XII PEREGRINACIÓN INTERNACIONAL SUMMORUM PONTIFICUM A ROMA

Con ocasión de la festividad de Cristo Rey, los días 27, 28 y 29 de octubre de 2023 se celebró en Roma la PEREGRINATIO AD PETRI SEDEM, que se organiza anualmente desde 2012 por los representantes del “ Populus Summorum Pontificum”, reuniendo a fieles laicos, sacerdotes y religiosos de todo el mundo, con el propósito de tomar parte en la nueva evangelización en torno al rito Romano tradicional, la misa en latín y gregoriana celebrada según la última edición del misal tridentino, publicada en 1962 por Juan XXIII.

Durante tres días de peregrinación, los cientos de participantes venidos de muchas partes del mundo han testimoniado la eterna juventud de la liturgia tradicional. A la Peregrinación, como es costumbre, ha acudido una representación de España, entre ellos, miembros de Una Voce Sevilla, quienes han podido dar testimonio de lo vivido a través de los vídeos publicados en nuestro canal de YouTube: VER AQUÍ

El Viernes, los peregrinos se reunieron en la Basílica de Santa María de los Mártires (Panteón), para asistir a Vísperas solemnes celebradas por el obispo Athanasius Schneider. Previamente, y antes de comenzar la Peregrinación, se desarrollaron varias conferencias muy interesantes organizadas por Paix Liturgica, en la que participó, entre otros, Mons. Athanasius Schneider y que pueden visualizar en el siguiente: ENLACE

El Sábado, después de un tiempo de adoración eucarística, una procesión con una multitud de peregrinos recorrió las calles del centro de Roma hasta la Basílica de San Pedro, para allí venerar y rezar ante la tumba de San Pedro. Este año, se ha prohibido la celebración de la Misa tradicional a su llegada, si bien se rezó de forma solemne el oficio de sexta en el altar de la Cátedra de la Basílica vaticana.

La peregrinación concluyó el Domingo, fiesta de Cristo Rey, con una Misa tradicional solemne en la iglesia de la Santissima Trinità dei Pellegrini, Parroquia Personal para la liturgia tradicional en Roma (FSSP), celebrada por Monseñor Guido Pozzo, y otra Misa celebrada en la Basílica menor de San Celso y San Julián (ICRSS) por Mons. Athanasius Schneider.

A continuación, un bellísimo vídeo sobre la Peregrinación Summorum Pontificum:

EL LEGADO LITÚRGICO DEL PAPA BENEDICTO XVI (IV)

Esta semana reproducimos el texto en español, publicado por la web Caminante Wanderer, de la conferencia impartida por Monseñor Nicola Bux durante el Encuentro Paix Liturgique que se celebró en Roma el pasado 28 de octubre de 2022, donde se aborda el importante papel que juega hoy la Liturgia en la Iglesia, enlazando la Encíclica Mediator Dei de Pío XII con el legado litúrgico del Papa Benedicto XVI, y, en concreto, con el Motu Proprio Summorum Pontificum sobre la Misa Tradicional, y la llamada «hermenéutica de la continuidad».

Cabe destacar que don Nicola Bux fue nombrado por Benedicto XVI consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice y siempre estuvo muy cercano a él.

DE LA MEDIATOR DEI AL SUMMORUM PONTIFICUM: REMEDIOS PARA EL COLAPSO DE LA LITURGIA, CONCEBIDA COMO SI DIOS NO ESTUVIERA EN ELLA

Introducción

¿Qué hay detrás de la cuestión litúrgica de hoy? Existe una falta de voluntad para reconocer el hecho de que el Verbo divino se encarnó y, tras su ascensión al Cielo, continúa su presencia en el mundo a través de la liturgia, que no sería sagrada si no existiera la Presencia divina; en continuidad con la shekhinàh del Antiguo Testamento, donde «la revelación se convierte en liturgia». Los Salmos repiten: «Iré a la presencia del Señor», porque los ritos se celebraban ante él. La liturgia utiliza el término Misterio en singular y en plural, para indicar la aparición de la Presencia en la liturgia. El hombre creyente está llamado a entrar en relación con él; el término adorar, de colere,
significa cultivar una relación con Dios. Esto sucede con los ritos litúrgicos, que son ordenados (ordo), disciplinados por la Iglesia según las disposiciones, las reglas que Dios mismo ha dado en la revelación bíblica, para preservarlos de la idolatría. La indisciplina del culto es la reducción a la medida humana, es decir, hacer una imagen deformada de Dios. El culto es divino si garantiza los derechos de Dios y los de los fieles que tienen derecho a recibir el verdadero culto.
La Iglesia sabe que es semper reformanda en sus aspectos humanos, sujeta a deformaciones; del mismo modo, la liturgia en sus aspectos rituales crece y progresa, pero sin ruptura alguna: lo que era sagrado, sigue siendo sagrado y grande. Por desgracia, la ignorancia de la historia lleva a algunos eclesiásticos a prohibir o juzgar perjudicial lo que la tradición entrega a las nuevas generaciones. La tradición es necesaria y la innovación ineludible, y ambas están en la naturaleza del cuerpo eclesial como del cuerpo humano. No son opuestos entre sí, sino complementarios e interdependientes. Pablo VI, durante la reunión del Concilio, reiteró: «nada cambia realmente de la doctrina tradicional. Lo que Cristo quiso, nosotros también lo queremos. Lo que quedaba. Lo que la Iglesia enseñó durante siglos, nosotros también lo enseñamos». ¿Qué diría hoy? Puesto que en la sagrada liturgia se manifiesta la Iglesia una y católica, santa y apostólica, que es la misma en todas las épocas, ¿puede existir una idea de Iglesia diferente de la que el concilio definió en la constitución dogmática Lumen gentium y que está sujeta a la Sacrosanctum Concilium? ¿Qué ha ocurrido?

2. Mediator Dei: la persona de Cristo en el centro de la liturgia
Han pasado setenta y cinco años desde Mediator Dei, publicado el 20 de noviembre de 1947 por el Venerable Pío XII: el documento doctrinal más importante sobre la liturgia antes del Concilio Vaticano II, sin el cual no puede entenderse plenamente la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, publicada sólo dieciséis años después, el 4 de diciembre de 1963. Es su fuente principal, en términos de enfoque clásico y contenido doctrinal, y un término de comparación con las instancias antiguas y nuevas de la liturgia. «Pío XII había creado una comisión para la reforma general de la liturgia, que iniciaría sus trabajos en 1948 y que, en 1959, se fundiría en la comisión preparatoria del Concilio para la liturgia. Por tanto, no está fuera de lugar afirmar que la constitución sobre la liturgia del Vaticano II había empezado a prepararse ya en 1948, inspirándose en la encíclica». El minucioso trabajo preparatorio evitó que el proyecto de constitución fuera rechazado, a diferencia de todos los demás.
La encíclica Mediator Dei, en relación con el tema que nos ocupa, afirma que el culto o liturgia sólo tiene lugar por, con y en Jesucristo: de lo contrario, no llega a Dios Padre para adorarle, ni a nosotros para santificarnos. Por lo tanto, no lo hacemos y esto explica el comienzo de la encíclica: «El Mediador entre Dios y los hombres» (1 Tm 2,5), el gran pontífice que penetró en los cielos, Jesús el Hijo de Dios (cf. Hb 4,14 ) tomó sobre sí la obra de misericordia con la que enriqueció a la humanidad con dones sobrenaturales[…] Trató de procurar la salud de las almas mediante el ejercicio continuo de la oración y el sacrificio, hasta que, en la Cruz, se ofreció a sí mismo como víctima inmaculada a Dios para limpiar nuestra conciencia de obras muertas a fin de servir al Dios vivo (cf. ibíd. 9:14)[…]. El Divino Redentor quiso, pues, que la vida sacerdotal que había iniciado en su Cuerpo mortal… no cesara en el transcurso de los siglos en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia; y por eso ofreció un sacerdocio visible para ofrecer en todas partes la oblación limpia (cf. Mal 1,11), a fin de que todos los hombres, de Oriente y Occidente, liberados del pecado, por deber de conciencia pudieran servir a Dios espontánea y voluntariamente. La Iglesia, por tanto, fiel al mandato recibido de su Fundador, continúa el oficio sacerdotal de Jesucristo sobre todo mediante la Sagrada Liturgia» (I,1). Tal introducción deja claro que no se puede hablar de liturgia sin partir de Cristo como Mediator Dei, a menos que se la entienda como la manifestación suprema y continua de esa mediación. Es el «lugar» del encuentro entre Dios y el hombre y hace de la liturgia la cumbre de la vida de la Iglesia y la fuente de toda gracia. La liturgia «culmen et fons», la ya famosa endiada de Sacrosanctum Concilium que resume el concepto, se encuentra ya en la Introducción de Mediator Dei.
Hay un elemento esencial de la liturgia católica: «En cada acción litúrgica, por tanto, junto a la Iglesia, está presente su Divino Fundador: Cristo está presente en el augusto Sacrificio del altar tanto en la persona de su ministro como especialmente bajo las especies eucarísticas; está presente en los sacramentos con la virtud que transfunde en ellos para que sean instrumentos eficaces desantidad; está presente finalmente en las alabanzas y súplicas dirigidas a Dios, como está escrito: ‘Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos'(Mt 18,20)»(I,1). El versículo se retoma en el conocido párrafo de la constitución litúrgica sobre la presencia de Cristo
(n. 7) con el único añadido «Él está presente en su palabra, pues es Él quien habla cuando se lee la Sagrada Escritura en la Iglesia»; anteriormente se indica a Cristo como «Mediador entre Dios y los hombres» y «plenitud del culto divino» (n. 5).
La encíclica pudo así definir la liturgia como «el culto integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros». La liturgia sirve para elevar el alma cada vez más hacia Dios, para con-sacrificarla: «así, el sacerdocio de Jesucristo actúa siempre en la sucesión de los tiempos, y la liturgia no es otra cosa que el ejercicio de este sacerdocio» (I, 1). Pío XII, remitiéndose a la constitución Divini cultus de su predecesor Pío XI, observa que la jerarquía eclesiástica «no dudaba, sin perjuicio de la sustancia del sacrificio eucarístico y de los sacramentos, en cambiar lo que no consideraba conveniente, en añadir lo que parecía contribuir mejor al honor de Jesucristo y de la augusta Trinidad, a la instrucción y al estímulo saludable del pueblo cristiano» (I,4). En efecto, la liturgia se compone de elementos divinos y humanos: «de ahí que instituciones piadosas olvidadas en el tiempo sean a veces recuperadas en el uso y renovadas» (I,4). Este es el criterio que guiará al papa en la restauración del Ordo de Semana Santa -sobre el que no nos detendremos- poniendo en uso las antiguas tradiciones y que se incorporará a la constitución conciliar (cf. Sacrosanctum Concilium, nº 50). Ese criterio, según Mediator Dei, preside la evolución de los ritos, pero sin caer en el arqueologismo: «La liturgia de los tiempos antiguos es sin duda digna de veneración, pero un uso antiguo no es, por su sola antigüedad, el mejor… Incluso los ritos litúrgicos más recientes son respetables, ya que han surgido por influencia del Espíritu Santo» (I,5).

