SOBRE EL CATECISMO CONTRARREVOLUCIONARIO DE MONS. SCHNEIDER (y IV)

Finalizamos con esta cuarta parte, los artículos publicados por don LUIS LÓPEZ VALPUESTA dedicados al interesante libro del obispo Athanasius Schneider titulado «CREDO. COMPENDIO DE LA FE CATÓLICA», y en concreto a la parte que aborda los Sacramentos y el Culto, titulada: «El culto divino: Ser santo»

Como explica a continuación «los actos de culto incluyen todos los medios de santificación, es decir, todas las formas en que honramos a Dios y nos santificamos» (III,1,2). Esos medios son la oración (entramos en comunión con Dios y suplicamos su Gracia), los sacramentos (que significan y producen esa misma Gracia), y la liturgia o el culto público de la Iglesia (que regula la oración pública y los sacramentos) (III,12,2). Señalaré a continuación algunos puntos importantes o clarificadores:

1º.- ERRORES sobre la GRACIA y la JUSTIFICACIÓN.- Frente al error moderno del naturalismo (exclusión y a veces la negación de todo el orden sobrenatural, lo que implica considerar al hombre y a la naturaleza como autosuficientes, II,1,11-12), Monseñor Schneider afirmará rotundamente la necesidad de la Gracia para elevarnos sobre nuestra condición humana, para disfrutar de la amistad y comunión con Dios y para nuestra salvación. La Gracia es un «don sobrenatural que Dios nos concede gratuitamente -sin que tengamos derecho a ella y sin que Dios esté obligado a concederla- por los méritos de Jesucristo para nuestra salvación o en orden a la realización de alguna tarea» (III,1,5). Aun así, Dios, por su inmensa bondad siempre la concede a todos los hombres para hacer lo necesario en las circunstancias de nuestra vida para alcanzar el cielo, aunque puede «frustrarse si nos resistimos culpablemente a ella» (III,1,23).  «Dios desea que todos los hombres se salven» (1 Tim. 2,4), pero «que correspondamos o no a ese don divino es cuestión de nuestra libre decisión» (III,1,31). Ahora bien, nos advierte Monseñor Schneider que la infidelidad a la gracia puede «disminuir la frecuencia y la fuerza de las gracias que nos dan”. «Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros» (St. 4,8) (III,1,30).

Vinculado con el naturalismo, nuestro autor citará el neopelagianismo«la noción de que el hombre es salvado simplemente por las buenas obras morales, con independencia de su cooperación con la gracia divina y la fe salvadora». Éste es el «error más común acerca de la Gracia en nuestro tiempo» (III,1,15), lo que puede constatarse haciendo una simple encuesta, y no precisamente entre ignorantes de nuestra fe, sino a cristianos que incluso frecuentan los sacramentos. Otro error, opuesto a éste y propio de los protestantes, es la negación de la cooperación humana a la Gracia, pues consideran que «la voluntad libre, sin ayuda de la gracia de Dios sólo puede pecar«. Ese grave yerro de naturaleza antropológica y teológica convierte al hombre en un títere, en un ser indigno sin libertad, y a Dios en un juez injusto que crea a seres humanos para castigarlos eternamente sin relación a sus actos libres pecaminosos. Fue fulminado este dislate en el Concilio de Trento.      

Para describir nuestro paso del estado de pecado al de gracia, se usa el término Justificación (III,2,45). Cada uno de los cristianos debemos ser conscientes (y más aún, llevarlo grabado a fuego en nuestras almas) que «La resurrección del hombre pecador y su paso al estado de gracia divina es un milagro mayor que la resurrección de los muertos a la vida; de hecho, es un milagro mayor que la creación del universo material» (III,1,47).

2º.- LA ORACION CRISTIANA.- La oración «es una elevación de la mente y del corazón a Dios para adorarle, darle gracias, pedirle perdón y solicitar su gracia» (III,3,64).  La importancia de la oración en la vida cristiana radica en el hecho de que «no podemos hacer nada sobrenaturalmente bueno sin ayuda de la gracia de Dios, que debe buscarse mediante la oración» (III,3,75). Por ello Nuestro Señor nos recuerda que «es necesario orar siempre» (Lc. 18,1), «sin cesar»  (1 Tes. 5,17) (III,3,77). Y esta necesidad de oración muestra el orden de la Providencia, pues «Dios da fertilidad a los campos, pero quiere que los labremos y cuidemos; nos da capacidades intelectuales, pero exige que estudiemos; y de manera similar, Dios quiere nuestra salvación, pero con la condición de que nosotros también la queramos, y operemos con su gracia a través de la oración» (III,3,76).

Remito a los espléndidos consejos sobre las circunstancias, características y cualidades de la oración cristiana en (III,3,78-105). Pero quiero destacar especialmente la prelación de bienes que debemos pedir en oración: el primero de todos es «la vida eterna y la caridad sobrenatural que nos conduce a ella». Todos los demás bienes «los deberíamos desear sólo como medios para ganar el cielo» (III,4,88). Por tanto, todas nuestras necesidades temporales de cualquier índole, debemos siempre pedirlas condicionalmente, esto es, si no son obstáculos para nuestra salvación y humildemente, con perfecta sumisión a la voluntad de Dios» (III,4,89). El cristiano debe hacer su oración «en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo (…) pidiendo aquellas bendiciones que Él ha merecido para nosotros y estando profundamente convencidos de que él ora en nosotros» (III,4,92)

Y en relación con este último consejo, un aviso a navegantes de nuestro tiempo. «Cualquier camino de oración que busque la unión con Dios al margen de la sagrada humanidad de Jesucristo, el Verbo encarnado, es incompleto y engañoso: Nadie va al Padre sino por Mí (Jn. 14,6)». (III,4,123). Por lo tanto no debemos practicar formas «cristianizadas» de yoga, zen u otras formas de oración paganas, puesto que «no pueden practicarse de manera segura, ya que están inherentemente vinculadas a una forma falsa de adoración y a los engaños del diablo» (III,4,124). 

3º.- LOS SACRAMENTOS.- «Lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios«. Esta cita que nuestro catecismo toma de San León Magno, explica con inmensa simplicidad y belleza que el Señor, tras su vida como hombre, quiso dar continuidad  a esa presencia entre nosotros hasta el fin de los tiempos a través de signos sacramentales. «Éstos son como la humanidad de Nuestro Señor, y las gracias que transmiten son como la Divinidad oculta bajo ella» (III,6,166).  Las razones por las que así lo decidió el Señor las explica magistralmente Santo Tomás, y están recogidas en el catecismo (III,6,167): «1. La condición del hombre, de cuya naturaleza es propio dirigirse a las cosas espirituales e inteligibles mediante las corporales y sensibles. 2. Al pecar el hombre, su afecto quedó sometido a las cosas corporales, y debe aplicarse la medicina donde está la enfermedad. 3. Dado el predominio que en la actividad humana tienen las cosas de orden material, le fueron propuestos al hombre en los sacramentos algunas actividades materiales para que, ejercitándose en ellas provechosamente, evite la superstición como es el culto a los demonios o cualquier otra práctica nociva y peligrosa».

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Son siete los sacramentos, porque «reflejan en el orden espiritual las diversas necesidades de nuestra vida corporal» (III,6,172). Nacemos a la vida sobrenatural por el bautismo; la fortalecemos mediante la confirmación; la alimentamos con la Santa Eucaristía; somos sanados o incluso resucitados si nuestra alma está muerta por el pecado mortal con la penitencia; preparados a la muerte con la extrema unción; gobernados en la sociedad espiritual de la Iglesia con las sagradas órdenes, y fomentamos dicha sociedad mediante el sacramento del matrimonio (III,6,173).

Del capítulo 7 al 13 de esta tercera parte, Monseñor Schneider explicará con detalle cada uno de los siete sacramentos. Me limitaré a recoger aquella parte de su enseñanza que, a mi juicio, más pueden ayudar a disipar los desenfoques y errores actuales sobre cada uno de ellos.

1º.- BAUTISMO.- La importancia del bautismo es tal que «ningún otro sacramento puede recibirse antes del bautismo, no puede repetirse y nadie puede salvarse sin recibir sus efectos santificantes» (III,7,217). Y precisará luego que «aparte de por su signo sacramental ordinario (…) también puede ser recibido (…) mediante el perfecto amor a Dios (el llamado «bautismo de deseo») o el martirio por la verdadera fe (el llamado «bautismo de sangre») (III,7,234). El bautismo nos regenera en Cristo Jesús (III,6,234), borra el pecado original y los pecados actuales (III,7,236) y nos convierte verdaderamente en «una nueva criatura» (2 Cor. 5,17) (III,7,237). 

En una sección de su catecismo se pregunta nuestro autor por el destino de los no bautizados. Es un tema abierto teológicamente, pero del que sí se pueden aventurar algunas conclusiones: 1. Todo caso de salvación extraordinaria sólo y exclusivamente puede tener como causa los méritos de Nuestro Señor Jesucristo (III,7,253). 2. Dios «no consiente, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con etenos suplicios si no es reo de culpa voluntaria» (Pío IX, Quanto Conficiamur) (III,7,250). 3. Ningún no bautizado puede rechazar el pecado mortal y cumplir la voluntad de Dios sin su gracia (III,7,251). 4. Desgraciadamente no podemos asumir que haya muchos casos de salvación extraordinaria entre los no bautizados porque el mismo Señor nos advirtió «¿Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y qué pocos dan con ellos (Mt, 7,14). 5. El hecho de que sea posible que los no bautizados sean salvados, no implica que sea probable, por lo que se nos urge a todos los cristianos evangelizar (III,7,254). 6. En el caso de bebés no bautizados, Monseñor Schneider se acoge a la opinión teológica general: si bien no pueden alcanzar la visión beatífica, quizá sean «acogidos en una eternidad pacífica, una especie de visión indirecta o mediata de Dios» (Santo Tomás De malo q.5, a.5) (III,7,258). Aunque el autor no lo recoge, en nuestros días Benedicto XVI dio un argumento en favor de la salvación integral de esas criaturas (incluidas las abortivas) que sinceramente me convenció. Jesús dijo «Dejad que los niños se acerquen a Mí, no se lo impidáis» (Mt. 19,14).  

En cualquier caso, el error central de muchos es pensar que la naturaleza humana tiene derecho a la visión beatífica. Y concluye Monseñor Schneider: «Podemos pedirle a Dios que conceda a esos niños el milagro de la gracia santificante debido a su infinita misericordia, pero su destino en última instancia sigue siendo un misterio que confiamos a la amorosa Providencia de Dios» (III,7,259).  

2º-CONFIRMACIÓN.-  A través de este sacramento instituido por Cristo (Hch. 1,5), se nos otorga el Espíritu Santo con la abundancia de sus dones y hacernos cristianos perfectos (III,8,260). Por lo tanto, este sacramento «fortalece y completa la gracia del bautismo en nuestras almas» (II,8,261). 

Lo más llamativo de esta parte es el juicio severo que el autor hace al pentecostalismo, al Movimiento Carismático o Renovación Carismática. Lo considera -a mi juicio con bastante agudeza- como «un fenómeno nuevo -en cierto sentido una nueva religión- que se asemeja a herejías como el montanismo y que enfatiza la experiencia religiosa carismática, efusiva, sentimental e irracional». En definitiva, «un verdadero peligro espiritual en nuestro tiempo»(III,8,294).

Criticará -con idéntica lucidez- «el apoyo ocasional de miembros de la jerarquía de la Iglesia, que ven el movimiento como una supuesta «nueva primavera» de la Iglesia o una implementación del «espíritu» del Concilio Vaticano II» (III,8,295.) 

Frente a estos desmanes, propondrá la «sobria ebrietas Spíritus«, la ebriedad sobria del Espíritu Santo, un corazón ardiente unido a una mente guiada por la razón (III,8,300), considerando que la verdadera renovación de la Iglesia sólo se producirá «por un retorno a la auténtica y constante Tradición católica» (III,8,304).  El sentimentalismo tóxico, importado de movimientos ajenos a la tradición católica, pudre los cimientos de la fe.

3º.- EUCARISTÍA.- Monseñor Schneider dedica dos partes a este sublime sacramento, que perpetúa el sacrificio de la cruz (III,9,305): la Eucaristía como SACRAMENTO y la Eucaristía como SACRIFICIO. Probablemente sean, junto con las de la liturgia, las páginas más hermosas de todo su Compendio y eso que simplemente se limita a recoger ordenadamente lo que los católicos hemos creído y creemos sobre ese impresionante milagro de amor, que hace arrodillarse de una vez a las miríadas de ángeles del Cielo. No me es posible exponer tal o cual punto y dejar aparcados los demás, por lo que ruego la atenta lectura de esas imprescindibles páginas. 

De hecho, la dignidad de este sacramento hace que Monseñor Schneider critique algunos aspectos actuales de práctica sacramental, por ejemplo la actual consideración de los diáconos como ministros ordinarios de la comunión según el nuevo Código de Derecho Canónico (en contra de la tradición litúrgica de la Iglesia, que los consideraba extraordinarios), o que los laicos a día de hoy distribuyan la comunión de manera habitual en las iglesias (III,9,344-345). Más duro aún es su juicio sobre la denominada comunión en la mano. «Debemos recibir la Sagrada Comunión de rodillas (si nuestra condición física lo permite) y en la boca» (III,9,363); la «práctica actual de la comunión en la mano es espiritualmente dañina y ajena al patrimonio litúrgico católico (…) esa tradición fue inventada por los calvinistas para manifestar su rechazo a las órdenes sagradas y a la transubstanciación» (III,9,364); «atenta contra los derechos de Cristo (…); debilita la creencia y el testimonio en la encarnación y en la transubstanciación (…); facilita el robo y la profanación de Hostias consagradas” (III,9,365). En definitiva, no debería prolongarse el indulto (ordenado por Pablo VI), ni por «necesidades pastorales» ni por un presunto «derecho de los fieles». El único derecho es el «del Señor a tener la mayor reverencia posible» (III,9,366). 

Por último, enjuiciará duramente la prohibición de los ritos de culto público y los sacramentos debido a las preocupaciones sobre la salud pública. «Es una violación de los derechos de Dios y de los fieles, así como una subordinación de la ley suprema de la Iglesia -salus animarum, salud del alma- al cuidado de los cuerpos» (II,14,440).  Sin duda, tenía presente mientras redactaba esta crítica, la decisión -más cobarde que prudente-, de la jerarquía eclesiástica durante la pandemia del COVID, obedeciendo sin rechistar a las autoridades civiles, y sin tener en cuenta que «una prohibición general del culto católico excedería los límites del poder civil y violaría los derechos divinos y de su Iglesia» (II,15,487).

4º.- PENITENCIA.-  Explicó nuestro papa Francisco en 2015 que el sacramento de la confesión no debe ser una tortura para los católicos ni convertirse en un interrogatorio molesto e invasivo. Pero también criticó a confesores que confunden la misericordia con tener manga ancha. Por lo tanto «ni el confesor de mangas largas ni el confesor rígido son realmente ministros de la misericordia«. El primero porque dice al penitente «no hay pecado; el otro, porque le echa en cara que «la ley es ésta». 

Francisco hablaba aquí como un buen pastor que advertía de los dos peligrosos extremos en los que puede caer un confesor. Pero hay otro grave error, esta vez cometido por el fiel que va a confesarse y es pensar que con una mera mención de sus pecados sin arrepentimiento puede obtener el perdón. En realidad, lo que más deseamos los fieles ante este «incómodo» sacramento es alcanzar, además de los efectos sobrenaturales propios del mismo (el perdón de los pecados), «una paz sensible y una serenidad de conciencia» (III,10,476). Y eso sólo se logra, como explica Monseñor Schneider, mediante una confesión donde estemos verdaderamente compungidos de corazón por los pecados y los expongamos con sinceridad y claridad (en número y especie) (III,10,460); de ahí la necesidad de la contrición: «es absolutamente necesaria para la remisión de los pecados mortales, porque sin ella nos mostramos enemigos de Dios, que no puede mostrarnos su amistad si permanecemos impenitentes y obstinados en el mal  (III,10,479). Como recordó Juan Pablo II, «se reprueba cualquier uso que restrinja la confesión a una acusación genérica o limitada a solo uno o más pecados considerados más significativos» (III,10,466) 

Por otra parte, el sacerdote debe comportarse «como servidor justo y misericordioso, para contribuir al honor divino y a la salvación de las almas» (III,10,468). Por consiguiente debe conocer e identificar claramente «los pecados objetivamente graves del penitente, porque no es misericordia excusar o mentir sobre el pecado, y mucho menos dejar a los penitentes en estado de pecado debido a la negativa de un sacerdote de hablar como un padre autorizado y un médico atento, tareas confiadas por Cristo a cada confesor» (III,10,467). 

Finalmente, la última parte de esta sección se dedica a los sufragios e indulgencias. Llena de esperanza la certeza de saber que a la hora de nuestra muerte podemos obtener una indulgencia plenaria si «recibimos los sacramentos o, al menos, estamos contritos por nuestros pecados; invocamos el santo nombre de Jesús al menos en nuestro corazón, y aceptamos la muerte con sumisión a la voluntad de Dios y en expiación por nuestros pecados» (III,10,554).

5º.- UNCIÓN de ENFERMOS.- Aparte de advertirnos sobre las «grandes Misas de Sanación” como medio habitual de obtener este sacramento (por el peligro de que el fiel descuide el frecuente sacramento de la penitencia) (III,11,570), lo más relevante del mismo son las disposiciones aconsejables para recibirlo. Éstas inciden, una vez más, en la esencia teocéntrica de la fe cristiana, hoy tan aparcada: «1º.- Una gran confianza y esperanza en Dios, apoyándose en su poder, bondad y misericordia; 2º.- Una sumisión perfecta a su santa voluntad, ya que a los que aman a Dios todo le sirve para el bien (Rm. 8,28); 3º.- La disposición a ofrecer nuestras enfermedades y sacrificios a Dios como penitencia por nuestros pecados y ganar méritos» (III,11,573).

6º.- ÓRDENES SAGRADAS.- Frente a los errores protestantes y de una nueva teología «progresista» que pretende (por vía de hecho) equiparar el Orden Sagrado con el Sacerdocio común de los laicos, Monseñor Schneider citará a Pío XII, en una Alocución de 1954: «Es necesario afirmar firmemente que el sacerdocio común a todos los fieles, por elevado y digno que sea, difiere no sólo en grado, sino también en esencia (…)» (III,12,587).  Como destaca nuestro autor, de acuerdo al Concilio de Trento, el Orden Sagrado es un «sacramento instituido por Cristo, que produce una transformación permanente en el alma de un hombre, haciéndolo partícipe del divino sacerdocio de nuestro Señor, dándole el poder espiritual y la gracia para desempeñar dignamente las funciones sagradas» (III,12,585). En efecto, antes de la Última Cena, «los colocó (a los apóstoles) por encima de los demás discípulos; durante la misma «les dio poder para consagrar su Cuerpo y su Sangre» y, por último, tras la resurrección «les dio poder y jurisdicción para perdonar los pecados, predicar, bautizar y realizar todos los demás deberes sacerdotales» (III,12, 586).

Defenderá la diferencia entre órdenes mayores y menores (III,12,590-595); que «sólo el obispo y el sacerdote» pueden actuar «in persona Christi capitis«, y el celibato como «tradición inmemorial y apostólica»  (III,12,596-598). Aunque no los cita, parece aludir a los «sedevacantistas» cuando afirme «la validez de los nuevos ritos de ordenación introducidos por Pablo VI», dado que siguen siendo los mismos que en la ordenación del Rito Romano Tradicional» (III,12,602).

Por supuesto, rechaza rotundamente con toda la tradición de la Iglesia que una mujer pueda ser sacerdote o diácono. «1º.- Contrario a la Escritura como a la Tradición, ya que nunca se hizo en la Antigua Ley ni en el Nueva. 2º.- Inconsistente con el significado esponsal del sacerdocio, por el cual un hombre representa y extiende la presencia de Cristo, esposo de la Iglesia. 3º.- Opuesto al correcto ordenamiento de los sexos según el cual «la cabeza de todo hombre es Cristo, la cabeza de la mujer es el hombre» (1 Cor. 11,3) y ninguna mujer debe «enseñar y tener autoridad sobre el hombre» (1 Tim. 2,12). 4º.- Imposible, dada la enseñanza infalible de la Iglesia de que las mujeres no pueden ser ordenadas (carta Ordinatio Sacerdotalis de Juan Pablo II). (III,12,634 y 638-639 sobre los diáconos). Las cuatro razones -sobre todo la última- son suficientes para cerrar definitivamente el debate, aunque es de prever que a muchos/as no les guste, sobre todo la tercera.  

Es muy, muy crítico con la inclusión por el papa Francisco en el Código de Derecho Canónico (Canon 230) (2021) de la posibilidad de que mujeres reciban las órdenes menores de lectora y acólita (III,12,645), y lo explica con profundas razones de tradición que todo católico coherente debería meditar (III,12,644). Califica esta novedad como «ruptura grave y manifiesta con la tradición litúrgica ininterrumpida de la Iglesia oriental y occidental» (aunque ya había sido consentida esa práctica por vía de hecho, como también recuerda nuestro obispo, por Pablo VI, Juan Pablo II e incluso Benedicto XVI). Una ruptura, como muchas otras -por ejemplo, la comunión en la mano– que, primero tolerada, con el tiempo alcanza carta de naturaleza. Y añadirá que «en el futuro la Santa Sede sin duda deberá rectificar esa ruptura sin precedentes con la práctica universal de la Iglesia” (III,12,645).   

Cierra esta sección poniendo el ejemplo de la bienaventurada Virgen María quien «a pesar de haber sido la más digna de tal servicio, no hay ningún registro de que la Santísima Virgen María haya hecho (funciones litúrgicas) alguna vez». Y cita a San Epifanio que Chipre, que señala con rotundidad que «no fue del agrado de Dios (que ella fuera sacerdote). Ni siquiera se le confió la administración del bautismo, porque Cristo podría haber sido bautizado por ella y no por Juan» (III,12, 648-649).   

7º.- MATRIMONIO.-  Aunque elevado a sacramento por Cristo, el matrimonio es institución arraigada en el derecho natural que consiste en «la unión conyugal exclusiva, perpetua e indisoluble entre un hombre y una mujer, ordenada a la procreación y a la asistencia mutua entre los cónyuges» (III,13, 650). Como enseña Santo Tomás de Aquino «principalmente es un deber de la naturaleza y fue instituido antes del pecado y no como remedio« (III,13,655). Desgraciadamente, tras el pecado, un San Pablo pesimista propondrá «mejor casarse que abrasarse» (1 Cor. 7,9). 

El fin primero (finis operis) es la procreación y educación de la prole, y el fin secundario (finis operantis) es «la asistencia mutua, el amor mutuo y la cooperación de los cónyuges en el cumplimiento de sus deberes. La experiencia subjetiva de los esposos no cambia ni suplanta el fin objetivo mismo del matrimonio como ha sido declarado por el magisterio constante a lo largo de los siglos” (III,13,656-657).  Triple fin del matrimonio, por lo tanto, es: «1º.- el nacimiento de los hijos y la educación de ellos para la gloria de Dios; 2º.- la fidelidad mutua y 3º.- el matrimonio es un sacramento, o en otras palabras, manifiesta la unión indisoluble de cristo y su Iglesia» (III,13,658).

Es relevante su sección acerca de los «errores sobre el matrimonio»: frente a la novedad de Amoris Laetitia, rebate que «puedan crecer en gracia y caridad aquellos que se han divorciado y luego han contraído un nuevo matrimonio por la ley civil«, pues, dado que nos encontramos en una situación de «adulterio público»«no puede recibir la gracia santificante ni la salvación hasta que se arrepientan y se reconcilien con Dios» (III,13,704); se rechaza el uso de cualquier tipo de anticonceptivos,  incluyendo el abuso del método de la abstinencia temporal (III,13, 705-712); se insiste en la falta de autoridad del poder civil para redefinir la institución matrimonial, así como para introducir el llamado «matrimonio homosexual«, pues se hacen cómplices de «un pecado que clama al cielo  y coloca a la nación en el camino de la destrucción moral o física» (III,13, 714-715). La Iglesia nunca podrá bendecir tales uniones, por contrarias a la ley divina y natural (a pesar de lo que parece pretender Fiducia supplicans) (III,13,716), y ningún católico debe asistir a tales enlaces civiles (III,13,719). 

Finalmente, tratará de los efectos y deberes del matrimonio; de los cónyuges entre sí, de cada uno de ellos y de los padres con sus hijos. El marido es cabeza de familia y debe ejercer una autoridad y liderazgo prudentes, como imagen digna del amor providente y sacrificial de Cristo a su Iglesia (III,13,694). La mujer es el corazón del hogar, debe someterse a su marido como al Señor en las cosas legítimas (Ef. 5,25), mostrándole afecto y amoroso apoyo, desempeñando sus tareas domésticas con devoción y atención, siendo modesta y reservada en su comportamiento y vestimenta» (III,13,695). 

Es evidente que esos deberes propios del matrimonio cristiano son incomprensibles para los no cristianos (y hasta ofensivos dirán algunos), pero también son imposibles e irrealizables para los mismos cristianos sin el auxilio de la gracia. En un matrimonio natural puede existir amor, respeto y fidelidad entre los cónyuges, pero no esa entrega sobrenatural –sometiéndose  unos a otros en el respeto a Cristo (Ef. 5,21)- que lo habilita, por su carácter de sacramento, como un poderoso medio de santificación y futura salvación para ambos. Y además -como señaló León XIII- es un «primer seminario«, «semillero y fundamento mismo de las futuras vocaciones sacerdotales y religiosas» (III,13,722). Por último, la Iglesia, siempre ha elogiado a las familias numerosas, pese a alguna reciente y muy desafortunada comparación zoológica de Francisco (III,13,725). Les animo a leer detenidamente las bellísimas palabras tomadas de Pío XII, con la que cierra este sacramento (III,12,726). 

