CARTA AL PAPA DE PERSONALIDADES DEL MUNDO ANGLOSAJÓN EN DEFENSA DE LA MISA TRADICIONAL

En una carta al Times of London, publicada el pasado julio, más de 40 firmantes, católicos y no católicos -entre ellos el creador de «Downton Abbey», Julian Fellowes, la activista de derechos humanos Bianca Jagger y la cantante de ópera Kiri Te Kanawa- lamentan «las preocupantes noticias procedentes de Roma de que la Misa tradicional va a ser desterrada de casi todas las iglesias católicas».

La carta se hace eco explícitamente de un llamamiento de artistas y escritores publicado por el Times de Londres en julio de 1971. Los firmantes de la carta anterior, entre los que se encontraban la escritora de novelas de misterio Agatha Christie, el novelista Graham Greene y el violinista Yehudi Menuhin, expresaron su alarma ante las noticias de «un plan para borrar» la Misa anterior al Concilio Vaticano II.

El llamamiento llegó hasta el Papa Pablo VI, de quien se dice que exclamó «¡Ah, Agatha Christie!» al leer la lista de firmantes. El Pontífice italiano era un lector habitual de las novelas de la escritora británica. El Papa firmó un documento que permitía a los obispos de Inglaterra y Gales conceder permiso para que se ofrecieran misas en latín tradicional en ocasiones especiales, lo que hoy se conoce como el «indulto Agatha Christie».

La nueva carta cita el argumento del llamamiento de 1971 de que la Misa Tradicional en latín pertenece a la «cultura universal», porque ha «inspirado una multitud de logros inestimables en las artes – no sólo obras místicas, sino obras de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores de todos los países y épocas.»

A continuación, una traducción al español de la carta:

Misa en Latín en riesgo

Sir, el 6 de Julio de 1971, The Times publicó un llamamiento al Papa Paulo VI en defensa de la Misa en Latín firmado por artistas y escritores católicos y no católicos, entre ellos Agatha Christie, Graham Greene y Yehudi Menuhin. Esto se conoció como la “carta de Agatha Christie”, porque supuestamente fue su nombre el que llevó al Papa a emitir un indulto o permiso para la celebración de la Misa en Latín en Inglaterra y Gales. La carta sostenía que “el rito en cuestión, en su magnífico texto en latín, también ha inspirado logros invaluables… de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores en todos los países y épocas. Por tanto, pertenece a la cultura universal”.

Recientemente ha habido preocupantes reportes desde Roma de que la Misa en Latín será desterrada de casi todas las iglesias Católicas. Esta es una perspectiva dolorosa y confusa, especialmente para el creciente número de jóvenes católicos cuya fe se ha nutrido de ella. La liturgia tradicional es una “catedral” de texto y gesto, que se desarrolló como lo hicieron esos venerables edificios durante muchos siglos. No todo el mundo aprecia su valor y eso está bien; pero destruirla parece un acto innecesario e insensible en un mundo donde la historia puede fácilmente caer en el olvido. La capacidad del antiguo rito para fomentar el silencio y la contemplación es un tesoro que no es fácil de replicar y, cuando desaparece, es imposible de reconstruir. Este llamamiento, como su predecesor, es “completamente ecuménico y apolítico”. Entre los firmantes hay Católicos y no Católicos, creyentes y no creyentes. Imploramos a la Santa Sede que reconsiderar cualquier restricción adicional de acceso a este magnífico patrimonio espiritual y cultural.

Robert Agostinelli; Lord Alton de Liverpool; Lord Bailey de Paddington; Lord Bamford; Lord Berkeley de Knighton; Sophie Bevan; Ian Bostridge; Nina Campbell; Meghan Cassidy; Sir Nicolás Coleridge; Dama Imogen Cooper; Lord Fellowes de West Stafford; Sir Rocco Forte; Lady Antonia Fraser; Martín Fuller; Lady Getty; Juan Gilhooly; Dama Jane Glover; Michael Gove; Susan Hampshire; Lord Hesketh; Tom Holland; Sir Stephen Hough; Tristram Hunt; Steven Isserlis; Bianca Jagger; Ígor Levit; Lord Lloyd-Webber; Julian Lloyd Webber; Dame Felicity Lott; Sir James MacMillan; Princesa Michael de Kent; Baronesa Monckton de Dallington Forest; Lord Moore de Etchingham; Fraser Nelson; Álex Polizzi; Mishka Rushdie Momen; Sir András Schiff; Lord Skidelsky; Lord Smith de Finsbury; Sir Paul Smith; Rory Stewart; Lord Stirrup; Dame Kiri Te Kanawa; Dame Mitsuko Uchida; Ryan Wigglesworth; AN Wilson; Adam Zamoyski

UNA VOCE SEVILLA PARTICIPARÁ EN LA IV PEREGRINACIÓN TRADICIONAL OVIEDO A COVADONGA (27 – 29 julio)

El Capítulo Ntra. Sra. de la Antigua de Una Voce Sevilla participará por cuarto año consecutivo en la Peregrinación tradicional Oviedo-Covadonga, organizada por la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad – España durante los próximos días 27 al 29 de julio, y que en la pasada edición alcanzó el millar y medio de participantes.

Se trata de una peregrinación anual desde la Catedral de Oviedo al santuario de Nuestra Señora de Covadonga (Asturias) organizada por un grupo de fieles católicos laicos, principalmente jóvenes, devotos de la celebración de la Santa Misa según el rito Romano tradicional, a semejanza a la peregrinación internacional París-Chartres. Tiene lugar en el fin de semana más cercano a la festividad del apóstol Santiago, patrón de las Españas (25 de julio). La distancia total a recorrer a pie en los 3 días es de aproximadamente 100 km a través de idílicos paisajes asturianos.

Este año estará la Peregrinación cuenta con 26 capítulos procedentes de toda España y 8 del extranjero (Méjico, Francia, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Estados Unidos).

La participación en la peregrinación puede hacerse también en familia (con niños de todas las edades y un recorrido más corto) o como voluntario que presta determinados servicios antes, durante y después de la Peregrinación (Liturgia, cantos, sanitarios, transporte, montajes, cocina, avituallamiento…etc.). Para más información: Nuestra Señora de la Cristiandad | España (nscristiandad.es).

También es recomendable, si no se puede participar de las formas anteriormente citadas, asistir a la Misas tradicionales que en esos días se celebran al aire libre y en la Basílica de Covadonga a la llegada de la peregrinación.

En estos tres últimos años, ha sido muchas las personas, principalmente jóvenes, que sin pertenecer a la comunidad de Una Voce Sevilla y su Grupo Joven Sursum Corda, nos han acompañado en tan profunda vivencia espiritual y de hermandad en torno al apostolado de la Tradición Católica. Por eso, os animamos de nuevo a participar en la Peregrinación y, si lo deseas, a hacerlo en nuestro Capítulo de Ntra. Sra. de la Antigua. Para ello, debes inscribirte en la siguiente dirección web: Inscripción | Nuestra Señora de la Cristiandad (nscristiandad.es) 

Más información sobre el Capítulo de Una Voce Sevilla: asociacion@unavocesevilla.info

Recuerda que el 1º plazo de inscripción finaliza el próximo 30 de junio. Pasado este plazo y hasta el 15 de julio, el precio se incrementará un 50%.

¡Peregrina a Covadonga, la Santina te espera!

UNA VOCE SEVILLA

VÍDEOS: LA MISA TRADICIONAL EN LA PEREGRINACIÓN PARÍS – CHARTRES 2024

1º- SANTA MISA DE INICIO DE LA PEREGRINACIÓN EN LA IGLESIA DE ST. SULPICE DE PARÍS (SÁBADO 18 DE MAYO)

2º- SANTA MISA SOLEMNE DE PENTECOSTÉS DURANTE LA PEREGRINACIÓN (DOMINGO 19 DE MAYO)

3º- SANTA MISA PONTIFICAL DE CLAUSURA DE LA PEREGRINACIÓN CELEBRADA POR EL CARDENAL MÜLLER EN LA CATEDRAL DE CHARTRES (LUNES 20 DE MAYO)

CAMPAÑA INTERNACIONAL POR LA PLENA LIBERTAD DE LA LITURGIA TRADICIONAL

Ser católico en 2024 no es fácil. La descristianización masiva continúa en Occidente hasta tal punto que el catolicismo parece estar desapareciendo de la escena pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe sigue creciendo. Además, la Iglesia parece sumida en una crisis interna, que se refleja en una disminución de la práctica religiosa, un descenso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una menor práctica sacramental e incluso disensiones entre sacerdotes, obispos y cardenales impensables en el pasado. Sin embargo, entre los elementos que pueden contribuir al renacimiento interno de la Iglesia y a la reanudación de su desarrollo misionero, está en primer lugar la celebración digna y santa de su liturgia, para lo que el ejemplo y la presencia de la liturgia romana tradicional pueden ser una poderosa ayuda.

    A pesar de todos los intentos que se han hecho para acabar con ella, especialmente durante el actual pontificado, sigue viviendo, difundiéndose, santificando al pueblo cristiano que tiene acceso a ella. Produce frutos evidentes de piedad, vocaciones y conversiones. Atrae a los jóvenes, es la fuente del florecimiento de muchas obras, sobre todo en las escuelas, y va acompañada de una sólida enseñanza catequética. Nadie puede negar que es un vehículo para preservar y transmitir la doctrina católica y la práctica religiosa en medio de un debilitamiento de la fe y una hemorragia de creyentes. Entre las demás fuerzas vivas que siguen actuando en la Iglesia, la que representa el culto es particularmente relevante por la estructuración que le confiere una lex orandi continua.

    Ciertamente, se le han concedido, o más bien tolerado, algunos ámbitos de la vida eclesial, pero con demasiada frecuencia se le ha retirado con una mano lo que se le había concedido con la otra. Sin conseguir nunca hacerla desaparecer.

Desde la gran crisis inmediatamente posterior al Concilio, se ha intentado de todo en numerosas ocasiones para reavivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y consagradas e intentar preservar la fe del pueblo cristiano. Se ha intentado todo, excepto permitir la «experiencia de la tradición», dar una oportunidad a la llamada liturgia tridentina. Sin embargo, el sentido común exige hoy con urgencia que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia, especialmente a aquella que goza de un derecho que se remonta a más de mil años.

    Que no haya malentendidos: este llamamiento no es una petición de nueva tolerancia, como en 1984 o 1988, ni siquiera de que se restablezca el estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que en principio reconocía un derecho, pero de hecho lo reducía a un sistema de permisos concedidos con reticencia.

    Como laicos, no nos corresponde juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la doctrina anterior de la Iglesia, la validez o no de las reformas que de él se derivaron, etcétera. En cambio, nos corresponde defender y transmitir los medios que la Providencia ha utilizado para que un número creciente de católicos conserve la fe, crezca en ella o la descubra. La liturgia tradicional ocupa un lugar esencial en este proceso, por su trascendencia, su belleza, su intemporalidad y su certeza doctrinal.

    Por eso simplemente pedimos, en nombre de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se reconozca la plena y total libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros, para que, sin trabas, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.

Jean-Pierre Maugendre, Presidente de Renaissance Catholique, París

El presente llamamiento no es una petición para ser firmada, sino un mensaje para ser difundido y retomado bajo cualquier forma que parezca oportuna, y para ser presentado y explicado a los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal.

Si Renaissance catholique ha tomado la iniciativa de esta campaña, es únicamente para hablar en nombre del amplio deseo que se expresa en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la retransmitirán y la amplificarán, cada uno a su manera.

[Es importante que todos difundamos, en la medida de los posible, este pedido, sobre todo entre nuestros obispos y sacerdotes. Pueden bajar el archivo PDF para hacerlo desde aquí]

¡FELIZ Y SANTA PASCUA FLORIDA!

Una Voce Sevilla les desea una feliz y santa Pascua Florida «Pascha nostrum immolatus est Christus. Alleluia, Alleluia» (Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, Aleluya, Aleluya)

LA SUPREMA VICTORIA DE CRISTO SOBRE EL PECADO Y LA MISA. Por R. Garrigou-Lagrange

«Que cada uno piense cuán diferentes serían la historia de la humanidad y su propia vida sin no humanidad y su propia vida si no hubiese habido Redención y Resurrección.

Es totalmente evidente que la victoria de Cristo sobre el pecado es muy superior a la victoria sobre la muerte. La primera es la esencia misma del misterio de la Redención; la segunda no es más que un signo sensible de ese misterio sobrenatural invisible en sí. El signo toma su valor de la grandeza de lo significado. La hora del Consummatum est fue la más grande y la más gloriosa de toda la historia de la humanidad; pero esa victoria, tan oculta, que escapó a la mayoría de los Apóstoles; por eso debió ser manifestada mediante una señal sensible incontestable. Lo fue por el triunfo de Cristo sobre la muerte, consecuencia del pecado. De aquí que nosotros celebremos el día de Pascua con gran magnificencia, para reconocer la gran victoria lograda por el Salvador el Viernes Santo. El acto de amor del Viernes Santo, conmemorado en cada Misa, supera con mucho la resurrección corpórea que lo manifiesta.»

(«EL SALVADOR». Reginald Garrigou-Lagrange. págs. 431-432. Editorial Patmos)

ARTÍCULO: «FIDUCIA SUPPLICANS Y EL SENSUS FIDEI»

Fray Emmanuel Perrier, OP, dominico del Convento de Santo Tomás de Aquino de Toulouse, Francia, ha publicado un artículo en «La Revue Thomiste» sobre Fiducia Supplicans. El teólogo desmonta las tesis principales del documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, así como la aclaración posterior del cardenal Victor Manuel Fernández. Fr. Perrier muestra que dicho documento atenta conta el sensus fidei y contra la fe católica.

A continuación, el artículo, publicado en Infocatólica:

«Como hijos de la Iglesia fundada sobre los apóstoles, no podemos sino alarmarnos ante el revuelo que ha causado entre el pueblo cristiano un texto procedente del entorno del Santo Padre [1]. Es insoportable ver a los fieles de Cristo perder la confianza en la palabra del pastor universal, ver a los sacerdotes desgarrados entre su apego filial y las consecuencias prácticas que este texto les obligará a afrontar, ver a los obispos divididos.

Este fenómeno de gran alcance que estamos presenciando es indicativo de una reacción en el sensus fidei. El «sentido de la fe (sensus fidei)» es la adhesión del pueblo cristiano a las verdades de fe y de moral [2]. Esta adhesión común, «universal» e «indefectible» deriva del hecho de que todo creyente es movido por el único Espíritu de Dios a abrazar las mismas verdades. Por eso, cuando las afirmaciones sobre la fe y la moral ofenden al sensus fidei, se produce un movimiento instintivo de desconfianza que se manifiesta colectivamente. Es necesario, sin embargo, examinar la legitimidad de este desafío y las razones que lo justifican. Nos limitaremos aquí a las seis razones que nos parecen más sobresalientes.