La reforma litúrgica, según Pío XII, resulta así de la necesidad de las cosas, porque la liturgia misma es una forma que tiende continuamente a reformarse en el sentido de un desarrollo orgánico. Los abusos no pueden ponerlo en duda; de ahí que recuerde que «para proteger la santidad del culto contra los abusos» existe la Congregación de Ritos. La liturgia es una manifestación del cuerpo y la Cabeza de la Iglesia, un organismo que produce energías siempre nuevas al tiempo que conserva su forma fundamental. Todo esto se reafirmará en la constitución litúrgica (cf. nº 21). La encíclica trata en la Parte III, del oficio divino y del año litúrgico, partiendo del principio de que el ideal de la vida cristiana está en la unión íntima con Dios, que sólo puede realizarse: «‘por medio de nuestro Señor Jesucristo’, quien, como mediador entre nosotros y Dios, muestra sus gloriosos estigmas al Padre celestial, ‘siempre vivo para interceder por nosotros’ (Hb 7,25)» (III,1). Se recomienda a los fieles la recitación de los salmos y la participación activa en el rezo de las vísperas dominicales y festivas.
En cuanto al año litúrgico, se recuerda que tiene como centro la «persona de Jesucristo… nuestro Salvador en los misterios de la humillación, la redención y el triunfo». Al recordar estos misterios de Jesucristo, la sagrada liturgia pretende hacer partícipes de ellos a todos los creyentes para que la Cabeza Divina del Cuerpo Místico viva en la plenitud de su santidad en cada uno de sus miembros» (III, 2).

3.Summorum Pontificum: la primacía de Dios en la liturgia
El 7 de julio de 2007, el Sumo Pontífice Benedicto XVI promulgó la Carta Apostólica Motu proprio «Summorum Pontificum», con la que pretendía dotar de una disciplina renovada al uso del Misal Romano anterior a la reforma deseada por Pablo VI y el Concilio Ecuménico Vaticano II. También hay que señalar que, para una exposición exhaustiva, el documento debe leerse y analizarse en correlación con la Carta a los obispos, que acompañaba al mismo Motu proprio, y con la Instrucción aplicativa «Universae Ecclesiae» del 30 de abril de 2011, que aclaraba y completaba toda la disciplina. Hay que tener en cuenta lo que dijo a este respecto el cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: «Lejos de ocuparse únicamente de la cuestión jurídica del estatus del antiguo Misal Romano, el Motu proprio plantea la cuestión de la esencia misma de la liturgia y de su lugar en la Iglesia. Lo que está en juego es el lugar de Dios, la primacía de Dios. Como subraya el «papa de la liturgia» (ed. Benedicto XVI): «La verdadera renovación de la liturgia es la condición fundamental para la renovación de la Iglesia»: el
Motu proprio es un documento magisterial capital sobre el sentido profundo de la liturgia y, en consecuencia, de toda la vida de la Iglesia».
La cuestión de la Sociedad de San Pío X influyó sin duda en la decisión de promulgar Summorum Pontificum, pero creemos que no fue la única motivación decisiva, como se desprende de la continuación de la citada Carta: «Todos sabemos que, en el movimiento dirigido por el arzobispo Lefebvre, la fidelidad al misal antiguo se convirtió en un marcador externo; las razones de esta escisión, que surgió aquí, se encuentran, sin embargo, más profundamente. Muchas personas, que aceptaban claramente el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y que eran fieles al Papa y a los obispos, deseaban sin embargo redescubrir la forma, para ellos muy querida, de la sagrada liturgia.
Esto sucedió ante todo porque en muchos lugares no se celebraba de forma fiel a las prescripciones del nuevo Misal, sino que se entendía incluso como una autorización o incluso una obligación a la creatividad, lo que a menudo conducía a deformaciones de la liturgia que estaban en el límite de lo soportable. Hablo por experiencia, porque yo también viví ese periodo con todas sus expectativas y confusiones. Y vi lo profundamente heridas que estaban personas totalmente arraigadas en la fe de la Iglesia por las deformaciones arbitrarias de la Liturgia.
He aquí la verdadera y profunda razón de Summorum Pontificum: Responder de manera más adecuada y eficaz a la necesidad espiritual y pastoral de quienes, aun prestando la debida deferencia y obediencia a lo establecido por el Concilio Ecuménico Vaticano II, sacudidos y perplejos por las «deformaciones» litúrgicas que se produjeron en el período inmediatamente posterior al Concilio -y que aún hoy nos vemos obligados a presenciar en muchos casos- encontraron y encuentran en laforma litúrgica anterior la manera más adecuada y fructífera de cultivar su relación con Dios.
Tras mostrar lo infundado de los temores, la Carta aporta la razón positiva, podríamos decir el verdadero objetivo «doctrinal»: «Una reconciliación interna en el seno de la Iglesia». El Pontífice insta a «hacer todo lo posible para que todos los que desean verdaderamente la unidad puedan permanecer en ella o reencontrarla». Resuenan las palabras admonitorias de Jesús: «que sean uno para que el mundo vea y crea». ¿Quién podría oponerse a ello? Sin embargo, hay quienes no están de acuerdo con el siguiente pasaje de la carta: «No hay contradicción entre una y otra edición del Misal Romano. En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que era
sagrado para las generaciones anteriores, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede prohibirse de repente ni siquiera juzgarse perjudicial. Es bueno para todos nosotros preservar las riquezas que han crecido en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde. Es una admonición para que todas las partes encuentren el equilibrio adecuado y saludable. La insistencia de Mediator Dei (§ 60) en el uso del latín como antídoto contra la corruptibilidad de la doctrina pura, ayuda a comprender que el Vetus Ordo no sólo se busca por «indietrismo», sino también porque la lengua oficial de la Iglesia lo impide mejor que cualquier otra cosa.

Progreso y Desarrollo de la Liturgia (Mediator Dei, §§ 49-56), enunciado por Pío XII, ha sido puesto en práctica por Benedicto XVI. La Iglesia y la Liturgia están sujetas a deformaciones de las formas, por lo que son semper reformandae, según el principio de desarrollo orgánico, de continuidad y no de ruptura, o de restauración para devolverlas al origen: éste es el sentido de la expresión «reforma de la reforma». Una reforma que, por su propia naturaleza, no puede ser irreversible, como pretende el Papa Francisco. Por ello, la cuestión de fondo fue recordada de corazón por Benedicto XVI: «En nuestro tiempo, cuando en vastas zonas de la tierra la fe corre el peligro de extinguirse como una llama que ya no encuentra alimento, la prioridad ante todo es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a cualquier dios, sino a ese Dios que habló en el Sinaí; a ese Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1) en Jesucristo crucificado y resucitado».

