SOBRE EL CATECISMO CONTRARREVOLUCIONARIO DE MONS. SCHNEIDER (III)

Continuamos con el tercero de los artículos publicados por don LUIS LÓPEZ VALPUESTA dedicado al interesante libro del obispo Athanasius Schneider titulado «CREDO. COMPENDIO DE LA FE CATÓLICA»

  1. FE, ESPERANZA y CARIDAD.- Para alcanzar la vida eterna es condición absolutamente necesaria la fe (II,4,86), pero no suficiente, pues también es requisito la esperanza, «confiar en que Dios es un Padre amoroso que cumple sus promesas» (II,5,132), y por último «debemos tener caridad sobrenatural y realizar todo lo que manda la moral cristiana» (II,1,1). 

Muy instructivos son los artículos dedicados a la virtud sobrenatural de la Caridad (II,6 149-192), por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por amor a Él mismo (es decir, no por los inmensos bienes que nos ha dado, nos da y nos dará, que es secundario en relación al deseo de que se cumpla su voluntad en cada uno de nosotros para su Gloria). Y amamos al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios (amarle porque es «creado a imagen y semejanza de Dios, redimido por la Sangre de Cristo y llamado a la felicidad eterna» (II,6,170). El amor de Caridad es el único que verdaderamente nos salva.

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  1. ACTOS SOBRENATURALES NECESARIOS.-En relación a las normas de comportamiento del cristiano, Monseñor Schneider hace la habitual distinción entre los actos humanos naturales y sobrenaturales, según intervenga o no la gracia. La moral natural, la que abarca los actos buenos ejecutados de conformidad a la recta razón, no es suficiente para alcanzar el fin sobrenatural, pues «No basta realizar obras buenas, sino que es preciso hacerlas bien. Para que nuestras obras sean buenas y perfectas, es necesario hacerlas  con el único fin de agradar a Dios (San Alfonso María de Ligorio) (II,1,4). Es más, todas y cada una de las acciones del cristiano deben hacerse «para la gloria de Dios», «en nombre de nuestro Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él» (II,1,24). 
  2. ERRORES SOBRE LA MORAL.- Desde muy pronto, esta sección advierte al lector que «han comenzado a aparecer nuevos errores sobre la moralidad» como las teorías teleológicas o proporcionalistas, condenadas por Juan Pablo II, en su extraordinaria encíclica Veritatis Splendor (1993): el suponer que nunca se podrá tener el conocimiento suficiente como para cometer pecado o, al menos, ningún pecado grave,  o creer que una persona que comete pecados graves puede alcanzar el cielo si su intención general en la vida es buena (II,1,28). O el gradualismo, que afirma que las personas pueden tener una relación correcta con Dios y estar en estado de gracia, volviéndose gradualmente más «éticas», incluso mientras continúen conscientemente en pecado mortal (II,1,46). Monseñor Schneider señalará que éste y otros errores sobre la doctrina moral son «insinuados incluso en documentos papales recientes respecto de parejas que viven en adulterio» (numerales 295,298,301 de Amoris Laetitia). En efecto se da a entender en este documento papal que Dios no da suficiente gracia para que una persona realice una buena acción o evite el mal moral, y que Dios puede ordenar males en algunas situaciones en vista de algún bien social o familiar (II,1,28).

En definitiva, el autor nos recuerda a todos los cristianos la piedra angular de la doctrina moral cristiana de siempre: todo acto moralmente bueno «debe ser enteramente bueno en su objeto (la obra realizada en sí misma), circunstancias y fin. Si cualquiera de estos aspectos es defectuoso, el acto entero se vuelve malo» (II,1,25).

  1. Las TRES LEYES y la OBEDIENCIA del CRISTIANO.- Por otra parte, nuestro autor hace la clásica distinción entre Ley eterna (identificada con Dios mismo), la Ley natural (la ley eterna impresa en las criaturas racionales) (II,2, 36-41) y la ley humana (que de acuerdo a Santo Tomás es  «un precepto de la razón en orden al bien común, promulgada por quien tiene autoridad legítima sobre la comunidad»)(II,2,48). Respecto a la ley humana y a la ley eclesiástica estimará que hay supuestos en los que procede la desobediencia (II,2,52-54); en el primer caso, cuando se transgreda la ley natural o la ley divina. En el segundo, cuando «dañe la claridad o integridad constante de la fe de la Iglesia (lex credendi), de la moral (lex vivendi) o de la liturgia (lex orandi).

La armonía en la vida de un cristiano de esa triple ley es esencial, pero Monseñor Schneider nos recuerda que el fiel católico debe tener suficiente formación y discreción de juicio –sensus fidei, en definitiva- para decir «no» en aquellas ocasiones en las que «enfrentado a una enseñanza inquietante, pero «autorizada» simplemente se remite simplemente a la autoridad superior de las enseñanzas universales, perennes y tradicionales de la Iglesia, rechazando lo que se aparta de ellas». Por descontado, esa actitud no es «desobediencia pecaminosa, desacuerdo con el Magisterio o forma de protestantismo”, ya que el fiel «no se trata a sí mismo como el ultimo criterio de la verdad» (II,4,83). A la cuestión de si el clero o el laicado pueden resistir o amonestar a superiores «incluso al Papa», responde con Roberto Belarmino que «sí», pero dejando a salvo la doctrina de que «no es lícito juzgarlo, castigarlo o destituirlo, ya que estos actos son propios de un superior» (II,4,84).  Ejemplo de esa resistencia legítima lo encontramos en la crisis arriana del siglo IV, cuando el dogma de la divinidad de Cristo fue más preservado por la «Ecclesia docta (laicos) que por la Ecclesia docens (jerarquía)» (II,4,85).

  1. PECADOS CONTRA la FE.- En una amplia sección de pecados contra la fe (por exceso y por defecto), junto a los clásicos de superstición o credulidad imprudente (II,4,94 y ss.), nos enseñará que (1) el bautizado puede pecar «al descuidar el aprendizaje de las verdades que estamos obligados a conocer, y también al no realizar los actos de fe cuando son necesarios. Y, por último, si cae en el indiferentismo religioso (II,4,102). Y (2), el no bautizado peca por incredulidad (San Pablo enseñará en Romanos que la increencia en Dios es inexcusable). Advertirá nuestro autor contra nuevas doctrinas y prácticas que se están imponiendo en nuestro tiempo (gaianismo, culto a la madre tierra, yoga, reiki…), que se engloban en un mal espíritu denominado New Age, que no es otra cosa que el gnosticismo clásico con nuevos ropajes (II,4, 108-112).

Especial atención le dedica Monseñor Schneider a la francmasonería (II,4,114-127). Animo a que se lean detenidamente esos parágrafos, resumidos en una rotunda definición de esa pseudoreligión, realizada por Pio VII en 1829, y que sigue vigente: «es una secta satánica que tiene al diablo como dios» (II,4,120). Inquietante es su afirmación de que «se puede deducir que muchos Estados modernos están impregnados de masonería» (II,4,123), y es más inquietante aún, a mi juicio, que la condena que contemplaba el Código de derecho Canónico de 1917 no se reitere en el actual Código (II,4,125), aunque Juan Pablo II ya la fulminó duramente en un documento de 1983.

  1. Los SIETE PECADOS CAPITALES.- Sobre la sección dedicada a los Siete Pecados Capitales, señalo a continuación lo que me parece más relevante de su catecismo: respecto al Orgullo, advierte sobre un defecto relacionado muy frecuente en los católicos (sobre todo si están en puestos de responsabilidad) el respeto humano: «una consideración excesiva por la opinión pública y un temor al hombre que se contrapone al temor de Dios» y cuyo peligro más grave es «ocultar su fe o descuidar su legítimo deber cristiano» (II,9,268). En relación a la Avaricia, nos avisa de la necesidad de meditar sobre ese vicio, pues «1. Con la muerte hemos de renunciar a todo lo que hay en la tierra. 2. A los amantes de la riqueza les resulta difícil salvarse. 3. El Hijo Eterno se hizo pobre por nosotros (II,9,274). En cuanto a la Lujuria, hará una denuncia profética: «la aceptación social del pecado sexual -especialmente la sodomía, recalcará nuestro autor- es una señal clara de decadencia de una civilización» (II,9,278). Respecto a la Ira, incide en la paradoja de que, en determinadas situaciones puede ser virtuosa, y cita a San Juan Crisóstomo que afirmó que: «el que no se irrita, teniendo motivo, comete pecado porque la paciencia irracional siembra vicios, alimenta la negligencia e invita al mal, no sólo a los malos sino también a los buenos» (II,9,283). En cuanto a la Gula, concreta con gran agudeza psicológica los terribles efectos de ese desorden pecaminoso: «1. Ofusca la mente. 2. Lleva a la negligencia en los deberes religiosos. 3. Fomenta la impureza y la pereza. 4. Produce riñas y disensiones. 5. Destruye la salud y la riqueza y acorta la vida. 6. Promueve el apego a los placeres. 7. Conduce a la prisa y a la voracidad en nuestro modo de comer y en nuestra vida en general» (II,9,294). Sobre la Envidia , tras mostrar el aspecto especialmente dañino de este pecado (no busca el bien propio, sino el mal ajeno), pedirá con San Pablo que nos «Alegremos con los que se alegran y lloremos con los que lloran» (Rm. 12,15)» (II,9,300). Por último, dándole un enfoque elevado, asociará la Pereza a esa especie de tristeza o disgusto por los bienes espirituales (acedia), ligándola a un apego desmedido por el descanso y un abandono de los deberes» (II,9,301). Entre otros remedios contra este pecado capital, propone «la convicción de que no podemos ser salvos sin obras buenas» y «el pensamiento del reposo eterno que espera a quienes trabajan por alcanzar el cielo -atención a lo que sigue-, lo cual sólo es posible con gran esfuerzo personal (Mt. 11,12). (II,9,304). Hay que esforzarse en entrar por la puerta estrecha -advierte el Señor- y esa entrada exige esfuerzo ascético a cada uno de nosotros (I,16,554).  “Pensar que Dios admite a su amistad a gente regalada y sin trabajos es locura”, nos advierte la sabiduría de Santa Teresa de Jesús en su Camino de perfección.

7.- Los DIEZ MANDAMIENTOS.- Cierro mi comentario sobre esta segunda parte del catecismo de Monseñor Schneider, con unos apuntes tomados de la lectura sobre los diez mandamientos de la ley de Dios. Aunque grabados sobre las dos tablas de piedra que YHWH entregó a Moisés, con Cristo esos mandamientos se perfeccionaron «otorgando la gracia que permite al hombre seguir la Ley de Dios en justicia» (II,11,329). Los exponemos brevemente:

1º.- YO SOY EL SEÑOR, tu DIOS. NO TENDRÁS OTROS DIOSES FUERA DE MÍ.- El ofrecimiento del culto público al Señor «es de mayor importancia que la preservación del universo entero» (II,12,346), pero asimismo es inescindible del  culto interior, «sin el cual todos los actos exteriores son un espectáculo vacío» (II,12,342). Defiende, de acuerdo a la Escritura (Hb. 11 o Ap. 6,9) y la Tradición, la veneración de los santos, rechazando en dicha veneración cualquier elemento idolátrico. En nuestro tiempo, la adoración de dioses falsos incluye conductas como «diversas formas de culto a la naturaleza, por ejemplo, las llamadas ceremonias a la Pachamama o a la madre tierra» (II,12,376).  

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Aunque sin duda por pudor Monseñor Schneider calla, yo sí quiero recordar el espectáculo horrendo que se organizó en octubre de 2019 en los jardines del vaticano con ese ídolo repugnante de la  Pachamama recibiendo culto. Afortunadamente, un joven valiente de Austria, arrojaría unos días después esa basura al Tíber, sacándolas de la iglesia de Santa María in Traspontina.

2.- NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO.- «Se profana el santo nombre de Dios mediante su uso descuidado, blasfemia, juramentos falsos o injustos votos indiscretos y ruptura de votos» (II,13,393).  Llama la atención que aquí Monseñor Schneider recuerde el llamado «Juramento antimodernista de San Pío X«, vigente hasta 1967, al que juzga como «muy útil y oportuno» (II,13,403). Sin duda porque nadie banaliza el nombre de Dios como el modernista.

3º.- SANTIFICARÁS EL DÍA DEL SEÑOR.-La sustitución del Sabath por el domingo se realizó en virtud de la autoridad de los apóstoles, a causa de que ese día se realizaron las grandes obras de la Santísima Trinidad: «fue el primer día de la creación, el día de la resurrección de Cristo y el día del descenso del Espíritu Santo en Pentecostés» (II,14,413). Fija nuestro autor a continuación una cierta casuística de cosas que podemos o no podemos hacer para santificar el domingo (II,14,418-429), incidiendo en que «como la blasfemia, la profanación del domingo es un ataque directo a la santidad de Dios, que a menudo provoca sus justos castigos» (II,14,417).

4º.- HONRARÁS A TU PADRE y a TU MADRE.- Ese mandamiento se extiende más allá de la relación paterno-filial, pues nos obliga a honrar a «todos aquellos que tienen autoridad legítima sobre nosotros, incluidos padres, maestros, poderes cívicos y pastores de la Iglesia» (II,15,441).  Los preceptos que da en relación a la relación entre padres e hijos son de una gran belleza (II, 15,445-460), pero por razones de espacio remito a su lectura. Como dice Monseñor Schneider, citando el Libro de Ben Sira, a quien practica la piedad filial «le fue prometida una vida larga y feliz». Y a quienes no lo hagan, «se les considerará malditos» (II,15,455).

Los artículos que seguidamente dedica a la educación de los niños dan en el clavo pues hoy verificamos que muchas escuelas nominalmente católicas donde llevamos a nuestros hijos «constituyen un peligro para la fe y la moral de los niños» (II, 5,463). Éstas han acogido lo que Pío XI y Monseñor Schneider denominan «un código moral universal de educación» cuyo fin no es otro que «liberar la educación de la juventud de toda relación de dependencia con la ley divina» (II,15,465). Y además se da una «educación sexual naturalista«, que «expone e invita a los niños a la experiencia sexual, induciendo así directamente al pecado»  (II,15,466),  sin percatarse -como enseña Pío XI en Divini Ilius Magistri de 1929 que «no reconocen la fragilidad de la naturaleza humana» y olvidan que «en la juventud, los pecados contra la castidad son efecto no tanto de la ignorancia intelectual cuanto de la debilidad de una voluntad expuesta a las ocasiones y no sostenida por los medios de la gracia divina».

Siguiendo la citada encíclica, considerará «erróneo y pernicioso (…) el método de la coeducación» (educar juntos a los dos sexos), lo que parece confirmado hoy, no tanto por motivos morales, sino por el diverso desarrollo orgánico del niño y la niña. Así lo apunta el citado documento papal cuando señala que «la naturaleza humana, que diversifica los sexos en su organismo, inclinaciones y aptitudes respectivas, no presenta dato que alguno que justifique la promiscuidad y mucho menos la identidad completa en la educación de los dos sexos» (II,15,469).

Por último, considera que las madres católicas deberían quedarse en el hogar familiar en vez de incorporarse al mercado laboral -a menos que sea necesario para el sustento de la familia-, sobre todo dentro de los primeros seis años de la vida de los hijos, «los más necesarios para nutrirlos y modelar su carácter cristiano» (II,15,462). Desgraciadamente, hemos permitido que se construyera ante nosotros a new word que ha ido desmontando cualquier vestigio de cristiandad y ha hecho prácticamente inviable ese buen consejo, hoy tan impopular.

