WEB RECOMENDADA: «LA MISA DE SIEMPRE». EL PORTAL DE LA FORMA EXTRAORDINARIA EN ESPAÑA

Tenemos la enorme alegría de anunciarles que se ha creado una interesante iniciativa de ámbito tradicional en torno a la Misa gregoriana o Forma extraordinaria del rito romano, cuya plataforma es una web. Su nombre: «La Misa de Siempre»: www.lamisadesiempre.com

Les invitamos a conocerla, difundirla y participar del Encuentro «Vayamos Jubilosos» que a nivel nacional se llevará a cabo, Dios mediante, en Toledo, el próximo mes de junio.

A continuación, transcribimos de la citada web su presentación:

Portal sobre la Forma Extraordinaria en España

Quienes somos

«Somos un grupo de sacerdotes y laicos vinculados a la liturgia romana en la forma extraordinaria. Diez años después del regalo que Benedicto XVI hizo a la Iglesia con la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum, surge la iniciativa de colaborar con la propuesta que el Papa nos hacía a todos los creyentes de contribuir a la renovación de la Iglesia recuperando lo grande y valioso que sirvió para la santificación de las generaciones pasadas que también es de gran utilidad para las futuras generaciones.

Con humildad y sencillez hemos creado este portal para promover la formación Católica de acuerdo con la doctrina, liturgia y devociones tradicionales de la Santa Iglesia Católica Romana.   Con nuestra actividad inicial queremos ofrecer la posibilidad de participar en un encuentro de familias y amigos de la liturgia romana tradicional, para que nos ayude a enriquecer nuestra vida espiritual y avanzar en el camino de la fe».

 

 

 

ARTÍCULO: «CARTA A UN JOVEN CATÓLICO TRADICIONAL ATRIBULADO»

Presentamos a nuestros lectores otra traducción de un interesante artículo publicada por la web de la Asociación Litúrgica Magnificat (Una Voce Chile),  esta vez, un intercambio epistolar entre un joven anónimo de gran fe y piedad y el Prof. Peter Kwasniewski, a quien nuestros lectores han tenido la fortuna de poder leer habitualmente en este blog. El joven interlocutor enfrenta las dudas y conflictos que acompañan probablemente a toda persona cercana a la Misa tradicional en el mundo contemporáneo, donde por regla general resulta difícil encontrar comprensión y apoyo incluso de otros católicos de buena fe, pero habituados a la liturgia reformada, y hasta al interior de la propia familia.

¿Es conveniente para un católico tradicional asistir a la Misa reformada en días que no son de precepto cuando no hay otra a su disposición? ¿Cuál ha de ser la postura de un católico tradicional ante los esfuerzos que iniciara Benedicto XVI en pos de una Reforma de la Reforma que dé más dignidad a la liturgia reformada y la acerque más a la tradición litúrgica de la Iglesia? Con sabiduría y prudencia, el Prof. Kwasniewski intenta orientar al joven en estas y otras interrogantes.

El artículo fue publicado originalmente en OnePeterFive.

 (Imagen: One Peter Five)

Solución de problemas de adhesión en la liturgia

Peter Kwasniewski

Un adulto joven, de sólida fe y admirable piedad familiar, me envió una carta el verano pasado con ciertas preguntas y preocupaciones que, me parece, harán eco en muchos lectores de OnePeterFive. Voy a reproducir esa carta y, enseguida, mi respuesta (he suprimido los detalles que podrían permitir identificar al remitente).

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Querido Dr. Kwasniewski:

Quiero hacerle algunas preguntas sobre la tensión entre el usus antiquior y el usus recentior. Durante este verano no he tenido tantas oportunidades de asistir a la Misa antigua como en la universidad. Afortunadamente, hay una Misa tradicional en nuestra diócesis los domingos después de almuerzo, celebrada por diferentes sacerdotes que la conocen. Sin embargo, mi familia es fiel a nuestra parroquia que celebra, casi siempre de modo reverente, el Novus Ordo. He estado asistiendo casi todos los domingos a la Misa en la mañana con mi familia y, después de mediodía, a la Misa tradicional solo. Ir a ésta significa a menudo que no puedo compartir el almuerzo familiar. Mis padres no ponen objeción, pero a veces me doy cuenta de que eso les molesta. ¿Es egoísta querer asistir a la Misa tradicional en vez de estar con mi familia?

También he oído decir a muchos tradicionalistas que es mejor no asistir jamás a la Misa Novus Ordo a menos que se deba hacerlo. Por ejemplo, dicen que uno debiera dejar de ir a Misa los días de semana si sólo se celebra la forma ordinaria. No creo estar de acuerdo con esto, pero quisiera saber qué piensa usted, que asiste a ambas formas en la universidad. ¿No sería mejor ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa y comulgar todos los días, aunque no sea ofrecido del modo más reverente posible? ¿O es para Dios una ofensa que uno participe en Misas irreverentes? ¿Depende todo de cuán reverente sea la Misa Novus Ordo?

Finalmente, ¿qué piensa de la mentalidad “reforma de la reforma”? ¿Cree que el Novus Ordo debiera celebrarse siempre o que va a estar siempre con nosotros, por lo que debiéramos adherir a él y tratar de hacerlo lo más reverente posible? ¿O aspira usted a reformarlo para que sea lo más reverente posible al mismo tiempo que alienta a la gente a que se acerque cada vez más a la antigua Misa, de modo que ésta pueda algún día ser de nuevo la forma ordinaria o la única forma? Algunos amigos míos que lo han escuchado a usted o leído sus artículos me preguntan en qué posición está exactamente. Y por eso es que me pareció que tenía que preguntárselo antes de responderles.

Un afectuoso saludo,

N.N.

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El Prof. Peter Kwasniewski
(Foto: Aurelio Porfiri)

Querido N.N.:

Con honradez y perspicacia ha puesto usted el dedo en la llaga de algunas de las más difíciles preguntas que hoy se hacen los católicos cultos. Y cuando digo “cultos” me refiero a los católicos que han estudiado y experimentado la gran distancia que separa a la situación aproblemada y pluralista de la Iglesia de hoy respecto de la claridad de su constante enseñanza doctrinal y del tesoro de su liturgia, que nos ha sido transmitido a través de los siglos. No hay respuestas fáciles porque estamos viviendo en un período de desarraigo, de amnesia, de confusión.

Recuerdo que, cuando tenía más o menos la misma edad de usted, pasé exactamente por igual situación. Yo crecí en una parroquia importante de Nueva Jersey, y descubrí documentos magisteriales como Mediator Dei y teólogos como Santo Tomás de Aquino que me hicieron ver cuán confundida estaba mi parroquia. Mis padres seguían asistiendo a ella, pero a partir de cierto momento, yo no pude seguir haciéndolo. Por lo cual comencé a ir a otras partes, asistiendo tanto a la Misa Novus Ordo como a la tradicional. Fue una situación muy tensa. No creo que mis padres me hayan entendido nunca cabalmente, a pesar de mis esfuerzos -quizá no muy exitosos, ahora que lo pienso- de explicarme. Pero usted es una persona más amable, más gentil y más inteligente que yo a la misma edad, y probablemente sus padres sean católicos más serios que los míos, por lo que usted podrá tener más éxito en sus esfuerzos de explicarles por qué ama la Misa antigua y desea asistir a ella. Me parece, además, una señal de humildad y de piedad filial el que siga asistiendo a Misa con ellos, quienes no podrían reprocharle, en realidad, ser usted antisocial o “elitista”.

Lo más importante es lo siguiente: jamás es egoísmo el querer alimentar la propia vida espiritual con el sustancioso alimento de la liturgia tradicional. Como siempre, se requiere tomar en cuenta las circunstancias. San Francisco de Sales dice que es preferible que una mujer cuide a sus hijos a que los desatienda por pasar más tiempo rezando en la iglesia. Pero, por otra parte, una mujer que sólo se preocupara de sus hijos y no se hiciera nunca tiempo para la oración personal terminaría siendo una mala madre y, posiblemente, una mala cristiana. Tenemos, pues, que tomar muy en serio las necesidades de nuestra alma, y creo que una vez que uno experimenta la belleza de la Misa antigua (y de todas las demás liturgias y devociones que la rodean), es casi imposible seguir subsistiendo con una dieta mezquina, con una papilla aguada. No se olvide que Benedicto XVI dijo a los obispos en su carta de 7 de julio de 2007 lo siguiente, refiriéndose al usus antiquior: “También los jóvenes han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su atractivo y han encontrado en ella un modo de encontrarse con el Misterio de la Sagrada Eucaristía que les resulta particularmente apropiado”.

¿Sería posible que sus padres aceptaran asistir a Misa con usted? Quizá ello los atraería a amar lo que usted ya ha llegado a amar.

En todo caso, hay otras preguntas, que usted ha formulado muy bien. ¿Cuándo y dónde trazar la línea? ¿Debiera uno ir diariamente a Misa, sin que importe cómo se la celebra? ¿Existe jamás alguna razón para no ir a Misa? ¿Podría existir algún motivo para dejar de asistir al Novus Ordo y simplemente asistir sólo al Vetus Ordo? Estos son temas prudenciales, pero podemos estar seguros de que una Misa que no se celebra correcta y reverentemente es una ofensa a Dios en aquellos aspectos en que resulta deficiente (después de todo, la liturgia está relacionada con la práctica de la virtud moral de la religión, por la que damos a Dios lo que en justicia le pertenece, y en esto podemos fallar de muchos e importantes modos). Además, semejante Misa nos es espiritualmente perjudicial en cuanto que nos forma mal. Y cuando nos distraemos o nos irritamos, nos preparamos muy mal para adorar a Dios y comulgar, cosas para las que se nos pide tener una disposición de viva fe y devoción.

Creo que podemos aprender algo de la tradición oriental, que habla de “días no litúrgicos”, es decir, días en que no se celebra la liturgia, a los cuales se refiere usando la analogía del ayuno: nuestro deseo del Santísimo Sacramento se intensifica mediante otras formas de oración. El sacrificio de la Misa es la joya principal de la corona, pero necesita estar puesta en una corona de oro, que es el Oficio Divino y nuestra oración personal. El Oficio Divino es también oración litúrgica, pero tiene la ventaja de ser algo que cualquier cristiano puede llevar a cabo, aunque sea solo o en un grupo pequeño. Cuando se reza Laudes o Prima en la mañana y Vísperas o Completas al atardecer, y cualquiera otra “hora menor” si se logra encontrar el momento para ello, se consagra al Señor el día de un modo muy semejante a cuando se asiste a Misa. El Oficio es parte del gran sacrificio de alabanza que Nuestro Señor, como Eterno y Sumo Sacerdote, ofrece a su Padre en el Espíritu Santo.

También Joseph Ratzinger habló, más de una vez, de los beneficios de hacer “ayuno eucarístico” (véase el siguiente artículo que publicaré al respecto), diciendo que, en unos tiempos como los nuestros, demasiado inclinados a tomar la Eucaristía como algo obvio y reduciéndola a una rutina sin profunda hambre y sed de Dios, podemos beneficiarnos y reparar por otros no yendo a comulgar sino, en su lugar, practicando un acto de deseo, una comunión espiritual. Esto es un modo de entender positivamente los días sin Misa, ya sea porque no se puede encontrar una Misa compatible con el horario propio o porque, desgraciadamente, no se dispone de una Misa reverente.

En lo personal, para mí es muy difícil orar en la forma ordinaria por una serie de razones. Se me hace más fácil orar cuando puedo cantar el Propio y los cantos gregorianos con la schola, como ocurre en la universidad, porque entonces puedo entrar en el espíritu de la liturgia a través de esos cantos auténticos de nuestra tradición, que fueron “compuestos para orar”. Pero aun así es un desafío. Además, como usted sabe, en el usus antiquior el celebrante importa menos que en el usus recentior, en que se exhibe inevitablemente la personalidad del sacerdote, sobre todo por la postura versus populum y el requisito de que todo sea dicho en voz alta. Por tanto, quién sea el celebrante constituye una enorme diferencia en cuanto a si puedo o no asistir a una Misa Novus Ordo con provecho espiritual.

Estas son realidades que hay que tomar en cuenta. En modo alguno sería correcto forzar a alguien a ir a Misa diaria “porque sí”. No existe el “porque sí” en la vida espiritual: tenemos que estar conscientes de lo que hacemos, de cómo nos afecta y de cómo puede agradar o desagradar al Señor. La Misa no es un simple “método de distribución de la Comunión”, sino un acto de culto formal, estructurado, que consiste en oraciones, cantos, lecturas, ceremonias y gestos, encaminados a actos del alma tales como la adoración, la glorificación, la acción de gracias, la súplica y el arrepentimiento. No se trata simplemente de “estando presente Jesús, Dios se complace”: se trata de qué es lo que hacemos, qué estamos ofreciendo a Dios de nosotros mismos, y cómo, y por qué.