4 – El Codex Iuris Liturgici: un remedio fallido
Mediator Dei y Summorum Pontificum constituyen el remedio a una concepción de la liturgia privada de la Presencia Divina, porque frente al arqueologismo, las deformaciones y los abusos, reafirman el derecho litúrgico como protección de los derechos de Dios en el culto.
Es cierto que, antes del Concilio Vaticano II, las normas que regulaban los ritos y su ejecución estaban expuestas a una escrupulosidad excesiva o a la aproximación; el papa Pío XII quiso la reforma sobre todo para aliviar a los sacerdotes en la cura de almas sobrecargados por los compromisos del apostolado. Esto condujo a la simplificación de las rúbricas del Misal y del Breviario, que se llevó a cabo mediante el decreto de la Congregación de Ritos del 23 de marzo de 1955. Pero esta revisión de los libros litúrgicos estuvo precedida por un acto que iba a influir en la reforma litúrgica conciliar: la publicación en 1948 por la Sección Histórica de la Sagrada Congregación de Ritos de la «Memoria sobre la reforma litúrgica», que «constituye… la guía general de todo el proyecto de reforma». La lectura de este documento, que sigue poco después a Mediator
Dei, ayuda a comprender los principios fundamentales de la reforma, incluido el de equilibrar las pretensiones opuestas de la tendencia conservadora y la tendencia innovadora: una cuestión que sigue siendo relevante hoy en día. Pero aún más interesante es, en el tercer capítulo, la mención de un «Codex Iuris Liturgici»: el documento afirma: «Una vez realizada definitivamente la reforma propiamente dicha, será necesario un último elemento que garantice la estabilidad de la reforma y la organicidad de los futuros desarrollos de la vida litúrgica; todo ello se conseguirá con el tan ansiado Codex liturgicus, que debe representar la coronación de la Reforma y asegurar su aplicación y estabilidad». Es significativa en la «Memoria» la anotación de que las diversas unidades rituales nunca habían sido ordenadas, salvo los textos añadidos, tras las reformas de Pío X, en las ediciones del Breviario y del Misal. Así pues, había surgido mucha confusión y no pocas contradicciones entre diferentes fuentes y disposiciones, en una época en la que los estudios litúrgicos, el arte y la música sacra habían ido avanzando, gracias también al movimiento litúrgico. La «Memoria» no oculta las causas, en particular el aumento en los sacerdotes de la desafección a las rúbricas y las prescripciones rituales. Así tomó forma la idea de una codificación general de la liturgia, aunque los expertos no ocultaron que, para reformar la liturgia de forma seria y duradera, era necesario preparar una plataforma jurídica, a saber, un Codex Iuris Liturgici. Así debía proceder la reforma, junto con la redacción de los cánones apropiados del Códice Litúrgico, sin excluir los relativos al arte sacro y la música. Por otra parte, las rúbricas del Breviario y del Misal debían redactarse por sí mismas e introducirse en el Códice en el momento de su redacción; la idea era disponer de rúbricas sencillas y claras, similares a artículos concisos como los cánones del Código de Derecho Canónico.
El Codex Iuris liturgici nunca volvió a realizarse. Pero se mantuvo la idea de una plataforma estable sobre la que asentar la reforma de la liturgia. De hecho, casi puede verse esbozado en principio, a pesar de algunas contradicciones, con la Constitución Litúrgica Sacrosanctum Concilium del Vaticano II; pero la anomia y la anarquía, con el pretexto de la creatividad, parecen haberlo contradicho y frustrado. Mientras reinaba Pío XII, los trabajos sobre las rúbricas siguieron adelante, con una amplia consulta a los obispos y la decisión de reformarlas todas sistemáticamente; para ello se creó una comisión de expertos.
La mencionada simplificación se llevó a cabo en 1955: fue el origen del Codex Rubricarum que sustituiría totalmente a los textos de Pío V. De hecho, con el Motu Proprio Rubricarum instructum del 25 de julio de 1960, Juan XXIII aprobó las nuevas rúbricas del Breviario y del Misal, aplicando las disposiciones de Pío XII, pero posponiendo el tratamiento de los principios de la reforma litúrgica al Concilio, que se había reunido un año antes.
Lo que se ha esbozado hasta ahora nos permite comprender cómo, bajo Pío XII, la observancia de las rúbricas de los ritos litúrgicos se consideraba como una forma de la tradición ininterrumpida de la liturgia de la Iglesia y no como algo ajeno a ella. Tal vez pueda suponerse que si Pío XII hubiera logrado promulgar el Codex Iuris Liturgici, la reforma relanzada por el Concilio Vaticano II habría estado en cierto modo al abrigo de las deformaciones y abusos que se produjeron posteriormente.
El cardenal Ferdinando Antonelli, secretario de la Sagrada Congregación de Ritos y miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, escribió sobre la evolución que estaba tomando la reforma (1968-1971): «La ley litúrgica, que hasta el concilio era algo sagrado, ya no existe para muchos. Cada uno se considera autorizado a hacer lo que quiera y muchos jóvenes lo hacen’.
Demos ahora un salto de 40 años. Juan Pablo II intentó poner freno a las deformaciones y abusos anunciando, en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, un documento específico de carácter jurídico(52), elaborado por la Congregación para el Culto Divino de acuerdo con la Congregación para la Doctrina de la Fe y publicado en 2004: la instrucción Redemptionis Sacramentum «sobre ciertas cosas que deben observarse y evitarse» en relación con la misa. Parece recordar el Decretum de observandis et evitandis in celebratione missae del Concilio de Trento, que constituye la columna vertebral del capítulo del misal romano tridentino De defectibus in celebratione missarum occurrentibus; si se hubiera incluido en el misal promulgado por Pablo VI, no habría dado lugar a las graves ofensas y abusos. La instrucción indica las formas correctas de celebrar para el sacerdote y de participar para los fieles, corrige las incorrectas e identifica las responsabilidades morales, y compromete las penas canónicas.
La crisis posterior al Consejo ha enquistado tanto los abusos que muchos creen que forman parte de la reforma deseada por el Consejo. Quienes actúan así socavan la unidad del rito romano, que debe salvaguardarse tenazmente (SC 4), no llevan a cabo una auténtica actividad pastoral ni una adecuada renovación litúrgica, sino que privan a los fieles del patrimonio y la herencia a los que tienen derecho. Tales arbitrariedades suscitan inseguridad doctrinal, perplejidad y escándalo y, casi inevitablemente, duras reacciones (cf. RS 11). Por lo tanto: «Todos los fieles, por otra parte, gozan del derecho a tener una verdadera liturgia y especialmente una celebración de la Santa Misa que sea como la Iglesia ha querido y establecido, según lo prescrito en los libros litúrgicos y otras leyes y normas. Asimismo, el pueblo católico tiene derecho a que el sacrificio de la Santa Misa se celebre para él de forma íntegra, en plena conformidad con la doctrina del Magisterio de la Iglesia. Es, en fin, derecho de la comunidad católica que la celebración de la santísima Eucaristía se realice para ella de tal modo que aparezca como un verdadero sacramento de unidad, excluyendo por completo todo tipo de defectos y gestos que puedan generar divisiones y facciones en la Iglesia» (RS 12).
El estudio y el debate sobre la primacía del ius divinum me parecen esenciales para impulsar la reforma de la liturgia según la Constitución conciliar entendida en el contexto de la tradición católica y acabar con el relativismo litúrgico.