1. La bendición sólo sirve para la salvación

«Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don» (CIC 1078). Este origen divino indica también su fin, como lo expresa con fuerza san Pablo: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en el cielo por medio de Cristo. Así nos eligió en él desde antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia en el amor» (Ef 1,3).

Recordando el origen y el fin de toda bendición, queda claro qué gracia pedimos cuando bendecimos: debe aportar vida divina para ser «santos e irreprensibles en su presencia». La bendición, pues, sólo tiene por objeto la santificación y la liberación del pecado, y sirve así para alabar a Aquel que hizo todas las cosas (Ef 1,12).

Es imposible que la Iglesia se aparte de esta orden divina de bendecir para la salvación. Por tanto, cualquier propuesta de bendecir sin que esta bendición esté explícitamente ordenada a ser «santa e inmaculada», incluso por motivos por lo demás loables, ofende inmediatamente el sensus fidei.

2. La Iglesia no sabe bendecir más que en una liturgia

Todo el mundo está llamado a bendecir a Dios e invocar sus bendiciones. La Iglesia hace lo mismo e intercede por sus hijos. Pero entre un creyente individual y la Iglesia, el sujeto que actúa no es de la misma naturaleza, y esta diferencia tiene consecuencias importantes cuando consideramos la acción de bendecir. En su raíz, las bendiciones eclesiales –y con esto nos referimos a las bendiciones de la Iglesia misma– emanan de la unidad misteriosa e indefectible que constituye su mismo ser [3]. De esta unidad que la une a su Esposo Jesucristo, se sigue que las peticiones que ella hace son siempre agradables a Dios; son como las peticiones del mismo Cristo a su Padre. Por eso, desde el principio, la Iglesia nunca ha dejado de bendecir, con la seguridad de obtener muchos efectos espirituales de santificación y liberación del pecado [4]. La bendición es, pues, una actividad vital de la Iglesia. Podríamos hablar de la actividad vital de su corazón: está hecho para asegurar la circulación de las bendiciones, de Dios al hombre y del hombre a Dios (cf. Ef 1,3, más arriba), según una sístole que difunde las bendiciones divinas y una diástole que acoge las súplicas humanas. El resultado es que las bendiciones eclesiales son en sí mismas una obra sagrada. Incluso podría decirse que constituyen la esencia de la liturgia cristiana, como atestiguan las fuentes históricas [5]. Para la Iglesia, bendecir según alguna forma litúrgica no es una opción; no puede hacer otra cosa por lo que es, por la actividad vital del corazón eclesial. Lo que sí puede hacer es establecer las modalidades y las condiciones de las bendiciones, su ritual, como sucede con los sacramentos [6].

Por tanto, una bendición no es litúrgica porque se haya instituido un rito, como si «liturgia» significara «oficial», o «obligatoria», o «institucional», o «pública», o «grado de solemnidad»; o como si «liturgia» fuera una etiqueta puesta desde fuera a una actividad eclesial. Una bendición es litúrgica cuando es eclesial, porque implica el misterio de la Iglesia en su ser y en su actuar. Aquí es donde entra en juego el sacerdote [7]. Cuando los fieles acuden a un sacerdote para pedir la bendición de la Iglesia, y el sacerdote los bendice en nombre de la Iglesia, está actuando en la persona de la Iglesia. Por eso, esta bendición sólo puede ser litúrgica, porque es la intercesión de la Iglesia la que proporciona este apoyo y no la intercesión de un fiel individual.

Por tanto, no es de extrañar que se perturbe el sensus fidei cuando se enseña que un sacerdote, requerido como ministro de Cristo, podría bendecir sin que esta bendición sea una acción sagrada de la Iglesia, simplemente porque no se ha establecido ningún ritual. Esto equivale a decir o que la Iglesia no siempre actúa como Esposa de Cristo, o que no siempre asume actuar como Esposa de Cristo.

3. Toda bendición tiene un propósito moral

Una bendición se aplica a personas o cosas a las que Dios concede gratuitamente un beneficio. El don concedido por una bendición cumple, por tanto, tres conjuntos de condiciones.

  • Por parte de Dios, el don es efecto de la liberalidad divina; tiene siempre su fuente en la misericordia divina con vistas a la salvación. Por eso Dios bendice según lo que ha dispuesto como camino de salvación, Jesucristo Verbo encarnado, muerto y resucitado para redimirnos, pero también según lo que es útil para la salvación. De ello se sigue, por una parte, que el don no puede ser contrario al orden creado, en particular a la diferencia primordial entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (cf. 1Jn 1,5), entre la perfección y la privación de la perfección (cf. Mt 5,48). El don divino tampoco puede ser contrario al orden de la gracia, sobre todo porque nos hace justos ante Dios (cf. Rm 5,1ss.). Por otra parte, Dios da según lo que considera oportuno dar a cada uno llegado el momento. Dios ve más allá que nosotros y quiere dar más de lo que esperamos. Por eso, entre otras cosas, permite tribulaciones, pruebas y sufrimientos (cf. 1 Pe 1,3ss; 4,1ss) para podar lo que está muerto y hacer que lo que está vivo dé más fruto (Jn 15,2).
  • Por parte del destinatario, el don de una bendición no presupone que sea ya perfecto, lo que haría inútil el don, pero sí que tenga la fe y la humildad de reconocer su imperfección ante Dios. Además, para que el don produzca su efecto, el corazón debe estar dispuesto a la conversión y al arrepentimiento. Las bendiciones no son para el estancamiento moral, sino para el progreso hacia la vida eterna y el alejamiento del pecado.
  • Finalmente, por el lado de la bendición misma, hay un orden: las bendiciones temporales están en vista de los bienes espirituales; las virtudes naturales están apoyadas y ordenadas por las virtudes teologales; los bienes para uno mismo están en vista del amor a Dios y al prójimo; la liberación de los males corporales está en vista de las libertades espirituales; la fuerza para superar las penas está en vista de la fuerza para repeler las faltas.

Todo esto demuestra que las bendiciones tienen siempre una finalidad moral, en el sentido de que la moral es el modo humano de actuar para el bien y apartarse del mal: Dios da sus dones para que el hombre practique la justicia obedeciendo los mandamientos y avance por el camino de la santidad siguiendo el ejemplo de Cristo; el hombre recibe estos dones como agente racional que recibe la ayuda de la gracia para llegar a ser bueno; los dones son beneficios para el crecimiento espiritual.

Por tanto, es comprensible que el sensus fidei se vea perturbado cuando las bendiciones se presentan de tal modo que se confunde su significado moral. En efecto, el instinto de fe no sólo se vincula a las verdades reveladas, sino que se extiende a la puesta en práctica de estas verdades conforme a la moral del Evangelio y de la Ley divina (cf., por ejemplo, St 2,14ss.). Por eso el sensus fidei se resiste a ver neutralizada o distorsionada la brújula moral de las bendiciones. Tal es el caso cuando se enfatiza una condición de la bendición en detrimento de otras. Por ejemplo, la misericordia y el amor incondicional de Dios por el pecador no excluyen la finalidad de esta misericordia y amor incondicional, ni anulan las condiciones por parte del beneficiario o el orden de las bendiciones. Del mismo modo, cuando se habla de los efectos agradables (consuelo, fuerza, ternura) se callan los efectos desagradables, aunque sean los caminos necesarios para la liberación (conversión, rechazo del pecado, lucha contra los vicios, guerra espiritual). Por último, cuando nos limitamos a términos generales (caridad, vida) sin indicar las consecuencias concretas que son la razón misma de una bendición particular.

4. Dios no bendice el mal, a diferencia del hombre

¿Es necesario recordar que, desde las primeras palabras de la Sagrada Escritura hasta las últimas, la Revelación afirma la bondad de Dios y de sus obras? Dios no sólo está vivo, sino que es la Vida (Jn 14,6). Dios no sólo es bueno, es bueno en esencia (cf. Lc 18,19). Por eso «no hay un solo aspecto del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal» (CIC, 309), no sólo porque el hombre se plantea esta pregunta, sino ante todo porque Dios es Dios. A diferencia de Dios, el hombre se divide ante el mal. Desde la caída original, nos hemos alejado del bien divino en favor de otros fines. La Sagrada Escritura llama pecado a este modo de extraviarse, de perder de vista el verdadero bien y apuntar a un bien aparente, como una flecha que no da en el blanco. El pecado es imputable al hombre por su culpa. Y en su culpa, el hombre se compromete con el mal.

Esta es la diferencia entre Dios y el hombre: Dios nunca bendice el mal, sino que bendice siempre para librarnos del mal (una de las peticiones del Padrenuestro, cf. Mt 6,13), para que seamos perdonados de nuestros pecados y dejemos de comprometernos en el mal, para que no seamos aplastados por nuestros pecados, sino redimidos de ellos. Por su parte, la tendencia del hombre pecador es ciertamente negarse a bendecir el mal, pero sólo hasta cierto punto, es decir, hasta que su compromiso con el mal prevalece. Llegado a este punto, prefiere «comprometer o distorsionar la medida del bien y del mal para adaptarla a las circunstancias», «hace de su debilidad el criterio de verdad sobre el bien, para sentirse justificado sólo por ella» [8]. En otras palabras, la característica de las bendiciones humanas es que manipulan regularmente el termómetro moral para acomodar un desorden en relación con el verdadero bien. Juan Pablo II presentaba la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18, 9-14) como una ilustración siempre actual de esta tentación: el fariseo bendice a Dios, pero no tiene nada que pedirle más que que lo mantenga tal como es; el publicano confiesa su pecado y suplica a Dios una bendición de justificación. El primero ha manipulado el termómetro, el segundo se cura confiando en el termómetro.

La impresión de que se manipula el termómetro moral para bendecir actos desordenados sólo puede hacer sospechar al sensus fidei. Es cierto que esta sospecha debe purificarse de cualquier proyección en una moral ideal o en una rigidez moral que sólo sea válida para los demás. Pero no es menos cierto que el sensus fidei da en el clavo cuando expresa su alarma ante el hecho de que pueda decirse que Dios bendice el mal. ¿Qué pecador no se escandalizaría si una voz autorizada le dijera que, al final, la misericordia de Dios bendice sin entregar, y que a partir de ahora estará acompañado en su miseria pero también abandonado a su miseria?

5. Magisterio: la innovación implica responsabilidad

«A Dios que revela debemos llevar la obediencia de la fe» [9]. En concreto, puesto que el intelecto conoce por medio de proposiciones, la obediencia de la fe es un asentimiento voluntario a proposiciones verdaderas. Por ejemplo, por la fe tenemos por verdadera la proposición: «Dios Padre todopoderoso es el creador del cielo y de la tierra». Todas las verdades a las que está vinculada la fe se encuentran en «el único y sagrado depósito de la Palabra de Dios», constituido por la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este depósito sagrado tiene un único intérprete auténtico, el Magisterio. El Magisterio «no está por encima de la Palabra de Dios escrita o transmitida». Tiene la responsabilidad, con la asistencia del Espíritu Santo, de «escuchar con piedad, guardar santamente y exponer fielmente» la Palabra de Dios cuando enseña las verdades contenidas en ella [10]. La enseñanza del Magisterio se divide en dos categorías [11]. El Magisterio llamado «solemne» es una enseñanza sin error posible. Las verdades enseñadas de modo solemne exigen la obediencia de la fe en un «completo homenaje de la inteligencia y de la voluntad» [12]: es el caso de todo lo que se acaba de decir sobre el depósito sagrado de la Palabra de Dios y sobre la función y responsabilidad del Magisterio. Por otra parte, el Magisterio llamado «ordinario» es enseñanza asistida por el Espíritu Santo, y como tal debe ser recibida con un «homenaje religioso de inteligencia y voluntad» [13], aunque sólo es infalible si es universal.

Estos recordatorios son importantes cuando un texto, que tiene toda la apariencia externa de un texto del Magisterio llamado «ordinario», pretende enseñar una propuesta calificada de «aportación específica e innovadora» que implica un «verdadero desarrollo» [14]. En este caso, la propuesta es la siguiente:

«Es posible bendecir a las parejas en situación irregular y a las parejas del mismo sexo, en una forma que no debe ser fijada ritualmente por las autoridades eclesiales, para no crear confusión con la bendición propia del sacramento del matrimonio» (FS, n. 31).

En cuanto a la conclusión, contradice un Responsum del mismo Dicasterio, publicado tres años antes, cuya proposición principal es la siguiente:

«No es lícito dar la bendición a relaciones o parejas, incluso estables, que impliquen una práctica sexual fuera del matrimonio. La presencia en estas relaciones de elementos positivos [no es suficiente…] ya que estos elementos están al servicio de una unión no ordenada al designio del Creador» [15].

Nos encontramos, pues, ante dos proposiciones, ambas pretendidamente verdaderas por emanar del «único intérprete auténtico» del depósito revelado, y al mismo tiempo contradictorias. Para resolver esta contradicción, debemos recurrir a las razones que se dan en cada uno de los textos.

La declaración Fiducia supplicans tiene el privilegio de ser más reciente [16]. En sus razones afirma no contradecir el Responsum anterior: las dos proposiciones serían verdaderas, cada una según una relación diferente, de modo que serían complementarias. La bendición de las parejas del mismo sexo a) sería de hecho ilícita si tuviera lugar litúrgicamente en una forma ritualmente fijada (solución del Responsum), pero b) se haría posible si tuviera lugar sin rito litúrgico y «evitando que se convierta en un acto litúrgico o semilitúrgico semejante a un sacramento» (FS, n. 36).

Leyendo ahora el Responsum, vemos que, a pesar de las aclaraciones aportadas, la contradicción persiste. Es cierto que plantea el peligro de confusión con la bendición nupcial, a lo que responde Fiducia supplicans. Pero éste no es su argumento principal. Como explica el texto anterior, la bendición de una pareja es la bendición de las relaciones que la componen, y esas relaciones mismas nacen y se sostienen por actos humanos. Por consiguiente, si los actos humanos son desordenados (es decir, como hemos dicho, pierden de vista el verdadero bien y se apegan a un bien aparente), si son por tanto pecados, la bendición de la pareja sería automáticamente la bendición de un mal, cualesquiera que fuesen los actos moralmente buenos realizados en otros lugares (como el apoyo mutuo). El argumento del Responsum se aplica por tanto a cualquier bendición que se dé, sea ritual o no, vinculada a un sacramento o no, pública o privada, preparada o espontánea. Precisamente por lo que hace de esta pareja una pareja, su bendición es imposible.

