 

(iii) Instituto del Buen Pastor (véase aquí la entrada respectiva).


(b) Locales. 
(i) Instituto de San Felipe Neri (Berlín, Alemania) [véase aquí la entrada respectiva].

(ii) Servidores de Jesús y María (Austria) [véase aquí la entrada respectiva].


Santa Misa en la abadía de Le Barroux
(Foto: New Liturgical Movement)

3. Fundaciones de espiritualidad benedictina [véase aquí la entrada respectiva]

(a) Fundaciones masculinas. 
(i) Abadía de Nuestra Señora de Fontgombault (Francia). 

De ella dependen los siguientes monasterios:

– Abadía de Nuestra Señora de Randol (Francia).

– Abadía de Nuestra Señora de Triors (Francia).

– Abadía de Nuestra Señora de Donezan (reemplazó a la Abadía de Nuestra Señora de Gaussan, ambas situadas en Francia).

– Abadía de Nuestra Señora de la Anunciación de Clear Creek (Estados Unidos de América). 

– Abadía de San Pablo de Wisques  (Francia).

(ii) Abadía de Santa Magdalena del Barroux (Francia), de la cual depende además el Priorato de Nuestra Señora de la Guarda (Francia).

(iii) Instituto de la Santa Cruz de Riaumont (Francia).

(iv) Abadía de San José de Clairval (Francia). 

(iv) Monasterio de San Benito (Francia).

(v) Monasterio de San Benito (Italia). 

(vi) Benedictinos de la Inmaculada (Italia). 

(vii) Priorato de Silverstream (Irlanda).

 
(b) Fundaciones femeninas. 
(i) Abadía de Nuestra Señora de la Anunciación del Barroux (Francia).

(ii) Abadía de Nuestra Señora de la Fidelidad de Jouques (Francia). 

De ella dependen:

-Abadía de Nuestra Señora de la Misericordia de Rosans (Francia).

– Monasterio de Nuestra Señora de la Escucha (Benin). 

(iv) Monasterio de María, Madre de los Ángeles (Estados Unidos).


4. Comunidades de espiritualidad trapense y cisterciense. 

(i) Monasterio de Vyšší Brod (Polonia) [véase aquí la entrada respectiva].


Fraternidad de San Vicente Ferrer
(Foto: Divina Vocación)

5. Comunidades de espiritualidad dominicana. 

(a) Comunidades masculinas. 
Fraternidad de San Vicente Ferrer (Francia) [véase aquí la entrada respectiva]. 


(b) Comunidades femeninas.
Dominicanas del Espíritu Santo (Francia) [véase aquí la entrada respectiva].

6. Canónigos regulares. 


(a) Canónigos regulares de la Madre de Dios (Francia) [véase aquí la entrada respectiva].

(b) Canónigos regulares de la Nueva Jerusalén (Estados Unidos de América) [véase aquí la entrada respectiva]. 

(c) Canónigos regulares de San Juan de Kenty (Estados Unidos de América) [véase aquí la entrada respectiva].

(d) Canónigos de la Abadía de San Miguel en Orange County (Estados Unidos de América) [véase aquí la entrada respectiva]. 

7. Otras comunidades religiosas

(a) Hermanas de la Preciosa Sangre (Suiza) [véase aquí la entrada respectiva]. 

(b) Los Hijos del Santísimo Redentor (ex Redentoristas Transalpinos) [véase aquí la entrada respectiva].


8. Asociaciones privadas de fieles.

(a) Federación Internacional Una Voce [véase aquí la entrada respectiva].

(b) Asociación Totus Tuus (Lyon, Francia) [véase aquí la entrada respectiva].

(c) Fœderatio Internationalis Juventutem [véase aquí la entrada respectiva].

(d) Militia Templi – Christi pauperum Militum Ordo [véase aquí la entrada respectiva].


Primera reunión formal de la Federación Internacional Una Voce (FIUV) en Zúrich (1967)
(Foto: FIUV)

Las comunidades tradicionales de reconocimiento diocesano


Fuera de las recién mencionadas y que dependen de la Sede Apostólica, existen algunas comunidades con reconocimiento diocesano que celebran la liturgia tradicional, sea de forma exclusiva, sea de forma alternada con el rito reformado.

Tales es el caso de: 

1. El Monasterio de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo (Montañas Rocosas, Wyoming) [véase aquí la entrada respectiva].
2. Los Hermanos Ermitaños de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo (Sao Paulo, Brasil) [véase aquí la entrada respectiva].
3. Los Misioneros de la Misericordia Divina (Toulon) [véase aquí la entrada respectiva].
4. Las Religiosas Víctimas del Sagrado Corazón (Marsella) [véase aquí la entrada respectiva].
5. Las Religiosas Víctimas del Sagrado Corazón (Marsella) [véase aquí la entrada respectiva].
6. La Fraternidad de Santo Tomás Becket (Francia) [véase aquí la entrada respectiva].
7. Las Clarisas de St. Laurenzen [véase aquí la entrada respectiva]. 
8. Las Reparadoras del Espíritu Santo[véase aquí la entrada respectiva].  
9. Las Esclavas Reparadoras de la Sagrada Familia, ligadas al Instituto del Buen Pastor en la Arquidiócesis de Bogotá [véase aquí la entrada respectiva].
10. El Oasis de Jesús Sacerdote [véase aquí la entrada respectiva]. 
11. La Fraternidad de San José Custodio [véase aquí la entrada respectiva]. 