5º.- NO MATARÁS.- Destruir la vida del cuerpo humano es matar. Pero destruir la vida del alma también lo es, un verdadero asesinato espiritual (II,16,488). Dos ejemplos, el escándalo, por el cual llevamos a una persona a pecar mortalmente, o el suicidio espiritual, cuando cometemos un pecado mortal que destruye la gracia en nosotros (II,16,490). Hay muchas modalidades de homicidio corporal, «el asesinato, el suicidio, el aborto y la eutanasia» (que provocan directamente la muerte). Pero también nuestro autor considera homicidas conductas indirectas como «los actos de violencia injusta contra la salud o la integridad corporal, incluidas la esterilización y la mutilación, y cualquier acto de ira o disensión que conduzca al asesinato» (II,16,489). Por supuesto, «utilizar o matar animales no es asesinato» (II,16,491), a pesar de lo que bramen los fanáticos devotos de la religión animalista.

Citará la Evangelium Vitae de Juan Pablo II (1995), que enseña que, con los anticonceptivos (que veremos en el siguiente punto), hay «productos químicos, dispositivos intrauterinos y vacunas» que «actúan en realidad como abortivos en las primeras fases del desarrollo de la vida del nuevo ser humano«. Y el aborto, ya sea como medio o como fin, es siempre un desorden moral grave. También citará como «asesinato legalizado», la fecundación in vitro, porque su técnica «no evita que se desechen embriones criopreservados (congelados)«. Y, sin duda evocando sus terribles experiencias durante el comunismo, citará la venganza política, implementada con los campos de concentración y las ejecuciones sin juicio (II,16,495).

Los políticos católicos que abogan por cualquier forma de asesinato legalizado deben «ser castigados según el derecho canónico y no admitidos a la Sagrada Comunión» salvo arrepentimiento (II,16,503).

Muy interesante son los artículos dedicados al uso por el católico de productos médicos confeccionados con células madre fetales (II,16,505-510). Aquí Monseñor Schneider va más allá de la doctrina moral eclesiástica que  -dado el origen remoto de ese material orgánico humano-, permite el uso de esos productos. Él considera que su empleo es injustificable para los católicos, ni siquiera por el principio del «doble efecto» (un mal no deseado y un bien intencionado): «Un católico que utiliza tales productos causa escándalo al participar en una especie de «conspiración contra la vida» objetiva» (II,16,508).

Por descontado, Monseñor Schneider defiende la licitud de la pena de muerte (II,16,519-521) frente a la doctrina novedosa introducida por Francisco (nos remitimos a lo ya comentado en nuestro artículo anterior), así como las condiciones para una guerra justa (II,16,523), y la ilicitud sin excepciones de las armas atómicas por el daño indiscriminado que provocan (II,16, 525).

6º.- y 9º.- NO COMETERÁS ADULTERIO y NO DESEARÁS A LA MUJER DEL PRÓJIMO.-Ambos son pecados con el mismo objeto, pero enfocados desde el punto de vista externo y desde el punto de vista interno (II,17,534). Por una parte, «las acciones y caricias lujuriosas, especialmente cualquier uso de las facultades sexuales fuera del matrimonio; las palabras y canciones lujuriosas, y las miradas lujuriosas” (II,17,537). Por otra, «cualquier pensamiento lujurioso, cuando intencionalmente nos detenemos y complacemos en él, y el deseo o determinación de involucrarse más tarde en un pensamiento o acto lujurioso» (II,17,538). Bastan esas reglas generales, y no es necesario entrar en el morbo de una mayor casuística para que cualquier católico bien formado sepa sin la menor duda cuándo peca de lujuria.      

«Nada es bello sino por la pureza, y la pureza de los hombres es la castidad». Con esta preciosa cita de San Francisco de Sales (II,17,532), Monseñor Schneider nos introduce en el mandato de la preservar la castidad (II,17,550, al considerar el autor el vicio de la lujuria (y por encima de los restantes vicios), una poderosa esclavitud, «una forma particularmente poderosa de esclavitud egocéntrica». Lo confirma Nuestro Señor Jesucristo cuando nos enseña que «todo aquél que comete pecado es esclavo» (Jun. 8,14). La gravedad de este pecado queda atestiguada por las Sagradas Escrituras que nos advierten que «nada inmundo entrará (en el Cielo) (Ap. 21,27) o «ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los sodomitas… heredarán el Reino de Dios» (1 Cor. 6,9-10). Es imprescindible, para guardar la castidad en nuestro tiempo acudir a la oración, pues «con gran parte de la civilización contemporánea inundada de inmoralidad sexual  de diversos tipos, la oración es especialmente importante para obtenernos las gracias necesarias para permanecer castos» (II,17,553). El pecado de la lujuria desordena todas las pasiones humanas, haciendo que los actos más abominables y vergonzosos parezcan deseables, como nos confirma San Pablo (Rm. 1, 24-25), y vemos en nuestras sociedades. 

A continuación, se ocupa del pecado de la anticoncepción, pues es «contraria al orden natural e intrínsecamente mala«. Esa verdad moral ha sido expuesta por la Casti Connubii de Pío XI (1930) –acción torpe e intrínsecamente deshonesta– y confirmada por Pablo VI, en su Humanae Vitae (H.V.)(1968) (sin duda de manera heroica y sobrenatural por la presión sufrida) (II,17,540). Es igualmente ilícito el empleo de anticonceptivos dentro del matrimonio con la excusa del mal menor, ni aún por razones gravísimas, por la regla fundamental de que no es lícito hacer un mal para conseguir el bien, como nos enseña el numeral 14 de la H.V. (II,17,541). En más, al tratar del Sacramento del Matrimonio (en la tercera parte de su Catecismo), Monseñor Schneider precisa la norma fijada por Pablo VI en la H.V. de la licitud de la abstención de relaciones durante los periodos fecundos de la esposa, pero nos avisa de que no es lícito abusar de este método de abstinencia temporal, pues «puede convertirse en un modo de ocultar el egoísmo». Y cita la alocución de Pío XII en 1958 que pide «buena disposición para aceptar alegremente y con gratitud esos dones inestimables de Dios -sus hijos- en la cantidad que Él le plazca mandar» (II,17,709). 

Cuando leo estas palabras -en estos tiempos terminales de descomposición de las clases medias y de cultura de la muerte-, pienso que tenía mucha razón San Agustín cuando señalaba que el mérito martirial de los cristianos de los últimos tiempos –que tendrán que vérselas con el Anticristo- sería muy superior a la de la época de los mártires romanos. Sobre todo la de los padres y las madres que quieran vivir la fe católica de siempre y transmitírsela a sus hijos, por la heroicidad que supone hoy traer muchos hijos al mundo y educarlos en el amor y la obediencia incondicional a Cristo.

7º.- y 10º NO ROBARÁS y NO CODICIARÁS LOS BIENES DE TU PRÓJIMO.- El séptimo mandamiento nos impone «no tomar injustamente los bienes de los otros y nos obliga a reparar cualquier daño que hayamos hecho» (II,18,556). El décimo «nos prohíbe tener celos por los bienes del prójimo y todo deseo interior injusto por la propiedad de otro» (II,18,557). 

Monseñor Schneider incluye dentro del Hurto, el trabajo mal remunerado (II,18,569), un pecado muy actual. Yo añadiría, además -de acuerdo con las Sagradas Escrituras- que es de los que claman al Cielo  (St. 5,4).

Frente a los falsos ideales del comunismo -cuyas condenas históricas por Pío XI nos recuerda nuestro autor y hemos analizado en nuestra primera entrada sobre el catecismo-, opone el Principio de Subsidiariedad de la Doctrina Social Católica, que significa una «toma de decisiones a nivel más bajo y local posible», lo que hace factible que «toda acción de la sociedad por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos»  (Pío XI, Quadragesimo Anno (1931). Y criticará como opuestos a este principio, el globalismo y la tecnocracia (principios rectores de nuestra época), donde las decisiones y los derechos y libertades privados, «están controlados por un pequeño número» (II,18,563), de manera opuesta a las sanas reglas de la Doctrina Social Católica.

Interesante -y polémico- es también considerar, lícito el préstamo con interés, pero sólo en función de la pérdida resultante -la depreciación de la moneda- y el riesgo asumido -el peligro de mora- (II,18,574). Por tanto, la usura es «un robo mediante la exigencia de intereses sobre un préstamo sin título legítimo o en exceso de la justa proporción» (la depreciación y el riesgo de mora, según se dijo). Aunque no lo manifiesta expresamente, de estos principios deduzco que Monseñor Schneider sigue la teoría católica clásica que considera que el dinero no es productivo, que no hay razón moral que justifique negociar con él, y que, por tanto, todos los bancos practicaban -y practican hoy- la usura.  Recordemos que la Rerum Novarum de León XIII (1891) hablaba de ella como «usura devoradora…, un demonio condenado por la Iglesia , pero de todos modos practicado de modo engañoso por hombres avarientos». Probablemente, nunca como en este tema el demonio está en los detalles. 

8º.- NO LEVANTARÁS FALSO TESTIMONIO CONTRA TU PRÓJIMO.-  Ese mandamiento postula «el respeto absoluto por la verdad«. Prohíbe «directamente toda mentira» e «indirectamente cualquier cosa que ataque de manera injusta la reputación y la honra de nuestro prójimo» (II,19,590).

Los pecados contra este mandamiento -advierte Monseñor Schneider- se han vuelto muy comunes en nuestro tiempo, pues «especialmente después de la II Guerra Mundial, el uso de los medios de comunicación para distorsionar los hechos, influir en la opinión pública e imponer una percepción falsa de la realidad (por ejemplo, a través de la propaganda) ha atrapado a muchos en pecados habituales contra este mandamiento» (II,19,591). Creo que todos estaremos de acuerdo en que esa percepción se ha ido incrementando con el tiempo en progresión geométrica, de modo que hoy, en la era de la información, encontrar una verdad sin deformar en los medios de comunicación es como encontrar una aguja en un pajar. 

Si Cristo es la Verdad (Jn. 14,6), Satanás es el «padre de la mentira» (Jn. 8,44) (II,19,593). Por lo tanto, según deformemos los hechos claros mediante el lenguaje nos apartaremos más del Señor y nos acercaremos al demonio.  Por ello, ni siquiera para defender nuestra vida podemos mentir, pues caeríamos en el error del consecuencialismo (hacer el mal para que venga el bien -Rm. 3,8-). Pero sí podemos, tal y como nos enseña el Doctor Angélico, «ocultar la verdad prudentemente«, por una causa justa, como en el uso de la reserva mental o el equívoco (S.T. II-II, q. 110 a3, resp.4)(II,19,594).  Por lo tanto, concluye Monseñor Schneider, no está prohibida en ocasiones la reserva mental amplia y los equívocos porque, a la vez que “no decimos falsedad alguna con ellas, permitimos que nuestro oyente se engañe si no tiene derecho a la verdad o si saberla puede ocasionar un daño previsible» (II,19,598). 

Junto a la mentira se destacarán «otros pecados contra la verdad«: falsificación, hipocresía, adulación, jactancia, disimulo o incluso -a sensu contrario- indiscreción, «revelar verdades que deben mantenerse en secreto» (II,19,607).

Finalmente, y para concluir, tras advertir contra el juicio precipitado y de la sospecha temeraria (II,19, 616-617), Monseñor Schneider, con el caudal de su inmensa unción y sabiduría cristiana, nos dirige por el camino más seguro para formarnos una opinión sobre nuestro prójimo: 

«Debemos comenzar por juzgar solo los actos externos de nuestro prójimo, sopesarlos con la verdad y suponer lo mejor de sus acciones, al menos cuando no hay peligro de dañar a tercero. Debemos dejar el juicio de sus intenciones y del estado de su alma a Dios, que es el único que escudriña el corazón» (Rm. 8,27).

LUIS LÓPEZ VALPUESTA

SOBRE EL CATECISMO CONTRARREVOLUCIONARIO DE MONS. SCHNEIDER (INTRODUCCIÓN)

Comenzamos este curso 2024/25, publicando en varias partes una serie de interesantes artículos que don LUIS LÓPEZ VALPUESTA, abogado y escritor, ha dedicado al libro publicado recientemente por el obispo Athanasius Schneider titulado «CREDO. COMPENDIO DE LA FE CATÓLICA», el cual recomendamos su lectura y estudio. Esta serie de artículos han visto la luz en el blog del autor:https://noliteconformari.blogspot.com/ y en el que tiene alojado en la web de Infovaticana: https://infovaticana.com/blogs/nolite-conformari/


I

Para entender bien la grandeza y, sobre todo, osadía de este Catecismo, es imprescindible con carácter preliminar conocer a fondo la persona de su autor, el obispo auxiliar de la lejana localidad de Astana, en Kazajistán.  Pero como aquí no se pretende hacer sino un humilde artículo sobre la impresión que esta obra ha dejado en el alma de quien esto escribe, me limitaré a recordar unos pocos datos de su biografía familiar. Datos que, a mi juicio, no sólo explican la solidez de la fe tradicional de este obispo, sino también nos pone sobre la pista de la razón por la que Occidente entero ha diluido dicha fe entre las miasmas del progresismo mundial. 

En la larga entrevista que concedió a Diane Montagna, recogida en el libro «Christus Vincit» (2019), Monseñor Atanasius Schneider nos narra los orígenes de su familia ruso-alemana. Fue sobre los años 1809 o1810 -casi un siglo antes de la diabólica revolución comunista de 1917-, cuando muchos alemanes emigraron a las orillas del Mar Negro. Eran russlanddeutsche, procedentes de la región de Alsacia y Lorena, territorios de permanente disputa entre Francia y Alemania hasta el final de la II guerra mundial.  Fervorosamente cristianos, trabajaban como agricultores, y dada la amplia presencia de una comunidad católica en esa región, el papa erigió en ese siglo XIX una diócesis que se denominó Tiraspol, con un obispo que era elegido entre la propia comunidad (como tradicionalmente hacían los cristianos). La irrupción del comunismo fue una catástrofe, pues la mayoría de los doscientos sacerdotes con los que contaba esa comunidad fueron asesinados o encarcelados. Monseñor Schneider recordará que su abuelo paterno -Sebastián Schneider-  fue depurado en la época de delirio de las grandes purgas estalinistas de los años 30, dejando huérfanos dos hijos, uno de siete años y que sería su padre. La tragedia también afectará a la rama materna de su familia, pues su abuelo materno murió durante un bombardeo alemán durante la Operación Barbarroja. Sin embargo la intensísima fe de las dos abuelas salvó la transmisión de la verdad católica entre sus hijos y nietos, a pesar de que los eventos que vivieron fueron especialmente duros. Los nazis ocuparon Crimea y trasladaron a los alemanes allí residentes a localidades cerca de Berlín, incluidos los abuelos de Mons. Schneider con sus hijos. Cuando el ejército rojo ocupó el este de Alemania deportó a los alemanes nacidos en Rusia, los dispersó por Siberia y Kazajistán, y otros los envió a los Montes Urales. Allí llegaron -con catorce y dieciséis años respectivamente- la madre y el padre de Monseñor, una región donde en invierno había temperaturas de cuarenta grados Celcius, lo que provocó la muerte de muchos rusos-alemanes por congelación. Pese a ese ambiente desolador, su padre le contaba que los católicos rezaban el rosario en voz alta y los luteranos se unían al rezo, e incluso invocaban juntos a Nuestra Señora. 