Lo que se desprende de esta comparación es la extrema ligereza con la que Fiducia supplicans asume la responsabilidad magisterial, a pesar de que el tema era controvertido y, al contener una propuesta «innovadora», se requería una mayor atención a las condiciones establecidas por el Concilio Vaticano II. En efecto, el texto acumula argumentos a favor de una mayor solicitud pastoral en las bendiciones, pero esta solicitud puede cumplirse perfectamente mediante bendiciones a individuos, y ninguno de los argumentos aportados justifica que estas bendiciones se realicen a parejas. Más lamentable aún, el documento elude la objeción central de un Responsum y diluye los problemas planteados por su propia propuesta en lugar de construir un caso sólido, mostrando mediante el recurso a la Escritura y la Tradición: a) en qué condiciones sería posible bendecir una realidad sin bendecir el pecado vinculado a ella,; b) cómo esta solución armonizaría con el Magisterio anterior.

La incoherencia y la falta de responsabilidad del Magisterio son, sin duda, una causa de gran perturbación para el sensus fidei. En primer lugar, porque introducen incertidumbre sobre las verdades efectivamente enseñadas por el Magisterio ordinario. Más grave aún, minan la confianza en la asistencia divina del Magisterio y en la autoridad del sucesor de Pedro, que pertenecen al depósito sagrado de la Palabra de Dios.

6. La pastoral en tiempos de desresponsabilización jerárquica

Dios es la fuente de toda bendición y el hombre solo puede bendecir en el Nombre de Dios de manera ministerial. El poder de bendición concedido a Aarón y sus hijos (Nm 6, 22-27), luego a los apóstoles (Mt 10, 12-13; Lc 10, 5-6) y a los ministros ordenados es, por lo tanto, una concesión acompañada de una exigencia: bendecir en el Nombre de Dios solo lo que Dios puede bendecir. La historia de la Iglesia está ahí para recordarnos que la usurpación por parte de los sacerdotes de su poder de bendición tiene como consecuencia desfigurar duraderamente el rostro de Dios ante los hombres. Esta gravedad obliga, por lo tanto, a ser prudentes en la pastoral de las bendiciones. Desde este punto de vista, la declaración Fiducia supplicans ha puesto tanto al Magisterio como a los pastores en una situación insostenible, por tres motivos.

Primero, al afirmar que las bendiciones de parejas irregulares y del mismo sexo son posibles siempre que no haya ritual ni liturgia, el documento promueve una pastoral mientras niega a los pastores recibir indicaciones sobre las palabras y gestos propios para significar las gracias dispensadas por la Iglesia [17]. El Dicasterio también se ha prohibido explícitamente regular los excesos o errores que inevitablemente surgirán, especialmente en este campo tan delicado, en detrimento de los fieles a quienes se supone que estas bendiciones deben ayudar [18]. Esta renuncia de la autoridad eclesial tiene la coherencia con la solución promovida. Pero el simple hecho de que conduzca, en esta materia particular, a liberar al Pontífice romano y con él a todos los obispos de su responsabilidad con respecto a la santificación de los fieles (munus sanctificandi), a la cual están obligados por la constitución divina de la Iglesia, no deja de plantear preguntas [19]. La libertad dada a los pastores no está en tela de juicio aquí, sino la instauración de una «clandestinidad institucionalizada» para una parte de la actividad eclesial.

En segundo lugar, el principio introducido por Fiducia supplicans no conoce límites por sí mismo. Si bien la declaración se refiere especialmente a «parejas en situación irregular y parejas del mismo sexo», dejaremos a cada uno imaginar la variedad de situaciones que entran en este marco, desde las más escabrosas hasta las más objetivamente escandalosas, que aún podrían ser bendecidas, así como parejas de buena voluntad y personas heridas buscando sinceramente la ayuda divina. De hecho, al renunciar a los ritos de bendición, también renunciamos a su preparación, durante la cual los pastores evalúan la oportunidad, disciernen las intenciones y ayudan a orientarlas correctamente. Del mismo modo, al hacer incontrolable la práctica de estas bendiciones, se aceptan de antemano todas las desviaciones que ocurrirán. Además, el título de la declaración («sobre el significado pastoral de las bendiciones») y su contenido abren la puerta a una aplicación mucho más amplia, ya que no hay razón para reservarla solo a los casos de parejas. De hecho, siguiendo el principio en el centro del documento, se podría bendecir cualquier situación objetiva de pecado como tal, o cualquier situación establecida objetivamente por el pecado como tal, incluso la más contraria al Evangelio y la más abominable a los ojos de Dios. Todo podría ser bendecido… siempre y cuando no haya ritual ni liturgia.

En tercer lugar, cuando los superiores se desentienden de su responsabilidad hacia los inferiores, estos últimos se encuentran solos llevando todo el peso. En este caso, Fiducia supplicans invita a los pastores a una mayor solicitud pastoral y las indicaciones que el texto proporciona son valiosas para ellos. Desde este punto de vista, el Magisterio ayuda a los ministros ordenados a ejercer su cargo. Sin embargo, al institucionalizar la clandestinidad en los casos más espinosos, suscitará nuevas solicitudes de bendición al tiempo que deja a estos mismos ministros completamente desprotegidos. Los sacerdotes que ahora serán solicitados ya no podrán depender del respaldo de las normas litúrgicas y episcopales para decidir lo que deben hacer o lo que pueden hacer. Frente a presiones o chantajes, ya no podrán refugiarse en la autoridad de la Iglesia respondiendo: «esto no es posible, la Iglesia no lo permite». Ya no podrán depender de criterios de juicio cuidadosamente reflexionados sobre la oportunidad o las orientaciones a seguir. En cada caso difícil, deberán cargar en su conciencia el peso de la decisión que se les habrá obligado a tomar solos, preguntándose si han sido siervos fieles o corruptores del rostro de Dios ante los hombres.

Este triple abandono solo puede ser dolorosamente sentido por el sentido de la fe, tanto en los pastores como en los fieles, como la impresión de que el rebaño queda a su suerte, sin guías. Ciertamente, esta carencia se equilibra con el estímulo a mostrar más caridad, atención a los más débiles y acogida a aquellos que más necesitan la ayuda divina. Pero, ¿era necesario oponer y sacrificar una cosa a la otra? ¿No deberían más bien apoyarse mutuamente?

Fiducia supplicans es un hecho. Incluso retrocediendo varios siglos atrás, este documento no tiene equivalente. La inquietud en el pueblo de Dios es un hecho y no se puede deshacer. Ahora es necesario trabajar para reparar los daños y para que sus causas, incluidas aquellas que hemos señalado, se resuelvan antes de que la explosión se extienda. Esto solo será posible permaneciendo unidos en torno al Santo Padre y rezando por la unidad de la Iglesia».

Fr. Emmanuel Perrier, o.p.

Publicado originalmente en La Revue Thomiste.
Traducido por InfoCatólica


1. Declaración Fiducia supplicans sobre el significado pastoral de las bendiciones, del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, aprobada el 18 de diciembre de 2023 [en adelante FS]. Utilizamos dos abreviaturas adicionales: [CEC] para el Catecismo de la Iglesia Católica; [CIC] para el Código de Derecho Canónico. ↩

2. Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 12. ↩

3. Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 8: la Iglesia es una comunidad constituida por Cristo y sostenida por él, «una sola realidad compleja que reúne un elemento humano y un elemento divino» con el fin de brindar la salvación. ↩

4. Cf. Concilio Vaticano II, Sacrosanctum concilium, n. 60; n. 7. ↩

5. La Didachè es un testigo notable de esto. De manera más amplia, al estudiar las oraciones eucarísticas más antiguas, Louis Bouyer había demostrado que todas tenían la forma de bendiciones, inspiradas en el esquema heredado del judaísmo (cf. L. Bouyer, Eucharistie, París, 1990). Del mismo modo, las primeras defensas de las bendiciones eclesiásticas las presentan como litúrgicas. Cf. San Ambrosio, De patr., II, 7 (CSEL 32,2, p. 128): «benedictio [es] sanctificationis et gratiarum votiva conlatio». San Agustín, Ep. 179, 4. Sínodales de los concilios de Cartago y Milev de 416 (cf. Agustín, Ep 175 y 176). ↩

6. Aquí hay un paralelo entre los sacramentos y las bendiciones: la Iglesia solo tiene poder para regular la disciplina de los sacramentos instituidos por Cristo; de manera similar, la Iglesia, al estar constituida por Cristo, solo tiene poder para regular la disciplina de las bendiciones que da en prolongación de esta constitución. Comúnmente hoy en día, las bendiciones se incluyen en la categoría de los «sacramentales», lo que dice bastante sobre su proximidad con los sacramentos. ↩

7. Cf. Concilio Vaticano II, Presbyterorum ordinis, n. 2. ↩

8. Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 104. ↩

9. Concilio Vaticano II, Dei verbum, n. 5. ↩

10. Concilio Vaticano II, Dei verbum, n. 10. ↩

11. Se agregó una tercera categoría por Juan Pablo II, Ad tuendam fidem (1998), pero no se tiene en cuenta aquí. ↩

12. Cf. Concilio Vaticano I, De fide cath., c. 3, retomado por Concilio Vaticano II, Dei verbum, n. 5. ↩

13. Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 25 §1. ↩

14. «Presentación» de Fiducia supplicans. Se podría argumentar que al proponer solo una «contribución», en un área calificada como «pastoral», este texto no pretende comprometerse con las verdades de la fe. O que, a pesar de las apariencias, las condiciones del Magisterio ordinario (cf. CIC 750) no se cumplen. Si fuera así, el texto no pertenecería al Magisterio y podría ser ignorado. Sin embargo, seguiría siendo evidente que la reacción del sentido de la fe muestra que toca, al menos indirectamente, las verdades sobre la fe y las costumbres. ↩

15. Responsum de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 22 de febrero de 2021. ↩

16. También está revestida de un grado de autoridad superior, pero esto no tiene consecuencias ya que pretende complementar y no reemplazar el Responsum. ↩

17. FS, n. 38-40, proporciona algunos puntos de referencia, solo de manera indicativa y en términos muy generales. ↩

18. FS, n. 41: «Lo que se dice en la presente Declaración sobre la bendición de parejas del mismo sexo es suficiente para guiar el discernimiento prudente y paternal de los ministros ordenados al respecto. Además de las indicaciones anteriores, no se deben esperar otras respuestas sobre posibles disposiciones para regular los detalles o aspectos prácticos en cuanto a bendiciones de este tipo». ↩

19. Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 26; Christus dominus, n. 15.

20. La «Déclaration Fiducia supplicans» trata sobre el significado pastoral de las bendiciones y fue aprobada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe el 18 de diciembre de 2023. El documento hace referencia a varias enseñanzas del Concilio Vaticano II, especialmente en relación con la naturaleza de la Iglesia como una comunidad formada por Cristo. También menciona la importancia de las bendiciones en la liturgia, señalando paralelos entre los sacramentos y las bendiciones. Además, hace alusión a figuras como San Ambrosio y San Agustín, así como a documentos como «Veritatis splendor» de Juan Pablo II y otros textos conciliares.

21. La «Fiducia supplicans» aborda la cuestión de las bendiciones a parejas del mismo sexo, proporcionando pautas para el discernimiento prudente de los ministros ordenados en este asunto. El documento destaca que las indicaciones presentadas son suficientes para guiar dicho discernimiento, y no se espera que haya respuestas adicionales sobre disposiciones específicas para regular detalles prácticos en relación con estas bendiciones.

MENSAJE DEL CARDENAL SARAH SOBRE LA DECLACIÓN VATICANA ´FIDUCIA SUPPLICANS´

El que fuera Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos (hoy Dicasterio), el Cardenal Robert Sarah, ha publicado un Mensaje de Navidad en el que se pronuncia sobre la Declaración Fiducia supplicans, de bendiciones de parejas irregulares o del mismo sexo, que publicó recientemente el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (Vaticano), encabezado por el Cardenal ´Tucho´ Fernández.

A continuación, reproducimos en su totalidad el Mensaje del Cardenal Sarah. Agradecemos a su Eminencia la claridad doctrinal argumentada y la valentía en su defensa.

MENSAJE DE NAVIDAD

En Navidad, el Príncipe de la Paz se hizo hombre para nosotros. A todo hombre de buena voluntad le trae la paz que viene del Cielo. «La paz os dejo, mi paz os doy, pero no la doy a la manera del mundo» (Juan 14:27). La paz que Jesús nos trae no es una nube hueca, no es una paz mundana que muchas veces no es más que un compromiso ambiguo, negociado entre los intereses y las mentiras de cada uno. La paz de Dios es verdad. «La verdad es fuerza de paz porque revela y realiza la unidad del hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. La verdad fortalece la paz y construye la paz», enseñó San Juan Pablo II [1]. La Verdad hecha carne vino a habitar entre los hombres. Su luz no molesta. Su palabra no siembra confusión y desorden, sino que revela la realidad de todas las cosas. Él ES la verdad y por lo tanto es «un signo de contradicción» y «revela los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2:34).

La verdad es la primera de las misericordias que Jesús ofrece al pecador. ¿Podremos a su vez hacer una obra de misericordia en la verdad? El riesgo es grande para nosotros si buscamos la paz mundial, la popularidad mundana que se compra al precio de la mentira, la ambigüedad y el silencio cómplice.

Esta paz mundial es falsa y superficial. Porque la mentira, el compromiso y la confusión engendran división, sospecha y guerra entre hermanos. El Papa Francisco lo recordó recientemente: «Diablo significa «divisor». El diablo siempre quiere crear división. » [2] El diablo divide porque «no hay verdad en él; cuando habla mentira, habla de su propio corazón, porque es mentiroso y padre de mentira» (Juan 8, 44).

Precisamente, la confusión, la falta de claridad y verdad y la división han turbado y ensombrecido la celebración navideña de este año. Algunos medios afirman que la Iglesia católica fomenta la bendición de las uniones entre personas del mismo sexo. Ellos mienten. Hacen el trabajo del divisor. Algunos obispos van en la misma dirección, siembran dudas y escándalo en las almas de fe al pretender bendecir las uniones homosexuales como si fueran legítimas, conforme a la naturaleza creada por Dios, como si pudieran conducir a la santidad y a la felicidad humana. Sólo engendran errores, escándalos, dudas y decepciones. Estos Obispos ignoran u olvidan la severa advertencia de Jesús contra quienes escandalizan a los pequeños: «Si alguno escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar». profundidades del mar» (Mt 18,6). Una declaración reciente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, publicada con la aprobación del Papa Francisco, no logró corregir estos errores y crear la verdad. Además, por su falta de claridad, no ha hecho más que amplificar la confusión que reina en los corazones y algunos incluso se han valido de ella para apoyar su intento de manipulación.