Cristo dio a los Apóstoles la Misa que llega a nosotros a través de una acumulación de tradiciones, por un camino que Él quiso que nos enriqueciera con la fe y la santidad de cada época de la Iglesia. Nada podría ser más falso que pensar que, con tal que la Eucaristía esté presente, la liturgia es indiferente. La Eucaristía está presente en una misa satánica, que es un acto supremamente sacrílego. Y está presente también en muchas Misas lícitas y válidas que, no obstante ello, son una ofensa a Dios y nos hacen daño precisamente por el modo como tratan (o dejan de tratar) la Presencia de Dios. La Eucaristía es el punto culminante, pero no quita su importancia a todo lo demás.

Lo que queremos es evitar dos extremos: el esnobismo litúrgico, para el cual nada es “suficientemente bueno”, porque de hecho nada que no sea la visión beatífica nos resultará perfectamente satisfactorio, aunque en sus mejores momentos la sagrada liturgia puede y debiera ser un anuncio del cielo. Por otro lado, debemos evitar una falsa humildad que pretende no advertir la diferencia entre lo que conviene y lo que no, entre lo bello y lo feo, lo noble y lo banal, lo reverente y lo irreverente; diferencias todas que tienen serias implicaciones para nuestra vida espiritual y para el ejercicio de las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad y la religión. El primer extremo puede transformarse en un descontento duro y lleno de irritación, y el segundo, a un relativismo que debilita los esfuerzos, siempre necesarios, por mejorar la vida de nuestra Iglesia.

Si los grandes santos reformadores hubieran tenido la actitud de “está bien así, no más” o de “¿quién son yo para juzgar?”, jamás hubiera tenido lugar, a lo largo de los siglos, la renovación católica. Pero si hubieran sido demasiado impacientes o severos, habrían terminado en la desesperación. Como siempre, la virtud está en el medio, en la media o posición central, y como insiste Aristóteles en su Ética, encontrar el medio no es tarea fácil. Con todo, debemos siempre perseverar en su búsqueda.

Yo no me retraigo del esfuerzo por mejorar el Novus Ordo cuando se me lo pide, pero mi corazón y mi mente están firme y permanentemente del lado del clásico rito romano, que es nuestro patrimonio hereditario, nuestro tesoro, nuestra línea vital, nuestra piedra de toque y nuestra gloria como católicos romanos. Restablecer esta magnífica lex orandi y participar profundamente en ella es la meta que debiéramos proponernos, tanto para nuestro propio beneficio como para el de incontables hermanos nuestros en la fe que están deshidratados de lo divino, y tienen hambre de lo sagrado.

Fuente: Asociación Litúrgica Magnificat

ARTÍCULO: «SI VAS A MISA PORQUE ES BUENO PARA TI, NO TE SERÁ ÚTIL»

A continuación recomendamos a nuestros queridos lectores, un destacado artículo de Anthony Esolen en Crisis Magazine que aborda el papel primordial de la alabanza en la liturgia católica, por definición teocéntrica, publicado en español por la web católica Religión en libertad hace unos meses.

 

La liturgia, según Dietrich von Hildebrand: «si vas a misa porque es bueno para ti, no te será útil»

La influencia de Dietrich von Hildebrand (1889-1977) en el pensamiento católico del siglo XX se prolonga más allá de esa centuria. Filósofo y teólogo que centró su visión del mundo en la relación del hombre con Dios, siempre consideró la liturgia como el lugar definitorio de ese encuentro.

 

Dietrich von Hildebrand, uno de los grandes maestros del pensamiento católico en el siglo XX.

Sobre la adecuada disposición del hombre hacia Dios durante la misa
A todo el que le llegue a sus manos la obra de Dietrich von Hildebrand Liturgia y personalidad y piense que es un manual sobre cómo imbuir la liturgia con la propia personalidad, o sobre cómo no hacerlo, encontrará que esta obra es sorprendentemente inquietante y saludable. En primer lugar, es metafísica: no podemos discutir la relación entre liturgia y personalidad hasta que hayamos identificado, ante todo, qué significa poseer una personalidad.

Los Cuadernos Phase del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona publicaron en 2013 algunos capítulos de Liturgia y personalidad, cuya edición completa publicó la editorial Fax en 1966.
La personalidad no es peculiaridad, o patología, o incluso la posesión de asombrosos dones naturales, como los que marcaron la genialidad de Goethe o Beethoven. «Una personalidad en el verdadero sentido de la palabra», escribe Hildebrand, «es el hombre que se eleva sobre la media sólo porque es la encarnación de las actitudes humanas clásicas, porque su conocimiento es más profundo y original que el del hombre medio, porque ama de manera más profunda y auténtica, porque su fuerza moral es más clara y correcta que la de los otros, porque hace un uso total de su libertad; en una palabra, es el hombre completo, profundo y verdadero«. No es una cuestión sólo de comportamiento, como por ejemplo, la compasión de Cicerón o la sobria melancolía de Séneca. Debemos recordar las palabras de Jesús: quien quiera salvar su vida, la perderá.

No es una condición impuesta al hombre extrínsecamente. Es una ley intrínseca del ser contingente. Cuando aceptamos nuestra total dependencia de Dios y le dirigimos, a Él y a sus obras, las alabanzas que son debidas, entonces, en este olvido de nuestro yo, en esta salida de la prisión del propio ego, de las «inhibiciones, infantilismos y represiones» del hombre medio, nos acercamos al Creador. La alabanza es la respuesta justa y la participación más fiel en el poder, la sabiduría y el amor de Dios. Dios envía su Espíritu, como dice el salmista, y son creados: la creación es, si se me permite utilizar la analogía, una sobreabundancia de olvido de nuestro yo, en Dios.

La verdadera personalidad, que Hildebrand ve en hombres como San Francisco o San Agustín incluso antes de sus conversiones, contempla el valor objetivo en cada cosa y, en la plenitud del propio corazón, responde en consecuencia. El arroyo que se filtra entre las rocas no es, para él, una oportunidad para hacer bonitas fotografías, sino una misteriosa fuente de melodía: su corazón grita «¡Qué bello es que tú existas!».

Y aquí la liturgia empieza nuestra instrucción, conformándonos a la altura total de Cristo. Es demasiado fácil para el hombre que está ante el arroyo seguir su camino, pensar que ése es sólo un riachuelo sin consecuencias. No es así con la liturgia, porque en ella encontramos no sólo lo que no hemos hecho, sino a Dios que nos ha hecho a nosotros y que nos ha dado la liturgia como forma y consumación de nuestra alabanza.

Misa Mayor en un pueblo pesquero del Zuiderzee (Holanda), en un cuadro del pintor inglés George Clausen (1852-1944).

 

En otras palabras, la liturgia nos saca de nosotros mismos. No empezamos nosotros esta transformación de manera directa, dice Hildebrand. Esto sería una contradicción. No podemos olvidarnos de nosotros mismos mientras medimos diligentemente nuestro progreso espiritual. No participamos en la liturgia por la experiencia: el embeleso llega «de una manera totalmente gratuita». La actitud adecuada del hombre transformado por la liturgia «es la del amor que está completamente dirigido hacia su objeto, un amor que en su verdadera esencia es una pura respuesta al valor, que existe sólo como respuesta al valor del amado». Si Dante hubiera dicho: «Creo que voy a enamorarme de esta chica, Beatriz, porque ella me hará escribir gran poesía», hubiera acabado siendo uno de los muchos poetas petulantes que existen, y no hubiera escrito su Divina Comedia. Hildebrand insiste acerca de la necesidad del amor. Si decimos: «Debo asistir a esta misa porque será bueno para mí», no será de ninguna utilidad. Sería como intentar obtener el amor de una mujer mirando en un espejo.

«La liturgia», dice Hildebrand, «es Cristo rezando«. Entonces, ser transformado por la liturgia es ser transformado en Cristo, algo que el filósofo dice es la vocación de todo ser humano. Esto significa una transformación en Aquel que, como dijo el Papa Benedicto, fue todo don: todo ser-para, en obediencia al Padre y por amor al hombre. Mas observen la paradoja de la que el mundo no se apercibe. César Augusto, astuto, moralista e implacable, pensaba de él mismo que tenía personalidad y, sin embargo, ¡qué aspecto más soso y vacío tienen sus monumentos conmemorativos, corroídos por la arena, en comparación con la simple conmemoración de la Última Cena de Cristo en una pequeña iglesia rural en las colinas de Italia o en la cabaña de bambú de la jungla de Timor!

Y así debe ser, porque «cuanto más el hombre se convierte en ‘otro Cristo’, más se da cuenta del irrepetible pensamiento original de Dios que Él encarna«. Cuando imitamos a otro hombre, observa Hildebrand, acabamos siendo serviles y perdemos nuestra individualidad; pero cuando imitamos a Cristo, imitamos a Aquel en el que está contenida toda la humanidad y la plenitud de la divinidad.

Esto explica la brusca y, a la vez, dulce personalidad de los santos, quienes han sido plenamente transformados en Cristo. Consideren los toques precisos que conforman la singularidad de los santos y santas representados en el Juicio Final de Fra Angelico: con la precisión de un ilustrador trabajando en los más pequeños detalles de un manuscrito, el pintor retrata el amable semblante del Papa Gregorio Magno, la pasión de San Francisco, la juguetona inocencia de los niños santos. El mundo sabe algo del «genio puramente natural», pero incluso un hombre con dones modestos, con una capacidad natural sencilla de maravillarse ante la grandeza de una hermosa obra de arte o de la naturaleza, se distinguirá de ese hombre de genio al ser transformado en Cristo.

                                                                                          Juicio Final de Fra Angelico (c. 1395-1455), actualmente en el museo San Marcos de Florencia.

 

Hildebrand recuerda al humilde Cura de Ars, San Juan María Vianney, a quien llamar hombre importante es «revelar una total falta de comprensión del mundo de lo sobrenatural». El santo, patrono de los que tienen dificultades en sus estudios, nunca esculpió un David o compuso un Fausto. Y, sin embargo, «el hombre medio, con sus pequeñas limitaciones, está más lejos del mundo del santo más simple… de lo que lo está del rico mundo intelectual de un Goethe».

Los santos moran en un mundo de colores tan brillantes que hacen que el genio natural parezca gris en comparación. ¿Cómo entrar en ese mundo? Olvídense de entrar en él y déjense guiar por la liturgia, pensando sólo en la belleza del Amado.

Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).

ARTÍCULO: «SOBRE LA PRIORIDAD DE LA RELIGIÓN Y LA ADORACIÓN RESPECTO DE LA COMUNIÓN» (EN LA MISA TRADICIONAL)

De nuevo damos a conocer a nuestros lectores otro excelente artículo del profesor de Teología y Filosofía estadounidense Peter Kwasniewski, traducido y publicado en español por la web Magnificat de la asociación hermana Una Voce Chile , en la que pone de relieve cómo en la Misa tradicional el carácter sacrificial del acto de culto -religión y adoración- es principal frente al carácter de banquete o acontecimiento social que prevalece en la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI.

Sobre la prioridad de la religión y la adoración respecto de la comunión

Una vez más, y siguiendo con el artículo anterior que les hemos ofrecido, el Prof. Peter Kwasniewski, bien conocido de nuestros lectores, nos recuerda la importancia de poner las cosas en su debido lugar. En este caso se refiere a la prioridad que tiene la virtud de la religión y la adoración respecto de la comunión en la Santa Misa, la cual muchas veces tiende a olvidarse, diluyendo el Sacrifico eucarístico en una cena comunitaria o en un acto de oración del Pueblo de Dios que se reúne en torno a sí. El artículo fue publicado originalmente en inglés por el sitio New Liturgical Movement y puede verse aquí.

(Foto: Una Voce Canada)

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Prioridad de la religión y la adoración por sobre la comunión

Peter Kwasniewski

El Concilio de Trento hizo, sobre el “verdadero y singular sacrificio”, la siguiente declaración, muy famosa, encareciendo que se la enseñara a los fieles: 

El mismo Dios, pues, y Señor nuestro, aunque se había de ofrecer a sí mismo a Dios Padre una vez, por medio de la muerte en el ara de la cruz, para obrar desde ella la redención eterna, con todo, como su sacerdocio no había de acabarse con su muerte, para dejar en la última cena de la noche misma en que era entregado, a su amada esposa la Iglesia un sacrificio visible, según requiere la condición de los hombres, en el que se representase el sacrificio cruento que por una vez se había de hacer en la cruz, y permaneciese su memoria hasta el fin del mundo, y se aplicase su saludable virtud a la remisión de los pecados que cotidianamente cometemos; al mismo tiempo que se declaró sacerdote según el orden de Melchisedech, constituido para toda la eternidad, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino […] Esta es finalmente aquella oblación que se figuraba en varias semejanzas de los sacrificios en los tiempos de la ley natural y de la escrita, pues incluye todos los bienes que aquellos significaban, como consumación y perfección de todos ellos” (Sesión XXII, capítulo I).