Sus padres se casaron en 1954, y el 07 de abril de 1961 nació Atanasio, siendo bautizado por su madre (ante la ausencia de sacerdote), con el nombre de pila de Antonius (por San Antonio de Padua). Un año después un sacerdote le bautizó por prudencia ante la duda de que no lo hubiera sido correctamente  por una seglar. En 1969 la familia se traslada a Estonia (entonces bajo las garras de la URSS), porque el padre de Atanasio deseaba estar lo más cerca de Alemania y no quería que sus hijos acabasen cooptados por el comunismo. En la casa nunca hablaban en ruso, sino en alemán. La única iglesia católica que toleraban los comunistas estaba a unos 100 km., y los domingos se levantaban muy temprano para coger el tren que les llevaría a esa localidad. En 1973 lograron emigrar a Alemania, y recuerda especialmente Monseñor Schneider la sorpresa -y el horror- de él y de su familia al escuchar a un sacerdote que en algunas iglesias germanas  -estamos en 1973- se daba la comunión en la mano. Fue acolitando en  Alemania, cuando recibió la vocación al sacerdocio. Ingresó en la Orden de los Canónigos Regulares de la Santa Cruz (de origen portugués), por lo que hizo el noviciado en Portugal entre 1982-1983. En ese año fue a Roma, donde estudió en el Angelicum y posteriormente se trasladó a Brasil, donde fue consagrado sacerdote el 25 de marzo de 1990, en Anápolis, por el obispo Monseñor Pestana. Por recomendación de su superior cambió su nombre por Atanasio, significativamente el campeón de la fe nicena. Tras doctorarse en Roma, y pese a su deseo de volver a Brasil, en 2001 el obispo de Karagandá (en Kazajistán) le reclamó como director espiritual de los seminaristas, y tras autorizarlo Juan Pablo II, marchó a esa república surgida de la descomposición de aquella podredumbre económica, política y moral llamada Unión Soviética o comunismo. En el año 2006, Benedicto XVI lo nombró Obispo Auxiliar de Karagandá, y desde 2011 es obispo auxiliar de la Archidiócesis de Astana, en la misma Kazajistán. 

II

Decía al principio que la lectura de la biografía familiar de Monseñor Atanasio Schneider nos permite entender las razones de la solidez de su fe católica. El hecho de vivir su infancia hasta su comenzada adolescencia en una dictadura marxista (que tanto daño pretendió hacer a la religión cristiana) marcó su firme convicción de la naturaleza del enemigo y el modo de combatirlo. La fe católica sobrevivió porque su familia, junto con muchas otras, juzgó acertadamente la esencia del comunismo como un contra-Dios, ante el cual no cabía otra arma que aferrarse con fuerza a “la fe recibida de una vez para siempre “(Jd. 3) y perseverar hasta la muerte para que sus hijos (y los hijos de éstos) «mantuvieran las tradiciones que se han transmitido» (1 Cor. 11,2). Todos tenían conciencia que se enfrentaban no a hombres sino a un diablo con tal poder devastador que no podía ser derrotado por fuerzas humanas, sino sólo por el único que «sentado a la diestra de Dios, pondría a sus enemigos como estrado de sus pies» (Sal. 110,1), es decir, Jesucristo. La adhesión a Cristo hasta el martirio, a su Palabra eterna e inmaculada y a la Tradición doctrinal, litúrgica y hasta devocional (mostrada por ejemplo en el fervoroso rezo del rosario de su madre y sus abuelas), era la garantía de ese triunfo. Y, en efecto, la providencia de Dios regaló al mundo una colosal figura espiritual, un Vicario de Cristo -Juan Pablo II- que, a inicios de los años 90 del siglo pasado, contribuiría, sin armas de fuego pero con una espada de doble filo, con la Palabra de Dios (Hb. 4,12), al derrumbe de esa mentira global que apresaba a media Europa. El fin del comunismo como sistema político en Europa, en definitiva, fue posible por la firmeza del papa polaco, pero también merced a tantas almas -como la familia de Schneider- que combatieron el mal, perseverando con el rosario en la mano y el corazón siempre enamorado de Cristo y de la Tradición católica.  No en vano su Catecismo nos volverá a recordarnos la prohibición de Pío XII a los católicos de colaborar con el comunismo, a fin de «salvar la civilización cristiana» (II, 18, 561), y considerará como «apóstatas de la fe católica» y puestos bajo pena de excomunión, a quienes «profesen, defiendan o propaguen la doctrina materialista y anticristiana del comunismo» (II, 18, 562).

Pero la biografía de Monseñor Schneider nos permite comprender igualmente por qué la Europa occidental, antaño cristiana, ha vuelto a las andadas del paganismo, de tal modo que pareciera que el único culto que rinden hoy la mayoría de las naciones europeas -en el altar de sus leyes ideológicas-, es al diablo. En realidad, los cristianos orientales veían tan cerca al ser oscuro en ese sistema político y económico en el que se movían, que pudieron combatirlo, aferrándose las tradiciones que recibieron de sus antepasados; así hicieron tantas familias como la de Monseñor. Sin embargo, la Europa occidental -campo de batalla principal de la guerra mundial-, tras su reconstrucción y su intensísimo crecimiento durante dos décadas, fue reblandeciendo la tensión religiosa gracias a la acción de zapa del modernismo religioso. Y los huecos que se iban dejando, fueron progresivamente rellenados por el demonio con una sustancia nociva parecida a aquella con la que quiso pervertir a los países orientales: hablamos del marxismo, pero no del político o económico, sino cultural.    

El demonio no se presentó a Occidente invocando a la unión del proletariado o el odio a los ricos (Europa ya había verificado el desastre a qué llevó tal demagogia), sino que astutamente trocó ese principio que nos marcó Cristo de «La verdad os haría libres» , por el más tentador de «la libertad os hará verdaderos«. De este modo se haría añicos el pasado (el sueño húmedo del marxismo, como lo celebra su himno más famoso), sin tener que acudir a los brutales métodos usados antaño -y hoy tan desprestigiados- como el gulag o las matanzas por hambrunas. La Verdad plena -la más noble aspiración del intelecto- se sustituía por la Libertad definitiva -la más deseada meta de la voluntad-. Pero aspirar a todas las posibilidades de libertad sin reconocer los límites derivados de nuestra naturaleza y de nuestra condición moral como criaturas creadas por Dios -es decir, sin admitir la Verdad–  llevaba a entrar en el mismo terreno del non serviam, primeramente recorrido por el demonio. Esa libertad, fuera de la naturaleza de las cosas, implicaba progresar no hacia la Verdad objetiva sino hacia mentiras cosidas con retazos de verdad porque mi voluntad lo quiere, porque yo lo quiero. Las consecuencias, personales y sociales, serían atroces como lo comprobamos en nuestros días, sólo mirando la estadística de abortos o de suicidios de jóvenes. 

Ese es el entenebrecido mundo de hoy, al que Monseñor Schneider opone como un sol su Compendio, su Catecismo, y se lo enseña sin contemplaciones a los católicos que han sucumbido a los cantos de sirena del infierno y a los que están a punto de caer. Católicos «perplejos -como dice abiertamente el autor en el Prefacio de su obra- ante la extendida confusión doctrinal en la Iglesia en nuestros días».

En definitiva, lo que no logró el marxismo político en Rusia lo está consiguiendo el marxismo cultural en nuestra Europa, pues la principal arma para cohonestarlo -la tradición– es objeto de abierta persecución en la Iglesia, siendo la liturgia el principal caballo de batalla (por ejemplo, acabo de leer en Infovaticana que, mientras se sigue restringiendo la celebración de la Misa Tradicional, a fines de 2024 entrará ad experimentum el «rito amazónico»). Monseñor Schneider conoce, por haberlo vivido in situ, que las armas que desde fuera se emplean contra la religión verdadera  -como hizo el marxismo político- son inútiles si desde dentro se lucha por el «buen combate de la fe» (1 Tim. 6,12). Sin embargo, cuando los ejércitos del enemigo han entrado en el templo de Dios -como profetizó Pablo VI en 1972-, cuando el aroma de marxismo cultural se cuela a veces en documentos de la Iglesia y en las homilías de muchísimos sacerdotes, la victoria se vuelve casi imposible, pues «ningún reino dividido prevalece» (Mc. 3,24).  De ahí, la necesitad dramática de este catecismo, que sorprenderá a muchos por recuperar las viejas verdades que nunca debieron sustituirse por novedades, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II (libertad religiosa, ecumenismo, reforma litúrgica y de los sacramentos…). Pero aunque sorprenda a algunos -e incluso les produzca una soterrada indignación la lectura de determinados puntos-, muchos creemos firmemente que  ese es el camino. No hay otro. Y se llama -en mayúsculas-Tradición Católica. Este Compendio es la Tradición Viva de la Iglesia, -del Cuerpo Místico de Cristo-, el mismo, ayer, hoy y siempre (Hb. 13,8).   

Luís López Valpuesta

CARTA AL PAPA DE PERSONALIDADES DEL MUNDO ANGLOSAJÓN EN DEFENSA DE LA MISA TRADICIONAL

En una carta al Times of London, publicada el pasado julio, más de 40 firmantes, católicos y no católicos -entre ellos el creador de «Downton Abbey», Julian Fellowes, la activista de derechos humanos Bianca Jagger y la cantante de ópera Kiri Te Kanawa- lamentan «las preocupantes noticias procedentes de Roma de que la Misa tradicional va a ser desterrada de casi todas las iglesias católicas».

La carta se hace eco explícitamente de un llamamiento de artistas y escritores publicado por el Times de Londres en julio de 1971. Los firmantes de la carta anterior, entre los que se encontraban la escritora de novelas de misterio Agatha Christie, el novelista Graham Greene y el violinista Yehudi Menuhin, expresaron su alarma ante las noticias de «un plan para borrar» la Misa anterior al Concilio Vaticano II.

El llamamiento llegó hasta el Papa Pablo VI, de quien se dice que exclamó «¡Ah, Agatha Christie!» al leer la lista de firmantes. El Pontífice italiano era un lector habitual de las novelas de la escritora británica. El Papa firmó un documento que permitía a los obispos de Inglaterra y Gales conceder permiso para que se ofrecieran misas en latín tradicional en ocasiones especiales, lo que hoy se conoce como el «indulto Agatha Christie».

La nueva carta cita el argumento del llamamiento de 1971 de que la Misa Tradicional en latín pertenece a la «cultura universal», porque ha «inspirado una multitud de logros inestimables en las artes – no sólo obras místicas, sino obras de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores de todos los países y épocas.»

A continuación, una traducción al español de la carta:

Misa en Latín en riesgo

Sir, el 6 de Julio de 1971, The Times publicó un llamamiento al Papa Paulo VI en defensa de la Misa en Latín firmado por artistas y escritores católicos y no católicos, entre ellos Agatha Christie, Graham Greene y Yehudi Menuhin. Esto se conoció como la “carta de Agatha Christie”, porque supuestamente fue su nombre el que llevó al Papa a emitir un indulto o permiso para la celebración de la Misa en Latín en Inglaterra y Gales. La carta sostenía que “el rito en cuestión, en su magnífico texto en latín, también ha inspirado logros invaluables… de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores en todos los países y épocas. Por tanto, pertenece a la cultura universal”.

Recientemente ha habido preocupantes reportes desde Roma de que la Misa en Latín será desterrada de casi todas las iglesias Católicas. Esta es una perspectiva dolorosa y confusa, especialmente para el creciente número de jóvenes católicos cuya fe se ha nutrido de ella. La liturgia tradicional es una “catedral” de texto y gesto, que se desarrolló como lo hicieron esos venerables edificios durante muchos siglos. No todo el mundo aprecia su valor y eso está bien; pero destruirla parece un acto innecesario e insensible en un mundo donde la historia puede fácilmente caer en el olvido. La capacidad del antiguo rito para fomentar el silencio y la contemplación es un tesoro que no es fácil de replicar y, cuando desaparece, es imposible de reconstruir. Este llamamiento, como su predecesor, es “completamente ecuménico y apolítico”. Entre los firmantes hay Católicos y no Católicos, creyentes y no creyentes. Imploramos a la Santa Sede que reconsiderar cualquier restricción adicional de acceso a este magnífico patrimonio espiritual y cultural.

Robert Agostinelli; Lord Alton de Liverpool; Lord Bailey de Paddington; Lord Bamford; Lord Berkeley de Knighton; Sophie Bevan; Ian Bostridge; Nina Campbell; Meghan Cassidy; Sir Nicolás Coleridge; Dama Imogen Cooper; Lord Fellowes de West Stafford; Sir Rocco Forte; Lady Antonia Fraser; Martín Fuller; Lady Getty; Juan Gilhooly; Dama Jane Glover; Michael Gove; Susan Hampshire; Lord Hesketh; Tom Holland; Sir Stephen Hough; Tristram Hunt; Steven Isserlis; Bianca Jagger; Ígor Levit; Lord Lloyd-Webber; Julian Lloyd Webber; Dame Felicity Lott; Sir James MacMillan; Princesa Michael de Kent; Baronesa Monckton de Dallington Forest; Lord Moore de Etchingham; Fraser Nelson; Álex Polizzi; Mishka Rushdie Momen; Sir András Schiff; Lord Skidelsky; Lord Smith de Finsbury; Sir Paul Smith; Rory Stewart; Lord Stirrup; Dame Kiri Te Kanawa; Dame Mitsuko Uchida; Ryan Wigglesworth; AN Wilson; Adam Zamoyski

UNA VOCE SEVILLA PARTICIPARÁ EN LA IV PEREGRINACIÓN TRADICIONAL OVIEDO A COVADONGA (27 – 29 julio)

El Capítulo Ntra. Sra. de la Antigua de Una Voce Sevilla participará por cuarto año consecutivo en la Peregrinación tradicional Oviedo-Covadonga, organizada por la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad – España durante los próximos días 27 al 29 de julio, y que en la pasada edición alcanzó el millar y medio de participantes.

Se trata de una peregrinación anual desde la Catedral de Oviedo al santuario de Nuestra Señora de Covadonga (Asturias) organizada por un grupo de fieles católicos laicos, principalmente jóvenes, devotos de la celebración de la Santa Misa según el rito Romano tradicional, a semejanza a la peregrinación internacional París-Chartres. Tiene lugar en el fin de semana más cercano a la festividad del apóstol Santiago, patrón de las Españas (25 de julio). La distancia total a recorrer a pie en los 3 días es de aproximadamente 100 km a través de idílicos paisajes asturianos.

Este año estará la Peregrinación cuenta con 26 capítulos procedentes de toda España y 8 del extranjero (Méjico, Francia, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Estados Unidos).

La participación en la peregrinación puede hacerse también en familia (con niños de todas las edades y un recorrido más corto) o como voluntario que presta determinados servicios antes, durante y después de la Peregrinación (Liturgia, cantos, sanitarios, transporte, montajes, cocina, avituallamiento…etc.). Para más información: Nuestra Señora de la Cristiandad | España (nscristiandad.es).

También es recomendable, si no se puede participar de las formas anteriormente citadas, asistir a la Misas tradicionales que en esos días se celebran al aire libre y en la Basílica de Covadonga a la llegada de la peregrinación.

En estos tres últimos años, ha sido muchas las personas, principalmente jóvenes, que sin pertenecer a la comunidad de Una Voce Sevilla y su Grupo Joven Sursum Corda, nos han acompañado en tan profunda vivencia espiritual y de hermandad en torno al apostolado de la Tradición Católica. Por eso, os animamos de nuevo a participar en la Peregrinación y, si lo deseas, a hacerlo en nuestro Capítulo de Ntra. Sra. de la Antigua. Para ello, debes inscribirte en la siguiente dirección web: Inscripción | Nuestra Señora de la Cristiandad (nscristiandad.es) 

Más información sobre el Capítulo de Una Voce Sevilla: asociacion@unavocesevilla.info

Recuerda que el 1º plazo de inscripción finaliza el próximo 30 de junio. Pasado este plazo y hasta el 15 de julio, el precio se incrementará un 50%.