¿Qué podemos hacer ante la confusión que el divisor ha sembrado dentro de la Iglesia? : «¡No discutimos con el diablo! -dijo el Papa Francisco. No negociamos, no dialogamos; no se le derrota negociando con él. Derrotamos al diablo enfrentándolo con fe a la Palabra divina. Así, Jesús nos enseña a defender la unidad con Dios y entre nosotros contra los ataques del divisor. La Palabra divina es la respuesta de Jesús a la tentación del diablo. » [3] En la lógica de esta enseñanza del Papa Francisco, nosotros tampoco discutimos con el divisor. No entremos en discusión con la Declaración «Fiducia supplicans», ni con las diversas recuperaciones que hemos visto multiplicarse. Respondamos simplemente con la Palabra de Dios y con el Magisterio y la enseñanza tradicional de la Iglesia.

Para mantener la paz y la unidad en la verdad, atrevámonos a negarnos a discutir con el divisor, atrevámonos a responder a la confusión con la palabra de Dios. Porque «vivir, en efecto, es la palabra de Dios, eficaz y más incisiva que cualquier espada de dos filos, penetra hasta dividir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, puede juzgar los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hebreos 4:12).

Como Jesús frente a la mujer samaritana, atrevámonos a decir la verdad. «Tienes razón al decir: no tengo marido porque has tenido cinco maridos y el que tienes ahora no es tu marido. En esto dices la verdad. » (Juan 4, 18) ¿Qué deberías decirle a las personas involucradas en uniones homosexuales? Como Jesús, atrevámonos a la primera de las misericordias: la verdad objetiva de las acciones.

Por tanto, con el Catecismo de la Iglesia Católica (2357), podemos afirmar: «La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual exclusiva o predominante hacia personas del mismo sexo. Adopta formas muy variables a lo largo de los siglos y las culturas. Su génesis psicológica sigue en gran medida inexplicada. Basándose en la Sagrada Escritura, que los presenta como graves depravaciones (cf. Gn 19,1-29; Rom 1,24-27; 1 Cor 6,10; 1 Tim 1,10), la Tradición siempre ha declarado que «los actos de la homosexualidad son intrínsecamente desordenadas» (CDF, decl. «Persona humana» 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No provienen de una verdadera complementariedad emocional y sexual. No pueden recibir aprobación bajo ninguna circunstancia. »

Cualquier acción pastoral que no recuerde esta verdad objetiva fracasaría en la primera obra de misericordia que es el don de la verdad. Esta objetividad de la verdad no es contraria a la atención prestada a la intención subjetiva de las personas. Pero conviene recordar aquí la magistral y definitiva enseñanza de san Juan Pablo II:

«Es apropiado considerar cuidadosamente la relación exacta que existe entre la libertad y la naturaleza humana y, en particular, el lugar del cuerpo humano desde el punto de vista del derecho natural. (…)

«La persona, comprendiendo su cuerpo, está enteramente confiada a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo que es sujeto de sus actos morales. Gracias a la luz de la razón y al apoyo de la virtud, la persona descubre en su cuerpo los signos de alerta, la expresión y la promesa del don de sí, conforme al sabio designio del Creador. (…)

«Una doctrina que disocia el acto moral de las dimensiones corporales de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la Tradición: tal doctrina revive, en nuevas formas, ciertos errores antiguos que la Iglesia siempre ha combatido, porque reducen el valor humano. persona a una libertad «espiritual» puramente formal. Esta reducción ignora el significado moral del cuerpo y los comportamientos asociados a él (cf. 1 Cor 6,19). El apóstol Pablo declara que «ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los ladrones, heredarán el Reino de Dios» (1 Cor 6 :9-10). Esta condena, expresada formalmente por el Concilio de Trento, sitúa entre los «pecados mortales» o «prácticas infames» ciertos comportamientos específicos cuya aceptación voluntaria impide a los creyentes participar en la herencia prometida. En efecto, el cuerpo y el alma son inseparables: en la persona, en el agente voluntario y en el acto deliberado, permanecen o se pierden juntos. » («Veritatis esplendor» 48-49)

Pero un discípulo de Jesús no puede quedarse ahí. Frente a la mujer adúltera, Jesús obra el perdón en verdad: «Yo tampoco te condeno, ve y no peques más. » (Juan 8, 11) Ofrece un camino de conversión, de vida en la verdad.

La Declaración «Fiducia supplicans» escribe que la bendición está destinada, en cambio, a las personas que «piden que todo lo que es verdadero, bueno y humanamente valioso en su vida y en sus relaciones sea investido, sanado y elevado por la presencia del Espíritu Santo» ( n.31). Pero ¿qué es bueno, verdadero y humanamente válido en una relación homosexual, definida por las Sagradas Escrituras y la Tradición como una depravación grave e «intrínsecamente desordenada»? ¿Cómo puede tal escrito corresponder al Libro de la Sabiduría que dice: «Los pensamientos turbulentos alejan de Dios, y el poder, cuando se prueba, confunde a los necios»? No, la Sabiduría no entra en un alma malvada, no mora en un cuerpo dependiente del pecado. Porque el Espíritu Santo, maestro, huye del engaño» (Sab 1,3-5). Lo único que se puede pedir a las personas que están en una relación antinatural es que se conviertan y se conformen a la Palabra de Dios.

Con el Catecismo de la Iglesia Católica (2358-2359), podemos aclarar más diciendo: «Un número significativo de hombres y mujeres exhiben tendencias homosexuales fundamentales. Esta propensión, objetivamente desordenada, constituye un desafío para la mayoría de ellos. Deben ser recibidos con respeto, compasión y sensibilidad. Se evitará cualquier forma de discriminación injusta contra ellos. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en sus vidas, y si son cristianos, a unir con el sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar por su condición. Los homosexuales están llamados a la castidad. Mediante las virtudes de la maestría, que educan la libertad interior, a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, mediante la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse, gradual y decididamente, a la perfección cristiana. »

Como recordó Benedicto XVI, «como seres humanos, las personas homosexuales merecen respeto (…); no deben ser rechazados por esto. El respeto al ser humano es absolutamente fundamental y decisivo. Pero eso no significa que la homosexualidad sea correcta. Sigue siendo algo radicalmente opuesto a la esencia misma de lo que Dios quería originalmente. »

La Palabra de Dios transmitida por la Sagrada Escritura y la Tradición es, por tanto, el único fundamento sólido, el único fundamento de verdad sobre el que cada Conferencia Episcopal debe poder construir una pastoral de misericordia y de verdad hacia las personas homosexuales. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una poderosa síntesis, responde al deseo del Concilio Vaticano II «de llevar a todos los hombres, por el resplandor de la verdad del Evangelio, a buscar y recibir el amor de Cristo que está sobre todo . » [4]

Debo agradecer a las Conferencias Episcopales que ya han hecho esta obra de verdad, en particular a las de Camerún, Chad, Nigeria, etc., cuyas decisiones y firme oposición a la Declaración «Fiducia supplicans» comparto y apoyo. Debemos alentar a otras Conferencias Episcopales nacionales o regionales y a cada obispo a hacer lo mismo. Al hacerlo, no nos oponemos al Papa Francisco, pero nos oponemos firme y radicalmente a una herejía que socava gravemente a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, porque es contraria a la fe y la Tradición católicas.

Benedicto XVI señaló que «la noción de «matrimonio homosexual» está en contradicción con todas las culturas de la humanidad que se han sucedido hasta el día de hoy y, por lo tanto, significa una revolución cultural que se opone a toda la tradición de la humanidad hasta ese día «. Creo que la Iglesia africana es muy consciente de ello. No olvida la misión esencial que le confiaron los últimos Papas. El Papa Pablo VI, dirigiéndose a los obispos africanos reunidos en Kampala en 1969, declaró: «Nova Patria Christi África: la nueva patria de Cristo es África». El Papa Benedicto XVI ha confiado en dos ocasiones a África una enorme misión: la de ser el pulmón espiritual de la humanidad por las increíbles riquezas humanas y espirituales de sus hijos y de sus culturas. Dijo en su homilía del 4 de octubre de 2009: «África representa un inmenso «pulmón» espiritual para una humanidad que parece estar en crisis de fe y de esperanza. Pero este «pulmón» también puede enfermarse. Y, en este momento, lo atacan al menos dos patologías peligrosas: sobre todo, una enfermedad ya extendida en el mundo occidental, a saber, el materialismo práctico, asociado al pensamiento relativista y nihilista […] El llamado «primer» mundo a veces ha exportó y continúa exportando desechos espirituales tóxicos que contaminan a las poblaciones de otros continentes, incluidas las poblaciones africanas» [5].

Juan Pablo II recordó a los africanos que deben participar del sufrimiento y de la Pasión de Cristo por la salvación de la humanidad, «porque el nombre de cada africano está inscrito en las Palmas de Cristo crucificado» [6].

Su misión providencial hoy tal vez sea recordar a Occidente que el hombre no es nada sin la mujer, la mujer no es nada sin el hombre y ambos no son nada sin este tercer elemento que es el niño. San Pablo VI había subrayado «la aportación insustituible de los valores tradicionales de este continente: la visión espiritual de la vida, el respeto a la dignidad humana, el sentido de familia y de comunidad» («Africae terrarum» 8-12). La Iglesia en África vive de esta herencia. Por causa de Cristo y por la fidelidad a su enseñanza y a su lección de vida, le resulta imposible aceptar ideologías inhumanas promovidas por un Occidente descristianizado y decadente.

África tiene una gran conciencia del necesario respeto por la naturaleza creada por Dios. No se trata de apertura de miras y progreso social como afirman los medios occidentales. Se trata de saber si nuestros cuerpos sexuales son el don de la sabiduría del Creador o una realidad sin sentido, incluso artificial. Pero aquí nuevamente Benedicto XVI nos advierte: «Cuando renunciamos a la idea de creación, renunciamos a la grandeza del hombre. » La Iglesia de África defendió con fuerza en el último sínodo la dignidad del hombre y de la mujer creados por Dios. Su voz es a menudo ignorada, despreciada o considerada excesiva por aquellos cuya única obsesión es complacer a los lobbies occidentales.

La Iglesia de África es la voz de los pobres, los sencillos y los pequeños. Pero «la necedad de Dios es más sabia que los hombres» (1 Cor 1,25). Por tanto, no sorprende que los obispos de África, en su pobreza, sean hoy heraldos de esta verdad divina frente al poder y la riqueza de ciertos episcopados de Occidente. Porque «todo lo que hay de necio en el mundo, esto es lo que Dios ha elegido para confundir a los sabios; Dios ha elegido lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte. Lo que en el mundo no tiene nacimiento y lo que es despreciado, esto es lo que Dios ha elegido; lo que no es, esto es lo que Dios ha escogido, para reducir a nada lo que es, para que nadie se jacte delante de Dios» (1 Cor 1, 27-28). Pero ¿nos atreveremos a escucharlos durante la próxima sesión del Sínodo sobre la sinodalidad? ¿O deberíamos creer que, a pesar de las promesas de escucha y respeto, sus advertencias serán ignoradas como vemos hoy? «Cuidado con los hombres» (Mt 10,22), dice el Señor Jesús, porque toda esta confusión, suscitada por la Declaración «Fiducia supplicans», podría reaparecer bajo otras formulaciones más sutiles y más ocultas en la segunda sesión del Sínodo sobre la sinodalidad. , en 2024, o en el texto de quienes ayudan al Santo Padre a redactar la Exhortación Apostólica postsinodal. ¿No tentó Satanás al Señor Jesús tres veces? Habrá que estar atentos a las manipulaciones y proyectos que algunos ya están preparando para esta próxima sesión del Sínodo.

Cada sucesor de los apóstoles debe atreverse a tomar en serio las palabras de Jesús: «Que vuestra palabra sea sí si es sí, no si es no. Todo lo que se añade, procede del Mal» (Mt 5,35). El Catecismo de la Iglesia Católica nos da el ejemplo de una palabra tan clara, tajante y valiente. Cualquier otro camino sería inevitablemente truncado, ambiguo y engañoso. Actualmente escuchamos tantos discursos tan sutiles y eludidos que acaban cayendo bajo esta maldición pronunciada por Jesús: «Todo lo demás viene del Malo». Inventamos nuevos significados para las palabras, contradecimos, falsificamos la Escritura al pretender ser fieles a ella. Terminamos por dejar de servir a la verdad.

Así que no me dejen caer en vanas objeciones sobre el significado de la palabra bendición. Es obvio que podemos orar por el pecador, es obvio que podemos pedir a Dios su conversión. Es obvio que podemos bendecir al hombre que, poco a poco, se dirige a Dios para pedir humildemente una gracia de cambio verdadero y radical en su vida. La oración de la Iglesia no es rechazada a nadie. Pero nunca se puede abusar de él para convertirlo en una legitimación del pecado, de la estructura del pecado, o incluso de la ocasión inminente del pecado. El corazón contrito y arrepentido, aunque esté todavía lejos de la santidad, debe ser bendito. Pero recordemos que, ante el rechazo de la conversión y la dureza, de boca de san Pablo no sale ninguna palabra de bendición sino esta advertencia: «Con el corazón endurecido, que no quiere convertirse, acumulas ira contra ti. para aquel día de ira, en el que se revelará el justo juicio de Dios, el cual recompensará a cada uno según sus obras» (Romanos 2:5-6).

A nosotros nos corresponde ser fieles a aquel que nos dijo: «Para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz» (Juan 18:37). Nos corresponde a nosotros, como obispos, como sacerdotes y como bautizados, dar testimonio a nuestra vez de la verdad. Si no nos atrevemos a ser fieles a la palabra de Dios, no sólo lo traicionamos a Él, sino que también traicionamos a aquellos con quienes hablamos. La libertad que tenemos para brindar a las personas en uniones del mismo sexo radica en la verdad de la palabra de Dios. ¿Cómo atrevernos a hacerles creer que sería bueno y querido por Dios que permanecieran en la prisión de su pecado? «Si permanecéis fieles a mi palabra, sois verdaderamente mis discípulos, entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Juan 8, 31-32).

Así que no tengamos miedo si el mundo no nos comprende y aprueba. Jesús nos dijo: «el mundo me aborrece, porque doy testimonio de que sus obras son malas» (Juan 7:7). Sólo aquellos que pertenecen a la verdad pueden oír su voz. No nos corresponde a nosotros ser aprobados y unánimes.

Recordemos la grave advertencia del Papa Francisco en el umbral de su pontificado: «Podemos caminar como queramos, podemos construir muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, está mal. Nos convertiremos en una ONG humanitaria, pero no en la Iglesia, Esposa del Señor… Cuando no construimos sobre las piedras, ¿qué pasa? Pasa lo que les pasa a los niños en la playa cuando hacen castillos de arena, todo se derrumba, es insustancial. Cuando no confesamos a Jesucristo, me viene la frase de Léon Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Cuando no confesamos a Jesucristo, confesamos la mundanalidad del diablo, la mundanalidad del diablo» (14 de marzo de 2013).

Una palabra de Cristo nos juzgará: «El que es de Dios escucha las palabras de Dios. Y vosotros, si no escucháis, es porque no sois de Dios» (Juan 8, 47).