El Concilio se refiere a continuación a los efectos de este sacrificio:

“Y por cuanto en este divino sacrificio que se hace en la Misa, se contiene y sacrifica incruentamente aquel mismo Cristo que se ofreció por una vez cruentamente en el ara de la cruz, enseña el santo Concilio que este sacrificio es con toda verdad propiciatorio, y que se logra por él que, si nos acercamos al Señor contritos y penitentes, con sincero corazón, y recta fe, con temor y reverencia, conseguiremos misericordia, y hallaremos su gracia por medio de sus oportunos auxilios […] De aquí es que no sólo se ofrece con justa razón por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades de los fieles que viven, sino también, según la tradición de los Apóstoles, por los que han muerto en Cristo sin estar plenamente purgados” (Sesión XXII, capítulo 2).

Asimismo, el mismo Concilio no dudó en afirmar, contra los errores de los protestantes, la adorable Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo:

“En primer lugar enseña el santo Concilio, y clara y sencillamente confiesa, que después de la consagración del pan y del vino, se contiene en el saludable sacramento de la santa Eucaristía verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo las especies de aquellas cosas sensibles” (Sesión XIII, capítulo 1).

Después de declarar que la Eucaristía fue instituida no sólo como alimento espiritual sino también como memorial de las riquezas del divino amor de Cristo, para que pudiéramos venerar Su memoria y anunciar su Muerte hasta que venga a juzgar al mundo, los Padres prosiguen:

“No queda, pues, motivo alguno de duda de que todos los fieles cristianos hayan de venerar a este santísimo Sacramento, y prestarle, según la costumbre siempre recibida en la Iglesia católica, el culto de latría que se debe al mismo Dios. Ni se le debe tributar menos adoración con el pretexto de que fue instituido por Cristo nuestro Señor para recibirlo; pues creemos que está presente en él aquel mismo Dios de quien el Padre Eterno, introduciéndole en el mundo, dice: Adórenle todos los Ángeles de Dios; el mismo a quien los Magos postrados adoraron; y quien finalmente, según el testimonio de la Escritura, fue adorado por los Apóstoles en Galilea” (Sesión XIII, capítulo 5).

Es del modo de celebrar la Misa que se había desarrollado en Occidente mucho antes del Concilio de Trento –especialmente en lo relativo al Canon en silencio y a las elevaciones- que surgen estos dogmas, al mismo tiempo que lo confirman. El silencio y las elevaciones permiten que uno se conecte con los venerables misterios y los venere en sí mismos, porque son dignos de toda veneración, y porque nuestra salvación está simbolizada y resumida en ellos. De este modo se nos hace ver el propósito intrínseco de asistir a Misa, además del de recibir la comunión: se nos da en ella la oportunidad de plegarnos a la adoración celeste del Cordero, ante quien se postran los ancianos y los ángeles frente al trono, y los Magos frente al pesebre. La transubstanciación es la analogía litúrgica de la encarnación. Es una reivindicación para el Reino de Dios de un rincón del mundo material: como lo ha expresado alguien, Dios establece una cabeza de puente en la playa de un territorio enemigo, o abre para nosotros un corredor por el cual podemos ascender en espíritu hasta el Cielo. Nosotros ansiamos los atrios del Señor y le pedimos que nos conduzca a ellos, como se ruega en tantas oraciones de poscomunión.

Cada vez que se celebra la Misa en forma de cena, versus populum, sin silencio, sin elevaciones realizadas con gravedad ni doble genuflexión, con una aclamación conmemorativa que interrumpe el acto de adoración de la fe, y con un ars celebrandi que tiene como tónica general la informalidad, estos rasgos socavan los dogmas tridentinos antes citados y debilitan el sensus fidelium. No resulta extraño que, en tales circunstancias, recibir la comunión se convierta en la culminación de la ceremonia y, en realidad, en su único objetivo, de modo que si uno no la recibe, queda “excluido”. Si no se comulga, ¿para qué ir a Misa?

En cambio, si el centro focal es el ofrecimiento hecho por el sacerdote del santo sacrificio, como un acto propio de la virtud de la religión –dar a Dios, en justicia, el recto culto que se le debe, que todo ser humano le debe eternamente, cualquiera sea su estado o condición-, entonces todos y cada uno tienen un motivo profundo, obligatorio, ineludible para ir a Misa. De hecho, la Misa es el único modo por el cual podemos satisfacer nuestra deuda con Dios de ofrecerle un culto que lo satisfaga perfectamente, incluso con independencia de si recibimos o no el alimento espiritual en la comunión. 

 (Foto: New Liturgical Movement)

Si se analiza la cuestión desde esta perspectiva, logramos comprender, al cabo, un hecho hagiográfico que puede parecernos, en un comienzo, sorprendente: el que tantos santos hayan asistido a Misa dos o más veces al día, a menudo sin comulgar. Santo Tomás de Aquino celebraba una Misa que era ayudada por su secretario Reginaldo y, a continuación, cambiaban los papeles y Tomás ayudaba la Misa de Reginaldo. San Luis Rey oía Misa dos veces al día. Este modo de actuar se hace perfectamente comprensible a la luz de los dogmas tridentinos. Puesto que la Misa es un verdadero y adecuado sacrificio que, por sí mismo, agrada infinitamente a Dios, asistir a ella y unirse con un homenaje interior al que presta el sacerdote, es un acto perfecto de la más excelente de las virtudes morales, la virtud de la religión, que honra a Dios como lo ordena el primer Mandamiento. Y puesto que el Señor Jesucristo está real, verdadera y sustancialmente presente bajo las formas de pan y de vino, somos llevados ante la sala misma del trono del Rey de Reyes y Señor de los Señores a fin de ofrecerle el acto de adoración que Él merece y Él mismo recompensa. 

Sólo por estas dos razones –ejercitar la virtud de la religión y adorar al Señor en privilegiada intimidad-, el asistir a Misa es la mejor acción que puede realizar un católico. Por cierto, hay que equilibrar las prácticas religiosas con los demás deberes que se tiene en la vida, pero si Santo Tomás, que escribió 50 volúmenes in folio, y San Luis, que gobernada un reino y peleaba en las Cruzadas, encontraron el tiempo suficiente para oír dos Misas al día, es muy difícil encontrar excusas para no asistir a una Misa al día (suponiendo que tengamos a nuestra disposición una Misa verdaderamente devota y reverente, cosa con que, por desgracia, no se puede contar siempre hoy). Y todo esto al margen de considerar todavía aquel acto, el más maravilloso y benévolo de la condescendencia divina, por el cual se nos permite y, más todavía, se nos invita, si estamos rectamente preparados, a aproximarnos con temor y temblor al altar del “sacrificio total y último” y a tomar parte de los misterios santísimos y vivificantes de Cristo, de la carne y sangre de Dios. 

Sobre todo en estos confusos tiempos que vivimos, parece de vital importancia no tergiversar el orden inherente de estos elementos, ni ponerlos cabeza abajo, ni confundirlos.

  1. La Misa es el primer acto en que, por medio del sacrificio de Cristo, rendimos, como es nuestro deber, culto a Dios Uno y Trino por ser Él quien es, porque es digno de Él y porque nos infligimos un daño si no enderezamos hacia Él nuestras mentes y nuestros corazones[1].  Como dice Santo Tomás, ofendemos a Dios con nuestros pecados no porque le causemos un daño a Él sino porque dañamos a la criatura racional, que Él ama (es decir, a aquélla cuyo bien Él quiere). Este culto comprende los actos asociados con el ofrecimiento de la Misa, es decir, adoración, contrición, súplica, acción de gracias y alabanza, cada uno de los cuales tiene aspectos interiores y exteriores, como lo explica Santo Tomás en la Secunda Secundae de la Suma.
  1. Debido a que la Misa es el augusto sacrificio de Cristo, nos pone en la presencia misma del divino Redentor, “el Cordero que fue degollado”, quien “es digno de recibir el poder, la divinidad, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la bendición” (Ap. 5, 12). Es por esto que San Agustín dice que antes de recibir, debemos adorar: pecaríamos si no adoráramos[2].
  1. La Misa, en tercer lugar, es el banquete sacrificial del Cordero, en que participamos de su carne y de su sangre para nuestra santificación y salvación, siempre que no estemos conscientes de algún pecado mortal no confesado, el cual implica vivir en un estado de vida que la ley divina no permite.
  1. A continuación, muy en cuarto lugar, se podría hablar de la Misa como un acontecimiento social en que el pueblo de Dios se presenta como tal pueblo, en el que la unidad de la Iglesia se representa y realiza, y en que se satisface algunas de nuestras necesidades como entes sociales.

Pero lo que hemos venido viendo en los últimos cincuenta años es precisamente la inversión de estos cuatro elementos, de modo que se pone en primer lugar la Misa como acontecimiento social; comulgar es puesto en segundo lugar; la idea de adoración es puesta, en sordina, en tercer lugar, y la noción de la Misa como sacrificio propiciatorio e impetratorio es puesta tan lejos que se hace ininteligible.

A la luz de esta total inversión podríamos considerar de nuevo la provocativa propuesta de Joseph Ratzinger de un “ayuno eucarístico”: ¿no existen, acaso, ocasiones en que, para evitar el sutil peligro de recibir el sacramento como algo obvio o de recibirlo para solidarizar con los demás, debiéramos abstenernos de comulgar, aun pudiendo hacerlo? ¿No debiéramos en algunas ocasiones intensificar nuestra hambre eucarística y obligarnos, así, a vencer la rutina, y la distracción y la trivialización? No debiera entenderse esto en contradicción con la recomendación de la comunión frecuente hecha por Pío X, ni tampoco con el hecho de que la Eucaristía se instituyó como alimento espiritual para nosotros: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre está en Mí y Yo en él”; “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. Como regla general, quienes están debidamente preparados, debieran comulgar: los sedientos en el desierto deben beber el agua que se les da. Ratzinger, sin duda, estaría de acuerdo con esto.

El punto central que sostenemos aquí es que existen varios misterios esencialmente relacionados con el santo sacrificio de la Misa y que ellos, tal como han sido definidos con máxima claridad por el Concilio de Trento, debieran configurar nuestra comprensión de la naturaleza de la sagrada liturgia y de nuestra participación en ella. Existe un nexus mysteriorum, una red de misterios en que se iluminan unos a otros y en que hay una interdependencia entre ellos, según cierto orden[3]. La forma de la liturgia y el ars celebrandi del celebrante o bien reflejarán y ampliarán fielmente estos misterios, en beneficio del pueblo cristiano, o bien introducirán concepciones equivocadas, distracciones, obstáculos e incluso errores a su respecto, lo cual tendrá dañinas consecuencias para toda la Iglesia militante.

[1] Es falso decir que la Misa es, ante todo, una comida, o que es una comida y un sacrificio al mismo nivel. Es, más bien, un sacrificio en el que se nos permite participar de la víctima, tal como en el Antiguo Testamento existieron sacrificios de los que los sacerdotes podían comer. Una comida en sí misma no es un sacrificio, pero un sacrificio sí puede ser comida. Esta es la razón por la que la Misa no es una actualización de la Ultima Cena, como creen muchos protestantes (y muchos católicos no instruidos), sino un hacer presente la oblación del Hijo de Dios en la Cruz el Viernes Santo. Por esto es que es no solamente engañoso sino incluso herético el enfatizar la mesa del Cuerpo y de la Sangre de Cristo tanto, o incluso más, que el altar sobre el cual esta víctima es sacrificada sacramentalmente, y celebrar la liturgia de un modo tal que el elemento cena toma precedencia sobre el elemento oblación. Es por una buena razón que el Concilio de Trento, cuando define la Misa, la llama reiteradamente sacrificio antes de referirse al uso que hacen de él los hombres como alimento y remedio. 
[2] Enarr.in Ps. 98:9 (CCSL 39:1385).

[3] El método cartujo de participar en la Misa, publicado recientemente en New Liturgical Movement por Gregory DiPippo, proporciona un vívido ejemplo de este nexus mysteriorum al conducir al fiel a través de las diversas partes y oraciones de la Misa, y le muestra cómo hay que unirse a Cristo en cada una de ellas. Esto es ver toda la liturgia como un prolongado acto de comunión, incluso con anticipación a aproximarse al altar para recibir la hostia.

AVISO: MISA TRADICIONAL MIERCOLES DE CENIZA EN SEVILLA

Nos es grato informarles que el próximo día 14 de febrero, Miércoles de Ceniza, -D.m.- se oficiará la Santa Misa y se impondrá la ceniza según el rito romano tradicional, a las 8 de la tarde, en el Oratorio Escuela de Cristo de Sevilla, sito en el Barrio de Santa Cruz.