¡Peregrina a Covadonga, la Santina te espera!

UNA VOCE SEVILLA

VÍDEOS: LA MISA TRADICIONAL EN LA PEREGRINACIÓN PARÍS – CHARTRES 2024

1º- SANTA MISA DE INICIO DE LA PEREGRINACIÓN EN LA IGLESIA DE ST. SULPICE DE PARÍS (SÁBADO 18 DE MAYO)

2º- SANTA MISA SOLEMNE DE PENTECOSTÉS DURANTE LA PEREGRINACIÓN (DOMINGO 19 DE MAYO)

3º- SANTA MISA PONTIFICAL DE CLAUSURA DE LA PEREGRINACIÓN CELEBRADA POR EL CARDENAL MÜLLER EN LA CATEDRAL DE CHARTRES (LUNES 20 DE MAYO)

CAMPAÑA INTERNACIONAL POR LA PLENA LIBERTAD DE LA LITURGIA TRADICIONAL

Ser católico en 2024 no es fácil. La descristianización masiva continúa en Occidente hasta tal punto que el catolicismo parece estar desapareciendo de la escena pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe sigue creciendo. Además, la Iglesia parece sumida en una crisis interna, que se refleja en una disminución de la práctica religiosa, un descenso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una menor práctica sacramental e incluso disensiones entre sacerdotes, obispos y cardenales impensables en el pasado. Sin embargo, entre los elementos que pueden contribuir al renacimiento interno de la Iglesia y a la reanudación de su desarrollo misionero, está en primer lugar la celebración digna y santa de su liturgia, para lo que el ejemplo y la presencia de la liturgia romana tradicional pueden ser una poderosa ayuda.

    A pesar de todos los intentos que se han hecho para acabar con ella, especialmente durante el actual pontificado, sigue viviendo, difundiéndose, santificando al pueblo cristiano que tiene acceso a ella. Produce frutos evidentes de piedad, vocaciones y conversiones. Atrae a los jóvenes, es la fuente del florecimiento de muchas obras, sobre todo en las escuelas, y va acompañada de una sólida enseñanza catequética. Nadie puede negar que es un vehículo para preservar y transmitir la doctrina católica y la práctica religiosa en medio de un debilitamiento de la fe y una hemorragia de creyentes. Entre las demás fuerzas vivas que siguen actuando en la Iglesia, la que representa el culto es particularmente relevante por la estructuración que le confiere una lex orandi continua.

    Ciertamente, se le han concedido, o más bien tolerado, algunos ámbitos de la vida eclesial, pero con demasiada frecuencia se le ha retirado con una mano lo que se le había concedido con la otra. Sin conseguir nunca hacerla desaparecer.

Desde la gran crisis inmediatamente posterior al Concilio, se ha intentado de todo en numerosas ocasiones para reavivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y consagradas e intentar preservar la fe del pueblo cristiano. Se ha intentado todo, excepto permitir la «experiencia de la tradición», dar una oportunidad a la llamada liturgia tridentina. Sin embargo, el sentido común exige hoy con urgencia que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia, especialmente a aquella que goza de un derecho que se remonta a más de mil años.

    Que no haya malentendidos: este llamamiento no es una petición de nueva tolerancia, como en 1984 o 1988, ni siquiera de que se restablezca el estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que en principio reconocía un derecho, pero de hecho lo reducía a un sistema de permisos concedidos con reticencia.

    Como laicos, no nos corresponde juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la doctrina anterior de la Iglesia, la validez o no de las reformas que de él se derivaron, etcétera. En cambio, nos corresponde defender y transmitir los medios que la Providencia ha utilizado para que un número creciente de católicos conserve la fe, crezca en ella o la descubra. La liturgia tradicional ocupa un lugar esencial en este proceso, por su trascendencia, su belleza, su intemporalidad y su certeza doctrinal.

    Por eso simplemente pedimos, en nombre de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se reconozca la plena y total libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros, para que, sin trabas, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.

Jean-Pierre Maugendre, Presidente de Renaissance Catholique, París

El presente llamamiento no es una petición para ser firmada, sino un mensaje para ser difundido y retomado bajo cualquier forma que parezca oportuna, y para ser presentado y explicado a los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal.

Si Renaissance catholique ha tomado la iniciativa de esta campaña, es únicamente para hablar en nombre del amplio deseo que se expresa en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la retransmitirán y la amplificarán, cada uno a su manera.

[Es importante que todos difundamos, en la medida de los posible, este pedido, sobre todo entre nuestros obispos y sacerdotes. Pueden bajar el archivo PDF para hacerlo desde aquí]

CONFERENCIA DE MONS. SCHNEIDER EN ROMA: «EL PRINCIPIO DE LA TRADICIÓN EN LA VIDA LITÚRGICA DE LA IGLESIA»

A continuación, le ofrecemos el vídeo -subtitulado- y texto en españo de la interesantísima conferencia pronunciada por el obispo Athanasius Schneider el pasado 27 de noviembre de 2023 en Roma con ocasión del Encuentro de Pax Liturgica celebrado durante la Peregrinación anual «Populo Summorum Pontificum»

EL CARDENAL SARAH HABLA SOBRE LA TEOLOGÍA Y LITURGIA DE BENEDICTO XVI

Publicado por Peter Kwasniewski en la web New Liturgical Movement. Traducción: RITO TRADICIONAL CATÓLICO LATINO ROMANO (Vetus Ordo)

«A veces el nombre y los escritos del cardenal Robert Sarah, a quien Benedicto XVI eligió como su estrecho colaborador en la sagrada liturgia, y que fue marginado durante los primeros años del presente pontificado.

El cardenal Sarah nunca ha dejado de dar un claro testimonio de la prioridad de la liturgia en la vida de la Iglesia, y de la extrema necesidad de un retorno a la sana praxis litúrgica después de la vorágine del Concilio. Ha hablado con particular claridad desde el lanzamiento de Traditionis Custodes.

Por lo tanto, es de gran interés observar que ha publicado un importante artículo en la revista Communio titulado «La realidad inagotable: Joseph Ratzinger y la Sagrada Liturgia» (vol. 49, invierno de 2022), que la publicación ha puesto a disposición de forma gratuita (aquí). Aunque vale la pena leer todo el artículo, me gustaría llamar especialmente la atención sobre los siguientes pasajes.

En las páginas 639-40:

Una de las contribuciones «desapercibidas» pero importantes de El Espíritu de la Liturgia [de Joseph Ratzinger] es su reflexión sobre la autoridad, específicamente la autoridad papal, y la sagrada liturgia. Observando que la liturgia occidental es algo que (tomando prestadas las palabras de J. A. Jungmann, SJ) «ha llegado a ser», es decir, «un crecimiento orgánico», no «una producción especialmente artificial», «algo orgánico que crece y cuyas leyes de crecimiento determinan las posibilidades de un mayor desarrollo», el cardenal Ratzinger observa que en los tiempos modernos «cuanto más vigorosamente se mostraba la primacía [petrina], cuanto más surgía la pregunta sobre el alcance y los límites de esta autoridad, que, por supuesto, nunca se había considerado. Después del Concilio Vaticano II, surgió la impresión de que el Papa realmente podía hacer cualquier cosa en asuntos litúrgicos, especialmente si actuaba bajo el mandato de un Concilio Ecuménico. Eventualmente, la idea de lo dado de la liturgia, el hecho de que uno no puede hacer con ella lo que quiera, se desvaneció de la conciencia pública de Occidente. De hecho, el Concilio Vaticano I no había definido de ninguna manera al Papa como un monarca absoluto. Por el contrario, lo presentó como el garante de la obediencia a la Palabra revelada. La autoridad del Papa está ligada a la Tradición de la fe, y eso también se aplica a la liturgia. No es «fabricado» por las autoridades. Incluso el Papa sólo puede ser un humilde servidor de su desarrollo legal y de su integridad e identidad duraderas. . . . La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada Tradición». [1]

En esta afirmación de la objetividad de la sagrada liturgia en sus formas rituales desarrolladas, y del deber de la máxima autoridad de la Iglesia de respetar esta realidad, [2] el cardenal Ratzinger sentó las bases teológicas para la consideración de una reforma de la reforma litúrgica, o incluso para dejar legítimamente de lado los ritos reformados en favor de sus predecesores. La obediencia acrítica a la autoridad papal, algo ya abandonado hace mucho tiempo en muchos lugares, pero al que otros se aferraron como garantía de la ortodoxia en tiempos turbulentos, recibió un golpe, al menos con respecto a la reforma litúrgica, por parte de uno de los prelados de más alto rango en la Iglesia (aunque escribiendo a título privado).

De nuevo, en las páginas 643-45:

El acto de gobierno litúrgico más famoso del Papa Benedicto XVI fue, por supuesto, su motu proprio Summorum pontificum (2007), «Sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970», estableciendo que los ritos litúrgicos más antiguos «nunca fueron abrogados» (1) y, por lo tanto, podrían usarse libremente, y de hecho que las solicitudes de los grupos de fieles para su celebración deben ser aceptadas. Los obispos ya no podían excluir a priori su celebración. La regulación de estos principios por parte del Papa Benedicto XVI fue permisiva, marcando un cambio brusco en el enfoque parsimonioso de demasiados obispos hasta ese momento.

Su acompañamiento «Carta a los obispos con motivo de la publicación de la Carta Apostólica ‘Motu Proprio Data’ Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970″ de la misma fecha, trató hábilmente la fuerte oposición que esta medida había atraído incluso antes de que apareciera; Señaló la realidad pastoral de que «también los jóvenes han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su atracción y han encontrado en ella una forma de encuentro con el misterio de la Santísima Eucaristía, particularmente adecuada para ellos» [3], y apeló a los obispos: «Abramos generosamente nuestros corazones y demos espacio a todo lo que la fe misma permite». El Papa dijo claramente:

«En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grande para nosotros también, y no puede ser de repente completamente prohibido o incluso considerado dañino. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde».

Una vez más, para aquellos que conocieron el pensamiento litúrgico de Joseph Ratzinger, esta postura no es una sorpresa. Su apertura a las realidades en cuestión —históricas, teológicas y pastorales— es clara. Pero para aquellos que no compartían ni su visión ni su apertura, estos eran actos retrógrados que cuestionaban el Concilio Vaticano II y su reforma litúrgica.

El argumento, tal como fue, fue ganado con el tiempo por lo que se conoce como «la paz litúrgica de Benedicto XVI», en la que las «guerras litúrgicas» de décadas anteriores que habían establecido facciones de «rito antiguo» y «rito nuevo» disminuyeron y, ciertamente gracias a muchos de la generación más joven de obispos, dieron paso a una coexistencia pacífica. tolerancia, e incluso un cierto grado de enriquecimiento mutuo entre las formas litúrgicas que duró mucho más allá del final de su pontificado, reparando en cierta medida la unidad de la Iglesia y mejorándola, respetando las legítimas diferencias de expresión dentro de la Iglesia de Dios.

Es de lamentar profundamente que el motu proprio Traditionis custodes (16 de julio de 2021) y la relacionada Responsa ad dubia (4 de diciembre de 2021), percibidos como actos de agresión litúrgica por muchos, parecen haber dañado esta paz e incluso pueden representar una amenaza para la unidad de la Iglesia. Si hay un renacimiento de las «guerras litúrgicas» postconciliares, o si la gente simplemente va a otro lugar para encontrar la liturgia más antigua, estas medidas habrán fracasado gravemente. Es demasiado pronto para hacer una evaluación exhaustiva de las motivaciones detrás de ellas, o de su impacto final, pero sin embargo es difícil concluir que el Papa Benedicto XVI se equivocó al afirmar que las formas litúrgicas más antiguas «no pueden ser repentinamente totalmente prohibidas o incluso consideradas dañinas», particularmente cuando su celebración sin restricciones ha producido manifiestamente buenos frutos.

Notas (del artículo original de Communio)

[1] Ratzinger, El Espíritu de la Liturgia, 165-66. Como Papa Benedicto XVI, desarrollaría este tema con respecto al ministerio petrino más amplio en su homilía con ocasión de tomar posesión de la Cátedra del Obispo de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán, el 7 de mayo de 2005.

[2] Una realidad enseñada por el Catecismo de la Iglesia Católica, §§1124-25.

[3] Benedicto XVI, Carta a los obispos con ocasión de la publicación de la carta apostólica «Motu proprio data» summorum pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970 (Ciudad del Vaticano, 7 de julio de 2007). También puedo testimoniar esta realidad a partir de muchos encuentros con jóvenes —laicos y laicas, religiosos, seminaristas y sacerdotes— cuyas vocaciones en el mundo, ya sea al matrimonio cristiano o a la vida religiosa o apostólica, se basan y se alimentan de las formas litúrgicas más antiguas de una manera verdaderamente vivificante. A este respecto, no podré olvidar nunca mi visita a la peregrinación de Pentecostés París-Chartres en 2018: ¡qué esperanza dan estos jóvenes a la Iglesia de hoy y de futuro!

Visite el Substack del Dr. Kwasniewski «Tradición y cordura»; sitio personal; sitio del compositor; editorial Os Justi Press y páginas de YouTube, SoundCloud y Spotify.

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LA REALIDAD INAGOTABLE: JOSEPH RATZINGER Y LA SAGRADA LITURGIA por el Cardenal Robert Sarah

Introducción

A raíz de la publicación del motu proprio Summorum pontificum (2007), un comentarista se apresuró a quejarse de que su autor «no era un liturgista entrenado», y aunque estuvo de acuerdo en que el autor era alguien que «ha mostrado interés y sensibilidad en asuntos litúrgicos», el comentarista insistió en que había demostrado «un verdadero malentendido del papel de la liturgia en la vida de la Iglesia».1

El autor era, por supuesto, el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, un sacerdote, obispo, cardenal y Papa que tenía títulos académicos más que suficientes pero, aparentemente, había cometido el pecado imperdonable de hablar (de hecho, legislar) sobre la sagrada liturgia sin una formación litúrgica específica.

1. Mark Francis, CSV, «Beyond Language», The Tablet, 14 de julio de 2007.

PARA LEER ESTE ARTÍCULO EN SU TOTALIDAD DEL CARDENAL ROBERT SARAH, DESCARGUE el PDF en Inglés gratuito disponible AQUÍ

MISA TRADICIONAL CELEBRADA RECIENTEMENTE POR EL CARD. SARAH EN LA REPÚBLICA CHECA

CRÓNICA DE LA MISA TRADICIONAL CELEBRADA EL JUEVES DE PASCUA EN SEVILLA (FSSP)

El pasado jueves día 13 de abril, Jueves de la Octava de Pascua de Resurrección, se celebró en Sevilla Santa Misa cantada según el rito Romano tradicional, con ocasión de la visita de un sacerdote y un grupo de trece seminaristas de diferentes nacionalidades -4 españoles-, pertenecientes a la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, que cursan sus estudios en el seminario de este Instituto en Wigratzbad, situado en la región de Baviera (Alemania), quienes se encontraban en peregrinación por distintos lugares de Andalucía y Portugal. Tras visitar nuestra ciudad, se celebró Misa tradicional en el Oratorio Escuela de Cristo, a las ocho y media de la tarde, participando en la celebración litúrgica más de un centenar de personas, en su mayoría jóvenes; entre ellas, los miembros de la Junta Directiva de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda, estando presentes una gran parte de sus asociados y simpatizantes.