Cardenal Robert Sarah, prefecto emérito del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los sacramentos

6 de enero del 2024, fiesta de la Epifanía del Señor


[1] Juan Pablo II, Mensaje para el Día Internacional de la Paz, 1 de enero de 1980.

[2] Papa Francisco, Ángelus del 26 de febrero de 2023.

[3] Ángelus del 26 de febrero de 2023

[4] Juan Pablo II, Constitución Apostólica «Fidei depositum».

[5] Benedicto XVI, Homilía pronunciada en la apertura de la II Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, 4 de octubre de 2009. Utilizará la misma expresión «África, pulmón espiritual de la humanidad» en «Africae munus», n. . 13.

[6] Juan Pablo II, «Ecclesia in Africa», n. 143.

CALENDARIO LITÚRGICO TRADICIONAL 2024 (Digital)

Como es costumbre desde 2010, la comunidad de Una Voce Sevilla, con ocasión de la Epifanía del Señor, pone a disposición de forma gratuita a nuestros lectores el calendario litúrgico del rito Romano tradicional en formato pdf correspondiente al año del Señor que acaba de comenzar.

En esta ocasión, hemos querido dedicar la portada a los padres de los sacerdotes, con un óleo sobre lienzo del pintor español José Alcázar Tejedor titulado: «Padres del celebrante después de la primera Misa». Padres que son bendecidos por el recién ordenado tras la finalización de esa Misa.

Corresponde al Calendario Romano General, en latín, extraído del más amplio y completo que ha publicado la Federación Internacional Una Voce en su web, para que pueda ser consultado y usado por los sacerdotes y seglares que celebran o asisten, respectivamente, a la Santa Misa tradicional o rezan el Breviarium Romanum en cualquier parte del mundo, aunque nos hemos permitido indicar al pie de cada mes, junto a las antífonas de la Santísima Virgen, las variaciones correspondiente al calendario común para todas las diócesis de España.

FELIZ Y SANTA NATIVIDAD DEL SEÑOR 2023

UNA VOCE SEVILLA LES DESEA UNAS FELICES Y SANTAS PASCUAS DE LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

SEVILLA: CONFERENCIA´REINARÉ EN ESPAÑA. LA GRAN PROMESA´

POR EL RVDO. D. ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO, DEÁN DE LA CATEDRAL DE CORIA (CÁCERES)

Sábado 16 de diciembre. 12:30 h.

Sede Social de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda

EL ORIGEN DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL UNA VOCE Y SU RAMA ESPAÑOLA

Con ocasión del XIX aniversario de la fundación de la Asociación Una Voce Sevilla, traemos a colación un interesante artículo del P. don José Jiménez Delgado, CMF, Catedrático de Filología Latina de la Universidad Pontificia de Salamanca. Escrito en el año 1967 -dos años después de la finalización del Concilio Vaticano II- y titulado: LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL «UNA VOCE». Origen y sus causas. Creación de la rama española. Artículo que se encuentra insertado en la web del Ministerio de Educación y Formación Profesional, pues fue publicado en el número LXV de la Revista de Educación, sección de información extranjera.

En el artículo podemos comprobar que la Federación Internacional «Una Voce», tuvo su origen como un movimiento a nivel internacional formado por laicos, para la salvaguarda salvaguarda del latín y el canto gregoriano en la liturgia católica, ante las previsiones poco esperanzadoras que se iban produciendo en la práctica litúrgica del postconcilio.

Por otro lado, queda constado, haciendo referencia a un artículo que se publicó en el Diario ABC, que el 07 de abril de 1967 -se adjunta- se funda en Madrid la rama española de la Federación Internacional «Una Voce», que al día de hoy, después de varias refundaciones, continúa con la denominación de UNA VOCE ESPAÑA. Entre los firmantes se encuentran: conde de los Andes, Julio Calonge, Manuel C. Díaz y Díaz, Luis Díez del Corral, Manuel Irnández-Galiano, Rafael Gambra, Antonio García Pérez, Alfonso García -Valdecasas, Mariano Guirao, José barras, Antonio Linaje Conde, Sebastián Mariner, Antonio Millán Puelles, Manuel Millán Senmartí, Leopoldo Eulogio Palacios, Dacio Rodriguez Lesmes, Dalmiro de la Válgoma, Juan Vallet de Goytisolo y Eugenio Vagas Latapíé.

Nuestro especial agradecimiento a todos ellos, pues fueron en nuestra patria los precursores de la defensa y promoción de la liturgia tradicional, tan denostada en estos momentos.

CONFERENCIA DE MONS. SCHNEIDER EN ROMA: «EL PRINCIPIO DE LA TRADICIÓN EN LA VIDA LITÚRGICA DE LA IGLESIA»

A continuación, le ofrecemos el vídeo -subtitulado- y texto en españo de la interesantísima conferencia pronunciada por el obispo Athanasius Schneider el pasado 27 de noviembre de 2023 en Roma con ocasión del Encuentro de Pax Liturgica celebrado durante la Peregrinación anual «Populo Summorum Pontificum»

XII PEREGRINACIÓN INTERNACIONAL SUMMORUM PONTIFICUM A ROMA

Con ocasión de la festividad de Cristo Rey, los días 27, 28 y 29 de octubre de 2023 se celebró en Roma la PEREGRINATIO AD PETRI SEDEM, que se organiza anualmente desde 2012 por los representantes del “ Populus Summorum Pontificum”, reuniendo a fieles laicos, sacerdotes y religiosos de todo el mundo, con el propósito de tomar parte en la nueva evangelización en torno al rito Romano tradicional, la misa en latín y gregoriana celebrada según la última edición del misal tridentino, publicada en 1962 por Juan XXIII.

Durante tres días de peregrinación, los cientos de participantes venidos de muchas partes del mundo han testimoniado la eterna juventud de la liturgia tradicional. A la Peregrinación, como es costumbre, ha acudido una representación de España, entre ellos, miembros de Una Voce Sevilla, quienes han podido dar testimonio de lo vivido a través de los vídeos publicados en nuestro canal de YouTube: VER AQUÍ

El Viernes, los peregrinos se reunieron en la Basílica de Santa María de los Mártires (Panteón), para asistir a Vísperas solemnes celebradas por el obispo Athanasius Schneider. Previamente, y antes de comenzar la Peregrinación, se desarrollaron varias conferencias muy interesantes organizadas por Paix Liturgica, en la que participó, entre otros, Mons. Athanasius Schneider y que pueden visualizar en el siguiente: ENLACE

El Sábado, después de un tiempo de adoración eucarística, una procesión con una multitud de peregrinos recorrió las calles del centro de Roma hasta la Basílica de San Pedro, para allí venerar y rezar ante la tumba de San Pedro. Este año, se ha prohibido la celebración de la Misa tradicional a su llegada, si bien se rezó de forma solemne el oficio de sexta en el altar de la Cátedra de la Basílica vaticana.

La peregrinación concluyó el Domingo, fiesta de Cristo Rey, con una Misa tradicional solemne en la iglesia de la Santissima Trinità dei Pellegrini, Parroquia Personal para la liturgia tradicional en Roma (FSSP), celebrada por Monseñor Guido Pozzo, y otra Misa celebrada en la Basílica menor de San Celso y San Julián (ICRSS) por Mons. Athanasius Schneider.

A continuación, un bellísimo vídeo sobre la Peregrinación Summorum Pontificum:

EL CARDENAL SARAH HABLA SOBRE LA TEOLOGÍA Y LITURGIA DE BENEDICTO XVI

Publicado por Peter Kwasniewski en la web New Liturgical Movement. Traducción: RITO TRADICIONAL CATÓLICO LATINO ROMANO (Vetus Ordo)

«A veces el nombre y los escritos del cardenal Robert Sarah, a quien Benedicto XVI eligió como su estrecho colaborador en la sagrada liturgia, y que fue marginado durante los primeros años del presente pontificado.

El cardenal Sarah nunca ha dejado de dar un claro testimonio de la prioridad de la liturgia en la vida de la Iglesia, y de la extrema necesidad de un retorno a la sana praxis litúrgica después de la vorágine del Concilio. Ha hablado con particular claridad desde el lanzamiento de Traditionis Custodes.

Por lo tanto, es de gran interés observar que ha publicado un importante artículo en la revista Communio titulado «La realidad inagotable: Joseph Ratzinger y la Sagrada Liturgia» (vol. 49, invierno de 2022), que la publicación ha puesto a disposición de forma gratuita (aquí). Aunque vale la pena leer todo el artículo, me gustaría llamar especialmente la atención sobre los siguientes pasajes.

En las páginas 639-40:

Una de las contribuciones «desapercibidas» pero importantes de El Espíritu de la Liturgia [de Joseph Ratzinger] es su reflexión sobre la autoridad, específicamente la autoridad papal, y la sagrada liturgia. Observando que la liturgia occidental es algo que (tomando prestadas las palabras de J. A. Jungmann, SJ) «ha llegado a ser», es decir, «un crecimiento orgánico», no «una producción especialmente artificial», «algo orgánico que crece y cuyas leyes de crecimiento determinan las posibilidades de un mayor desarrollo», el cardenal Ratzinger observa que en los tiempos modernos «cuanto más vigorosamente se mostraba la primacía [petrina], cuanto más surgía la pregunta sobre el alcance y los límites de esta autoridad, que, por supuesto, nunca se había considerado. Después del Concilio Vaticano II, surgió la impresión de que el Papa realmente podía hacer cualquier cosa en asuntos litúrgicos, especialmente si actuaba bajo el mandato de un Concilio Ecuménico. Eventualmente, la idea de lo dado de la liturgia, el hecho de que uno no puede hacer con ella lo que quiera, se desvaneció de la conciencia pública de Occidente. De hecho, el Concilio Vaticano I no había definido de ninguna manera al Papa como un monarca absoluto. Por el contrario, lo presentó como el garante de la obediencia a la Palabra revelada. La autoridad del Papa está ligada a la Tradición de la fe, y eso también se aplica a la liturgia. No es «fabricado» por las autoridades. Incluso el Papa sólo puede ser un humilde servidor de su desarrollo legal y de su integridad e identidad duraderas. . . . La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada Tradición». [1]

En esta afirmación de la objetividad de la sagrada liturgia en sus formas rituales desarrolladas, y del deber de la máxima autoridad de la Iglesia de respetar esta realidad, [2] el cardenal Ratzinger sentó las bases teológicas para la consideración de una reforma de la reforma litúrgica, o incluso para dejar legítimamente de lado los ritos reformados en favor de sus predecesores. La obediencia acrítica a la autoridad papal, algo ya abandonado hace mucho tiempo en muchos lugares, pero al que otros se aferraron como garantía de la ortodoxia en tiempos turbulentos, recibió un golpe, al menos con respecto a la reforma litúrgica, por parte de uno de los prelados de más alto rango en la Iglesia (aunque escribiendo a título privado).

De nuevo, en las páginas 643-45:

El acto de gobierno litúrgico más famoso del Papa Benedicto XVI fue, por supuesto, su motu proprio Summorum pontificum (2007), «Sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970», estableciendo que los ritos litúrgicos más antiguos «nunca fueron abrogados» (1) y, por lo tanto, podrían usarse libremente, y de hecho que las solicitudes de los grupos de fieles para su celebración deben ser aceptadas. Los obispos ya no podían excluir a priori su celebración. La regulación de estos principios por parte del Papa Benedicto XVI fue permisiva, marcando un cambio brusco en el enfoque parsimonioso de demasiados obispos hasta ese momento.

Su acompañamiento «Carta a los obispos con motivo de la publicación de la Carta Apostólica ‘Motu Proprio Data’ Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970″ de la misma fecha, trató hábilmente la fuerte oposición que esta medida había atraído incluso antes de que apareciera; Señaló la realidad pastoral de que «también los jóvenes han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su atracción y han encontrado en ella una forma de encuentro con el misterio de la Santísima Eucaristía, particularmente adecuada para ellos» [3], y apeló a los obispos: «Abramos generosamente nuestros corazones y demos espacio a todo lo que la fe misma permite». El Papa dijo claramente:

«En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grande para nosotros también, y no puede ser de repente completamente prohibido o incluso considerado dañino. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde».

Una vez más, para aquellos que conocieron el pensamiento litúrgico de Joseph Ratzinger, esta postura no es una sorpresa. Su apertura a las realidades en cuestión —históricas, teológicas y pastorales— es clara. Pero para aquellos que no compartían ni su visión ni su apertura, estos eran actos retrógrados que cuestionaban el Concilio Vaticano II y su reforma litúrgica.

El argumento, tal como fue, fue ganado con el tiempo por lo que se conoce como «la paz litúrgica de Benedicto XVI», en la que las «guerras litúrgicas» de décadas anteriores que habían establecido facciones de «rito antiguo» y «rito nuevo» disminuyeron y, ciertamente gracias a muchos de la generación más joven de obispos, dieron paso a una coexistencia pacífica. tolerancia, e incluso un cierto grado de enriquecimiento mutuo entre las formas litúrgicas que duró mucho más allá del final de su pontificado, reparando en cierta medida la unidad de la Iglesia y mejorándola, respetando las legítimas diferencias de expresión dentro de la Iglesia de Dios.

Es de lamentar profundamente que el motu proprio Traditionis custodes (16 de julio de 2021) y la relacionada Responsa ad dubia (4 de diciembre de 2021), percibidos como actos de agresión litúrgica por muchos, parecen haber dañado esta paz e incluso pueden representar una amenaza para la unidad de la Iglesia. Si hay un renacimiento de las «guerras litúrgicas» postconciliares, o si la gente simplemente va a otro lugar para encontrar la liturgia más antigua, estas medidas habrán fracasado gravemente. Es demasiado pronto para hacer una evaluación exhaustiva de las motivaciones detrás de ellas, o de su impacto final, pero sin embargo es difícil concluir que el Papa Benedicto XVI se equivocó al afirmar que las formas litúrgicas más antiguas «no pueden ser repentinamente totalmente prohibidas o incluso consideradas dañinas», particularmente cuando su celebración sin restricciones ha producido manifiestamente buenos frutos.

Notas (del artículo original de Communio)

[1] Ratzinger, El Espíritu de la Liturgia, 165-66. Como Papa Benedicto XVI, desarrollaría este tema con respecto al ministerio petrino más amplio en su homilía con ocasión de tomar posesión de la Cátedra del Obispo de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán, el 7 de mayo de 2005.

[2] Una realidad enseñada por el Catecismo de la Iglesia Católica, §§1124-25.

[3] Benedicto XVI, Carta a los obispos con ocasión de la publicación de la carta apostólica «Motu proprio data» summorum pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970 (Ciudad del Vaticano, 7 de julio de 2007). También puedo testimoniar esta realidad a partir de muchos encuentros con jóvenes —laicos y laicas, religiosos, seminaristas y sacerdotes— cuyas vocaciones en el mundo, ya sea al matrimonio cristiano o a la vida religiosa o apostólica, se basan y se alimentan de las formas litúrgicas más antiguas de una manera verdaderamente vivificante. A este respecto, no podré olvidar nunca mi visita a la peregrinación de Pentecostés París-Chartres en 2018: ¡qué esperanza dan estos jóvenes a la Iglesia de hoy y de futuro!