4º.- LA LITURGIA.- La fuerza de la Tradición católica, que se va desplegando a lo largo de este detallado catecismo, alcanza su cenit ya casi al final  cuando aborda el tema la liturgia. Aquí se pone de manifiesto la innegociable conciencia católica del autor, sabedor de que la liturgia es un misterio que se nos ha dado a los cristianos como un inmenso don. De hecho, para entender adecuadamente su importancia nos debemos remontar hacia su origen, pero ante ese inefable principio inaugural cualquier capacidad humana palidece, y el hombre sólo puede arrodillarse y adorar en silencio: «la liturgia tiene su origen en el eterno intercambio de amor entre las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que a su vez, es objeto de incesante adoración en el cielo» (III,15,758).

Esa liturgia celestial -que de manera grandiosa nos describe el Apocalipsis, con adoración, incienso, cánticos y silencio-, fue traída al mundo, bajo la providencia de Dios en la historia, primeramente en el sacrificio mosaico, y luego perfeccionada de manera definitiva por Nuestro Señor Jesucristo en el Sacrificio Eucarístico: «Sumo Sacerdote de la nueva y eterna alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales« (III,15,763).

Sólo siendo conscientes de lo que estamos hablando cuando tratamos de liturgia -y pocos católicos lo son hoy- podemos deducir dos inevitables corolarios:

El primero es que el fin principal de la liturgia «no es la instrucción o edificación del hombre (…) sino la glorificación de Dios». Así nos lo expresa el Apocalipsis: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos” (Ap. 513). Por supuesto, es también «fuente de instrucción y santificación para los que participan en ella», pero como aspecto subordinado y secundario (III,15,755).

El segundo es que la liturgia «no puede ser fabricada ni decretada; sólo puede recibirse humildemente, protegerse diligentemente y transmitirse con reverencia. Este es el principio apostólico rector: Tradidi quod accepi. Os transmití lo mismo que yo recibí» (1 Cor. 15,3)» (III,15,767). En consecuencia «sólo los ritos tradiciones gozan de esa santidad inherente; es decir, las formas litúrgicas que han sido recibidas desde la antigüedad y desarrolladas orgánicamente en la Iglesia como un solo cuerpo de acuerdo con el auténtico sensus fidelium y el perennis sensus ecclesiae (sentir perenne de la Iglesia), debidamente confirmado por la jerarquía (III,15,766).  Por lo tanto, la jerarquía eclesiástica (no puede) crear a voluntad nuevas formas litúrgicas, pues (…) «la continuidad litúrgica es un aspecto esencial de la santidad y catolicidad de la Iglesia» (III,15,765). 

Enlazando ambos aspectos, Monseñor Schneider considera con gran perspicacia que “la forma más común del culto centrado en el hombre se introduce en la liturgia con los abusos litúrgicos y las innovaciones”, las cuales, «incluso cuando no contienen ninguna falsedad objetiva, tales innovaciones -celebración de la Misa en un estilo protestante semejante a un banquete, como en un círculo cerrado, con bailes, espectáculos, estilos de organizaciones seculares o religiones paganas etc- socavan la Tradición constante de la Iglesia y vulneran los mismos ritos sagrados» (II,12,382-383). Como escribió Nicolás Gómez Dávila: «quién reforma un rito, hiere a un dios».

La Iglesia Católica fue fiel a esa regla a lo largo de la historia, y queda probado con la feroz condena del Sínodo de Pistoya (1786), perpetrado avant la lettre con la finalidad de simplificar los ritos, introducir el vernáculo y proferir en alto las oraciones: «temeraria, ofensiva a los piadosos oídos, insultante para la Iglesia y que favorece las injurias que profesan los herejes contra ella» (Pío VI, Auctorem fidei, 1794) (III,15,770). Todos los papas sentían temor reverencial ante la hipótesis de «suprimir un rito litúrgico de costumbre inmemorial en la Iglesia» (III,15,771), pues como afirmó Benedicto XVI -el añorado papa teólogo de exquisita sensibilidad litúrgica-, «lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso totalmente prohibido o incluso perjudicial» (III,15,770). 

Monseñor Schneider, además, enlaza la antigüedad del rito (los ritos tradicionales) con su santidad: «sólo los ritos tradicionales gozan de esa santidad inherente» (III,15,766). ¿Se insinúa un déficit de los actuales por las alteraciones litúrgicas introducidas tras el Concilio Vaticano II, especialmente la Nueva Misa? Es mucho suponer, pero llama la atención su significativo silencio ante la innovación del rito romano moderno (introducido por Pablo VI en 1969), salvo una mención crítica en otra parte del catecismo al Ofertorio moderno (al que aludí en un artículo anterior) (I,16,680). 

En cambio, sí defenderá el Rito Romano tradicional ante las burdas acusaciones de «clerical» (por la exclusión de los laicos del presbiterio) y «oscurantista» (por sus silencios y el aroma a misterio que impregna el rito). «El papel propio de los laicos es ser santificados interiormente por los sacramentos y someter todas las realidades temporales al Reinado de Cristo». Y nosotros no somos quienes para juzgar “los misterios sagrados, ante los cuales los santos y los ángeles cubren su rostro (Job. 40,4)(Is. 6,2)(Ap. 7,11) (III,15,775); misterios que “están apropiadamente velados detrás de un iconostasio visual o sonoro, o velo santo como parte de la reverencia que Dios ha ordenado” (Ex. 33,18-33 y 2 Cor. 3, 7-11) (III,15,775).

En suma, Monseñor Schneider reafirma con rotundidad que «no puede prohibirse de forma legítima el Rito Romano tradicional para toda la Iglesia (…) porque este rito tiene su fuente en la Palabra del Señor y en un uso apostólico y pontificio antiguo, junto con la fuerza canónica de una costumbre inmemorial; nunca podrá ser abrogado ni prohibido« (III,15,772). Y “legítimamente los católicos no estamos obligados a cumplir la prohibición de ritos litúrgicos católicos tradicionales» (II,15,484).  

CONCLUSION

Definitivamente, es imposible pensar y sentir en católico sin decir un rotundo «amén» a cada palabra de Monseñor Schneider en su enseñanza sobre la liturgia. 

Corrijo, en todo su Credo; en la totalidad de su Compendio de la fe católica. Por muchas glosas, notas a pie de página, matices e incluso correcciones que hagamos -ya he leído algunas críticas por internet-, se nos ha entregado un monumento de cimentada solidez y, también, de melancólica belleza sobre el catolicismo que nunca debimos perder. Una religión centrada, por encima de cualquier consideración, en la gloria de Dios, a través de Jesucristo, nuestro Maestro, nuestro Rey, nuestro Señor y nuestro Salvador, al que debemos gratitud y fidelidad hasta la misma cruz: «Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales» (Concilio Vaticano II, Sacrosantum Concilium, 83) (III,15,763). 

Esa adoración, que el Cuerpo Místico de Cristo -la Iglesia- hace al Padre especialmente en el Sacrificio de la Misa ratifica nuestra condición de hijos de Dios obtenida en el bautismo, y nos lleva a amar al prójimo con amor sobrenatural (Charitas), y a juzgar el mundo con una lucidez profética, venciendo siempre el desánimo con la virtud de la Esperanza y la certeza inconmovible de la Fe. No hay otro camino, por tanto, que el retorno a ese catolicismo vertical al que nos interpela esta magna obra de Monseñor Schneider, tan alejado del catolicismo horizontal que hoy se destila por casi todas partes. Sólo así podremos comprender con exactitud y vivir con radicalidad esas palabras que escribió San Pablo a los cristianos de Galacia, después de zurrarles de lo lindo precisamente por pervertir el Evangelio de Cristo

«Con Cristo he sido crucificado, y ya no vivo yo, sino que en mí vive Cristo. Y si ahora vivo en carne, vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó por mí» (Gal. 2,20).

LUIS LÓPEZ VALPUESTA

SOBRE EL CATECISMO CONTRARREVOLUCIONARIO DE MONS. SCHNEIDER (II)

Continuamos con el segundo de los artículos publicados por don LUIS LÓPEZ VALPUESTA dedicado al interesante libro del obispo Athanasius Schneider titulado «CREDO. COMPENDIO DE LA FE CATÓLICA»,

I

Monseñor Schneider, en el Prefacio de su Catecismo, justifica su redacción ante el desconcierto de los católicos por el caos doctrinal actualmente reinante:

«Por tanto, me veo obligado a responder a las peticiones de tantos hijos e hijas de la Iglesia que están perplejos ante la extendida confusión doctrinal en la Iglesia en nuestros días. Ofrezco esta obra, Credo: Compendio de la Fe Católica, para fortalecerlos en su fe y servir de guía a la enseñanza inmutable de la Iglesia. Consciente del deber episcopal de ser «promotor de la fe católica y apostólica» (catholicae et apostolicae fidei culturibus), como se establece en el Canon de la Misa, deseo también dar testimonio público de la continuidad e integridad de la doctrina católica y apostólica. Al preparar este texto, mi público objetivo han sido principalmente los «pequeños» de Dios: fieles católicos que están hambrientos del pan de la doctrina verdadera».

En realidad, el objetivo de este libro se abre más allá de este loable propósito y ha sido el Cardenal Robert Sarah, en su carta recomendatoria al inicio, el que nos ha puesto sobre esta pista. En efecto, señala el cardenal que este catecismo «invita a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a profundizar (e incluso, cuando sea necesario, a corregir) su conocimiento de la doctrina católica» (subrayado nuestro). Pero no sólo los fieles, pues como recordará el mismo Catecismo, es posible «reformular para mayor claridad, o incluso corregir, las enseñanzas no infalibles y no definitivas, o los mandatos de un Papa o un concilio». Pues «estos actos reformables son especialmente notables, como algunas afirmaciones del Concilio Vaticano II que son en sí ambiguas y pueden conducir a una compresión errónea»  (I,16,660).  

La reflexión de este santo Cardenal va más allá de superar la ignorancia de los católicos en tal o cual punto de doctrina cristiana, porque para solventarla podemos consultar el -en general-, excelente Catecismo de la Iglesia Católica que Juan Pablo II publicó en 1992. O, en última instancia, acudir a los reconocidos teólogos católicos (los grandes y antiguos, no los mediáticos y modernos). Lo que el cardenal Sarah nos quiere decir tiene que ver con lo que muchos católicos creen de buena fe que es la recta doctrina, y no lo es. Hablamos de un ambiente de confusión causado por la dinámica de ambigüedad en tantos puntos de doctrina (sobre todo moral, pero no sólo), que venimos arrastrando desde el Concilio Vaticano II. Ambigüedad introducida deliberadamente por los teólogos redactores de los documentos conciliares (eso hoy no lo discute nadie) con el perverso fin de que en el futuro se colasen doctrinas que, mostradas de golpe, repugnarían a los «católicos sencillos», pero que en pequeñas dosis acabarían siendo asumidas. Lo que acertadamente se ha denominado «bombas de tiempo».  Y así lleva sucediendo desde el final del Concilio, cada vez con mayor intensidad. 

Contemplemos el pontificado de Francisco, donde varias de esas bombas han estallado a la vez, oscureciendo la doctrina moral y sacramental (Amoris Laetitia o Fiducia Supplicans); la liturgia (Tradiciones Custodes o la implementación de ritos chamánicos/amazónicos) y la recta doctrina  (la calificación como inmoral de la pena capital -en contra de la Escritura, la Tradición y la doctrina de los padres-). Se ha negado a la Bienaventurada Virgen María su papel de corredentora -contra el sentir del pueblo cristiano-, y juzgado a las falsas religiones como una riqueza querida por Dios, contradiciendo el dogma «extra ecclesiam nulla salus«.  De ahí la necesidad de “reformular para mayor claridad, o incluso corregir, las de enseñanzas no infalibles y no definitivas, o los mandatos de un Papa o un concilio«, si son “ambiguas y pueden conducir a una compresión errónea» (I,16,660). 

En definitiva no hay ningún católico -consagrado o laico- con dos dedos de frente que no se dé cuenta de este vigente drama, pero la mayoría hoy no tiene la más mínima vocación martirial (en el sentido literal de ser testigos de esa verdad), y no actúan en consecuencia. Por comodidad, por inercia, por cobardía, por no perder el calor de establo…, me da igual. Es cierto que ir contra la dinámica de los tiempos desgasta mucho, pero como nos recordó la sabiduría de Chesterton «sólo el que nada contracorriente sabe que está vivo». 

Monseñor Schneider sí tiene vocación de testigo de la fe y por ello reacciona valientemente contra toda esta impostura en su Compendio. Éste, tras una introducción general sobre la doctrina cristiana, presenta una clásica división tripartita: 1º.- La Fe: lo que creemos verdaderamente. 2º.- La Moral: el buen obrar 3º.- El Culto divino: ser santo. En este segundo artículo (de tres que le dedicaré a esta imprescindible obra) reflexionaré sobre el primer punto -la fe-, dejando los otros dos -la moral y el culto- para un artículo conclusivo.

II

La primera parte del catecismo está dedicada al acto mismo de creer en Dios creador. Aunque el compendio se dirige ante todo a los católicos (a creyentes), la obra muestra la razonabilidad de la existencia de Dios, citando las clásicas vías tomistas y mostrando la poca consistencia del ateísmo. «Cuando no se debe al deseo de estima humana o al beneficio material, el ateísmo puede surgir de la pura ignorancia, del razonamiento defectuoso o de la corrupción del corazón». Y respecto a los científicos ateos señalará «que se han excedido los límites inherentes a toda ciencia natural y han adoptado una filosofía defectuosa» (I,1,26-27). 

Entre las numerosas entradas que dedica esta primera parte del Compendio a la fe, he separado algunos temas importantes donde hay una clara escisión entre lo que han creído los católicos semper, ubique et omnibus, y las novedades que se han ido introduciendo en los últimos años. Son cuestiones cruciales que repugnan al sano sentido de la fe  y que el Cardenal Sarah invita, como hemos visto, a corregir, ayudados de la sólida doctrina de esta obra. Veámoslas: 

A).- La CREACIÓN.- La Creación -esto es, el acto por el cual Dios libremente da origen a seres a partir de la nada (ex nihilo) (I,3,80)- es un acto realizado para su propia gloria, pues «Dios… no tiene necesidad de otros seres; Él ya se dona a sí mismo plenamente en la Trinidad de las Personas divinas. Ni su naturaleza ni su buena voluntad lo obligan a crear de forma necesaria; era totalmente libre de crear o no» (I,3,83), y si decidió crear fue para «mostrar su propia bondad y perfección, a partir de las bendiciones que, en su amor, concede gratuitamente a las criaturas» (I,3,84). 

Por tanto, el último fin de la Creación no es el hombre sino la Gloria de Dios. «Todo viene de Dios «porque de Él y para Él son todas las cosas (Rm. 11,36)» (I,3,95).  La deformación de esta Verdad da origen a un doble error, rabiosamente actual: El primero: «la personificación e incluso la divinización de la naturaleza, a menudo manifestada en formas de idolatría ambiental misticismo ecológico, rituales a la diosa Madre Tierra, animismo y otras formas de adoración pagana» (I,386). El segundo, el transhumanismo, que en definitiva «encarna el pecado original del hombre de querer ser como Dios sin la gracia» (I,3,87). Aquí Monseñor Schneider cita muy oportunamente a San Pío X -motu propio Doctoris angelici (1914): «El error en cuanto a la naturaleza de la creación engendra un falso conocimiento de Dios». 

Recalcar esta verdad teocéntrica es fundamental, porque muy probablemente, la causa primera de la desarticulación en nuestros días de la estructura clásica de la doctrina católica tenga que ver con lo que se ha denominado el «giro antropológico» de la fe cristiana. Su origen histórico podemos rastrearlo en el primer renacimiento, pero su culminación y plenitud llegará con el optimismo antropológico del Concilio Vaticano II. Recordemos algunos asertos significativos de la Gaudium et Spes«Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos» (12) y «El hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma -propter seipsam– (24). 

Monseñor Schneider deja muy claro que «Aunque el hombre nunca debe usarse como un medio para un fin, la noción de que el hombre existe por sí mismo es un error autorreferencial del antropocentrismo, arraigado en la filosofía anticristiana de Inmanuel Kant (1724-1804), y cita a continuación a Santo Tomás: Más bien, «Dios quiere las cosas fuera de si mismo en la medida que están ordenadas a su propia bondad como su fin»  (S.T. I, q. 19 a. 3,c) (I,3,96).  

B).-El ERROR RELIGIOSO.- Desde el principio de esta sección Monseñor Schneider reafirma una verdad católica que, a partir del Concilio Vaticano II, se pone en cuestión (no explícitamente en documentos –véase la Dominus Iesus (2000)– , sino más bien por hechos consumados de obispos y papas): «Sólo la religión establecida por Dios y llevada a su plenitud en Cristo, con su culto divinamente revelado, es sobrenatural, santa y agradable a Dios. Todas las demás religiones son inherentemente falsas y sus formas de culto perniciosas o, en último término, inválidas para la vida eterna» (I,6,200).

La diversidad de religiones que hay en el mundo -a diferencia de lo que afirma habitualmente Francisco- no puede ser querida por quien es la Sabiduría, pues «Dios no puede ser el autor de errores religiosos ni de ningún otro mal, porque «Dios es veraz» (Jn. 3,33). Las religiones falsas, señalará Monseñor Schneider, evocando la rotunda afirmación de San Agustín, «surgen del engaño del diablo, el pecado y la ignorancia (males que Dios simplemente tolera en nuestro mundo caído) (I,6,214). 

Tampoco son gratas a Dios las otras dos religiones monoteístas. Respecto del judaísmo, explicará que si los judíos no han aceptado a Cristo, han rechazado por ello hasta su Antigua Alianza, pues el Señor dijo «Si creyerais a Moisés, me creeríais a Mí, porque de Mí escribió él» (Jn. 5,46). Por tanto, el judaísmo «no es una fuente de gracia santificante y de salvación para sus adherentes», pues incluso en tiempos de la Antigua Alianza, la salvación requería la fe en el Salvador que vendría»  (I,6,204).  

Respecto del Islam, es errónea -así lo manifiesta sin eufemismos- la apreciación de la Lumen Gentium (16), y recogida en el numeral 841 del CIC: «adoran con nosotros a un único Dios». Basta leer la Sura 112 del Corán -que cita a pie de página- para verificar un rechazo explícito al Dios verdadero, uno y trino; o recordar una de las más importantes oraciones musulmanas, la Al-Ikhlas-Ayat, que niega la revelación cristiana. Recuerda igualmente nuestro autor la impugnación anticipada que la Sagrada Escritura hace de esa falsa religión en la Primera Carta de san Juan: «Todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios» (I,6, 207-210). Y los musulmanes no confiesan a Jesús como Hijo de Dios.  

En relación con las otras comunidades cristianas (I,6,215) nos dice que «El Espíritu Santo no usa las falsas religiones para otorgar la gracia y la salvación al hombre«. Sale así paso de la confusa expresión de la Unitatis Redintegratio (1964) (3) que afirma que «El espíritu Santo no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación, cuya plenitud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad de la Iglesia católica». Como señala Monseñor Schneider, Dios puede conceder la gracia a un hombre inculpable de no conocer la religión verdadera, pero «tales gracias de ninguna manera serían «mediadas por o debido a» la religión falsa misma. Más bien, la gracia puede darse a pesar del error del hombre y para sacarlo del error y llevarlo a la fe«.

C).- La FRATERNIDAD HUMANA Y FILIACION DIVINA.- Todas las personas tienen una dignidad ontológica por el sólo hecho de ser una criatura de Dios. Pero sólo alcanzan la dignidad sobrenatural por la semejanza divina los bautizados y la conservan mientras no pequen mortalmente (I,6,224). Por lo tanto, sólo son «hijos de Dios» los cristianos. «Sólo se llega a ser hijo de Dios por la fe en Jesucristo, Verbo Encarnado e Hijo de Dios, renaciendo en Dios por el sacramento del bautismo» (I,6,226).

Frente a la afirmación del CIC de que «Esa sabiduría (popular) es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona humana como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental…» (1676), afirmará que es el sacramento del bautismo el que establece esa fraternidad de Hijos de Dios. Se confirma en la declaración dogmática del Concilio Vaticano I. «Si alguno dijere que la condición de los fieles y de aquellos que todavía no han llegado a la única fe verdadera es igual, sea anatema» (Constitución Dei Filius. Cap.3, can. 6).

D).- La VIRGEN MARÍA CORREDENTORA y MEDIADORA.-  Aunque no reconocidas como dogma (todavía), el sentir del pueblo cristiano afirma sin vacilar esas dos verdades de nuestra fe católica, pero lamentablemente nuestro actual Santo Padre se empeña en negarlas una y otra vez (con evidente imprudencia, porque un sucesor suyo puede -y debe- creer en tales verdades y -ojalá- formular el quinto dogma mariano). Siguiendo ese sentir, Monseñor Schneider citará la preciosa reflexión de San Bernardo de Claraval: «Por esa plenitud de gracia y de vida sobrenatural, estaba (María) particularmente predispuesta a la cooperación con Cristo, único Mediador de la salvación humana. Y tal cooperación es precisamente esta mediación subordinada a la mediación de Cristo. En el caso de María se trata de una mediación especial y excepcional» (I,9,328).

E).- La MISION de la IGLESIA.- La misión de la Iglesia no es «mejorar el bienestar del hombre, como si el Hijo de Dios se hubiera encarnado para establecer una organización de servicios humanitarios a fin de combatir la pobreza, las enfermedades o la contaminación ambiental» (I,16, 531). Tampoco -y aquí cita algunas palabras y expresiones de Fratelli Tutti, encíclica de Francisco de 2020)- para buscar «una nueva humanidad», en la que «una paz real y duradera sólo será posible sobre la base de una ética global de solidaridad y (…) responsabilidad compartida por toda la familia humana«. Es el error del llamado cristianismo secundario, que «juzga la religión por sus efectos subordinados en orden a la civilización, haciéndolos prevalecer y sobreponiéndolos a los sobrenaturales que la caracterizan (Romano Amerio. Iota Unum).

La Iglesia, en definitiva,  no está para «trabajar por el avance de la humanidad y la fraternidad universal», sino que tiene «la autoridad divina y el mandato de enseñar, gobernar y santificar a todos los hombres en Jesucristo hasta que Él vuelva en su gloria» (I,16,530). O como decimos sencillamente los católicos: «La Iglesia está para ayudar a los hombres a alcanzar el Cielo». Para otra cosa ya tenemos los políticos demagogos. 

Y por supuesto, la Iglesia es necesaria para la salvación, de modo que «no podrán salvarse aquellos que, sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria, con todo no hayan querido entrar o perseverar en ella» (I,16,544). Son muy instructivos los artículos que dedica el autor a la posibilidad de salvación de los no católicos, pero exceden la extensión de un mero artículo, por lo que remito a su lectura atenta (I,16, 545-557).

F).- La AUTORIDAD del ROMANO PONTIFICE.- Con unas hermosas palabras que el autor recoge de la Pastor Aeternus del Concilio Vaticano I (1870), sintetizará el Primado del Papa en materia doctrinal: «El Papa es el principal maestro, guardián y defensor de las verdades reveladas. Le corresponde a él: 1. Defender lo que Dios ha revelado para ser creído, obrar y evitado. 2. Condenar los errores contrarios a la divina Revelación, contenida en la doctrina apostólica que ha recibido y 3. Ser signo visible y principio de la unidad de la fe y comunión del episcopado y de los fieles”. (I,16,671). 

Pero ese poder, como añade el citado documento del Concilio Vaticano I, no le permite introducir nuevas enseñanzas, sino «guardar santamente y exponer fielmente la Revelación transmitida por los apóstoles, es decir, el Depósito de la fe»  (Cap. 4). Es más, como dice el Compendio: «Sin embargo, como cualquier obispo, un Papa puede resistirse a la gracia de su cargo y enseñar errores doctrinales en sus afirmaciones diarias, ordinarias y no definitivas, es decir, fuera de los pronunciamientos ex cathedra» (I,16,678). Y sin complejos mostrará algunos cambios doctrinales de nuestro papa Francisco, como manifestar que la pluralidad de religiones es expresión de una sabia disposición divina con la que Dios creó a los seres humanos (2019) o que la pena de muerte es per se contraria al Evangelio (2017), novedad ésta que lamentablemente se ha trasladado al CIC (numeral 2267) (I,16,679).

Se pregunta Monseñor Schneider si ha habido casos de Papas que hayan promovido oraciones doctrinalmente ambiguas en la Liturgia de la Misa o promovido prácticas sacramentales que son doctrinalmente erróneas y moralmente problemáticas (I,16,680-681). Lamentablemente la respuesta es afirmativa y vinculada a nuestro tiempo en ambos casos: el cambio del Ofertorio de la Nueva Misa por Pablo VI (1969) oscurece la naturaleza propiciatoria del sacrificio, siendo esas oraciones cercanas a la concepción protestante de la Santa Misa como mero banquete. O la posibilidad de comunión a los adúlteros y la negación de la eternidad de las penas del infierno (ideas sostenidas por nuestro actual papa (I,19,808), pues Francisco aprobó las normas de los obispos de Buenos Aires que concedían la comunión a los adúlteros públicos impenitentes. Y, en la cuestión del infierno, Francisco afirma en Amoris Laetitia que «nadie puede ser condenado eternamente, porque esa no es la lógica del Evangelio» (297). Sin embargo, como advierte Monseñor Schneider lo cierto es que los que rechazan la gracia del arrepentimiento del pecado mortal se encuentran en un estado de condenación eterna  después de la muerte.  Y nos exhorta a evitar el infierno, meditando sobre él como han hecho muchos santos que nos precedieron y trascribiéndonos la estremecedora experiencia de Lucía de Fátima en 1917. 