5- El renacimiento de lo sagrado: un remedio inesperado
«Toda la multitud procuraba tocarle, porque de él salía un poder que curaba a todos» (Lc 6,19). Lo sagrado es la percepción del poder divino actuando en el mundo. Las señales llegan desde abajo: la petición de muchos fieles, de recibir la Sagrada Comunión en la lengua, en la misa en N.O., de aumentar la Adoración Eucarística, de volver a poner agua bendita en la iglesia. Especialmente, de celebrar la misa en el V.O. o en la forma extraordinaria; numerosas encuestas en Europa, América, África y Asia confirman que la misa tradicional se está extendiendo (al menos en 11 países según una encuesta de hace unos años) y que un tercio de los católicos del mundo viviría con gusto su fe católica de esta forma; esto sucede, a pesar de las dificultades que ponen los obispos y el clero a su celebración. Los católicos que resisten y tienen capacidad para continuar se ven reducidos a un «pequeño rebaño», que será el catolicismo del futuro: un fenómeno que, en las ciudades, debido a la densidad de población, es más visible que en las provincias. Todos estos signos son también remedios, son síntomas de la irreprimibilidad de los sentimientos del temor de Dios y de lo sagrado. ¿Qué hay en el fondo?
Hay que señalar que en la nueva liturgia, a veces parece como si Dios no estuviera en ella: la reverencia y lo sagrado, en una palabra la adoración, han desaparecido, porque uno ya no es consciente de estar en la presencia divina. No se glorifica principalmente a Dios, por lo que el hombre no se santifica y el mundo no se «consagra». Basilio recuerda: «Todo lo que tiene un carácter sagrado procede de aquel -el Espíritu- que lo deriva». Aquí, la reforma debe comenzar con el renacimiento de lo sagrado en los corazones y, paralelamente, el temor de Dios: ese sentido de gran respeto por su infinita majestad que impregna las Sagradas Escrituras: Desde Abraham que, consciente de su omnipotencia y omnipresencia, se postró con el rostro en tierra (Gn 17,3-17), hasta Moisés ante la zarza ardiente (Ex 3,6) y Elías (cf. 1 Re 19,13): se cubrieron el rostro al percibir la presencia del Señor, impregnados de santo temor, porque «El temor de Dios es escuela de sabiduría» (Pr 15,33). Este temor no faltó en el Nuevo Testamento: María se regocija: «de generación en generación su misericordia se extiende sobre los que le temen»(Lc 1,49), reconociendo la grandeza de Aquel que por amor se inclinó sobre la criatura; Pedro, Santiago y Juan, ante la Transfiguración «cayeron con el rostro en tierra y fueron presa de un gran temor»(Mt 17,6); Pedro cayó de rodillas a los pies de Jesús en el lago de Tiberíades, pidiéndole que se apartara de sí pecador(cf. Lc 5,8); no fue aplastado sino partícipe de la belleza y el poder divinos. Ante la inmensidad de Dios, la alegría de estar cerca de Él debe traducirse en la mayor reverencia; Él es el Hijo todopoderoso de Dios que se hizo cercano a nosotros.
Por tanto, son incomprensibles las teorías de los que dicen que ante el Cristo ya resucitado hay que estar de pie, ya no de rodillas. El Catecismo dice: «El sentido de lo sagrado forma parte de la virtud de la religión» – citando a continuación un pensamiento del beato J.H. Newman: «¿El sentimiento de temor y el sentimiento de lo sagrado son o no sentimientos cristianos?[…]Nadie puede razonablemente dudarlo. Son los sentimientos que palpitarían en nuestro interior, con una fuerte intensidad, si tuviéramos la visión de la Majestad de Dios. Son los sentimientos que experimentaríamos si fuéramos conscientes de su presencia. En la medida en que creamos que Dios
está presente, debemos sentirlos. Si no los percibimos, es porque no percibimos, no creemos que esté presente’. Tales sentimientos y actitudes consecuentes son urgentemente necesarios para que la liturgia romana hable de Dios al hombre contemporáneo.
Es necesario restablecer el principio de que la liturgia, con la música y el arte vinculados a ella, es sagrada: en primer lugar, porque en ella está presente la Majestad divina que tiene jurisdicción exclusiva sobre ella. Por lo tanto, la liturgia, en su parte inmutable, es de derecho divino, como se ha mencionado anteriormente.
Los primeros padres aprendieron en la escuela de los apóstoles las normas y cánones para adentrarse en el misterio cristiano, recogidos más tarde en enseñanzas, didácticos, constituciones; debían proclamar el misterio revelado en Jesús y contrarrestar las concepciones mistéricas, alegóricas y esotéricas de los paganos. Las normas remiten a la apostolicidad de la liturgia, pero es sobre todo su santidad la que las exige: el misterio de Dios reclama la máxima reverencia. Acérquese a Dios, Jesús, ¡que es el Dios cercano a nosotros!
En segundo lugar, la liturgia es sagrada porque tiene una conexión esencial con la vida moral, el ethos. Todos somos sensibles a la justicia hacia nuestro prójimo, pero la justicia hacia Dios tiene prioridad. En las causas de canonización de santos, la verificación del ejercicio de este aspecto es prioritaria.
En tercer lugar, es sagrada, porque quienes participan en la liturgia son el pueblo elegido de Dios, la Iglesia. Si el ius y el ethos la convierten en una obra del pueblo, como pueblo perteneciente a Dios, la convierte ante todo en una obra de Dios, opus Dei. Por tanto, la liturgia es el conjunto de actos de culto público, es decir, la misa, los sacramentos y el oficio divino, que se ejercen en la Iglesia en beneficio de los fieles, según normas establecidas y por medio de ministros legítimos.
La liturgia es sagrada porque no es un acontecimiento transitorio para entretener al pueblo -como intenta hacer creer la secularización, que ha penetrado incluso entre los eclesiásticos-, sino que es la permanencia de la Presencia divina en medio de su pueblo, como atestiguan las normas de la ley divina y del derecho litúrgico. De ahí debe partir la reforma de la reforma: «de la presencia de lo sagrado en los corazones, de la realidad de la liturgia y de su misterio. Un misterio que necesita espacio interior y exterior. Joseph Ratzinger escribió: «Creo que esto es lo primero: vencer la tentación de una forma despótica de hacer las cosas, que concibe la liturgia como un objeto propiedad del hombre, y volver a despertar el sentido interior de lo sagrado. El segundo paso consistirá en evaluar dónde se han hecho recortes demasiado drásticos, para restablecer las conexiones con la historia pasada de forma clara y orgánica. Yo mismo he hablado en este sentido de una «reforma de la reforma». Pero, en mi opinión, todo esto debe ir precedido de un proceso educativo que frene la tendencia a «mortificar la liturgia con invenciones personales».
Ideó un remedio para sustituir la orientación perdida del sacerdote y los fieles ad Deum: colocar la cruz delante del celebrante en el altar hacia el pueblo. Al principio de la Reforma no se trataba de colocar la cruz sobre el altar o en alto, para que la mirada del sacerdote, por un lado, y la de los fieles, por otro, pudieran detenerse en ella. Luego, poco a poco, se teorizó que podía desplazarse a un lado; finalmente acabó detrás del sacerdote -a menudo junto con el tabernáculo- y ya no es objeto de atención; esto sucede mientras el pro-orientalismo multiplica los iconos a los lados del altar con la esperanza de que sean más venerados. Significa que sigue siendo necesario ayudar a los
fieles a detenerse en la imagen.
La celebración actual, al situar al celebrante en el centro, se ha convertido en una liturgia versus presbyterum, ¡ya no versus Deum! El sacerdote se ha vuelto más importante que la cruz, el altar y el tabernáculo. Aprendamos de la liturgia oriental y de la misa tradicional, en la que la silla del obispo y el asiento del celebrante se sitúan a un lado del altar, de modo que no esté de espaldas y pueda mirar al mismo altar y a la misma cruz, juntos el gran signo de Cristo, y al mismo tiempo estar a la cabeza de la asamblea de los fieles. De los dos, ¿cuál es más clerical? Sin hacer grandes cambios estructurales, esto puede llevarse a cabo, en particular la cruz debe volver al centro del altar o
encima de él. Sólo Cristo puede estar en el centro de las miradas de todos (cf. Lc 4,21). ¡Si es que las señales valen algo! El renacimiento de lo sagrado está teniendo lugar, es un remedio de lo Alto, y es el principio básico para la reforma de la Iglesia y la liturgia.


6.Conclusión
El escollo a superar sigue siendo el desacuerdo sobre la naturaleza de la liturgia. «La crisis de la liturgia, y por tanto de la Iglesia, en la que seguimos encontrándonos», dice Ratzinger, «se debe sólo en parte a la diferencia entre los libros litúrgicos antiguos y los nuevos. Cada vez está más claro que en el trasfondo de todas las controversias existe un profundo desacuerdo sobre la esencia de la celebración litúrgica, su derivación, su representatividad y su forma adecuada. Esta es la cuestión sobre la estructura fundamental de la liturgia en general; más o menos conscientemente, aquí chocan dos concepciones diferentes. Los conceptos dominantes de la nueva visión de la liturgia
pueden resumirse en las palabras clave «creatividad», «libertad», «celebración», «comunidad». Desde tal punto de vista, «rito», «obligación», «interioridad», «ordenación de la Iglesia universal» aparecen como los conceptos negativos, que describen la situación a superar de la «antigua» liturgia».
Klaus Gamber, estudioso de la liturgia romana y de las liturgias orientales, «percibió que necesitamos de nuevo un comienzo desde la interioridad, tal y como la entiende el Movimiento Litúrgico en su parte más noble». Esta interioridad es «el encuentro con el Dios vivo ante el que nuestras ocupaciones se vuelven irrelevantes, y que puede revelar a todos la verdadera riqueza del ser».
La carta Desiderio desideravi del Papa Francisco, aunque con no pocos contenidos apreciables (cf. 53, la importancia de arrodillarse; 54 y 60, la crítica al protagonismo del celebrante), fue una oportunidad perdida. Sobre todo, parece una venganza contra Benedicto XVI, a quien nunca se mencionó, a pesar de su gran labor teológica y litúrgica como teólogo y papa.
En la comprensión del Concilio Vaticano II y de la reforma litúrgica, ¿ha fracasado la «hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del sujeto único Iglesia», que argumentó con espíritu crítico pero constructivo en sus discursos a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005) y a los sacerdotes romanos en febrero de 2013? No, en mi humilde opinión, si no ponemos obstáculos a los remedios mencionados hasta ahora, que surgen de abajo y de Arriba: ¡apoyémoslos con devoción y caridad! San Carlos Borromeo, el gran reformador, estaba convencido de que la Iglesia tiene en su interior las energías para regenerarse.
Si algunos de los que la critican creen que la Iglesia encontrará en esta profunda crisis de fe un acicate para renovarse y purificarse, que no apoyen la «hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura», con la deslegitimación del Concilio y del Novus Ordo, abandonar las posiciones prejuiciosas y extremistas, ese radicalismo deletéreo que acaba dando la razón a quienes se oponen a dos eclesiologías, poniendo así en dificultades a tantos obispos, sacerdotes y fieles que no han cambiado de actitud desde los últimos documentos papales. Uno de los efectos, si no el más pernicioso, de negar la hermenéutica de la continuidad es que ciertas posiciones extremas y radicales acaban entonces dándose la mano idealmente. Persistamos, en cambio, en el realismo, en el pensamiento católico. Una nueva generación está en marcha: es un río subterráneo que, con la paciencia del amor (cf. 1 Cor 13) está resurgiendo, y vencerá.

NICOLA BUX

TEXTO DE LA CONFERENCIA «LA MISA TRADICIONAL: EL TESORO REDESCUBIERTO» DEL VATICANISTA ALDO MARIA VALLI

Esta interesante conferencia, traducida al español y publicada por el blog Caminante Wanderer, fue pronunciada en el Encuentro Pax Liturgica el viernes 28 de octubre de 2022, al comienzo de la peregrinación internacional a Roma Populus Summorum Pontificum por el conocido periodista de la RAI y vaticanista Aldo Maria Valli, autor del blog Duc in altum.

A continuación, el texto de la conferencia:

«Quisiera hablarles de la misa antigua –aunque tal vez sería mejor llamarla la Misa de todos los Tiempos–, como un tesoro redescubierto. Una perla preciosa, un tesoro invaluable escondido durante mucho tiempo de generaciones de católicos, incluido yo mismo, pero finalmente redescubierto, por la gracia divina y el compromiso de tantos valientes creyentes.

    Creíamos, porque así nos lo dijeron, que la misa «nueva» era sólo una traducción de la «antigua», para hacerla comprensible. Descubrimos que la misa de san Pío V, la misa de todos los papas hasta Pablo VI, no necesitaba traducción alguna, porque con sus gestos, sus signos, sus textos sublimes, sus silencios, iba directo al corazón. No había necesidad de explicarla. Como la zarza ardiente, como las lenguas de fuego sobre los apóstoles en Pentecostés, es un signo claro del Misterio que nos habla. Misterio de luz y redención.

    También descubrimos que la misa «nueva», la misa de Pablo VI, tiene poco que decir, aunque lo diga en lengua vernácula. Porque no es un asunto de palabras, sino de Fe. Para muchos de nosotros fue un descubrimiento doloroso y nos preguntamos por qué nadie nunca, y durante tanto tiempo, nos habló de este tesoro escondido.