 

Se recuerda la obligación de guardar ayuno y abstinencia en este día de penitencia según la disciplina vigente.

 

UNA VOCE SEVILLA

 

ARTÍCULO: «¿TENDRÍAN LA GENTILEZA DE DEVOLVERNOS LOS SAGRARIOS?»

El blog EL BÚHO ESCRUTADOR ha traducido al español un interesante artículo del escritor y comunicador italiano Aldo Maria Valli, que versa sobre la importancia que tiene para la fe de los fieles la centralidad del Sagrario o Tabernáculo en nuestras iglesias. Las columnas de Valli suelen estar salpicadas de una sutil ironía, encierran intuiciones profundas y contienen una saludable dosis de sentido común. Esta mezcla las vuelve particularmente atractivas y sugerentes para el lector.

A continuación el citado artículo:

 

POR FAVOR, DEVUÉLVANNOS LOS TABERNÁCULOS

Aldo Maria Valli

 

«No sé si os sucede también a vosotros. Cuando entro en una iglesia, cada vez me cuesta más encontrar dónde está el sagrario. Tengo que buscarlo, como en una búsqueda del tesoro. Y a veces no me parece justo.

Así como la imaginación de los arquitectos se entrega a diseñar y edificar iglesias que parecen cualquier cosa menos iglesias católicas (pueden estar muy bien como espacios deportivos o como salas protestantes, pero no como lugares de culto católicos), del mismo modo los diseñadores de interiores, presos de un deseo incontrolable de novedad y cambio, mueven el tabernáculo a los rincones más extraños y a veces más escondidos.

Ahora bien, soy consciente de no tener ojos de halcón. Soy miope; y cuando vengo de la luz de afuera, necesito un poco de tiempo para adaptarme a la penumbra de la iglesia. Pero por lo general no se trata de una cuestión de mala visión o escasa luminosidad. En muchas iglesias, desafortunadamente, el tabernáculo está en lugares inverosímiles, como si no fuera el dueño de la casa, como si se quisiera esconderlo como se hace con alguien de quien se está un poco avergonzado.

También me ha sucedido hoy. Entro y no veo. Está bien, me digo, serán los ojos. Miro, observo; y no lo encuentro. Es que el tabernáculo no está allí. O, al menos, no está donde debería estar. Está desplazado hacia un lado, muy lejos, sin la luz roja, escondido dentro de una especie de jaula de acero. Porque también hay que decir esto: mientras más marginado se coloca, el tabernáculo, como objeto, se vuelve más extraño y adopta formas inverosímiles y absurdas.

Conforme; después de la reforma conciliar, con el altar y el celebrante vueltos hacia la asamblea, el tabernáculo ya no puede estar más sobre la mesa. Pero, ¿queremos decirlo claramente? En el presbiterio, el tabernáculo tiene que permanecer en el centro, porque su contenido es el centro de todo. Al centro no puede estar la sede, que a veces parece un trono del celebrante. Yo no quiero adorar una silla. No, al centro tiene que estar el tabernáculo, la casa de nuestro Señor. Porque tabernáculo significa casa pequeña y el entero edificio de la iglesia, visto con atención, no es más que un lugar construido para recibir y proteger aquella pequeña casa con su contenido infinitamente grande.

Sé que en este punto personas muy expertas encontrarán el modo de explicar que «sí, pero…, está bien…, sin embargo…». No. Pido que el tabernáculo vuelva a colocarse en el centro, que sea inmediatamente identificable, que tenga su pequeña luz roja bien  clara, que le sea dado el honor que se merece. Y que el fiel no deba jugar a buscar el tesoro para descubrir dónde está. Porque cuando entras en un lugar, es el dueño de casa el que sale a tu encuentro, y no tú el que deba ponerse a buscarlo por las habitaciones.

¿Sabéis cuál es mi duda? Que quien coloca el tabernáculo en los costados no crea en el fondo que allí está la presencia real de Jesús. De lo contrario no se explica una elección semejante. Si sabes que Jesús está allí, si crees que aquella es su santa casa, te surge natural ponerlo en el centro.

Me parece oír ya la objeción: pero si tantas historias enseñan que el Señor está presente en cualquier parte del mundo y del universo, en cualquier lugar del corazón de la gente, entonces no hay necesidad de construirle una casa y exponerla. Sin embargo, sí que hay necesidad. Si creemos que allí no hay un símbolo, una recuerdito, un souvenir, sino Él mismo en persona, entonces debemos concluir que al tabernáculo le está reservada una posición central.

Alguno dirá: bien, pero disculpa un momento; cuando la cena ha terminado, la mesa se levanta, ¿por qué entonces el pan debería permanecer allí, al centro? ¿Acaso no es verdad que, terminada la comida, todo se coloca en otra parte?

Por supuesto que sí. Pero para nosotros los católicos aquello no es solo pan. Es el pan de la vida, es nuestro Señor en persona. Luego no debe colocarse en un rincón, como una sobra cualquiera.

También se suele olvidar que en cada iglesia el fiel hace un recorrido, como una verdadera y propia peregrinación, un camino espiritual cuyo clímax no es la sede del celebrante, ni siquiera el altar, ni tampoco la imagen de un santo. Es nuestro mismo Señor.

¿Y cómo no notar que esta tendencia a marginar a nuestro Señor va de la mano con la tendencia a no arrodillarse? Demasiado a menudo se ingresa a la iglesia como a un simple salón de actos, en el cual uno charla y se entretiene con los demás fieles. Sin embargo todo esto un católico no puede aceptarlo. El acto de arrodillarse refleja la disposición del espíritu. Es un acto de adoración. No se ingresa a la iglesia para encontrarse con el señor párroco o con los amigos. Uno entra para adorar a nuestro Señor. Por esta razón me enferma cuando las personas no se arrodillan en la iglesia, no hacen bien la señal de la cruz y no están en silencio, sino hablando entre ellas, formando corrillos, saludándose como si se encontraran en la calle.

Vuelvo a repetirlo: los católicos no entramos a la iglesia como si fuera un salón de actos para reuniones de la comunidad. Entramos en la casa del Señor, donde tenemos que tributarle todo nuestro respeto y toda nuestra adoración. Y si la Iglesia es la casa de Dios, todo debe estar en función de Dios que se ha hecho hombre y ha muerto y resucitado por nosotros. No debe estar en función de nosotros, los fieles que allí entramos.

Querría, por tanto,  hacer una modesta propuesta a obispos, párrocos, religiosos: por favor, devuélvannos el tabernáculo. Esté claramente visible y reconocible, en el centro del ábside. A los lados, pongamos la sede del celebrante, que es un ministro, un servidor, no el protagonista de un espectáculo. En las paredes no pongamos carteles, afiches o consignas; procuremos más bien que sean un lugar exclusivo para las imágenes sagradas, sobre todo de María y también de los santos, de tal modo que puedan sostenernos en la adoración y en la oración. Todo esto, como se lee en el «Misal Romano», debe inspirarse en una noble simplicidad y dignidad. La iglesia no es un lugar para ir acumulando objetos, imágenes, libros o artefactos varios. Y el Santísimo Sacramento, dentro del tabernáculo, sea colocado «en una parte de la iglesia de gran dignidad, eminente, bien visible, decorada con dignidad y adecuada para la oración». En el caso de que este lugar sea una capilla, que se haga de modo que también ella sea bien visible, adecuada para la adoración y la oración, estructuralmente unida al resto de la iglesia, para que no parezca como un añadido. Y junto al tabernáculo permanezca siempre encendida una lámpara (no un foco de equipo cinematográfico o de estudio televisivo, como he visto en algunos casos).

Parecen medidas de poca monta, pero no es así. Es respeto, es coherencia, es fe.

Benedicto XVI, en la exhortación postsinodal «Sacramentum Caritatis», lo explica así: es necesario que «el lugar donde se guardan las especies eucarísticas sea fácilmente reconocible, también por medio de una lámpara permanentemente encendida, a cualquiera que entre en la iglesia». Al fiel hay que ayudarle y facilitarle el descubrimiento de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. En esto no puede ser engañado, obstaculizado, o impedido

A menos que lo que se pretenda sea engañar y obstaculizar».

Aldo Maria Valli

Texto original: www.aldomariavalli.it

 

ARTÍCULO: «LA PONTIFICIA COMISIÓN ECCLESIA DEI Y EL MUNDO TRADICIONAL»

Una semana más, traemos a colación un importante artículo publicado en la web de la Asociación Litúrgica Magnificat (Una Voce Chile). En esta ocasión dedicado a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y su relación con el denominado «mundo tradicional», constituido por muchas comunidades dependientes de ella. Comisión vaticana a la que el Sumo Pontífice ha conferido desde 1988 potestad ordinaria vicaria para la materia de su competencia, especialmente para supervisar la observancia y aplicación de las disposiciones del motu proprio Summorum Pontificum (cf. art. 12), y, por lo tanto, a quien se debe dirigir en última instancia cualquier consulta, observación o petición de ayuda relacionada con la Liturgia tradicional y la Misa vetus ordo.

La Pontificia Comisión «Ecclesia Dei» y el mundo tradicional

El mundo tradicional ha ido creciendo paulatinamente, especialmente después del impulso que significó el motu proprio Summorum Pontificum (2007). En la actualidad se encuentra integrado por diversas comunidades religiosas dependientes de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, el organismo de la Sede Apostólica creado en 1988 para acoger a aquellos grupos que deseasen la plena comunión canónica después de las consagraciones episcopales de monseñor Marcel Lefebvre, y por otras erigidas por los respectivos ordinarios del lugar. También existe una incipiente vida eremítica asociada a la Misa tradicional. Sin embargo, y como debería ser, el grupo más importante de Misas es oficiada por sacerdotes del clero secular o regular que hacen uso del derecho que les concede el motu proprio antes citado para celebrar según la forma extraordinaria del rito romano, sea de manera exclusiva, sea conjuntamente con la Misa del beato Pablo VI. Como parte de la vida de piedad, son numerosas las peregrinaciones que los fieles tradicionales organizan por el mundo. Las dos más numerosas son la que se hace desde París a Chartres y aquella que congrega cada año a los fieles tradicional en Roma junto al Santo Padre. Dentro de Hispanoamérica destaca aquella que acaba en el Santuario de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina. Por cierto, y con una presencia considerable en el mundo, dentro del mundo tradicional comparece también la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, cuyo reconocimiento canónico por parte de la Sede Apostólica es todavía una cuestión pendiente. 

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La Pontificia Comisión Ecclesia Dei


La Pontificia Comisión Ecclesia Dei es el organismo de la Santa Sede que se relaciona con los institutos tradicionales y tiene a su cargo la aplicación de la así llamada forma extraordinaria del rito romano. 


Origen 

 

La Pontificia Comisión Ecclesia Dei fue constituida por San Juan Pablo II a través del motu proprio del mismo nombre dado en Roma el 2 de julio de 1988 tras las consagraciones episcopales realizadas dos días antes por S.E.R. Marcel Lefebvre, Arzobispo-Obispo emérito de Tulle, en el seminario internacional de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X situado en Écône (Suiza). Ahí se señala que ella tenía “la tarea de colaborar con los obispos, con los dicasterios de la Curia Romana y con los ambientes interesados, para facilitar la plena comunión eclesial de los sacerdotes, seminaristas, comunidades, religiosos o religiosas, que hasta ahora estaban ligados de distintas formas a la Fraternidad fundada por el arzobispo Lefebvre y que deseen permanecer unidos al Sucesor de Pedro en la Iglesia católica”. Desde este inicio concreto, la mentada comisión ha pasado a constituir la estructura por la cual la Santa Sede se relaciona con los institutos tradicionales y con los fieles que participan de la liturgia de siempre. 

 
Imagen de las consagraciones episcopales de Écône (1988)
 
Competencia
 
A través del motu proprio Ecclesiae Unitatem, promulgado el 2 de julio de 2009, el papa Benedicto XVI quiso actualizar la estructura de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, con el propósito de adaptarla  a la nueva situación que se creó con la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por S.E.R. Marcel Lefebvre ocurrida el 21 de enero de ese año. Esta remisión fue un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica para liberar a las personas del peso de la más grave de las sanciones eclesiásticas, aun sabiendo que las cuestiones doctrinales permanecen y que, hasta que no sean esclarecidas, la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X no puede disfrutar de un estatuto canónico en la Iglesia como le correspondería (véase lo que hemos dicho en estas dos entradas: aquí y aquí). Siendo los problemas de naturaleza esencialmente doctrinal, el Santo Padre determinó una unión más estrecha entre la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y la Congregación para la Doctrina de la Fe.
 