G).- La COLEGIALIDAD y la SINODALIDAD.- Aunque es loable la colaboración entre los obispos (I,16,709), Monseñor Schneider nos avisa de que «una falta de comprensión de la colegialidad puede llevar a ver el gobierno de la Iglesia como un parlamento democrático o igualitario, en lugar de la jerarquía monárquica establecida por Cristo Rey. Disminuiría la autoridad suprema del Papa sobre toda la Iglesia y la autoridad local de cada obispo en su propia sede» (I,16,710). Respecto a la sinodalidad nos dice algo de puro sentido común (teniendo sin duda presente el inminente Sínodo): «ha consumido mucho tiempo y recursos que podrían emplearse mejor en la oración y la predicación, como aconsejaba San Pedro (Hch. 6,4)».

III

Los últimos puntos que quiero tratar de esta primera parte (de las tres partes de que consta este catecismo) son especialmente polémicos y por eso deseo examinarlos en un apartado diferente. En esos asuntos la diferencia entre lo que han creído los católicos que nos precedieron y lo que creen hoy es absoluta, sin matices.  Hasta tal punto que la lectura de esta parte del Compendio puede producir un inmenso vértigo a las conciencias de nuestra cómoda generación católica, educada en valores tan aparentemente magníficos como el respeto a las opiniones ajenas (sean cuales sean), la tolerancia sin límites (salvo a los católicos carcas, como propugnaba el tolerante John Locke), o la democracia como la forma sacrosanta de regir una sociedad, el desvelado Santo Grial de la política actual.

Estos puntos controvertidos son el Poder espiritual y poder temporal de la Iglesia (I,16,714 a I,16,745), el liberalismo (I,16,740-745) y la Libertad religiosa (I, 16, 746-758). ¿Creíamos de veras que «ese «Contra-Syllabus» que era la «Gaudium et Spes» (Benedicto XVI) había enterrado para siempre las combativas encíclicas de Gregorio XVI, Pío IX o León XIII? Veremos a continuación que no, gracias al Catecismo que comentamos:

H).- PODER ESPIRITUAL y PODER TEMPORAL de la IGLESIA.-  Cuando uno estudia objetivamente la historia de la Iglesia en las naciones católicas, casi puede contar con los dedos de la mano los momentos históricos en los que la relación Iglesia-Estado fue como miel sobre hojuelas. Todos los Papas y los príncipes católicos conocían los principios tradicionales que vinculaban ambos ámbitos de poder y que en este Compendio se recogen con gran fidelidad (I,16,728-745). Pero llevarlos a la práctica era harina de otro costal. Seguramente porque no haya un aspecto en la historia humana donde el demonio posea tanta influencia para tentar (y vencer) como en el asunto del poder (político y religioso, sin excepciones). Aunque el demonio miente como un bellaco, no creo que desbarrase mucho cuando en el desierto le espetó a Nuestro Señor con arrogancia que «la gloria de los reinos me ha sido entregada y yo se le doy a quien quiero» (Lc. 4,6).

Con este proemio, quiero incidir en la idea de que los principios objetivos de la relación Iglesia-Poder Civil por muy buenos que sean (y los católicos tradicionales lo son), pueden resultar desastrosos si se aplican con soberbia, mala fe o imprudencia (por cualquiera de las partes). Ejemplos históricos los hay a espuertas.

Entrando ya en el Compendio, Monseñor Schneider toma el toro por los cuernos y afirma claramente que «el poder espiritual y el temporal (…) están destinados por Dios a actuar en perfecta concordia y armonía (I,16.729). Y cita a San Pío X, que en su encíclica «Vehementer nos» (1906) nos instruye así: «Que sea necesario separar al Estado de la Iglesia es una tesis absolutamente falsa y sumamente nociva (…), así como el orden de la vida presente está todo él ordenado a la consecución de aquel sumo y absoluto bien, así también es verdad evidente que el Estado no sólo no debe ser obstáculo para esta consecución, sino que, además, debe necesariamente favorecerla en todo lo posible». A continuación expondrá la superioridad del poder espiritual sobre el temporal (I,16,730) y, por lo tanto, la subordinación del segundo al primero (en todo aquello que se refiere al orden espiritual) (I,16,731); la exigencia a los Estados de ayudar a la Iglesia en el cumplimiento de su misión (I,16,732-733), e incluso la obligación de los Estados de venerar públicamente al Dios verdadero y proteger la verdadera religión que es la Religión Católica (I,16,734), lo que implica también trabajar por reprimir la herejía y el cisma (I,16.736). Por supuesto eso no significa que el poder civil -o el religioso- obligue a los ciudadanos a hacerse católicos (pues nadie cree sino queriendo) y, además, hay ocasiones en la que deben los Estados tolerar a las religiones no católicas cuando la prudencia prevé un daño mayor en su prohibición (I,16,737). 

Nos guste más o menos, esa era la doctrina tradicional sólidamente reafirmada por sucesivos pronunciamientos papales, y bajo sus auspicios se desarrollaba la vida política diaria de las naciones con mayoría de la población católica, y generalmente funcionaba bien. A partir de la Revolución Francesa se introdujo una idea impía (condenada por León XIII en Libertas Praetantissimus de 1888), pero que acabaría triunfando en las naciones y en misma Iglesia tras el Concilio Vaticano II: la laicidad de los Estados. Los Papas del siglo XIX y XX lucharon denodadamente contra ella, sinceramente convencidos de que «el bien común de toda nación requiere especialmente que los representantes de la autoridad civil profesen públicamente y veneren la verdadera fe católica» (Pío XII, Mystici Corporis Christi, 47) (1943) (I,16,735). Veinte años después de esta enseñanza del último papa preconciliar, el Concilio Vaticano II tiraría literalmente a la basura esta doctrina (que se contenía en los Trabajos Preliminares, desechados al inicio de las sesiones), y las funestas consecuencias de tal decisión para las naciones antaño católicas están a la vista para el que quiera verlo. Aunque soy muy pesimista en cuando a la rehabilitación de la doctrina tradicional  -exigiría poco menos que un milagro-, hay que destacar el mérito de Monseñor Schneider de recordarnos a los católicos que no nos conformemos con meramente sobrevivir en sociedades laicas como las actuales, donde el diablo domina en todos los ámbitos. Las sociedades católicas tradicionales no eran desde luego perfectas (la hipocresía era un vicio muy frecuente), pero sí inmensamente más sanas que las actuales. Merece la pena luchar por ellas, aunque nuestro principal obstáculo sea a día de hoy las rocosas posiciones liberales de nuestra querida Iglesia Católica.  

I).- LIBERALISMO.- Como afirma sin titubeos Monseñor Schneider, afirmar como principio la separación de la Iglesia y el Estado es un error que se denomina liberalismo (I,16,740-745). La razón por la que un católico debería rechazar de plano esta doctrina la expone perfectamente en (I,16,742): «1. Afirma una libertad personal ilimitada como un derecho irrestricto, lo cual es contrario a la ley natural y a la Revelación divina. 2. Niega la legítima subordinación del Estado a la Iglesia; 3. Desprecia el reinado social de Cristo y rechaza los beneficios que de ello se derivan; 4. Inculca el indiferentismo ante la ley moral y conduce a una anarquía hedonista».  

Monseñor Schneider es, además, de los pocos prelados actuales que se atreven a proponer públicamente la excomunión de los católicos con cargos públicos que actúan contrariamente a las enseñanzas de la Iglesia: «Si continúan con tales actos, deben ser amonestados públicamente por la salvación de sus almas y, si continúan en su obstinación y sin arrepentirse, deben ser excluidos de la recepción de los sacramentos» (I,16,745).            

J).- LIBERTAD RELIGIOSA.- Los artículos que dedica Monseñor Schneider a la libertad religiosa postulan el retorno a la doctrina tradicional, especialmente tratada en el siglo XIX con el Syllabus y la Quanta Cura de Pío IX, o la Libertas Praestantissimum y la Inmortale Dei de León XIII. Aunque muchos teólogos se han esforzado -y siguen devanándose los sesos- en hacer encajes de bolillos para demostrar una continuidad entre la doctrina antigua (que incidía en la libertad de las conciencias)  y la moderna (que se fundamenta en la libertad de conciencia a secas), la realidad es que, salvo que abandonemos el principio de no contradicción, esa conciliación no es posible. Y que conste que he leído a muchos autores muy inteligentes que se han estrujado sus meninges infructuosamente para cuadrar el círculo.

La cuestión de fondo es que, como se afirma en el Compendio sintetizando la doctrina tradicional: «nadie tiene un derecho universal, positivo y natural a difundir una religión falsa» (I,16,748). La Dignitatis Humanae (D.H.) del Concilio Vaticano II (7-12-65), por una parte asume verdades tradicionales como «Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla» (1) o «en materia religiosa no se obligue a nadie a ir contra su conciencia» (2). Hasta aquí. Porque por otro lado, contradice el principio tradicional expuesto al principio al afirmar un derecho a la libertad religiosa más allá de la religión verdadera y revelada, de modo que «ni se le impida a nadie a que actúe conforme a ella, en privado o en público, solo o asociado a otros, dentro de los límites debidos» (2). Es más, ese derecho -según la  D.H.- «ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de modo que llegue a convertirse en un derecho civil». Como bien apunta Monseñor Schneider, ese reconocimiento, aparte de violar la ley divina y fomentar el indiferentismo religioso, allana el camino para religiones falsas -sobre todo las nuevas religiones laicas– que contradicen la ley natural y generan daños graves para la misma sociedad. Ni siquiera -sigue explicando nuestro autor- “una conciencia invenciblemente errónea establece un derecho legítimo, puesto que si bien una conciencia invenciblemente errónea excusa del pecado cuando uno viola la ley divina como consecuencia de ese error, nunca puede establecer un derecho a tales violaciones» (I,16,751). Pues «el derecho es una facultad moral que (…) no podemos suponer concedida por la naturaleza de igual modo a la verdad y al error, a la virtud y al vicio» , de tal modo que «las opiniones falsas, que son la máxima plaga mortal del entendimiento humano, y los vicios corruptores del espíritu y de la moral pública deben ser reprimidos por el poder público para impedir su paulatina propagación, dañosa en extremo para la misma sociedad» (I,16,750). Dicho en plata, el error no tiene derechos, ni en privado ni en público.

Aunque la D.H. anota que «deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo» (1), es obvio que no es así. Sencillamente porque, como razonaron los griegos hace ya casi veinticinco siglos, «una proposición no puede ser ella misma y la contraria al mismo tiempo y en el mismo sentido».  

Por muy duro que se nos haga a nuestros oídos modernos, la realidad es que los católicos debemos creer, como siempre lo hemos hecho, que el catolicismo es la única religión divinamente revelada, lo que implica que las demás son falsas, sin excepción. Y si son falsas, no tienen derechos, ni naturales ni civiles. Ser católicos y no aceptar esta verdad es una incongruencia que puede obedecer a diversas razones, aunque en última instancia se resumen en el miedo a que nos tachen de intolerantes, o en respetos humanos (pensamos que hacemos una injusticia a alguien por restringir, en una nación católica, el culto público de su falsa religión, cuando es todo lo contrario). En cualquier caso, si somos coherentes, debemos reivindicar el principio tradicional sin mácula ni reserva mental, porque un católico sin tradición es un dislate, un oxímoron, y por ello, resultan mucho más coherentes los artículos del Compendio de Schneider que los párrafos de la D.H. (un documento francamente contrario a la doctrina tradicional de la Iglesia). 

Por supuesto no se trata de imponer nada a nadie (esa es la zafia impugnación que hacen los liberales). Además, ya no se puede volver atrás para detener la catástrofe histórica de que numerosísimas comunidades católicas se hayan desbaratado en tantos países de Europa (indiferentismo) e Hispanoamérica (sectas protestantes), precisamente a partir de la incorporación de la nueva concepción de la libertad religiosa de la D.H. en sus Ordenamientos jurídicos. Pero al menos, los católicos actuales -el resto fiel que todavía queda-, si anhelamos en serio reconstruir una sociedad católica y un país con leyes cristianas, debemos interiorizar como primer principio operativo que con las normas del Catecismo de Schneider había sociedades católicas y que con las de la D.H. se disolvieron: «Por sus frutos los conoceréis». Cuando la mayoría de los católicos del mundo se convenza de esa verdad e inicie “el buen combate” por ella, el milagro será posible.

LUIS LÓPEZ VALPUESTA

CARTA AL PAPA DE PERSONALIDADES DEL MUNDO ANGLOSAJÓN EN DEFENSA DE LA MISA TRADICIONAL

En una carta al Times of London, publicada el pasado julio, más de 40 firmantes, católicos y no católicos -entre ellos el creador de «Downton Abbey», Julian Fellowes, la activista de derechos humanos Bianca Jagger y la cantante de ópera Kiri Te Kanawa- lamentan «las preocupantes noticias procedentes de Roma de que la Misa tradicional va a ser desterrada de casi todas las iglesias católicas».

La carta se hace eco explícitamente de un llamamiento de artistas y escritores publicado por el Times de Londres en julio de 1971. Los firmantes de la carta anterior, entre los que se encontraban la escritora de novelas de misterio Agatha Christie, el novelista Graham Greene y el violinista Yehudi Menuhin, expresaron su alarma ante las noticias de «un plan para borrar» la Misa anterior al Concilio Vaticano II.

El llamamiento llegó hasta el Papa Pablo VI, de quien se dice que exclamó «¡Ah, Agatha Christie!» al leer la lista de firmantes. El Pontífice italiano era un lector habitual de las novelas de la escritora británica. El Papa firmó un documento que permitía a los obispos de Inglaterra y Gales conceder permiso para que se ofrecieran misas en latín tradicional en ocasiones especiales, lo que hoy se conoce como el «indulto Agatha Christie».

La nueva carta cita el argumento del llamamiento de 1971 de que la Misa Tradicional en latín pertenece a la «cultura universal», porque ha «inspirado una multitud de logros inestimables en las artes – no sólo obras místicas, sino obras de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores de todos los países y épocas.»

A continuación, una traducción al español de la carta:

Misa en Latín en riesgo

Sir, el 6 de Julio de 1971, The Times publicó un llamamiento al Papa Paulo VI en defensa de la Misa en Latín firmado por artistas y escritores católicos y no católicos, entre ellos Agatha Christie, Graham Greene y Yehudi Menuhin. Esto se conoció como la “carta de Agatha Christie”, porque supuestamente fue su nombre el que llevó al Papa a emitir un indulto o permiso para la celebración de la Misa en Latín en Inglaterra y Gales. La carta sostenía que “el rito en cuestión, en su magnífico texto en latín, también ha inspirado logros invaluables… de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores en todos los países y épocas. Por tanto, pertenece a la cultura universal”.

Recientemente ha habido preocupantes reportes desde Roma de que la Misa en Latín será desterrada de casi todas las iglesias Católicas. Esta es una perspectiva dolorosa y confusa, especialmente para el creciente número de jóvenes católicos cuya fe se ha nutrido de ella. La liturgia tradicional es una “catedral” de texto y gesto, que se desarrolló como lo hicieron esos venerables edificios durante muchos siglos. No todo el mundo aprecia su valor y eso está bien; pero destruirla parece un acto innecesario e insensible en un mundo donde la historia puede fácilmente caer en el olvido. La capacidad del antiguo rito para fomentar el silencio y la contemplación es un tesoro que no es fácil de replicar y, cuando desaparece, es imposible de reconstruir. Este llamamiento, como su predecesor, es “completamente ecuménico y apolítico”. Entre los firmantes hay Católicos y no Católicos, creyentes y no creyentes. Imploramos a la Santa Sede que reconsiderar cualquier restricción adicional de acceso a este magnífico patrimonio espiritual y cultural.

Robert Agostinelli; Lord Alton de Liverpool; Lord Bailey de Paddington; Lord Bamford; Lord Berkeley de Knighton; Sophie Bevan; Ian Bostridge; Nina Campbell; Meghan Cassidy; Sir Nicolás Coleridge; Dama Imogen Cooper; Lord Fellowes de West Stafford; Sir Rocco Forte; Lady Antonia Fraser; Martín Fuller; Lady Getty; Juan Gilhooly; Dama Jane Glover; Michael Gove; Susan Hampshire; Lord Hesketh; Tom Holland; Sir Stephen Hough; Tristram Hunt; Steven Isserlis; Bianca Jagger; Ígor Levit; Lord Lloyd-Webber; Julian Lloyd Webber; Dame Felicity Lott; Sir James MacMillan; Princesa Michael de Kent; Baronesa Monckton de Dallington Forest; Lord Moore de Etchingham; Fraser Nelson; Álex Polizzi; Mishka Rushdie Momen; Sir András Schiff; Lord Skidelsky; Lord Smith de Finsbury; Sir Paul Smith; Rory Stewart; Lord Stirrup; Dame Kiri Te Kanawa; Dame Mitsuko Uchida; Ryan Wigglesworth; AN Wilson; Adam Zamoyski

UNA VOCE SEVILLA PARTICIPARÁ EN LA IV PEREGRINACIÓN TRADICIONAL OVIEDO A COVADONGA (27 – 29 julio)

El Capítulo Ntra. Sra. de la Antigua de Una Voce Sevilla participará por cuarto año consecutivo en la Peregrinación tradicional Oviedo-Covadonga, organizada por la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad – España durante los próximos días 27 al 29 de julio, y que en la pasada edición alcanzó el millar y medio de participantes.

Se trata de una peregrinación anual desde la Catedral de Oviedo al santuario de Nuestra Señora de Covadonga (Asturias) organizada por un grupo de fieles católicos laicos, principalmente jóvenes, devotos de la celebración de la Santa Misa según el rito Romano tradicional, a semejanza a la peregrinación internacional París-Chartres. Tiene lugar en el fin de semana más cercano a la festividad del apóstol Santiago, patrón de las Españas (25 de julio). La distancia total a recorrer a pie en los 3 días es de aproximadamente 100 km a través de idílicos paisajes asturianos.

Este año estará la Peregrinación cuenta con 26 capítulos procedentes de toda España y 8 del extranjero (Méjico, Francia, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Estados Unidos).

La participación en la peregrinación puede hacerse también en familia (con niños de todas las edades y un recorrido más corto) o como voluntario que presta determinados servicios antes, durante y después de la Peregrinación (Liturgia, cantos, sanitarios, transporte, montajes, cocina, avituallamiento…etc.). Para más información: Nuestra Señora de la Cristiandad | España (nscristiandad.es).

También es recomendable, si no se puede participar de las formas anteriormente citadas, asistir a la Misas tradicionales que en esos días se celebran al aire libre y en la Basílica de Covadonga a la llegada de la peregrinación.

En estos tres últimos años, ha sido muchas las personas, principalmente jóvenes, que sin pertenecer a la comunidad de Una Voce Sevilla y su Grupo Joven Sursum Corda, nos han acompañado en tan profunda vivencia espiritual y de hermandad en torno al apostolado de la Tradición Católica. Por eso, os animamos de nuevo a participar en la Peregrinación y, si lo deseas, a hacerlo en nuestro Capítulo de Ntra. Sra. de la Antigua. Para ello, debes inscribirte en la siguiente dirección web: Inscripción | Nuestra Señora de la Cristiandad (nscristiandad.es) 

Más información sobre el Capítulo de Una Voce Sevilla: asociacion@unavocesevilla.info

Recuerda que el 1º plazo de inscripción finaliza el próximo 30 de junio. Pasado este plazo y hasta el 15 de julio, el precio se incrementará un 50%.

¡Peregrina a Covadonga, la Santina te espera!

UNA VOCE SEVILLA

VÍDEOS: LA MISA TRADICIONAL EN LA PEREGRINACIÓN PARÍS – CHARTRES 2024

1º- SANTA MISA DE INICIO DE LA PEREGRINACIÓN EN LA IGLESIA DE ST. SULPICE DE PARÍS (SÁBADO 18 DE MAYO)

2º- SANTA MISA SOLEMNE DE PENTECOSTÉS DURANTE LA PEREGRINACIÓN (DOMINGO 19 DE MAYO)

3º- SANTA MISA PONTIFICAL DE CLAUSURA DE LA PEREGRINACIÓN CELEBRADA POR EL CARDENAL MÜLLER EN LA CATEDRAL DE CHARTRES (LUNES 20 DE MAYO)

CAMPAÑA INTERNACIONAL POR LA PLENA LIBERTAD DE LA LITURGIA TRADICIONAL

Ser católico en 2024 no es fácil. La descristianización masiva continúa en Occidente hasta tal punto que el catolicismo parece estar desapareciendo de la escena pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe sigue creciendo. Además, la Iglesia parece sumida en una crisis interna, que se refleja en una disminución de la práctica religiosa, un descenso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una menor práctica sacramental e incluso disensiones entre sacerdotes, obispos y cardenales impensables en el pasado. Sin embargo, entre los elementos que pueden contribuir al renacimiento interno de la Iglesia y a la reanudación de su desarrollo misionero, está en primer lugar la celebración digna y santa de su liturgia, para lo que el ejemplo y la presencia de la liturgia romana tradicional pueden ser una poderosa ayuda.

    A pesar de todos los intentos que se han hecho para acabar con ella, especialmente durante el actual pontificado, sigue viviendo, difundiéndose, santificando al pueblo cristiano que tiene acceso a ella. Produce frutos evidentes de piedad, vocaciones y conversiones. Atrae a los jóvenes, es la fuente del florecimiento de muchas obras, sobre todo en las escuelas, y va acompañada de una sólida enseñanza catequética. Nadie puede negar que es un vehículo para preservar y transmitir la doctrina católica y la práctica religiosa en medio de un debilitamiento de la fe y una hemorragia de creyentes. Entre las demás fuerzas vivas que siguen actuando en la Iglesia, la que representa el culto es particularmente relevante por la estructuración que le confiere una lex orandi continua.

    Ciertamente, se le han concedido, o más bien tolerado, algunos ámbitos de la vida eclesial, pero con demasiada frecuencia se le ha retirado con una mano lo que se le había concedido con la otra. Sin conseguir nunca hacerla desaparecer.

Desde la gran crisis inmediatamente posterior al Concilio, se ha intentado de todo en numerosas ocasiones para reavivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y consagradas e intentar preservar la fe del pueblo cristiano. Se ha intentado todo, excepto permitir la «experiencia de la tradición», dar una oportunidad a la llamada liturgia tridentina. Sin embargo, el sentido común exige hoy con urgencia que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia, especialmente a aquella que goza de un derecho que se remonta a más de mil años.

    Que no haya malentendidos: este llamamiento no es una petición de nueva tolerancia, como en 1984 o 1988, ni siquiera de que se restablezca el estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que en principio reconocía un derecho, pero de hecho lo reducía a un sistema de permisos concedidos con reticencia.

    Como laicos, no nos corresponde juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la doctrina anterior de la Iglesia, la validez o no de las reformas que de él se derivaron, etcétera. En cambio, nos corresponde defender y transmitir los medios que la Providencia ha utilizado para que un número creciente de católicos conserve la fe, crezca en ella o la descubra. La liturgia tradicional ocupa un lugar esencial en este proceso, por su trascendencia, su belleza, su intemporalidad y su certeza doctrinal.

    Por eso simplemente pedimos, en nombre de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se reconozca la plena y total libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros, para que, sin trabas, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.

Jean-Pierre Maugendre, Presidente de Renaissance Catholique, París

El presente llamamiento no es una petición para ser firmada, sino un mensaje para ser difundido y retomado bajo cualquier forma que parezca oportuna, y para ser presentado y explicado a los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal.

Si Renaissance catholique ha tomado la iniciativa de esta campaña, es únicamente para hablar en nombre del amplio deseo que se expresa en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la retransmitirán y la amplificarán, cada uno a su manera.

[Es importante que todos difundamos, en la medida de los posible, este pedido, sobre todo entre nuestros obispos y sacerdotes. Pueden bajar el archivo PDF para hacerlo desde aquí]

MENSAJE DEL CARDENAL SARAH SOBRE LA DECLACIÓN VATICANA ´FIDUCIA SUPPLICANS´

El que fuera Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos (hoy Dicasterio), el Cardenal Robert Sarah, ha publicado un Mensaje de Navidad en el que se pronuncia sobre la Declaración Fiducia supplicans, de bendiciones de parejas irregulares o del mismo sexo, que publicó recientemente el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (Vaticano), encabezado por el Cardenal ´Tucho´ Fernández.

A continuación, reproducimos en su totalidad el Mensaje del Cardenal Sarah. Agradecemos a su Eminencia la claridad doctrinal argumentada y la valentía en su defensa.

MENSAJE DE NAVIDAD

En Navidad, el Príncipe de la Paz se hizo hombre para nosotros. A todo hombre de buena voluntad le trae la paz que viene del Cielo. «La paz os dejo, mi paz os doy, pero no la doy a la manera del mundo» (Juan 14:27). La paz que Jesús nos trae no es una nube hueca, no es una paz mundana que muchas veces no es más que un compromiso ambiguo, negociado entre los intereses y las mentiras de cada uno. La paz de Dios es verdad. «La verdad es fuerza de paz porque revela y realiza la unidad del hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. La verdad fortalece la paz y construye la paz», enseñó San Juan Pablo II [1]. La Verdad hecha carne vino a habitar entre los hombres. Su luz no molesta. Su palabra no siembra confusión y desorden, sino que revela la realidad de todas las cosas. Él ES la verdad y por lo tanto es «un signo de contradicción» y «revela los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2:34).