    La misa Vetus Ordo  fue llamada «forma extraordinaria» con la intención de resaltar su marginalidad. Sin embargo, la fórmula, paradójicamente, es adecuada, porque esta misa es realmente extraordinaria no solo en la forma, sino también en el fondo. En su fidelidad a la doctrina y a la liturgia, es extraordinariamente bella, rica en significado, incluso conmovedora. Mientras que la otra es tan «ordinaria» como puede ser algo de uso común, a lo que, después de todo, uno no le da demasiada importancia ni le da un gran valor.

    Este tesoro escondido, oculto a la mayoría, lo encontramos hoy confinado en iglesias casi desconocidas y a veces guardado en secreto, como si asistir a tal rito fuese peligroso, como si casi nos debiera dar vergüenza. Sin embargo, a pesar del estigma religioso y social que pesa sobre la misa de nuestros padres, de nuestros ancestros, desde hace cincuenta años, cada vez son más las personas que se acercan a ella y dicen que, una vez redescubierta, es un tesoro que no quieren dejar nunca más. Lo dicen con el asombro incrédulo de los pequeños, no con la prosopopeya de los «expertos». Y derivan de ella serenidad, alegría, un sentido de plenitud, un auténtico crecimiento de la fe: todo lo contrario –lo digo con mucho pesar– de lo que se deriva de la misa «nueva», de la que a menudo se sale triste y azorado, conturbado.

    En la misa Vetus Ordo, la Misa de todos los Tiempos, todo es sagrado, todo habla de Dios, todo se vuelve a Dios y vuelve poderosamente de Dios. Todo es extraordinario porque el sacrificio eucarístico no es ni puede ser algo ordinario. Porque se entra en una dimensión diferente, más alta, más solemne. Porque se entra en un espacio y un tiempo que no es ni puede ser un día entresemana, el espacio y el tiempo cotidianos. Porque ante el sacrificio eucarístico es espontáneo arrodillarse y dejar hablar al Misterio mismo. Queda excluido todo protagonismo humano, protagonismo que es más bien característico de la misa «nueva», destinada a celebrar al hombre, no a dar gloria a Dios.

    Quiero señalar que, habiendo nacido en 1958, crecí en la Iglesia posconciliar y durante muchos años no supe nada de la misa anterior. Recuerdo vagamente al sacerdote de cara al tabernáculo, de espaldas a los fieles, y luego, en el momento del sermón, lo recuerdo allí, en lo alto del elevado púlpito (que ya no se usa). Pero estos son, en verdad, recuerdos muy vagos, porque yo era un niño de pocos años.

    Sin embargo, el Señor fue bueno y me permitió encontrar buenos sacerdotes, como el coadjutor del oratorio al que asistía de niño. Digo esto para enfatizar que mis comentarios no están motivados por un sentido de venganza o controversia. Al contrario, agradezco al Señor por todo lo que me ha dado y por dejarme crecer en la Iglesia (en mi caso ambrosiana). Sin embargo, no tengo dificultad en decir que desde que la Divina Providencia me hizo descubrir la misa antigua, se me ha abierto un mundo maravilloso de gracia divina.

    En mi blog Duc in altum he recogido numerosos testimonios de personas que han descubierto la misa antigua después de años y años de no saber nada de ella o de haber oído hablar de ella vagamente. Por caminos misteriosos e impredecibles, la Providencia, tal como me sucedió a mí, llevó a estas personas a una iglesia, les presentó a un amigo o a un sacerdote, y he aquí el milagro del redescubrimiento. Se trata de personas de todas las edades y estratos sociales. Diferentes niveles educativos, diferentes caminos en la vida. Hay hombres y mujeres, personas que han crecido en la fe y otras que se han convertido precisamente por el descubrimiento de este tesoro escondido. Un estribillo común es: «Es como volver a casa». Porque aquí está la verdadera acogida, no la de aquellos que hacen de la acogida una ideología.

    Esa expresión, «volver a casa», la usan sobre todo los conversos que me escriben para contarme sus historias. Nunca he oído a un converso decir que él o ella han sido llevados a la Iglesia Católica por un buen programa pastoral diocesano o como resultado de cierto sínodo de obispos o en virtud de un discurso sobre el diálogo o la colegialidad. Uno regresa o aterriza en la Iglesia Católica porque está buscando la Belleza y la Verdad. Porque está buscando a Dios, o quizás porque Dios te pilló por sorpresa cuando menos lo esperas. Y es precisamente en la Misa de todos los Tiempos donde estas personas se sienten verdaderamente acogidas.

    Para aquellos que argumentan que Dios se puede encontrar en todas partes y, por lo tanto, después de todo, la liturgia no es tan importante, los conversos tienen las respuestas más efectivas. Se podrían ofrecer muchas citas de, por ejemplo, Newman o Chesterton. Pero aquí me gustaría recordar la frase de un converso menos conocido, Thomas Howard, quien escribió: «Es en el mundo físico donde nos encontramos con lo intangible». Creo que aquí el escritor estadounidense capta el significado de dos mil años de liturgia. Precisamente lo que no entienden, o no quieren entender, los promotores de novedades es que, por su descuido de la liturgia, caen fácilmente en un espiritualismo que no tiene nada de cristiano ni, en particular, de católico.

    Antes de la conversión, Howard explica: «Yo creía que la verdad cristiana debía guardarse de manera incorpórea. Era para mi corazón, no para mis ojos». Pero somos cuerpo y alma. Como dice el adagio popular italiano, anche l’occhio vuole la sua parte. Los espiritualistas, despreciando la materia y la corporeidad, no quieren un hombre más puro, más cercano a Dios porque estaría casi desencarnado: quieren inventar un «hombre interior» a su imagen y semejanza.

    Entre los muchos testimonios que he recibido sobre el descubrimiento de la Misa de todos los Tiempos hay numerosos de jóvenes. Dicen que el descubrimiento de este tesoro escondido se produjo unas veces en virtud de una llamada indistinta, otras veces por una sensación de insatisfacción e insuficiencia. Llega un día en que uno entra en una iglesia y se encuentra con la sorpresa: un ritual desconocido y aparentemente incomprensible, pero que es precisamente la respuesta que uno estaba buscando. Algo que da alivio y guía espiritual, algo que te hace crecer en la fe. Como me dijo una vez una joven, incluso aquellos que normalmente luchan por concentrarse y rezar en la misa, cuando descubren la misa antigua, quedan atrapados en lo sagrado y el tiempo cesa de existir. Sólo hay adoración, oración, acción de gracias. Y no hay ninguna necesidad de que alguien te cuente lo que está pasando.

    Incluso los detalles aparentemente externos importan. Las vestimentas litúrgicas (nada de sacerdotes ni diáconos con zapatillas deportivas), los himnos cuidadosamente elaborados tan diferentes de la música cotidiana, las mujeres con velo, los fieles de rodillas. «Me sentí feliz», me dijo esa joven. “Los himnos, aunque no entendía su significado, se elevaban con tanta gracia hacia el cielo que estaba segura de que mis oraciones subían con ellos. Y el sermón, aunque me llegó como una bofetada, me dio un gran alivio. «

    Y esto es lo que dice Anna: «Cuando asistí por primera vez a la misa Vetus Ordo, sentí como si me surgiera una nostalgia. Pero no de algo que ya había visto, porque nunca había asistido a este tipo de misa. La nostalgia que sentí vino desde muy adentro, fue como el surgimiento de algo que había estado dentro de mí todo el tiempo. El rito de la misa antigua llega más al corazón que el de la misa reformada. Me duele decirlo, pero este último se siente vacío. No digo que esté vacío, digo que me transmite ese sentimiento. Inmediatamente se lo comenté a varios amigos y los llevé a la misa antigua para que ellos también probaran. Algunos de ellos, no creyentes, quedaron muy impresionados. y me dijeron que sintieron una presencia…»

    Y Andrea: «Fue mi hijo, hasta entonces no tan religioso, quien me llamó el 8 de diciembre hace seis años y me dijo: ‘¡Papá, fui testigo de algo hermoso!’ Era la misa en el rito antiguo, la misa cantada para la fiesta de la Inmaculada Concepción. Entonces comenzamos a asistir juntos a la misa Vetus Ordo y ahora ya no voy al Novus Ordo, que se ha vuelto, especialmente después de las payasadas introducidas por la Covid, realmente indigerible».

    Y Piero: «Cuando puedo, viajo ochenta kilómetros de ida y otros tantos de regreso y asisto a la santa misa tradicional. Algo misterioso me envuelve y entro ‘en la nube’. Soy hijo de una cultura racional y no soy sentimentalista. He comenzado a estudiar las diferencias sustanciales entre el ritual de todos los tiempos, de mis antepasados, y el del llamado Novus Ordo, y ahora comprendo, en parte, por qué, cuando participo en este último, me quedo casi indiferente y muchas veces tenso. Por otro lado, no entiendo cómo puede ser que tantos sacerdotes y, peor aún, obispos, no perciban esto”.

    Un último testimonio: «¡La misa tradicional! ¡Qué regalo tan maravilloso! Las diferencias que vi entre la misa tridentina y la misa posconciliar a la que estaba (cansadamente) acostumbrado fueron, desde el principio, implacables: por un lado, la solemnidad de una celebración en la que el centro es el sacrificio eucarístico y cada gesto del alter Christus, cada palabra y cada canción son perfeccionadas por la Fe. Por otro lado, la misa moderna, en la que el centro ya no es el Sacrificio sino la aburrida homilía del ‘presidente de la asamblea’, en el que hay cantos que no elevan, sino que distraen y entretienen, un altar que ya no parece ser tal, sino que se ha convertido en una ‘mesa’, y la comunión se recibe de pie y en la mano, sin respeto ni devoción. Entonces piensas: ‘Pero ¿dónde he vivido hasta ahora? ¿De qué me he perdido? En estos tres años he visto por lo menos duplicar el número de personas que asisten a la misa tradicional, y no me sorprende. Hay también mucha gente joven, y en el presbiterio, con el sacerdote celebrante, de cuatro a siete monaguillos, y sabemos que acolitar en la misa antigua no es nada fácil”.