12. Las Hermanitas Discípulas del Cordero (Buxeuil, Francia) [véase aquí la entrada respectiva]. 

13. La Fraternidad Sacerdotal de la Familia Christi, FSFC (Arquidiócesis de Ferrara-Commachio, Italia), la que, desde 2016, cuenta además con reconocimiento de la Sede Apostólica concedido por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. Desde el 1° de diciembre de 2018 se encuentra sometida a un comisario plenipotenciario designado por la misma Comisión, Mons. Daniele Libanori SJ, obispo auxiliar de Roma.


Fraternidad Santo Tomás Becket
(Foto: Le Télégramme)

El eremitismo tradicional
Dentro el mundo tradicional ha florecido también la llamada a la vida eremítica. En esta entrada hemos hablado de ella.

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Las peregrinaciones tradicionales
El mundo tradicional se cuenta con algunas peregrinaciones de ya asentada acostumbre, como ocurre con aquellas que tienen como punto de destino la Catedral de Chartres (Francia), el Santuario de Nuestra Señora de Luján (Argentina) y la Basílica de San Pedro del Vaticano (Roma) (véase las referencias que hemos hechos a las peregrinaciones de 2014, 2015, 2016 y 2017). 

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Las Misas celebradas conforme al motu proprio Summorum Pontificum
Todo lo dicho es sin perjuicio de aquellas Misas tradicionales oficiadas por sacerdotes pertenecientes al clero regular o secular en todo el mundo, sea de forma exclusiva, sea de forma alternada con la Misa reformada. De la situación de la Misa tradicional en Chilehemos dado cuenta en este directorio

Por su parte, Acción litúrgica ofrece aquí una relación de las parroquias personales existentes en el mundo y dedicadas a la forma extraordinaria. 

***La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X
Finalmente, y aunque todavía no cuente con un reconocimiento canónico oficial, cabe mencionar dentro de la órbita tradicional a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, a la cual la Sede Apostólica ha ido concediendo paulatinamente diversos privilegios relacionados con los sacramentos que imparte. Sobre ella y tales concesiones hemos tratado aquí

FUENTE: ASOCIACIÓN LITÚRGICA MAGNIFICAT (UNA VOCE CHILE)

ARTÍCULO RECOMENDADO:»LA MISA TRADICIONAL Y EL IMPULSO DE LOS SACERDOTES»

Los fieles que desean la Misa tradicional se enfrentan no con poca frecuencia a la oposición de su respectivo párroco. El Dr. Peter Kwasniewski presenta la situación inversa en el siguiente artículo que hemos traducido para nuestros lectores: ¿qué ocurre cuando la iniciativa para celebrar la Misa de Siempre proviene no de la congregación, sino de su pastor? ¿Debería un sacerdote ofrecer la Misa tradicional sin que nadie se lo haya pedido?
El artículo fue publicado en New Liturgical Movement. La traducción ha sido hecha y publicada por la Redacción de la Asociación Litúrgica Magnificat, capítulo chileno de la Federación Internacional Una Voce.

El autor.

¿Debiera un sacerdote introducir el usus antiquior en una parroquia que no lo ha solicitado?