La verdad es la primera de las misericordias que Jesús ofrece al pecador. ¿Podremos a su vez hacer una obra de misericordia en la verdad? El riesgo es grande para nosotros si buscamos la paz mundial, la popularidad mundana que se compra al precio de la mentira, la ambigüedad y el silencio cómplice.

Esta paz mundial es falsa y superficial. Porque la mentira, el compromiso y la confusión engendran división, sospecha y guerra entre hermanos. El Papa Francisco lo recordó recientemente: «Diablo significa «divisor». El diablo siempre quiere crear división. » [2] El diablo divide porque «no hay verdad en él; cuando habla mentira, habla de su propio corazón, porque es mentiroso y padre de mentira» (Juan 8, 44).

Precisamente, la confusión, la falta de claridad y verdad y la división han turbado y ensombrecido la celebración navideña de este año. Algunos medios afirman que la Iglesia católica fomenta la bendición de las uniones entre personas del mismo sexo. Ellos mienten. Hacen el trabajo del divisor. Algunos obispos van en la misma dirección, siembran dudas y escándalo en las almas de fe al pretender bendecir las uniones homosexuales como si fueran legítimas, conforme a la naturaleza creada por Dios, como si pudieran conducir a la santidad y a la felicidad humana. Sólo engendran errores, escándalos, dudas y decepciones. Estos Obispos ignoran u olvidan la severa advertencia de Jesús contra quienes escandalizan a los pequeños: «Si alguno escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar». profundidades del mar» (Mt 18,6). Una declaración reciente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, publicada con la aprobación del Papa Francisco, no logró corregir estos errores y crear la verdad. Además, por su falta de claridad, no ha hecho más que amplificar la confusión que reina en los corazones y algunos incluso se han valido de ella para apoyar su intento de manipulación.

¿Qué podemos hacer ante la confusión que el divisor ha sembrado dentro de la Iglesia? : «¡No discutimos con el diablo! -dijo el Papa Francisco. No negociamos, no dialogamos; no se le derrota negociando con él. Derrotamos al diablo enfrentándolo con fe a la Palabra divina. Así, Jesús nos enseña a defender la unidad con Dios y entre nosotros contra los ataques del divisor. La Palabra divina es la respuesta de Jesús a la tentación del diablo. » [3] En la lógica de esta enseñanza del Papa Francisco, nosotros tampoco discutimos con el divisor. No entremos en discusión con la Declaración «Fiducia supplicans», ni con las diversas recuperaciones que hemos visto multiplicarse. Respondamos simplemente con la Palabra de Dios y con el Magisterio y la enseñanza tradicional de la Iglesia.

Para mantener la paz y la unidad en la verdad, atrevámonos a negarnos a discutir con el divisor, atrevámonos a responder a la confusión con la palabra de Dios. Porque «vivir, en efecto, es la palabra de Dios, eficaz y más incisiva que cualquier espada de dos filos, penetra hasta dividir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, puede juzgar los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hebreos 4:12).

Como Jesús frente a la mujer samaritana, atrevámonos a decir la verdad. «Tienes razón al decir: no tengo marido porque has tenido cinco maridos y el que tienes ahora no es tu marido. En esto dices la verdad. » (Juan 4, 18) ¿Qué deberías decirle a las personas involucradas en uniones homosexuales? Como Jesús, atrevámonos a la primera de las misericordias: la verdad objetiva de las acciones.

Por tanto, con el Catecismo de la Iglesia Católica (2357), podemos afirmar: «La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual exclusiva o predominante hacia personas del mismo sexo. Adopta formas muy variables a lo largo de los siglos y las culturas. Su génesis psicológica sigue en gran medida inexplicada. Basándose en la Sagrada Escritura, que los presenta como graves depravaciones (cf. Gn 19,1-29; Rom 1,24-27; 1 Cor 6,10; 1 Tim 1,10), la Tradición siempre ha declarado que «los actos de la homosexualidad son intrínsecamente desordenadas» (CDF, decl. «Persona humana» 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No provienen de una verdadera complementariedad emocional y sexual. No pueden recibir aprobación bajo ninguna circunstancia. »

Cualquier acción pastoral que no recuerde esta verdad objetiva fracasaría en la primera obra de misericordia que es el don de la verdad. Esta objetividad de la verdad no es contraria a la atención prestada a la intención subjetiva de las personas. Pero conviene recordar aquí la magistral y definitiva enseñanza de san Juan Pablo II:

«Es apropiado considerar cuidadosamente la relación exacta que existe entre la libertad y la naturaleza humana y, en particular, el lugar del cuerpo humano desde el punto de vista del derecho natural. (…)

«La persona, comprendiendo su cuerpo, está enteramente confiada a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo que es sujeto de sus actos morales. Gracias a la luz de la razón y al apoyo de la virtud, la persona descubre en su cuerpo los signos de alerta, la expresión y la promesa del don de sí, conforme al sabio designio del Creador. (…)

«Una doctrina que disocia el acto moral de las dimensiones corporales de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la Tradición: tal doctrina revive, en nuevas formas, ciertos errores antiguos que la Iglesia siempre ha combatido, porque reducen el valor humano. persona a una libertad «espiritual» puramente formal. Esta reducción ignora el significado moral del cuerpo y los comportamientos asociados a él (cf. 1 Cor 6,19). El apóstol Pablo declara que «ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los ladrones, heredarán el Reino de Dios» (1 Cor 6 :9-10). Esta condena, expresada formalmente por el Concilio de Trento, sitúa entre los «pecados mortales» o «prácticas infames» ciertos comportamientos específicos cuya aceptación voluntaria impide a los creyentes participar en la herencia prometida. En efecto, el cuerpo y el alma son inseparables: en la persona, en el agente voluntario y en el acto deliberado, permanecen o se pierden juntos. » («Veritatis esplendor» 48-49)

Pero un discípulo de Jesús no puede quedarse ahí. Frente a la mujer adúltera, Jesús obra el perdón en verdad: «Yo tampoco te condeno, ve y no peques más. » (Juan 8, 11) Ofrece un camino de conversión, de vida en la verdad.

La Declaración «Fiducia supplicans» escribe que la bendición está destinada, en cambio, a las personas que «piden que todo lo que es verdadero, bueno y humanamente valioso en su vida y en sus relaciones sea investido, sanado y elevado por la presencia del Espíritu Santo» ( n.31). Pero ¿qué es bueno, verdadero y humanamente válido en una relación homosexual, definida por las Sagradas Escrituras y la Tradición como una depravación grave e «intrínsecamente desordenada»? ¿Cómo puede tal escrito corresponder al Libro de la Sabiduría que dice: «Los pensamientos turbulentos alejan de Dios, y el poder, cuando se prueba, confunde a los necios»? No, la Sabiduría no entra en un alma malvada, no mora en un cuerpo dependiente del pecado. Porque el Espíritu Santo, maestro, huye del engaño» (Sab 1,3-5). Lo único que se puede pedir a las personas que están en una relación antinatural es que se conviertan y se conformen a la Palabra de Dios.

Con el Catecismo de la Iglesia Católica (2358-2359), podemos aclarar más diciendo: «Un número significativo de hombres y mujeres exhiben tendencias homosexuales fundamentales. Esta propensión, objetivamente desordenada, constituye un desafío para la mayoría de ellos. Deben ser recibidos con respeto, compasión y sensibilidad. Se evitará cualquier forma de discriminación injusta contra ellos. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en sus vidas, y si son cristianos, a unir con el sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar por su condición. Los homosexuales están llamados a la castidad. Mediante las virtudes de la maestría, que educan la libertad interior, a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, mediante la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse, gradual y decididamente, a la perfección cristiana. »

Como recordó Benedicto XVI, «como seres humanos, las personas homosexuales merecen respeto (…); no deben ser rechazados por esto. El respeto al ser humano es absolutamente fundamental y decisivo. Pero eso no significa que la homosexualidad sea correcta. Sigue siendo algo radicalmente opuesto a la esencia misma de lo que Dios quería originalmente. »

La Palabra de Dios transmitida por la Sagrada Escritura y la Tradición es, por tanto, el único fundamento sólido, el único fundamento de verdad sobre el que cada Conferencia Episcopal debe poder construir una pastoral de misericordia y de verdad hacia las personas homosexuales. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una poderosa síntesis, responde al deseo del Concilio Vaticano II «de llevar a todos los hombres, por el resplandor de la verdad del Evangelio, a buscar y recibir el amor de Cristo que está sobre todo . » [4]

Debo agradecer a las Conferencias Episcopales que ya han hecho esta obra de verdad, en particular a las de Camerún, Chad, Nigeria, etc., cuyas decisiones y firme oposición a la Declaración «Fiducia supplicans» comparto y apoyo. Debemos alentar a otras Conferencias Episcopales nacionales o regionales y a cada obispo a hacer lo mismo. Al hacerlo, no nos oponemos al Papa Francisco, pero nos oponemos firme y radicalmente a una herejía que socava gravemente a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, porque es contraria a la fe y la Tradición católicas.

Benedicto XVI señaló que «la noción de «matrimonio homosexual» está en contradicción con todas las culturas de la humanidad que se han sucedido hasta el día de hoy y, por lo tanto, significa una revolución cultural que se opone a toda la tradición de la humanidad hasta ese día «. Creo que la Iglesia africana es muy consciente de ello. No olvida la misión esencial que le confiaron los últimos Papas. El Papa Pablo VI, dirigiéndose a los obispos africanos reunidos en Kampala en 1969, declaró: «Nova Patria Christi África: la nueva patria de Cristo es África». El Papa Benedicto XVI ha confiado en dos ocasiones a África una enorme misión: la de ser el pulmón espiritual de la humanidad por las increíbles riquezas humanas y espirituales de sus hijos y de sus culturas. Dijo en su homilía del 4 de octubre de 2009: «África representa un inmenso «pulmón» espiritual para una humanidad que parece estar en crisis de fe y de esperanza. Pero este «pulmón» también puede enfermarse. Y, en este momento, lo atacan al menos dos patologías peligrosas: sobre todo, una enfermedad ya extendida en el mundo occidental, a saber, el materialismo práctico, asociado al pensamiento relativista y nihilista […] El llamado «primer» mundo a veces ha exportó y continúa exportando desechos espirituales tóxicos que contaminan a las poblaciones de otros continentes, incluidas las poblaciones africanas» [5].

Juan Pablo II recordó a los africanos que deben participar del sufrimiento y de la Pasión de Cristo por la salvación de la humanidad, «porque el nombre de cada africano está inscrito en las Palmas de Cristo crucificado» [6].

Su misión providencial hoy tal vez sea recordar a Occidente que el hombre no es nada sin la mujer, la mujer no es nada sin el hombre y ambos no son nada sin este tercer elemento que es el niño. San Pablo VI había subrayado «la aportación insustituible de los valores tradicionales de este continente: la visión espiritual de la vida, el respeto a la dignidad humana, el sentido de familia y de comunidad» («Africae terrarum» 8-12). La Iglesia en África vive de esta herencia. Por causa de Cristo y por la fidelidad a su enseñanza y a su lección de vida, le resulta imposible aceptar ideologías inhumanas promovidas por un Occidente descristianizado y decadente.

África tiene una gran conciencia del necesario respeto por la naturaleza creada por Dios. No se trata de apertura de miras y progreso social como afirman los medios occidentales. Se trata de saber si nuestros cuerpos sexuales son el don de la sabiduría del Creador o una realidad sin sentido, incluso artificial. Pero aquí nuevamente Benedicto XVI nos advierte: «Cuando renunciamos a la idea de creación, renunciamos a la grandeza del hombre. » La Iglesia de África defendió con fuerza en el último sínodo la dignidad del hombre y de la mujer creados por Dios. Su voz es a menudo ignorada, despreciada o considerada excesiva por aquellos cuya única obsesión es complacer a los lobbies occidentales.

La Iglesia de África es la voz de los pobres, los sencillos y los pequeños. Pero «la necedad de Dios es más sabia que los hombres» (1 Cor 1,25). Por tanto, no sorprende que los obispos de África, en su pobreza, sean hoy heraldos de esta verdad divina frente al poder y la riqueza de ciertos episcopados de Occidente. Porque «todo lo que hay de necio en el mundo, esto es lo que Dios ha elegido para confundir a los sabios; Dios ha elegido lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte. Lo que en el mundo no tiene nacimiento y lo que es despreciado, esto es lo que Dios ha elegido; lo que no es, esto es lo que Dios ha escogido, para reducir a nada lo que es, para que nadie se jacte delante de Dios» (1 Cor 1, 27-28). Pero ¿nos atreveremos a escucharlos durante la próxima sesión del Sínodo sobre la sinodalidad? ¿O deberíamos creer que, a pesar de las promesas de escucha y respeto, sus advertencias serán ignoradas como vemos hoy? «Cuidado con los hombres» (Mt 10,22), dice el Señor Jesús, porque toda esta confusión, suscitada por la Declaración «Fiducia supplicans», podría reaparecer bajo otras formulaciones más sutiles y más ocultas en la segunda sesión del Sínodo sobre la sinodalidad. , en 2024, o en el texto de quienes ayudan al Santo Padre a redactar la Exhortación Apostólica postsinodal. ¿No tentó Satanás al Señor Jesús tres veces? Habrá que estar atentos a las manipulaciones y proyectos que algunos ya están preparando para esta próxima sesión del Sínodo.

Cada sucesor de los apóstoles debe atreverse a tomar en serio las palabras de Jesús: «Que vuestra palabra sea sí si es sí, no si es no. Todo lo que se añade, procede del Mal» (Mt 5,35). El Catecismo de la Iglesia Católica nos da el ejemplo de una palabra tan clara, tajante y valiente. Cualquier otro camino sería inevitablemente truncado, ambiguo y engañoso. Actualmente escuchamos tantos discursos tan sutiles y eludidos que acaban cayendo bajo esta maldición pronunciada por Jesús: «Todo lo demás viene del Malo». Inventamos nuevos significados para las palabras, contradecimos, falsificamos la Escritura al pretender ser fieles a ella. Terminamos por dejar de servir a la verdad.

Así que no me dejen caer en vanas objeciones sobre el significado de la palabra bendición. Es obvio que podemos orar por el pecador, es obvio que podemos pedir a Dios su conversión. Es obvio que podemos bendecir al hombre que, poco a poco, se dirige a Dios para pedir humildemente una gracia de cambio verdadero y radical en su vida. La oración de la Iglesia no es rechazada a nadie. Pero nunca se puede abusar de él para convertirlo en una legitimación del pecado, de la estructura del pecado, o incluso de la ocasión inminente del pecado. El corazón contrito y arrepentido, aunque esté todavía lejos de la santidad, debe ser bendito. Pero recordemos que, ante el rechazo de la conversión y la dureza, de boca de san Pablo no sale ninguna palabra de bendición sino esta advertencia: «Con el corazón endurecido, que no quiere convertirse, acumulas ira contra ti. para aquel día de ira, en el que se revelará el justo juicio de Dios, el cual recompensará a cada uno según sus obras» (Romanos 2:5-6).

A nosotros nos corresponde ser fieles a aquel que nos dijo: «Para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz» (Juan 18:37). Nos corresponde a nosotros, como obispos, como sacerdotes y como bautizados, dar testimonio a nuestra vez de la verdad. Si no nos atrevemos a ser fieles a la palabra de Dios, no sólo lo traicionamos a Él, sino que también traicionamos a aquellos con quienes hablamos. La libertad que tenemos para brindar a las personas en uniones del mismo sexo radica en la verdad de la palabra de Dios. ¿Cómo atrevernos a hacerles creer que sería bueno y querido por Dios que permanecieran en la prisión de su pecado? «Si permanecéis fieles a mi palabra, sois verdaderamente mis discípulos, entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Juan 8, 31-32).

Así que no tengamos miedo si el mundo no nos comprende y aprueba. Jesús nos dijo: «el mundo me aborrece, porque doy testimonio de que sus obras son malas» (Juan 7:7). Sólo aquellos que pertenecen a la verdad pueden oír su voz. No nos corresponde a nosotros ser aprobados y unánimes.

Recordemos la grave advertencia del Papa Francisco en el umbral de su pontificado: «Podemos caminar como queramos, podemos construir muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, está mal. Nos convertiremos en una ONG humanitaria, pero no en la Iglesia, Esposa del Señor… Cuando no construimos sobre las piedras, ¿qué pasa? Pasa lo que les pasa a los niños en la playa cuando hacen castillos de arena, todo se derrumba, es insustancial. Cuando no confesamos a Jesucristo, me viene la frase de Léon Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Cuando no confesamos a Jesucristo, confesamos la mundanalidad del diablo, la mundanalidad del diablo» (14 de marzo de 2013).

Una palabra de Cristo nos juzgará: «El que es de Dios escucha las palabras de Dios. Y vosotros, si no escucháis, es porque no sois de Dios» (Juan 8, 47).

Cardenal Robert Sarah, prefecto emérito del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los sacramentos

6 de enero del 2024, fiesta de la Epifanía del Señor


[1] Juan Pablo II, Mensaje para el Día Internacional de la Paz, 1 de enero de 1980.

[2] Papa Francisco, Ángelus del 26 de febrero de 2023.

[3] Ángelus del 26 de febrero de 2023

[4] Juan Pablo II, Constitución Apostólica «Fidei depositum».

[5] Benedicto XVI, Homilía pronunciada en la apertura de la II Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, 4 de octubre de 2009. Utilizará la misma expresión «África, pulmón espiritual de la humanidad» en «Africae munus», n. . 13.

[6] Juan Pablo II, «Ecclesia in Africa», n. 143.

CALENDARIO LITÚRGICO TRADICIONAL 2024 (Digital)

Como es costumbre desde 2010, la comunidad de Una Voce Sevilla, con ocasión de la Epifanía del Señor, pone a disposición de forma gratuita a nuestros lectores el calendario litúrgico del rito Romano tradicional en formato pdf correspondiente al año del Señor que acaba de comenzar.

En esta ocasión, hemos querido dedicar la portada a los padres de los sacerdotes, con un óleo sobre lienzo del pintor español José Alcázar Tejedor titulado: «Padres del celebrante después de la primera Misa». Padres que son bendecidos por el recién ordenado tras la finalización de esa Misa.

Corresponde al Calendario Romano General, en latín, extraído del más amplio y completo que ha publicado la Federación Internacional Una Voce en su web, para que pueda ser consultado y usado por los sacerdotes y seglares que celebran o asisten, respectivamente, a la Santa Misa tradicional o rezan el Breviarium Romanum en cualquier parte del mundo, aunque nos hemos permitido indicar al pie de cada mes, junto a las antífonas de la Santísima Virgen, las variaciones correspondiente al calendario común para todas las diócesis de España.

EL ORIGEN DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL UNA VOCE Y SU RAMA ESPAÑOLA

Con ocasión del XIX aniversario de la fundación de la Asociación Una Voce Sevilla, traemos a colación un interesante artículo del P. don José Jiménez Delgado, CMF, Catedrático de Filología Latina de la Universidad Pontificia de Salamanca. Escrito en el año 1967 -dos años después de la finalización del Concilio Vaticano II- y titulado: LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL «UNA VOCE». Origen y sus causas. Creación de la rama española. Artículo que se encuentra insertado en la web del Ministerio de Educación y Formación Profesional, pues fue publicado en el número LXV de la Revista de Educación, sección de información extranjera.

En el artículo podemos comprobar que la Federación Internacional «Una Voce», tuvo su origen como un movimiento a nivel internacional formado por laicos, para la salvaguarda salvaguarda del latín y el canto gregoriano en la liturgia católica, ante las previsiones poco esperanzadoras que se iban produciendo en la práctica litúrgica del postconcilio.

Por otro lado, queda constado, haciendo referencia a un artículo que se publicó en el Diario ABC, que el 07 de abril de 1967 -se adjunta- se funda en Madrid la rama española de la Federación Internacional «Una Voce», que al día de hoy, después de varias refundaciones, continúa con la denominación de UNA VOCE ESPAÑA. Entre los firmantes se encuentran: conde de los Andes, Julio Calonge, Manuel C. Díaz y Díaz, Luis Díez del Corral, Manuel Irnández-Galiano, Rafael Gambra, Antonio García Pérez, Alfonso García -Valdecasas, Mariano Guirao, José barras, Antonio Linaje Conde, Sebastián Mariner, Antonio Millán Puelles, Manuel Millán Senmartí, Leopoldo Eulogio Palacios, Dacio Rodriguez Lesmes, Dalmiro de la Válgoma, Juan Vallet de Goytisolo y Eugenio Vagas Latapíé.

Nuestro especial agradecimiento a todos ellos, pues fueron en nuestra patria los precursores de la defensa y promoción de la liturgia tradicional, tan denostada en estos momentos.

CONFERENCIA DE MONS. SCHNEIDER EN ROMA: «EL PRINCIPIO DE LA TRADICIÓN EN LA VIDA LITÚRGICA DE LA IGLESIA»

A continuación, le ofrecemos el vídeo -subtitulado- y texto en españo de la interesantísima conferencia pronunciada por el obispo Athanasius Schneider el pasado 27 de noviembre de 2023 en Roma con ocasión del Encuentro de Pax Liturgica celebrado durante la Peregrinación anual «Populo Summorum Pontificum»

XII PEREGRINACIÓN INTERNACIONAL SUMMORUM PONTIFICUM A ROMA

Con ocasión de la festividad de Cristo Rey, los días 27, 28 y 29 de octubre de 2023 se celebró en Roma la PEREGRINATIO AD PETRI SEDEM, que se organiza anualmente desde 2012 por los representantes del “ Populus Summorum Pontificum”, reuniendo a fieles laicos, sacerdotes y religiosos de todo el mundo, con el propósito de tomar parte en la nueva evangelización en torno al rito Romano tradicional, la misa en latín y gregoriana celebrada según la última edición del misal tridentino, publicada en 1962 por Juan XXIII.

Durante tres días de peregrinación, los cientos de participantes venidos de muchas partes del mundo han testimoniado la eterna juventud de la liturgia tradicional. A la Peregrinación, como es costumbre, ha acudido una representación de España, entre ellos, miembros de Una Voce Sevilla, quienes han podido dar testimonio de lo vivido a través de los vídeos publicados en nuestro canal de YouTube: VER AQUÍ

El Viernes, los peregrinos se reunieron en la Basílica de Santa María de los Mártires (Panteón), para asistir a Vísperas solemnes celebradas por el obispo Athanasius Schneider. Previamente, y antes de comenzar la Peregrinación, se desarrollaron varias conferencias muy interesantes organizadas por Paix Liturgica, en la que participó, entre otros, Mons. Athanasius Schneider y que pueden visualizar en el siguiente: ENLACE

El Sábado, después de un tiempo de adoración eucarística, una procesión con una multitud de peregrinos recorrió las calles del centro de Roma hasta la Basílica de San Pedro, para allí venerar y rezar ante la tumba de San Pedro. Este año, se ha prohibido la celebración de la Misa tradicional a su llegada, si bien se rezó de forma solemne el oficio de sexta en el altar de la Cátedra de la Basílica vaticana.

La peregrinación concluyó el Domingo, fiesta de Cristo Rey, con una Misa tradicional solemne en la iglesia de la Santissima Trinità dei Pellegrini, Parroquia Personal para la liturgia tradicional en Roma (FSSP), celebrada por Monseñor Guido Pozzo, y otra Misa celebrada en la Basílica menor de San Celso y San Julián (ICRSS) por Mons. Athanasius Schneider.

A continuación, un bellísimo vídeo sobre la Peregrinación Summorum Pontificum:

EL CARDENAL SARAH HABLA SOBRE LA TEOLOGÍA Y LITURGIA DE BENEDICTO XVI

Publicado por Peter Kwasniewski en la web New Liturgical Movement. Traducción: RITO TRADICIONAL CATÓLICO LATINO ROMANO (Vetus Ordo)

«A veces el nombre y los escritos del cardenal Robert Sarah, a quien Benedicto XVI eligió como su estrecho colaborador en la sagrada liturgia, y que fue marginado durante los primeros años del presente pontificado.

El cardenal Sarah nunca ha dejado de dar un claro testimonio de la prioridad de la liturgia en la vida de la Iglesia, y de la extrema necesidad de un retorno a la sana praxis litúrgica después de la vorágine del Concilio. Ha hablado con particular claridad desde el lanzamiento de Traditionis Custodes.

Por lo tanto, es de gran interés observar que ha publicado un importante artículo en la revista Communio titulado «La realidad inagotable: Joseph Ratzinger y la Sagrada Liturgia» (vol. 49, invierno de 2022), que la publicación ha puesto a disposición de forma gratuita (aquí). Aunque vale la pena leer todo el artículo, me gustaría llamar especialmente la atención sobre los siguientes pasajes.