La Misa fue celebrada y predicada por el padre venezolano don Felipe Pérez (FSSP); acolitada y cantada en gregoriano, con las melodías del ordinario y el propio de la festividad litúrgica, por los referidos seminaristas, quienes además fueron acompañados por un grupo de seminaristas del Instituto del Buen Pastor que se encontraban de visita ese día en nuestra Ciudad.

El ambiente de adoración, misterio, solemnidad y recogimiento vivido por los allí presentes recordó aquellos Triduos Sacros de Semana Santa que durante siete años consecutivos se celebraron en el mismo lugar con la colaboración de Una Voce Sevilla.

Tras la finalización de la Misa compartimos un refrigerio en el Barrio de Santa Cruz con el sacerdote y los seminaristas, de forma que pudimos celebrar con ellos la Pascua de Resurrección y tener una provechosa tertulia. Hemos de destacar que parte de los seminaristas que nos visitaron son andaluces; entre ellos nuestro querido y amigo sevillano don Rodrigo López, don Francisco Ariza y don Javier Martínez, ambos cordobeses. Rezamos por ellos y por las vocaciones sacerdotales.

Se da la circunstancia que la Misa tradicional ha vuelto a celebrarse en el Oratorio Escuela de Cristo -que fue sede de la Asociación Una Voce Sevilla- dos años y medio después de la promulgación, por el entonces arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, del Decreto que restringía la celebración de la Misa tradicional en la archidiócesis hispalense a un solo templo y un solo sacerdote. Decreto que, según la opinión de varios juristas, podría estar derogado desde la entrada en vigor del motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco el 16 de julio de 2021, en virtud de lo establecido en el canon 33.2 del Código de Derecho Canónico.

Agradecemos a nuestro arzobispo, don José Ángel Saiz Meneses, la acogida paternal dispensada al sacerdote celebrante y grupo de seminaristas, y esta atención pastoral recibida por los fieles de la Misa tradicional en la Sede de San Isidoro.

UNA VOCE SEVILLA

A continuación, les ofrecemos más fotos y vídeos realizados por la comunidad de fieles de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda.

Seminaristas del Instituto del Buen Pastor

ARTÍCULO: LA SEMANA SANTA TRADICIONAL

Recopilamos en una sola entrada el gran trabajo realizado por nuestros hermanos de Una Voce Argentina, quienes han ido publicando a lo largo de esta pasada Semana Santa un importante estudio litúrgico sobre su celebración según el rito Romano tradicional.

El estudio consiste en la comparativa entre los ritos tradicionales de la misma con su versión adulterada poco antes del Concilio Vaticano II escrita por el amigo Dr. Rubén Peretó Rivas, adaptada a partir de un trabajo del P. Stefano Carusi.

Entradas originales de la web de Una Voce Argentina:

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: INTRODUCCIÓN

La celebración de la Semana Santa según el Rito Romano Tradicional –es decir, previo a las reformas de Pío XII introducidas en 1955– se sucedieron este año [2018] a lo largo de todo el mundo. Los sitios dedicados al tema han dado cuenta de ello en un sinfín de fotografías que vale la pena mirar (por ejemplo, pueden verse aquí los álbumes del monasterio San Benito de La Garde-Freinet) y llevan a preguntarnos si el tema es, contrariamente a lo que se decía, mucho más que una cuestión menor, propia de discusiones exquisitas y en las que no vale la pena detenerse.

Capilla Nuestra Señora de los Dolores, Instituto del Buen Pastor, Brasilia

[…]

Para ser serios, lo mejor es repasar en qué consistió esa reforma y por qué el interés de celebrar al rito anterior. Pocos de los que hablan y critican saben de qué se trata, y piensan que solamente fue una cuestión de cambios de horarios: la Vigilia Pascual dejó de celebrarse el sábado por la mañana, y pasó a celebrarse por la noche. En realidad, esto sí que fue un detalle. Los cambios fueron mucho más profundos. Y un texto del papa Pablo VI que aparece en la constitución apostólica que pone en vigencia el misal de 1969, es suficientemente significativo al respecto:

Se ha visto la necesidad que las fórmulas del Misal Romano fuesen revistas y enriquecidas. El primer paso de tal reforma ya se había realizado por obra de Nuestro Predecesor Pío XII con la reforma de la Vigilia Pascual y de los ritos de la Semana Santa, que constituyeron el primer paso de la adaptación del Misal Romano a la mentalidad contemporánea.

Altar del «Monumento», Parroquia Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.
La Hostia consagrada el Jueves Santo se reserva en el cáliz envuelto por el velo dentro de una urna.

Así es. Las reformas de las ceremonias de Semana Santa de mediados de los ’50 fueron instrumentadas a fin de comenzar a adaptar la Liturgia Romana a la mentalidad del mundo contemporáneo, y la prueba más clara de esto la constituye no solamente la afirmación de Pablo VI, sino también la identidad de quienes realizaron esa reforma: Annibale Bugnini, Carlo Braga y Ferdinando Antonelli, los mismos personas que una década más tarde llevaría a cabo la reforma de todo el misal romano y parirían el Novus Ordo Missae.

Parroquia Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

Vamos a dedicar algunos post a explicar detalladamente las reformas instrumentadas bajo el pontificado de Pío XII, a partir de un trabajo del P. Stefano Carusi aparecido ya hace varios años. 

Los cambios introducidos en la reforma de la Semana Santa en 1955 no se limitaron a los horarios que legítima y sensatamente podían ser modificados para el bien de los fieles.

Desde el mismo Domingo de Ramos se inventa un rito cara al pueblo y de espaldas a la cruz y al Cristo del altar, el Jueves Santo se permite que los laicos accedan al coro, en el rito del Viernes Santo se reducen los honores que se tributan al Santísimo Sacramento y se altera la veneración de la cruz, el Sábado Santo no solamente se da vía libre a la fantasía reformadora de los expertos, sino que se demuele la simbología relativa al pecado original y al bautismo como puerta de acceso a la Iglesia.

En una época en la que se proclamaba el redescubrimiento de la Escritura, se reducen los pasajes bíblicos leídos en estos importantísimos días, y se cortan incluso los mismos pasajes evangélicos relativos a la institución de la Eucaristía en los textos de Mateo, Lucas y Marcos. En la Tradición, siempre que se leía en estos días la institución de la Eucaristía, la misma se ponía en relación con el relato de la Pasión, para indicar de qué modo la Última Cena era una anticipación de la muerte en la cruz y para indicar también que esa cena tenía una naturaleza sacrificial. Se consagraban tres días a la lectura de estos pasajes evangélicos: el Domingo de Ramos, el Martes y el Miércoles Santos, pero gracias a la reforma, la institución de la Eucaristía desapareció de todo el ciclo litúrgico.

Toda la ratio de esta reforma aparece permeada de una mixtura de racionalismo y arqueologismo de contornos muchas veces fantasiosos. No es que se afirme que a este rito le falte la necesaria ortodoxia […]. Pero a pesar de esta precisión, no se puede evitar precisar la incongruencia y la extravagancia de algunos ritos de la Semana Santa reformada, al mismo tiempo que se reclama la posibilidad y la licitud de una discusión teológica sobre el tema en la búsqueda de la verdadera continuidad de la expresión litúrgica de la Tradición.

Negar que el Ordo Hebdomadae Sanctae es el producto de un grupo de eruditos académicos que, además, fueron acompañados de notorios experimentadores litúrgicos, es negar la realidad de los hechos.

S.E.R. Cardenal Burke adorando la Cruz postrado, iglesia de los Santos Miguel y Cayetano, ICRSS, Florencia.

Según el P. Carlo Braga, secretario personal de Mons. Bugnini, esta reforma fue “el ariete” que desestabilizó la Liturgia Romana en los días más santos del año, y tamaño desbarajuste tuvo notables repercusiones sobre todo el espíritu litúrgico subsiguiente. En efecto, signó el inicio de una despreciable actitud según la cual en materia litúrgica se podía hacer o deshacer según fuera el gusto de los expertos, se podía suprimir o reintroducir elementos según las opiniones histórico-arqueológicas, para darse cuenta más tarde que los historiadores se habían equivocado (el caso más notario será, mutatis mutandis, el tan aclamado “canon de Hipólito”). La Liturgia no es un juguete en manos del teólogo o del simbolista más en boga; la Liturgia posee su fuerza de la Tradición, del uso que la Iglesia infaliblemente ha hecho de ella, de los gestos que se han repetido durante los siglos, de una simbología que no puede existir solamente en la mente de académicos originales sino que responde al sentido común del clero y del pueblo, que durante siglos rezaron de esa manera.

Nuestro análisis se confirma con la síntesis del P. Braga, protagonista excepcional de estos acontecimientos:

Aquello que no hubiese sido posible psicológicamente y espiritualmente, en tiempos de Pío V y de Urbano VIII por causa de la tradición, de la insuficiente formación espiritual y teológica, de la falta de conocimiento de las fuentes litúrgicas, fue posible en tiempos de Pío XII.Carlo Braga, “Maxima Redemptionis Nostrae Mysteria” 50 anni dopo (1955-2005)»,  in Ecclesia Orans n. 23 (2006), p. 18

Bajo el pretexto de arqueologismo se termina por sustituir la sabiduría milenaria de la Iglesia por el capricho del arbitrio personal. De esta manera, no se reforma la Liturgia, sino que se la deforma. Bajo el pretexto de restaurar los aspectos antiguos, sobre los que existen estudios científicos de dudoso valor, se desprenden de la Tradición y, después de haber descuartizado el tejido litúrgico, se hace un vistoso remiendo recurriendo a retazos arqueológicos de improbable autenticidad. La imposibilidad de resucitar en su integralidad los ritos que alguna vez existieron pero que están muertos desde hace siglos, provoca que la obra de restauración sea dejada a la libre fantasía de los expertos.

Encendida del Cirio Pascual con el arúndine tricirio.

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: DOMINGO DE RAMOS

La Reforma de la Semana Santa: Domingo de Ramos

Continuamos con esta adaptación del estudio del P. Stefano Carusi. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

En octubre de 1949, la Comisión de Ritos nombró una comisión litúrgica que debía ocuparse del Rito Romano y de eventuales reformas a realizarse y sobre la necesidad de aplicarlas. Lamentablemente, la calma necesaria para tal trabajo no fue posible a causa de las continuas presiones de los episcopados de Francia y Alemania que reclamaban, en la más grande y exigente precipitación, cambios repentinos. La Congregación de Ritos y la Comisión se vieron obligadas a ocuparse de la cuestión de los horarios de la Semana Santa a fin de bloquear las fantasías de ciertas “celebraciones autónomas” especialmente las relativas a la vigilia del Sábado Santo. En este contexto se debía aprobar ad experimentum un documento que permitiese la celebración vespertina de los ritos del Sábado Santo: se trata del Ordo Sabatto Sancti, del 9 de junio de 1951.

En los años 1948-1949, la comisión fue erigida bajo la presidencia del Cardenal Prefecto Clemente Micara y sustituido en 1953 por el cardenal Gaetano Cicognani. Contaba también con la presencia de Mons. Alfonso Carinci, de los padres Giuseppe Löw, Alfonso Albareda, Agostino Bea, y Annibale Bugnini. En 1951 se unió Mons. Enrico Dante, en 1960 Mons. Pietro Frutaz, don Luigi Rovigatti, Mons. Cesario d’Amato y finalmente el padre Carlo Braga. Este último, era desde hacía un tiempo un estricto colaborador de Annibale Bugnini y, durante 1955 y 1956, aunque no era todavía miembro de la Comisión, fue participante de los trabajos (C. Braga, “Maxima Redemptionis Nostræ Mysteria 50 anni dopo (1955-2005)” in Ecclesia Orans n. 23 [2006], p. 11). Braga afirma claramente haber vivido en primera persona la reforma y haber participado activamente en los trabajos. Fue también autor, junto a Bugnini, de los textos histórico-críticos y pastorales sobre la Semana Santa. Nos referimos a A. Bugnini y C. Braga, Ordo Hebdomadae Sanctae instauratus (Bibliotheca Ephemerides Liturgicæ, sectio historica 25), Roma: 1956, los cuales funcionarían como una suerte de salvoconducto “científico” de las modificaciones aportadas. 

La Comisión trabajaba en secreto y bajo la presión de los episcopados centroeuropeos. Tanto era el secreto que la improvisada e inesperada publicación del Ordo Sabbati Sancti instaurati del 1 de marzo de 1951, “tomó por sorpresa a los mismos oficiales de la Comisión de Ritos”, como refiere el miembro de la Comisión Annibale Bugnini (A. Bugnini, La riforma liturgica (1948- 1975), Roma 1983, p. 19).

Y fue el mismo Padre Bugnini quien explicó el modo singular con el cual los resultados de los trabajos de la Comisión sobre la Semana Santa eran referidos a Pío XII, quien

[…] era mantenido al corriente por Mons. Montini y, más todavía y semanalmente por el P. Bea, confesor de Pío XII. Gracias a este procedimiento se pudo alcanzar resultados notables, también en los periodos en las cuales la enfermedad del Papa impedía que nadie se avecinara a su presencia.A. Bugnini, La Riforma liturgica, op. cit., p. 19

El Papa estaba afectado de una enfermedad grave del estómago que lo obligaba a una larga convalecencia, y no era por tanto el cardenal prefecto de Ritos, responsable de la Comisión, quien lo informara, sino el entonces Mons. Montini y el futuro cardenal Bea, que tanta parte tendría en las reformas posteriores.

Los trabajos de la Comisión terminaron en 1955, cuando el 16 de noviembre fue publicado el decreto Maxima redemptionis nostrae mysteria, que debía entrar en vigor en la Pascua del año sucesivo. El episcopado mundial recibió de modo diverso las novedades y, más allá del triunfalismo debido a una decisión pontificia, no faltaron lamentos por los inventos introducidos e incluso se multiplicaron los pedidos para poder conservar el rito tradicional, pero ya la máquina de la reforma litúrgica se había puesto en movimiento y detener su curso sería imposible como lo iba a demostrar la historia sucesiva.

Entre los personajes más notorios que plantearon su oposición a la reforma se cuenta el liturgista Mons. León Gromier, conocido por su documentado comentario al Caeremoniale Episcoporum, y que era consultor de la Congregación de Ritos y de la Academia Pontificia de Liturgia. El mismo papa Juan XXIII, en la celebración del Viernes Santo de 1959, en la iglesia de la Santa Cruz en Jerusalén, celebró siguiendo las prácticas tradicionales y haciendo caso omiso de las reformas de Pío XII, dando prueba que no compartía las incongruencias adoptadas (Puede verse la documentación fotográfica y la confirmación por parte de Mons. Bartolucci quien afirmó que recibió la orden de Mons. Dante de seguir los ritos tradicionales: https://bit.ly/2q74aJF). 

Veremos a continuación, de modo detallado, cuáles son los cambios que se introdujeron por esta reforma, que el cardenal Antonelli definió como el “acto más importante en materia litúrgica desde San Pío V a nuestros días” (F. Antonelli, “La riforma liturgica della Settimana Santa: importanza attualità prospettive” in La Restaurazione liturgica nell’opera di Pio XII. Atti del primo Congresso Internazionale di Liturgia Pastorale, Assisi- Roma, 12-22 settembre 1956, Genova 1957, p. 179-197). 

Domingo de Ramos

1. Invento: Uso del color rojo para la procesión y morado para la misa.

Práctica tradicional: uso del morado tanto para la procesión como para la misa.