De esta manera, la tarea del Cardenal Presidente, con la ayuda de su Secretario, es la de presentar los casos principales y las cuestiones de naturaleza doctrinal al examen y al juicio de las instancias ordinarias de la Congregación para la Doctrina de la Fe (consulta y miembros de la sesión ordinaria y plenaria) y someter los resultados a las supremas disposiciones del Sumo Pontífice. También se constituyó una comisión, integrada por el P. Karl Joseph Becker SJ, S.E.R. Guido Pozzo, el P. Charles Morerod OP y monseñor Fernando Ocáriz (vicario general del Opus Dei), para llevar adelante las conversaciones doctrinales con la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. 
 
Con el nuevo motu proprio, además, el Santo Padre quiso mostrar una solicitud particular y paterna para con la referida hermandad sacerdotal fundada por monseñor Lefebvre, con el fin de superar las dificultades que aún subsisten para alcanzar la comunión plena con la Iglesia a través de su reconocimiento canónico. 
Composición 
 
Originalmente, el motu proprio Ecclesia Dei estableció que la Pontificia Comisión de igual nombre estaría formada por un cardenal Presidente y por otros miembros de la Curia Romana, en el número que se considerase oportuno según las circunstancias. Después del motu proprio Ecclesia Unitatem, ella conserva la configuración actual, con algunos cambios en su estructura. Ella está compuesta de:
 
1. Un Presidente. 
 
El Presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei es el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de suerte que hoy ejerce ese cargo S.E.R. Luis Francisco Ladaria Ferrer SJ.
 
Históricamente han ocupado la presidencia de la Pontificia Comisión los cardenales Paul Augustin Mayer OSB (entre el 2 julio de 1988 y el 1° de julio de 1991), Antonio Innocenti (entre el 1° de julio de 1991 y el 16 de diciembre de 1995), Angelo Felici (entre el 16 de diciembre de 1995 y el 13 de abril de 2000), Darío Castrillón Hoyos (entre el 14 de abril de 2000 y el 8 de julio de 2009), William Joseph Levada (entre el 8 de julio de 2009 y el 1 de julio de 2012) y Gerhard Ludwig Müller (entre el 2 de julio de 2012 y el 1° de julio de 2017). 
 
El 26 de junio de 2012, el papa Benedicto XVI decidió reforzar todavía más la Pontificia Comisión nombrando un vicepresidente, función que había correspondido a monseñor Camille Perl entre 2008 y 2009. Este segundo vicepresidente fue S.E.R. Joseph Augustine Di Noia OP, quien se desempeñó como tal hasta el 21 de septiembre de 2013. El cargo no ha vuelto a ser proveído. 
 S.E.R. Mons. Guido Pozzo 
(Foto: FSSP)
 
2. Un Secretario. 
 
Al Secretario corresponden las funciones administrativas y de despacho de la Pontificia Comisión. El cargo es ejercido por S.E.R Guido Pozzo desde el 3 de agosto de 2013, habiéndolo desempeñado antes entre el 8 de julio de 2009 y el 3 de noviembre de 2012. Previamente habían cumplidos esa función monseñor Camille Perl (1988-2008) y monseñor Mario Marini (2008-2009). Este último se desempeñó además como secretario adjunto entre 2007 y 2008.
 
3. Varios oficiales. 
 
La Comisión tiene también un número variable de oficiales encargados de los distintos asuntos que a ella corresponden. Hoy la integran cuatro especialistas, un actuario y dos oficiales. 
La relación de la Pontificia Comisión con los fieles
 
Según el motu propio Ecclesia Dei, la Pontificia Comisión de ese nombre debía “respetar en todas partes la sensibilidad de todos aquellos que se sienten unidos a la tradición litúrgica latina, por medio de una amplia y generosa aplicación de las normas emanadas hace algún tiempo por la Sede Apostólica [entonces el decreto Quattuor Abhinc Annos, de 1984], para el uso del misal romano según la edición típica de 1962”. Su cometido principal era, por tanto, acompañar e instar el cuidado pastoral de los fieles, ligados con la tradición litúrgica latina multisecular, presentes en distintas partes del mundo, que encuentran en ella un punto de referencia para sus necesidades. 
 
Con el motu proprio Summorum Pontificum, publicada el 7 de julio de 2007, el papa Benedicto XVI extendió las facultades de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei afirmando que ella, “además de las facultades de que ya disfruta, ejercerá la Autoridad de la Santa Sede, vigilando sobre la conformidad y la aplicación de estas disposiciones”(artículo 12). El mismo documento preveía que la Comisión “tenga la forma, las tareas y las normas, que le quiera atribuir el Romano Pontífice” (artículo 11). Dicha tareas y funciones vienen establecidas por la instrucción Universae Ecclesia, dada por la propia Comisión el 30 de abril de 2011 (artículos 9-11).
 
Las comunidades dependientes de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei
 
Por fuerza de las facultades dadas por los Sumos Pontífices, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei ejerce la autoridad de la Santa Sede sobre los distintos institutos y comunidades religiosas erigidas por ella misma, que tienen como uso propio la forma extraordinaria del rito romano y conservan las tradiciones precedentes de la vida religiosa.
 
Se encuentran bajo su dependencia: 
 
1. Administraciones territoriales.
 
Administración Apostólica Personal de San Juan María Vianney, situada en la diócesis de Campos, Brasil (véase aquí la entrada que le dedicamos en su oportunidad). 
 
2. Sociedades de vida apostólica.
 
(a) Internacionales. 
 
(i) Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (véase aquí la entrada respectiva). 

(ii) Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote (véase aquí la entrada respectiva). Su rama femenina son las Adoratrices del Real Corazón de Jesucristo Sumo Sacerdote (véase aquí la entrada respectiva). 

(iii) Instituto del Buen Pastor (véase aquí la entrada respectiva). 
 
(b) Locales. 
 
(i) Instituto de San Felipe Neri (Berlín, Alemania) [véase aquí la entrada respectiva].
(ii) Servidores de Jesús y María (Austria) [véase aquí la entrada respectiva]. 
 Santa Misa en la abadía de Le Barroux
 
3. Fundaciones de espiritualidad benedictina [véase aquí la entrada respectiva] 
 
(a) Fundaciones masculinas. 
 
(i) Abadía de Nuestra Señora de Fontgombault (Francia). 

De ella dependen los siguientes monasterios:


– Abadía de Nuestra Señora de Randol (Francia).

– Abadía de Nuestra Señora de Triors (Francia).

– Abadía de Nuestra Señora de Donezan (reemplazó a la Abadía de Nuestra Señora de Gaussan, ambas situadas en Francia).

– Abadía de Nuestra Señora de la Anunciación de Clear Creek (Estados Unidos de América). 

– Abadía de San Pablo de Wisques  (Francia).
(ii) Abadía de Santa Magdalena del Barroux (Francia), de la cual depende además el Priorato de Nuestra Señora de la Guarda (Francia).

(iii) Instituto de la Santa Cruz de Riaumont (Francia).


(iv) Abadía de San José de Clairval (Francia). 


(iv) Monasterio de San Benito (Francia).


(v) Monasterio de San Benito (Italia). 


(vi) Benedictinos de la Inmaculada (Italia). 


(vii) Priorato de Silverstream (Irlanda). 
 
(b) Fundaciones femeninas. 
 
(i) Abadía de Nuestra Señora de la Anunciación del Barroux (Francia).

(ii) Abadía de Nuestra Señora de la Fidelidad de Jouques (Francia). 

De ella dependen:


-Abadía de Nuestra Señora de la Misericordia de Rosans (Francia).


– Monasterio de Nuestra Señora de la Escucha (Benin). 


(iv) Monasterio de María, Madre de los Ángeles (Estados Unidos). 
 
4. Comunidades de espiritualidad trapense y cisterciense. 

(i) Abadía de Mariawald (Alemania) [véase aquí la entrada respectiva]. Cerrada en 2018.
(ii) Monasterio de Vyšší Brod (Polonia) [véase aquí la entrada respectiva]. 
 Fraternidad de San Vicente Ferrer

5. Comunidades de espiritualidad dominicana. 

 
(a) Comunidades masculinas. 
 
Fraternidad de San Vicente Ferrer (Francia) [véase aquí la entrada respectiva]. 
 
(b) Comunidades femeninas.
 
Dominicanas del Espíritu Santo (Francia) [véase aquí la entrada respectiva].


6. Canónigos regulares. 

 
(a) Canónigos regulares de la Madre de Dios (Francia). 

(b) Canónigos regulares de la Nueva Jerusalén (Estados Unidos de América). 

(c) Canónigos regulares de San Juan de Kenty (Estados Unidos de América) [véase aquí la entrada respectiva].

7. Otras comunidades religiosas

(a) Hermanas de la Preciosa Sangre (Suiza) [véase aquí la entrada respectiva]. 

(b) Los Hijos del Santísimo Redentor (ex Redentoristas Transalpinos) [véase aquí la entrada respectiva].


8. Asociaciones privadas de fieles.
(a) Federación Internacional Una Voce (véase aquí la entrada respectiva).(b) Asociación Totus Tuus (Lyon, Francia) [véase aquí la entrada respectiva].(c) Fœderatio Internationalis Juventutem.(d) Militia Templi – Christi pauperum Militum Ordo. 
Primera reunión formal de la Federación Internacional Una Voce (FIUV) en Zúrich (1967)
(Foto: FIUV)
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Las comunidades tradicionales de reconocimiento diocesano
 

Fuera de las recién mencionadas y que dependen de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, existen algunas comunidades con reconocimiento diocesano que celebran la liturgia tradicional, sea de forma exclusiva, sea de forma alternada con el rito reformado.

Tales es el caso de: 

1. El Monasterio de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo (Montañas Rocosas, Wyoming) [véase aquí la entrada respectiva].
 
2. Los Hermanos Ermitaños de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo (Sao Paulo, Brasil) [véase aquí la entrada respectiva].
 
3. Los Misioneros de la Misericordia Divina (Toulon) [véase aquí la entrada respectiva].
 
4. Las Religiosas Víctimas del Sagrado Corazón (Marsella) [véase aquí la entrada respectiva].
 
5. Las Religiosas Víctimas del Sagrado Corazón (Marsella) [véase aquí la entrada respectiva].
 
6. La Fraternidad de Santo Tomás Becket (Francia) [véase aquí la entrada respectiva].
 
7. Las Clarisas de St. Laurenzen [véase aquí la entrada respectiva]. 
 
8. Las Reparadoras del Espíritu Santo[véase aquí la entrada respectiva].  
 
9. Las Esclavas Reparadoras de la Sagrada Familia, ligadas al Instituto del Buen Pastor en la Arquidiócesis de Bogotá [véase aquí la entrada respectiva].
 
10. El Oasis de Jesús Sacerdote [véase aquí la entrada respectiva]. 
 
11. Las Hermanitas Discípulas del Cordero (Buxeuil, Francia) [véase aquí la entrada respectiva]. 

Fraternidad San Tomás Becket
 
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El eremitismo tradicional
 
Dentro el mundo tradicional ha florecido también la llamada a la vida eremítica. En esta entrada hemos hablado de ella.

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Las peregrinaciones tradicionales
 
El mundo tradicional se cuenta con algunas peregrinaciones de ya asentada acostumbre, como ocurre con aquellas que tienen como punto de destino la Catedral de Chartres (Francia), el Santuario de Nuestra Señora de Luján (Argentina) y la Basílica de San Pedro del Vaticano (Roma) (véase las referencias que hemos hechos a las peregrinaciones de 2014, 2015, 2016 y 2017). 

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Las Misas celebradas conforma al motu proprio Summorum Pontificum
Todo lo dicho es sin perjuicio de aquellas Misas tradicionales oficiadas por sacerdotes pertenecientes al clero regular o secular en todo el mundo, sea de forma exclusiva, sea de forma alternada con la Misa reformada. De la situación de la Misa tradicional en Chile hemos dado cuenta en este directorio

Por su parte, Acción litúrgica ofrece aquí una relación de las parroquias personales existentes en el mundo y dedicadas a la forma extraordinaria. 


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La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X
 
Finalmente, y aunque todavía no cuente con un reconocimiento canónico oficial, cabe mencionar dentro de la órbita tradicional a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, a la cual la Sede Apostólica ha ido concediendo paulatinamente diversos privilegios relacionados con los sacramentos que imparte. Sobre ella y tales concesiones hemos tratado aquí
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Actualización [11 de diciembre de 2017]: La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha puesto a disposición de cualquier interesado la colección completa de la Revista Notitiae. Esta publicación, subtitulada originalmente Commentarii ad nuntia de re liturgica edenda (desde 2004 reducido simplemente a Commentarii), es la revista oficial y de frecuencia mensual que publica dicho dicasterio desde 1965. Ella contiene documentos oficiales de la Sede Apostólica, comentarios, artículos científicos, reformas de los textos litúrgicos, reportes de reuniones, respuestas a las dubia formuladas a la Congregación y alocuciones del Santo Padre relacionadas con la liturgia de rito romano.  Comporta, pues, un material de mucha importancia para quien desee estudiar la reforma litúrgica posconciliar. La colección es accesible desde este enlace.