En las páginas 639-40:

Una de las contribuciones «desapercibidas» pero importantes de El Espíritu de la Liturgia [de Joseph Ratzinger] es su reflexión sobre la autoridad, específicamente la autoridad papal, y la sagrada liturgia. Observando que la liturgia occidental es algo que (tomando prestadas las palabras de J. A. Jungmann, SJ) «ha llegado a ser», es decir, «un crecimiento orgánico», no «una producción especialmente artificial», «algo orgánico que crece y cuyas leyes de crecimiento determinan las posibilidades de un mayor desarrollo», el cardenal Ratzinger observa que en los tiempos modernos «cuanto más vigorosamente se mostraba la primacía [petrina], cuanto más surgía la pregunta sobre el alcance y los límites de esta autoridad, que, por supuesto, nunca se había considerado. Después del Concilio Vaticano II, surgió la impresión de que el Papa realmente podía hacer cualquier cosa en asuntos litúrgicos, especialmente si actuaba bajo el mandato de un Concilio Ecuménico. Eventualmente, la idea de lo dado de la liturgia, el hecho de que uno no puede hacer con ella lo que quiera, se desvaneció de la conciencia pública de Occidente. De hecho, el Concilio Vaticano I no había definido de ninguna manera al Papa como un monarca absoluto. Por el contrario, lo presentó como el garante de la obediencia a la Palabra revelada. La autoridad del Papa está ligada a la Tradición de la fe, y eso también se aplica a la liturgia. No es «fabricado» por las autoridades. Incluso el Papa sólo puede ser un humilde servidor de su desarrollo legal y de su integridad e identidad duraderas. . . . La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la Sagrada Tradición». [1]

En esta afirmación de la objetividad de la sagrada liturgia en sus formas rituales desarrolladas, y del deber de la máxima autoridad de la Iglesia de respetar esta realidad, [2] el cardenal Ratzinger sentó las bases teológicas para la consideración de una reforma de la reforma litúrgica, o incluso para dejar legítimamente de lado los ritos reformados en favor de sus predecesores. La obediencia acrítica a la autoridad papal, algo ya abandonado hace mucho tiempo en muchos lugares, pero al que otros se aferraron como garantía de la ortodoxia en tiempos turbulentos, recibió un golpe, al menos con respecto a la reforma litúrgica, por parte de uno de los prelados de más alto rango en la Iglesia (aunque escribiendo a título privado).

De nuevo, en las páginas 643-45:

El acto de gobierno litúrgico más famoso del Papa Benedicto XVI fue, por supuesto, su motu proprio Summorum pontificum (2007), «Sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970», estableciendo que los ritos litúrgicos más antiguos «nunca fueron abrogados» (1) y, por lo tanto, podrían usarse libremente, y de hecho que las solicitudes de los grupos de fieles para su celebración deben ser aceptadas. Los obispos ya no podían excluir a priori su celebración. La regulación de estos principios por parte del Papa Benedicto XVI fue permisiva, marcando un cambio brusco en el enfoque parsimonioso de demasiados obispos hasta ese momento.

Su acompañamiento «Carta a los obispos con motivo de la publicación de la Carta Apostólica ‘Motu Proprio Data’ Summorum Pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970″ de la misma fecha, trató hábilmente la fuerte oposición que esta medida había atraído incluso antes de que apareciera; Señaló la realidad pastoral de que «también los jóvenes han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su atracción y han encontrado en ella una forma de encuentro con el misterio de la Santísima Eucaristía, particularmente adecuada para ellos» [3], y apeló a los obispos: «Abramos generosamente nuestros corazones y demos espacio a todo lo que la fe misma permite». El Papa dijo claramente:

«En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grande para nosotros también, y no puede ser de repente completamente prohibido o incluso considerado dañino. Nos corresponde a todos preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde».

Una vez más, para aquellos que conocieron el pensamiento litúrgico de Joseph Ratzinger, esta postura no es una sorpresa. Su apertura a las realidades en cuestión —históricas, teológicas y pastorales— es clara. Pero para aquellos que no compartían ni su visión ni su apertura, estos eran actos retrógrados que cuestionaban el Concilio Vaticano II y su reforma litúrgica.

El argumento, tal como fue, fue ganado con el tiempo por lo que se conoce como «la paz litúrgica de Benedicto XVI», en la que las «guerras litúrgicas» de décadas anteriores que habían establecido facciones de «rito antiguo» y «rito nuevo» disminuyeron y, ciertamente gracias a muchos de la generación más joven de obispos, dieron paso a una coexistencia pacífica. tolerancia, e incluso un cierto grado de enriquecimiento mutuo entre las formas litúrgicas que duró mucho más allá del final de su pontificado, reparando en cierta medida la unidad de la Iglesia y mejorándola, respetando las legítimas diferencias de expresión dentro de la Iglesia de Dios.

Es de lamentar profundamente que el motu proprio Traditionis custodes (16 de julio de 2021) y la relacionada Responsa ad dubia (4 de diciembre de 2021), percibidos como actos de agresión litúrgica por muchos, parecen haber dañado esta paz e incluso pueden representar una amenaza para la unidad de la Iglesia. Si hay un renacimiento de las «guerras litúrgicas» postconciliares, o si la gente simplemente va a otro lugar para encontrar la liturgia más antigua, estas medidas habrán fracasado gravemente. Es demasiado pronto para hacer una evaluación exhaustiva de las motivaciones detrás de ellas, o de su impacto final, pero sin embargo es difícil concluir que el Papa Benedicto XVI se equivocó al afirmar que las formas litúrgicas más antiguas «no pueden ser repentinamente totalmente prohibidas o incluso consideradas dañinas», particularmente cuando su celebración sin restricciones ha producido manifiestamente buenos frutos.

Notas (del artículo original de Communio)

[1] Ratzinger, El Espíritu de la Liturgia, 165-66. Como Papa Benedicto XVI, desarrollaría este tema con respecto al ministerio petrino más amplio en su homilía con ocasión de tomar posesión de la Cátedra del Obispo de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán, el 7 de mayo de 2005.

[2] Una realidad enseñada por el Catecismo de la Iglesia Católica, §§1124-25.

[3] Benedicto XVI, Carta a los obispos con ocasión de la publicación de la carta apostólica «Motu proprio data» summorum pontificum sobre el uso de la liturgia romana antes de la reforma de 1970 (Ciudad del Vaticano, 7 de julio de 2007). También puedo testimoniar esta realidad a partir de muchos encuentros con jóvenes —laicos y laicas, religiosos, seminaristas y sacerdotes— cuyas vocaciones en el mundo, ya sea al matrimonio cristiano o a la vida religiosa o apostólica, se basan y se alimentan de las formas litúrgicas más antiguas de una manera verdaderamente vivificante. A este respecto, no podré olvidar nunca mi visita a la peregrinación de Pentecostés París-Chartres en 2018: ¡qué esperanza dan estos jóvenes a la Iglesia de hoy y de futuro!

Visite el Substack del Dr. Kwasniewski «Tradición y cordura»; sitio personal; sitio del compositor; editorial Os Justi Press y páginas de YouTube, SoundCloud y Spotify.

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LA REALIDAD INAGOTABLE: JOSEPH RATZINGER Y LA SAGRADA LITURGIA por el Cardenal Robert Sarah

Introducción

A raíz de la publicación del motu proprio Summorum pontificum (2007), un comentarista se apresuró a quejarse de que su autor «no era un liturgista entrenado», y aunque estuvo de acuerdo en que el autor era alguien que «ha mostrado interés y sensibilidad en asuntos litúrgicos», el comentarista insistió en que había demostrado «un verdadero malentendido del papel de la liturgia en la vida de la Iglesia».1

El autor era, por supuesto, el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, un sacerdote, obispo, cardenal y Papa que tenía títulos académicos más que suficientes pero, aparentemente, había cometido el pecado imperdonable de hablar (de hecho, legislar) sobre la sagrada liturgia sin una formación litúrgica específica.

1. Mark Francis, CSV, «Beyond Language», The Tablet, 14 de julio de 2007.

PARA LEER ESTE ARTÍCULO EN SU TOTALIDAD DEL CARDENAL ROBERT SARAH, DESCARGUE el PDF en Inglés gratuito disponible AQUÍ

MISA TRADICIONAL CELEBRADA RECIENTEMENTE POR EL CARD. SARAH EN LA REPÚBLICA CHECA

UNA VOCE SEVILLA PARTICIPARÁ EN LA III PEREGRINACIÓN TRADICIONAL OVIEDO A COVADONGA (22 al 24 julio)

El Capítulo Ntra. Sra. de la Antigua de Una Voce Sevilla participará este verano en la III Peregrinación tradicional Oviedo-Covadonga, organizada por la asociación Nuestra Señora de la Cristiandad – España durante los días 22 al 24 de julio, y que en la pasada edición alcanzó el millar de participantes.

Se trata de una peregrinación anual desde la Catedral de Oviedo al santuario de Nuestra Señora de Covadonga (Asturias) organizada por un grupo de fieles católicos laicos devotos de la celebración de la Santa Misa según el rito Romano tradicional, a semejanza a la peregrinación internacional París-Chartres. Tiene lugar en el fin de semana más cercano a la festividad del apóstol Santiago, patrón de las Españas (25 de julio). La distancia total a recorrer a pie en los 3 días es de aproximadamente 100 km a través de idílicos paisajes asturianos.

Este año estará la Peregrinación cuenta con 22 capítulos procedentes de toda España y 5 del extranjero (Francia, Alemania, Portugal).

La participación en la peregrinación puede hacerse también en familia (con niños de todas las edades y un recorrido más corto) o como voluntario que presta determinados servicios antes, durante y después de la Peregrinación (Liturgia, cantos, sanitarios, transporte, montajes, cocina, avituallamiento…etc). Para más información: Nuestra Señora de la Cristiandad | España (nscristiandad.es)

La asociación y comunidad de Una Voce Sevilla y su Grupo Joven Sursum Corda ya peregrinaron en los dos años anteriores, siendo muchas las personas que nos acompañaron, principalmente jóvenes, en tan profunda vivencia espiritual y de hermandad en torno al apostolado de la Tradición Católica.

Por eso, os animamos de nuevo a participar en la Peregrinación y, si lo deseas, a hacerlo en nuestro Capítulo de Ntra. Sra. de la Antigua. Para ello, debes inscribirte en la siguiente dirección web: Inscripción | Nuestra Señora de la Cristiandad (nscristiandad.es) Más info sobre el Capítulo: asociacion@unavocesevilla.info

Recuerda que el 1º plazo de inscripción finaliza el próximo 30 de junio. Pasado este plazo y hasta el 15 de julio, el precio se incrementará un 50%.

¡Peregrina a Covadonga!

UNA VOCE SEVILLA

UNA RESEÑA DEL LIBRO «EL RITO ROMANO, DE AYER Y DEL FUTURO» DEL PROF. KWASNIESWSKI

Como continuación a nuestra publicación anterior (ver aquí), en la que reproducíamos un extracto del primer capítulo del recomendado libro del Dr. Kwasniewski, El rito romano de ayer y del futuro (Os Justi Press, 2023); traemos a colación una interesante reseña realizada al libro por el abogado de Sevilla, don Luis López Valpuesta, en su blog Nolite Conformari, que se encuentra además alojado en la web de Infovaticana:

«No eches atrás el hito antiguo, que tus padres pusieron» (Prov. 22, 28)

                                                  

Peter Kwasniewski es un teólogo y músico norteamericano, que desde hace unos años escribe y da conferencias en defensa de la fe católica, tal y como la hemos recibido desde siempre, poniendo especial énfasis en la faceta litúrgica. En este sentido podemos considerarlo como una de las más importantes voces proféticas actuales, tanto en la condena de la deriva abiertamente «modernista» de nuestra Iglesia Católica (me reafirmo en esta dura palabra, aunque la ponga entre guiones), y en la reivindicación de una vuelta de los católicos a las raíces espirituales de la fe, sajadas por los vientos de la modernidad. Su último libro publicado -del que haremos ahora un pequeño comentario- «El rito romano, de ayer y del futuro» es, a la vez que un brutal alegato fiscal contra las reformas operadas en la liturgia católica en el siglo XX, una defensa apasionada y lúcida de la liturgia tradicional. Recomiendo sobre todo la lectura detenida del Capítulo 8, un bellísimo comentario y apología del Canon Romanoque en algunos momentos me emocionó, y me hizo exclamar como aquellos Padres del siglo V que nos precedieron: ¡Esta es la fe de la iglesia! Es especialmente trágico que este monumento de catolicidad sea hoy silenciado en casi todas las misas Novus Ordo, pues como afirma con gran verdad el autor:

«La existencia en Occidente de múltiples anáforas es una absoluta novedad (…) Que el Canon romano sea hoy una opción contradice su naturaleza misma de canon, es decir, de norma fija o medida del culto de la Iglesia» (pág. 287).

Y en consecuencia,

«Puesto que la Misa es el corazón del culto de la Iglesia Católica, y el Canon es el corazón de la Misa, el hecho de que la lex orandi haya sido tan gravemente alterada equivale a una traición a la tradición, en el más extricto sentido del término, y a una corrupción de la lex credendi, con resultados inevitables en la lex vivendi» (Pág. 278).

Dos son las ideas nucleares que vertebran todo el libro, una teológica y otra vivencial: la primera, la defensa de la precedencia de la lex orandi sobre la lex credendi y, en segundo lugar, la convición de que los católicos actuales vivimos un estado de ruptura con nuestra tradición litúrgica, con pavorosas repercusiones para lo que creemos y lo que obramos, para nuestra fe y para nuestra moral.

«Jamás, en toda la historia de la cristiandad oriental u occidental ha habido nada ni remotamente comparable con la cantidad y calidad del cambio que se dio en la década que va aproximadamente desde 1963 a 1973. Esto (…) produjo un efecto catastróficamente desestabilizador en los católicos (…). Todos los católicos resultaron dañados con un daño cumulativo y duradero, como el producto por defectos genéticos que se transmite a la descendencia, o como las riñas familiares que se prolongan por generación (…). Nuestra razón nos dice, ayudada por los recursos de la filosofía, de la psicología y de la sociología,  que un cambio tan colosal en la forma en que los católicos rinden culto a Dios podía tener solamente un significado: lo que habían estado haciendo era incorrecto, defectuoso, no saludable, e incluso desagradable a Dios. Tal es la posición de quienes todavía se oponen a la liturgia latina tradicional» (pág. 90).

En efecto, los que hoy desprecian (desde las más altas esferas de la Iglesia, y a veces con palabras gruesas como rígidos, hipócritas, desleales…) a los cristianos vinculados a la tradición litúrgica de los que nos precedieron, no sé si son conscientes de que en realidad insultan a éstos -a sus padres y ascendentes-, e impugnan la esencia de la fe cristiana tal y como la hemos recibido de ellos, y ellos de los suyos, ininterrumpidamente hasta llegar al cenáculo de Jerusalén en la fiesta judía de Pentecostés.  

«Desde Pentecostés, y hasta el final de los tiempos, la Iglesia es el territorio del Espíritu Santo, y la más perfecta acción y expresión de la Iglesia es la sagrada liturgia»  (pág. 75).

Kwasniewski comparte con muchos de nosotros la reflexión del añorado papa Benedicto XVI en su autobiografía, que el origen de la crisis actual en la que se ahoga el catolicismo de nuestro tiempo, hay que buscarlo y encontrarlo en los cambios revolucionarios de la liturgia, si bien en esta obra hay una diferencia fundamental con las ideas del recientemente fallecido papa. En efecto, Benedicto XVI se centra sobre todo en la discontinuidad y la revolución que supuso la obra de reforma de la Misa tras el Concilio Vaticano II, elogiando por contra el camino prudente de reforma litúrgica que comienza iniciado el siglo XX con los cambios  del Breviario y del Salterio por San Pío X y, posteriormente, por la reforma de los ritos de la Semana Santa de Pío XII en el primer lustro de los 50. Por ello, según Benedicto XVI, ninguno de los padres conciliares entendió la «Sacrosantum Concilium«como:

«Una revolución que habría significado el «fin del medievo» como a la sazón algunos teólogos creyeron poder interpretar. Se vio como una continuación de las reformas que hizo Pío X y que llevó adelante con prudencia pero con resolución Pío XII» (Mi Vida, pág. 145).

En este importante punto, el análisis histórico de Peter Kwasniewski se aparta del realizado por el Santo Padre, pues a su juicio, el principio tradicional de la precedencia de la lex orandi sobre la lex credendi, comienza a debilitarse con la reforma de San Pío X y se rompe abiertamente, cuando el papa Pío XII, en su encíclica «Mediator Dei» declara exactamente lo contrario: la preferencia de la lex credendi frente a la lex orandi  (pág. 376).

Legalizada la ruptura de ese principio en el documento de 1947, la reforma de la Semana Santa, implementada en los primeros años de la década de los 50, iba a marcar un camino de no retorno que nos llevaría, de un modo que difícilmente puede sorprendernos -visto en perspectiva-, a la revolución del Ordo Missae de 03 de abril de 1969. Quien sin duda captó desde el mismo momento de su implementación las consecuencias inevitables de ese cambio (con la perspicacia con la que suelen anticiparse los hijos del mundo, Lc. 16,8), fue uno de los artífices del mismo, el P. Carlo Braga (miembro de la Comisión Litúrgica y mano derecha de Annibale Bugnini), al describir la Semana Santa de Pío XII como:

«La cabeza de ariete que penetró la fortaleza de nuestra, hasta entonces, estática liturgia» (pág. 378).

Es por ello que el subtítulo del libro del Dr. Kwasniewski «El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio», se remonte a aquellos años de la década de los 50, en los que el Santo Padre Pío XII hizo esos cambios en la liturgia de la Semana Santa, sin percibir que estaba abriendo una caja de Pandora de la que emergerían elementos disolventes para la fe católica, que nadie con un mínimo de honestidad puede en nuestros días negar. A mi juicio (desde mi atalaya de nacido tras el Concilio Vaticano II), la crítica de Kwasniewski a los cambios operados por Pío XII es la parte que me ha parecido más floja del libro -la desarrolla en pocas páginas, 381 a 406-, porque me es difícil contemplar en ellos la abierta ruptura que sí se operó abiertamente en el Rito Romano de la Misa en 1969, a los que dedica el grueso del libro, de manera brillante, certera y demoledora. Pero en todo caso lo que parece incuestionable es que, sin el acento puesto por Pío XII en la nueva relación entre lo que creemos y lo que rezamos, y en el reforzamiento de la autoridad del Romano Pontífice en materia de liturgia, el desastre posterior probablemente no hubiera sobrevenido. En contrate con ello, el autor afirma con rotundidad:

«La liturgia tradicional tiene más autoridad eclesiástica inherente en sí misma que cualquier decisión de un papa o un funcionario curial» (pág. 409). 

Tras la lectura de este apasionante y apasionado libro, la solución que se propone ante este estado de ruptura, aunque nos parezca muy radical, difícilmente podemos discutir que es la única posible. A estas alturas no podemos aspirar a un justo equilibrio entre la tradición  (que ha dado buenos frutos), y esta insufrible modernidad (que no solo no los ha producido, sino que va pudriendo los pocos sanos que quedan). Ya no cabe aquel compromiso que, sin duda de buena fe y con profundo sentido pastoral (aunque en la práctica imposible), quiso implementar Benedicto XVI con su «Summorum Pontificum» (2007): una convivencia armónica de ambas modalidades de rito (el moderno y el tradicional), de tal modo que se produzca una mutua influencia positiva, y lo mejor de cada uno se adhiriese al otro. Ese desideratum es, a juicio de Kwasniewski, inviable, pues:

«La reforma no necesita reforma, sino repudio con arrepentimiento. No es suficiente prescindir de los abusos o reintroducir elementos tradicionales a diestra y a siniestra, un poco de incienso aquí, un poco de violín allá, un introito hoy, ad orientem mañana. Tal cosa sería como amontonar pomadas sobre una herida gangrenada o tratar el cáncer con multivitaminas. No, lo que se necesita es algo mucho más radical»

Kwasniewski incide en que es impropio hablar de dos modalidades de un solo rito, pues lo cierto es que el Vetus Ordo de Pío V de 1570 responde a una tradición de siglos de la Iglesia (que se remonta a San Gregorio y hasta la misma época apostólica), mientras que el Novus Ordo es -en sincerísimas palabras del penúltimo Papa- «un edificio nuevo (…) se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del que estaba hecho el antiguo» (Mi vida, pág. 177). Como dice Kwasniewski, el Novus Ordo, es un producto manufacturado de expertos, que no pudo reemplazar al antiguo rito precisamente por eso, porque no es una lógica evolución de lo anterior sino un nuevo comienzo; es -si el oximoron lo permite- una «tradición nueva» (pág. 168). Con sarcasmo, afirmará nuestro autor que:

«El rito moderno de Pablo VI, risiblemente declarado por el papa Francisco y Arthur Roche «la única expresión de la lex orandi del rito romano» se ha consolidado como una pseudo-tradición de vernacularidad, «versus populismo», informalidad, banalidad y horizontalidad» (pág. 416).

Que desde círculos conservadores se siga proponiendo esa vía media de la «reforma de la reforma» es un profundo error: «No sólo está muerta, sino profundamente enterrada» (pág. 417). El reciente motu proprio «Traditiones custodes» (2021) fue su siniestro sepulturero. Como dice el mismo Kwasniewski en otra de sus obras -un espléndido librito titulado «La verdadera obediencia en la iglesia (2021)-: 

«Paradójicamente, Traditionis Custodes ha corroborado la clásica afirmación tradicionalista de que se ha producido una ruptura entre la Iglesia de siempre y la Iglesia conciliar o, como mínimo, entre el culto que ofrece cada una de ellas. A pesar de ello, en este caso la que sale perdiendo no es la de siempre, con sus dogmas inmutables y su grandiosa liturgia. Quien tiene que perder es la advenediza, la impostora, la de ayer por la tarde».

Concluyo ya. A pesar de algunas expresiones excesivas, el libro de Kwasniewski tiene razón cuando nos dibuja el dramático momento de nuestra fe católica y verdadera, y cómo esa crisis -como ya destacó Benedicto XVI- se vincula al cambio litúrgico. En estos tiempos recios no caben ya componendas. Las cartas de cada uno están encima de la mesa. Y que nadie piense que los católicos tradicionales (cada vez más en número y calidad) se retirarán de la mesa de juego, harán trampas o romperán  la baraja (como se afirma -y se desea- de mala fe en tantos círculos eclesiales). Jugamos con la honradez y la sabiduría de quienes nos precedieron, y de los que ahora sabemos que triunfaron aun en sus derrotas (como nuestro único modelo, un Crucificado al que amamos sobre todas las cosas y hacemos presente en cada Misa). Y perseveraremos siempre en la buena luchallegaremos a la meta y conservaremos la fe  (2 Tim. 4,7).Y todo ello a pesar de que el presidente de la mesa cambie a su gusto las reglas: 

«Si el Papa no respeta la tradición, o no la transmite sin entrometerse en ella y confundirla, nosotros, movidos por nuestro amor a nuestros antepasados en la fe y por nuestra dignidad de hijos de Dios y herederos de su reino, defenderemos la tradición católica, la sostendremos, viviremos según ella y la transmitiremos intacta» (pág. 418).

Por Luis López Valpuesta

«LA TRADICIÓN COMO LA NORMA FUNDAMENTAL». Prof. Peter Kwasniewski

A continuación, reproducimos un extracto del primer capítulo del recomendado y reciente libro del Dr. Kwasniewski, El rito romano de ayer y del futuro (Os Justi Press, 2023).

El extracto del libro ha sido publicado por la web Marchando Religión, la cual contiene diversos artículos de este prolífico autor católico tradicional.

Asimismo, se pueden encontrar más libros en español del profesor norteamericano en el siguiente enlace a nuestra web: Sacristía | Misa Tradicional | Una Voce Sevilla

“La Tradición como la norma fundamental”

Cada vez que se celebra una liturgia cristiana, se recita o canta diversas oraciones, himnos y lecturas, y varias personas realizan acciones de carácter o práctico o simbólico. Muy probablemente, la acción incluirá también diversos objetos, utensilios y ornamentos especiales.

Si les echamos una mirada desde gran altura, las liturgias cristianas tienen, en su mayor parte, mucho en común: un ministro que las dirige, algunas personas que lo secundan, la Biblia, y pan y vino. Pero, como dice el adagio, “el diablo está en los detalles”. Lo cual es, en cierto modo, poner la idea al revés, porque es más bien Dios, creador y providente Señor, el que está muchísimo más en los detalles. Al contrario de lo que ocurre con las conferencias del papa en los aviones, la liturgia no se da normalmente a gran altura, sino que es algo sumamente concreto, articulado y definido; no puede ser genérica o vaga, sino que debe comprometerse con éste o aquel camino específico. Surge así una importante cuestión: ¿cómo debiera celebrarse la liturgia cristiana? ¿es algo que vamos creando a medida que avanzamos? ¿le encargamos a alguien que la invente para nosotros? ¿reunimos a un comité y le pedimos que prepare esquemas que, a continuación, votamos? ¿o podemos encontrarla completa en alguna parte y la tomamos con gratitud, de modo que, en vez de desperdiciar nuestras energías o de reinventar la rueda, podemos dedicarnos a darle, a este don que hemos recibido, el uso más devoto y bello?

Hubo un tiempo en que los católicos tenían, para la pregunta “¿Cómo debe celebrarse la liturgia?”, una respuesta plenamente convincente. Y la respuesta era sencilla: tradición. Recibimos nuestra liturgia de la tradición apostólica, desarrollada por un pacífico uso a lo largo de los siglos. Debido a que los apóstoles se reunieron en torno a Cristo en el cenáculo, nuestros ritos cultuales tendrán siempre ciertos rasgos comunes; debido a que los apóstoles se dispersaron por todo el mundo y fundaron iglesias locales donde quiera que llegaron, nuestros ritos son también diversos –tan diversos como diversos son el griego y el latino, el copto y el eslávico, el ambrosiano, el romano, el mozárabe–. Pero la intuición fundamental o instinto de los católicos es siempre buscar la tradición, de modo de estar seguros de que lo que hacemos y cómo lo hacemos, se funda, todo lo posible, en precedentes: precedentes de miles de santos, de innumerables iglesias y capillas de la Cristiandad, de incontables ejércitos de sacerdotes, monjes, monjas y laicos. Cada uno de los veintiún concilios ecuménicos de la Iglesia católica fue solemnizado con una liturgia que ya era considerada tradicional por los respectivos padres conciliares, ya fuera la primitiva liturgia griega de Nicea o el rito tridentino del Segundo Concilio Vaticano.