    Con testimonios como esos podría seguir y seguir. Todos son así, llenos de asombro y gratitud, pero también de un profundo pesar por el tiempo transcurrido antes de redescubrir el tesoro. Llama la atención que, si bien provienen de fieles ordinarios, muchas veces carentes de una preparación específica en los campos teológico, doctrinal y litúrgico, estas reflexiones están en profunda sintonía con las constataciones que, desde el principio, en 1969 –el mismo año en que la promulgación del nuevo misal– fueron hechas con autoridad por quienes denunciaron el proceso de protestantización implementado con la reforma litúrgica y dieron la voz de alarma sobre el desastre inminente.

    También informo que recibo muchas solicitudes de personas que preguntan dónde pueden recibir la comunión en la lengua y se quejan de que en sus parroquias a menudo se les niega (un patente abuso de la ley litúrgica vigente). Recuerdo una carta de una señora que, habiendo pedido al sacerdote recibir la comunión en la lengua, no sólo se la negó, sino que le dijo: «¿Qué les pasa a ustedes los tradicionalistas? ¿Por qué están tan obsesionados?» Palabras que hablan por sí solas y que explican muchas cosas, sobre todo en cuanto a la formación que reciben los sacerdotes.

    Ahora la pregunta es: ¿Por qué golpear, marginar y tratar de eliminar la Misa de todos los Tiempos si, aunque tan perseguida, sigue dando tan bellos y copiosos frutos de fe? ¿Por qué esta misa nos ha sido arrebatada autoritariamente?

    Las respuestas pueden ser muchas. Me viene a la mente, en primer lugar, lo que el diablo Escrutopo le escribe a Orugario: «Uno de nuestros grandes aliados en la actualidad es la Iglesia misma» (CS Lewis, Las cartas del diablo a su sobrino). Pero tal vez la Misa Eterna ha sido objetivo de eliminación porque, si los líderes de la iglesia simplemente hubieran colocado la misa reformada junto a ella, ciertamente esta última atraería gradualmente a menos y menos. La Misa Apostólica Eterna es tan profunda y auténticamente católica que inevitablemente expone las falsificaciones implementadas por aquellos que dicen ser católicos, pero no lo son.

    En la Misa de todos los Tiempos no hay necesidad de invitar a la actuosa participatio y no hay nada que «animar» (cuando escucho hablar de «animación» de la misa, sonrío con amargura). En la Misa de todos los Tiempos sólo hay que arrodillarse ante el mysterium tremendum. Pero para arrodillarse, para reconocerse pecadores ante Dios, es necesario ser humildes, despojándose del orgullo, del protagonismo y de la vanidad que lleva a lucirse, protagonismo que en cambio domina indiscutiblemente en el campo modernista, marcado por la pretensión de «hacer» la Iglesia.

    Por eso, una vez que has redescubierto la Misa de todos los Tiempos, la misa «nueva» te causa malestar: estás en presencia de una distorsión, de una caricatura. Sientes que no tienes nada que ver con ese sentimentalismo vacío, ese rito que a menudo parece tener lugar para dar gloria no a Dios sino, bajo la apariencia de Dios, al hombre.

    Ahora bien, puesto que el tesoro que hemos redescubierto, a pesar de todos los esfuerzos de quienes hubieran querido y aún quieren mantenerlo escondido, es patrimonio de la Iglesia, de los fieles y de toda la humanidad sedienta de verdad, de caridad y de trascendencia, debemos ser conscientes de que tenemos derecho a una restitutio in integrum. No nos cansemos de señalar la iniquidad del abuso, aunque el abuso provenga de la más alta autoridad.

    Quiero citar algunos pasajes de la carta que los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci escribieron a Pablo VI para presentar su famoso Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae. Los dos cardenales escribieron que el Novus Ordo “se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la santa misa tal como fue formulada por la XXII sesión del Concilio de Trento que, al fijar definitivamente los ‘cánones’ del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera atentar a la integridad del Misterio”.

    Luego precisaron: “Las razones pastorales atribuidas para justificar una ruptura tan grave, aunque pudieran tener valor ante las razones doctrinales, no parecen suficientes. En el nuevo Ordo Missae aparecen tantas novedades y, a su vez, tantas cosas eternas se ven relegadas a un lugar inferior o distinto –si es que siguen ocupando alguno– que podría reforzarse o cambiarse en certeza la duda que por desgracia se insinúa en muchos ámbitos según el cual las verdades que siempre ha creído el pueblo cristiano podrían cambiar o silenciarse sin que esto suponga infidelidad al depósito sagrado de la doctrina, al cual está vinculado para siempre la fe católica”.

    “Las recientes reformas”, prosiguieron los dos cardenales, “han demostrado suficientemente que los nuevos cambios en la liturgia no podrán realizarse sin desembocar en un completo desconcierto de los fieles, que ya manifiestan que les resultan insoportables y que disminuyen incontestablemente su fe. En la mejor parte del clero esto se manifiesta por una crisis de conciencia torturante, de la que tenemos testimonios innumerables y diarios”.

    Por último, un énfasis que nos atañe de cerca: “Los súbditos, para cuyo bien se hace la ley, siempre tienen derecho y, más que derecho, deber –en el caso en que la ley se revele nociva– de pedir con filial confianza su abrogación al legislador. Por ese motivo suplicamos instantemente a Su Santidad que no permita, –en un momento en que la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia sufren tan crueles laceraciones y peligros cada vez mayores, que encuentran cada día un eco afligido en las palabras del Padre común–, que no se nos suprima la posibilidad de seguir recurriendo al íntegro y fecundo misal romano de san Pío V, tan alabado por Su Santidad y tan profundamente venerado y amado por el mundo católico entero”.

    ¡Recordemos que Deus non irridetur [Dios no será burlado]! La terrible advertencia de san Pablo es clara. Y también se refiere a la liturgia. A los que todavía afirman que “no se puede entender el latín”, les respondo que hay muchas ayudas y, en todo caso, la idea de que hay que ir a misa para “entender” es fruto de un racionalismo que, una vez penetrado en la Iglesia, impide ser transportado al misterio eucarístico y dar gloria al Padre.

    El autor italiano Giovannino Guareschi, célebre por su personaje Don Camilo, escribió páginas inolvidables en defensa de la misa tradicional, y lo hizo con mordaz humor contra los “renovadores”, aquellos que, como decía Ottaviani, están enfermos de “comezón de cambios”. “El latín”, escribió Guareschi, entre otras cosas, “es una lengua precisa, esencial. Será abandonada no porque sea inadecuada a las nuevas exigencias del progreso, sino porque los hombres nuevos ya no serán adecuados a ella. Cuando la era de los demagogos, de los charlatanes, comience, un idioma como el latín ya cumplirá un propósito, y cualquier patán podrá impunemente hacer un discurso público y hablar de tal manera que no sea expulsado de la plataforma. Y el secreto consistirá en que él, aprovechando una fraseología tosca, esquiva y con un ‘sonido’ agradable, podrá hablar durante una hora sin decir nada. Lo que es imposible con el latín.”

    En la misma línea, el cardenal Ottaviani explicó que el latín “por su estructura, por su intacta y genuina capacidad de síntesis, por su fijeza, es decir, por su continuidad incorrupta, por su valor expresivo, es el más adecuado para preservar el sentido genuino de cualquier doctrina”. ya que desconoce “el fenómeno de la continua transformación de las lenguas vernáculas por el paso de los siglos”. 

    Agregaría que el latín es el sello de la Tradición y universalidad de la Iglesia, mientras que con la lengua vernácula se ha abierto el camino a los abusos y particularismos de quienes consideran a la Iglesia como un organismo humano, siempre necesitado de adaptación.

    Todos aquellos que continúan tomando partido contra el antiguo ordo Missae e inventando formas cada vez más viciosas de combatirlo, deberían hacerse una simple pregunta: ¿Por qué, a pesar de todo, no ha desaparecido? ¿Por qué hay sacerdotes y fieles que se mantienen apegados a él y lo defienden enérgicamente? Y luego otra pregunta: ¿Por qué, a pesar de la reforma litúrgica, la Iglesia está perdiendo fieles y vocaciones? ¿Y por qué, por el contrario, la misa antigua, en contraste con las inmisericordes estadísticas, atrae cada vez a más personas?

    Desgraciadamente, son cuestiones que no son tomadas en consideración por quienes tienen una visión ideológica de la realidad y también de la Iglesia. 

    Estas son mis pobres reflexiones como católico posconciliar que por la gracia de Dios ha redescubierto el gran tesoro escondido. Por este regalo, Deo gratias! Y para los modernistas, nuestra oración: “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen. Si lo saben, perdónalos de todos modos. Y haz que dejen de estorbarnos”.

Traducción de Agustín  Silva Lozina

CARD. BURKE: «POR LA SALVAGUARDA Y PROMOCIÓN DEL USUS ANTIQUOR DEL RITO ROMANO»

A continuación, les ofrecemos la conferencia pronunciada por el Cardenal Burke en Roma, con ocasión del VII Encuentro Summorum Pontificum -al que acudió una representación de Una Voce Sevilla-, y que ha sido publicada por Paix Liturgique (Correo nº 106 de 22 noviembre 2020):

«La situación de la misa tradicional puede parecer difícil hoy, pero la dinámica de su propagación no se detendrá. Tal ha sido el tema de la conferencia de introducción del padre Barthe en el Encuentro Summorum Pontificum del 23 de octubre, en Roma. También el cardenal Burke abordó la materia, en ese mismo Encuentro. A la manera de un cardenal protector del movimiento Summorum Pontificum, animó y reconoció los esfuerzos de quienes han luchado y luchan por esta misa, y los exhortó, por medio de los representantes reunidos en Roma a su alrededor, a desarrollar todas las virtualidades del motu proprio de Benedicto XVI. Reproducimos este llamado del cardenal Burke a continuación.