SERMÓN DE CLAUSURA DEL X ANIVERSARIO SUMMORUM PONTIFICUM EN ROMA

Sermón de clausura de la peregrinación Summorum Pontificum a Roma con motivo del X aniversario del Motu Proprio de S.S. Benedicto XVI

por el padre Louis-Marie de Blignières. Fundador de la Fraternidad de San Vicente Ferrer.

Roma, Iglesia de la Santísima Trinidad de los Peregrinos, 17 de septiembre de 2017

 

 

El Concilio de Trento, para dar razón de las ceremonias del Santo Sacrificio de la Misa, recuerda que la naturaleza humana tiene necesidad de ayudas externas y signos visibles para elevarse a la contemplación de lo divino (1). De ello se puede extraer una definición de rito: «Rito es lo que hace  sensible   una verdad». El rito del sacrificio de la Misa pone al alcance de la naturaleza humana la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre Cristo. En su forma latina tradicional vuelve tangibles con una eficacia insuperable estos   tres aspectos.

La verdad sobre Dios: Dios es trinitario

Quien asiste por primera vez a la Misa según el rito tradicional queda impactado por el ambiente de sacralidad: la arquitectura majestuosa, la disposición espacial con un lugar reservado a los ministros de culto y otro a los fieles, la orientación al celebrar, la actitud recogida y hierática del celebrante, sus vestiduras apropiadas a la ocasión, la lengua desascostumbrada en que se expresa, sus gestos de reverencia en dirección al tabernáculo y a los oblatos consagrados, en particular las numerosas genuflexiones, y por último, el silencio misterioso del canon. Todo conduce a salir del mundo profano y pasar a la presencia de Alguien que trasciende al mundo.

Ahora bien, si quien asiste a esta Misa se toma la molestia de seguir en un misal lo que dice el sacerdote, queda conmovido por un aspecto asombroso de la oración. En efecto, se implora con gran respeto a Aquel a quien todas las tradiciones de la humanidad llaman «Dios», pero se hace con la segura confianza de un niño que se dirige a su padre. La unción inimitable de las antiquísimas oraciones latinas nos pone en relación, no con un impasible gran arquitecto del universo, sino con una realidad misteriosa y fascinante: la Trinidad. ¡Se le habla a Ella como si fuera de la familia! Se le habla con una audacia inaudita, nos presentamos a Ella junto a toda una nube de santos personajes que gozan de mucho prestigio ante Ella. Sobre todo, no se deja de hablar de su Hijo, y cada vez que se evoca su nombre se inclina la cabeza.

Efectivamente, los ritos de la tradición latina ponen sin lugar a dudas de relieve que nos dirigimos a la Trinidad por medio de gestos expresivos y de palabras en las que confluyen  la adoración y el amor. Así se ve, por ejemplo, en el ofertorio de la Misa según el rito dominico: «Recibe, santa Trinidad, esta ofrenda que os hago en memoria de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y concédenos que suba a vuestra presencia y os sea agradable, así como que  efectúe mi salvación eterna y la de todos los fieles».

 

 

La verdad sobre el hombre: el hombre está «perdido»

Casi enseguida, se manifiesta una segunda nota  para quien descubre el rito antiguo lo vuelve sensible a la verdad sobre el hombre. Esta verdad consiste en que, abandonado a sí mismo, el hombre está perdido. La búsqueda de sentido en una vida que muchas veces parece absurda, el escándalo del mal, y sobre todo el del sufrimiento de los inocentes, el sentimiento, como mínimo confuso, de culpabilidad personal: quien reflexione, en lugar de entretenerse experimenta eso… ¿Qué pasa con esa angustia existencial cuando se ve ve ante un rito rebosante  de la sabiduría de los siglos católicos? Tiene un nombre: el pecado. Tanto en las liturgias orientales como en las de Occidente, destaca algo sumamente conmovedor: el sacerdote, y con él todos los fieles que se unen al sacrificio, reconocen la verdad de su pequeñez.

Observad al celebrante en las oraciones preparatorias de la Misa romana: parece  que vacilase antes de subir al altar para reconocer de muchas maneras su indignidad: ¡con un salmo admirable, con una confesión de sus faltas, con versículos que parecen jaculatorias! Observad al sacerdote del rito dominico, cómo hace una profunda inclinación cada vez que reza el Confiteor, el suyo y el sus acólitos, ¡como si quisiera asumir también sobre él los pecados de ellos! Escuchad las oraciones del canon romano «de tal suerte puro de todo error, que nada se contiene en él que no sepa sobremanera a cierta santidad y piedad» (2), ese canon en el que varia veces el celebrante implora humildemente prosternado como un pecador que no puede apoyarse en sus propios méritos (Te igitur, Supplices te rogamus, Nobis quoque peccatoribus). ¡Escuchad las conmovedoras  oraciones del sacerdote antes de la comunión!

Una de las razones del prestigio que tienen los ritos antiguos en los convertidos –hablo por experiencia– es que asumen, con convincente clarividencia, esa parte de la verdad del hombre con excesiva frecuencia inadvertida: que es pecador y tiene necesidad de redención. Y estos ritos tienen el secreto de poner, con esperanza, a esta miseria  en contacto con  la misericordia.

 

 

La verdad sobre Cristo: su sacrificio, ofrecido por la Iglesia, reconcilia al hombre con Dios

El tono general de una celebración según un rito «de uso venerable y antiguo» (3), el acólito –¡cuántas veces no nos lo habrán dicho en confianza!–  siente «que pasa algo». En el centro del silencio sagrado del canon, los gestos que rodean la doble consagración ponen en cierta forma ante sus ojos el misterio de la fe. Pone de relieve en su misal que durante todo el canon el celebrante ha la señal de la cruz sobre los oblatos. Ve cómo los fieles reciben la Hostia consagrada de rodillas y en la boca y se quedan seguidamente rezando en silencio. Si pregunta al sacerdote después de la Misa, está en condiciones de aprender y entiende que, en esencia, la Misa es un sacrificio. Este sacrificio de alabanza a la Trinidad es un sacrificio propiciatorio «para [su]  salud eterna y la de todos los fieles».

Por otra parte, se da cuenta por los gestos del sacerdote y por la dirección en que oficia de que todo se centra, no en el propio sacerdote, sino en Cristo, en la presencia de Cristo en el tabernáculo y en los oblatos consagrados. Ve cómo el celebrante mantiene los dedos juntos después de haber tocado el Cuerpo de Cristo, y la amorosa precaución con que recoge en el corporal todas las partículas consagradas. Por un lado, se acentúa mucho la necesidad de la salvación; por otro, las palabras y los gestos nos ponen sensiblemente en contacto con la renovación mística e incruenta de un sacrificio. Así, en el rito dominico, después de la consagración el celebrante extienda al máximo los brazos, como Cristo en la Cruz. En el rito de la paz, besa primeramente el cáliz que contiene la preciosa Sangre de Cristo y sobre el que sostiene su Cuerpo inmaculado, para indicar claramente que la paz que transmite a los ministros procede del sacrificio de Cristo.

Los ritos antiguos se presentan a la naturaleza del hombre bajo el aspecto en que traducen la mediación histórica de la Iglesia. El canon romano en particular «consta él, en efecto, ora de las palabras mismas del Señor, ora de tradiciones de los Apóstoles, y también de piadosas instituciones de santos pontífices» (4). Es un consuelo de docilidad filial  para un sacerdote de rito latino saber que reza utilizando el mismo canon que San Gregorio Magno. Le brinda una gran certeza doctrinal y una alegría inmensa invisibilizarse en los ritos utilizados a lo largo de los siglos por tantísimos santos, y vivir ceremonias que han santificado a generaciones de fieles. Es sumamente conmovedor, por ejemplo, para un dominico, saber que los gestos y palabras que emplea al celebrar la Santa Misa hicieron llorar a nuestro padre Santo Domingo y al doctor eucarístico Santo Tomás de Aquino.

 

Conclusión

Efectivamente, el rito sensibiliza para captar la verdad, el rito latino tradicional pone magníficamente de relieve la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el sacrificio de Cristo. Ahora bien, ¿qués es la verdad que se hace sensible, sino la belleza? Demos gracias a Dios por poder «rezar en la belleza». Y demos gracias a la Iglesia por haber rendido, después de un largo periodo de confusión e injusticias, «el respeto debido» (5) a este rito que ha conducido de modo suave y firme, y habrá de conducir aún, sin duda hasta la Parusía, a tantos hombres al misterio insondable del sacrificio de Cristo.

Traducido por J.E.F. para Una Voce Sevilla. Original en francés en: https://www.chemere.org/formation/2017/9/30/sermon-de-clture-du-plerinage-summorum-pontificum

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(1) Concilio de Trento, Sesión XXII (17 de septiembre de 1562), Decreto sobre el Sacrificio de la Misa: «Cristo quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) […] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1366). «Y como la naturaleza humana es tal que sin los apoyos externos no puede fácilmente levantarse a la meditación de las cosas divinas, por eso la piadosa Madre Iglesia instituyó determinados ritos, como por ejemplo, que unos pasos se pronuncien en la Misa en voz baja y otros en voz algo más elevada; e igualmente empleó ceremonias, como misteriosas bendiciones, luces, inciensos, vestiduras y muchas otras cosas a este tenor, tomadas de la disciplina y tradición apostólica, con el fin de encarecer la majestad de tan grande sacrificio y excitar las mentes de los fieles, por estos signos visibles de religión y piedad, a la contemplación de las altísimas realidades que en este sacrificio están ocultas» (DS, n° 943).

(2) Concilio de Trento, ibid., DS, n° 942.
(3) Benedicto XVI, Motu proprio Summorum Pontificum, 7 de julio de 2007, artículo 1.
(4) Concilio de Trento, ibid., DS, n° 942.
(5) Benedicto XVI, Motu proprio Summorum Pontificum, 7 de julio de 2007, artículo 1.

 

ARTÍCULO: ¿POR QUÉ LA ÉPOCA MODERNA NECESITA LA MISA TRADICIONAL?

A continuación, ofrecemos a nuestro lectores otro artículo-entrevista al profesor Peter Kwasniewski, traducido y publicado en la web de la asociación hermana hispana, Magnificat Una Voce Chile, que nos brinda unos argumentos muy sólidos para responder a la pregunta: ¿Por qué la época moderna necesita la Misa tradicional?:

La entrevista original (aquí, en inglés) fue publicada en el sitio New Liturgical Movement.

 

 

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¿Por qué la época moderna necesita la Misa de Siempre?

Entrevista con Peter Kwasniewski, por Roseanne T. Sullivan

Agradecemos a Roseanne T. Sullivan por compartir con nosotros su entrevista con el Dr. Peter Kwasniewski sobre el nuevo libro que éste acaba de publicar.

En su nuevo libro, “Noble belleza, santidad trascendente: por qué la época moderna necesita la Misa de Siempre” (Angelico Press, 2017), usted ha hecho una apología nada tímida en favor de la Misa tradicional. Y afirma con seguridad no sólo que la “Misa de Siempre” es muy superior a la nueva Misa, que Benedicto XVI ha llamado “la forma ordinaria”, sino también que la Iglesia católica debiera regresar a la “forma extraordinaria”. ¿Podría resumir aquí por qué la Iglesia debiera regresar a la “forma extraordinaria”?

La razón es, sencillamente, que somos deudores de nuestra tradición, que estamos atados a nuestra herencia, y somos malagradecidos y nos convertimos en arrogantes ruinas cuando la tiramos por la borda. La actitud verdaderamente humilde consiste en aceptar que la sabiduría y piedad acumuladas de la Iglesia debiera continuar guiándonos y moldeándonos. Así es como siempre han sido las cosas, cualquiera sea el siglo que se mire. Pero sólo en el siglo XX pudo aparecer, en el pináculo del engaño evolucionista, un grupo de necios que osaron meter mano en el rico y sutil culto de la Iglesia a fin de introducir ahí, a la fuerza, sus imaginarias categorías de relevancia o eficacia. Su obra ha terminado, muy apropiadamente, castigada con desolación y apostasía.

Para decirlo brevemente, la liturgia tradicional expresa la plenitud de la Fe católica y preserva intacta la piedad de los cristianos. Esta es una razón más que suficiente para adherir a ella y para insistir en que ella sea la norma, siempre y en todas partes.

 

 

¿Cuáles son algunos de los modos en que la forma más antigua del rito romano da expresión a la plenitud de la fe?