No es un problema menor el que, contra esta práctica unánime de dos mil años de cristiandad apostólico-sacramental, tanto oriental como occidental, la respuesta actual a la misma pregunta “¿Cómo debe celebrarse la liturgia?”, se haya convertido en algo controvertido, divisivo, explosivo. Y se ha llegado a ello por una sola razón: se ha repudiado la normatividad de la tradición. Quienes rehúsan ser guiados por ella han caído en una arbitrariedad de la cual no hay cómo escapar, salvo por nuevas decisiones y acciones arbitrarias. Por eso ya es tiempo de repensar nuestra pregunta fundamental desde sus bases mismas.

Todos los capítulos de este libro aspiran a contribuír a esta empresa. El presente capítulo proclamará dos principios: primero, el papel constitutivo, en términos generales, de la tradición en el catolicismo y, segundo, más específicamente, la importancia de mantenerse fieles a las tradiciones que se ha practicado desde hace largo tiempo y nos han sido transmitidas, aunque no sean parte del depósito de la fe. Mi tesis es doble. En primer lugar, las tradiciones eclesiásticas, especialmente en lo referente a las “externalidades” de la liturgia en su desarrollo a lo largo del tiempo, deben ser respetadas y conservadas porque están íntimamente conectadas con el contenido y con la recta práctica de la religión. Y, en segundo lugar, después de un período de más de medio siglo en que esa relación se ha aflojado o negado, existe un creciente número de católicos que se están encontrando, por primera vez, con tradiciones “redivivas” y las están experimentando como algo que es justo y bueno, supuestas las verdades en que creemos y los misterios que veneramos. El éxito de este “revival”, en unos tiempos de drástica declinación de la práctica religiosa, proporciona una prueba empírica de que las llamadas “externalidades”, defendidas por los amantes de la tradición, siguen siendo y siempre serán un camino eficaz para unirse a Dios.

Manteneos firmes y guardad las tradiciones

Hace algún tiempo no hubiera causado ningún revuelo afirmar que el catolicismo es, inherentemente, una religión de tradición. Esta realidad es una de las más importantes objeciones que le hizo el protestantismo, el cual, luego de haber optado por la sola scriptura, realizó el poco sorprendente descubrimiento de que mucho de lo que la Iglesia católica enseña y practica no se encuentra verbatim en la Biblia. Tal descubrimiento no hubiera alterado para nada a los seguidores del apóstol Pablo, que escribió a los corintios: “Os alabo de que en todo os acordéis de mí y retengáis las tradiciones que yo os he transmitido” (1 Cor. 11, 2), y a los tesalonicenses: “Manteneos, pues, hermanos, firmes, y guardad las tradiciones que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta” (2 Tes. 2, 15).

Los Padres de la Iglesia insisten en este punto con su habitual vehemencia. En su tratado “Sobre el Espíritu Santo”, publicado en 375, San Basilio Magno escribe: “De los dogmas y proclamaciones que se guardan en la Iglesia, algunos los recibimos de la enseñanza de las Escrituras, y otros los hemos recibido en misterio como enseñanzas de la tradición de los Apóstoles. Ambos tienen el mismo poder respecto a la verdadera religión. Nadie negaría estas ideas, al menos nadie que tenga alguna experiencia de las instituciones eclesiásticas. Porque si procuramos rechazar las costumbres no-escriturales [agraphos] como sin significado, podríamos perder, sin darnos cuenta, las partes vitales del Evangelio, e incluso más: lo proclamaríamos sólo nominalmente”1.

San Basilio da algunos ejemplos de las cosas que los cristianos creen por tradición, algunas de las cuales puede que sorprendan al lector moderno:

Por ejemplo –mencionaré la primera y más común– ¿quién ha aprendido por las Escrituras que los que esperan en Nuestro Señor Jesucristo deben ser marcados por la señal de la cruz? ¿Qué texto de las Escrituras nos enseña a volvernos hacia el Oriente para orar? ¿Qué santo nos ha dejado un relato de las Escrituras sobre las palabras de la epiclesis en la manifestación del pan de la Eucaristía y del cáliz de bendición? No nos satisfacemos con las palabras [Eucarísticas] que el Apóstol o el Evangelio mencionan, sino que añadimos otras palabras antes y después de las de ambos, ya que hemos recibido la enseñanza no-escritural de que estas palabras tienen gran poder en relación con el misterio. Bendecimos el agua del bautismo y el aceite del crisma además de bendecir al que va a ser bautizado. ¿Con base en qué Escritura? ¿No es acaso por el secreto y la tradición mística? Pero, ¿por qué? ¿Qué autoridad de la Escritura enseña la bendición del aceite mismo? ¿De dónde viene que hay que sumergir al hombre tres veces? ¿Cuánto hay del ritual bautismal que se refiere a la renuncia a Satanás y sus ángeles, y de qué texto de las Escrituras proviene? ¿No proviene acaso del secreto y enseñanza no hablada, que nuestros padres guardaron con un sencillo y escueto silencio, ya que se les enseñó muy bien que la solemnidad de los misterios se respeta con el silencio? Si todas estas cosas no deben ser vistas por los no iniciados, ¿cómo podría ser apropiado que esta enseñanza se publique abiertamente por escrito?.

Otro Padre de la Iglesia, San Vicente de Lerins, alrededor del año 434, en su gran tratado “Commonitorio para la antigüedad y universalidad de la fe católica, contra las profanas novedades de todas las herejías” (título que habría enorgullecido a Hilaire Belloc), dice lo siguiente:

Mantén el depósito. ¿Qué es el depósito? Es lo que se te ha confiado, no lo has creado tú mismo; es materia no de inteligencia, sino de aprendizaje; no de adopción privada sino de tradición pública; una materia que te ha sido entregada, no que has propuesto tú, por lo que estás obligado a ser no autor sino guardián, no un maestro sino un discípulo, no un guía sino un seguidor. Mantén el depósito. Conserva inviolado e inadulterado el talento de la fe católica. Que siga en tu posesión lo que se te ha confiado, y transmítelo. Has recibido oro, y entrega oro a tu vez. No sustituyas una cosa por otra. No sustituyas desvergonzadamente el oro por plomo o bronce. Entrega oro verdadero, no un simulacro2.

Se podría multiplicar indefinidamente estas citas. Los Padres de la Iglesia entienden el cristianismo como una religión social y jerárquica en que a ciertos hombres –los Apóstoles y sus sucesores– se les ha confiado los dogmas, las prácticas litúrgicas y los juicios morales destinados a ser transmitidos fielmente de una generación a la otra.

Un depósito en palabras y símbolos

El siguiente es un punto clave: la verdad y la forma de vida reveladas por Dios fueron, en su totalidad, depositadas primeramente en la tradición, es decir, en la mente de los hombres que Dios eligió como sus confidentes, y sólo posteriormente se puso una parte por escrito, a discreción de aquéllos a quienes se había confiado el depósito. Debemos alejarnos de toda noción de una Biblia, o un catecismo, o una Summa que caen a las manos de los Apóstoles desde el cielo. La revelación fue una clara luz espiritual que Dios implantó en la mente de Sus instrumentos, confiándoles la tarea de explicarla con sus palabras habladas y de poner una parte de ella por escrito para beneficio de auditorios lejanos o futuros. Pero es claro que habría sido imposible ponerla toda por escrito: San Juan nos dice en el capítulo 21 de su Evangelio que “Muchas otras cosas hizo Jesús, que, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros”. Ni los Apóstoles ni los Padres de la Iglesia pensaron que debían o podían poner por escrito todo lo concerniente al misterio de la vida en Cristo. La Iglesia conserva en su corazón maternal algunos recuerdos que son demasiado profundos para ser dichos con palabras, y también algunas realidades que encuentran expresión en signos y símbolos más que en un lenguaje escrito.

Por ejemplo, los cristianos, durante siglos, rindieron culto ad orientem, de cara al oriente, antes de que a nadie se le ocurriera dar una explicación escrita de por qué lo hacían así, e incluso sólo existen tales explicaciones porque, aquí o allá, algún Padre de la Iglesia, como San Basilio Magno, decidió mencionar la costumbre al pasar mientras defendía un determinado dogma. El hecho es que dar culto ad orientem no es una doctrina, aunque tiene fundamentos e implicaciones doctrinales: no es una declaración o afirmación o texto que podemos analizar; es una postura corporal, una acción que realizamos, una actitud sin palabras que asumimos con todo nuestro ser. En este sentido es pre-doctrinal, pre-verbal, pre-conceptual; y esta es la razón por la que es tan fundamental. Las primeras cosas que los seres humanos reciben después de nacidos y durante su infancia no son compuestos de sujeto-predicado, sino sencillas imágenes sensibles; el lenguaje y el pensamiento crecen lentamente en nosotros, pero el rostro de nuestra madre que se inclina sobre nosotros amorosamente está ahí desde el comienzo, inmediato, palpable, dominante y decisivo. Los símbolos fundamentales de la liturgia son también así: nos entrenan antes de que nos demos cuenta de que estamos siendo formados por ellos; determinan nuestros pensamientos antes de que los pensemos; imprimen la verdad en nuestros ojos, oídos y nariz, en nuestras manos y en nuestras rodillas. Los gestos, las posturas y los objetos del culto cristiano son, por esto, no menos importantes que los textos de la liturgia; en realidad son, de muchas formas, más importantes. Por ejemplo, una Misa en que los fieles se arrodillan durante largos períodos de silencio afirma más poderosamente la presencia de Dios oculta, misteriosa y terrible que una Misa en que el silencio y el arrodillarse son menos importantes o incluso faltan. Una Misa con incienso tendrá inmediatamente un carácter sagrado más elevado que una Misa sin incienso. “Séate mi oración como incienso en tu presencia, y el alzar a ti mis manos como oblación vespertina” (Salmo 140, 2; Apocalipsis 8, 3-4). El Ofertorio de la Misa de Corpus Christi adapta un pasaje de Levítico 21, 6 a los ministros de la Nueva Alianza: Sacerdotes Domini incensum et panes offerunt Deo: et ideo sancti erunt Deo suo, et non polluent nomen ejus, alleluia. “Los sacerdotes del Señor ofrecen a Dios incienso y panes; por tanto, serán santos para su Dios, y no profanarán su nombre, alleluia”. ¡Cuánto comunican el aromático y ondulante humo, el movimiento deliberado de las manos, el ángulo de la cabeza, la dirección de la mirada, la elevación de un cáliz!3. Debemos tomar en serio el despliegue de manifestaciones no verbales de la tradición, ya que también estas cosas nos han sido transmitidas por nuestros antepasados, y llevan consigo la verdad del Evangelio.

Diferentes clases de tradición

La palabra “tradición” deriva de trans y dare, entregar algo. Para que algo sea tradicional debe haber sido establecido por la autoridad correspondiente y transmitido y recibido por otros. Unos de los mejores textos de estudio del siglo XX, el Manuale Theologiae Dogmaticae, de Jean-Marie Hervé, distingue cuatro clases de tradiciones: las provenientes del Señor o dominicales, las de carácter apostólico-divino, las de carácter apostólico-humano, y las eclesiásticas. Una “tradición dominical” es la que ha sido establecida por el mismo Cristo, como la indisolubilidad del matrimonio y la necesidad de ayunar. Las tradiciones “apostólico-divinas” abarcan las que el Espíritu Santo inspiró a los Apóstoles que introdujeran en la Iglesia como parte de la constitución de ésta; por ejemplo, la ordenación de diáconos y la primera fijación de la liturgia, que habría de desarrollarse, con el paso del tiempo, hasta dar origen a las familias de ritos orientales y occidentales. Las tradiciones “apostólico-humanas” son, en cambio, las que los Apóstoles mismos consideraron adecuado instituír, en cuanto representantes de Cristo, como, por ejemplo, los tiempos en que los cristianos deben practicar el ayuno y la abstinencia. Finalmente, las tradiciones “eclesiásticas” comprenden todo lo que la Iglesia ha instituído o ha adoptado después del tiempo de los Apóstoles (e.g., la duración exacta del Adviento y de la Cuaresma, las octavas de Navidad, Pascua y Pentecostés, los días de rogativas, y las vestiduras que deben ser llevadas por el clero en el altar”4.

Los cuatro tipos de tradición poseen en común lo siguiente: tienen su comienzo en alguna autoridad (Cristo, el Espíritu Santo, los Apóstoles, la Iglesia) y son continuamente transmitidas, preservadas y fomentadas. El Depósito de la Fe, el conjunto total de las tradiciones dominicales y apostólico-divinas, no admiten cambio; son establecidas en plenitud desde su promulgación, que termina con la muerte del último Apóstol. Las tradiciones apostólico-humanas tuvieron sólo cierto nicho en el que se las pudo establecer, y después de la muerte de San Juan, ya no pueden ser modificadas: sólo pueden ser abandonadas. Las tradiciones eclesiásticas constituyen la categoría más compleja.

Las dos primeras categorías, las dominicales y las apostólico-divinas, pueden llamarse Tradición con una T mayúscula: en su origen y contenido son divinas y, como Dios mismo, inmutables. Las últimas dos categorías, las apostólico-humanas y las eclesiásticas, pueden llamarse humanas más que divinas, pero con la importante aclaración de que nacen bajo la guía divina y poseen cierto grado de autoridad divina. Aunque las tradiciones eclesiásticas se desarrollan y cambian, la coherencia de la práctica de la Iglesia católica a lo largo de los siglos –que no sería exagerado calificar de norma o principio– ha significado prolongar todo lo que ya es parte de su vida, y tanto más cuanto más universalmente dichas tradiciones permean al cuerpo de fieles5. De lo anterior se derivan dos corolarios. Primero, mientras más prolongada sea la tradición, más certeza se tiene de que es verdadera, conveniente, y beneficiosa. Segundo, debe admitirse las nuevas prácticas sólo cuando refinan, cristalizan, amplían o destacan de algún modo las tradiciones ya existentes. Las prácticas bien establecidas y que han durado por mucho tiempo reciben el nombre de usos, y operan como leyes, con estatus normativo y fuerza obligatoria en una colectividad. Cuando una costumbre es tan antigua y/o extendida que nadie recuerda su introducción (con frecuencia no habrá recuerdo de quién la introdujo o dónde o cuándo), se la denomina inmemorial, y es, por tanto, venerable.

La gran veneración que la Iglesia tiene por sus tradiciones se hace presente en las siguientes palabras del Concilio de Trento, que alaban al Canon romano:

Y siendo conveniente que las cosas santas se manejen santamente; constando ser este sacrificio el más santo de todos; estableció muchos siglos ha la Iglesia católica, para que se ofreciese, y recibiese digna y reverentemente, el sagrado Canon, tan limpio de todo error, que nada incluye que no dé a entender en sumo grado, cierta santidad y piedad, y levante a Dios los ánimos de los que sacrifican; porque el Canon consta de las mismas palabras del Señor, y de las tradiciones de los Apóstoles, así como también de los piadosos estatutos de los santos Pontífices6.

En esta cita encontramos recogidas todas las esferas de la tradición: la dominical (“las mismas palabras del Señor”), la apostólico-divina y la apostólico-humana (“las tradiciones de los Apóstoles”), y la eclesiástica (“los piadosos estatutos de los santos Pontífices”). El Concilio de Trento ofrece, para nuestra admiración y adhesión, la más perfecta ilustración de la corrección de la antiquísima práctica cultual de la Iglesia, es decir, el texto litúrgico central y definitivo del sacrificio Eucarístico en todos los ritos occidentales, completado en el año 604.

Prof. Peter Kwasniewski

INFORMACIÓN SOBRE EL LIBRO

Peter Kwasniewski. El rito romano de ayer y del futuro: El regreso a la liturgia latina tradicional tras setenta años de exilio. Lincoln, NE: Os Justi Press, 2023. 478 páginas, con 8 ilustraciones y 3 diagramas. Disponible en tapa blanda, tapa dura o libro electrónico.

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Puede adquirirse directamente del editor: El Rito Romano de Ayer y del Futuro – Os Justi Press

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1 San Basilio, On the Holy Spirit, 27:66.

2 San Vicente de Lérins, Commonitorium, c. 22, n. 53.

3 Ver Romano Guardini, Sacred Signs.

4 San León Magno atribuye las Témporas a los Apóstoles.

5 La significación de este principio se aprecia cuando consideramos que el Missale Romanum de Pío V, promulgado en 1570, se diferencia muy poco de los misales que ya habían sido usados desde muchos siglos antes, y posteriormente siguió siendo de uso universal en toda la Iglesia católica romana durante cuatrocientos años. Su abolición, por tanto, fue un magnífico ejemplo de desprecio por la tradición eclesiástica. En realidad, sería difícil concebir un acto más temerario y anticatólico que esta arrogante eliminación de la riqueza acumulada durante siglos de culto público y de piedad personal.

6 Concilio de Trento, sesión XX, cap. 4.

CRÓNICA DE LA MISA TRADICIONAL CELEBRADA EL JUEVES DE PASCUA EN SEVILLA (FSSP)

El pasado jueves día 13 de abril, Jueves de la Octava de Pascua de Resurrección, se celebró en Sevilla Santa Misa cantada según el rito Romano tradicional, con ocasión de la visita de un sacerdote y un grupo de trece seminaristas de diferentes nacionalidades -4 españoles-, pertenecientes a la Fraternidad Sacerdotal San Pedro, que cursan sus estudios en el seminario de este Instituto en Wigratzbad, situado en la región de Baviera (Alemania), quienes se encontraban en peregrinación por distintos lugares de Andalucía y Portugal. Tras visitar nuestra ciudad, se celebró Misa tradicional en el Oratorio Escuela de Cristo, a las ocho y media de la tarde, participando en la celebración litúrgica más de un centenar de personas, en su mayoría jóvenes; entre ellas, los miembros de la Junta Directiva de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda, estando presentes una gran parte de sus asociados y simpatizantes.

La Misa fue celebrada y predicada por el padre venezolano don Felipe Pérez (FSSP); acolitada y cantada en gregoriano, con las melodías del ordinario y el propio de la festividad litúrgica, por los referidos seminaristas, quienes además fueron acompañados por un grupo de seminaristas del Instituto del Buen Pastor que se encontraban de visita ese día en nuestra Ciudad.

El ambiente de adoración, misterio, solemnidad y recogimiento vivido por los allí presentes recordó aquellos Triduos Sacros de Semana Santa que durante siete años consecutivos se celebraron en el mismo lugar con la colaboración de Una Voce Sevilla.

Tras la finalización de la Misa compartimos un refrigerio en el Barrio de Santa Cruz con el sacerdote y los seminaristas, de forma que pudimos celebrar con ellos la Pascua de Resurrección y tener una provechosa tertulia. Hemos de destacar que parte de los seminaristas que nos visitaron son andaluces; entre ellos nuestro querido y amigo sevillano don Rodrigo López, don Francisco Ariza y don Javier Martínez, ambos cordobeses. Rezamos por ellos y por las vocaciones sacerdotales.

Se da la circunstancia que la Misa tradicional ha vuelto a celebrarse en el Oratorio Escuela de Cristo -que fue sede de la Asociación Una Voce Sevilla- dos años y medio después de la promulgación, por el entonces arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, del Decreto que restringía la celebración de la Misa tradicional en la archidiócesis hispalense a un solo templo y un solo sacerdote. Decreto que, según la opinión de varios juristas, podría estar derogado desde la entrada en vigor del motu proprio Traditionis Custodes del Papa Francisco el 16 de julio de 2021, en virtud de lo establecido en el canon 33.2 del Código de Derecho Canónico.

Agradecemos a nuestro arzobispo, don José Ángel Saiz Meneses, la acogida paternal dispensada al sacerdote celebrante y grupo de seminaristas, y esta atención pastoral recibida por los fieles de la Misa tradicional en la Sede de San Isidoro.

UNA VOCE SEVILLA

A continuación, les ofrecemos más fotos y vídeos realizados por la comunidad de fieles de Una Voce Sevilla y el Grupo Joven Sursum Corda.

Seminaristas del Instituto del Buen Pastor

ARTÍCULO: LA SEMANA SANTA TRADICIONAL

Recopilamos en una sola entrada el gran trabajo realizado por nuestros hermanos de Una Voce Argentina, quienes han ido publicando a lo largo de esta pasada Semana Santa un importante estudio litúrgico sobre su celebración según el rito Romano tradicional.

El estudio consiste en la comparativa entre los ritos tradicionales de la misma con su versión adulterada poco antes del Concilio Vaticano II escrita por el amigo Dr. Rubén Peretó Rivas, adaptada a partir de un trabajo del P. Stefano Carusi.

Entradas originales de la web de Una Voce Argentina:

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: INTRODUCCIÓN

La celebración de la Semana Santa según el Rito Romano Tradicional –es decir, previo a las reformas de Pío XII introducidas en 1955– se sucedieron este año [2018] a lo largo de todo el mundo. Los sitios dedicados al tema han dado cuenta de ello en un sinfín de fotografías que vale la pena mirar (por ejemplo, pueden verse aquí los álbumes del monasterio San Benito de La Garde-Freinet) y llevan a preguntarnos si el tema es, contrariamente a lo que se decía, mucho más que una cuestión menor, propia de discusiones exquisitas y en las que no vale la pena detenerse.

Capilla Nuestra Señora de los Dolores, Instituto del Buen Pastor, Brasilia

[…]

Para ser serios, lo mejor es repasar en qué consistió esa reforma y por qué el interés de celebrar al rito anterior. Pocos de los que hablan y critican saben de qué se trata, y piensan que solamente fue una cuestión de cambios de horarios: la Vigilia Pascual dejó de celebrarse el sábado por la mañana, y pasó a celebrarse por la noche. En realidad, esto sí que fue un detalle. Los cambios fueron mucho más profundos. Y un texto del papa Pablo VI que aparece en la constitución apostólica que pone en vigencia el misal de 1969, es suficientemente significativo al respecto:

Se ha visto la necesidad que las fórmulas del Misal Romano fuesen revistas y enriquecidas. El primer paso de tal reforma ya se había realizado por obra de Nuestro Predecesor Pío XII con la reforma de la Vigilia Pascual y de los ritos de la Semana Santa, que constituyeron el primer paso de la adaptación del Misal Romano a la mentalidad contemporánea.

Altar del «Monumento», Parroquia Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.
La Hostia consagrada el Jueves Santo se reserva en el cáliz envuelto por el velo dentro de una urna.

Así es. Las reformas de las ceremonias de Semana Santa de mediados de los ’50 fueron instrumentadas a fin de comenzar a adaptar la Liturgia Romana a la mentalidad del mundo contemporáneo, y la prueba más clara de esto la constituye no solamente la afirmación de Pablo VI, sino también la identidad de quienes realizaron esa reforma: Annibale Bugnini, Carlo Braga y Ferdinando Antonelli, los mismos personas que una década más tarde llevaría a cabo la reforma de todo el misal romano y parirían el Novus Ordo Missae.

Parroquia Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

Vamos a dedicar algunos post a explicar detalladamente las reformas instrumentadas bajo el pontificado de Pío XII, a partir de un trabajo del P. Stefano Carusi aparecido ya hace varios años. 

Los cambios introducidos en la reforma de la Semana Santa en 1955 no se limitaron a los horarios que legítima y sensatamente podían ser modificados para el bien de los fieles.

Desde el mismo Domingo de Ramos se inventa un rito cara al pueblo y de espaldas a la cruz y al Cristo del altar, el Jueves Santo se permite que los laicos accedan al coro, en el rito del Viernes Santo se reducen los honores que se tributan al Santísimo Sacramento y se altera la veneración de la cruz, el Sábado Santo no solamente se da vía libre a la fantasía reformadora de los expertos, sino que se demuele la simbología relativa al pecado original y al bautismo como puerta de acceso a la Iglesia.

En una época en la que se proclamaba el redescubrimiento de la Escritura, se reducen los pasajes bíblicos leídos en estos importantísimos días, y se cortan incluso los mismos pasajes evangélicos relativos a la institución de la Eucaristía en los textos de Mateo, Lucas y Marcos. En la Tradición, siempre que se leía en estos días la institución de la Eucaristía, la misma se ponía en relación con el relato de la Pasión, para indicar de qué modo la Última Cena era una anticipación de la muerte en la cruz y para indicar también que esa cena tenía una naturaleza sacrificial. Se consagraban tres días a la lectura de estos pasajes evangélicos: el Domingo de Ramos, el Martes y el Miércoles Santos, pero gracias a la reforma, la institución de la Eucaristía desapareció de todo el ciclo litúrgico.

Toda la ratio de esta reforma aparece permeada de una mixtura de racionalismo y arqueologismo de contornos muchas veces fantasiosos. No es que se afirme que a este rito le falte la necesaria ortodoxia […]. Pero a pesar de esta precisión, no se puede evitar precisar la incongruencia y la extravagancia de algunos ritos de la Semana Santa reformada, al mismo tiempo que se reclama la posibilidad y la licitud de una discusión teológica sobre el tema en la búsqueda de la verdadera continuidad de la expresión litúrgica de la Tradición.