Visite el Substack del Dr. Kwasniewski «Tradición y cordura»; sitio personal; sitio del compositor; editorial Os Justi Press y páginas de YouTube, SoundCloud y Spotify.

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LA REALIDAD INAGOTABLE: JOSEPH RATZINGER Y LA SAGRADA LITURGIA por el Cardenal Robert Sarah

Introducción

A raíz de la publicación del motu proprio Summorum pontificum (2007), un comentarista se apresuró a quejarse de que su autor «no era un liturgista entrenado», y aunque estuvo de acuerdo en que el autor era alguien que «ha mostrado interés y sensibilidad en asuntos litúrgicos», el comentarista insistió en que había demostrado «un verdadero malentendido del papel de la liturgia en la vida de la Iglesia».1

El autor era, por supuesto, el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, un sacerdote, obispo, cardenal y Papa que tenía títulos académicos más que suficientes pero, aparentemente, había cometido el pecado imperdonable de hablar (de hecho, legislar) sobre la sagrada liturgia sin una formación litúrgica específica.

1. Mark Francis, CSV, «Beyond Language», The Tablet, 14 de julio de 2007.

PARA LEER ESTE ARTÍCULO EN SU TOTALIDAD DEL CARDENAL ROBERT SARAH, DESCARGUE el PDF en Inglés gratuito disponible AQUÍ

MISA TRADICIONAL CELEBRADA RECIENTEMENTE POR EL CARD. SARAH EN LA REPÚBLICA CHECA

¿Una única forma del Rito Romano como principio absoluto?

Los miembros más antiguos de nuestra asociación recordarán los tiempos en los que el Padre Gabriel Díaz Patri nos visitaba con frecuencia dando conferencias sobre el Motu Proprio Summorum Pontificum y el pensamiento litúrgico del Papa Benedicto, en el marco de un apostolado intenso que realizó en las tierras de España a partir de 2007 (poco tiempo después de la entrada en vigor del Motu Proprio) por encargo del Cardenal Castrillón Hoyos, entonces presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. El Padre fue en esos tiempos nuestro vínculo con el Cardenal, al que veía regularmente y a quien aprovechaba para informar acerca de nuestras actividades, transmitiéndonos a su vez las indicaciones y palabras de aliento del prelado. Después del retiro de éste, el Padre Díaz Patri siguió siendo nuestra vía de contacto con la Pontificia Comisión mientras aquella continuó existiendo. Esta actividad suya en Sevilla se vio coronada con su presencia en la celebración de los 10 años de Summorum Pontificum en 2017 en una inolvidable ceremonia en la Catedral, presidida por nuestro entonces Arzobispo, don Juan José Asenjo. La víspera de aquella misa solemne, el Padre Díaz pronunció una conferencia, bajo el título “La Misa tradicional y la pacificación litúrgica propuesta por Benedicto XVI” en el salón de actos del Palacio Arzobispal.

Por todo esto nos alegró ver publicado un artículo suyo a principios de este año en la revista francesa Sedes Sapientiae. Recientemente el artículo ha sido traducido al español y publicado en la web de Academia.edu, y por ello nos parece muy interesante ponerlo a disposición de todos nuestros  lectores.

El artículo “La unicidad del misal romano a la luz de la historia” -que, como ya hemos indicado, fue publicado originalmente en el número 163 de la revista Sedes Sapientiæ (Primavera 2023)-, responde en concreto a las afirmaciones que el P. Henry Donneaud O.P. expuso en su artículo titulado “El Papa Francisco garante de la doctrina litúrgica de San Pío V” (Nouvelle revue théologique, Nº 144, enero-marzo de 2022). Según este teólogo Dominico, San Pío V habría establecido como  principio la unidad estricta del Rito Romano, por lo que una autorización como la que hizo el Papa Benedicto en Summorum Pontificum estaría desconociendo ese principio, creando una situación anómala al permitir el uso simultáneo de más de una forma del mencionado Rito Romano.

Según el P.  Donneaud, el Motu Proprio “Traditionis Custodes” vendría a restituir el orden querido por San Pío V, devolviendo la unidad al rito. ¿Pero es esto cierto?

El artículo del Padre Díaz muestra claramente que, ayer como hoy, “el rito romano ha conocido la coexistencia simultánea de diversas formas”, contrariamente a lo que muchos creen. De este modo, ese argumento concreto usado para la restricción del rito romano tradicional (no puede haber más que una única forma para cada rito) carecería de fundamento.

El artículo es de sumo interés, por cuanto arroja luz a la historia de la promulgación del Misal de San Pío V, aclarando, con documentación y frente a lugares comunes bastante asentados, que este Papa no tuvo intención alguna de establecer “una única forma del rito” en toda la Iglesia latina, sino que, antes bien, su intención era precisamente la opuesta: proteger y conservar no sólo los múltiples ritos tradicionales de la iglesia latina que tuvieran una antigüedad suficiente, sino también ciertas formas específicas dentro del mismo Rito Romano, en especial en las Españas.

Cuestión aparte sería la consideración de si el Rito Romano tradicional (llamado por el Papa Benedicto XVI, de feliz memoria, Forma Extraordinaria del Rito Romano) es, o no, el mismo rito que el del Misal de Pablo VI, pero eso sería tema de otro debate. A la luz de los datos revelados en este artículo no parece, pues, que el argumento usado por el Papa Benedicto en Summorum Pontificum careciese de fundamento, como han aseverado muchos, amigos y enemigos, de la Misa Tradicional.

Esperamos que a nuestros seguidores aproveche la lectura de este artículo, que se puede descargar directamente desde nuestra web, pinchando aquí:

También de la página de Academia, en este enlace: https://www.academia.edu/105107162/La_unicidad_del_misal_romano_a_la_luz_de_la_historia?source=swp_share

UNA VOCE SEVILLA PARTICIPARÁ EN LA III PEREGRINACIÓN TRADICIONAL OVIEDO A COVADONGA (22 al 24 julio)

El Capítulo Ntra. Sra. de la Antigua de Una Voce Sevilla participará este verano en la III Peregrinación tradicional Oviedo-Covadonga, organizada por la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad – España durante los días 22 al 24 de julio, y que en la pasada edición alcanzó el millar de participantes.

Se trata de una peregrinación anual desde la Catedral de Oviedo al santuario de Nuestra Señora de Covadonga (Asturias) organizada por un grupo de fieles católicos laicos devotos de la celebración de la Santa Misa según el rito Romano tradicional, a semejanza a la peregrinación internacional París-Chartres. Tiene lugar en el fin de semana más cercano a la festividad del apóstol Santiago, patrón de las Españas (25 de julio). La distancia total a recorrer a pie en los 3 días es de aproximadamente 100 km a través de idílicos paisajes asturianos.

Este año estará la Peregrinación cuenta con 22 capítulos procedentes de toda España y 5 del extranjero (Francia, Alemania, Portugal).

La participación en la peregrinación puede hacerse también en familia (con niños de todas las edades y un recorrido más corto) o como voluntario que presta determinados servicios antes, durante y después de la Peregrinación (Liturgia, cantos, sanitarios, transporte, montajes, cocina, avituallamiento…etc). Para más información: Nuestra Señora de la Cristiandad | España (nscristiandad.es)

La asociación y comunidad de Una Voce Sevilla y su Grupo Joven Sursum Corda ya peregrinaron en los dos años anteriores, siendo muchas las personas que nos acompañaron, principalmente jóvenes, en tan profunda vivencia espiritual y de hermandad en torno al apostolado de la Tradición Católica.

Por eso, os animamos de nuevo a participar en la Peregrinación y, si lo deseas, a hacerlo en nuestro Capítulo de Ntra. Sra. de la Antigua. Para ello, debes inscribirte en la siguiente dirección web: Inscripción | Nuestra Señora de la Cristiandad (nscristiandad.es) Más info sobre el Capítulo: asociacion@unavocesevilla.info

Recuerda que el 1º plazo de inscripción finaliza el próximo 30 de junio. Pasado este plazo y hasta el 15 de julio, el precio se incrementará un 50%.

¡Peregrina a Covadonga!

UNA VOCE SEVILLA

UNA RESEÑA DEL LIBRO «EL RITO ROMANO, DE AYER Y DEL FUTURO» DEL PROF. KWASNIESWSKI

Como continuación a nuestra publicación anterior (ver aquí), en la que reproducíamos un extracto del primer capítulo del recomendado libro del Dr. Kwasniewski, El rito romano de ayer y del futuro (Os Justi Press, 2023); traemos a colación una interesante reseña realizada al libro por el abogado de Sevilla, don Luis López Valpuesta, en su blog Nolite Conformari, que se encuentra además alojado en la web de Infovaticana:

«No eches atrás el hito antiguo, que tus padres pusieron» (Prov. 22, 28)

                                                  

Peter Kwasniewski es un teólogo y músico norteamericano, que desde hace unos años escribe y da conferencias en defensa de la fe católica, tal y como la hemos recibido desde siempre, poniendo especial énfasis en la faceta litúrgica. En este sentido podemos considerarlo como una de las más importantes voces proféticas actuales, tanto en la condena de la deriva abiertamente «modernista» de nuestra Iglesia Católica (me reafirmo en esta dura palabra, aunque la ponga entre guiones), y en la reivindicación de una vuelta de los católicos a las raíces espirituales de la fe, sajadas por los vientos de la modernidad. Su último libro publicado -del que haremos ahora un pequeño comentario- «El rito romano, de ayer y del futuro» es, a la vez que un brutal alegato fiscal contra las reformas operadas en la liturgia católica en el siglo XX, una defensa apasionada y lúcida de la liturgia tradicional. Recomiendo sobre todo la lectura detenida del Capítulo 8, un bellísimo comentario y apología del Canon Romanoque en algunos momentos me emocionó, y me hizo exclamar como aquellos Padres del siglo V que nos precedieron: ¡Esta es la fe de la iglesia! Es especialmente trágico que este monumento de catolicidad sea hoy silenciado en casi todas las misas Novus Ordo, pues como afirma con gran verdad el autor:

«La existencia en Occidente de múltiples anáforas es una absoluta novedad (…) Que el Canon romano sea hoy una opción contradice su naturaleza misma de canon, es decir, de norma fija o medida del culto de la Iglesia» (pág. 287).

Y en consecuencia,

«Puesto que la Misa es el corazón del culto de la Iglesia Católica, y el Canon es el corazón de la Misa, el hecho de que la lex orandi haya sido tan gravemente alterada equivale a una traición a la tradición, en el más extricto sentido del término, y a una corrupción de la lex credendi, con resultados inevitables en la lex vivendi» (Pág. 278).

Dos son las ideas nucleares que vertebran todo el libro, una teológica y otra vivencial: la primera, la defensa de la precedencia de la lex orandi sobre la lex credendi y, en segundo lugar, la convición de que los católicos actuales vivimos un estado de ruptura con nuestra tradición litúrgica, con pavorosas repercusiones para lo que creemos y lo que obramos, para nuestra fe y para nuestra moral.

«Jamás, en toda la historia de la cristiandad oriental u occidental ha habido nada ni remotamente comparable con la cantidad y calidad del cambio que se dio en la década que va aproximadamente desde 1963 a 1973. Esto (…) produjo un efecto catastróficamente desestabilizador en los católicos (…). Todos los católicos resultaron dañados con un daño cumulativo y duradero, como el producto por defectos genéticos que se transmite a la descendencia, o como las riñas familiares que se prolongan por generación (…). Nuestra razón nos dice, ayudada por los recursos de la filosofía, de la psicología y de la sociología,  que un cambio tan colosal en la forma en que los católicos rinden culto a Dios podía tener solamente un significado: lo que habían estado haciendo era incorrecto, defectuoso, no saludable, e incluso desagradable a Dios. Tal es la posición de quienes todavía se oponen a la liturgia latina tradicional» (pág. 90).

En efecto, los que hoy desprecian (desde las más altas esferas de la Iglesia, y a veces con palabras gruesas como rígidos, hipócritas, desleales…) a los cristianos vinculados a la tradición litúrgica de los que nos precedieron, no sé si son conscientes de que en realidad insultan a éstos -a sus padres y ascendentes-, e impugnan la esencia de la fe cristiana tal y como la hemos recibido de ellos, y ellos de los suyos, ininterrumpidamente hasta llegar al cenáculo de Jerusalén en la fiesta judía de Pentecostés.  

«Desde Pentecostés, y hasta el final de los tiempos, la Iglesia es el territorio del Espíritu Santo, y la más perfecta acción y expresión de la Iglesia es la sagrada liturgia»  (pág. 75).

Kwasniewski comparte con muchos de nosotros la reflexión del añorado papa Benedicto XVI en su autobiografía, que el origen de la crisis actual en la que se ahoga el catolicismo de nuestro tiempo, hay que buscarlo y encontrarlo en los cambios revolucionarios de la liturgia, si bien en esta obra hay una diferencia fundamental con las ideas del recientemente fallecido papa. En efecto, Benedicto XVI se centra sobre todo en la discontinuidad y la revolución que supuso la obra de reforma de la Misa tras el Concilio Vaticano II, elogiando por contra el camino prudente de reforma litúrgica que comienza iniciado el siglo XX con los cambios  del Breviario y del Salterio por San Pío X y, posteriormente, por la reforma de los ritos de la Semana Santa de Pío XII en el primer lustro de los 50. Por ello, según Benedicto XVI, ninguno de los padres conciliares entendió la «Sacrosantum Concilium«como:

«Una revolución que habría significado el «fin del medievo» como a la sazón algunos teólogos creyeron poder interpretar. Se vio como una continuación de las reformas que hizo Pío X y que llevó adelante con prudencia pero con resolución Pío XII» (Mi Vida, pág. 145).

En este importante punto, el análisis histórico de Peter Kwasniewski se aparta del realizado por el Santo Padre, pues a su juicio, el principio tradicional de la precedencia de la lex orandi sobre la lex credendi, comienza a debilitarse con la reforma de San Pío X y se rompe abiertamente, cuando el papa Pío XII, en su encíclica «Mediator Dei» declara exactamente lo contrario: la preferencia de la lex credendi frente a la lex orandi  (pág. 376).