Peter Kwasniewski

Comencemos con lo que, aunque obvio, hay que decirlo. Desde Summorum Pontificum, si los fieles piden que se celebre la Misa tradicional, el cura debe acceder a ello o, al menos, tomar las medidas necesarias para que otro sacerdote la celebre. Simplemente no se le permite negarse. Es posible que responda: “Sí, pero primero tengo que aprender a celebrarla” (en cuyo caso los fieles, que han de estar preparados para ello, le dirán que ellos asumen los gastos del caso); o dirá: “De acuerdo, pero estamos en una coyuntura complicada: con una nueva escuela básica, con la atención de los presos, con la casa para ancianos y con la reciente muerte del sotacura, no voy a poder aprenderla, por lo que voy a hacer averiguaciones y tratar de que el próximo mes tengáis una Misa”. Y, por cierto, siempre el cura dará estas respuestas con una sonrisa y agradecido por la devoción de sus fieles a las ricas tradiciones de la Iglesia católica.
Pero, ¿qué ocurre en el caso de que la gente esté básicamente satisfecha con lo que tiene? Está acostumbrada a la forma ordinaria y no conoce otra cosa, ni pide otra cosa. Supongamos, para seguir con este planteamiento, que la parroquia está en el extremo superior del ranking de Ratzinger y está comenzando a poner en práctica los ideales de la “reforma de la reforma”, tales como la Misa ad orientem, el uso del latín y del canto gregoriano, buena música sagrada, hermosos ornamentos, arrodillarse para recibir la comunión y otras cosas análogas. ¿Hay algo que le “haga falta” a esa comunidad? ¿Existe alguna razón para que el propio cura introduzca el usus antiquior?
Sí. Tiene básicamente dos razones para hacerlo.
Primero, el bien del propio cura. En un artículo publicado en Catholic World Report e intitulado“Finding What Should Never Have Been Lost: Priests and the Extraordinary Form” [“En busca de algo que jamás debió perderse: los sacerdotes y la forma extraordinaria”] (uno de muchos artículos de este tipo actualmente en Internet), nos encontramos con testimonios de sacerdotes sobre el efecto que ha tenido en ellos celebrar el usus antiquior y por qué lo han encontrado tan emocionante. Dice un sacerdote: “Tiene una cualidad mística, contemplativa y misteriosa, con su empleo del latín, los gestos, la posición del altar, y las oraciones, que son más ornamentadas que las que tenemos hoy”. Otro sacerdote anota: “He sido católico toda la vida, y jamás había experimentado una Misa así. No me imaginé que existiera semejante Misa. Me cautivó. Cuando la celebro, es algo que tiene menos que ver conmigo, el sacerdote, y más que ver con Dios”. Un tercer sacerdote declara: “La Misa tridentina me ha transformado. Me gusta su reverencia, y me ha ayudado a ver que la Misa es un sacrificio, no un mero memorial”.
Todos los sacerdotes que conozco y celebran la Misa tradicional -y he conversado con cientos de ellos a lo largo de los años- experimentan, de un modo poderoso, visceral, lo tremendo del Santo Sacrificio de la Misa y del misterio del sacerdocio, debido a muchos elementos de la liturgia que fueron, desgraciadamente, suprimidos en las reformas de la década de 1960: el humilde aproximarse al altar, al comienzo, empapado de la humildad y piedad que conviene a “los asuntos de mi Padre”; las muchas veces que el sacerdote se inclina o hace genuflexiones, que besa el altar y traza bendiciones; la atención exquisita a los significativos detalles de su postura, de su actitud, de su disposición; las profundas oraciones del Ofertorio; la inmersión en el silencio del Canon, que se enfoca tan agudamente en el misterio por el cual la inmolación de Cristo se renueva entre nosotros; el cuidado que rodea a la manipulación en cada momento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, desde el juntar los dedos según los cánones hasta las abluciones hechas concienzudamente; el Placeat tibi y el Último Evangelio, que nos hacen presente la magnitud de lo que acaba de tener lugar, es decir, nada menos que la Encarnación redentora que continúa en medio de nosotros. ¿Cómo podría todo esto no hacer bien a la vida interior del sacerdote y hacerlo avanzar en el camino de su vocación y santificación?
La segunda razón para que un sacerdote ponga el usus antiquior a disposición de los fieles, aun si éstos no se lo han pedido, es el bien espiritual de los mismos. Uno de los sacerdotes entrevistados en el mencionado artículo señala: “Noventa por ciento de los católicos actuales no ha tenido la experiencia de lo que fue la Iglesia antes del Concilio Vaticano II. No sabe nada de su arte, de su arquitectura, de su liturgia tradicionales”. Como lo lamentó más de una vez Joseph Ratzinger, se produjo ciertamente una ruptura en los hechos, si no en la teoría: se separó a los católicos de las tradiciones de la Iglesia; adherir a esas tradiciones llegó a ser considerado, en verdad, una especie de infidelidad para con dicho Concilio y con el nuevo espíritu que éste trajo, supuestamente destinado a enlazar nuevamente con la modernidad y a cosechar los frutos de una nueva evangelización. Nada de esto parece haber tenido lugar, o no, al menos, con la plenitud que se había deseado y prometido. En el mejor de los casos, lo que ocurrió fue un fomento del escepticismo hacia todo lo que fuera preconciliar y de ciertas prometeicas tentaciones de remodelar la Iglesia de acuerdo con las últimas modas y teorías.

Foto: New Liturgical Movement

Aunque lo peor de la “época estúpida” ya haya pasado (al menos en la mayoría de los lugares), el Pueblo de Dios sufre los efectos de este amplio desenraizamiento. ¿Qué mejor modo de enraizarlo de nuevo en esos dos milenos de catolicismo que enriquecerlo con la forma de culto que alimentó a los grandes santos de la Edad Media, del Renacimiento, del Barroco y de todo el período tridentino, que se extiende por más de cuatro siglos y medio? Según las memorables palabras de Benedicto XVI en la carta a los obispos Con grande fiducia, que acompaña a Summorum Pontificum, “[n]os corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y en la oración de la Iglesia y darles el lugar que les corresponde”.
Lo anterior no puede ser sino ganancia para los fieles de una parroquia, si se lo hace de buen modo, porque habrá de desarrollar nuevos hábitos de oración meditativa y contemplativa; confirmará poderosamente el dogma de que la Misa es propiamente un verdadero sacrificio; intensificará la adoración del Santísimo Sacramento y la veneración del sacerdocio ministerial (lo cual no es una especie de clericalismo); abrirá las mentes a un mundo más amplio de cultura y de teología católicas; y, por último, algo que no es menor: apoyará el esfuerzo por celebrar el Novus Ordo de un modo más tradicional al dejar en evidencia de dónde se originó la “reforma de la reforma”, es decir, al mostrar por qué hacemos ciertas cosas de este modo y no de otro.
Concluiremos esta parte de nuestra exposición con estas impactantes palabras del cardenal Darío Castrillón Hoyos (q.e.p.d.), pronunciadas cuando fue presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei:  