Justificación de la Comisión:

[…] se podría restituir el rojo primitivo usado durante el medioevo para esta solemne procesión. El color rojo recuerda la púrpura real… y de esta manera la procesión se distinguiría como un elemento sui generis.Archivio della Congregazione dei Santi, fondo Sacra Congregatio Rituum, Annotazione intorno alla riforma della liturgia della Domenica delle Palme, p. 9

Objeción: No se trata de negar que el color rojo pueda ser signo de la púrpura real aunque habría que probar que, efectivamente, se usaba durante el Medioevo en ese sentido, pero resulta llamativo el modo de proceder y el motivo por el cual se buscan razones sui generis y se decide que el rojo deba tener en este día una simbología determinada racionalmente, según el capricho o la fantasía de los liturgistas. De hecho, en el Rito Romano, el rojo es el color del martirio o del Espíritu Santo, y en el Rito Ambrosiano, que se usa el Domingo de Ramos, se lo hace para indicar la sangre de la Pasión y no la realeza. En el Rito Parisino se usaba el negro. Este cambio no habría que atribuirlo a una práctica atestiguada sino a la idea caprichosa de un “pastoral profesor de seminario suizo” (L. Gromier, Semaine Sainte Restaurée, in Opus Dei (1962), n. 2, p. 3).

2. Cambio: Abolición de las planetas (o casullas) plegadas y consecuentemente del estolón o stola largior.

Práctica tradicional: Uso de las casullas plegadas por parte de los tres ministros y del estolón diaconal, que no es más que una casulla enrollada en bandolera, para ciertas partes de la misa.

Era esta una práctica de las más antiguas del rito romano que había sobrevivido hasta entonces, y que nunca se había osado cambiar por la veneración que implicaba, por lo extraordinario de los ritos de Semana Santa y por extremo dolor de la Iglesia durante estos días. Por otro otro lado, no se explica que la misma Comisión que introducía del color rojo porque era una práctica medieval, aboliera otra práctica medieval por ser, justamente, medieval. 

3. Invento: Bendición de los ramos cara al pueblo y dando la espalda a la cruz y al altar y, en algunos casos, al Santísimo.

Práctica tradicional: Los ramos se bendicen en el altar, del lado de la epístola, luego de una Lectura, un Gradual, un Evangelio y, sobre todo, de un Prefacio con el Sanctus que introduce las oraciones de bendición. 

Con el objetivo de lograr la participación de los fieles, se introduce la idea de las celebraciones litúrgicas cara al pueblo y de espaldas a Dios. Se inventa una mesa, que se coloca entre el altar y el comulgatorio, con los ministros versus populum, con lo cual se introduce un nuevo concepto del espacio litúrgico y de la orientación de la oración. 

4. Cambio: Supresión del prefacio con las palabras relativas a la autoridad de Cristo sobre los reinos y su autoridad sobre este mundo. 

Práctica tradicional: El rito romano prevé en ocasión de los grandes momentos litúrgicos como la consagración de los óleos o la ordenación sacerdotal, el canto de un prefacio como un modo particularmente solemne de dirigirse a Dios.

También para la bendición de los ramos se prevé un prefacio que describe el orden divino de la Creación y su sumisión a Dios Padres, sumisión de lo creado que era advertencia a los reyes y gobernantes acerca de su propia sumisión a Dios: “Tibi enim serviunt creaturae tuæ: quia te solum auctorem et Deum cognoscunt et omnis factura tua te collaudat, et benedicunt te sancti tui. Quia illud magnum Unigeniti tui nomen coram regibus et potestatibus huius saeculi libera voce confitentur”. El texto revela en pocas líneas la base teológica que fundamenta el deber que tienen los gobernantes temporales de someterse a Cristo Rey.

La asombrosa justificación de la Comisión para este cambio es la siguiente:

Teniendo en cuenta la poca coherencia de estos prefacios, su larga extensión y, en algunos casos, la pobreza de pensamiento, su pérdida no parece relevante. C. Braga, op. cit., p. 306

Bendición de los ramos.

5. Cambio: Supresión de las oraciones sobre el significado y beneficio de los sacramentales, y sobre el poder que tienen contra el demonio. 

Práctica tradicional: Las antiguas oraciones recuerdan el rol de los sacramentales, los cuales poseen un poder efectivo (ex opere operantis Ecclesiæ) contra el demonio.

La Comisión consideró que estas oraciones eran “ampulosas…, con toda las características de la erudición típica de la época carolingia”. Se ve que aunque los reformadores están de acuerdo con respecto a la antigüedad de los textos, no los consideran de su gusto porque “es muy débil la relación directa de la ceremonia con la experiencia de la vida cristiana, o sea el significado litúrgico pastoral de la procesión como homenaje a Cristo Rey”. Nadie puede entender la razón de tal “débil relación”

La “experiencia de la vida cristiana concreta” de los fieles es poco más adelante completamente despreciada por la misma Comisión que considera que “estas piadosas costumbres [los ramos bendecidos], aún justificadas teológicamente, puede degenerar como de hecho se degeneran, en supersticiones”. Más allá del tono racionalista apenas disimulado, hay que tener en cuenta que las antiguas oraciones fueron deliberadamente sustituidas por nuevas fórmulas según lo dicen expresamente los autores. Es decir, las antiguas oraciones no gustaban porque expresaban de un modo demasiado marcado la eficacia de los sacramentales y, por tanto, se inventan otras nuevas. 

6. Invento: cruz procesional no velada, aún cuando la cruz del altar permanece velada.

Práctica tradicional: La cruz del altar permanece velada como así también la cruz procesional, a la cual se ata un ramo bendecido, como una referencia a la cruz gloriosa y a la Pasión vencedora del Señor.

El motivo de este invento se nos escapa completamente. Más que un eventual significado místico, parece más bien el fruto de las prisas que tenían los redactores debido a las presiones de los episcopados.

7. Cambio: Eliminación de los golpes con la cruz a la puerta de la iglesia que permanecía cerrada. 

Práctica tradicional: La procesión se reúne delante de la puerta cerrada de la iglesia. Un diálogo cantado entre un coro de cantores en el exterior se alterna con otro que está dentro del templo. Luego se procede a la apertura de las puertas, la que ocurre después de haberla golpeado con la parte baja del asta de la cruz procesional. 

Este rito simboliza la resistencia inicial del pueblo judío y el ingreso triunfal de Cristo en Jerusalén, pero también la cruz vencedora de Cristo que abre las puertas del cielo y que es causa de nuestra resurrección: “hebræorum pueri resurrectionem vitæ pronuntiantes”.

8. Invento: Una oración que se recita al final de la procesión, en el centro del altar cara al pueblo. 

Práctica tradicional: La procesión termina normalmente y luego se inicia la Misa con las oraciones al pie del altar como de costumbre. 

La oración introducida aparece como una pegatina al rito en razón de su naturaleza arbitraria: “A fin de dar a la procesión un elemento preciso de conclusión, hemos pensando en proponer un particular Oremus”, dice la Comisión. 

El mismo padre Braga confesaba cándidamente cincuenta años después que el invento de esta oración no había sido feliz:

El elemento que desentona un poco en el nuevo Ordo es que la oración conclusiva de la procesión que rompe la unidad de la celebración.C. Braga, op. cit., p. 25

Oraciones al pie del altar o antemisa.

9. Cambio: Se elimina la distinción entre la Pasión y Evangelio. Además, en la Pasión se elimina la frase final. 

Práctica tradicional: El canto de la Pasión es distinto del canto del Evangelio, que llega hasta Mateo XXVII, 66. 

La Pasión había tenido siempre un estilo narrativo, como un momento distinto al Evangelio. Era cantada por tres voces distintas luego de la lectura del Evangelio, el que era cantado solamente por el diácono con un tono diferente, con el uso del incienso pero sin cirios. La reforma confunde los dos aspectos; Pasión y Evangelio son amalgamados en un único canto sin ahorrarse vistosos recortes del inicia hasta el final. De esta manera, se termina por privar a la misa y al diácono del canto del Evangelio que resulta formalmente suprimido. 

10. Cambio: Eliminación del pasaje evangélico que conecta la institución de la Eucaristía con la Pasión de Cristo (Mt. 26, 1-36).

Práctica tradicional: La Pasión es precedida por la lectura de la institución de la Eucaristía revelando de ese modo el vínculo íntimo, esencial y teológico de ambos pasajes.

Este cambio es desconcertante. Según lo que aparece en los archivos de la Comisión, se había decidido no hacer ningún cambio con respecto a la lectura de la Pasión ya que era una institución antiquísima. Sin embargo, no se sabe cómo ni por qué, la narración de la Última Cena fue eliminada. Parece difícil pensar que el único motivo haya sido una cuestión de tiempo, para no hacer tan larga la lectura, sobre todo cuando se considera la relevancia del pasaje. Hasta ese momento, la Tradición había querido que en la narración de la Pasión de los Sinópticos tuviera siempre incluida la institución de la Eucaristía que, con la separación sacramental del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el anuncio de la Pasión. La reforma amputa un pasaje fundamental de la Escritura que es vínculo de consecuencialidad entre la Última Cena, sacrificio del Viernes Santo y Eucaristía. 

El pasaje de la institución de la Eucaristía será también eliminado del Martes y el Miércoles Santos, ¡con el extraordinario resultado que permanecerá ausente de todo el ciclo litúrgico! Es decir, con la Semana Santa reformada bajo Pío XII, en ningún momento del año se lee el evangelio de la institución de la Eucaristía. 

Esto fue consecuencia de un cambio hecho a las apuradas que desbalanceó una obra plurisecular.

Canto del Evangelio

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: DEL LUNES AL JUEVES SANTO

La Reforma de la Semana Santa: Del Lunes al Jueves Santo

Continuamos con la serie sobre los cambios que aportó a la liturgia el Novus Ordo de la Semana Santa instaurado en 1955 por Pío XII. Quienes estén interesados en un trabajo más erudito sobre el tema pueden consultar el de Gregory DiPippo, de Henri de Villiers y del P. Stefano Carusi (disponible en español aquí) y como bibliografía más relevante el artículo de Nicola Giampietro, “A cinquant’anni dalla riforma liturgica della Settimana Santa”, in Ephemerides liturgicae, anno CXX (2006), n. 3 luglio-settembre. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

LUNES SANTO

Cambio: Se prohíbe la oración “contra persecutores Ecclesiæ” y la oración por el Papa. 

La oración decía: “Ecclesiae tuae, quaesumus Domine, preces placatus admitte; ut destructis adversitatibus et erroribus universis, secura tibi serviat libertate” [“Te rogamos, Señor, acojas benigno las súplicas de tu Iglesia; para que, destruida toda contradicción y error, te sirva con segura libertad”].

MARTES SANTO

Cambio: Se suprime la lectura de Mc. 14, 1-31 relativos a la Última Cena y a la institución de la Eucaristía con los que se iniciaba la lectura de la Pasión.  

MIÉRCOLES SANTO

Cambio: Se suprime la lectura de Lc. 22, 1-39 relativo a la institución de la Eucaristía y su relación con el sacrificio de la cruz.

JUEVES SANTO

1. Invento: Introducción de la estola como traje coral de los sacerdotes.

Práctica: Los sacerdotes y diáconos presentes usan el traje coral normal, sin estola, que se colocan solamente en el momento de la comunión.

De esta manera, se comienza con la construcción del mito de la concelebración del Jueves Santo que no se pudo imponer en ese momento, según el P. Braga“porque la mentalidad de algunos miembros influyentes de la Comisión no estaba todavía preparada”. Quienes se habrían opuesto fueron el cardenal Cicognani y Mons. Dante. Es que había un sentimiento fuertemente hostil a la concelebración en ese día porque nunca había sido práctica tradicional en la Iglesia.

Altar del “Monumento”.

2. Invento: Se introduce la práctica de comulgar sólo con hostias consagradas ese día. 

Práctica tradicional: No hay ninguna mención acerca de con qué hostias había que comulgar. 

No se entiende muy bien el motivo de este cambio. La práctica romana del fermentum, históricamente probada, consistía en comulgar con una parte de la eucaristía del domingo precedente, como un modo de indicar la comunión de la Iglesia en el tiempo y en el espacio, en torno a la realidad del Cuerpo de Cristo. Con el cambio, se introduce una idea de presencia real ligada al día de la celebración y la obligación de comulgar las hostias consagradas en el mismo día. 

3. Cambio: Omisión del Confiteor del diácono o del ayudante antes de la comunión. 

Práctica tradicional: Se recita el Confiteor antes de la comunión.

De esa manera, se eliminaba el odiado –por los progresistas– tercer Confiteor, que no era una duplicación porque cuando se lo recitaba al pie del altar, al inicio de la Misa, era la confesión de la propia indignidad para celebrar el culto. Recitarlo antes de la comunión, es confesar la indignidad para recibir el Cuerpo de Cristo. 

Altar despojado luego del canto de Vísperas de la Misa in Coena Domini.

4. Cambio: Terminada la Misa, se establece que hay que quitar no solamente los manteles del altar, sino también la cruz y los candelabros.  

Práctica tradicional: La cruz permanece velada y entronizada sobre el altar, en medio de los candelabros, a fin de ser develada el Viernes Santo. 

No hay motivos que expliquen este cambio. 

5. Cambio: Se permite que el lavado de los pies se haga después del Evangelio durante la Misa. Las rúbricas ya no mencionan que le sacerdote deba besar los pies después de lavarlos.

Práctica tradicional: El rito del mandatum se hace siempre después de la Misa, luego de haber retirado los manteles del altar. De ese modo, no se interrumpe la Misa y se respeta la sucesión cronológica descrita en los Evangelios.

Una de las razones que se adujo para justificar la reforma de la Semana Santa, fue el respeto a la veritas horarum, pero en este caso se hizo exactamente lo contrario: no solamente se anticipa o se atrasa un rito por exigencias prácticas, sino que se invierte el orden cronológico de los acontecimiento evangélicos en el interior del mismo rito. San Juan escribe que Nuestro Señor lavó los pies de sus discípulos “después de la cena” (Jn. 13, 12); no se entiende entonces por qué lo colocaron en medio mismo de la Misa, cuando doce laicos debían ingresar sin zapatos ni medias en el coro, comenzando ya la idea de desacralizar ese espacio. 

6. Cambio: Se especifica que se pueden cantar tantas antífonas como dure el lavado, pero nunca se puede omitir “Ubi caritas”. Se suprime la octava de las nueve antífonas.

Práctica tradicional: Se cantan las 9 antífonas durante el lavatorio, que sin duda se encuentran entre las piezas más bellas de todo el repertorio gregoriano.

De estas nueve, las primeras seis están tomadas del capítulo XIII del Evangelio de San Juan, la séptima del final del capítulo XIII de Primera de Corintios, el “Himno a la Caridad” de San Pablo. La octava es idéntica en texto, pero no en música, al Introito de la fiesta de la Santísima Trinidad, y la acompaña un versículo diferente; la última de estas nueve es el famoso cántico “Ubi caritas”.

Ceremonia del Mandatum, después de misa. Pquia. Sssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: VIERNES SANTO

La reforma del Viernes Santo

Cuarta parte de esta adaptación del estudio hecho por el P. Stefano Carusi. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

1. Invento: Se impone un nuevo nombre: “Solemne acción litúrgica del Viernes Santo”, eliminando la antiquísima Feria sexta in Parasceve y la “Misa de presantificados”. 

Práctica tradicional: El nombre de “presantificados” subraya la consagración de las especies eucarísticas que había tenido lugar en un oficio precedente y se relacionaba con el rito eucarístico.

Esto era particularmente antipático para la Comisión –a pesar de que existe en todos los ritos católicos–, por lo que decidió “reducir la amplificación estructural del Medioevo que aparecía en la así llama ‘misa de presantificados’, y retornar a las líneas severas y puras de una grandiosa comunión general”.  