El rito antiguo es impresionantemente teocéntrico, focalizado en Dios y en la primacía de su Reino. Está repleto de palabras y gestos de auto rebajamiento y de penitencia, de atenta reverencia y de adoración, de aceptación de las absolutas exigencias que nos hace Dios. Sus oraciones y ceremonial son testigos por igual de la trascendencia y la inmanencia de Dios: Él es Emanuel, Dios con nosotros, pero es también el Uno que habita en una profunda oscuridad, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. Él es nuestra Alfa y Omega, es para nosotros todo en todo. La liturgia tradicional no transige en este aspecto. Incluso en aquellos momentos suyos que pudiéramos llamar “instructivos”, como la lectura o canto de la Escritura, permanece fija en el Señor, como si leyéramos no tanto para nosotros mismos como para recordar qué nos ha dicho Él, como si le estuviéramos pidiendo que lo repita de nuevo entre nosotros, de acuerdo con su promesa. La Misa tradicional nunca se desvía de la mirada del Señor, permanece siempre ante sus ojos, vuelta hacia Él conscientemente, y nos sumerge en la necesidad de la oración, que es algo de vida o muerte. El padre Pío decía que “la oración es el oxígeno del alma”. Nosotros respiramos ese oxígeno en la Misa antigua.

¿Pero no lo hacemos también en la Misa nueva?

Podríamos también hacerlo en ella, pero es mucho más difícil. Es más difícil conseguir oxígeno. Se silencian las necesidades y exigencias de la vida espiritual, se las barre debajo de la alfombra en esta liturgia en vernáculo despojada, de cara al pueblo, colmada de banales cantos, de anuncios, de constante parloteo: ella fue diseñada para ser populocéntrica, para conectar a la gente entre sí y con el sacerdote alrededor de una mesa, en una comida. Como decía Ratzinger, Dios desaparece en ese escenario. Puede que Él esté ahí, sobre el altar, pero la mente y el corazón de la gente está en otra parte. ¿Debiera acaso sorprendernos que, según reiteradas encuestas, la mayor parte de los católicos que asisten al Novus Ordo no creen en la Presencia Real –no saben siquiera que es enseñanza de la Iglesia-? La liturgia no los ayuda a ver, a experimentar esa verdad. No se trata sólo de una adecuada catequesis. De lo que se trata es de si la liturgia expresa vívidamente las verdades de la Fe.

Para poner sólo un ejemplo: las oraciones de la liturgia antigua subordinan, sin excepción, la vida terrena a la vida celestial, repudian las pompas y vanidades de la vida profana caída. La nueva liturgia rehúsa hacer lo mismo y, de hecho, sus redactores sistemáticamente eliminaron las antiguas oraciones que hablaban de “despreciar las cosas terrenales” en favor de las del Cielo. ¿Habrá existido, desde la creación de Adán y Eva, una generación que necesitara oír este mensaje más que la nuestra en la actualidad? El hedonismo materialista es la amplia vía por la que incontables almas caminan hacia su propia destrucción –y la Iglesia, mientras tanto, les sonríe y saluda diciéndoles “Que Dios los bendiga”–.

Usted dice en uno de sus libros que estos problemas tienen que ver con determinada actitud ante la modernidad.

Exactamente. O, quizá mejor, con determinada actitud de la modernidad. En su origen, la modernidad es anti-sacral, anti-religiosa, anti-incarnacional y, por tanto, anti-clerical, anti-ritual, anti-litúrgica. Esto se puede ver en los muchos filósofos de la Ilustración que rechazan tanto la Revelación divina como la religión organizada. Unos pocos siglos después, nosotros, los modernos que hemos bebido todo este bagaje filosófico, no tenemos ni siquiera una pista de cómo debiera ser un ritual religioso público solemne, formal, objetivo. Estamos totalmente perdidos en todo lo que se refiere a un culto colectivo en que el ego individual se subsume en la gran comunidad de la Iglesia, que se despliega en el tiempo y el espacio. Esa es la razón por qué debemos aferrarnos a la liturgia tradicional como a la vida. Ella es, desde todo punto de vista, pre-moderna, tan antigua que no se ve afectada por nuestra superficialidad contemporánea, por nuestras inclinaciones y prejuicios: ella respira un realismo, una espacialidad, una fuerza, una caballerosidad incluso, que han llegado a ser ajenas a nuestra época y, precisamente por todo esto, la necesitamos desesperadamente. No hay nada que el hombre moderno necesite más que ser liberado de la prisión del modernismo prometeico: necesita ser desafiado por aquello que es más antiguo, más profundo, más sabio, más fuerte, más amable, más feliz. El hombre moderno necesita ser ignorado, no mimado; mistificado, no ilustrado; silenciado, no descorchado.

Estoy de acuerdo. Pero me pregunto: ¿con qué fundamento cree usted que un regreso a la Misa de Siempre es en absoluto posible?

Ignoro lo que nos depara el futuro, pero hoy, viendo el virtual cisma en la Iglesia católica sobre aspectos básicos de fe y de moral, es difícil evitar la conclusión de que se están preparando poderosas conmociones, y de que muchas cosas que parecían imposibles hace poco tiempo pueden resultar súbitamente posibles. En mi opinión, el movimiento en pro de la ortodoxia católica y el movimiento en pro de la tradición litúrgica se están acercando constantemente y ya se han hecho, de varios modos, un solo movimiento. Ha de llegar el momento, me parece, en que los católicos que profesan el credo niceno-constantinoplitano, que adhieren a la moral sexual tradicional de la Iglesia, y que aceptan el celibato sacerdotal como disciplina querida por el Señor, van a celebrar el usus antiquior sea exclusiva o predominantemente. Por cierto, no tengo cómo probar esto, pero considerémoslo una suposición fundada.

En todo caso, necesitamos una sólida perspectiva histórica basada en el estudio de los movimientos reformadores en la historia de la Iglesia, de los cuales casi cada centuria nos proporciona brillantes ejemplos. Todo movimiento reformador comenzó con unas pocas personas que, escandalizadas con justicia por la falta de fe o la inmoralidad de su época, y animadas por el fervor del amor divino, trabajaron incansablemente y se organizaron eficazmente para promover la conversión personal y el cambio institucional. Siempre las cosas han ocurrido así, y nuestra época no va a constituir una excepción. Tenemos que estar atentos a cierta sutil forma de consecuencialismo, en virtud del cual creemos que obramos correctamente porque tenemos éxito, o que en la medida en que hagamos lo correcto no podemos dejar de tener éxito. No. Hacemos lo que es correcto aunque ello sea improbable, difícil, quijotesco y nos conduzca al martirio. El éxito que el Señor quiere es para las almas que aspiran a que por Él regrese la sagrada liturgia en su modo no corrupto, sea que nos apoyen y aplaudan por esta fidelidad, sea que nos resistan y persigan. Él ha de hacer por nosotros todo lo demás. No contamos con nuestra superioridad numérica o nuestra fuerza, sino con los recursos de Él, con su intervención, con su multiplicación de los panes.

Ahora, la realidad es que el movimiento tradicional está creciendo. Ahí están las cifras, para quien quiera examinarlas: van en aumento los sacerdotes y seminaristas en las órdenes y comunidades tradicionales, así como el número de apostolados que les son encomendados. Aumenta el número de familias asociadas a esos apostolados. Si alguien quiere ver, en Occidente, una iglesia llena de familias numerosas, ¡no tiene más que visitar las colectividades tradicionales, porque le será difícil encontrarlas en otros lugares! Los libros, revistas, panfletos, catálogos y objetos religiosos tradicionalistas son numerosísimos, lo cual revela, al menos, que existe para ellos un mercado. Los intelectuales y los artistas, hasta donde existen en la Iglesia contemporánea, están decidamente en favor del tradicionalismo.

 

 

Cuando la Misa tradicional se hizo más asequible, muchos de nosotros esperábamos que su belleza y reverencia serían su propia vía de propagación. Después de diez años, yo misma y muchos otros hemos advertido que la forma extraordinaria no ha logrado mucha aceptación entre quienes adhieren a la forma ordinaria. Incluso en aquellos casos en que está al alcance, muy pocos asisten a ella. Por ejemplo, más de un año después de que el arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, ordenara al párroco de la bella y centralmente ubicada iglesia “Estrella del Mar” que aprendiera la Misa tradicional y comenzara a decirla todos los domingos antes de mediodía, conduje desde donde vivo, en San José, que dista una hora, hasta la ciudad y, para mi desilusión, vi que, de hecho, muy poca gente asistía a esa Misa, que se dice en una ubicación casi ideal. Mi experiencia no es aislada. Por ejemplo, incluso cuando se dijo regularmente la Misa tradicional en la iglesia de Nuestro Salvador, en Nueva York, por el conocido Padre Rutler, sólo fue capaz de atraer a un pequeño grupo, según él mismo ha dicho.

No me llama la atención. Como lo dijo Benedicto XVI en su carta a los obispos de 7 de julio de 2007: “El uso del Misal antiguo presupone cierto grado de formación litúrgica y algún conocimiento del latín. No es fácil encontrarse hoy con ambas cosas”. Dicho simplemente: hay mucha gente que no está preparada para él. Es cierto que hay quienes asisten una vez y quedan atrapados para siempre, pero para otros hay una escarpada ladera de aprendizaje que escalar: son aquellos que son víctimas de prácticas y hábitos litúrgicos tan malos que no saben qué hacerse cuando se los enfrenta súbitamente con el acantilado de un abismo infinito de oración, sin nadie que los lleve de la mano, y con un ritual que se despliega con lo que parece ser una altanera indiferencia o una gélida lejanía, y que resulta seriamente perturbador para el católico corriente. Esta es, dicho sea de paso, la razón por la que siempre digo que si se quiere traer a alguien a la Misa tridentina, hay que invitarlo a una Misa cantada o incluso a una Misa solemne, si hay alguna al alcance. La Misa Solemne es mucho más fácil de entender, puesto que apela a todos los sentidos y hace al fiel navegar por una suave corriente.

Sí, lo comprendo. ¿Piensa usted, por lo tanto, que no es justo decir que la Misa tradicional es un “fenómeno boutique” entre los católicos estadounidenses?

Esperemos primero a que esté al alcance en todas partes, durante muchos años, y sólo entonces podremos evaluar este juicio. Pero, volviendo a lo que le decía hace un momento: la Misa tradicional es sólida, es catolicismo en plenitud, sin atenuantes. La liturgia es más larga y más compleja. La música es verdadera música: canto gregoriano, polifonía. La homilética probablemente es también más exigente, más cercana a lo que se esperaría de una religión que proclama ser inspirada por Dios y único camino de salvación. Las mujeres usan velos de Misa, la gente se viste formalmente. El conjunto entero se opone a los usos de los estadounidenses contemporáneos, incluyendo (triste es decirlo) a los mismos católicos, quienes están usando anticonceptivos y divorciándose a un ritmo muy semejante al de sus pares paganos. Detesto tener que decir esto, pero la versión-simulacro del catolicismo es como una religión diferente si se la compara con la versión del catolicismo histórico, auténtico, dogmático y ascético-místico, tal como se lo encuentra incorporado en la liturgia tradicional y en todas las devociones que florecen en su ámbito. Así es que, ¿llamaremos a esto “fenómeno boutique”, o tendremos el valor de aceptar que el catolicismo está en un estado de acelerada descomposición y que lo que casi todo el mundo llama “catolicismo” es, cuando mucho,  una sombra de la realidad, si no una negación de ella?

Pero seamos honestos también en este aspecto: la principal razón por la que la antigua Misa no ha entrado más, es la falta de oferta y la falta de apoyo eclesiástico. El papa Benedicto XVI la liberó en beneficio de todos los sacerdotes y de los fieles a quienes ellos sirven, pero una inmensa cantidad de sacerdotes han sido concientizados, amenazados, ostracizados y expulsados del ministerio debido a los conflictos respecto de Summorum Pontificum. Sé, por experiencias de primera mano, lo que estoy diciendo. Son demasiados los obispos y párrocos que se oponen a ella, y el clero joven que puede desde ya celebrar la liturgia antigua o que desea aprenderla, es reprimidos, y forzado a entrar en el molde de la revolución posconciliar. La falta de crecimiento a que usted se refiere es resultado de una estrategia deliberada de “contención”, que se analiza e implementa desde las conferencias episcopales. No oficialmente, obvio, sino tras bambalinas. Gracias a Dios hay todavía algunos obispos y sacerdotes heroicos aquí y allá, quienes, a pesar de las presiones políticas, se las arreglan para ser fieles a su propia línea y para promover la recuperación de la tradición litúrgica en sus diócesis y parroquias. Ello es algo que está teniendo lugar hoy día, lentamente, por todo el mundo: he estado en muchos de esos lugares y he visto la fuerza de la fe de ese clero y de ese laicado. Pero es algo que podría y debería estar ocurriendo en todas partes. Se ha impuesto una artificial limitación por parte de los monopolistas. Si en torno a la Misa de Siempre tuviéramos una “economía de libre mercado”, por decirlo así, tendríamos un cuadro sumamente distinto.