“Permítanme ser claro: el Santo Padre quiere que el antiguo uso de la Misa se transforme en algo de habitual ocurrencia en la vida litúrgica de la Iglesia, de modo que todos los fieles, viejos y jóvenes, puedan familiarizarse con los ritos más antiguos y obtener provecho de su tangible belleza y trascendencia. El Santo Padre quiere esto por motivos tanto pastorales como teológicos” (Londres, 14 de junio de 2008).
Cuando se le preguntó en una conferencia de prensa aquel mismo día “¿quisiera el Papa ver que muchas parroquias se preparan para el rito gregoriano?”, Su Eminencia respondió:  

“Todas las parroquias, no sólo muchas, porque esto es un don de Dios. El Papa da acceso a estas riquezas, y es muy importante que las nuevas generaciones conozcan el pasado de la Iglesia. Esta forma de culto es tan noble, tan bella; es la forma teológicamente más profunda de expresar nuestra fe. El ceremonial, la arquitectura, la pintura, componen un todo que es un tesoro. El Santo Padre está dispuesto a ofrecer a todo el mundo esta posibilidad, no sólo a unos pocos grupos que lo soliciten, para que todos puedan conocer este modo de celebrar la Eucaristía en la Iglesia católica”.

Foto: New Liturgical Movement

Consideraciones prácticas.
Una de las preguntas que a menudo me hacen laicos y clérigos es la siguiente: “¿Cómo debiera introducirse la forma extraordinaria en lugares donde hasta ahora no ha existido?”. Pienso que lo que les preocupa es en gran medida una cuestión práctica: cuándo, con qué frecuencia, y con qué preparación o apoyos.
Mi consejo ha sido siempre hacerlo gradualmente: comenzar tranquilamente (o sea, sin fanfarrias), programando una Misa al mes; luego, una vez que se sepa que se celebra esta Misa y existe público para ella, ofrecer catequesis al resto de los miembros de la parroquia a través de homilías, y hacer una amable invitación. Después de que esto haya tenido éxito y se lo haya aceptado, puede aumentarse la frecuencia a una vez cada quince días o una vez a la semana. Aquí el cura se enfrenta a una encrucijada: si le parece que los fieles responderán favorablemente y no entregarán su cabeza en bandeja al obispo, podría celebrar el usus antiquior varias veces en la semana. He visto programas habituales de parroquias en que se lo incluye como Misa diaria los martes, jueves y sábados, o en que se lo celebra como Misa dominical y otra vez más en la semana.
Para ir a más detalles, a menudo ha resultado bien introducir una Misa tradicional los sábados en la mañana, debido a que es un momento de la semana “de poco tráfico” y es poco probable que se hiera susceptibilidades. En muchas parroquias no hay siquiera Misa los sábados por la mañana, por lo que no hay que suprimir nada para hacerle lugar. Otras posibilidades son los primeros viernes y los primeros sábados, ya que éstas son devociones muy queridas y al mismo tiempo, tradicionales, y la Misa tradicional puede ser entendida como su complemento natural: se ve como algo especial que se hace con motivo de una devoción especial. Otro párroco que conozco introdujo una Misa vespertina sólo para hombres y muchachos, como parte de un programa que incluía adoración, rosario, Misa y convivencia, y pronto va a introducir una Misa mensual sólo para mujeres y niñas.
La introducción del usus antiquior en el domingo o en los días de fiesta es el paso más importante y el más difícil. Es importante darlo, eventualmente, porque sólo de este modo puede el tesoro de la antigua liturgia llegar al mayor número de fieles posible. Es un paso obviamente difícil por la necesidad (en muchas partes) de que un solo sacerdote diga muchas Misas, como también por el desafío que representa un horario ya establecido, que los fieles detestan ver modificado. Pero incluso aquí puede haber una forma de abrirse paso: por ejemplo, si existe ya una tranquila Misa matinal, podría convertírsela en una tranquila Misa rezada, tomando la precaución de repetir desde el púlpito las lecturas en vernáculo, antes de la homilía. Si ya existe una “Misa para jóvenes”, ¿por qué no llevar a cabo el experimento atrevido y loco de la Nueva Evangelización, de reemplazarla por una Misa cantada con gregoriano?  Hay muchos jóvenes que se aburren o desincentivan con la música pseudo-pop y con el aguarlo todo que muchos planificadores litúrgicos creen necesario para la generación de los teléfonos “inteligentes”. Como siempre, algunos jóvenes dejarán de asistir, pero otros encontrarán en esa Misa una experiencia radicalmente nueva que los atrae por misteriosos caminos. Aparecerá gente nueva, que traerá consigo más gente. Podría todo terminar de modo muy exitoso.
En todas estas ideas, estoy penosamente consciente de la realidad del terreno que se pisa. Hay muchos sacerdotes que se sienten con las manos atadas a causa de la hostilidad del obispo, de la curia episcopal, del presbiterio o de la parroquia hacia todo lo tradicional. Esto es un aspecto deplorable de nuestra decadente situación, pero no es un callejón sin salida. En tales casos, el sacerdote se hace un bien, a pesar de todo, aprendiendo el usus antiquior, puesto que puede celebrarlo privadamente una vez a la semana, o en su día libre. Esto será para su propio beneficio espiritual por las razones que ya he dado y, al conectarlo con la riqueza de la tradición, influirá para mejor en su modo de entender lo que es la liturgia y cómo debiera celebrársela, cualquiera sea el rito o la forma.