2. Cambio: El altar no tiene más la cruz velada.

Práctica tradicional: La cruz velada permanece en su lugar, o sea, sobre el altar desnudo y rodeada por dos candelabros.

La imagen de la cruz había sido velada en el primer domingo de Pasión, a fin de que permaneciera en su lugar natural –es decir, sobre el altar–, y fuera develada solemne y públicamente el Viernes Santo, día del triunfo de la Pasión redentora. Con la reforma, la cruz es guardada en la sacristía la tarde del Jueves Santo, sin ninguna solemnidad, junto a los manteles del altar. Es llamativo que el día más importante de su historia, la cruz esté ausente del altar.

3. Cambio: Los manteles del altar no están extendidos desde el inicio de la ceremonia e, igualmente, el sacerdote no usa la casulla desde el inicio sino solamente alba y estola. 

Práctica tradicional: El sacerdote y los ministros usan casullas negras y, llegados al altar, se postran mientras los acólitos extienden un solo mantel sobre el mismo.

El hecho de que el sacerdote y los ministros usen casullas, y para un rito que no era strictu sensu la Misa, testimonia al antigüedad de esta ceremonia. La Comisión por una parte, sostenía que las ceremonias del Viernes Santo estaban constituidas por “elementos que, desde la antigüedad, permanecieron sustancialmente intactos”, y por otra, introdujeron modificaciones que separaran la liturgia eucarística de la “primera parte de la liturgia, la liturgia de la palabra”. Esta distinción moderna que luego pasará el Novus ordo missae de Pablo VI, ya estaba aquí presente y, según el P. Braga, debía ser significada por el hecho que el sacerdote usara solamente la estola y no la casulla. 

(No trataremos aquí la cuestión de la oración por los judíos que requiere precisiones filológicas. Los interesados sobre el tema pueden ver este artículo).

4. Cambio: La lectura del Evangelio no es más distinta de la lectura de la Pasión.

Práctica tradicional: El Evangelio se canta en un tono distinto de la Pasión aunque, en este día de luto, sin incienso ni candelabros. 

5. Invento: Para la séptima oración se introduce el nombre “Pro unitate Ecclesiæ”.  

Práctica tradicional: La oración no tiene ese nombre ambiguo.

Con la ambigüedad expresiva se introduce la idea de la Iglesia en búsqueda de su propia unidad social que todavía no habría alcanzado. Los que están fuera de la Iglesia deben volver a ella, deben volver a una unidad que ya existe, y no reunirse con los católicos a fin de dar lugar a una unidad que todavía no existe. Según el P. Braga, el objetivo de la Comisión había sido eliminar de la oración algunas palabras que hablaban de las almas engañadas por el demonio y arrastradas por la maldad de la herejía “animas diabolica fraude deceptas” y “hæretica pravitate”.Y también las que pedían el retorno de los que están equivocados a la verdad: “errantium corda resipiscant, et ad veritatis tuæ redeant unitatem”.Sin embargo, no pudieron alcanzar en ese momento sus objetivos. 

6. Invento: Procesión de retorno solemne de la cruz desde la sacristía al templo.

Práctica tradicional: La cruz permanece velada sobre el altar, y se devela públicamente en el presbiterio, es decir, en el lugar donde había permanecido velada durante dos semanas. 

En la liturgia, lo que parte en procesión solemne, retorna en procesión solemne. En esta caso, la cruz había partido casi a las escondidas la tarde del Jueves Santo cuando se desnudaba el altar. No se comprende el significado litúrgico de esta innovación. Quizás se trate del intento de restituir el rito que tenía lugar en Jerusalén durante los siglos IV-V según lo relata Egeria: “En Jerusalén, la adoración se hacía sobre el Gólgota”, y la peregrina española recuerda que “la comunidad se reunía temprano por la mañana. Delante del obispo […] se traía el relicario de plata con las reliquias de la cruz”. Lo curioso es que esta dudosa reconstrucción de un rito no se realiza en el Monte Calvario ni en la liturgia jerosolimitana de los primeros siglos, sino en Occidente y en la liturgia romana.

7. Cambio: Se reduce la importancia de la procesión eucarística.

Práctica tradicional: El Santísimo Sacramento retorna en una procesión con solemnidad similar a la del día precedente, y la realiza el celebrante. 

La Comisión decide reducir la procesión del retorno del Cuerpo de Cristo a una forma casi privada. El Santísimo había sido llevado el día anterior solemnemente al Sepulcro (este es el nombre que utiliza toda la tradición cristiana, incluso el Memoriale Rituum y la Congregación de Ritos) y parece lógico y litúrgico que del mismo modo retornara. Pareciera una reducción de los honores que se rinden al Santísimo Sacramento. Incluso, en el caso de la misa solemne, es el diácono quien lo trae y no el sacerdote.

8. Cambio: Eliminación de las incensaciones al Santísimo Sacramento.

Práctica tradicional: La hostia consagrada es incensada como de costumbre, pero no así el celebrante. Los signos de luto son claros pero no se extienden al Santísimo.

9. Cambio: Introducción del Padrenuestro rezado por los fieles.

Práctica tradicional: El Padrenuestro es rezado solamente por el sacerdote, como siempre. 

“La preocupación pastoral de una participación consciente y activa de la comunidad cristiana” es dominante. Los fieles deben ser “verdaderos actores de la celebración… y era esto lo que pedían los fieles, sobre todo aquellos más sensibles a la nueva espiritualidad… La Comisión ha escuchado las aspiraciones fundadas del pueblo de Dios”

Habría que demostrar que estas aspiraciones eran de los fieles y no de un grupo de liturgistas de vanguardia. Y habría que explicitar también qué entendía la Comisión por “nueva espiritualidad”

10. Cambio: Eliminación de la oración con referencias al sacrificio durante la consumición de la hostia. 

Práctica tradicional: Se mantiene la oración “Orate fratres ut meum ac vestrum sacrificium…” aunque no seguía la respuesta acostumbrada.

Es verdad que en este día no se tiene, strictu sensu, el sacrificio eucarístico pero también es verdad que la consumición de la víctima inmolada el día anterior es una parte, aunque no esencial, del sacrificio. 

Durante la Misa de Presantificados se eleva la Hostia sobre la patena con una sola mano, y no se distribuye la Eucaristía ese día. Imagen: FSSP Lyon.

11. Cambio: Eliminación de la inmisión de una parte de la hostia consagrada en el vino del cáliz.

Práctica tradicional: Se introduce una partícula de la hostia consagrada en el vino, pero se omiten las oraciones relativas a la consumición de la Sangre. 

La inmisión de una parte de la hostia consagrada en el vino no consagrado –práctica que también mantiene el rito bizantino–, evidentemente no consagra al vino, y nunca esto fue creído por la Iglesia. Simplemente esta unión manifiesta simbólicamente, aunque no realmente, la reunificación del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y la unidad del Cuerpo Místico en la vida eterna. Las Memorias de la Comisión indican que sus integrantes eliminaron este rito porque, según afirmaban, existía desde el Medioevo debido a una creencia errónea según la cual, la inmisión de la hostia consagrada consagraba también el vino; una especie de ósmosis sacramental… Hay que decir, en primer lugar, que no está comprobado de ninguna manera que esa haya sido la opinión corriente, y afirmar siquiera esta posibilidad, implicaría que la Iglesia Romana hubiese mantenido durante siglos una práctica errónea sin querer modificarla, errando de ese modo sobre un hecho dogmático. Estas afirmaciones de la Comisión se entiende en el marco del racionalismo positivista que estaba de moda en los ’50.

12. Cambio: El cambio de los horarios de la celebración terminó por crear notables problemas pastorales y litúrgicos. 

Práctica tradicional: La misa de presantificados de Viernes Santo tenía lugar durante la mañana del Viernes Santo.

Esta práctica permitía que durante la tarde tuvieran lugar diversas expresiones de la piedad popular, como el Vía Crucis, la predicación de las Siete Palabras, el Sermón de Soledad, las procesiones tan típicas de la Semana Santa andaluza, y muchísimas más que se enraizaban en las tradiciones de cada lugar. Claramente, la “reforma pastoral” no fue pastoral porque había nacido de expertos que no tenían contacto real con las parroquias ni con la devoción y la piedad popular, a la que muchas veces despreciaban. 

Según los reformadores, en la tarde del Viernes Santo se creaba un vacío litúrgico que era llenado con “devociones populares”, y para remediar esta situación decidieron cambiar el horario y dictaminar que la ahora llamada “acción litúrgica” sea a las 15 hs. Se intento solucionar el “escándalo” de las devociones populares con el peor de los métodos pastorales, que es el de omitir las prácticas populares y no darles ninguna importancia. 

Misa de Presantificados, Pquia. Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: SÁBADO DE GLORIA

La reforma de la Vigilia Pascual

Finalizamos con esta serie sobre las reformas de los ritos de Semana Santa, introducidos en 1955 por el papa Pío XII, y que son los que se encuentran en el misal de 1962, y prácticamente con la misma disposición en el misal de Pablo VI. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

Vigilia Pascual

1. Invento: Se introduce una bendición del cirio pascual en el atrio, el cual debe ser sostenido por el diácono durante toda la ceremonia.

Práctica tradicional: Se bendice en el exterior de la iglesia el fuego nuevo y los granos de incienso pero no el cirio.

El fuego pasa al arúndine o “tricirio”, una especie de caña o asta con tres velas en su extremo, las cuales son encendidas progresivamente durante la procesión al interior del templo: de allí las tres invocaciones del Lumen Christi. Con una de estas candelas se enciende el cirio pascual que, desde el comienzo de la ceremonia, se encuentra colocado en el candelabro (en muchas iglesias paleocristianas la altura de este candelabro había exigido la construcción de un ambón a fin de poder alcanzar el cirio, tal como puede observarse en la catedral de San Mateo, en Salerno). El fuego es llevado por la caña con las tres velas –la Santísima Trinidad–, al gran cirio pascual –Cristo resucitado–, a fin de simbolizar que la resurrección es obra de la Trinidad.

Con esta reforma se convirtieron en inútiles justamente en el día del Sábado Santo, todos los candelabros pascuales, muchos de los cuales venían de los albores del cristianismo. Con el pretexto de volver a los orígenes, las obras de arte de la antigüedad se convierten en inservibles piezas de museo. Las tres invocaciones del Lumen Christi dejan de tener razón litúrgica. 

Bendición del fuego nuevo.

2. Invento: Colocación del cirio pascual en el centro del coro, después de una procesión en la que se lleva dentro de la iglesia que se ilumina progresivamente a cada invocación del Lumen Christi. A cada invocación se hace una genuflexión ante el cirio y a la tercera se ilumina la iglesia entera. 

Práctica tradicional: El cirio se encuentra apagado, generalmente del lado del Evangelio, y hacia él se acercan con la caña o arúndine el diácono y subdiácono para encenderlo durante el canto del Pregón Pascual.

Las únicas luces encendidas era las velas del tricirio hasta el canto del Exultet

3. Cambio: Torcimiento de la simbología del canto del Exultet y de su naturaleza de bendición diaconal. 

Práctica tradicional: El canto del Exultet comienza delante del cirio apagado, los granos de incienso se colocan cuando el pregón habla del incienso, el cirio se enciende junto a las luces de la iglesia cuando el texto hace referencia a estas acciones, las que junto al canto constituyen la bendición.

Aunque varios reformadores querían torcer esta ceremonia, otro miembros de la Comisión se opusieron por lo que el resultado fue el pasticcio de un canto tradicional asociado a un rito totalmente alterado. Y sucede entonces que uno de los momentos más significativos de todo el ciclo litúrgico se convierte en una escena teatral de gran incoherencia. En efecto, las acciones de las que habla el cantor del Exultet –en el rito alterado– han sido realizadas media hora antes en el atrio del templo. Se canta sobre la inserción de los granos de incienso suscipe pater incensi huius sacrificium vespertinum, pero éstos ya están clavados en el cirio. Se alaba el encendido del cirio con la luz de la Resurrección sed iam columnæ huius præconia novimus quam in honorem Dei rutilans ignis accendit, pero el cirio hace rato que está encendido. La simbología de la luz se desnaturaliza porque cuando se canta triunfalmente la orden de encender todas las luces, símbolo de la Resurrección, alitur enim liquantibus ceris, quas in substantiam pretiosæ huius lampadis apis mater eduxit, hace tiempo que toda la iglesia está iluminada por los cirios que sostienen los fieles. Es una incomprensible simbología en la que las palabras pronunciadas no tienen relación con la realidad del rito. 

Por otro lado, el canto del pregón pascual constituía junto a los gestos que lo acompañaban la bendición diaconal por excelencia. Pero con la reforma, el cirio es bendecido con agua en el exterior de la iglesia.

Canto del Exultet o Pregón y posterior encendida del Cirio Pascual con el tricirio.

4. Cambio: Introducción de la práctica de dividir las letanías en dos partes, insertando en el medio la bendición del agua bautismal. 

Práctica tradicional: Terminada la bendición de la fuente bautismal, se cantan las letanías que preceden la Misa. 

5. Invento: Bendición del agua bautismal en una palangana en el centro del coro, con el celebrante cara al pueblo y de espaldas al altar.

Práctica tradicional: La bendición del agua bautismal se hace en el bautisterio, que está fuera de la iglesia o al fondo de ella. Los eventuales catecúmenos son recibidos en el ingreso del templo, y allí son bautizados, y podían después acceder a la nave, pero no al coro, como es lógico, ni antes ni después del bautismo.

En la práctica, se trató de sustituir la fuente bautismal por una cacerola de gran tamaño colocada en el centro del coro, y el motivo fue para que todos los ritos fueran realizados por los ministros cara al pueblo, según aparece claramente afirmado en los documentos de la Comisión, “a fin de que los fieles sean verdaderos actores de la celebración… por eso la Comisión ha escuchado las aspiraciones fundadas del pueblo de Dios… porque la Iglesia está abierta a los fermentos de la renovación”.

Difícilmente podría comprobarse que el pueblo haya solicitado estos cambios que terminaron por destruir todo el orden de la arquitectura sagrada desde sus mismos orígenes hasta la actualidad. En una época, el bautisterio con la fuente bautismal estaba fuera de la iglesia, y más tarde, en su interior pero junto a la entrada, ya que el bautismo es la “puerta de los sacramentos”, que hace miembro de la Iglesia a quien está fuera de ella. 

6. Cambio: Alteración de la simbología del canto sicut cervus

Práctica tradicional: Al finalizar el canto de las profecías, el celebrante se dirije hacia la fuente bautismal para proceder a la bendición del agua y al bautismo de los catecúmenos, mientras se canta el Sicut cervus. El canto precede, lógicamente, la administración del bautismo. 

Como la bendición del agua se hizo en el coro, fue necesario inventar alguna ceremonia para llevarla al bautisterio, la cual se hace cantando el Sicut cervus, es decir la parte del salmo 41 que hace referencia a la sed que le sobreviene al ciervo después de haber sido mordido por la serpiente, y que se extingue solamente bebiendo el agua salvadora. Pero con los cambios, resulta que el ciervo ya ha bebido (el bautismo ha sido conferido). La simbología queda totalmente alterada. 

Infusión del Óleo de los Catecúmenos y del Santo Crisma durante la consagración de las aguas de la pila bautismal.

7. Invento: Se introduce ex nihilo la renovación de las promesas bautismales.

Práctica tradicional: No existe renovación de las promesas bautismales y, en esta modalidad, no había existido nunca antes en las liturgias de Oriente y Occidente.