Insisto: esta situación no carece de precedentes, ya sea en la historia de la salvación o en la historia de la Iglesia (que sigue, siempre, el camino de la historia de la salvación). ¿Recuerda usted la historia de Gedeón, en el capítulo 7 del libro de los Jueces? Gedeón tenía consigo un ejército de 32.000 soldados para ir a enfrentar a los Madianitas. El Señor le dijo: “Son demasiados los soldados que tienes para que yo ponga en tus manos a los Madianitas, porque Israel se vanagloriaría frente a Mí diciendo: “Me he librado por mi propia mano””. El Señor logró reducir el número de soldados primero a 10.000, luego a 300. Con esta “élite” Gedeón obtuvo una victoria total sobre sus enemigos, que eran “tantos como langostas”. Pareciera que el Señor prefiere ganar victorias improbables, de modo que la gloria le pertenezca a Él y no a nosotros. “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da gloria”. Esto es algo que me consuela mucho.

Las probabilidades de que la Misa tradicional reemplace a la Misa de 1969 me parecen, a veces, sumamente remotas, por lo que me temo que lo que los tradicionalistas proponen es como gritar en medio de una ventolera. Pero, de repente, me topé con lo siguiente, escrito por un blogger laico: “Todo aquello que vale la pena gritar, vale la pena gritarlo aunque el viento haga mucho ruido. Porque si hay suficiente gente atenta, muy a menudo la palabra se difunde, cambian los estándares, el viento se desvanece. Si hay suficiente gente que se interesa, cambia la cultura. Es muy fácil auto persuadirnos de que el momento apropiado para hacer cambios es cuando llega el momento. Pero eso nunca es verdad. El momento adecuado para hacer que algo ocurra es antes de su momento. Porque eso es, precisamente, lo que significa “hacer”… Sí, hay viento, siempre hay viento. Pero eso no quiere decir que tenemos que dejar de gritar”.

No podría estar más de acuerdo con todo eso. Sólo añadiría que no necesitamos estar siempre gritando. Necesitamos practicar el arte de la persuasión, de la buena propaganda y, obviamente, de la mejor conducta. Lo cierto es que tenemos mucho trabajo que hacer para ganar a nuestros hermanos para el catolicismo tradicional, por su propio bien y por la salud de la Iglesia. Esto es algo que va a suceder, en cierta forma, naturalmente, a medida que las cosas empeoren en la Iglesia y en el mundo. Quienquiera que tome en serio la Fe, habrá de preguntarse: “¿Dónde se enseña y se vive esta fe? ¿Dónde hay un sacerdote que tenga esta Fe y la predique? ¿Dónde se celebra la liturgia de modo tal que alimente y refuerce mi Fe?”. Tenemos que estar ahí para toda esa gente, en el momento en que comience a hacerse estas preguntas, y no alejarla porque, al comienzo, está vestida inapropiadamente, o se arrodilla en el momento equivocado, o canta mal, o tiene ideas confusas.

 

 

Usted ha escrito que muchos seminaristas y sacerdotes recién ordenados han aprendido a celebrar la Misa tradicional, y eso le da esperanzas. También me las da a mí. Pero, ahora último, algunos liberales han comenzado a decir que los seminaristas amantes de la Tradición, que usan sotana y que llegaron en los tiempos de Benedicto, podrían verse reemplazados por una nueva ola de sacerdotes influidos por el papa Francisco.  

Me imagino que esto es verdad hasta cierto punto. Pero pienso que ello no sería un irse el péndulo al otro extremo, tal como ha ocurrido con el actual residuo de confusión posconciliar, que ha polucionado el pensamiento de casi todo el mundo. Además, si quienes están dirigiendo los seminarios son progresistas, saben muy bien cómo filtrar y excluir a los candidatos “excesivamente rígidos”, o sea, aquéllos que creen en el catecismo, rezan el rosario, se arrodillan para comulgar, y otras cosas semejantes. Por lo tanto, en algunos seminarios el “efecto Francisco” se mostrará a sí mismo como el rechazo o despido de candidatos perfectamente aceptables, pero “rígidos”.

Pero el cambio de mentalidad iniciado por Benedicto XVI no debería ser en absoluto mirado en menos: Benedicto elevó el perfil intelectual, espiritual y litúrgico de la Iglesia a un nivel que no había tenido desde antes del Concilio, y dejó tras de sí una riquísima estela de escritos, especialmente sobre la sagrada liturgia, que serán leídos durante décadas y posiblemente durante siglos. El “efecto Benedicto” puede que sea menos ruidoso, pero es más profundo y de efectos más amplios. Donde quiera que uno encuentra una diócesis que rebosa de vocaciones y de asistencia a Misa, se hallará la influencia ratzingeriana en plena actividad.

Conozco a un sacerdote que, gradualmente, suprimió, por más de una década, la mayor parte de los abusos litúrgicos en su parroquia, con una paciencia mucho mayor que la que yo hubiera tenido, y en pago de todos esos trabajos, no recibió más que rencor. Con el tiempo, y a pesar de toda la paciente catequesis con sus feligreses, su superior religioso lo trasladó a otra parte. Y esto ocurrió con un obispo bien dispuesto. Tengo mucho temor de lo que los sacerdotes amigos de la Tradición han de encontrar en sus parroquias, luego de su ordenación.

Sí. No quiero aparecer como una Pollyanna que le quita importancia a las dificultades, que son muy reales. Por una parte, la persecución de católicos ortodoxos está empeorando durante este pontificado. Quien quiera que cuestione Amoris Laetitia, por ejemplo, se transforma instantáneamente en persona non grata. Es muy probable que un sacerdote que predique desde el púlpito contra la homosexualidad o la anticoncepción sea “llamado al orden”. Y el sacerdote que comienza a celebrar la Misa tradicional es como si hiciera grabar en la espalda de su camisa un letrero con las palabras “¡Dispárenme!”. Pero esto no puede ser ni será la última palabra. Al presente estamos en sólo una etapa de una larga batalla. No hay papa ni obispo que dure para siempre, las generaciones pasan, hay problemas que terminan y otros que surgen para tomar su lugar.

Lo que está claro es, al menos, esto: los sacerdotes fieles a su ministerio sacerdotal, los que predican la verdad “con oportunidad o sin ella”, que celebran la liturgia con la máxima reverencia, que dan nuevamente vida a la Tradición, todos esos sacerdotes serán bendecidos aun en medio de muchas cruces, y se convertirán en bendición para sus fieles. Nuestro Señor se preocupará de ellos, y hará con ellos lo que Él decida. Conozco a sacerdotes que han pasado por situaciones terribles, que resultaron ser un preludio para su llegada a mejores lugares, a hacer un trabajo importante. Tenemos que confiar en que Dios se preocupará de los suyos cuando éstos hagan lo que deben hacer. Conozco a un sacerdote que ha sido castigado por su decisión de no dar jamás la comunión en la mano, debido a que va contra su conciencia el contemplar el Cuerpo de Cristo manipulado de modo tan descuidado, con peligro de que se pierdan algunas partículas (para no mencionar la pérdida de fe en la Presencia Real y en la distinción ontológica entre los cristianos ordenados y los no ordenados). Yo lo admiro, y también a otros como él: todos ellos son como el grano de trigo que cae a la tierra y muere, a fin de que pueda surgir una abundante cosecha.

Quisiera agregar que los jóvenes que sienten la vocación al sacerdocio necesitan ser astutos como serpientes e inocentes como palomas (cfr. Mt 10, 16). Debieran quizá pensar si no sería mejor para ellos ingresar a una sociedad de vida apostólica o a una comunidad religiosa que use solamente los viejos libros litúrgicos. En estos libros está depositada la Tradición de la Iglesia. Y los sacerdotes que tienen la obligación de usarlos no enfrentan el mismo tipo de oposición y de malos tratos que a menudo recibe el clero secular. Y diría lo mismo, a propósito, a las jóvenes que tienen vocación religiosa: en realidad es todavía más importante para ellas ingresar a una comunidad que esté atendida exclusivamente por sacerdotes que celebren según el usus antiquior.

¡Oremos de rodillas al Señor para que envíe operarios a su mies!

¿Cree usted que existe el peligro del desaliento entre los católicos tradicionales?

Absolutamente sí. Uno encuentra ese peligro por todas partes. Los fieles se escandalizan especialmente por lo que ocurre en las jerarquías más altas de la Iglesia, y predicen que el cielo se vendrá abajo y nos aplastará. Quizá lo haga, pero eso no será todavía el fin del mundo. Ni tampoco será el fin de nosotros. Tenemos que luchar muy duro contra el desaliento. Santa Teresa decía: “El desaliento es una forma de orgullo”. Es orgullo en el sentido de que comenzamos dudar de la Divina Providencia y a echar al Señor la culpa de no intervenir o de no resolver éste o aquel problema en la forma que lo hubiéramos hecho nosotros. Pero es Dios quien tiene el mando, y sus caminos no son nuestros caminos. Nuestra tarea es realizar, lo mejor que podamos, lo que fuera que Él nos ha iluminado para que hiciéramos, dándonos fuerzas para ello. Todos conocemos las famosas palabras de la Madre Teresa: “No estamos llamados a tener éxito, sino a ser fieles”. Dios ha de bendecir y multiplicar el bien de nuestra fidelidad a Él, a la Iglesia, a la tradición católica, sea que veamos los frutos en nuestra vida o no.

En agosto pasado, el papa Francisco declaró que no existe la posibilidad de reconsiderar las decisiones relativas a los cambios litúrgicos, y que todo lo que debiéramos hacer ahora es procurar comprender las razones por las que se los llevó  cabo. Dijo: “Podemos afirmar con certeza y autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible”. ¿Qué piensa de esto?

No es fácil entender lo que el Santo Padre espera que esta frase produzca,  ya que no es una declaración doctrinal, sino una evaluación de un hecho histórico contingente, es decir, del proceso de reforma que comenzó luego de Sacrosanctum Concilium y culminó en los diversos libros litúrgicos del Novus Ordo. Es lo mismo que decir: “El euro está irreversiblemente establecido en Europa”. ¿Por qué habríamos de creer semejante cosa? O: “El ecumenismo de los últimos cincuenta años es un hecho irreversible”. Por cierto, nadie puede negar que el ecumenismo ha tenido lugar y que, como tal, no puede ser deshecho. Pero ello no nos dice nada sobre lo que el futuro nos depara. Todo ello, nuevos ritos litúrgicos o ecumenismo o cualquier otra cosa, podría ser anulado o, al menos, drásticamente “corregido”, por un futuro papa León XIV o Benedicto XVII o Pío XIII.

Podría también recordarse que un papa, Clemente VII, autorizó el nuevo breviario compuesto por el Cardenal Quiñones, otro papa, Pablo III, lo aprobó, pero un tercer papa, Pablo IV, lo suprimió, considerando que rompía con la Tradición y estaba excesivamente influido por la teología protestante. Algunos papas, según otros papas, pueden equivocarse en materias litúrgicas. Los concilios no son tampoco en absoluto infalibles en materia de recomendaciones sobre llevar o no llevar a cabo determinadas cosas prácticas. Nadie pone en duda que los Padres Conciliares deseaban cambios menores en la liturgia, y muchos autores notables, incluyendo a Joseph Ratzinger y Louis Bouyer, han planteado serios cuestionamientos al modo en que esos cambios efectivamente se hicieron.

Gracias por esta entrevista. Me complace especialmente el que usted haya estado dispuesto a abordar con franqueza algunos de los problemas que me inquietaron cuando leí sus elocuentes y convincentes ensayos en “Noble belleza”. Como usted lo dice, “muchas cosas que parecía imposibles hace un momento, se pueden volver súbitamente posibles”. Y estoy de acuerdo en que tenemos que luchar mucho contra el desaliento. Debemos ser personalmente humildes y santos para que Dios pueda actuar por medio de nosotros y lograr sus propósitos. Espero,  y rezo por ello, que muchos lectores encuentren en su libro, como me ha pasado a mí, mucho que pensar, mucho que los consuele, y mucho que los fortalezca.

Muchas gracias. Oremus pro invicem. 

CALENDARIO LITURGICO TRADICIONAL DIGITAL UNA VOCE SEVILLA

Un año más la Asociación Una Voce Sevilla, con ocasión de la Festividad de la Epifanía del Señor, pone a disposición el calendario litúrgico tradicional en formato pdf correspondiente al año del Señor de dos mil dieciocho.

Para descargar el calendario litúrgico tradicional PINCHAR AQUI.

 De gran interés y utilidad para sacerdotes y fieles que celebran o asisten, respectivamente, a la Misa según el Rito Romano tradicional y/o rezan el Breviarium Romanum, conforme al Misal de S. Juan XXIII de 1962 y el motu proprio Summorum Pontificum de S.S. Benedicto XVI.

 

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