ARTÍCULO RECOMENDADO: «SOBRE LA SUPRESIÓN DE LA PONTIFICIA COMISIÓN ECCLESIA DEI»

El papa Francisco, a través de un motu proprio de 17 de enero de 2019, decidió suprimir la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, confiando su cometido a una sección creada al efecto al interior de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Existen aún muchas incógnitas en lo que se refiere a la configuración e integración de la nueva sección del señalado dicasterio que sucederá a Ecclesia Dei, las que esperamos se vayan despejando en los meses venideros. De momento, queremos ofrecer a nuestros lectores el análisis del Dr. Peter Kwasniewski, colaborador habitual del blog de la Asociación Litúrgica chilena Magnificat, sobre el sentido y posibles consecuencias de dicha supresión. El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement, ha sido traducido y publicado por la Redacción de dicho blog.

(Foto: New Liturgical Movement)

¿Qué significa la supresión de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei?

Peter Kwasniewski

Estoy de acuerdo con muchos de los que han escrito que, materialmente, este motu proprio (la traducción completa está disponible aquí) no tiene un impacto gigantesco. No elimina las funciones de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, sino que las transfiere internamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe. No sugiere ninguna limitación en Summorum Pontificum o en cualquiera de las órdenes religiosas y comunidades que hacen uso del usus antiquior. No insinúa ningún otro paso de la limitación o la formación de guetos respecto de los tradicionalistas. Por sobre todo, no transfiere ninguna de las competencias anteriores de dicha Comisión a otros dicasterios romanos que seguramente habrían hecho picadillo con ellas. En ese sentido, la bala que algunos temían ha sido esquivada en esta ocasión. Sin embargo, uno podría tener algunas preocupaciones sobre las implicancias de la decisión tomada por el Papa. Cuando el papa Francisco resume su concepción de la función del Pontificia Comisión Ecclesia Dei, utiliza términos más limitados que el alcance que el papa Benedicto XVI asignó a ella a raíz de la situación creada tras el motu proprio Summorum Pontificum y la instrucción Universae Ecclesiae. El Papa habla como si existiera tal Comisión para reconciliara a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y regular la vida de otras comunidades y órdenes que han elegido el usus antiquior. Pero como todos sabemos, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei ha dedicado gran parte de su tiempo a trabajar pacientemente con obispos y clérigos de todo el mundo que obstruyen o niegan las disposiciones de Summorum Pontificum. En este sentido, no es del todo cierto decir que las cuestiones tratadas por la Comisión «fueron principalmente de naturaleza doctrinal». Si el repliegue de la Comisión al interior de la Congregación para la Doctrina de la Fe hace que goce de menos independencia y maniobrabilidad para tratar con el refractario, esto sería un estrechamiento del programa pastoral del papa Benedicto XVI. Podemos esperar que esto no ocurra, aunque sólo el tiempo lo dirá. El motu proprio afirma que «hoy han cambiado las condiciones que llevaron al Santo Padre Juan Pablo II a instituir la Pontificia Comisión Ecclesia Dei». En muchos sentidos, esto es cierto; pero en otros aspectos, la situación sigue siendo similar: hay muchas parroquias deseosas del usus antiquor a las que éste les ha sido negado contra legem; hay grupos de hombres y mujeres religiosos que desean incorporarlo a su vida y se han enfrentado a la obstrucción; y hay comunidades que han sido suprimidas porque adoptaron con entusiasmo las disposiciones de Summorum Pontificum. Es cierto que es una ventaja para el diálogo con la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X que tratará únicamente con la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya que es un órgano superior y más autorizado. Sin embargo, uno se pregunta si esta reestructuración administrativa podría significar una desventaja para el clero, los religiosos y los laicos católicos que, ya en plena comunión con la Iglesia, enfrentan dificultades que fueron manejadas por la Comisión bajo su propia dirección, en manos del Arzobispo Pozzo, quien ahora ha sido despedido. La Congregación para la Doctrina de la Fe tiene, por supuesto, autoridad de una posición mucho más alta, pero debe optar por hacer valer esa autoridad sobre aquellos que se oponen obstinadamente a los derechos del clero y los fieles adheridos al usus antiquior.