Raymond Leo Card. BURKE

Con gran alegría me dirijo hoy a ustedes, y los animo a continuar esta obra, tan fiel, de preservación y promoción del usus antiquior del rito romano, según las intenciones del papa Benedicto XVI cuando promulgó su Motu Proprio Summorum Pontificum. Para dejar las cosas bien claras, prefiero utilizar los términos usus antiquior y usus recentior, más bien que «forma extraordinaria» y «forma ordinaria», y así subrayar de modo más señalado que la liturgia romana clásica ha sido, es y será siempre una parte significativa de la vida cotidiana de la Iglesia. Si esta palabra «extraordinaria» no es bien comprendida, puede hacer creer que la liturgia romana clásica sería, en la vida de la Iglesia, algo poco habitual que se manifestaría cada tanto. Por el contrario, su carácter extraordinario proviene de su larga historia y de su notable belleza, que el motu proprio buscaba justamente hacer cada vez más presentes en toda la Iglesia. 

¡Oh! Soy muy consciente de la confusión y del error, siempre mayores, en el seno de la Iglesia, y de la fuerte tentación de desánimo que pueden suscitar en nosotros, tanto a nivel individual como comunitario. Sabemos también que en la Iglesia, sobre todo en la jerarquía, hay quienes querrían abrogar sin más la legislación contenida en Summorum Pontificum. Siguen adhiriendo a esa ideología que promueve la «evolución radical» en la Iglesia, de hecho, una revolución que busca divorciar a los fieles de la Tradición viva gracias a la cual Cristo sigue siendo la Cabeza y el Pastor del rebaño. Dicha ideología es banal, secular, y considera a la Iglesia como una realidad artificial y sujeta a manipulación, mientras que la Iglesia, a la que estamos llamados a someternos, nosotros y nuestros talentos, es de institución divina. Esta ideología encuentra su eco en una especie de idea política de la Iglesia, que constituye una traición de la realeza que Cristo ejerce a través del cuerpo vivo de todos los fieles reunidos.

¡Cómo me acuerdo del encuentro organizado por el papa Benedicto, justo antes de la promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum, con los obispos de todo el mundo, el 27 de junio 2007, en el que tuve el privilegio de participar! Durante la reunión, uno de los obispos observó que la ruptura de la tradición litúrgica representa una ruptura en la comprensión de la Iglesia tal como Nuestro Señor la ha constituido durante su ministerio público. Como el usus antiquior expresa con tanta claridad la verdadera naturaleza de la Iglesia —su comunión jerárquica—, estos revolucionarios, con su «evolución radical», la encuentran enojosa hasta lo intolerable.

Dada la ausencia actual de sanciones contra quienes contradicen las doctrinas de la fe o quienes violan la disciplina de la Iglesia, los enemigos del usus antiquior se sienten envalentonados. La falta de dirección firme y paternal en cuanto a los elementos más esenciales y estimados de la vida de la Iglesia, como la sagrada liturgia, fomenta el miedo que podría tenerse ante el futuro.

Es claro que en tales circunstancias, es preciso, más que nunca, seguir fieles a nuestro compromiso para promover todo lo que el papa Benedicto XVI, con su motu proprio, quería para el bien de la Iglesia universal. Bajo ningún concepto podemos comportarnos como soldados de Cristo desanimados, temerosos; debemos tener coraje y confiar más que nunca en las verdades que Benedicto XVI quería salvaguardar y promover con este motu proprio, que era y sigue siendo tan oportuno. Nuestro Señor, cuando envió a sus apóstoles a enseñar, santificar y gobernar a los fieles en su nombre, les habló en forma clara y directa: «Yo os envío como ovejas en medio de lobos: sed entonces prudentes como serpientes y sencillos como palomas» [1]. Y continuó exhortándolos a confiar no en los hombres, tan dispuestos a traicionarlos, sino en el Espíritu Santo que actúa cuando obramos para el Señor [2].

Esta exhortación del Señor se aplica a cada uno de nosotros, que, según su vocación y sus talentos, estamos llamados a servirlo en su santa Iglesia y, en lugar preeminente, a adorarlo «en espíritu y en verdad» [3]. Obedientes a este consejo, nuestro servicio a la sagrada liturgia mediante la salvaguarda y la promoción del usus antiquior del rito romano comienza con nuestra propia adoración, nuestras propias oraciones y devociones, por las cuales Nuestro Señor nos inspira y nos da fuerzas con los siete dones del Espíritu Santo. Debemos invocar la intercesión de los papas San Gregorio Magno y San Pío V, en especial, debido a la disciplina profunda y perenne que imprimieron a la sagrada liturgia.

Luego de haber rezado y adorado a Dios en primer término, podremos cumplir nuestras responsabilidades con la prudencia de la serpiente y la sencillez de la paloma. En esta tarea, somos muy conscientes de los desafíos que afrontamos, pero no nos dejamos llevar por el abatimiento y el miedo, puesto que confiamos que Nuestro Señor cumple siempre sus promesas, sobre todo ésta: «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo» [4].

Hay dos hechos algo preocupantes relacionados con el Motu Proprio Summorum Pontificum, ambos difíciles de interpretar. El primero, es la supresión de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei  y su incorporación a la Congregación para la Doctrina de la Fe. El segundo, es la encuesta sobre la implementación del Motu Proprio Summorum Pontificum que esta misma Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de realizar. Las razones de ambos hechos no son evidentes. Se nos dijo que se trata de actos administrativos de rutina, que no hay motivos para preocuparse; sin embargo, no es absurdo preguntarse en qué medida son apropiados para salvaguardar  y promover la línea dada por el Motu Proprio a la Iglesia universal.

Debemos rezar mucho por la oficina de la Congregación para la Doctrina de la Fe encargada de las competencias que antiguamente incumbían a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, como también por los superiores de la Congregación, quienes actualmente se ocupan en forma directa del trabajo de la oficina en cuestión. Al mismo tiempo, debemos hacer todo lo posible para informar a dicha oficina, y por lo tanto, a sus superiores, de todo el bien que la celebración regular de los sacramentos y sacramentales según el usus antiquior ha hecho a la Iglesia.

Del mismo modo, como fieles conscientes de nuestros derechos y deberes sagrados, estamos obligados, cuando sea necesario, a insistir en la aplicación de las disposiciones del Motu Proprio Summorum Pontificum. Lo mismo vale para las disposiciones de la Instrucción Universae Ecclesiae relativas a la aplicación de la Carta Apostólica Summorum Pontificum de Su Santidad Benedicto XVI, dada en Motu Proprio, de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 30 de abril de 2011. En este contexto, por lo demás, expreso mi profundo reconocimiento al Capo Uffizio y a los miembros de la oficina de la Congregación para la Doctrina de la Fe que han asumido las competencias de la antigua Pontificia Comisión Ecclesia Dei.

De ser necesario, la disciplina de la Iglesia prevé un recurso jerárquico y administrativo para que las disposiciones del Motu Proprio y de la Instrucción se cumplan, de acuerdo con la justicia. No se puede honrar la caridad en la Iglesia sin respetar las exigencias fundamentales de la justicia. Es de pura justicia que los fieles pierdan su confianza en la caridad de sus pastores si estos no hacen siquiera lo que es justo con ellos. Seguir la regula juris (la regla del derecho) no es legalismo; al contrario, es la base segura de la que depende el recto orden en la Iglesia. La práctica de la justicia es la condición de toda posibilidad de actos de caridad puros y generosos en la Iglesia.

Por lo que a la encuesta se refiere, es importante que los innumerables beneficios que la aplicación de Summorum Pontificum ha traído a la Iglesia, se vean reflejados en los resultados de la encuesta. Pero más allá del alcance inmediato del sondeo en cuestión, es fundamental hacer conocer estos mismos resultados por medio de la prensa católica y los medios de comunicación sociales. En concreto, me gustaría felicitar una vez más el excelente trabajo de Paix Liturgique, en especial las publicaciones de los Dossiers d’Oremus, que proponen —en varios idiomas— los beneficios prodigados por el Motu Proprio en siete países de Europa  [5]. Encuestas similares se están realizando en países de África, América y Asia.

Asimismo, es importante continuar con todo el vigor necesario los apostolados Summorum Pontificum en diferentes países y hacer los sacrificios necesarios para responder a los pedidos del número siempre creciente de fieles que desean tener un acceso regular al usus antiquior.

Felicito por su tarea a los Institutos de Vida Consagrada y a las Sociedades de Vida Apostólica dedicados a la salvaguarda y promoción de la liturgia clásica. Al mismo tiempo, felicito el trabajo de tantos fieles que se consagran a estos apostolados. No puedo dejar de mencionar el trabajo de las asociaciones de fieles, como por ejemplo, la Federación Internacional Una Voce (Foederatio Internationalis Una Voce), Pro Missa Tridentina en Alemania y la Latin Mass Society de Inglaterra y del País de Gales. Y sobre todo, agradezco también calurosamente a los obispos que trabajan con resolución, en distintos sectores de sus diócesis, para proponer la celebración de la Sagrada Liturgia según el usus antiquior.

Para la implementación futura de la salvaguarda y la promoción del usus antiquior del rito romano, será fundamental estudiar con frecuencia el texto del Motu Proprio Summorum Pontificum y la Carta a los obispos que la acompaña  [6]. Cuando se analiza el espíritu de Benedicto XVI en la promulgación de Summorum Pontificum, debemos ser conscientes de que muchos, en la Iglesia, no aprecian el usus antiquior por la sencilla razón de que no se les ha presentado y no lo han experimentado. Felicito los esfuerzos para hacer conocer la riqueza de la liturgia clásica en toda Iglesia, lo que constituye, sin dudas, uno de los fines que el papa Benedicto XVI tenía en mente en la legislación contenida en el Motu Proprio.