Legalizada la ruptura de ese principio en el documento de 1947, la reforma de la Semana Santa, implementada en los primeros años de la década de los 50, iba a marcar un camino de no retorno que nos llevaría, de un modo que difícilmente puede sorprendernos -visto en perspectiva-, a la revolución del Ordo Missae de 03 de abril de 1969. Quien sin duda captó desde el mismo momento de su implementación las consecuencias inevitables de ese cambio (con la perspicacia con la que suelen anticiparse los hijos del mundo, Lc. 16,8), fue uno de los artífices del mismo, el P. Carlo Braga (miembro de la Comisión Litúrgica y mano derecha de Annibale Bugnini), al describir la Semana Santa de Pío XII como:

«La cabeza de ariete que penetró la fortaleza de nuestra, hasta entonces, estática liturgia» (pág. 378).

Es por ello que el subtítulo del libro del Dr. Kwasniewski «El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio», se remonte a aquellos años de la década de los 50, en los que el Santo Padre Pío XII hizo esos cambios en la liturgia de la Semana Santa, sin percibir que estaba abriendo una caja de Pandora de la que emergerían elementos disolventes para la fe católica, que nadie con un mínimo de honestidad puede en nuestros días negar. A mi juicio (desde mi atalaya de nacido tras el Concilio Vaticano II), la crítica de Kwasniewski a los cambios operados por Pío XII es la parte que me ha parecido más floja del libro -la desarrolla en pocas páginas, 381 a 406-, porque me es difícil contemplar en ellos la abierta ruptura que sí se operó abiertamente en el Rito Romano de la Misa en 1969, a los que dedica el grueso del libro, de manera brillante, certera y demoledora. Pero en todo caso lo que parece incuestionable es que, sin el acento puesto por Pío XII en la nueva relación entre lo que creemos y lo que rezamos, y en el reforzamiento de la autoridad del Romano Pontífice en materia de liturgia, el desastre posterior probablemente no hubiera sobrevenido. En contrate con ello, el autor afirma con rotundidad:

«La liturgia tradicional tiene más autoridad eclesiástica inherente en sí misma que cualquier decisión de un papa o un funcionario curial» (pág. 409). 

Tras la lectura de este apasionante y apasionado libro, la solución que se propone ante este estado de ruptura, aunque nos parezca muy radical, difícilmente podemos discutir que es la única posible. A estas alturas no podemos aspirar a un justo equilibrio entre la tradición  (que ha dado buenos frutos), y esta insufrible modernidad (que no solo no los ha producido, sino que va pudriendo los pocos sanos que quedan). Ya no cabe aquel compromiso que, sin duda de buena fe y con profundo sentido pastoral (aunque en la práctica imposible), quiso implementar Benedicto XVI con su «Summorum Pontificum» (2007): una convivencia armónica de ambas modalidades de rito (el moderno y el tradicional), de tal modo que se produzca una mutua influencia positiva, y lo mejor de cada uno se adhiriese al otro. Ese desideratum es, a juicio de Kwasniewski, inviable, pues:

«La reforma no necesita reforma, sino repudio con arrepentimiento. No es suficiente prescindir de los abusos o reintroducir elementos tradicionales a diestra y a siniestra, un poco de incienso aquí, un poco de violín allá, un introito hoy, ad orientem mañana. Tal cosa sería como amontonar pomadas sobre una herida gangrenada o tratar el cáncer con multivitaminas. No, lo que se necesita es algo mucho más radical»

Kwasniewski incide en que es impropio hablar de dos modalidades de un solo rito, pues lo cierto es que el Vetus Ordo de Pío V de 1570 responde a una tradición de siglos de la Iglesia (que se remonta a San Gregorio y hasta la misma época apostólica), mientras que el Novus Ordo es -en sincerísimas palabras del penúltimo Papa- «un edificio nuevo (…) se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del que estaba hecho el antiguo» (Mi vida, pág. 177). Como dice Kwasniewski, el Novus Ordo, es un producto manufacturado de expertos, que no pudo reemplazar al antiguo rito precisamente por eso, porque no es una lógica evolución de lo anterior sino un nuevo comienzo; es -si el oximoron lo permite- una «tradición nueva» (pág. 168). Con sarcasmo, afirmará nuestro autor que:

«El rito moderno de Pablo VI, risiblemente declarado por el papa Francisco y Arthur Roche «la única expresión de la lex orandi del rito romano» se ha consolidado como una pseudo-tradición de vernacularidad, «versus populismo», informalidad, banalidad y horizontalidad» (pág. 416).

Que desde círculos conservadores se siga proponiendo esa vía media de la «reforma de la reforma» es un profundo error: «No sólo está muerta, sino profundamente enterrada» (pág. 417). El reciente motu proprio «Traditiones custodes» (2021) fue su siniestro sepulturero. Como dice el mismo Kwasniewski en otra de sus obras -un espléndido librito titulado «La verdadera obediencia en la iglesia (2021)-: 

«Paradójicamente, Traditionis Custodes ha corroborado la clásica afirmación tradicionalista de que se ha producido una ruptura entre la Iglesia de siempre y la Iglesia conciliar o, como mínimo, entre el culto que ofrece cada una de ellas. A pesar de ello, en este caso la que sale perdiendo no es la de siempre, con sus dogmas inmutables y su grandiosa liturgia. Quien tiene que perder es la advenediza, la impostora, la de ayer por la tarde».

Concluyo ya. A pesar de algunas expresiones excesivas, el libro de Kwasniewski tiene razón cuando nos dibuja el dramático momento de nuestra fe católica y verdadera, y cómo esa crisis -como ya destacó Benedicto XVI- se vincula al cambio litúrgico. En estos tiempos recios no caben ya componendas. Las cartas de cada uno están encima de la mesa. Y que nadie piense que los católicos tradicionales (cada vez más en número y calidad) se retirarán de la mesa de juego, harán trampas o romperán  la baraja (como se afirma -y se desea- de mala fe en tantos círculos eclesiales). Jugamos con la honradez y la sabiduría de quienes nos precedieron, y de los que ahora sabemos que triunfaron aun en sus derrotas (como nuestro único modelo, un Crucificado al que amamos sobre todas las cosas y hacemos presente en cada Misa). Y perseveraremos siempre en la buena luchallegaremos a la meta y conservaremos la fe  (2 Tim. 4,7).Y todo ello a pesar de que el presidente de la mesa cambie a su gusto las reglas: 

«Si el Papa no respeta la tradición, o no la transmite sin entrometerse en ella y confundirla, nosotros, movidos por nuestro amor a nuestros antepasados en la fe y por nuestra dignidad de hijos de Dios y herederos de su reino, defenderemos la tradición católica, la sostendremos, viviremos según ella y la transmitiremos intacta» (pág. 418).

Por Luis López Valpuesta

«LA TRADICIÓN COMO LA NORMA FUNDAMENTAL». Prof. Peter Kwasniewski

A continuación, reproducimos un extracto del primer capítulo del recomendado y reciente libro del Dr. Kwasniewski, El rito romano de ayer y del futuro (Os Justi Press, 2023).

El extracto del libro ha sido publicado por la web Marchando Religión, la cual contiene diversos artículos de este prolífico autor católico tradicional.

Asimismo, se pueden encontrar más libros en español del profesor norteamericano en el siguiente enlace a nuestra web: Sacristía | Misa Tradicional | Una Voce Sevilla

“La Tradición como la norma fundamental”

Cada vez que se celebra una liturgia cristiana, se recita o canta diversas oraciones, himnos y lecturas, y varias personas realizan acciones de carácter o práctico o simbólico. Muy probablemente, la acción incluirá también diversos objetos, utensilios y ornamentos especiales.

Si les echamos una mirada desde gran altura, las liturgias cristianas tienen, en su mayor parte, mucho en común: un ministro que las dirige, algunas personas que lo secundan, la Biblia, y pan y vino. Pero, como dice el adagio, “el diablo está en los detalles”. Lo cual es, en cierto modo, poner la idea al revés, porque es más bien Dios, creador y providente Señor, el que está muchísimo más en los detalles. Al contrario de lo que ocurre con las conferencias del papa en los aviones, la liturgia no se da normalmente a gran altura, sino que es algo sumamente concreto, articulado y definido; no puede ser genérica o vaga, sino que debe comprometerse con éste o aquel camino específico. Surge así una importante cuestión: ¿cómo debiera celebrarse la liturgia cristiana? ¿es algo que vamos creando a medida que avanzamos? ¿le encargamos a alguien que la invente para nosotros? ¿reunimos a un comité y le pedimos que prepare esquemas que, a continuación, votamos? ¿o podemos encontrarla completa en alguna parte y la tomamos con gratitud, de modo que, en vez de desperdiciar nuestras energías o de reinventar la rueda, podemos dedicarnos a darle, a este don que hemos recibido, el uso más devoto y bello?

Hubo un tiempo en que los católicos tenían, para la pregunta “¿Cómo debe celebrarse la liturgia?”, una respuesta plenamente convincente. Y la respuesta era sencilla: tradición. Recibimos nuestra liturgia de la tradición apostólica, desarrollada por un pacífico uso a lo largo de los siglos. Debido a que los apóstoles se reunieron en torno a Cristo en el cenáculo, nuestros ritos cultuales tendrán siempre ciertos rasgos comunes; debido a que los apóstoles se dispersaron por todo el mundo y fundaron iglesias locales donde quiera que llegaron, nuestros ritos son también diversos –tan diversos como diversos son el griego y el latino, el copto y el eslávico, el ambrosiano, el romano, el mozárabe–. Pero la intuición fundamental o instinto de los católicos es siempre buscar la tradición, de modo de estar seguros de que lo que hacemos y cómo lo hacemos, se funda, todo lo posible, en precedentes: precedentes de miles de santos, de innumerables iglesias y capillas de la Cristiandad, de incontables ejércitos de sacerdotes, monjes, monjas y laicos. Cada uno de los veintiún concilios ecuménicos de la Iglesia católica fue solemnizado con una liturgia que ya era considerada tradicional por los respectivos padres conciliares, ya fuera la primitiva liturgia griega de Nicea o el rito tridentino del Segundo Concilio Vaticano.

No es un problema menor el que, contra esta práctica unánime de dos mil años de cristiandad apostólico-sacramental, tanto oriental como occidental, la respuesta actual a la misma pregunta “¿Cómo debe celebrarse la liturgia?”, se haya convertido en algo controvertido, divisivo, explosivo. Y se ha llegado a ello por una sola razón: se ha repudiado la normatividad de la tradición. Quienes rehúsan ser guiados por ella han caído en una arbitrariedad de la cual no hay cómo escapar, salvo por nuevas decisiones y acciones arbitrarias. Por eso ya es tiempo de repensar nuestra pregunta fundamental desde sus bases mismas.

Todos los capítulos de este libro aspiran a contribuír a esta empresa. El presente capítulo proclamará dos principios: primero, el papel constitutivo, en términos generales, de la tradición en el catolicismo y, segundo, más específicamente, la importancia de mantenerse fieles a las tradiciones que se ha practicado desde hace largo tiempo y nos han sido transmitidas, aunque no sean parte del depósito de la fe. Mi tesis es doble. En primer lugar, las tradiciones eclesiásticas, especialmente en lo referente a las “externalidades” de la liturgia en su desarrollo a lo largo del tiempo, deben ser respetadas y conservadas porque están íntimamente conectadas con el contenido y con la recta práctica de la religión. Y, en segundo lugar, después de un período de más de medio siglo en que esa relación se ha aflojado o negado, existe un creciente número de católicos que se están encontrando, por primera vez, con tradiciones “redivivas” y las están experimentando como algo que es justo y bueno, supuestas las verdades en que creemos y los misterios que veneramos. El éxito de este “revival”, en unos tiempos de drástica declinación de la práctica religiosa, proporciona una prueba empírica de que las llamadas “externalidades”, defendidas por los amantes de la tradición, siguen siendo y siempre serán un camino eficaz para unirse a Dios.

Manteneos firmes y guardad las tradiciones

Hace algún tiempo no hubiera causado ningún revuelo afirmar que el catolicismo es, inherentemente, una religión de tradición. Esta realidad es una de las más importantes objeciones que le hizo el protestantismo, el cual, luego de haber optado por la sola scriptura, realizó el poco sorprendente descubrimiento de que mucho de lo que la Iglesia católica enseña y practica no se encuentra verbatim en la Biblia. Tal descubrimiento no hubiera alterado para nada a los seguidores del apóstol Pablo, que escribió a los corintios: “Os alabo de que en todo os acordéis de mí y retengáis las tradiciones que yo os he transmitido” (1 Cor. 11, 2), y a los tesalonicenses: “Manteneos, pues, hermanos, firmes, y guardad las tradiciones que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta” (2 Tes. 2, 15).

Los Padres de la Iglesia insisten en este punto con su habitual vehemencia. En su tratado “Sobre el Espíritu Santo”, publicado en 375, San Basilio Magno escribe: “De los dogmas y proclamaciones que se guardan en la Iglesia, algunos los recibimos de la enseñanza de las Escrituras, y otros los hemos recibido en misterio como enseñanzas de la tradición de los Apóstoles. Ambos tienen el mismo poder respecto a la verdadera religión. Nadie negaría estas ideas, al menos nadie que tenga alguna experiencia de las instituciones eclesiásticas. Porque si procuramos rechazar las costumbres no-escriturales [agraphos] como sin significado, podríamos perder, sin darnos cuenta, las partes vitales del Evangelio, e incluso más: lo proclamaríamos sólo nominalmente”1.

San Basilio da algunos ejemplos de las cosas que los cristianos creen por tradición, algunas de las cuales puede que sorprendan al lector moderno:

Por ejemplo –mencionaré la primera y más común– ¿quién ha aprendido por las Escrituras que los que esperan en Nuestro Señor Jesucristo deben ser marcados por la señal de la cruz? ¿Qué texto de las Escrituras nos enseña a volvernos hacia el Oriente para orar? ¿Qué santo nos ha dejado un relato de las Escrituras sobre las palabras de la epiclesis en la manifestación del pan de la Eucaristía y del cáliz de bendición? No nos satisfacemos con las palabras [Eucarísticas] que el Apóstol o el Evangelio mencionan, sino que añadimos otras palabras antes y después de las de ambos, ya que hemos recibido la enseñanza no-escritural de que estas palabras tienen gran poder en relación con el misterio. Bendecimos el agua del bautismo y el aceite del crisma además de bendecir al que va a ser bautizado. ¿Con base en qué Escritura? ¿No es acaso por el secreto y la tradición mística? Pero, ¿por qué? ¿Qué autoridad de la Escritura enseña la bendición del aceite mismo? ¿De dónde viene que hay que sumergir al hombre tres veces? ¿Cuánto hay del ritual bautismal que se refiere a la renuncia a Satanás y sus ángeles, y de qué texto de las Escrituras proviene? ¿No proviene acaso del secreto y enseñanza no hablada, que nuestros padres guardaron con un sencillo y escueto silencio, ya que se les enseñó muy bien que la solemnidad de los misterios se respeta con el silencio? Si todas estas cosas no deben ser vistas por los no iniciados, ¿cómo podría ser apropiado que esta enseñanza se publique abiertamente por escrito?.