Mons. Marcel Lefebvre distribuye la Santa Comunión (Holanda, 1981) (Foto: Wikimedia Commons)

Entonces, uno se puede preguntar por el mensaje implícito que este cambio puede transmitir. Hasta ahora, el tema de la puesta en práctica del Summorum Pontificum se ha considerado lo suficientemente importante como para requerir una comisión pontificia en manos de un arzobispo. ¿Podría el nuevo motu proprio insinuar que la urgencia de este problema ha pasado? A veces, la reorganización, especialmente en este pontificado, parece significar degradación. ¿Insinúa esto que el diálogo con la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X es una prioridad, mientras que el tratamiento de otros temas no lo es, o lo es en una medida menor? Un comentarista anónimo del Vaticano, citado por Chris Altieri en Catholic Herald (EE.UU.), dice: «Tiene sentido ‘replegar’ la Pontificia Comisión Ecclesia Dei -sus deberes y competencias- en la Congregación para la Doctrina de la Fe». Seguramente tiene sentido que las conversaciones doctrinales de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X sean conducidas por dicha Congregación; pero, ¿por qué el manejo de las órdenes y comunidades religiosas tradicionales, o los asuntos de rúbricas y calendarios, o los casos de incumplimiento pastoral por parte de los ordinarios y superiores, se confían a una congregación que supervisa la ortodoxia de la fe y la moral? Sin embargo, como contrapunto, podríamos recordar que todos los aspectos de los ordinariatos anglicanos ya están a cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, incluidas las cuestiones de disciplina clerical y liturgia. También se puede señalar la sobria verdad de que la preponderancia del trabajo ahora confiado a esa congregación se refiere a abusos cometidos por parte de clérigos. La Congregación para la Doctrina de la Fe, en otras palabras, es un cuerpo multidisciplinario, que ejerce una gran autoridad y está ampliamente asesorada por diversos consultores. Algunos han leído de manera optimista en la decisión un reconocimiento de que los problemas reales en el corazón de la división tradicionalista/convencional son de naturaleza doctrinal, más que litúrgica o canónica. Ahora bien, es bastante cierto que los problemas reales son doctrinales. Pero este motu proprio limita las dificultades doctrinales a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y los grupos afines. Estoy feliz de que se me demuestre que estoy equivocado y de ver el nuevo esquema como un mejoramiento para todos los partidarios de la tradición litúrgica y doctrinal. Es posible que el Congregación para la Doctrina de la Fe se muestre totalmente amistosa con la nueva sección especial y se asegure de que el trabajo ya admirablemente realizado por la Comisión en los últimos 30 años continuará energéticamente, aunque en un contexto diferente. Quizá el cambio no sea más que tener un membrete diferente para la correspondencia. En el mejor de los casos, la Congregación para la Doctrina de la Fe puede hacer valer su fuerza respecto de los problemas con los que la Pontificia Comisión Ecclesia Dei se ha enfrentado en el pasado y asegurar un mejor progreso. Debemos rezar porque esto ocurra. Al final, una cosa es absolutamente clara. No son las estructuras administrativas o incluso sus documentos de gobierno los que toman decisiones o protegen los derechos; es la gente la que lo hace. Los efectos finales de este cambio dependen completamente de los funcionarios que están a cargo de la sección y de la propia Congregación para la Doctrina de la Fe. Como lo explica el papa León XIII en su encíclica Au Milieu des Sollicitudes (1892): La legislación difiere tanto de los poderes políticos y su forma, que bajo el régimen de la forma más excelente, la legislación puede ser detestable; mientras que, por otro lado, bajo el régimen cuya forma es más imperfecta, se puede cumplir una legislación excelente. […] [L]a legislación es obra de hombres que están en el poder y que, de hecho, gobiernan la nación. Por lo tanto, se deduce que, en la práctica, la calidad de las leyes depende más de la calidad de estos hombres que de la forma del poder. Estas leyes, entonces, serán buenas o malas, según si los legisladores tendrán una mente imbuida de principios buenos o malos, y se dejarán guiar por la prudencia política o la pasión. Si tenemos una comisión o una sección; si la sustancia en cuestión se presenta como doctrinal o disciplinaria y pastoral; si la separación es mejor que la incorporación, o viceversa, todo depende ahora del liderazgo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, las decisiones sobre la dotación de personal y las órdenes que el Santo Padre imparta oficial o extraoficialmente a dicha congregación.

