A la edad de 96 años falleció el pasado 11 de noviembre el cardenal Domenico Bartolucci. Gran músico y compositor, fue nombrado Maestro de la Capilla Sixtina con el Papa Pío XII, y fue preterido y relevado, en las últimas décadas del pasado siglo XX.
Benedicto XVI lo rehabilitó nombrándolo Maestro emérito perpetuo de la citada Capilla Sixtina, y creándolo cardenal en el consistorio de 20 de noviembre de 2010, con el título de Cardenal diácono de los Santísimos Nombres de Jesús y María en vía Lata.
Gran amante de la liturgia romana tradicional celebró ésta durante toda su larga vida.
La web recomendada El Búho escrutador al cumplirse un mes de su fallecimiento, a modo de humilde homenaje -al que se une nuestra Asociación-, recoge una selección de textos esclarecedores tomados de diversas entrevistas que concedió en sus últimos años, luego de su nombramiento como Cardenal por el Papa Benedicto XVI:
“Los Padres del Concilio no tenían ninguna intención de cambiar la liturgia, y por lo tanto tampoco tuvieron intención de cambiar la música sacra en su relación con ella. El Papa Pío XII había comenzado la reforma de la Semana Santa, pero en la Mediator Dei había expresado también indicaciones claras y se presentaban los principios para una comprensión auténtica de la liturgia, los cuales lamentablemente no fueron tenidos en cuenta más adelante. Además, conociendo a Juan XXIII, estoy seguro de que no habría permitido todos los cambios que han empobrecido extremadamente la vida litúrgica de la Iglesia”.
“Una lectura coherente del documento sobre la liturgia pone de manifiesto que, en la práctica, lo que se hizo no correspondía a los deseos de los Padres. Hubo una gran banalización de nuestra adoración, que fue alentada por una manera pragmática e incompleta de interpretar la Sacrosanctum Concilium”.
“El lugar de la música en la liturgia antigua era muy grande, y nuestro papel no era para divertir a los fieles, sino un verdadero ministerio litúrgico”.
“Yo diría que todos los cambios que se produjeron, y que a mi juicio son negativos, se determinaron por el trabajo de aplicación de los documentos conciliares. Esto fue hecho por una comisión (el Consilium ad exsequendam constitutionem de sacra Liturgia), que no cumplieron con papel, y en la que trabajaron personas que querían imponer sus propias ideas, distanciándose de las ideas oficiales de los documentos. La forma en que esta comisión trabajó ha sido analizada en un estudio muy preciso por Nicola Giampietro, OFM Cap., basándose en los diarios del cardenal Ferdinando Antonelli, que analizó la evolución de la reforma litúrgica 1948-1970. Esta contribución académica ha puesto mucha luz sobre las acciones de las comisiones, sobre la pobre formación de sus miembros, y la falta de profesionalidad con que se desmanteló el patrimonio litúrgico que la Iglesia siempre había celosamente guardado en su vida litúrgica. Como observaba el cardenal en sus notas personales: «La ley litúrgica, que hasta que el Concilio era sagrada, para muchos ya no existe. Todo el mundo se considera autorizado a hacer lo que le gusta, y muchos de los jóvenes hacen exactamente eso. [ … ] En el Consilium hay pocos obispos que tengan una competencia especial en liturgia, muy pocos son teólogos reales. La deficiencia más grave en todo el Consilium es la de los teólogos. [ … ] Estamos en el reino de la confusión. Lo lamento, porque las consecuencias serán tristes«.
«Después del Concilio, y después de los diversos experimentos que por desgracia se permitieron (como si la liturgia de la Iglesia fuera algo para experimentar, o hacer en un tablero de dibujo), se produjo una liturgia que era sustancialmente nueva».
«Benedicto XVI ama mucho el canto gregoriano y la polifonía y quiere recuperar el uso del latín. Entiende que sin el latín el repertorio del pasado está destinado a ser archivado. Es necesario tornar a una liturgia que de espacio a la música, al gusto de lo bello, y también al verdadero arte sagrado«.
“Hay contextos en donde se requiere una Schola Cantorum o en cualquier caso un coro que pueda hacer verdadero arte. Pensemos, por ejemplo, del repertorio del canto Gregoriano que requiere que verdaderos artistas hagan lo que debería ser, o del gran repertorio polifónico. En estos casos el pueblo participa en todo derecho, siendo alimentado y escuchando, pero son los cantores quienes ponen su profesionalismo y su competencia al servicio de otros. Tristemente, en estos años de innovación, muchos han pensado que participar significa “hacer cualquier cosa”.
“Yo no sé si, ¡ay de mí!, han estado en un funeral: “aleluyas”, aplausos, frases risueñas; uno se pregunta si esta gente leyó alguna vez el Evangelio. Nuestro Señor mismo lloró sobre Lázaro y su muerte. Aquí, con este sentimentalismo insípido, no se respeta ni siquiera el dolor de una madre. Yo les habría mostrado cómo asistía el pueblo a una Misa de difuntos, con qué compunción y devoción se entonaba aquel magnífico y tremendo Dies Irae”.
“Mire, defender el rito antiguo no es ser del pasado sino ser “de siempre”. Vea, se comete un error cuando a la misa tradicional se la llama “Misa de San Pío V” o “Tridentina”, como si fuese la Misa de una época particular: es nuestra Misa, la romana, es universal en los tiempos y en los lugares, una única lengua desde la Oceanía hasta el Ártico”.
“Cuando se hacen desgarros en el tejido litúrgico, esos agujeros son difíciles de cubrir, ¡y se ven! Nuestra liturgia plurisecular debemos contemplarla con veneración y recordar que, en el afán de“mejorarla”, corremos el riesgo de hacerle sólo daños”.
Requiescat in pace