Negar que el Ordo Hebdomadae Sanctae es el producto de un grupo de eruditos académicos que, además, fueron acompañados de notorios experimentadores litúrgicos, es negar la realidad de los hechos.

S.E.R. Cardenal Burke adorando la Cruz postrado, iglesia de los Santos Miguel y Cayetano, ICRSS, Florencia.

Según el P. Carlo Braga, secretario personal de Mons. Bugnini, esta reforma fue “el ariete” que desestabilizó la Liturgia Romana en los días más santos del año, y tamaño desbarajuste tuvo notables repercusiones sobre todo el espíritu litúrgico subsiguiente. En efecto, signó el inicio de una despreciable actitud según la cual en materia litúrgica se podía hacer o deshacer según fuera el gusto de los expertos, se podía suprimir o reintroducir elementos según las opiniones histórico-arqueológicas, para darse cuenta más tarde que los historiadores se habían equivocado (el caso más notario será, mutatis mutandis, el tan aclamado “canon de Hipólito”). La Liturgia no es un juguete en manos del teólogo o del simbolista más en boga; la Liturgia posee su fuerza de la Tradición, del uso que la Iglesia infaliblemente ha hecho de ella, de los gestos que se han repetido durante los siglos, de una simbología que no puede existir solamente en la mente de académicos originales sino que responde al sentido común del clero y del pueblo, que durante siglos rezaron de esa manera.

Nuestro análisis se confirma con la síntesis del P. Braga, protagonista excepcional de estos acontecimientos:

Aquello que no hubiese sido posible psicológicamente y espiritualmente, en tiempos de Pío V y de Urbano VIII por causa de la tradición, de la insuficiente formación espiritual y teológica, de la falta de conocimiento de las fuentes litúrgicas, fue posible en tiempos de Pío XII.Carlo Braga, “Maxima Redemptionis Nostrae Mysteria” 50 anni dopo (1955-2005)»,  in Ecclesia Orans n. 23 (2006), p. 18

Bajo el pretexto de arqueologismo se termina por sustituir la sabiduría milenaria de la Iglesia por el capricho del arbitrio personal. De esta manera, no se reforma la Liturgia, sino que se la deforma. Bajo el pretexto de restaurar los aspectos antiguos, sobre los que existen estudios científicos de dudoso valor, se desprenden de la Tradición y, después de haber descuartizado el tejido litúrgico, se hace un vistoso remiendo recurriendo a retazos arqueológicos de improbable autenticidad. La imposibilidad de resucitar en su integralidad los ritos que alguna vez existieron pero que están muertos desde hace siglos, provoca que la obra de restauración sea dejada a la libre fantasía de los expertos.

Encendida del Cirio Pascual con el arúndine tricirio.

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: DOMINGO DE RAMOS

La Reforma de la Semana Santa: Domingo de Ramos

Continuamos con esta adaptación del estudio del P. Stefano Carusi. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

En octubre de 1949, la Comisión de Ritos nombró una comisión litúrgica que debía ocuparse del Rito Romano y de eventuales reformas a realizarse y sobre la necesidad de aplicarlas. Lamentablemente, la calma necesaria para tal trabajo no fue posible a causa de las continuas presiones de los episcopados de Francia y Alemania que reclamaban, en la más grande y exigente precipitación, cambios repentinos. La Congregación de Ritos y la Comisión se vieron obligadas a ocuparse de la cuestión de los horarios de la Semana Santa a fin de bloquear las fantasías de ciertas “celebraciones autónomas” especialmente las relativas a la vigilia del Sábado Santo. En este contexto se debía aprobar ad experimentum un documento que permitiese la celebración vespertina de los ritos del Sábado Santo: se trata del Ordo Sabatto Sancti, del 9 de junio de 1951.

En los años 1948-1949, la comisión fue erigida bajo la presidencia del Cardenal Prefecto Clemente Micara y sustituido en 1953 por el cardenal Gaetano Cicognani. Contaba también con la presencia de Mons. Alfonso Carinci, de los padres Giuseppe Löw, Alfonso Albareda, Agostino Bea, y Annibale Bugnini. En 1951 se unió Mons. Enrico Dante, en 1960 Mons. Pietro Frutaz, don Luigi Rovigatti, Mons. Cesario d’Amato y finalmente el padre Carlo Braga. Este último, era desde hacía un tiempo un estricto colaborador de Annibale Bugnini y, durante 1955 y 1956, aunque no era todavía miembro de la Comisión, fue participante de los trabajos (C. Braga, “Maxima Redemptionis Nostræ Mysteria 50 anni dopo (1955-2005)” in Ecclesia Orans n. 23 [2006], p. 11). Braga afirma claramente haber vivido en primera persona la reforma y haber participado activamente en los trabajos. Fue también autor, junto a Bugnini, de los textos histórico-críticos y pastorales sobre la Semana Santa. Nos referimos a A. Bugnini y C. Braga, Ordo Hebdomadae Sanctae instauratus (Bibliotheca Ephemerides Liturgicæ, sectio historica 25), Roma: 1956, los cuales funcionarían como una suerte de salvoconducto “científico” de las modificaciones aportadas. 

La Comisión trabajaba en secreto y bajo la presión de los episcopados centroeuropeos. Tanto era el secreto que la improvisada e inesperada publicación del Ordo Sabbati Sancti instaurati del 1 de marzo de 1951, “tomó por sorpresa a los mismos oficiales de la Comisión de Ritos”, como refiere el miembro de la Comisión Annibale Bugnini (A. Bugnini, La riforma liturgica (1948- 1975), Roma 1983, p. 19).

Y fue el mismo Padre Bugnini quien explicó el modo singular con el cual los resultados de los trabajos de la Comisión sobre la Semana Santa eran referidos a Pío XII, quien

[…] era mantenido al corriente por Mons. Montini y, más todavía y semanalmente por el P. Bea, confesor de Pío XII. Gracias a este procedimiento se pudo alcanzar resultados notables, también en los periodos en las cuales la enfermedad del Papa impedía que nadie se avecinara a su presencia.A. Bugnini, La Riforma liturgica, op. cit., p. 19

El Papa estaba afectado de una enfermedad grave del estómago que lo obligaba a una larga convalecencia, y no era por tanto el cardenal prefecto de Ritos, responsable de la Comisión, quien lo informara, sino el entonces Mons. Montini y el futuro cardenal Bea, que tanta parte tendría en las reformas posteriores.

Los trabajos de la Comisión terminaron en 1955, cuando el 16 de noviembre fue publicado el decreto Maxima redemptionis nostrae mysteria, que debía entrar en vigor en la Pascua del año sucesivo. El episcopado mundial recibió de modo diverso las novedades y, más allá del triunfalismo debido a una decisión pontificia, no faltaron lamentos por los inventos introducidos e incluso se multiplicaron los pedidos para poder conservar el rito tradicional, pero ya la máquina de la reforma litúrgica se había puesto en movimiento y detener su curso sería imposible como lo iba a demostrar la historia sucesiva.

Entre los personajes más notorios que plantearon su oposición a la reforma se cuenta el liturgista Mons. León Gromier, conocido por su documentado comentario al Caeremoniale Episcoporum, y que era consultor de la Congregación de Ritos y de la Academia Pontificia de Liturgia. El mismo papa Juan XXIII, en la celebración del Viernes Santo de 1959, en la iglesia de la Santa Cruz en Jerusalén, celebró siguiendo las prácticas tradicionales y haciendo caso omiso de las reformas de Pío XII, dando prueba que no compartía las incongruencias adoptadas (Puede verse la documentación fotográfica y la confirmación por parte de Mons. Bartolucci quien afirmó que recibió la orden de Mons. Dante de seguir los ritos tradicionales: https://bit.ly/2q74aJF). 

Veremos a continuación, de modo detallado, cuáles son los cambios que se introdujeron por esta reforma, que el cardenal Antonelli definió como el “acto más importante en materia litúrgica desde San Pío V a nuestros días” (F. Antonelli, “La riforma liturgica della Settimana Santa: importanza attualità prospettive” in La Restaurazione liturgica nell’opera di Pio XII. Atti del primo Congresso Internazionale di Liturgia Pastorale, Assisi- Roma, 12-22 settembre 1956, Genova 1957, p. 179-197). 

Domingo de Ramos

1. Invento: Uso del color rojo para la procesión y morado para la misa.

Práctica tradicional: uso del morado tanto para la procesión como para la misa.

Justificación de la Comisión:

[…] se podría restituir el rojo primitivo usado durante el medioevo para esta solemne procesión. El color rojo recuerda la púrpura real… y de esta manera la procesión se distinguiría como un elemento sui generis.Archivio della Congregazione dei Santi, fondo Sacra Congregatio Rituum, Annotazione intorno alla riforma della liturgia della Domenica delle Palme, p. 9

Objeción: No se trata de negar que el color rojo pueda ser signo de la púrpura real aunque habría que probar que, efectivamente, se usaba durante el Medioevo en ese sentido, pero resulta llamativo el modo de proceder y el motivo por el cual se buscan razones sui generis y se decide que el rojo deba tener en este día una simbología determinada racionalmente, según el capricho o la fantasía de los liturgistas. De hecho, en el Rito Romano, el rojo es el color del martirio o del Espíritu Santo, y en el Rito Ambrosiano, que se usa el Domingo de Ramos, se lo hace para indicar la sangre de la Pasión y no la realeza. En el Rito Parisino se usaba el negro. Este cambio no habría que atribuirlo a una práctica atestiguada sino a la idea caprichosa de un “pastoral profesor de seminario suizo” (L. Gromier, Semaine Sainte Restaurée, in Opus Dei (1962), n. 2, p. 3).

2. Cambio: Abolición de las planetas (o casullas) plegadas y consecuentemente del estolón o stola largior.

Práctica tradicional: Uso de las casullas plegadas por parte de los tres ministros y del estolón diaconal, que no es más que una casulla enrollada en bandolera, para ciertas partes de la misa.

Era esta una práctica de las más antiguas del rito romano que había sobrevivido hasta entonces, y que nunca se había osado cambiar por la veneración que implicaba, por lo extraordinario de los ritos de Semana Santa y por extremo dolor de la Iglesia durante estos días. Por otro otro lado, no se explica que la misma Comisión que introducía del color rojo porque era una práctica medieval, aboliera otra práctica medieval por ser, justamente, medieval. 

3. Invento: Bendición de los ramos cara al pueblo y dando la espalda a la cruz y al altar y, en algunos casos, al Santísimo.

Práctica tradicional: Los ramos se bendicen en el altar, del lado de la epístola, luego de una Lectura, un Gradual, un Evangelio y, sobre todo, de un Prefacio con el Sanctus que introduce las oraciones de bendición. 

Con el objetivo de lograr la participación de los fieles, se introduce la idea de las celebraciones litúrgicas cara al pueblo y de espaldas a Dios. Se inventa una mesa, que se coloca entre el altar y el comulgatorio, con los ministros versus populum, con lo cual se introduce un nuevo concepto del espacio litúrgico y de la orientación de la oración. 

4. Cambio: Supresión del prefacio con las palabras relativas a la autoridad de Cristo sobre los reinos y su autoridad sobre este mundo. 

Práctica tradicional: El rito romano prevé en ocasión de los grandes momentos litúrgicos como la consagración de los óleos o la ordenación sacerdotal, el canto de un prefacio como un modo particularmente solemne de dirigirse a Dios.

También para la bendición de los ramos se prevé un prefacio que describe el orden divino de la Creación y su sumisión a Dios Padres, sumisión de lo creado que era advertencia a los reyes y gobernantes acerca de su propia sumisión a Dios: “Tibi enim serviunt creaturae tuæ: quia te solum auctorem et Deum cognoscunt et omnis factura tua te collaudat, et benedicunt te sancti tui. Quia illud magnum Unigeniti tui nomen coram regibus et potestatibus huius saeculi libera voce confitentur”. El texto revela en pocas líneas la base teológica que fundamenta el deber que tienen los gobernantes temporales de someterse a Cristo Rey.

La asombrosa justificación de la Comisión para este cambio es la siguiente:

Teniendo en cuenta la poca coherencia de estos prefacios, su larga extensión y, en algunos casos, la pobreza de pensamiento, su pérdida no parece relevante. C. Braga, op. cit., p. 306

Bendición de los ramos.

5. Cambio: Supresión de las oraciones sobre el significado y beneficio de los sacramentales, y sobre el poder que tienen contra el demonio. 

Práctica tradicional: Las antiguas oraciones recuerdan el rol de los sacramentales, los cuales poseen un poder efectivo (ex opere operantis Ecclesiæ) contra el demonio.

La Comisión consideró que estas oraciones eran “ampulosas…, con toda las características de la erudición típica de la época carolingia”. Se ve que aunque los reformadores están de acuerdo con respecto a la antigüedad de los textos, no los consideran de su gusto porque “es muy débil la relación directa de la ceremonia con la experiencia de la vida cristiana, o sea el significado litúrgico pastoral de la procesión como homenaje a Cristo Rey”. Nadie puede entender la razón de tal “débil relación”

La “experiencia de la vida cristiana concreta” de los fieles es poco más adelante completamente despreciada por la misma Comisión que considera que “estas piadosas costumbres [los ramos bendecidos], aún justificadas teológicamente, puede degenerar como de hecho se degeneran, en supersticiones”. Más allá del tono racionalista apenas disimulado, hay que tener en cuenta que las antiguas oraciones fueron deliberadamente sustituidas por nuevas fórmulas según lo dicen expresamente los autores. Es decir, las antiguas oraciones no gustaban porque expresaban de un modo demasiado marcado la eficacia de los sacramentales y, por tanto, se inventan otras nuevas. 

6. Invento: cruz procesional no velada, aún cuando la cruz del altar permanece velada.

Práctica tradicional: La cruz del altar permanece velada como así también la cruz procesional, a la cual se ata un ramo bendecido, como una referencia a la cruz gloriosa y a la Pasión vencedora del Señor.

El motivo de este invento se nos escapa completamente. Más que un eventual significado místico, parece más bien el fruto de las prisas que tenían los redactores debido a las presiones de los episcopados.

7. Cambio: Eliminación de los golpes con la cruz a la puerta de la iglesia que permanecía cerrada. 

Práctica tradicional: La procesión se reúne delante de la puerta cerrada de la iglesia. Un diálogo cantado entre un coro de cantores en el exterior se alterna con otro que está dentro del templo. Luego se procede a la apertura de las puertas, la que ocurre después de haberla golpeado con la parte baja del asta de la cruz procesional. 

Este rito simboliza la resistencia inicial del pueblo judío y el ingreso triunfal de Cristo en Jerusalén, pero también la cruz vencedora de Cristo que abre las puertas del cielo y que es causa de nuestra resurrección: “hebræorum pueri resurrectionem vitæ pronuntiantes”.

8. Invento: Una oración que se recita al final de la procesión, en el centro del altar cara al pueblo. 

Práctica tradicional: La procesión termina normalmente y luego se inicia la Misa con las oraciones al pie del altar como de costumbre. 

La oración introducida aparece como una pegatina al rito en razón de su naturaleza arbitraria: “A fin de dar a la procesión un elemento preciso de conclusión, hemos pensando en proponer un particular Oremus”, dice la Comisión. 

El mismo padre Braga confesaba cándidamente cincuenta años después que el invento de esta oración no había sido feliz:

El elemento que desentona un poco en el nuevo Ordo es que la oración conclusiva de la procesión que rompe la unidad de la celebración.C. Braga, op. cit., p. 25

Oraciones al pie del altar o antemisa.

9. Cambio: Se elimina la distinción entre la Pasión y Evangelio. Además, en la Pasión se elimina la frase final. 

Práctica tradicional: El canto de la Pasión es distinto del canto del Evangelio, que llega hasta Mateo XXVII, 66. 

La Pasión había tenido siempre un estilo narrativo, como un momento distinto al Evangelio. Era cantada por tres voces distintas luego de la lectura del Evangelio, el que era cantado solamente por el diácono con un tono diferente, con el uso del incienso pero sin cirios. La reforma confunde los dos aspectos; Pasión y Evangelio son amalgamados en un único canto sin ahorrarse vistosos recortes del inicia hasta el final. De esta manera, se termina por privar a la misa y al diácono del canto del Evangelio que resulta formalmente suprimido. 

10. Cambio: Eliminación del pasaje evangélico que conecta la institución de la Eucaristía con la Pasión de Cristo (Mt. 26, 1-36).

Práctica tradicional: La Pasión es precedida por la lectura de la institución de la Eucaristía revelando de ese modo el vínculo íntimo, esencial y teológico de ambos pasajes.

Este cambio es desconcertante. Según lo que aparece en los archivos de la Comisión, se había decidido no hacer ningún cambio con respecto a la lectura de la Pasión ya que era una institución antiquísima. Sin embargo, no se sabe cómo ni por qué, la narración de la Última Cena fue eliminada. Parece difícil pensar que el único motivo haya sido una cuestión de tiempo, para no hacer tan larga la lectura, sobre todo cuando se considera la relevancia del pasaje. Hasta ese momento, la Tradición había querido que en la narración de la Pasión de los Sinópticos tuviera siempre incluida la institución de la Eucaristía que, con la separación sacramental del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el anuncio de la Pasión. La reforma amputa un pasaje fundamental de la Escritura que es vínculo de consecuencialidad entre la Última Cena, sacrificio del Viernes Santo y Eucaristía. 

El pasaje de la institución de la Eucaristía será también eliminado del Martes y el Miércoles Santos, ¡con el extraordinario resultado que permanecerá ausente de todo el ciclo litúrgico! Es decir, con la Semana Santa reformada bajo Pío XII, en ningún momento del año se lee el evangelio de la institución de la Eucaristía. 

Esto fue consecuencia de un cambio hecho a las apuradas que desbalanceó una obra plurisecular.

Canto del Evangelio

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: DEL LUNES AL JUEVES SANTO

La Reforma de la Semana Santa: Del Lunes al Jueves Santo

Continuamos con la serie sobre los cambios que aportó a la liturgia el Novus Ordo de la Semana Santa instaurado en 1955 por Pío XII. Quienes estén interesados en un trabajo más erudito sobre el tema pueden consultar el de Gregory DiPippo, de Henri de Villiers y del P. Stefano Carusi (disponible en español aquí) y como bibliografía más relevante el artículo de Nicola Giampietro, “A cinquant’anni dalla riforma liturgica della Settimana Santa”, in Ephemerides liturgicae, anno CXX (2006), n. 3 luglio-settembre. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

LUNES SANTO

Cambio: Se prohíbe la oración “contra persecutores Ecclesiæ” y la oración por el Papa. 

La oración decía: “Ecclesiae tuae, quaesumus Domine, preces placatus admitte; ut destructis adversitatibus et erroribus universis, secura tibi serviat libertate” [“Te rogamos, Señor, acojas benigno las súplicas de tu Iglesia; para que, destruida toda contradicción y error, te sirva con segura libertad”].

MARTES SANTO

Cambio: Se suprime la lectura de Mc. 14, 1-31 relativos a la Última Cena y a la institución de la Eucaristía con los que se iniciaba la lectura de la Pasión.  

MIÉRCOLES SANTO

Cambio: Se suprime la lectura de Lc. 22, 1-39 relativo a la institución de la Eucaristía y su relación con el sacrificio de la cruz.

JUEVES SANTO

1. Invento: Introducción de la estola como traje coral de los sacerdotes.

Práctica: Los sacerdotes y diáconos presentes usan el traje coral normal, sin estola, que se colocan solamente en el momento de la comunión.

De esta manera, se comienza con la construcción del mito de la concelebración del Jueves Santo que no se pudo imponer en ese momento, según el P. Braga“porque la mentalidad de algunos miembros influyentes de la Comisión no estaba todavía preparada”. Quienes se habrían opuesto fueron el cardenal Cicognani y Mons. Dante. Es que había un sentimiento fuertemente hostil a la concelebración en ese día porque nunca había sido práctica tradicional en la Iglesia.

Altar del “Monumento”.

2. Invento: Se introduce la práctica de comulgar sólo con hostias consagradas ese día. 

Práctica tradicional: No hay ninguna mención acerca de con qué hostias había que comulgar. 

No se entiende muy bien el motivo de este cambio. La práctica romana del fermentum, históricamente probada, consistía en comulgar con una parte de la eucaristía del domingo precedente, como un modo de indicar la comunión de la Iglesia en el tiempo y en el espacio, en torno a la realidad del Cuerpo de Cristo. Con el cambio, se introduce una idea de presencia real ligada al día de la celebración y la obligación de comulgar las hostias consagradas en el mismo día. 

3. Cambio: Omisión del Confiteor del diácono o del ayudante antes de la comunión. 

Práctica tradicional: Se recita el Confiteor antes de la comunión.

De esa manera, se eliminaba el odiado –por los progresistas– tercer Confiteor, que no era una duplicación porque cuando se lo recitaba al pie del altar, al inicio de la Misa, era la confesión de la propia indignidad para celebrar el culto. Recitarlo antes de la comunión, es confesar la indignidad para recibir el Cuerpo de Cristo. 

Altar despojado luego del canto de Vísperas de la Misa in Coena Domini.

4. Cambio: Terminada la Misa, se establece que hay que quitar no solamente los manteles del altar, sino también la cruz y los candelabros.  

Práctica tradicional: La cruz permanece velada y entronizada sobre el altar, en medio de los candelabros, a fin de ser develada el Viernes Santo. 

No hay motivos que expliquen este cambio. 

5. Cambio: Se permite que el lavado de los pies se haga después del Evangelio durante la Misa. Las rúbricas ya no mencionan que le sacerdote deba besar los pies después de lavarlos.

Práctica tradicional: El rito del mandatum se hace siempre después de la Misa, luego de haber retirado los manteles del altar. De ese modo, no se interrumpe la Misa y se respeta la sucesión cronológica descrita en los Evangelios.

Una de las razones que se adujo para justificar la reforma de la Semana Santa, fue el respeto a la veritas horarum, pero en este caso se hizo exactamente lo contrario: no solamente se anticipa o se atrasa un rito por exigencias prácticas, sino que se invierte el orden cronológico de los acontecimiento evangélicos en el interior del mismo rito. San Juan escribe que Nuestro Señor lavó los pies de sus discípulos “después de la cena” (Jn. 13, 12); no se entiende entonces por qué lo colocaron en medio mismo de la Misa, cuando doce laicos debían ingresar sin zapatos ni medias en el coro, comenzando ya la idea de desacralizar ese espacio. 

6. Cambio: Se especifica que se pueden cantar tantas antífonas como dure el lavado, pero nunca se puede omitir “Ubi caritas”. Se suprime la octava de las nueve antífonas.

Práctica tradicional: Se cantan las 9 antífonas durante el lavatorio, que sin duda se encuentran entre las piezas más bellas de todo el repertorio gregoriano.

De estas nueve, las primeras seis están tomadas del capítulo XIII del Evangelio de San Juan, la séptima del final del capítulo XIII de Primera de Corintios, el “Himno a la Caridad” de San Pablo. La octava es idéntica en texto, pero no en música, al Introito de la fiesta de la Santísima Trinidad, y la acompaña un versículo diferente; la última de estas nueve es el famoso cántico “Ubi caritas”.

Ceremonia del Mandatum, después de misa. Pquia. Sssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: VIERNES SANTO

La reforma del Viernes Santo

Cuarta parte de esta adaptación del estudio hecho por el P. Stefano Carusi. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

1. Invento: Se impone un nuevo nombre: “Solemne acción litúrgica del Viernes Santo”, eliminando la antiquísima Feria sexta in Parasceve y la “Misa de presantificados”. 

Práctica tradicional: El nombre de “presantificados” subraya la consagración de las especies eucarísticas que había tenido lugar en un oficio precedente y se relacionaba con el rito eucarístico.

Esto era particularmente antipático para la Comisión –a pesar de que existe en todos los ritos católicos–, por lo que decidió “reducir la amplificación estructural del Medioevo que aparecía en la así llama ‘misa de presantificados’, y retornar a las líneas severas y puras de una grandiosa comunión general”.  

2. Cambio: El altar no tiene más la cruz velada.

Práctica tradicional: La cruz velada permanece en su lugar, o sea, sobre el altar desnudo y rodeada por dos candelabros.

La imagen de la cruz había sido velada en el primer domingo de Pasión, a fin de que permaneciera en su lugar natural –es decir, sobre el altar–, y fuera develada solemne y públicamente el Viernes Santo, día del triunfo de la Pasión redentora. Con la reforma, la cruz es guardada en la sacristía la tarde del Jueves Santo, sin ninguna solemnidad, junto a los manteles del altar. Es llamativo que el día más importante de su historia, la cruz esté ausente del altar.

3. Cambio: Los manteles del altar no están extendidos desde el inicio de la ceremonia e, igualmente, el sacerdote no usa la casulla desde el inicio sino solamente alba y estola. 

Práctica tradicional: El sacerdote y los ministros usan casullas negras y, llegados al altar, se postran mientras los acólitos extienden un solo mantel sobre el mismo.

El hecho de que el sacerdote y los ministros usen casullas, y para un rito que no era strictu sensu la Misa, testimonia al antigüedad de esta ceremonia. La Comisión por una parte, sostenía que las ceremonias del Viernes Santo estaban constituidas por “elementos que, desde la antigüedad, permanecieron sustancialmente intactos”, y por otra, introdujeron modificaciones que separaran la liturgia eucarística de la “primera parte de la liturgia, la liturgia de la palabra”. Esta distinción moderna que luego pasará el Novus ordo missae de Pablo VI, ya estaba aquí presente y, según el P. Braga, debía ser significada por el hecho que el sacerdote usara solamente la estola y no la casulla. 