El autor (Foto: PeterKwaniewski)

ARTÍCULO: «MOSEBACH NOS CONVOCA A UN NUEVO Y GRAN ESFUERZO POR LA LITURGIA TRADICIONAL»

Les ofrecemos a continuación, un interesante texto del escritor alemán Martin Mosebach, escrito para servir de prólogo al folleto que recoge los once sondeos realizados entre 2000 y 2017, primero en Francia y después en siete países de Europa (Italia, Suiza, Alemania, España, Portugal, Polonia y Gran Bretaña) y, finalmente, en Brasil, por Paix Liturgique respecto de la situación de la Misa tradicional. El texto ha sido publicado en francés por dicho sitio y publicada su traducción por la Redacción del blog de la Asociación Litúrgica Magnificat, capítulo chileno de la Federación Internacional Una Voce:

El escritor Martin Mosebach

Prefacio de Martin Mosebach

«Quien desee en Alemania hablar de sus experiencias en materia de liturgia católica tiene que comenzar por mencionar su edad y su origen, porque este país, dividido en lo relativo a la religión, presenta tales diferencias entre las regiones que lo componen, que no se puede hablar de “catolicismo alemán” sino en un sentido extremadamente superficial, aun cuando en los últimos tiempos una reciente y muy nueva evolución ha tenido una influencia poderosamente unificadora.

Así, cuando digo que nací en 1951 en Fráncfort del Meno, significa que nací en una gran ciudad, de mayoría protestante, que forma parte de la diócesis de Limburgo, la cual siempre ha mantenido una cierta distancia frente a Roma. Yo no conocí, por otra parte, la “cultura católica” de antes del Concilio: destruidas durante la guerra, las iglesias fueron posteriormente reconstruidas en un estilo que las despojó de su esplendor. Las liturgias que conocí en mi infancia desaparecían casi totalmente tras un biombo de cantos y lecturas de textos alemanes proclamados ante la asamblea, los cuales, en su mayor parte, no eran ni siquiera traducciones de las oraciones en latín. Esta “Misa rezada y cantada”, como se la llamaba entonces en Alemania, con cantos que se había autorizado que reemplazaran las partes más importantes del Ordinario -el Gloria, el Sanctus- contribuyó de modo decisivo a socavar todo sentimiento litúrgico. Entre los simples creyentes, eran muchos los que, ganados por la emoción, cantaban durante el Ofertorio versos llenos de piedad, compuestos en melodías agradables al oído, pero que, simplemente, hacían caso omiso de importantes partes de la Santa Misa. A los que eramos monaguillos se nos entrenaba para recitar a toda velocidad las respuestas en latín, con un sacerdote, a cuyo cargo estábamos, que medía la velocidad con un cronómetro. Es muy elocuente el que, más tarde, a fin de hacer aceptar la reforma de la Misa de Pablo VI, este mismo sacerdote celebrara “Misas Coca-Cola” en su parroquia.

Puede ser que, en algunos lugares, las cosas se hayan dado de modo diferente, quizá en las viejas regiones católicas de Alemania, en los territorios que han pertenecido desde siempre a Baviera, en la región de Münster, en Maguncia; pero forzosamente hay que constatar que, desde mucho antes del Concilio Vaticano II, la práctica litúrgica en Alemania estaba estaba, casi siempre, muy lejos de ser satisfactoria. Desde la década de 1920, los movimientos juveniles católicos organizaban “Misas experimentales” que se parecían asombrosamente a lo que la reforma de Pablo VI instauró más adelante. Desde muy temprano este “movimiento litúrgico”, especialmente floreciente en Alemania, fue más propiamente un “movimiento antilitúrgico”, impulsado por teólogos importantes que estaban lejos de ser todos progresistas. El propio Romano Guardini, que tanto veneraban los católicos conservadores, tuvo en este campo un influjo cargado de pesadas consecuencias.

La reforma de la Misa llegó, pues, a un terreno bien preparado: grandes sectores de la sociedad ignoraban del todo qué era la liturgia; el sentido del acontecimiento sobrenatural que se produce en el misterio sacramental se había grandemente debilitado, especialmente entre las clases cultivadas. Como consecuencia, el efecto producido por esta reforma no fue sino más sorprendente todavía: ella fue en su mayor parte bien acogida, a pesar del modo brutal e irrespetuoso en que se la llevó a la práctica; pero, al mismo tiempo, las iglesias se vaciaron. El católico medio aceptó, es cierto, la reforma; pero, simultáneamente, renunció a ir a la iglesia. Fue como si, según suele ocurrir en los fenómenos físicos, la reforma hubiera disuelto el magnetismo del rito. Las heridas profundas inferidas al culto, incomparables con cualesquiera otras en la historia de la Iglesia, fueron justificadas por necesidades pastorales, pero fue precisamente en este aspecto que fracasaron. Incluso hay algunos altos dignatarios actuales de la Iglesia que afirman que, sin esta reforma, la pérdida de amor por la Iglesia hubiera sido más dramática todavía; pero este argumento no es satisfactorio, porque la historia no conoce el tiempo condicional.