Felicito también los esfuerzos hechos para proponer a los fieles hermosos misales y libros de oraciones y devocionarios según el usus antiquior. Hace poco, tuve el placer de contribuir con un prólogo para un nuevo misal para niños, sobre todo para la Primera Comunión, publicado en Bayreuth, Alemania, por la casa de edición Sabat [7]. Tanto el texto, obra de los monjes de la abadía benedictina de Fontgombault, como las ilustraciones, debidas al talento de la ilustradora Joëlle d’Abbadie, son excelentes. Este tipo de publicaciones manifiesta cómo el usus antiquior sigue vivo en la Iglesia.

Tal como indica el título del Motu Proprio, la legislación que contiene está en continuidad con la preocupación constante de los romanos pontífices de proponer en la mayor medida posible una liturgia sacra en la Iglesia. El papa Benedicto XVI recuerda en especial al papa San Gregorio Magno y al papa San Pío V, ejemplares en el cuidado de la sagrada liturgia, cuidado inherente al oficio de Vicario de Cristo sobre la tierra.  Conviene observar que la Sagrada Liturgia, por su misma naturaleza, recibe su dirección y cuidado de las manos del pontífice romano.

En el segundo párrafo del Motu Proprio, el papa Benedicto XVI cita el número 397 de la Presentación general del misal romano, que va por su tercera edición desde el Concilio Vaticano II:

Obsérvese también el principio según el cual cada una de las Iglesias particulares debe estar de     acuerdo con la Iglesia Universal, no sólo en la doctrina de la fe y de los signos sacramentales sino     también en los usos universalmente recibidos de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben     observarse, no sólo para evitar los errores, sino también para transmitir la integridad de la fe,     porque la ley de la oración (lex orandi)  de la Iglesia corresponde a su ley de la fe (lex credendi)[8].

En este momento, en que tanto se oye hablar de descentralización en la Iglesia, de delegación de la autoridad, incluso en materia de doctrina, a las conferencias episcopales, hay que insistir en que la disciplina de la sagrada liturgia pertenece a la sede de San Pedro.

También es particularmente sustancial subrayar el artículo 1° del Motu Proprio. En primer lugar, si por un lado el Motu Proprio afirma que «El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración») de la Iglesia católica de rito latino», por el otro sostiene que «el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi» y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo» [9]. Está claro que el uso de estos dos términos, ordinario y extraordinario, destaca la estima particular con que se debe considerar el usus antiquior, que, por lo tanto, hay que tornar más disponible para todos los fieles.

En segundo lugar, como lo explica claramente el papa Benedicto XVI en su Carta a los obispos con ocasión de la publicación del Motu Proprio, el usus antiquior, es decir, el rito de la Santa Misa, así como los demás ritos vigentes en 1962, no ha sido «nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido» [10]. Cabe señalar que el usus antiquior ha conservado siempre su vitalidad. En efecto, el Motu Proprio no volvía a la vida un uso litúrgico caído en desuso; apenas reconocía una forma viva de la Sagrada Liturgia que tiene una historia muy antigua y una belleza deslumbrante; buscaba ponerla al alcance de la mayor cantidad posible de personas. El papa Benedicto XVI comentaba:

Enseguida después del Concilio Vaticano II se podía suponer que la petición del uso del Misal de 1962 se limitaría a la generación más anciana que había crecido con él, pero desde entonces se ha visto claramente que también personas jóvenes descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran en la misma una forma, particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía. Así ha surgido la necesidad de un reglamento jurídico más claro que, en tiempos del Motu Proprio de 1988 no era previsible; estas Normas pretenden también liberar a los Obispos de tener que valorar siempre de nuevo cómo responder a las diversas situaciones [11].

El trabajo de difusión de la historia y la belleza del usus antiquior  todavía queda por hacer.

Finalmente, el apostolado Summorum Pontificum debe ayudar a las jóvenes generaciones actuales a comprender y abrazar «lo que para las anteriores generaciones era sagrado» [12]. Recuerdo una reunión de sacerdotes en cierta ciudad donde yo estaba haciendo más disponible el usus antiquior, de acuerdo con el Motu Proprio Ecclesia Dei Adflicta, por lo tanto, antes de Summorum Pontificum. La mayoría de los sacerdotes presentes tenía mi edad o más. Eran muy hostiles al uso antiguo. Al final de la discusión, que había durado más de dos horas, pregunté: «Hemos crecido con el usus antiquior, nos gustaba ser monaguillos en la santa misa; ha inspirado nuestras vocaciones. ¿Por qué, ahora, vosotros lo detestáis?» Nadie respondió. Esta falta de respuesta refleja, para mí, la naturaleza fundamentalmente irracional de este fracaso para apreciar la verdad y la belleza del usus antiquior; no hay argumento verdadero que justifique la prohibición de la liturgia clásica. Como decía Benedicto XVI, «Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y darles el justo puesto» [13].

Estas son apenas algunas de las reflexiones que me ha inspirado este encuentro. Mi esperanza, es que os inspiren y animen a su vez. El hecho de que nuestra peregrinación anual haya debido ser anulada no debe desanimarnos ni hacernos ceder ante el miedo. De hecho, si la reacción al virus Covid-19 ha llevado a anular nuestra peregrinación, la experiencia de la crisis que ha engendrado ha llevado a muchos a redescubrir la gran belleza del usus antiquior.

Como me lo señalaba un sacerdote, los fieles, que se sienten mal cuando los límites son borrosos, buscan a Dios en su presencia más poderosa entre nosotros, es decir, en la sagrada liturgia. Sienten una atracción hacia el uso antiguo a causa de su poderosa manifestación de la presencia divina entre nosotros.

Gracias. Que Dios os bendiga así como todo cuanto habéis emprendido para salvaguardar y promover la forma más antigua del rito romano, para mayor gloria de Dios y salvación de incontables almas».

Raymond Leo Card. BURKE

[1] Mt 10, 16.

[2] Cf. Mt 10, 17-22.

[3] Jn 4, 24.

[4] Mt 28, 20.

[5] Cf. Once encuestas para la Historia. La Liturgia antigua y el Motu Proprio Summorum Pontificum visto por los católicos de nueves países del mundo. Brasil-Alemania-Francia-España-Gran Bretaña-Italia-Polonia-Suiza, Croissy, Oremus, 2017. Disponible en español, francés, alemán, italiano e inglés.

[6] Cf. Benedictus PP. XVI, Epistula «Ad Episcopos Catholicae Ecclesiae Ritus Romani», 7 Iulii 2007, Acta Apostolicae Sedis 99 (2007) 795-799 [En adelante: Epistula]. Versión española: «Carta del santo padre Benedicto XVI a los obispos que acompaña la carta apostólica “motu proprio data” Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970», http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/letters/2007/documents/hf_ben-xvi_let_20070707_lettera-vescovi.html

[7] Der kleine Tarzisius. Illustriertes Messbuch für Kinder ab 4 Jahren für die außerordentliche Form des römischen Ritus, Kulmbach, Verlagsbuchhandlung Sabat, 2020.

[8] «… unaquaeque Ecclesia particularis concordare debet cum universali Ecclesia non solum quoad fidei doctrinam et signa sacramentalia, sed etiam quoad usus universaliter acceptos ab apostolica et continua traditione, qui servandi sunt non solum ut errores vitentur, verum etiam ad fidei integritatem tradendam, quia Ecclesiae lex orandi eius legi credenda respondet». Benedictus PP. XVI, Litterae Apostolicae «Motu Proprio» Datae Summorum Pontificum, «De usu extraordinario antiquae formae Ritus Romani », 7 Iulii 2007, Acta Apostolicae Sedis 99 (2007) 777 [En adelante: SP]. Versión española:

http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/motu_proprio/documents/hf_ben-xvi_motu-proprio_20070707_summorum-pontificum.html

[9] «Missale Romanum a Paulo VI promulgatum ordinaria expressio ‘Legis orandi’ Ecclesiae catholicae ritus latini est. … Missale autem Romanum a S. Pio V promulgatum et a B. Ioanne XXIII denuo editum habeatur uti extraordinaria expressio eiusdem ‘Legis orandi’ Ecclesiae et ob venerabilem et antiquum eius usum debito gaudeat honore». SP, 779, Art. 1. Version española:

http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/motu_proprio/documents/hf_ben-xvi_motu-proprio_20070707_summorum-pontificum.html

[10] «… mai giuridicamente abrogato e, di conseguenza, in linea di principio, restò sempre permesso» Epistula, 795. Versión española:

http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/letters/2007/documents/hf_ben-xvi_let_20070707_lettera-vescovi.html

[11] «Subito dopo il Concilio Vaticano II si poteva supporre che la richiesta dell’uso del Messale del 1962 si limitasse alla generazione più anziana che era cresciuta con esso, ma nel frattempo è emerso chiaramente che anche giovani persone scoprono questa forma liturgica, si sentono attirate da essa e vi trovano una forma, particolarmente appropriata per loro, di incontro con il Mistero della Santissima Eucaristia. Così è sorto un bisogno di un regolamento giuridico più chiaro che, al tempo del Motu Proprio del 1988, non era previdibile; queste Norme intendono anche liberare i Vescovi dal dover sempre di nuovo valutare come sia da rispondere alle diverse situazioni». Epistula, 796-797.

[12] «… per le generazioni anteriori era sacro». Epistula, 798. [13] «Ci fa bene a tutti conservare le ricchezze che sono cresciute nella fede e nella preghiera della Chiesa, e di dar loro il giusto posto». Epistula, 798.