(No trataremos aquí la cuestión de la oración por los judíos que requiere precisiones filológicas. Los interesados sobre el tema pueden ver este artículo).

4. Cambio: La lectura del Evangelio no es más distinta de la lectura de la Pasión.

Práctica tradicional: El Evangelio se canta en un tono distinto de la Pasión aunque, en este día de luto, sin incienso ni candelabros. 

5. Invento: Para la séptima oración se introduce el nombre “Pro unitate Ecclesiæ”.  

Práctica tradicional: La oración no tiene ese nombre ambiguo.

Con la ambigüedad expresiva se introduce la idea de la Iglesia en búsqueda de su propia unidad social que todavía no habría alcanzado. Los que están fuera de la Iglesia deben volver a ella, deben volver a una unidad que ya existe, y no reunirse con los católicos a fin de dar lugar a una unidad que todavía no existe. Según el P. Braga, el objetivo de la Comisión había sido eliminar de la oración algunas palabras que hablaban de las almas engañadas por el demonio y arrastradas por la maldad de la herejía “animas diabolica fraude deceptas” y “hæretica pravitate”.Y también las que pedían el retorno de los que están equivocados a la verdad: “errantium corda resipiscant, et ad veritatis tuæ redeant unitatem”.Sin embargo, no pudieron alcanzar en ese momento sus objetivos. 

6. Invento: Procesión de retorno solemne de la cruz desde la sacristía al templo.

Práctica tradicional: La cruz permanece velada sobre el altar, y se devela públicamente en el presbiterio, es decir, en el lugar donde había permanecido velada durante dos semanas. 

En la liturgia, lo que parte en procesión solemne, retorna en procesión solemne. En esta caso, la cruz había partido casi a las escondidas la tarde del Jueves Santo cuando se desnudaba el altar. No se comprende el significado litúrgico de esta innovación. Quizás se trate del intento de restituir el rito que tenía lugar en Jerusalén durante los siglos IV-V según lo relata Egeria: “En Jerusalén, la adoración se hacía sobre el Gólgota”, y la peregrina española recuerda que “la comunidad se reunía temprano por la mañana. Delante del obispo […] se traía el relicario de plata con las reliquias de la cruz”. Lo curioso es que esta dudosa reconstrucción de un rito no se realiza en el Monte Calvario ni en la liturgia jerosolimitana de los primeros siglos, sino en Occidente y en la liturgia romana.

7. Cambio: Se reduce la importancia de la procesión eucarística.

Práctica tradicional: El Santísimo Sacramento retorna en una procesión con solemnidad similar a la del día precedente, y la realiza el celebrante. 

La Comisión decide reducir la procesión del retorno del Cuerpo de Cristo a una forma casi privada. El Santísimo había sido llevado el día anterior solemnemente al Sepulcro (este es el nombre que utiliza toda la tradición cristiana, incluso el Memoriale Rituum y la Congregación de Ritos) y parece lógico y litúrgico que del mismo modo retornara. Pareciera una reducción de los honores que se rinden al Santísimo Sacramento. Incluso, en el caso de la misa solemne, es el diácono quien lo trae y no el sacerdote.

8. Cambio: Eliminación de las incensaciones al Santísimo Sacramento.

Práctica tradicional: La hostia consagrada es incensada como de costumbre, pero no así el celebrante. Los signos de luto son claros pero no se extienden al Santísimo.

9. Cambio: Introducción del Padrenuestro rezado por los fieles.

Práctica tradicional: El Padrenuestro es rezado solamente por el sacerdote, como siempre. 

“La preocupación pastoral de una participación consciente y activa de la comunidad cristiana” es dominante. Los fieles deben ser “verdaderos actores de la celebración… y era esto lo que pedían los fieles, sobre todo aquellos más sensibles a la nueva espiritualidad… La Comisión ha escuchado las aspiraciones fundadas del pueblo de Dios”

Habría que demostrar que estas aspiraciones eran de los fieles y no de un grupo de liturgistas de vanguardia. Y habría que explicitar también qué entendía la Comisión por “nueva espiritualidad”

10. Cambio: Eliminación de la oración con referencias al sacrificio durante la consumición de la hostia. 

Práctica tradicional: Se mantiene la oración “Orate fratres ut meum ac vestrum sacrificium…” aunque no seguía la respuesta acostumbrada.

Es verdad que en este día no se tiene, strictu sensu, el sacrificio eucarístico pero también es verdad que la consumición de la víctima inmolada el día anterior es una parte, aunque no esencial, del sacrificio. 

Durante la Misa de Presantificados se eleva la Hostia sobre la patena con una sola mano, y no se distribuye la Eucaristía ese día. Imagen: FSSP Lyon.

11. Cambio: Eliminación de la inmisión de una parte de la hostia consagrada en el vino del cáliz.

Práctica tradicional: Se introduce una partícula de la hostia consagrada en el vino, pero se omiten las oraciones relativas a la consumición de la Sangre. 

La inmisión de una parte de la hostia consagrada en el vino no consagrado –práctica que también mantiene el rito bizantino–, evidentemente no consagra al vino, y nunca esto fue creído por la Iglesia. Simplemente esta unión manifiesta simbólicamente, aunque no realmente, la reunificación del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y la unidad del Cuerpo Místico en la vida eterna. Las Memorias de la Comisión indican que sus integrantes eliminaron este rito porque, según afirmaban, existía desde el Medioevo debido a una creencia errónea según la cual, la inmisión de la hostia consagrada consagraba también el vino; una especie de ósmosis sacramental… Hay que decir, en primer lugar, que no está comprobado de ninguna manera que esa haya sido la opinión corriente, y afirmar siquiera esta posibilidad, implicaría que la Iglesia Romana hubiese mantenido durante siglos una práctica errónea sin querer modificarla, errando de ese modo sobre un hecho dogmático. Estas afirmaciones de la Comisión se entiende en el marco del racionalismo positivista que estaba de moda en los ’50.

12. Cambio: El cambio de los horarios de la celebración terminó por crear notables problemas pastorales y litúrgicos. 

Práctica tradicional: La misa de presantificados de Viernes Santo tenía lugar durante la mañana del Viernes Santo.

Esta práctica permitía que durante la tarde tuvieran lugar diversas expresiones de la piedad popular, como el Vía Crucis, la predicación de las Siete Palabras, el Sermón de Soledad, las procesiones tan típicas de la Semana Santa andaluza, y muchísimas más que se enraizaban en las tradiciones de cada lugar. Claramente, la “reforma pastoral” no fue pastoral porque había nacido de expertos que no tenían contacto real con las parroquias ni con la devoción y la piedad popular, a la que muchas veces despreciaban. 

Según los reformadores, en la tarde del Viernes Santo se creaba un vacío litúrgico que era llenado con “devociones populares”, y para remediar esta situación decidieron cambiar el horario y dictaminar que la ahora llamada “acción litúrgica” sea a las 15 hs. Se intento solucionar el “escándalo” de las devociones populares con el peor de los métodos pastorales, que es el de omitir las prácticas populares y no darles ninguna importancia. 

Misa de Presantificados, Pquia. Ssma. Trinidad de los Peregrinos, FSSP, Roma.

LA REFORMA DE LA SEMANA SANTA: SÁBADO DE GLORIA

La reforma de la Vigilia Pascual

Finalizamos con esta serie sobre las reformas de los ritos de Semana Santa, introducidos en 1955 por el papa Pío XII, y que son los que se encuentran en el misal de 1962, y prácticamente con la misma disposición en el misal de Pablo VI. Todas las imágenes pertenecen al apostolado del Instituto del Buen Pastor en Bogotá, Colombia, el cual ha restaurado la celebración de la Semana Santa Tradicional.

Vigilia Pascual

1. Invento: Se introduce una bendición del cirio pascual en el atrio, el cual debe ser sostenido por el diácono durante toda la ceremonia.

Práctica tradicional: Se bendice en el exterior de la iglesia el fuego nuevo y los granos de incienso pero no el cirio.

El fuego pasa al arúndine o “tricirio”, una especie de caña o asta con tres velas en su extremo, las cuales son encendidas progresivamente durante la procesión al interior del templo: de allí las tres invocaciones del Lumen Christi. Con una de estas candelas se enciende el cirio pascual que, desde el comienzo de la ceremonia, se encuentra colocado en el candelabro (en muchas iglesias paleocristianas la altura de este candelabro había exigido la construcción de un ambón a fin de poder alcanzar el cirio, tal como puede observarse en la catedral de San Mateo, en Salerno). El fuego es llevado por la caña con las tres velas –la Santísima Trinidad–, al gran cirio pascual –Cristo resucitado–, a fin de simbolizar que la resurrección es obra de la Trinidad.

Con esta reforma se convirtieron en inútiles justamente en el día del Sábado Santo, todos los candelabros pascuales, muchos de los cuales venían de los albores del cristianismo. Con el pretexto de volver a los orígenes, las obras de arte de la antigüedad se convierten en inservibles piezas de museo. Las tres invocaciones del Lumen Christi dejan de tener razón litúrgica. 

Bendición del fuego nuevo.

2. Invento: Colocación del cirio pascual en el centro del coro, después de una procesión en la que se lleva dentro de la iglesia que se ilumina progresivamente a cada invocación del Lumen Christi. A cada invocación se hace una genuflexión ante el cirio y a la tercera se ilumina la iglesia entera. 

Práctica tradicional: El cirio se encuentra apagado, generalmente del lado del Evangelio, y hacia él se acercan con la caña o arúndine el diácono y subdiácono para encenderlo durante el canto del Pregón Pascual.

Las únicas luces encendidas era las velas del tricirio hasta el canto del Exultet

3. Cambio: Torcimiento de la simbología del canto del Exultet y de su naturaleza de bendición diaconal. 

Práctica tradicional: El canto del Exultet comienza delante del cirio apagado, los granos de incienso se colocan cuando el pregón habla del incienso, el cirio se enciende junto a las luces de la iglesia cuando el texto hace referencia a estas acciones, las que junto al canto constituyen la bendición.

Aunque varios reformadores querían torcer esta ceremonia, otro miembros de la Comisión se opusieron por lo que el resultado fue el pasticcio de un canto tradicional asociado a un rito totalmente alterado. Y sucede entonces que uno de los momentos más significativos de todo el ciclo litúrgico se convierte en una escena teatral de gran incoherencia. En efecto, las acciones de las que habla el cantor del Exultet –en el rito alterado– han sido realizadas media hora antes en el atrio del templo. Se canta sobre la inserción de los granos de incienso suscipe pater incensi huius sacrificium vespertinum, pero éstos ya están clavados en el cirio. Se alaba el encendido del cirio con la luz de la Resurrección sed iam columnæ huius præconia novimus quam in honorem Dei rutilans ignis accendit, pero el cirio hace rato que está encendido. La simbología de la luz se desnaturaliza porque cuando se canta triunfalmente la orden de encender todas las luces, símbolo de la Resurrección, alitur enim liquantibus ceris, quas in substantiam pretiosæ huius lampadis apis mater eduxit, hace tiempo que toda la iglesia está iluminada por los cirios que sostienen los fieles. Es una incomprensible simbología en la que las palabras pronunciadas no tienen relación con la realidad del rito. 

Por otro lado, el canto del pregón pascual constituía junto a los gestos que lo acompañaban la bendición diaconal por excelencia. Pero con la reforma, el cirio es bendecido con agua en el exterior de la iglesia.

Canto del Exultet o Pregón y posterior encendida del Cirio Pascual con el tricirio.

4. Cambio: Introducción de la práctica de dividir las letanías en dos partes, insertando en el medio la bendición del agua bautismal. 

Práctica tradicional: Terminada la bendición de la fuente bautismal, se cantan las letanías que preceden la Misa. 

5. Invento: Bendición del agua bautismal en una palangana en el centro del coro, con el celebrante cara al pueblo y de espaldas al altar.

Práctica tradicional: La bendición del agua bautismal se hace en el bautisterio, que está fuera de la iglesia o al fondo de ella. Los eventuales catecúmenos son recibidos en el ingreso del templo, y allí son bautizados, y podían después acceder a la nave, pero no al coro, como es lógico, ni antes ni después del bautismo.

En la práctica, se trató de sustituir la fuente bautismal por una cacerola de gran tamaño colocada en el centro del coro, y el motivo fue para que todos los ritos fueran realizados por los ministros cara al pueblo, según aparece claramente afirmado en los documentos de la Comisión, “a fin de que los fieles sean verdaderos actores de la celebración… por eso la Comisión ha escuchado las aspiraciones fundadas del pueblo de Dios… porque la Iglesia está abierta a los fermentos de la renovación”.

Difícilmente podría comprobarse que el pueblo haya solicitado estos cambios que terminaron por destruir todo el orden de la arquitectura sagrada desde sus mismos orígenes hasta la actualidad. En una época, el bautisterio con la fuente bautismal estaba fuera de la iglesia, y más tarde, en su interior pero junto a la entrada, ya que el bautismo es la “puerta de los sacramentos”, que hace miembro de la Iglesia a quien está fuera de ella. 

6. Cambio: Alteración de la simbología del canto sicut cervus

Práctica tradicional: Al finalizar el canto de las profecías, el celebrante se dirije hacia la fuente bautismal para proceder a la bendición del agua y al bautismo de los catecúmenos, mientras se canta el Sicut cervus. El canto precede, lógicamente, la administración del bautismo. 

Como la bendición del agua se hizo en el coro, fue necesario inventar alguna ceremonia para llevarla al bautisterio, la cual se hace cantando el Sicut cervus, es decir la parte del salmo 41 que hace referencia a la sed que le sobreviene al ciervo después de haber sido mordido por la serpiente, y que se extingue solamente bebiendo el agua salvadora. Pero con los cambios, resulta que el ciervo ya ha bebido (el bautismo ha sido conferido). La simbología queda totalmente alterada. 

Infusión del Óleo de los Catecúmenos y del Santo Crisma durante la consagración de las aguas de la pila bautismal.

7. Invento: Se introduce ex nihilo la renovación de las promesas bautismales.

Práctica tradicional: No existe renovación de las promesas bautismales y, en esta modalidad, no había existido nunca antes en las liturgias de Oriente y Occidente.

Se trata de una “creación pastoral” que no tienen ningún asidero litúrgico, con el fin de “tomar conciencia” de los sacramentos recibidos en el pasado. De un modo análogo se procede en la misa crismal del Jueves Santo con la renovación de las promesas sacerdotales. Con estas prácticas se introduce un vínculo entre el orden sacramental y el orden sentimental-emocional, entre eficacia del sacramento y toma de conciencia. Estas prácticas, que no tienen ningún fundamento ni en la Escritura ni en la praxis de la Iglesia, pareciera ser un débil convencimiento en la eficacia de los sacramentos.  

8. Cambio: Se introduce sin ninguna justificación litúrgica, la segunda parte de las letanías dejadas a la mitad antes de la bendición del agua bautismal.

Práctica tradicional: Las letanías se cantan íntegramente y sin interrupciones después de la bendición de la fuente bautismal y antes de la Misa.

Se trata de una innovación incoherente e incomprensible.

Postración durante las letanías de los santos previas a la Misa.

9. Cambio: Supresión de las oraciones al pie del altar, del salmo Iudica me Deus y del Confiteor al inicio de la Misa.

Práctica tradicional: La Misa se inicia con las oraciones al pie del altar, el salmo 42 y el Confiteor

Se trata de un claro antecedente de los que sucederá algunos años más adelante, con el Novus Ordo Missæ, en el cual se suprime definitivamente el salmo Iudica, que recordaba la indignidad del sacerdote que accede al altar. 

10. Cambio: En el mismo decreto se abolen todos los ritos de la Vigilia de Pentecostés con excepción de la Misa. 

Práctica tradicional: La Vigilia de Pentecostés posee una serie de ritos particulares a los cuales se hace referencia en el hanc igitur de la Misa. 

Se trata de una ignominiosa e indignante abolición. El día de Pentecostés tenía, desde los más remotos tiempos, una vigilia similar a la vigilia pascual. Según los documentos de la Comisión, no hubo tiempo para reformarla y, por otro lado, no se la podía mantener en tanto que cincuenta días antes se habría celebrado una vigilia pascual totalmente reformada.

Consecuentemente, se decidió eliminarla ignorando más de un milenio de tradición.

Confiteor del celebrante al comienzo de la Misa de la Vigilia Pascual.

COMUNICADO DE UNA VOCE INTERNACIONAL ANTE EL RESCRIPTO SOBRE LA MISA TRADICIONAL

Fuente: Una Voce Argentina

El martes 21 de febrero, la Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó un rescripto confirmando, para el Dicasterio para el Culto Divino, ciertos puntos legales en relación a la interpretación de la carta apostólica del papa Francisco Traditionis Custodes.

El punto clave es que, a partir de ahora, el permiso para el uso de una iglesia parroquial para celebraciones del Misal de 1962 sólo podrá ser concedido por el Dicasterio. El rescripto hace referencia al canon 87.1 que establece que los obispos pueden levantar las obligaciones de derecho universal por el bien de las almas en su diócesis: esto ya no se aplica, ya que el asunto está “reservado a la Santa Sede”.

El efecto de esta decisión dependerá del grado en que las disposiciones actuales para la celebración del Misal de 1962 dependan del uso de las iglesias parroquiales en una localidad concreta; de la voluntad de los obispos de pedir permiso al Dicasterio para que continúen las celebraciones en dichas iglesias; y de la respuesta del Dicasterio a estas peticiones.

Si los obispos de todo el mundo solicitan permiso para todas las celebraciones de la Misa de 1962 que tienen lugar en las iglesias parroquiales de sus diócesis, el Dicasterio tendrá que examinar cientos de casos, lo que planteará la cuestión de la viabilidad del desempeño de su función.

La Latin Mass Society y la Federación Internacional Una Voce desean expresar su consternación por el hecho de que se haya centralizado de este modo la autoridad sobre un asunto de tanta sensibilidad pastoral.

Se producirán graves daños pastorales si no se concede el permiso cuando no se disponga de lugares de culto alternativos para el uso de las comunidades vinculadas a la forma mas antigua de la Misa.

En lugar de integrarlas en la vida parroquial, la restricción del uso de las iglesias parroquiales marginará y empujará a la periferia a los fieles católicos que sólo desean dar culto, en comunión con sus obispos, con una forma de Liturgia permitida por la Iglesia. Este deseo fue descrito como una “aspiración legítima” por el papa Juan Pablo II, y esta Liturgia fue descrita como una “riqueza” por el papa Benedicto XVI.

Hacemos un llamamiento a todos los católicos de buena voluntad para que ofrezcan oraciones y penitencias esta Cuaresma por la resolución de esta cuestión y la libertad de la Misa Tradicional.

Aspectos prácticos

El rescripto no tiene efecto automático: las celebraciones previamente organizadas tendrán lugar a menos que los sacerdotes y fieles sean notificados de lo contrario por el obispo de la diócesis. El rescripto aclara o modifica el sentido de Traditionis Custodes, que está dirigido a los obispos, y son éstos quienes tienen la tarea de implementarlo.

Será lícito que las celebraciones continúen mientras se preparan y tramitan las solicitudes.

El rescripto no afectará a las celebraciones en templos no categorizados formalmente como “iglesias parroquiales”. Véase más abajo una explicación completa.

Más explicaciones

El rescripto contiene otros dos puntos: la reserva de la Santa Sede del permiso para la erección de nuevas parroquias personales, y el permiso para que los sacerdotes ordenados después de la publicación de Traditionis Custodes (17 de julio de 2021) celebren con el Misal de 1962. Todo ello no hace sino confirmar el sentido conocido de la legislación original.

Por el contrario, se ha señalado ampliamente que los obispos tienen derecho, en virtud del canon 87.1, a levantar las obligaciones de derecho universal, incluso sobre la celebración de la Misa Tradicional en las iglesias parroquiales, a menos que el asunto esté explícitamente reservado a la Santa Sede, y esto ha causado claramente cierto descontento en el Dicasterio.

Las iglesias parroquiales son los templos principales de una jurisdicción parroquial: muchos de estas jurisdicciones están compuestas por más de un templo, y muchos otros no. Otra clasificación de templo son las “capillas” (conocidas con diversos nombres en distintos países), que son iglesias secundarias de una parroquia atendidas por el clero de la misma. También se incluyen a iglesias anexas a casas religiosas y a casas particulares, iglesias designadas como santuarios, e iglesias dedicadas a servir a un grupo particular no identificado en referencia a los límites geográficos de una jurisdicción parroquial, es decir, parroquias personales y capellanías (incluidas las capellanías étnicas).

El estatus de una iglesia como parroquia es una cuestión que debe determinar el obispo (de acuerdo con los procedimientos establecidos) al erigir, abolir o fusionar parroquias.

Algunas diócesis tienen muchas iglesias no parroquiales; otras, muy pocas. En algunos países no hay iglesias parroquiales, porque no se ha establecido una estructura parroquial. En algunos casos, las catedrales son iglesias parroquiales, y en otros no.

El hecho de que la existencia de iglesias no parroquiales sea tan variada por razones de historia y circunstancias locales hace que la atención a la celebración según el Misal de 1962 en iglesias parroquiales sea desconcertante, y las restricciones a estas celebraciones potencialmente muy arbitrarias e injustas. Las restricciones al uso de las iglesias parroquiales se sentirán mucho más en los Estados Unidos de América, por ejemplo, que en Italia.

Las parroquias personales son una posible estructura legal a través de la cual se puede hacer una provisión formal para el Misal de 1962. En algunos países en los que la Misa Tradicional está muy extendida, como Inglaterra y Gales, esta estructura se ha utilizado muy poco. Las alternativas incluyen el establecimiento de un santuario para la celebración según este Misal, o su celebración junto con la Misa reformada en una iglesia parroquial o no parroquial. La estructura legal de una parroquia personal otorga al sacerdote a cargo muchos de los deberes y privilegios de un párroco, pero no convierte a la iglesia donde tiene su sede en una “iglesia parroquial”. Una parroquia personal puede tener su sede en una iglesia santuario, una iglesia compartida con una parroquia geográfica o cualquier otro lugar de culto.

22 de febrero de 2023, Miércoles de Cenizas.

Original en ingles http://www.fiuv.org/2023/02/the-rescript-press-release.html…


Mas comentarios del Dr. Joseph Shaw, presidente de la FIUV y de la Latin Mass Society:

La Latin Mass Society y otros grupos de Una Voce fueron fundados y continúan existiendo para hacer posible la celebración pública de la Misa Tradicional en total conformidad con la ley de la Iglesia y bajo la autoridad del obispo local. En la medida en que esto se vuelve imposible, entonces la moralidad de las celebraciones ilícitas se vuelve más fuerte. Las personas que abogan por la ‘desobediencia’ deberían estar agradecidas con el movimiento Una Voce por defender estas ideas.

No vamos a dejar de buscar permisos, donde se necesiten, para celebraciones públicas, en iglesias propias y con reconocimiento del obispo. Las Misas en cuchitriles pueden resolver un problema local, pero no son la salida de la crisis litúrgica actual. Lo que la Iglesia necesita es que la Misa Tradicional tenga un lugar de honor en ella: sin excluir nada, sin imponerla a nadie, pero disponible como un enriquecimiento de la vida litúrgica de los católicos de a pie y una expresión pública de la continuidad de la Iglesia con los siglos anteriores.

Ese es nuestro objetivo, y espero que sea compartido por muchos católicos de buena voluntad con todo tipo de preferencias litúrgicas. Esto no tiene por qué ser una batalla o una guerra. Debería tratarse simplemente de satisfacer las necesidades espirituales de las personas de la mejor manera posible.

17º ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE UNA VOCE SEVILLA

El pasado día 23 de noviembre, festividad de San Clemente y conmemoración de la Reconquista de la Ciudad de Sevilla por el Rey Fernando III, el santo, se cumplió el XVII aniversario de la fundación de UNA VOCE SEVILLA. ¡Qué el Señor y su Santísima Madre sigan bendiciendo a esta comunidad de fieles que desde 2004 promueven el apostolado de la Misa tradicional en la sede de San Isidoro.

¡DEO GRÁTIAS!

NACE UNA VOCE ESPAÑA

El pasado 12 de octubre de 2020, festividad de la Santísima Virgen del Pilar, las asociaciones «Una Voce» de España, entre ellas Una Voce Sevilla, creamos el capítulo español de la Federación Internacional Una Voce (FIUV), con el objetivo de servir de cauce de las distintas asociaciones españolas ante los órganos de la FIUV, y también para coordinar esfuerzos y ayudar a la creación de grupos de laicos vinculados a la Misa Gregoriana en toda la geografía española.

Del mismo modo nos proponemos, aparte de la coordinación de nuestros miembros y de ayudar a que otros nuevos puedan sumarse, a colaborar, apoyar y difundir las iniciativas de otros grupos de laicos, institutos religiosos, etc. vinculados a la liturgia tradicional aunque no pertenezcan a Una Voce.

Para darnos a conocer, y como instrumento de difusión de las iniciativas de nuestros miembros y también de aquellos que no lo sean, lanzamos ahora este modesto espacio a la red, con vocación de servicio a todo lo que tenga que ver con la liturgia tradicional. Si quieres que tus iniciativas, páginas, etc. aparezcan en este espacio no tienes más que ponerte en contacto con nosotros al correo electrónico: unavoce@unavocespana.es

En el día de hoy, 2 de mayo, IV Domingo después de Pascua y festividad de San Atanasio, Una Voce España publica su web a la que pueden acceder pinchando aquí: Una Voce España – Capítulo español de la Federación Internacional Una Voce (unavocespana.es)

¡DEO GRÁTIAS!