Otro Padre de la Iglesia, San Vicente de Lerins, alrededor del año 434, en su gran tratado “Commonitorio para la antigüedad y universalidad de la fe católica, contra las profanas novedades de todas las herejías” (título que habría enorgullecido a Hilaire Belloc), dice lo siguiente:

Mantén el depósito. ¿Qué es el depósito? Es lo que se te ha confiado, no lo has creado tú mismo; es materia no de inteligencia, sino de aprendizaje; no de adopción privada sino de tradición pública; una materia que te ha sido entregada, no que has propuesto tú, por lo que estás obligado a ser no autor sino guardián, no un maestro sino un discípulo, no un guía sino un seguidor. Mantén el depósito. Conserva inviolado e inadulterado el talento de la fe católica. Que siga en tu posesión lo que se te ha confiado, y transmítelo. Has recibido oro, y entrega oro a tu vez. No sustituyas una cosa por otra. No sustituyas desvergonzadamente el oro por plomo o bronce. Entrega oro verdadero, no un simulacro2.

Se podría multiplicar indefinidamente estas citas. Los Padres de la Iglesia entienden el cristianismo como una religión social y jerárquica en que a ciertos hombres –los Apóstoles y sus sucesores– se les ha confiado los dogmas, las prácticas litúrgicas y los juicios morales destinados a ser transmitidos fielmente de una generación a la otra.

Un depósito en palabras y símbolos

El siguiente es un punto clave: la verdad y la forma de vida reveladas por Dios fueron, en su totalidad, depositadas primeramente en la tradición, es decir, en la mente de los hombres que Dios eligió como sus confidentes, y sólo posteriormente se puso una parte por escrito, a discreción de aquéllos a quienes se había confiado el depósito. Debemos alejarnos de toda noción de una Biblia, o un catecismo, o una Summa que caen a las manos de los Apóstoles desde el cielo. La revelación fue una clara luz espiritual que Dios implantó en la mente de Sus instrumentos, confiándoles la tarea de explicarla con sus palabras habladas y de poner una parte de ella por escrito para beneficio de auditorios lejanos o futuros. Pero es claro que habría sido imposible ponerla toda por escrito: San Juan nos dice en el capítulo 21 de su Evangelio que “Muchas otras cosas hizo Jesús, que, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros”. Ni los Apóstoles ni los Padres de la Iglesia pensaron que debían o podían poner por escrito todo lo concerniente al misterio de la vida en Cristo. La Iglesia conserva en su corazón maternal algunos recuerdos que son demasiado profundos para ser dichos con palabras, y también algunas realidades que encuentran expresión en signos y símbolos más que en un lenguaje escrito.

Por ejemplo, los cristianos, durante siglos, rindieron culto ad orientem, de cara al oriente, antes de que a nadie se le ocurriera dar una explicación escrita de por qué lo hacían así, e incluso sólo existen tales explicaciones porque, aquí o allá, algún Padre de la Iglesia, como San Basilio Magno, decidió mencionar la costumbre al pasar mientras defendía un determinado dogma. El hecho es que dar culto ad orientem no es una doctrina, aunque tiene fundamentos e implicaciones doctrinales: no es una declaración o afirmación o texto que podemos analizar; es una postura corporal, una acción que realizamos, una actitud sin palabras que asumimos con todo nuestro ser. En este sentido es pre-doctrinal, pre-verbal, pre-conceptual; y esta es la razón por la que es tan fundamental. Las primeras cosas que los seres humanos reciben después de nacidos y durante su infancia no son compuestos de sujeto-predicado, sino sencillas imágenes sensibles; el lenguaje y el pensamiento crecen lentamente en nosotros, pero el rostro de nuestra madre que se inclina sobre nosotros amorosamente está ahí desde el comienzo, inmediato, palpable, dominante y decisivo. Los símbolos fundamentales de la liturgia son también así: nos entrenan antes de que nos demos cuenta de que estamos siendo formados por ellos; determinan nuestros pensamientos antes de que los pensemos; imprimen la verdad en nuestros ojos, oídos y nariz, en nuestras manos y en nuestras rodillas. Los gestos, las posturas y los objetos del culto cristiano son, por esto, no menos importantes que los textos de la liturgia; en realidad son, de muchas formas, más importantes. Por ejemplo, una Misa en que los fieles se arrodillan durante largos períodos de silencio afirma más poderosamente la presencia de Dios oculta, misteriosa y terrible que una Misa en que el silencio y el arrodillarse son menos importantes o incluso faltan. Una Misa con incienso tendrá inmediatamente un carácter sagrado más elevado que una Misa sin incienso. “Séate mi oración como incienso en tu presencia, y el alzar a ti mis manos como oblación vespertina” (Salmo 140, 2; Apocalipsis 8, 3-4). El Ofertorio de la Misa de Corpus Christi adapta un pasaje de Levítico 21, 6 a los ministros de la Nueva Alianza: Sacerdotes Domini incensum et panes offerunt Deo: et ideo sancti erunt Deo suo, et non polluent nomen ejus, alleluia. “Los sacerdotes del Señor ofrecen a Dios incienso y panes; por tanto, serán santos para su Dios, y no profanarán su nombre, alleluia”. ¡Cuánto comunican el aromático y ondulante humo, el movimiento deliberado de las manos, el ángulo de la cabeza, la dirección de la mirada, la elevación de un cáliz!3. Debemos tomar en serio el despliegue de manifestaciones no verbales de la tradición, ya que también estas cosas nos han sido transmitidas por nuestros antepasados, y llevan consigo la verdad del Evangelio.

Diferentes clases de tradición

La palabra “tradición” deriva de trans y dare, entregar algo. Para que algo sea tradicional debe haber sido establecido por la autoridad correspondiente y transmitido y recibido por otros. Unos de los mejores textos de estudio del siglo XX, el Manuale Theologiae Dogmaticae, de Jean-Marie Hervé, distingue cuatro clases de tradiciones: las provenientes del Señor o dominicales, las de carácter apostólico-divino, las de carácter apostólico-humano, y las eclesiásticas. Una “tradición dominical” es la que ha sido establecida por el mismo Cristo, como la indisolubilidad del matrimonio y la necesidad de ayunar. Las tradiciones “apostólico-divinas” abarcan las que el Espíritu Santo inspiró a los Apóstoles que introdujeran en la Iglesia como parte de la constitución de ésta; por ejemplo, la ordenación de diáconos y la primera fijación de la liturgia, que habría de desarrollarse, con el paso del tiempo, hasta dar origen a las familias de ritos orientales y occidentales. Las tradiciones “apostólico-humanas” son, en cambio, las que los Apóstoles mismos consideraron adecuado instituír, en cuanto representantes de Cristo, como, por ejemplo, los tiempos en que los cristianos deben practicar el ayuno y la abstinencia. Finalmente, las tradiciones “eclesiásticas” comprenden todo lo que la Iglesia ha instituído o ha adoptado después del tiempo de los Apóstoles (e.g., la duración exacta del Adviento y de la Cuaresma, las octavas de Navidad, Pascua y Pentecostés, los días de rogativas, y las vestiduras que deben ser llevadas por el clero en el altar”4.

Los cuatro tipos de tradición poseen en común lo siguiente: tienen su comienzo en alguna autoridad (Cristo, el Espíritu Santo, los Apóstoles, la Iglesia) y son continuamente transmitidas, preservadas y fomentadas. El Depósito de la Fe, el conjunto total de las tradiciones dominicales y apostólico-divinas, no admiten cambio; son establecidas en plenitud desde su promulgación, que termina con la muerte del último Apóstol. Las tradiciones apostólico-humanas tuvieron sólo cierto nicho en el que se las pudo establecer, y después de la muerte de San Juan, ya no pueden ser modificadas: sólo pueden ser abandonadas. Las tradiciones eclesiásticas constituyen la categoría más compleja.

Las dos primeras categorías, las dominicales y las apostólico-divinas, pueden llamarse Tradición con una T mayúscula: en su origen y contenido son divinas y, como Dios mismo, inmutables. Las últimas dos categorías, las apostólico-humanas y las eclesiásticas, pueden llamarse humanas más que divinas, pero con la importante aclaración de que nacen bajo la guía divina y poseen cierto grado de autoridad divina. Aunque las tradiciones eclesiásticas se desarrollan y cambian, la coherencia de la práctica de la Iglesia católica a lo largo de los siglos –que no sería exagerado calificar de norma o principio– ha significado prolongar todo lo que ya es parte de su vida, y tanto más cuanto más universalmente dichas tradiciones permean al cuerpo de fieles5. De lo anterior se derivan dos corolarios. Primero, mientras más prolongada sea la tradición, más certeza se tiene de que es verdadera, conveniente, y beneficiosa. Segundo, debe admitirse las nuevas prácticas sólo cuando refinan, cristalizan, amplían o destacan de algún modo las tradiciones ya existentes. Las prácticas bien establecidas y que han durado por mucho tiempo reciben el nombre de usos, y operan como leyes, con estatus normativo y fuerza obligatoria en una colectividad. Cuando una costumbre es tan antigua y/o extendida que nadie recuerda su introducción (con frecuencia no habrá recuerdo de quién la introdujo o dónde o cuándo), se la denomina inmemorial, y es, por tanto, venerable.

La gran veneración que la Iglesia tiene por sus tradiciones se hace presente en las siguientes palabras del Concilio de Trento, que alaban al Canon romano:

Y siendo conveniente que las cosas santas se manejen santamente; constando ser este sacrificio el más santo de todos; estableció muchos siglos ha la Iglesia católica, para que se ofreciese, y recibiese digna y reverentemente, el sagrado Canon, tan limpio de todo error, que nada incluye que no dé a entender en sumo grado, cierta santidad y piedad, y levante a Dios los ánimos de los que sacrifican; porque el Canon consta de las mismas palabras del Señor, y de las tradiciones de los Apóstoles, así como también de los piadosos estatutos de los santos Pontífices6.

En esta cita encontramos recogidas todas las esferas de la tradición: la dominical (“las mismas palabras del Señor”), la apostólico-divina y la apostólico-humana (“las tradiciones de los Apóstoles”), y la eclesiástica (“los piadosos estatutos de los santos Pontífices”). El Concilio de Trento ofrece, para nuestra admiración y adhesión, la más perfecta ilustración de la corrección de la antiquísima práctica cultual de la Iglesia, es decir, el texto litúrgico central y definitivo del sacrificio Eucarístico en todos los ritos occidentales, completado en el año 604.

Prof. Peter Kwasniewski

INFORMACIÓN SOBRE EL LIBRO

Peter Kwasniewski. El rito romano de ayer y del futuro: El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio. Lincoln, NE: Os Justi Press, 2023. 478 páginas, con 8 ilustraciones y 3 diagramas. Disponible en tapa blanda, tapa dura o libro electrónico.

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Puede adquirirse directamente del editor: El Rito Romano de Ayer y del Futuro – Os Justi Press

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1 San Basilio, On the Holy Spirit, 27:66.

2 San Vicente de Lérins, Commonitorium, c. 22, n. 53.

3 Ver Romano Guardini, Sacred Signs.

4 San León Magno atribuye las Témporas a los Apóstoles.

5 La significación de este principio se aprecia cuando consideramos que el Missale Romanum de Pío V, promulgado en 1570, se diferencia muy poco de los misales que ya habían sido usados desde muchos siglos antes, y posteriormente siguió siendo de uso universal en toda la Iglesia católica romana durante cuatrocientos años. Su abolición, por tanto, fue un magnífico ejemplo de desprecio por la tradición eclesiástica. En realidad, sería difícil concebir un acto más temerario y anticatólico que esta arrogante eliminación de la riqueza acumulada durante siglos de culto público y de piedad personal.

6 Concilio de Trento, sesión XX, cap. 4.

CRÓNICA DE LA MISA TRADICIONAL CELEBRADA EL JUEVES DE PASCUA EN SEVILLA (FSSP)

El pasado jueves día 13 de abril, Jueves de la Octava de Pascua de Resurrección, se celebró en Sevilla Santa Misa cantada según el rito Romano tradicional, con ocasión de la visita de un sacerdote y un grupo de trece seminaristas de diferentes nacionalidades -4 españoles-, pertenecientes a la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, que cursan sus estudios en el seminario de este Instituto en Wigratzbad, situado en la región de Baviera (Alemania), quienes se encontraban en peregrinación por distintos lugares de Andalucía y Portugal. Tras visitar nuestra ciudad, se celebró Misa tradicional en el Oratorio Escuela de Cristo, a las ocho y media de la tarde, participando en la celebración litúrgica más de un centenar de personas, en su mayoría jóvenes; entre ellas, los miembros de la Junta Directiva de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda, estando presentes una gran parte de sus asociados y simpatizantes.

La Misa fue celebrada y predicada por el padre venezolano don Felipe Pérez (FSSP); acolitada y cantada en gregoriano, con las melodías del ordinario y el propio de la festividad litúrgica, por los referidos seminaristas, quienes además fueron acompañados por un grupo de seminaristas del Instituto del Buen Pastor que se encontraban de visita ese día en nuestra Ciudad.

El ambiente de adoración, misterio, solemnidad y recogimiento vivido por los allí presentes recordó aquellos Triduos Sacros de Semana Santa que durante siete años consecutivos se celebraron en el mismo lugar con la colaboración de Una Voce Sevilla.

Tras la finalización de la Misa compartimos un refrigerio en el Barrio de Santa Cruz con el sacerdote y los seminaristas, de forma que pudimos celebrar con ellos la Pascua de Resurrección y tener una provechosa tertulia. Hemos de destacar que parte de los seminaristas que nos visitaron son andaluces; entre ellos nuestro querido y amigo sevillano don Rodrigo López, don Francisco Ariza y don Javier Martínez, ambos cordobeses. Rezamos por ellos y por las vocaciones sacerdotales.

Se da la circunstancia que la Misa tradicional ha vuelto a celebrarse en el Oratorio Escuela de Cristo -que fue sede de la Asociación Una Voce Sevilla- dos años y medio después de la promulgación, por el entonces arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, del Decreto que restringía la celebración de la Misa tradicional en la archidiócesis hispalense a un solo templo y un solo sacerdote. Decreto que, según la opinión de varios juristas, podría estar derogado desde la entrada en vigor del motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco el 16 de julio de 2021, en virtud de lo establecido en el canon 33.2 del Código de Derecho Canónico.

Agradecemos a nuestro arzobispo, don José Ángel Saiz Meneses, la acogida paternal dispensada al sacerdote celebrante y grupo de seminaristas, y esta atención pastoral recibida por los fieles de la Misa tradicional en la Sede de San Isidoro.

UNA VOCE SEVILLA

A continuación, les ofrecemos más fotos y vídeos realizados por la comunidad de fieles de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda.

Seminaristas del Instituto del Buen Pastor