Se trata de una “creación pastoral” que no tienen ningún asidero litúrgico, con el fin de “tomar conciencia” de los sacramentos recibidos en el pasado. De un modo análogo se procede en la misa crismal del Jueves Santo con la renovación de las promesas sacerdotales. Con estas prácticas se introduce un vínculo entre el orden sacramental y el orden sentimental-emocional, entre eficacia del sacramento y toma de conciencia. Estas prácticas, que no tienen ningún fundamento ni en la Escritura ni en la praxis de la Iglesia, pareciera ser un débil convencimiento en la eficacia de los sacramentos.  

8. Cambio: Se introduce sin ninguna justificación litúrgica, la segunda parte de las letanías dejadas a la mitad antes de la bendición del agua bautismal.

Práctica tradicional: Las letanías se cantan íntegramente y sin interrupciones después de la bendición de la fuente bautismal y antes de la Misa.

Se trata de una innovación incoherente e incomprensible.

Postración durante las letanías de los santos previas a la Misa.

9. Cambio: Supresión de las oraciones al pie del altar, del salmo Iudica me Deus y del Confiteor al inicio de la Misa.

Práctica tradicional: La Misa se inicia con las oraciones al pie del altar, el salmo 42 y el Confiteor

Se trata de un claro antecedente de los que sucederá algunos años más adelante, con el Novus Ordo Missæ, en el cual se suprime definitivamente el salmo Iudica, que recordaba la indignidad del sacerdote que accede al altar. 

10. Cambio: En el mismo decreto se abolen todos los ritos de la Vigilia de Pentecostés con excepción de la Misa. 

Práctica tradicional: La Vigilia de Pentecostés posee una serie de ritos particulares a los cuales se hace referencia en el hanc igitur de la Misa. 

Se trata de una ignominiosa e indignante abolición. El día de Pentecostés tenía, desde los más remotos tiempos, una vigilia similar a la vigilia pascual. Según los documentos de la Comisión, no hubo tiempo para reformarla y, por otro lado, no se la podía mantener en tanto que cincuenta días antes se habría celebrado una vigilia pascual totalmente reformada.

Consecuentemente, se decidió eliminarla ignorando más de un milenio de tradición.

Confiteor del celebrante al comienzo de la Misa de la Vigilia Pascual.

ARTÍCULO EN ABC SOBRE LA MISA TRADICIONAL EN ESPAÑA

A continuación, un artículo publicado en el diario ABC el pasado 26 de febrero a nivel nacional -edición papel y digital-, donde se hace un balance de la situación de la celebración en España de la Misa según el rito Romano tradicional tras la implementación del motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco el 16 de julio de 2021. Asimismo, hemos de destacar que el artículo ha sido elaborado tras entrevistar a varios grupos de fieles que promueven la Misa Tradicional en nuestra patria, entres ellos Una Voce Sevilla, quienes exponen los motivos por los que continúan con este apostolado de la Liturgia tradicional. Agradecemos a José Ramón Navarro-Pareja su artículo.

Nota: Para ver completo el artículo pinchar en él.

EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI (V)

Continuando con nuestro homenaje al Papa Benedicto XVI, ofrecemos a nuestros lectores un texto del entonces cardenal Joseph Ratzinger titulado «La intrepidez de un verdadero testigo», dedicado a Monseñor Klaus Gamber, fundador del Instituto Litúrgico de Ratisbona, que sirvió de introducción al libro «LA REFORMA DE LA LITURGIA ROMANA» publicado por este último –descarga gratis en pdf pinchando aquí-, en el que se aborda la teoría acerca de la forma en que se había creado la nueva liturgia, tras el Concilio Vaticano II.

Este texto de Joseph Ratzinger, puede considerarse como un precedente para comprender la intención del Papa Benedicto XVI al publicar el motu proprio Summorum Pontificum sobre la Misa Tradicional.

KLAUS GAMBER “La intrepidez de un verdadero testigo”
(Por el Cardenal Ratzinger)

Me decía hace poco un joven sacerdote: «Hoy necesitaríamos un nuevo movimiento litúrgico». Es la expresión de una preocupación que sólo un espíritu voluntariamente superficial podría desechar hoy. Lo que le preocupaba a este sacerdote no era la conquista de nuevas y audaces libertades: ¿qué libertad no se ha arrogado ya? Sentía la necesidad de un nuevo renacer partiendo de lo más íntimo de la liturgia, como lo había deseado el movimiento litúrgico cuando estaba en el apogeo de su verdadera naturaleza, cuando no se trataba de fabricar textos o de inventar acciones y formas, sino de descubrir el centro vivo, de penetrar en el tejido de la liturgia propiamente dicha, para que su cumplimiento saliese de su misma sustancia. La reforma litúrgica, en su realización concreta, se ha alejado demasiado de este origen. El resultado no ha sido una reanimación sino una devastación. De un lado, se posee una liturgia que ha degenerado en un «show», donde se ha intentado mostrar una religión atractiva con la ayuda de tonterías a la moda y de incitantes principios morales, con éxitos momentáneos en el grupo de creadores litúrgicos y una actitud de rechazo tanto más pronunciada en los que buscan en la Liturgia, no tanto el «showmaster» espiritual, sino el encuentro con el Dios vivo, ante quien toda «acción» es insignificante, pues sólo este encuentro es capaz de hacernos llegar a la verdadera riqueza del ser. De otro lado, existe una conservación de formas rituales cuya grandeza siempre impresiona, pero que llevada al extremo, cristaliza en un aislamiento de opinión, que al final se queda sólo en tristeza. Ciertamente quedan entre los dos todos los sacerdotes y sus feligreses que celebran la nueva liturgia con solemnidad; pero que se sienten inquietos por las contradicciones existentes entre los dos extremos; y la falta de unidad interna de la Iglesia hace aparecer su fidelidad, de los que muchos la culpan, como una simple variedad personal, del neoconservadurismo. Puesto que esto ocurre, necesitamos un nuevo impulso espiritual para que la liturgia sea de nuevo una actividad comunitaria de la Iglesia y sea arrancada de la arbitrariedad de los curas y sus equipos litúrgicos.
No se puede “fabricar” un movimiento litúrgico de esta clase, -Como no se puede «fabricar» algo vivo pero se puede contribuir a su desarrollo esforzándose en asimilar el nuevo espíritu de la liturgia y defendiendo públicamente lo que así se ha recibido. Este nuevo punto de partida necesita «padres» que sean modelos y que no se contenten con indicar el camino a seguir. Los que hoy busquen tales «padres» encontrarán sin duda en la persona de Monseñor Klaus Gamber, que desgraciadamente nos ha dejado demasiado pronto, pero precisamente, al dejarnos se nos ha hecho verdaderamente presente, en toda la fuerza de las perspectivas que nos ha abierto. Justamente porque al irse escapa a discusiones partidistas, podrá, en esta hora de desolación, convertirse en «padre» de una nueva andadura. Gamber ha traído con todo su corazón la esperanza del antiguo movimiento litúrgico. Sin duda, porque venía de una escuela extranjera, ha permanecido como un «outsider» en el escenario alemán, donde verdaderamente no se le quería admitir; recientemente una tesis encontró dificultades importantes porque un joven investigador osó citar repetidamente a Gamber con demasiada benevolencia. Pero puede ser que este rechazo haya sido providencial, porque ha forzado a Gamber a seguir su propio camino, evitándole la carga del conformismo.
Es difícil expresar en pocas palabras, dentro de la disputa entre liturgistas, lo que verdaderamente es esencial y lo que no lo es. Tal vez la siguiente indicación pudiera ser útil. J.A. Jungman, uno de los liturgistas verdaderamente grandes de nuestro siglo, había definido en su tiempo la liturgia, tal como se entendía en Occidente, basándose en investigaciones históricas, como una «liturgia fruto de un desarrollo»; probablemente por contraste con la noción oriental, que no ve en la liturgia el devenir y el crecimiento histórico, sino sólo el reflejo de la eterna liturgia, en la que la luz, a través del desarrollo sagrado, ilumina nuestros tiempos mudables con su belleza y su grandeza inmutables. Lo que ha ocurrido tras el Concilio es algo completamente distinto: en lugar de una liturgia fruto de un desarrollo continuo, se ha introducido una liturgia fabricada. Se ha salido de un proceso de crecimiento y de devenir para entrar en otro de fabricación. No se ha querido continuar el devenir y la maduración orgánica de lo que ha existido durante siglos, se la ha sustituido, como si fuese una producción industrial, por una fabricación que es un producto banal del momento. Gamber, con la vigilancia de un auténtico vidente y con la intrepidez de un verdadero testigo, se ha opuesto a esta falsificación y nos ha enseñado incansablemente la plenitud viva de una verdadera liturgia, gracias a su conocimiento increíblemente rico de las fuentes; él mismo, que conocía y amaba la historia, nos ha enseñado las múltiples formas del devenir y del camino de la liturgia; él mismo, que veía la historia desde dentro, ha visto en este desarrollo y en sus frutos el reflejo intangible de la liturgia eterna, que no es objeto de nuestro hacer, pero que puede continuar maravillosamente madurando y expandiéndose, si nos unimos íntimamente a su misterio. La muerte de este hombre y sacerdote eminente debería estimularnos; su obra podría ayudarnos a tornar un nuevo impulso.


Joseph Cardenal RATZINGER

FIUV: LLAMAMIENTO MUNDIAL A LA ORACIÓN Y PENITENCIA POR LA LIBERTAD DE LA MISA TRADICIONAL

En el día de la Festividad de Nuestra Señora de Lourdes, la Federación Internacional Una Voce hace un llamamiento a nivel mundial para suplicar oraciones y penitencias en la próxima Cuaresma por la libertad de la Misa según el rito Romano tradicional. Llamamiento al que se une, como no podía ser de otra manera, la asociación y comunidad de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda. A continuación, el texto oficial:

Petición de oraciones y penitencias en Cuaresma por la libertad de la Misa Tradicional

La Federación Internacional Una Voce, junto a otras organizaciones, grupos e individuos fieles de la Misa tradicional hacen una llamada a todos los católicos de buena voluntad para que ofrezcan oraciones y penitencias durante el tiempo de Cuaresma, en particular por una intención: la libertad de la Misa tradicional.

No sabemos cómo de creíbles puedan ser los rumores acerca de nuevas disposiciones o documentos de la Santa Sede sobre este particular, pero dichos rumores apuntan a una situación de duda, conflicto y aprensión que es gravemente perjudicial para la misión de la Iglesia. Apelamos a nuestro Señor, a través de Su Santísima Madre, para que restaure para todos y cada uno de los católicos el derecho y la oportunidad de adorar a Dios de acuerdo con las venerables tradiciones litúrgicas de la Iglesia, en perfecta unidad con el Santo Padre y los obispos de toda la Iglesia.

FEDERACIÓN INTERNACIONAL UNA VOCE (Foederatio Internationalis Una Voce, FIUV) www.fiuv.org

EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI (III)

Siguiendo con nuestro agradecimiento y homenaje al Papa Benedicto XVI, traemos a nuestros lectores en esta ocasión, con permiso de su autor, don Luis López Valpuesta, un fragmento titulado «UNA REFLEXION DEL PAPA EMÉRITO SOBRE LA INTANGIBILIDAD DE LA LITURGIA. NI VERDAD SIN CARIDAD NI CARIDAD SIN VERDAD, del libro: «Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba» «. Libro que fue presentado por su autor en la Sede social de Una Voce Sevilla el pasado mes de enero.

Nuestro querido papa emérito, Benedicto XVI, en su libro autobiográfico «Mi vida» (1997), incluyó una frase que ha dado mucho que hablar, generalmente en sectores tradicionalistas, y que a mi juicio llega al meollo de la gran crisis de la fe católica de nuestros tiempos. 

«Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia». 

El origen de ese hundimiento, según señala en párrafos anteriores, se encuentra en la manera violenta -y no orgánica- en la que se procedió a sustituir la liturgia codificada por San Pío V en 1570.

«El hecho de que, después de un período de experimentación que a menudo había desfigurado profundamente la liturgia, se volviese a tener un texto vinculante, era algo que había que saludar como seguramente positivo. Pero yo estaba perplejo ante la prohibición del Misal antiguo, porque algo semejante no había ocurrido jamás en la historia de la liturgia. Se suscitaba por cierto la impresión de que esto era completamente normal» .

Pero no lo era, porque como bien explica Benedicto XVI, el desarrollo de la liturgia:

«Se ha tratado siempre de un proceso continuado de crecimiento y de purificación en el cual, sin embargo, nunca se destruía la continuidad».

Y al aprobar el Misal de Pablo VI, se siguió otro camino, más radical y evidentemente revolucionario: 

«se hizo aparecer la liturgia de alguna manera ya no como un proceso vital, sino como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica»,

Y como consecuencia de ello, 

«nos ha producido unos daños extremadamente graves. Porque se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se «hace», que no es algo que existe antes que nosotros, algo «dado», sino que depende de nuestras decisiones». 

La trascendencia de esa última fase podemos calibrarla desde el axioma «lex orandi, lex credendi». Alterar algo tan íntimamente vinculado con las creencias cristianas (como es la liturgia en la que se manifiesta públicamente la fe), no puede menos que afectar directamente a los contenidos en lo que se expresa esa fe del pueblo. Dicho de manera más rotunda: si podemos modificar la liturgia con tal impunidad, poco nos costará -con el mismo descaro- ir diluyendo los contenidos de la fe católica en un mundo donde palabras como «pecado», «penitencia», «expiación», «sacrificio» o «mortificación» han dejado de tener sentido. Pero como los principios fundamentales de la fe son por definición inalterables -tienen la consideración de dogmas o doctrinas seguras-, se nos conmina  hoy a que los apartemos en anaqueles polvorientos de bibliotecas universitarias; que atendamos a una visión «más pastoral y menos doctrinal», «más ecológica y menos celestial», «más horizontal y menos vertical» -«más tiempo y menos espacio» (en expresión del papa Francisco)-, aunque asumamos el riesgo de orillar lo que creyeron y vivieron los cristianos desde hace cientos de años. De este modo se juzga siempre con desconfianza a quienes pretenden salvar la fidelidad estricta a la fe recibida  y no están dispuestos a ponerla en la almoneda del consenso,  pues -según se nos advierte una encíclica reciente, Evangelii Gaudium, (94) 2013 – esa «supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria da lugar a un elitismo narcisista y autoritario». Siendo benévolos, esa frase hubiera parecido cuanto menos incomprensible a tantos papas del pasado reciente (y no reciente) que se desvivieron para que se mantuviese la pureza de una fe, siempre atacada por los modernistas de ayer y de hoy. Ellos sabían bien lo que se jugaba.

En definitiva, no cabe duda de que se pretende abiertamente que nosotros y las futuras generaciones cristianas nos libremos de esas presuntas rémoras que se asocian a rigideces que obstaculizan una vida cristiana presuntamente sana. Pero, con todo respeto, sentimos discrepar, porque, a nuestro humilde juicio, lo que verdaderamente hace enfermar a la fe cristiana es la vacilación en principios innegociables.  Como dijo el Cardenal Pie, el cristianismo es Verdad y es Caridad (no es Verdad sin Caridad, ni es Caridad sin Verdad), y por ello, como Verdad, debemos ser necesariamente intolerantes en las doctrinas seguras; ahora bien, como Caridad, debemos amar de corazón a todos los hermanos, incluso a los más errados (Caritas in veritate, como escribió Benedicto XVI).  Me resulta por ello muy doloroso que documentos eclesiásticos actuales, con insultante franqueza, pretendan disociar a los cristianos que defienden la Verdad, de la reina de todas las virtudes de un seguidor de Cristo, cual es la Caridad.  

Luis López Valpuesta