Dos soldados caminan por la Catedral de Colonia, dañada por los bombardeos (George Silk, 1945) (Foto: Pinterest)

No me explico cómo, en circunstancias como las descritas, un significativo número de católicos alemanes pudo permanecer fiel al rito tradicional, ni cómo esos católicos pudieron interesarse en éste. Me refiero sobre todo a la nueva generación de sacerdotes, hombres jóvenes, que jamás conocieron lo que se podría llamar “una cultura católica”, quienes parecen atisbar que, sin una liturgia transmitida, el sacerdocio queda incompleto. Pero, incluso entre los laicos, se siente crecer algo así como un sentimiento de inmensa pérdida, sin que puedan discernir lo que la provoca. Los representantes oficiales de la Iglesia se mantienen en su actitud de rechazo, aunque han renunciado a gran parte de su furor ideológico. Se constata que es evidente que la reforma post-Vaticano estuvo lejos de provocar un nuevo Pentecostés y que, al contrario, fue causa de una profunda incertidumbre y debilidad. Poco a poco parece imponerse la idea de que no se puede eliminar en Alemania una práctica milenaria mediante un simple decreto administrativo. La historia alemana sabe de muchas profundas rupturas, pero sabe también de otras tantas continuidades que duran más que aquéllas, y puede ser que este nuevo apego al rito tradicional de la Iglesia surja de este hecho.

El creciente favor que encuentra la liturgia antigua no debe, con todo, engañarnos con cifras, por mucho que éstas impresionen. La verdad teológica y mística del culto tradicional no depende de su aceptación por grandes mayorías. En la Iglesia, el rito tradicional no deriva su legitimidad de que “agrade” a un número cada vez más grande de creyentes, ni del hecho de que les “interese”, ni tampoco de que cada vez haya más creyentes que “puedan imaginarse que eventualmente podrían celebrarlo”. Es cierto, empero, que esas cifras pueden hacer que reflexionen aquellos que en las diócesis son responsables del modo cómo se administra los sacramentos. Ellos tienen, o más bien debieran tener, el papel de hacer que los sacerdotes y obispos, en estos tiempos en que la Iglesia pierde peso, reflexionen sobre cómo enfrentar el proceso, no poniendo trabas, por ejemplo, a quienes solicitan con convicción la celebración regular del rito antiguo, sino, por el contrario, obedeciendo el motu proprio de Benedicto XVI y accediendo generosamente y en toda la línea a esas solicitudes.

Misa tradicional en la Catedral de Espira (Speyer) (Foto: Wikimedia Commons)

Sin embargo, cualquiera que haya penetrado de verdad y profundamente en el pensamiento del rito tradicional no tiene necesidad alguna de encontrar consuelo en el creciente número de fieles que lo redescubren. La verdad del rito tradicional no depende de adhesiones masivas sino que, por el contrario, es totalmente independiente de ellas. Tampoco hay que dejarse engañar por esta adhesión que crece sin cesar: el rito antiguo es difícil, exige ser frecuentado a lo largo de toda una vida, y lo digo por experiencia propia. Luego de haber pasado más de 30 años en temas de liturgia, todavía hoy descubro en él cosas nuevas que se me habían escapado. La religión cristiana puede ser vivida a diferentes niveles, cada uno de los cuales tiene su explicación: tanto la fe ingenua de los niños como la meditación filosófica; la ascesis vivida lejos del mundo como el amor de la belleza y los sentidos vivido en el mundo; y la liturgia de la Iglesia puede ser celebrada tanto por analfabetos como por intelectuales de las grandes ciudades; pero nada de esto cambia el hecho de que ella es, en su misma esencia, un misterio iniciático que no se revela a la primera mirada, ni a la segunda, ni siquiera a la tercera, sino que se abre, siempre más profundamente, a quien busca, y también a quien estudia. Y aunque no fuera más que por esta causa, ella no podrá jamás depender del sufragio de la mayoría. Lo cual nos muestra también lo esencial de lo que se juega en los círculos que se esfuerzan por hacer perdurar el rito antiguo, es decir, la formación litúrgica de los creyentes, que no deberían quedarse en un vago sentimiento de bienestar ni en una especie de inclinación instintiva hacia él, si es que el nuevo arraigo de la liturgia tradicional ha de triunfar a largo plazo. Son demasiado numerosos los que hoy frecuentan la Misa del rito antiguo sin siquiera saber hasta qué punto tienen razón al hacerlo y cuán bien hacen con ello. He aquí por qué el número sorprendente de fieles que en Alemania declaran gustar de la antigua liturgia es, sobre todo, un llamado a un nuevo y gran esfuerzo.

Las comunidades de sacerdotes que se consagran exclusivamente al rito antiguo, y también el número creciente de sacerdotes que lo celebran de vez en cuando, deben, en sentido literal, en el sentido más estricto del término, ser considerados misioneros. Así es como podrá ser aceptado, con el reconocimiento que merece, el milagro de que, cincuenta años después de una reforma litúrgica introducida a paso forzado, y nacida en gran parte en Alemania, la chispa de la liturgia tradicional no haya cesado jamás de brillar».